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Los mitos actuales

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El mito del progreso: El progreso de la historia y el progreso en la historia

EL MITO DEL PROGRESO:
EL PROGRESO DE LA HISTORIA Y
EL PROGRESO
EN LA HISTORIA
FOR
RAFAEL GAMBRA CIUDAD.
Catedrático de Filosofía.
En la intención de nuestro título se contraponen dos reali­
dades bien distintas:
'llna teoría -sumamente discutible-y una
real,idad innegable. La primera es "el Progreso de la Historia"
-diríamos el mito o creencia hoy ambiental del progreso cons­
tante e inevitable del acontecer histórico--; la otra -el progre­
so en la Historia------< es el proceso perfeccionador que, entre. avances
y retrocesos varios, ha conducido al hombre desde su está.dio
primitivo hasta la civilización de nuestra época.
Es temática general de esta VII Reunión el mito -mito de la
Igualdad, mito de la
Libertad, mito del Contrato Social, etc.-.
Sobre qué sea ,el mito y el puesto que ocupa en la mente del
hombre hemos oído ya un admirable desarrollo de labios del
doctor
Puy.
Abundando en sus conceptos diremos, para comenzar, que
mito es una palabra que tiene para nosotros una resonancia
ambivalente. De una parte, significa· mentira: mitómano es una
,persona que miente gratis, digámoslo así; que miente rpor gusto.
Mito equivale a fábula
en el lenguaje antiguo. Sin embargo, en
la
misma antigüedad encontramos a Aristóteles que nos dice
textualmete:
"el amigo de la ciencia es al mismo tiempo amigo
de los mitos, porque el obJeto de los mitos es lo maravilloso".
Por otra parte, oímos en el momento actual expresiones como
"desmitificación de la reJigión", que suena en nuestros oídos como
a sacrilegio.
Esta misma mañana nos ha expuesto el Sr. P,etit
cómo la aplicación del escalpelo racionalista a la religión con­
duce a su destrucción en las mentes, a su disolución en el am-
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biente; en definitiva, al panteísmo o al ateísmo: a una especie
de religión sin Dios.
En un sentido aparentemente opnesto, nos­
otros mismos empleamos aquí el término mito COlffiO nombre
genérico y en alto grado descalificador hacia las ideas de
igualdad,
de contrato social, etc.
¿ Cómo se explica esa doble vertiente, una en derto modo
arcana y prestigiada coi1 una resonancia religiosa, y otra en un
sentido muy próximo a la falsedad o el engaño? En rigor, ambas
se aclaran en el sentido originario_ de la noción del mito. El mito
es un modo de saber primitivo en -el cual predomina la imagina­
ción:
un estadio imaginativo -podríamos decir-o prelógico de
la mente humana.
El saber humano era en su origen predomi­
nantemente
imagin'ativo y :poco a poco se va transformando en
fu1n1cional-causal, en propiamente racional, según el sentido que
otorgamos a esta palabra.
En todo tiempo, el saber humano ha
sido a la vez racional e imaginativo. El saber más racional
se
acompaña siempre de imágenes; de aquí que haya teorías
como la de la relatividad, que se dice que son enormemente
difíciles
porque no son imaginables; es decir, po,rque falta e~
ellas el acompañamiento imaginativo. El hombre primitivo, sin
dejar de ser racional, como todo hombre, es predominantemente
imaginativo; el
hombre civilizado, en cambio, es predominante­
mente racional,
pero tampoco deja de ser imaginativo.
En la infancia de la civilización, el natural sentido religioso
del hombre
-y los vestigios en su espíritu de la revelación
primitiva-se exipresan en la forma mítica o imaginativa pro­
pia de su mentalidad. Así, para el primitivo, el cielo, la tierra,
los vientos o los mares, la fecundidad o
el terremoto se hallan
habitados o movidos
por genios o dioses, fuerzas sobrenaturales
que
penetran la realidad tocia y que ellos se representan antro­
pomórficamente.
De aquí, el valor religioso del mito y el hecho
de que toda religión -,por alta y evolucionada que sea-nunca
pueda
"desmitificarse" por entero. Dado que el contenido de la
fe alcanza· niveles inasequibles para la razón, si.empre será ob­
jeto de la sola fe y representable únicamente en forma ima­
ginativo.-emocional.
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EL MITO DEL PROGRESO
Sin embargo, la i.-epresentadón imaginativa -el mito-, nunca
desaparecerá
de la mente humana. Siempre latente, resurge a me­
nudo bajo formas aberrantes, con toda su carga emocional, en
estadios y ambientes ya propiamente intelectuales. Este fenó­
meno es quizá hoy más patente que en ninguna otra época. El
desarrollo del cine y sobre todo de la televisión desenvuelven
al hombre civilizado a
rma metalidad imaginativa, eliminando
en él, progresivamente, su ,capacidad ahstractiva y discursiva,
su esfuerzo de pensar, su gusto por la lectura y el diálogo in­
terior y aun con sus semejantes. La publicidad por medio de
imágenes se acompaña de términos o expresiones mitificadas
(slogans) que se dirigen más al subconsciente pre-racional que a
la esfera lúcida
del conocimiento. La democracia moderna, por
otra parte, la posible explotación mayoritaria y masiva de la
titulada V o/untad General, ha constituido el principal impulso
de este gigantesco renacer del mito en nuestra época, época que
pasa, sin embargo, por su¡perrevolucionada intelectualmente. Tér­
minos otrora representativos de contenidos racionales, como de­
mocracia, libertad, evolución, apertura, diálogo, etc., han sufrido
en las propagandas político-sociales una elaboración mitificadora
por virtud de la cual aparecen a la mayoría como términos lu­
minosos, radiantes,
dotados de un cierto valor sagrado. Análogo
tratamiento -aunque en sentido-inverso-han sufrido otros
términos -reacción, autoridad, fascismo, discriminación, aris­
tocracia,
etc.-que aparecen al lector medio entre las sombras
abominables de la in justicia y la oposición .. Mediante esta esque­
matización mitificadora,
las propagandas 'J) poder democrático se desarrollan hoy por entero bajo el ámbito
mítico-imaginativo del slogan1, con su. carga emocional y motriz
inmediátas.
Pues bien, dentro de esta doble vertiente del mito y dentro
de los típicamente modernos, voy a referirme a este mito del
Progreso) del cual se deriva inmediatamente el mito del movimien­
t-0 o del viento de la Historia. Esta idea moderna del progreso
y el consiguiente mito del viento de la Historia poseen en
nuestro rrrundo mental una importancia extraordinari~. Detrás
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de cada mito hay siempre una ipas10n: detrás. del mito de la
Igualdad está la envidia; detrás de este mito se esconden tam­
bién una serie de pasiones que determinan para el hombre con­
temporáneo un tránsito fundamental hasta una situación que
podernos llamar límite. Quizá el mito del Movimiento en la His­
toria no posea tanto contenido como el mito de la Democracia. o
como el mito del Contrato Social, pero posee mucho más valor
para la movilización de los espíritus y la marcha de los tiempos
que
cualquiera de todos aquéllos. Es -diríamos------como una
trampa tendida a los ·espfritus a partir de cuyo éxito ----enorme­
mente difícil, pero conseguido hoy de modo masivo-- las cosas
marchan mucho más fácilmente ¡para los anteriores mitos.
Es algo que podemos apreciar hoy aquí en la relación co­
munitaria que nos reúne ahora y que nos ha reunido ya otras
muchas veces.; en lo que somos y constituirnos colectivamente los
aquí reunidos. Ciertamente, nosotros, aun no siendo viejos,
hemos asistido a épocas de la historia de España más trágicas
que la actual ; más amenazadoras, más sangrientas sin duda.
En su aspecto externo, todavía el momento presente puede ca­
lificarse de tranquilo, de normal. Sin -embargo, nuestra situa­
ción de ánimo es completamente distinta de la que poseíamos hace
treinta o treinta y cinco años. En aquellos años podíamos sen­
tirnos eu lucha, en lucha violenta, y en vísperas de una heca­
tombe sangrienta
como fue la guerra y revolución de 1936-39.
Pero nosotros ,podíamos sentimos entonces como uno de los
partidos en lucha, como un rpartido quizás victorioso en un plazo
breve, capaz de triunfar, e.a.paz de actuar en la historia_, como
sucedió realmente. En cambio hoy, quien más y qu1en menos,
tiene la impTesión desolada de estar orillado en la marcha de
la historia ..
Hay quienes se maravillan de esto y se preguntan atónitos:
aquella media
E,waña que luchó y venció en el año 1939 ¿ dónde
está? Porque quienes
permanecemos fieles a lo simplemente
fundamental
de todo aquello somos, al parecer, tan pocos que
nos conocernos todos como en los pueblos pequeños. Y
muchísi­
mas gentes que juzgábamos afines a nosotros -los más, intere-
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EL MITO DEL PROGRESO
sados a menudo en todo esto y los que, en el aspecto humano,
han obtenido la mejor parte--saben hoy, como por instinto pro­
fesional1 que
.vincularse a la posición en que estamos nosotros
es introducirse en un callejón sin salida, en una vía muerta para
su ,ix,rvenir profesional o de grupo. Diríase que vemos avanzar
ante nosotros una corriente incontenible de la Historia que,
discurriendo ,por los cauces cada vez más ajenos a nuestra men­
talidad, se
dirige hacia el marxismo soviético, la China de Mao
o
el anarquismo socializante tipo Marcase. Es decir, un mundo
del
que nos sentimos definitivamente marginados, siendo así que
-paradójicamente-podría decirse que la situación oficial, la
política y las instituciones en que vivimos están todavía deter­
minadas
por aquella victoria de nuestras armas. ¿ Cómo ha po­
dido producirse este hecho extraordinario de que la fidelidad a
aquella victoria se sienta, dentro de
una misma situación y de
una misma continuidad, no ya en lucha nuevamente, sino en
una situación marginada, en la que más bien parece que vamos
a
ser reducto contemplador de cuanto haya de suceder? Es
precisa.mente este extraño fenómeno lo que debe su origen a la
difusión del
mitb Progreso Indefiwido ;¡,rimero, y de las teorías
del
Viento de la Historia o del M ovimimto de la Historia más
tarde.
Combi todas las ideas, tiene ésta una irrupción más o menos
concreta,
pero su rastro puede perseguirse con facilidad. La pa­
labra progreso, en el sentido en que hoy la u.samos, es completa­
mente moderna.
En la época anterior al Racionalismo en que
empezó la idea
mis que la palabra, y en la época de la Ilustración
y la Enciclopedia en que la palabra se impuso, se hablaba
más bien de camino de perfección. Todo el mund0 tenía la noción
de un camino de perfección, de un aproximarse ---progreso, na­
turalmente.-hacia algo inmóvil, perfecto, hacia lo que tal mo­
vimiento
suponía un acercamiento. Pero la idea de Progreso,
así, con mayúscula, y en una acepción que :podríamos llamar hipos­
tasiada,
es propiamente moderna.
La tenemos que distinguir, ante todo, de la noción general
de historicidad, que está profunda.mente vinculada al cristiani:.;:mo
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y a la tradición j udeo-cristiana. Los griegos no tenían esa. no­
ción
de historicidad general : quizá Aristóteles no se creía posterior
en
ese sentido a Homero; su . idea de una fonna~ión constante,
de unos ciclos históricos, no determinaba una historia universal,
ni
una historia sagrada, ni una historia cósmica. En cambio,
paira nuestra tradición religiosa, esta historia existe, con une.is
hitos bien concretos: una creación en el tiempo, un pecado ori­
ginal
en el tiempo, una redención en el tiempo, un fin del mundo
en el tiempo. Naturalmente, nuestra historia será un progreso
-un acercamiento-- hacia esos términos: aunque no sepamos
dónde están los venideros, podemos ver ya los ipasados, y existe
por lo
tanto una temporaliad. Hay quienes creen por esto que
la idea de progreso es
una idea cristiana a diferencia de esa
especie de teoría espiritual
en torno a un eje fijo propio de la
mentalidad antigua. Son, sin embargo, nociones de
muy distinta
inspiración.
La idea de progreso nace precisamente del Racionalismo
moderno.
El Racionalismo moderno es una nueva actitud men­
tal que,
más o menos difusamente, se abre paso a partir del
Renacimiento.
Ya con Ockam, al final de la Edad Media, se
apera la ruptura de la fe y de la razón. Por un lado estará la
teología y
por otro la ciencia, que serán dos mundos radical­
mente distintos.
El Racionalismo, tomado en su sentido más
general, se
va abriendo paso a paso a partir de este momento.
Su representante más característico será Descartes, pero quizá
él no fuera completamente consciente de la plenitud de la teoría,
que, sin
duda, no puede atribuirse a él sólo. Es una mentalidad
que estaba
ya difusa desde tiempos del Renacimiento.
Nosotros
conocemos perfectamente la distinción entre la
noción de esencia y de existencia. Esencia es lo que wna cosa es,
y responde a la pregunta ¿ qué es? esa cosa ; existencia es, en
cambio,
una noción indefinible: el acto de estar entre las cosas
de la experiencia, algo que
no puede reducirse a la esencia y
que responde a la pregunta ¡es? o ¿existe? Un ser fantástico o
una figura geométrica pura son cosas inexist~ntes: se trata
de entes de razÓn. Sin embargo, tienen una esencia : consisten
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EL MITO DEL PROGRESO
en algo. En las cosas de la naturaleza la existencia es, eviden­
temente, algo diferente de la esencia, algo que adviene a la
esencia, que es,
por sí misma, indiferente para existir o no.
Este modo de ser de los seres que pueden o no existir, cuya
esencia no conlleva la existencia, es ló que los
:filósofos lla­
maron continigencía. Todos los seres de la naturaleza son con~
tingentes. El concepto de contingente se opone al de necesario.
Un ser necesario sería aquel cuya esencia fuera existir, aquel
en que la existencia no fuera algo exterior a su ser, llovido un
día sobre él y desaparecido otro, sino algo ínsito en su propio
ser.
La filosofía cristiana -y en la aristotélica también-atri­
buyeron ese modo QI!, .ser necesario a Dios. Dios es el ser por
sí, los demás seres son por o_tro, íXJf un acto exterior a su pro­
pio ser. El concepto de contingencia es correlativo con el de
necesidad y conduce a
él. Así, el descubrir la contingencia en
los seres de la naturaleza era el argumento clásico para demos­
trar que ha de existir un ser necesario o Dios.
Pues bien, la filosofía moderna, obedeciendo secretamente
a
un impulso hostil al teocentrismo, es decir, a la concepción
religiosa del universo, pretendió trasladar esa condición de ser
necesario desde
Dios al mundo en que vivimos. No es que ad­
judicase· la necesidad
de cada u.t:ia-de las cosas reales existentes,
ya que esto
pugnaría con la experiencia, pero sí al mundo uni­
verso considerado como unidad. Nosotros vemos unas cosas como
necesarias y
otras como contingentes. Un teorema matemático,
si lo he comprendido, :rrie parece como algo necesario porque s~
refiere a las relaciones entre esencias. Así afirmo yo, por ejem­
plo, que "los ángulos de un triángulo valen (necesariamente)
dos rectos", de forma tal que cosa distinta sería contradictoria,
impensable. F..n cambio, las cosas existentes en la naturaleza o
acaecidas en el tiempo me aparecen como contingentes.
Según la concepción racionalista, la contingencia no es algo
real, sino
un defecto de nuestro modo de ver las cosas, de nues­
tra capacidad de conocer. Rn un conocimiento adecuado, per­
fecto, de
las cosas de la naturaleza, éstas se verían tan necesarias
como
cualquier proposición matemática. Porque el universo en
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sí es necesario, tiene una estructura racionial, y su clave se halla
escrita en signos matemáticos. La.place acertó a expresar la tesis
general del racionalismo en forma muy gráfica: "Si una inte­
ligencia humana potenciada ---dice-llegase a conocer el estado
y funcionamiento de todos los átomos que componen el Universo,
éste le aiparecería con la claridad de un teorema matemático:
el futuro sería para ella predecible y el pasado deducible". Es
decir, para ·el racionalismo la realidad no se halla asentada sobre
unos
datos creados, contingentes, es decir, que podrían ser
otros diferentes; ni en su desenvolvimiento hay tampoco con­
tin.gencia -indeterminación o azar-, sino que la existencia
es
un desarrollo riecesa:rio, algo de naturaleza racional que, co­
nocido en sí mismo, se identifica con &u. propia esencia. La
realidad no es una cosa contingente que recibió la existencia
de
un Ser Necesario como causa, sino que, en su ser global,
es un ser necesario, algo que descansa en sí mismo y se ex¡_plica
por sí. Para el racionalista no existe el misterio, sino sólo el pro­
blew;n;. (Una y otra cosa son realidades desconocidas, pero al
paso que el misterio es algo :supranacional e inasequible, el
problema es algo que puede afrontarse racionalmente).
Esta concepción básica explica una característica· común al
pensamiento moderno, que es la idea e ideal del Progreso. Según
ella, la humanidad debe avanzar siempre en un progreso, a cuyo
término se hallará el conocimiento omnicomprensivo o rotal de la
realidad, es decir, esa visión de las cosas que nos pintaba Laplace
en la que todo a.parece con la evidencia de lo necesario. No es
que
el progresismo crea en la posibilidad práctica de que los
hombres lleguen alguna vez a ese estado, pero cree en la posibilidad
teórica, porque la realidad posee en sí una estructura racional,
necesaria, y la
marcha del saber humano debe ser un constante
aproximarse a este ideal cognoscitivo. La filosofía moderna tra­
tará de concebir, pm mil modos diferentes, ese ideal del Ra­
cionalismo.
En un principio, en la época de la Ilustración y de la Enci­
clopedia, esta idea se reduce a
grupos cultos y aristocráticos que
se limitan a desdeñar los
íáofos y supersticiones que hasta su
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tiempo han gobernado al mundo -las mentes y las instituciones-,
y a esperar simplemente la evolución hacia la época de las luces.
Es de la teoría de Rousse.au de donde proviene el germen 'Ye­
voluciona-rio~ que exigirá una ruptura violenta· con el pasado,
y la instauración de un orden nuevo, basado en la Razón, que
libere la bondadosa naturaleza del hombre,
sojuzgada y maleada
hasta aquí por lo poderes de lo irracional.
Sin embargo,
aún después de la Revolución francesa, el
Progreso como tal no pasa de ser un ideal _,puramente teórico,
meramente regulativo: es
un téq:nino ál cual la razón hurriana
debe aproximarse,
un término a1 que se aproxima siempre a me­
dida que conoce. Traducido al
orden de los hechos políticos, será
· una exigencia de acabar con las instituciones históricas y con
sus ataduras y vinculaciones, realidades de un pasado que se
c~nsidera irracional. Según ese ideal habrá qt:e crear constitucio­
nalmente, por convención racional o pacto social, una sociedad
de nueva planta.
Sin embargo,
el mito del progreso va a concretarse pos­
teriormente de un
modo. muy peculiar, y ello mediante una evo­
lución que advendrá
por dos caminos diferentes. Uno de ellos
es
el -positivismo de Augusto Compte.
Oompte es quizá el mejor sisternatizador de los ideales de
la Revolución francesa, pero les otorga un matiz nuevo. El Pro­
greso no va a ser ya para él un mero ideal al que la ciencia se
aiproxima, sino una ley de: la historia, una ley en cierto modo
biológica y
como tal, inexora.ble. En su Cwrso de Filosofía Po­
sitiva, Compte Ol])Ína que la razón -el espíritu humano----atra­
viesa por varias fases o estadios de su desenvolvimiento, al
igual que
el individuo atraviesa por la infancia, la adoleocencia
y la madurez. La primera de esas fases es el estadió religioso
(con sus épocas. de fetichismo, politeísmo y monoteísmo), que
es como la infancia de la razón humana en la que se atribuye
un carácter ,personal y divino a las fuerzas de la naturaleza.
La razón humana, a través de una depuración racional-monoteista,
llega más tarde a una religión desmitificada -podríamos decir
en
el lenguaje ,progresista actual-que es el estadio metafísico
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de la humanidad: el hombre sigue en él aspirando a conocer el
universo por principios generales, pero éstos ya no tienen carác­
ter religioso, sino un carácter abstracto, metafísico. Este estado
se asemeja
para Compte a la adolescencia en el ser humano, que
no tiene ni la cierta estabilidad de la infancia ni la cierta esta­
bilidad de la madurez, sino que es
un estado de transición. No
puede una mente permanecer mucho tiempo en estado meta­
físico, sino que culmina fatalmente en
el estado positivo, en que
el hombre se da cuenta de q'\le no hay otra realidad que la de
los hechos concretos
y singulares que estudia la ciencia positiva,
y que la suma de estos conocimientos nos acerca, mediante el
Progreso, a un saber absoluto, que es el único saber posible del
hombre. A estos tres estadios corresponden tres forma~ polí­
ticas de la humanidad: el estadio militar monárquico, religioso,
que
es la infancia de las sociedades; el estadio llamado de los
legistas o la democracia, que cree en un orden objetivo, racional,
en la soberanía del pueblo: en teorías metafísicas. Y,
por úl­
timo, el estadio de los tecnócratas, que es el definitivo de la hu­
manidad. Es decir, en Compte no es ya el Progreso un mero
ideal regulativo, sino
una ley biológica, como la ley que lleva
al hombre desde
el nacimiento hasta su madurez.
Hay otro camino para el cual el Progreso adquiere también
este carácter de ley
inexorable inscrita en la evolución misma
del hombre.
Es el que proviene de la Filisofía de Kant. La fi­
losofía de Kant representa el mejor esfuerzo realizado por des­
poseer al saber humano
de toda raíz metafísica. Aquello que de
una manera
un tanto elemental y em,pírica quiso hacer Augusto
Compte, lo realizó de un modo mucho más profundo Kant. Según
él, el conocimiento humano es una síntesis o unión entre un
elemento incognoscible en sí y desordenado, caótico, que pro­
cede del
mtindo exterior, y de unas formas y categorías que radican
en
la razón y el entendimiento. En consecuencia, todas las pre­
guntas metafísicas que
el hombre puede hacer sobre la causalidad
o sobre
la sustancialidad de las cosas, sobre su origen o sobre
su destino, son producto de las categorías del propio enten­
dimiento. Carecen
por ello mismo de todo alcance metafísico,
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EL MITO DEL PROGRESO
y no se puede responder a ellas desde el ,pnnto de vista ra­
cional.
A la :filosofía de Kant se opuso, sin embargo, una objeción que
expresaron ya sus discípulos inmediatos : Si nuestro conocimiento
se forma
por la síntesis o unión de dos elementos, uno exterior
absolutamente indeterminado -el caos de las sensaciones-y
unas formas y categorías ( como moldes) del espíritu en que
aquellas sensaciones vienen a insertarse, ¿ por qué el espíritu
utiliza unas veces unas formas y unas categorías, y otras veces
otras? Esto sólo puede tener dos explicaciones: la primera se­
ría que haya algo en
las sensaciones exteriores que pida o exija
tal o cual forma o categoría, lo que no es posible en el sistema
de Kant puesto que, por principio, todo orden o estructura pro­
cede
del elemento a priori (formas y categorías). La segunda es
que exista una
esponrfaneidad en el espíritu, según un ritmo propio:
solución esta que hace innecesaria
la cosa en sí y el caos de las
sensaciones
y convierte la teoría en idealismo (todo es creación
. del espíritu). Tal fue la solución de Hegel, para quien la rea-
lidad toda (y la Historia) es creación del Eapiritu Absoluto
en un
ritm10 dialéctico que consta de tres fases: tesis, antítesis
y síntesis. Hay un ritmo por lo tanto inexorable en la historia.
Esta idea es adoptada por Marx, aunque cometiendo la incon­
gruencia de
aplicar esa dialéctica, es decir, un ritmo propfo
del eS¡píritu, al orden económico, es decir, a las relaciones de
consumo y producción; como
si algo enteramente ciego y ma­
terial,
como es la economía, pudiera desarrollarse según un
ritmo dialéctico racional.
Pero esta incongruencia, como tantas
otras,
ha pasado a la historia del pensamiento humano, y el
materialismo humano
ha tenido una amplia, intnensa difusión,
no solamente entre los marxistas, sino entre los hombres todos de
nuestra época, a menudo
aún sin saberlo. Una segunda incon­
gruencia de
la aplicación marxista de la dialéctica hegeliana
consiste
en su llamamien,to a la acción del proletariado, previo
aquel determinismo dialético.
Si el socialismo ha de venir por
sus pasos contados ¿ para qué actuar a su favor? Según Marx,
las instituciones de cada época se quedan como prendidas en
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un estadio anterior sin evo~ucionar con la economía, y es pre­
ciso una acción de los hombres para desolgar esos fantasmas que
quedan en las st1perestructuras y establecer unas nuevas estruc­
turas al ritmo de la dialéctica económica.
Esta idea, con su incongruente aplicación, ha prendido, sin
embargo,
en las mentes de una manera total, inconsciente. ¿ Por
qué? Sin duda a causa de que con la revolución -y hace ya
mucho más de un siglo que
la revolución está vigente-se ha
perdido para los hombres la idea de un orden político y moral
estable.
Hasta hace medio siglo la mayoría de los hombres veía
todavía en el Antiguo Régimen una imagen del orden, y una
posibilidad de restáuración con las adaptaciones necesarias al
paso del tiern,po. Hoy, en cambio, el hombre se ha acostumbrado
a
la no existencia de un orden político estable, y a que nada más
haya sino eficacia práctica.
Ha perdido por completo la noción
de un orden anterior al desorden. Simultáneamente
ha perdido
S'\.1S asideros existenciales. Por mucho que se predique el inexo­
rable ritmo dialéctico de la Historia, si el hombre tiene en primer
lugar su espíritu de conservación y, como miembro de una fa­
milia,
su espíritu familiar; si tenía además como miembro de
una comunidad local o de una profesión, un arraigo, este hombre
espontáneamente luchaba
contra cualquier acontecimiento que
amenazase
su existencia personal y colectiva. Las más grandes
hecatom·bes históricas han encontrado siempre la resistencia de
los hombres y los grUJX>S,: a las mayores invasiones del mundo
se enfrentaron siempre --con· esperanza o sin ella-los pueblos
y los héroes. De todo este espíritu de resistencia innato en el
ser humano no queda probablemente más que el instinto de con­
&ervaci6n individual, pero no en absoluto en el sentido humano
de conservación de ideas, de principios ni de orden colectivo.
El cristiano cree, naturalmente, en un desarrollo de la historia
univctsal, en una escatología de la historia cuyo secreto está
en Dios. Sólo El lo conoce; pero cada hombre ha recibido el
encargo de perfeccionarse, de salvarse a sí mismo y de salvar
lo suyo y los suyos. Pero esta idea de un destino último del
mundo nunca ha sido :paralizadora en Occidente de sus energías:
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EL MITO DEL PRO<;RESQ
por esa sutil idea San Agustín-escribe recto con renglones torcidos. Dios di­
rige
el mundo sin perjuicio de la libertad de los hombres: los
hombres escriben libremente
su-historia, sin menoscabo de que
Dios escriba la definitiva historia universal.
Pero la sociedad está hoy atomizada por la Revolución ; no
existen cuadros o ambientes sociales, sino sólo el cambio per­
manente. El hombre ha perdido así sus asideros históricos y
existenciales; por ello mismo no tiene ya nada. propio que de­
fender.
La consecuencia ha sido que el hombre actual se abandone
al "viento de la
Historia". Y aquí estriba la gran trampa histó­
rica
por cuya virtud los acontecimientos se precipitan a partir
de ese mismo momento en una vertiginosa aceleración de la
Historia. Lo que antes eran teorías, lo que después fue aplicación
política
con la Revolución francesa, contó siempre con una re­
sistencia humana. Cada hombre era vecino de su vecino, y, en
definitiva, por mucho que dijeran pensadores y periódicos, cada
uno defendía su pueblo1 su economía, su vida y sus cosas. En
cambi9, a partir de ese momento de desarraigo total, la tendencia
será la de festeja,r
el cambio, el dominio de una subconsciente
certeza de que·
el mundo dirige la marcha hacia la socialización
y el socialismo. Las gentes abdican así de su propio tiempo
personal
para incorporarlo a ese tiempo cósmico, que no es ya
la fatalidad de los antiguos, ni la Providencia de los cristianos,
ni la escatología determinada por Dios, sino precisamente la
dia'éctica hegelianro-marxista de la Historia. El hombre cree
saber que ahí está
el camino, incluso el de su personal salvación.
Los hombres
y los grupos proclaman ávidamente su virtud evo­
lutiva
y su actitud "avanzada". Incluso en la Iglesia visible de
nuestros días oímos el juicio de que ésta "perdió el tren" del
liberalismo y la democracia .por el empecinamiento inmovilista de
Papas anteriores; pero que hoy no debe "perder el tren" del
socialismo.
La expansión en las mentes de este mito del Progreso y del
"viento de la Historia" es la condición de que triunfan con
rapidez todos los demás mitos de
la Revolución y de que quienes
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no piensan así se sientan hoy ~provisionalmente al menos-­
orillados y sin posibilidad de influir en el curso de los aconte­
cimientos.
Sin embargo, la dialéctica de la Historia no es más que una
simple teoría; una teoría que se revela hoy contraria a toda
evidencia, ¡,orque las profecías de Marx en nuestra época han
fracasado irremediablemente. Las profecías del marxismo eran dos
exactamente:
En primer lugar, la con,centración de capitales y la
expropiación final de los grandes truists en favor de la colectividad.
Según ella, el socialismo debía de haber venido en los países
más tecnificados, más industrializados, con la consiguiente con­
centración de industrias
y S'U socialización final. Sin embargo,
no ha sucedido a-sí: el comunismo se ha impuesto en países de
una economía predominantemente agrícola que cayó un día por
su base y no hubo Con qué sustituirla, y no en los países más
industrializados. En segundo lugar, la llamada ley de br01'ce
de los economistas liberales que Marx hizo snya. Según ella,
1os salarios tienden siempre al mínimo vital a medida que aumenta
el margen de ganancia del empresario o plu.-valía. La econonúa
llamada capitalista ha desmentido también esta ley con una evo­
lución hacia salarios relativamente altos y una ,¡x,lítica económico­
social.
Viniendo a los hehos
concretos y

a la actualidad reciente,
lamentamos ahora todos
el final de la vida política del jefe de
un gobierno, hermano nuestro, que, aun siendo el más humilde,
el más pobre de Europa,
ha sabido desafiar a esos "vientos de
la Historia" y logrado, contra todas las teorías, mantener la paz,
el orden y el propio dominio en unos extensos territorios afri­
canos sin apenas fuerzas, contra toda dialéctica
_histórica a la
que se han sometido las grandes potencias del mundo, ensan­
grentando con
su abandonismo a todo un continente y entre­
gándolo al poder del marxismo. Estos hechos son absolutamente
eviderites. Sin embargo, no han servido para que el hombre medio
deje de asentir ambientalmente
al mito de la dialéctica y el
"viento de la Historia". -
En fin, si ,pues la famosa dialéctica de la historia y su férreo
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determinismo no es, en rigor, más que una endeble teoría
difundida en un tiempo determinado, ¿ qué hay realmente en la
historia? ¿ No existirá, en efecto, un progreso en la misma?
Efectivamente, en la historia existe un progreso para el
cristianismo cuya fe le presenta, como he dicho, unos hitos tem­
porales en la historia
del mundo : nosotros, por ejemplo, estamos
después de la Encarnación y de la Redención; otros hombres
estuvieron antes : nosotros estamos más próximos del fin del
mundo que ellos, aunque no sepamos si estamos cerca o estamos
lejos: la clave de este desarrrollo histórico sólo Dios la conoce,·
y entre tanto cada uno está llamado, en su esfera, en su mundo,
a una obra de perfección natural y e,;piritual en la que estriba
el verdadero progreso para el homo-viator. Por lo demás, el
Progreso absoluto en la Historia es una pura hipótesis: en el
mundo existen progresos y retrocesos, y para calificarlos, de tales
nos es necesaria una tabla de valores. El cristianismo nos pro­
porciona una tabla de valores; el progresismo, en cambio, la
desconoce: sólo afirma que lo que es posterior es mejor a lo
que es anterior, y que, por principio, hay que ser ava'!}Zado,
estar aJ día, y abierto para act;¡,tar cualquier novedad por el
hecho de serlo.
Nadie :puede dudar de que técnicamente nuestro mundo se
ha perfeccionado llamativamente con respecto al de hace cien
a.ñas, como el . de entonces con relación al de los romanos, que
estaban en el tiempo de la rueda : en el orden técnico es, pues,
evidente un progreso perfeccionista que sería absurdo el negar.
Pero este progreso ¿ es nn progreso absoluto en orden a la
felicidad y a la bondad moral de los hombres? Esto ya es más
discutible. Cabe pensar que el mundo moderno se ha inclinado
en el sentido del interés
y oultivo de la técnica abandonando
otros, en una especie de hipertrofia o monocultivo, que tal vez
esté produciendo grandes males morales y espirituales, junto
a leves bienes, de carácter más bien hedonístico.
Junto a este progreso técnico hay evidentes retrocesos: por
ejemplo, y de modo llamativo, en el terreno teológico. Hoy es­
tamos, al decir de los progresistas, en la
mayoría de edad del
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pueblo de _Dios. Poseemos hoy, al parecer, una "fe de adultos",
una fe madura, a diferencia de tiempos ,pasados en que era una
fe infantil, una fe mitificada, una fe desviada, constantiniana,
triunfalista, absurda.
Sin embargo, fácil es comprobar que allá en los tiempos en
que se inició el famoso conistantinismo había también herejes.,
pero que estos herejes se veían en grandes dificultades para intro­
ducir sus herejías en aquel pueblo al parecer infantil teológicamente,
y habían de valerse ¡,ara ello de equívocos tenninológicos. Así,
los
arrianos y semiarrianos tenían que buscar la palabra omoios,
semejante, que suena de forma parecida a homousius -que es. la
igualdad de sustancia-¡,ara, sustituyendo una palabra por otra,
negar la divinidad de Cristo. Y de tales falseamientos sutiles
nacían protestas violentas
y aún guerras de religión. Ahora, en
cambio, el panorama es muy diferente.
Por ejemplo, en el "Dia de las Misiones", no se ha pedido
este año al "hombre de la fe madura" para propagar la fe de
Cristo, sino ¡,ara el Tercer Mundo, y en nombre del Desarrollo,
de 1a Justicia y de la Paz, en carteles que sólo iniciados podrían
diferenciar de una propaganda marxista. En ellos se nos habla
de Libertad, de Fraternidad, ideales de la Revolución Francesa
que entran dentro del espíritu laico de un humanismo o de una
teoría de solidaridad liberal filantrópica. Se nos habla también de
las nociones ( deificadas) del
Trabajo y de Paz, que tienen pro­
fundas reson~ncias marxistas. En lo demás no hay ni una sola
palabra que nos recuerde, no ya la fe católica, pero ni siquiera
religiosidad
de ningún género. Los católicos, sin embargo, se
tragan hoy esto y, sin la menor protesta, asienten a ello y hacen
una colecta mayOff que los años anteriores. Esto es la mejor
prueba de la madurez y del carácter adulto de la fe en el siglo xx.
En fin, y llegando a los sucesos más actuales, asistimos hoy
en
nuestro medio a una especie de rebelión, una rebelión sin
límites
y sin fin que tiene su expresión más visible en la actitud
estudiantil.
Las rebeliones han tenido toda la vida una finalidad
justa o injusta, posible o imposible. Cuando otrora se rebelaban
los artesanos de
tal lugar pedían tal o cual reivindicación con-
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creta; cuando se rebelaban en un motín o en una "asonada" los
ganaderos de tal comarca pretendían,
por ejemplo, que sus ga­
nados pastasen
un mes más en tal sitio. Aquello sería justo o
injusto,
viable o inviable, pero se sabía cómo satisfacerlo. Hoy,
en cambio, las rebeliones no tienen sentido ni fin cognoscible,
tal como lo vemos en los universitarios.
Sin embargo, tales re­
beliones "cósmicas" amenazan, como hemos visto en Francia el
año pasado, provocar el colapso de la sociedad entera. ¿ Cómo
puede
ex,plicarse este fenómeno? ¿ Qué sentido y límites ¡,osee
esta sorda marea que nos envuelve y amenaza? Sería muy. difícil
precisarlo
porque se frata, al parecer, de algo sumamente meta­
físico y abstracto como, un "cambio total de estructuras".
Se trata tal vez de la verdadera y profunda rebelión de las
masas. Ortega y Gasset nos habló de esa rebelión de las masas;
pero las masas a cuya rebelión se refería no se rebelaban por
sí mismas. En primer lugar, porque en el antiguo régimen y
mucho tiempo más tarde, no había propiamente masas. Las masas
las fue haciendo el li~alismo a medida que desvinculaba a los
hombres de su
tierra y de su ambiente. Entonces había pobres,
eso sí,
muchos pobres; pero masa no había. Esta realidad indi­
ferenciada
y amorfa -con nombre tomado de la física-no tenía,
como tal, capacidad de rebelión.
Fueron los cultos y los ricos
quienes, al
crear las masas, vaciaron de todo asidero existencial
y trascendente a inmensas multitudes, sustituyéndola en ellas
por el solo ideal del confort. Ahora sí, es el momento en que
esas gentes masificadas, homogeneizadas
hasta el nihilismo, se
rebelan.
En el fondo de esas rebeliones hay quizá algo de humano :
la repulsa de la civilización del confort
que no habla ya al
hombre de nada
propio y le niega los bienes más profundos e
íntimamente
humanos: el arraigo y la posibilidad de ser fiel.
Pero tal rebelión puede hacerse sólo en nombre de una especie
de anarquismo vago, de
un malestar indefinible que no sé sabe
dónde empieza
ni dónde termina.
La rebelión misma, como hecho, se produce, claro es, en la
medida en que existe
hoy una impunidad, en razón precisamente
de
que se carece de razón y contenido espiritual que oponet'le. Y
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así muchas veces oímos preguntar ¿ cómo se arregla esto? Pero esto
no tiene un arreglo previsible en ningún país. A esas asambleas
tumultarias nada
puede ya oponérseles. Yo, al menos, no lo
conozco. Sólo
la fuerza pública. Pero las autoridades que envían
a los guardias o a los bomberos no están en absoluto ni con
los guardias
ni con los bomberos, sino que están con los estu­
diantes. Halagándolos sin medida les dicen
que ellos van por
el buen camino, que su protesta es legítima, que su propia polí­
tica tiende a remediar cuanto los estudiantes exijen.
Si nosotros
les objetáramos
su incongruencia, contestarían seguramente:
''mire V d.: no se puede 'ir contra el «viento de la historia»; si yo
me sitúo contra esto estoy perdido: tendrían que acudir, no ya
los guardias, sino el mismo ejército, y así no es posible gobernar".
Ciertamente, si
no existen más que esos jóvenes rebeldes
tal como puede parecer,
no se ipodría gobernar en plan de inde­
finida ocupación. La ocupación de un rpaís contra todos sus
ciudadanos
no puede ¡prolongarse. Sin embargo, no es este el caso,
Si aquí
en España, como en cualquier país de Europa, se hiciera
un llamamiento a las personas que creén en Dios, que aman a
alguna forma de orden
y que tienen algo por qué luchar, ello de­
terminaría una inmensa reacción.
Pero estas gentes -mayoría
sin duda-están hoy en Euro¡xi orilladas, deprimidas, anuladas.
Se trata sólo de "reaccionarios", de gentes que no cuentan para
nada en la marcha de la Historia. Las autoridades académicas
y los gobiernos de todo
el mundo están plenamente en la Revo-­
lución, en sus palabras al menos; aunque a la hora de la verdad
tengan que
mantener el orden en la calle.
Entonces, en
una situación tal en que la sociedad ha caído
en la
trampa de su prop'a perdición, ¿ cuál puede ser la actitud
de las personas que vemos o creemos
ver la trampa misma, el
mito del "viento de la Historia", su falancia profunda, su carácter
inmovilizador de toda reserva?
Por desgracia no podemos hacer
más que lo
que estamos haciendo aquí, que es mantener el es­
píritu
de unos con otros mientras se atraviesa este desierto de
desesperanza. Nada más podemos hacer porque esta trampa
es de tal naturaleza que resulta comparable a un naufragio en el
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cual todos los tripulantes de un barco se emplearan en deshacer
minuciosamente las vigas fundamentales del barco, de forma tal
que
el ahogarse en ese naufragio pareciera resultarles dulce y
agradable. Ante tan e?Ctraña situación, tendríamos que ser, corno
se nos ha llamado, "profetas de la desgracia" ; profetas de la
degrada, además, sin respaldo de ningún género -ni eclesiástico
ni
civil-; sin más respaldo que nuestra propia conciencia. Como
el héroe de la tragedia antigua, al hombre que ve hoy las cosas
tal como son sólo
le cabe mantenerse eri su sitio sin desmayo
ni traición, esperando contra
toda esperanza. Si puede mantener
esta misma fe en
sus hijos, en los que de él dependen, en sus
alumnos, habrá sostenido
el fuego sagrado que un día prenderá.
Un día que para los cristianos está garantizado por la promesa
divina a la Iglesia:
"Las puertas del infierno no prevalecerán
<-ontra Ella".
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