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1970

El municipio en la organización de la sociedad

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¿Deben subsistir las aldeas?

¿DEBEN SUBSISTIR LAS AWEAS?
POB
VICENTE FLÓRBZ DE QUI_ÑONES Y TOMÉ.
I
Juan Vallet, organizador de estas fraternales reuniones, !lenas
de inquietudes sociológicas, me
ha impuesto un tema verdadera­
mente de mi agrado. Con
él, recuerdo mi lejana juventud aldeana;
mi tesis doctoral sobre
el desarrollo de la legislación municipal refe­
rida a las aldeas
-entonces pueblos agregados a un término mu­
nicipal y después Entidades locales menores-. En aquella lejana
fecha, entendía yo comprer{dido, con -exclusiva, este i~teresante y
fundamental tema, en la legislación municipal. Ahora, después de
largos años de recorrer las tierras de España, sin abandonar com­
pletamente aquella vieja idea, entiendo que tiene mayor prepon­
derancia, su característica de jundus instructus comiu.nai, lo que
nos lleva a su inclusión en el Derecho agrario. Con esta base, po­
demos llegar a conclusiones prácticas, útiles
para contestar la
pregunta propuesta sin dejarnos influir por conclusiones tecno­
cráticas, es decir, a las que llegan los estudiosos de la Ciudad, sin
raigambre campesina, con antecedentes en la equivocada buena
intención
de los legisladores de Cádiz, influidos por la Revolución
francesa, influencia que les impidió contemplar la situación
real
del campo español, a través de su brillante historia, .llena de útiles
enseñanzas, que prácticamente habría terminado, con el absolu­
tismo importado por los A ustrias y continuado por los Barbones,
tan alejado del sistema campesino democrático, con bases indíge­
nas romanizadas, .que había conseguido lograr la unidad española
y la colonización
de.vastos territorios por todo el mundo conocido,
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VICENTE FLOREZ DE QUI/;/ONES Y TOME
exportando centenares de aldeanos, nobles y plebeyos, cuya in­
gente obra no
hace falta recordar, porque se halla en la mente de
todos.
11
Hemos de contestar a la pregunta: ¿ Deben existir las aldeas?,
porque así nos · ha sido impuesto pero, antes, debemos hacernos
otra pregunta: ¿ Qué son las aldeas? La contestación no es tan
fácil como parece a primera vista, ya que los textos literarios no
nos sirven para este fin
y tampoco nos sirven las fuentes gramati­
cales, ni las jurídicas usnales y de manejo diario. Veamos:
El Diccionario de la Real Academia Española dice que aldea
es lugar corto,
.sin jurisdicción propia, que depende de la villa o
ciudad en cuyo distrito está. Creo que estaréis de acuerdo con­
migo en que ~sta definición, aparte de no ser exacta, no nos sirve
para nada, ya que no suministra dato alguno sobre lo qne, verda­
deramente,
es una aldea. Será un lugar corto, pocos vecinos, pocos
habitantes, pero el que tenga jurisdicción propia o no y que tenga
o no dependencia de
la villa o ciudad, aparte de no ser exacto,
podrá tener relevancia
en el estudio del régimen señorial o de otro
régimen de sometimiento, pero, después de leer el Diccionario,
habremos de convenir en que seguimos sin conocer, con este texto,
lo que es una aldea. Y menos lo comprenderemos si consultamos,
en
el mismo Diccionario, la palabra aldeano: ''inculto, grosero;
rústico", peyorativa calificación que sólo puede ser debida a la
pluma de un tecnócrata que nunca pasó por una aldea, ya que
atrí, como en las ciudades, habitan personas incultas, groseras y
rústicas y ·personas cÚltas, educadas, con inquietudes espiritÜ.ales.
Et Diccionario mantiene la vieja idea de que pwgamumi define un
ser inferior; inexacta, tópica: y siempre rechazable.
El difundido Espasa intenta mejorar la definición de la Aca­
demia
y, como es natural, la empeora: '1ugar corto que no tiene
civil rii jurídicamente, · existencia ·Propia y separada, sino que de­
pende ele la villa". El modificador es seguro que im leyó, siquiera,
la Ley del 77. Tampoco nos sirve esta delinición. ·
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¿DEBEN SUBSISTIR LAS ALDEAS?
Los Diccionarios jurídicos, son poco expresivos. El viejo Es­
criche reproduce la definición de la Real Academia de la Lengua,
pero, al hablar de los aldeanos, menciona
un dato importante como
es la cita
de la Ley 21, del título 1.0 de la partida I.8
, que se re­
fiere a los
aldeanos que labran la tierra, lo que lleva a la conclu­
sión de que
el elemento humano se integra con labradores. En
cambio, el Alcubilla, en todas sus ediciones, no hace más que co­
piar al Diccione.río
de la Academia y fijar su atención en la inexis­
tencia de jurisdicción propia.
Nada de esto es exacto. Las aldeas, incluso dentro de la legis­
lación municipal, tienen personalidad propia, aunque esté
limita­
da, independientemente de la villa o ciudad a que la jurisdicción
superior
.pertenezca, porque la aldea, cuando es una verdadera
aldea, tiene una personalidad iodependiente y es
un cuerpo inter­
medio natural e indispensable
para lograr los fines que propugoa
la sociología agraria católica.
III
La etimología de la palabra aldea e.s árabe, y más expresiva.
Procede
de ad-dhi,a, finca territorial, caserío. Tenemos aquí un
elemento primordial
para comprender que, en una aldea, es indis­
pensable
la existencia de una finca .rústica en explotación, objeta
de la aifectio del grupo humano que la habita y la trabaja.
Este grupo humano puede haber estado padeciendo un ré­
gi,men señorial si pertenecía a lll1 alfoz, de mayor o menor inten­
sidad y de mayor o menor pesadez económica, si fue solariego,
eclesiástico, de ciudad o realengo, pero nunca suburbio de
una
gran ciudad, porque entonces no será una aldea, ya que le falta
el
elemento físico, que es la finca y entonces, si sentamos como
conclusión definitiva que
para la existencia de una aldea son in­
dispensables fincas en propiedad y en
· explotación individual y
otras en explotación comunal
por los aldeanos, ya empezaremos
a conocer uno de los elementos
indispensables para formar el con­
cepto; la finca rústica explotada
por los que la habitan, que son
los
aldeanos.
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VICENTE FLORBZ DE QUJi,¡ONBS Y TOME
IV
Pero más importante que este elemento físico indispensable,
para nosotros, sociólogos católicos, es el humano, que ha de reunir
las características que he repetido muchas veces, siempre que he
tenido ocasión para ello, y con muy distintas finalidades: el pwer
fanvüws, porque la aldea es una agrupación de padres de familia.
En las viejas Ordenanzas sólo se consideran vecinos a los padres
de familia. Sólo ellos tienen voto en el Concejo abierto. Estimo,
y os ruego que perdonéis la reiteración de las
citas, que el ele­
mento humano de la aldea se integra por los padres de familia,
titulares
del fund,,,s instrutus comund -de parcelas combinadas
con otros medios naturales, humanos, jurídicos y sociales, como
dice J uglart-con derechos de utilización de los bienes comunes;
de un grupo de propietarios de una propiedad
tan trabajada que
es la verdadera institución aglutinante que convierte al hombre
en ciudadano
de un pals, como decía Senador Gómez; para los
que, como afirmaron certeramente Maroi y Flach, cultivan fundus
o sea, la unidad deseada, porque el fundus nace del ánimus, de la
affectw que le imprime una especie de personalidad, que es lo qne
explica las menciones
fwndus miwistrwt, fundus servit, fundus <'e711it,
de los juristas, oradores y agrimensores cuando mencionan el
fundus; es decir, hombres cuya conducta es la antítesis de lo que
nos dice
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
V
Llegamos así a una definición de la aldea. Es, como dice la
etimología, una finca territorial, normalmente de gran extensión
y
escasa productividad, poblada por un grupo de agricultores in­
nwtsos en la aifectw que, en la inmensa mayoría de los casos, pro­
ceden de un ascendiente común. Así se une el elemento físico: la
finca, con el elemento humano: los aldeanos cultivadores, a quie-
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¿DEBEN SUBSISTIR. LAS ALDEAS?
nes ya se refería la legislación de Partidas: una propiedad indivi­
dual y de unos aprovechamientos comunes.
Desde el puro aspecto jurídico -agrario o municipalista- la
reglamentación
es perfectamente fácil. No es necesaria más labor
que la del
recuerdo de numerosos estudios, cada vez menos leídos
y nnnca leídos por los tecnócratas, como son las Memorias de
últimos del p¡l,sado siglo y de principios del presente, de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas y algunas otras
com­
pilaciones de lectura fácil e instructiva, como son los de Costa, los
de Morán y modestamente. m1 recopilación, un extracto apretado
de las Ordenanzas de Aldea, en el viejo Reino de León. Si exa­
minamos esta organización en Aragón, Cataluña y Asturias, com­
probaremos que la sabiduría campesina ha llegado a las mismas
finalidades, por
la sencilla razón de que las condiciones geográ­
ficas y humanas, son las mismas.
Esto es lo que no comprendieron los bienintencionados legis­
ladores de Cádiz, primeros tecnócratas, ni los tecnócratas poste­
riores,
en los numerosos intentos municipalistas, antes y después
de la Ley del 77, incluso en la vigente legislación de Régimen
local.
Pero si ya he logrado explicar lo que entiendo por aldea, creo
que todavía no estamos en ocasión de determinar
si deben sub-­
sistir, porque es indispensable hacer una ligera referencia a lo
que han sido y a lo que son.
VI
Han sido y son una forma de asentamiento campesino que
permanece viva a través de la historia. Sin ocuparnos ahora de
disquisiciones puram~te científicas, en cuanto ·a su origen1 ibé­
rico o germánico, más o menos romanizado, parece evidente que
podemos sentar
la conclusión de que tienen las mismas caracte­
rísticas en
,el der:echo ibérico primitivo, en el romano, antes de su
orientalización,
y en el germánico. Sus características vitales son
análogas, puramente campesinas, de economía cerrada y siguen
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VICF.NTF. FLOREZ DE QUifWNES Y TOME
la misma línea cíclica en su evolución. Se pueden, a mi juicio,
mantener todavía las conclusiones generales de los historíadores
del
Derecho: Costa, Azcárate, Diez Cansa:o, Ferrara, Veneciano,
Gier ke,
Dopsh, En un principio, el asentamiento es comunal. Se
afirma
ante todo la propiedad de la tierra, como de la tribu, pero
pronto, en todos los pueblos,
se produce un movimiento de des­
integración, consecuencia del cambio de explotación ganadera en
explotación agraria y
aparecen los tres elementos que constituyen
una
organización que dura muchos años :
l.º Un campo común, que continuó siendo propiedad colec­
tiva del grupo y cuyo terreno, aún después de la distribución y
apropiación de una mayor a menor parte del mismo, comprendió
siempre los pastos y los bosques.
2.
0 La parte de ese terreno común se distribuía temporal­
mente entre las familias, esto es, las porciones cuyo reparto se
repetía periódicamente y cuya porción cambiaban los que la cul­
tivaban y
3.0 La casa y terreno propios que constituía la verdadera
propiedad de
la familia.
Pero, si bien la propiedad empieza siendo íntegramente colec­
tiva, de la tribu, pronto, por virtud de distribuciones sucesivas,
nace
la propiedad privada de la casa y del terreno anejo y, en la
mayoría de los países, la parte qne se distribuía temporalmente,
permaneciendo los pastos y los bosques en su carácter de propie­
dad colectiva.
Estos grupos comunales subsisten a pesar de las hambres, de
las
guerras y de las catástrofes. En nuestro país no desaparecen
nunca. Sufren despoblaciones y repoblaciones, consecuencia de
las guerras.
Los campos andaluces son una prueba de ello, cuando
en las grandes fincas
aparecen las ruinas de los caseríos aldeanos
convertidos,
periódicamente, en grandes latifundios. Et reciente
libro de Ladero sobre la Granada
nasri, es una prueba concln­
yente.
En la zona norte de nuestro país, los primeros documentos
nos
ensefian que antes de la aparición del Concejo, como entidad,
las concesiones
reales se hacen a la masa -hómdnes-que son los
mis
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¿DEBEN SUBSISTIR LAS ALDEAS?
que adquieren los derechos, awique luego la concesión se haga al
Concejo, a la reunión de hómi,nes, hasta la Alta Edad Media. El
estudio de estos diplomas,
de las tierras y de las ruinas, com­
prueba que la aldea céltica o ibérica conservó su existencia
y su
independencia durante la dominación romana y durante la iufluen­
cia germánica, pues aunque muchos vicos· o aldeas fueron trans­
formándose, principalmente por influjo de la propiedad ·indivi­
dual, otras, por su aislamiento, conservaron sus instituciones .pri­
mitivas que, con ligeras variantes, han llegado a nuestros días.
Es una prueba instructiva la independencia de las aldeas atri­
buyendo a sus Concejos abiertos
el derecho de administrar sus
bienes
y, en tal concepto, de los montes y pastos comunat1es, que
les
permitía mantener su personalidad mediante el uso del antiguo
régimen colectivo.
El meo o aldea, asentamiento de las gentílito,s,
del clan, de las familias asociadas, pudo mantener también el prin­
cipio de
reparto por familias y de comunión familiar de tierras
laborables que
ha llegado hasta nuestros dias. en muchas regiones.
De este modo, las aldeas se nos presentan como agrupación de
familias, con unos intereses siempre comunes, con una responsa­
bilidad que es igual para todos.
Las aldeas no eran, ni son en definitiva, más que comunida­
des familiares ensanchadas.
El grupo es político familiar, la res­
ponsabilidad de un individuo recae en aquél, como nos enseñan
las disposiciones de los fueros extensos. Los intereses de
uno,
son
los intereses de todos.
Como
observa Diez Canseco, hacia el siglo x, la villicación
decrece rápidamente
y la población se agrupa en lugares y aldeas,
con la división tripartita clásica:
el casco de la población (villa)
en el centro, compuesto de casas, huertos y cercados para el fo­
rra
je (ferreñales); las tierras de cultivo y los prados de posesión
individual y familiar (tierras de foris) y, en tercer témino, los
exiti, praderas, dehesas y montes de aprovechamiento común,
aprovechamiento que también se extendía, por los ganados
de
cada aldea, a las tierras y prados propios de sus vecinos. Estos
derechos de aprovechamiento
dependían generalmente de un solar,
de una corte, y entonces se consideraban acoesorlos y
se trans-
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VICENTE FLORBZ DE QUIFIONES Y TOME
mitían con ellos. Otras veces eran objeto de convenciones espe­
ciales ; pero nunca se delimitan, siempre se trata de partes no es­
pecificadas en la comunidad.
Las donaciones reales Se refieren, por lo general, a las colec­
tividades. Se extienden a las tierras, egidos y montes, con que
atender a las necesidades comunes y las gentes, como es lógico,
se asentaban con preferencia en aquellos lugares de más extenso
término; pero, esta propiedad colectiva sufría la misma desinte­
gración que había sufrido antes la primitiva propiedad ibé,-ica co­
munal. Por una parte, las concesiones temporales de terreno que
fueron convirtiéndose á, perpetuas. De otra, la ocupación por el
trabajo.
El morador que quiere ejercitarse en la agricultura, aco-'
ta, del suelo poseído por su comunidad, la porción libre que puede
laborar con su trabajo personal y el de su. familia; pero si se tra­
taba de un
junior, antes de su definitiva liberación y en los luga­
res nO sujetos a plivilegio especial, estas adquisiciones se consi­
deraban accesorias al solar y seguían a éste.
Si bien en un principio todas las tierras de la aldea pertenecían
al común aprovechamiento de los vecinos, algunos pueblos las uti­
lizaron como fuente de ingresos contrariando así la propia y es­
pecial naturaleza de estos bienes, de donde nació su división fun­
damental que
ya distinguen exactamente las Partidas: propios y
comunes, o patrimoniales y comunales, entre los que existe una
diferencia esencial, puesto
qu,e los pri,rneros constitu)'eron una
propiedad privada, como otra cualquiera y eran sólo un medio
económico
para levantar las cargas del Concejo, mientras que los
otros, constituían una
forma peculiar de propiedad y servían de
base
fundam,:nta! para la vida del grupo y qne, por sus circuns­
tancias particnlares, no puede confundirse con ninguna otra.
Así viven y subsisten durante siglos las
aldeas en régimen
comunal.
Por lo general, el número de pobladores permanece es­
tático.
El aumento de la poblacibn se compensa con la emigracibn
constante. Otras veces, en algunos calamitosos períodos, por efecto
de las hambres terribles y peribdicas, la aldea desaparece y más
generalmente desaparece al
sur del Duero, durante la larga gue­
rra que se llama de Reconquista
-lucha civil entre espafioles, con
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¿DEBEN SUBSISTIR. LAS AWEAS?
duración de siete siglos-. El examen arqueológico de muchas
grandes fincas ,en la Mancha, en Extremadura y en Andalucía,
nos enseña la falta de capacidad de poblamiento dentro del puro
régimen señorial en que
se produce la segunda fase de la Recon­
quista. Las grandes encomiendas,
los grandes latifundios seño­
riales del Centro y del
Sur despueblan las aldeas y, en todas esas
regiones,
el aldeano se convierte en un asalariado sujeto a ham­
bres periódicas y constantes, consecuencia del paro estacional.
La lectura de documentos auténticos produce doloroso asombro
al comprobar la miseria de los "ornes que labran la tierra".
VII
Dos regiones españoles claramente diferenciadas: el Norte,
con propiedad comunnal, con
.aldeas de población casi siempre
constante, exportadoras de hombres,
e Centro y el Sur, grandes
fincas, inmensos baldíos, férreo régimen señorial, desaparlCión
de las aldeas. La villa, centro del latifundio, se convierte en el
castillo, sede y defensa del señor, signo de opresión. La a,ldea, con
su concejo abierto, con su templo
y su comunidad, procura la li­
berta,d del grupo. Debemos anotar estas circunstancias, para ob­
tener contestación a la pregunta formulada.
Y esto es así, no só1o como consecuencia de la larga guerra
con los musulmanes, sino también producto cle las luchas seño­
riales, guerras civiles parciales, que causan desastres en toda la
Península, con efectos muy diferenciados en e Norte y en el
Sur y que, todas ellas, significan un grave peso económico y de
pérdidas humanas para la población aldeana.
Un tema instructivo, válido ,para las dos Regiones, arbitraria­
mente fijadas antes, es el estudio de la inmunidad señorial. En
·la wna N arte, la inmunidad señorial significa, para las aldeas, no
sólo la pesada carga de hombres para la guerra, sino también de
la
tributación que, como prestaciones personales y cargas de jus­
ticia, percibe el señor: En el Slglo xv, cuando aparece la quiebra
del primitivo régimen señorial, se produce una importante trans-
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VICENTE FWREZ DE QUI~ONES Y TOME
formación debida al ingenio de los juristas: los gastos de justicia,
las prestaciones. al señor, que son de carácter público, indetermi­
ua derecho privado.
Las capitaciones se transforman en derechos cen­
sales sobre las tierras, mediante la fórmula del fuero censo mp•hi­
tiossin.
En el Sur, los derechos indeterminados propios del régimen
sefiori:;l,
que se afirma con fuerza ya incontenible, se tranforman
en verdadera
propiedad, consolid,;da por los Reyes Católicos. Y
el castillo, antes en precario, con sus tierras, se convierte en pro­
piedad individual. Desaparecen los aprovechamientos vecinales y
todo es ya propiedad del señor. Luego, la venta
por los primeros
Anstrias de aldeas y lugares, de Obispados,
Monasterios y Or­
denes militares y también de algnnos realengos, hacen pasar a los
aldeanos,
de un régimen con cargas soportables, a un régimen
duro sometimiento
al nuevo señor.
Y más tarde, en
la época de Felipe IV, la· venta de vasallos
en masa,
en los que se comprenden innumerables aldeas que pron­
to
se despueblan por razón de una cláusula de estilo, a mi juicio
poco estudiada: la inclusión, en la venta, de los baldíos o mostren­
cos, que aunque no se comprendía específicamente en la venta de
los vasallos, se comprueba en los documentos que pasan a ser
propiedad del señor, pues los
poco escrupulosos podían aprove­
char su autoridad
seliorial para usurpar las tierras baldías y co­
munales, práctica no infrecuente; podríamos agregar, práctica ge­
neralizada,
y, de este modo, comprender los resultados de la ex­
plotación arqueo!ógica de ruinas de aldeas y la
organizaci6n de
los grandes latifundios en las tierras montuosas
del Centro y del
Sur de España.
La.s dos regiones reaccionan, ante estos h,echos, de manera
muy diferente. Los aldeanos del Norte, cuando pueden, compran
su
pt'opio señorío, como sucede en el caso de Abelgas y de tantos
pueblos de la provincia de
León ; otros pleitean para eximirs,e de
las prestaciones,
y· pleitean durante largos años, como ocurre, en
la mistna provincia, con los Con~ejos de Omaña, de los Trans­
versales
y de Laciana. Los primeros quedan liberados, los segun-
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¿DEBEN SUBSISTIR LAS ALDEAS?
dos rn.~j9ran su situación a través de tr~iones meticulo~
y de una resistencia tenaz. puramente jurídica. De este modo,
subsisten las
aldeas y subsiste la propiedad comunal, !imitadora
de
la propiedad individual.
En el Centro y en el Sur, los resultados son diferentes. Las
aldeas
se despueblan, se crean grandes zonas desérticas lo que,
en el
siglo XVIII, obliga a los tecnócratas, que entonces se llama­
ban ilustrados, a colonizar con importación de trabajadores
ex­
tranjeros, como ocurre en toda la colonización denominada de
Sierra Morena, constituyendo otra vez caseríos y aldeas, en los
lugares donde estuvieron las aldeas desaparecidas.
VIII
Triunfa a finales del siglo XVIII la Revolución francesa y ad­
quiere mayor importancia
el influjo de la tecnocracia. Presiona­
dos por los efectos del régimen reñorial, tan crudo y duro en los
lugares
de . origen, aquellos tecnócratas procuran poner remedio
bien intencionado, con
copiar de otros países, pero fuera de la
realidad española y las aldeas empiezan a sufrir golpe
tras golpe.
No estimo
ocioro recordar algunas palabras de ·las Cortes de Cá­
diz, instructivas para comprender la preocupación que tenían aque­
llos legisladores, centrada en lo accesorio
y no en lo fundamental.
En los Diarios de aquellas Cortes, pueden leerse estas asombrosas
palabras:
"Contrayéndose a las
aldeas para que esta Corporación ( el
Ayuntamiento) pueda cumplir ,Jo que se propuso la Comisióo en
su establecimiento, es preciso que tenga fondos considerables de
que disponer
en beneficio público; porque ¿ cómo podrá fundar
escuelas, cuidar
de las reparaciones de· 1os caminos, puestos, cár­
celes, montes y plantíos, etc., si no hay qúé gastar? ... ¿ con qué
se
ha de dotar tin Escn1iano que, lo menos, necesita 200 ducados
anuales y, por·
parte, del resto de su salario prescindiendo de 1o
que es indispensable' para socorrer al Alca1de que estará diaria­
mente ocupado sin
poder concurrir a las faenas de su labor de
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VICENTE FLOREZ DE QU!RONES Y TOME
que dependen él · y su familia? . . . ¿ con qué se han de pagar los
verederos que circulan las órdenes
constantemente desde la Ca­
pital y con qué, finalmente, se ha de propagar la industria en todos
los
ramos?... Sería preciso cargar a 250 vecinos, que componen
el número de las mil almas, la mayor parte joven, noa contribu­
ción superior a
sus facultades, sólo para este efecto, imposibili­
tándolo absolutamente para las obras que son más interesantes
de la Nación ... ".
Este legislador tecnócrata no conocía la organización aldeana.
Se hallaba ignorante de que las aldeas, según sus viejas costum­
bres, recopiladas en concretas e instructivas Ordenanzas, ·no nece­
sitaban el Escribano, les bastaba el fiel de fechos; su Alcalde, ad­
ministraba
a:sistido de su Consejo abierto y podía cuidar de su
labranza
ya que, como aldeano, era de los hombres que labran la
tierra; tenía a su disposición verederos y velanderos en prestación
comunal regulada; tenía a
su disposición los servidos cooperati-'
vos que significaban los seguros de muerte del ganado y las pres,­
taciones de todos para las veceras, tenía en fin, a su disposición, 1
con la asistencia del Concejo, todos cuantos elementos necesitaba
para regir la aldea sin necesidad de un secretario que ga:nase
200 ducados más su salario, lo que, por otra parte, resultó después
inoperante, ya que
los secretarios rurales · no han dedicado su ac­
tividad, su fructífera actividad, al servicio del Municipio, sino
al
de los intereses estatales que, de este modo, tenían a su disposición
una burocracia eficaz a
costa de los rústicos.
Pero
en cuanto a las aldeas, y me refiero ya a las verdaderas
aldeas
de la zona Norte de la Península, la crisis más importante
se produjo después y tuvo lugar en la insensata aplicación de
las leyes desamortizadoras. Estimo inútil, porque no es de este
tema, hacer referencía a
la desamortización eclesiástica, pero con­
sidero indispensable referirme a
la desamortización y venta de
los bienes comunales.· Las ordenanzas de aldea, para obtener una
verdadera justicia, segu!an una política muy distinta de las gran­
des ciudades.
En estas últimas, como es natural, los vecinos, no
realizaban los aprovechamientos.
La Ciudad los arrendaba y de
aquí nace la diferenciación de las leyes de Partida que consideran
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¿DEBEN SUBSISTIR. LAS ALDEAS?
estos bienes como bienes propios de la Ciudad. No es tampoco
ocasión aquí de recordar que
tsta desamortización no hizo más
que cambiar la propiedad de la Ciudad, por la de un negociante y
que ésta es una importante fuente originaria de los grandes lati­
fundios
del Centro y del Sur de España.
Las aildeas seguían otra conducta cuyo carácter social es indis­
cutible. Los bienes comunales
tenían, como objeto primordial, el
aprovechamiento vecinal, pero dentro de éstos, existían algunas
extensiones
de terreno denominadas los puertos, que se arrenda·
han temporabnente a ganaderos
tra.nshumantes y el resto se fle­
vaba en un régimen de aprovechamiento directo, pero como este
aprovec4amiento estaba en relación directa con las parcelas pro­
pias de cada aldeano, en ,las ordenanzas se establecía una exención
de pago por aprovechamiento hasta una
determinaida cantidad de
cabezas de ganado: el resto había de tributar un arbitrio propor­
cional para ayuda de las cargas de la comunidad.
Creo que esta­
réis de acuerdo conmigo en que esta solución era socialmente
justa.
Pero los tecnócratas de
·la Ciudad no comprobaron esta dife­
renciación y pusieron en venta todos los bienes cuyo
aprovecha­
miento fuese total o parcialmente arbitrado. Y esto produjo la
misma consecuencía en el Norte y
en el Sur que había producido
el régimen señorial. Las aldeas del Norte compraron sus propios
bienes comunales,
ya no a nombre de la aldea, sino a nombre de
todos y cada uno de
loo vecinos, propiedad que aún subsiste con
una calificación jurídica difícil.
Una pérdida más para la economía aldeana que luego, en ex­
tensas zonas, se salva en parte, con la denominación de montes de
utilidad pública, pero que perjudica el aprovechamiento con la di­
recta intervención de los tecnócratas, generabnente desconocedo­
res, pabno a palmo, de las características de los montes declara­
dos de utilidad.
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VICENTE FLOREZ DE QUINONES Y TOME
IX
En el año de 1931, se produce 1a disentida Ley de Reforma
agraria. Tampoco es aquí ocasión del examen de esta Ley, tan
poco tiempo vigente, pero sí, en cuanto a las aldeas, conviene des­
tacar dos extremos:
l.º El intento de recuperar los. bienes comunales.
, , 2.
0 La rormación de comunidades aldeanas.
El primer punto quedó en simple propósito; el segundo, fue
regulado por el Decreto de 20 de septiembre de 1934. Acaso, ¡:ma
los sociólogos, .sería interesante, después de treinta y seis afios,
recordar los preceptos de este
Thecreto y el contenido de su preám­
bulo y compararlo con las ordenanzas
de aldea de los siglos xv,
xvr y xvÍI, comparación que podría llevar a concluir que los re­
dicfo~s del Decréto se limitaron a acomodar, a unas circunstan­
tancias diferentes, los principios de aquellas ordenanzas, Dos años
es muy
poco tiempo en el campo y, a pincipios del afio 1936. se
abandonó esta dirección sociológica y los tecnócratas, luego su­
cedidos por otros
tecnócratas,, han construido aldeas, han hecho
parcelaciones inviables y que inviables precisamente porque no
se han tenido en · cuenta las putas características económicas, ni
la han tenido de las experiencias de l9s aldeanos y de su ocgani­
~dón, contrastadas por una .historia de milenios.
X
Aprendí en mi pequefia aldea, una . verdad evidente: el que a
buen árbol se arrima, buena sombra Ie cobija. Sigo esta ensefianza
y
quiero cobijarme ahora bajo fa sombra de dos buenos árboles:
Altnbe, cuando advertía :
el derecho no es geometría, ni un
qwid abstracto . . . es algo adaptado a la vida, enraizado en ella,
como las plantas a
la tierra. No lo convirtamos en un herba-rvum,
que no es sino un cementerio que exhibe pedazos secos y sin vida
de plantas; que no nos representa viva
la flora de una Región,
1036
Fundaci\363n Speiro

¿DEBEN SUBSISTIR LAS ALDEAS?
smo -como ha hecho notar Roscoe Poud-¡ despedazada y
muerta!
Y V allet : "Los problemas agrarios . . . a veces,
se han exa­
minado
sólo desde la vertiente de la economía, olvidando que
debe hallarse al
servicio del hombre y no viceversa. En otras, lo
han tratado de resolver hombres de las grandes capitales, que
miran al campo como un mero proveedor para la nutrición de los
habitantes
de aquéllas, puesto a su· servicio, y han supeditado la
vida y la organización campesinas a la máxima baratura y abun­
dancia de los mercados urbanos ... y, con esta visión materialista
se supedita
" priori toda la vida dcl labrador a. la baratura, en las
ciudades, de los productos agrícolas . . . aunque luego . . . pueda
no resultar así ... es de notar, que,' en ella, coinciden el gran ca­
pitalismo y el marxismo. Aquél, pensando que el ideal es la ex­
plotación del campo por grandes· Sociedades anónimas -que lo
colonizan, a fin de qne de él obtengan el máximo jugo los accio­
nistas, residentes
en la Ciudad-; el marxismo, para dominarlo
política, técnica y burocráticamente y
exprimirlo hasta extraerle
todo su
jugo en beneficio del todopoderoso Estado y -¡ cómo
no 1, en consecuencia-en el de la política y el poder personal de
los
gobernantes. Cabe también la explotación por una sinarquía,
por sociedades mixtas, parte del Estado
sacializante y parte del
capitalismo oligárquico, ligado a la minoría dirigente" ,

, . "hay un
mínimo vital en
,Ja cantidad de tierra de cada calidad, por debajo
del cnal no
es posible qne vivan las personas que integren una
familia".
Cobijados en esta sombra realista, recordemos cómo son las
tierras de España.
Las la"'1es hispaniae, que van de Mela y Plinio a San Isidoro
y Alfonso X,
están llenas de un explícable espíritu patriótico,
pero desfiguran la realidad. Decía ya Estrabón que nuestra Pen­
ínsula "en su mayor extensión es poco ~bitable, pues casi toda
ella está cubierta de montes, bosques y llanuras, de suelo pobre
y desigualmente
regado ... " Aun hoy, sólo alrededor del 42 %
es cultivable o semicultivable; el 58 % , lo ocupan tierras incultas.
Unicamente
el 7,70 % es regable, y en la tierra cultivable, que
1037
Fundaci\363n Speiro

VICENTE FLOREZ DE QUif!rONES Y TOME
cubre 21.337.000 hectáreas, 3.420.260 hectáreas constituyen áreas
desérticas o semidesérticas y en otros 10.736.930 no puede pres­
cindirse del
barbecho blanco. El barbecho semillado sólo pnede
utilizarse en 4.727.595 hectáreas y únicamente 2.860.470 pueden
utilizar la alternativa europea.
Vivimos en una meseta, con unas depresiones litorales limi­
tadas por cadenas montañosas. Hispan.ia se caracteriza por lo
abrupto, montañoso y accidentado. En su conjunto, la Península
es, aparte
se halla entre los 1.000 y los 2.000 metros de altura y un 41,92 %
se eleva entre los 500 y los 1.000 metros sobre el nivel del mar.
La tierra es poco fértil. Hay en ella un 10 % de rocas peladas;
un 3,5 % de terrenos muy pooo productivos por su excesiva al­
titud, su excesiva sequedad y su mala composición; un 45 % de
tierras medianamente laborables, carentes de agua o de compo­
sición no demasiado buena, sólo un 10
% es realmente feraz. Los
desniveles térmicos son tr,emendos. Exceden en muchos sitios de
los 50 entre la máxima y la núnima anual. Las lluvias son escasas
en la
España seca, que comprende dos tercios del solar nacional,
y como la
radiación del suelo es grande, la aridez se acentúa con
el correr del tiempo. Abarca la zona seca 314.084 kilómetros cua­
drados.
En 247.702, llueve menos de 500 milímetros al año y en
buena parte menos de 400 milímetros.
En Zamora y Zaragoza,
llegan las lluvias escasamente a 300; en los Monegros, a 200·; en
el
Cabo de Palos a 193, siempre cou irregularidad en las precipi­
taciones. En muchas regiones transcurren meses sin lluvia, y~
cuando llegan, son bruscas y torrencia,Jes. España y Hungría, son
los únicos países de Europa donde existen estepas. Los estiajes
de los ríos son tremendos.
El desnivel entre los máximos y mí­
nimos
aforos del Gnadalquivir, oscilan del 1 al 1.000. En Cór­
doba, por ejemplo, pasa de ,[os 12 metros cúbicos a los 4.000 y,
de ordinario, no execede de fos 64. Mayores, todavía, se dan eri
el Güada joz.
Si con estos
antecedentes se recuerda que
el secano ha:sta los
200 milímetros la
vce~tación es desértica, que, con menos de 350
no es posible
el cultivo cereal ; que de 350 a 500, ha de dejarse
1038
Fundaci\363n Speiro

¿DEBEN SUBSISTIR LAS ALDEAS?
un año de barbecho blanco; que de 500 a 750 el cereal es seguro
en un cultivo sin pausa y que, por encima de esta cifra, las gra­
míneas surgen espontáneas y se sostienen verdes durante todo el
año, habremos de deducir las condiciones agrícolas ínfimas, aun
a pesar de los
grandes medios que la técnica moderna ha puesto
a contribución
para mejorar las producciones, de la zona del bajo
Levante,
las pésimas de la región del Ebro, de la gran área ocu­
pada por el cultivo del trigo en posición marginal en la zona de
la alta y de la baja meseta, del Levante medio y de la zona ex­
tremeña; que
las únicas favorables para la producción agrícola
constituyen una exigua minoría, campiña andaluza, alto Dnero y
alto Levante y que
el clima europeo sólo domina en las tres pro­
vincias
pirenaicas y en las nueve de la región cantábrica.
XI
Estas circunstancias geográficas, poderosas e ineludibles, en­
señan:
a) La gran ,explotación, con exclusiva economía del mercado,
con
dism;nución del trabajo humano, sustituido por la aplicación
de la
máquina, sólo podrá tener éxito en las zonas reahnente fe­
races: campiña andalnza, alto Duero, alto Levante y vegas o ri­
beras de los rios que tengan amplitud suficiente
para constituir
grandes explotaciones agrarias de carácter unitario, con su ges­
tión individualizada en · una sola propiedad, con una sola direc­
ción, aunque las fuertes inversiones signifiquen la interferencia
de organizaciones financieras.
b) En todas las demás zonas habrá de permanecer subsistente
el grupo: propiedad individualizada, donde exista, complemen­
tada con a,!guna de las formas de propiedad comunal secundaria,
en todas las regiones semidesérticas, donde el elemento comuni­
tario de explotación del grupo será lo principal.
En concreto: en la primera forma de explotación, el elemento
básico es objetivo: la tierra; en la ,segunda, lo será el humano,
el grupo o aldea.
1039
Fundaci\363n Speiro

VICENTE PLOREZ DE QUIE XII
Ahora bien, aun a pesar de la sustitución del trabajo humano
por la máquina, de
la economía de subsistencia por la economía
del mercado, la gran explotación necesita la permanencia en el
campo de trabajadores agrarios. Aunque la actual mecanización
de los transportes permite,
en las explotaciones puramente agríco­
las, lahabitación
de la mayoría de los trabajadores lejos de la
finca, base de la explotación,
tauro en ella como, más especial­
mente, en las explotaciones ganaderas, es mdispeneable la perma­
nencía de
.un número determinado de trabajadores, dentro de
la explotación, con habitación permanante en dla, lo ou~ entraña
la necesidad
de unas normas de convivencia. Claro es, que esta,
normas de ronvivencia las fija y determina el director de h ex­
plotación, por lo que,
Ia pura gestión económica significa un re­
greso: el director de la explotación se ha ronvertido en el vil&us
o en el habitante del castillo. No podemos considerar, por tanto,
que las necesidades
de convivencia en esta gran explotación .nos
lleve, en las achlales circunstancias económicas, a admitir que se
ha constituido una aldea, porque los aldeanos no tienen interven­
ci6n alguna en los actos de gestión, ni en los de representación. To­
do como consecuencia de que en estas agrupaciones
el elemento
esencial es puramente económico.
Como hemos visto, en la verdadera aldea, el elemento sustan­
cial
lo integra la agrupación de los "ornes que labran la tierra";
familias y grupo de familias, tan adentrado en
la doctrina católica
y reconocido con tan sentidas, prácticas y poéticas palabras por
Juan
xxm. Propiedad individual, propiedad familiar, grupo; per­
sonalidad, estas son las cáracterísticas esenciales de· lo que es la
explotación agraria aldeana.
En la primera, propietario director, villlicu.s, y asalariados;
en la segunda, familias, grupo de familias y Concejo. Allí una
sóla personalidad, aquí la persóna'1idad social del· ·grupo, siempre
constructiva. Entre una y otra, sólo queda una analogía ~ndá-.
1040
Fundaci\363n Speiro

. ¿DÉBEN SW3SISTIR .LAS ALDEAS?
ria, la necesidad de la convivencia, regulada en el primer caso por
tina sola voluntad y, en el segundo, por, un eonjunto de volun°.
tades' unificadas en un interés común.
XIII
Las interferencias de la economía del: mercado,' del paró cesta"
cional, de la seguridad económica, de la comodidad, tan favore­
cida por los Estados modernos, en _las ciudades y tan despreciada
para los pequeños grupos,
ha ll~v'a'do en estos últimos años, a una
triste consecuencia : el éxodo.
La casi totaJlidad de las, aldeas, ha
<;<>~probado la c;1.,.;,_¡,ari<;ión de nÚtn;e;osii:/~mtlias ¡.;~l_éfeJ!teii;Ja,; ,. C ''> ,,_, ', .• ,-, -' -,_,j;' ,,_,_) -' ' _,., > ,)_,:, v·~-"
qisa;s ~e .. ~¡:ten, sus haJ?itantes usan de las sqbv~cione_s~qt}e_g~f:l~-
rosai:nente proporciona eÍ Estado, se trasí~clan a la CíÜc!ad y _liís " -' .' • ·--• • , -· 1 • • --· .c , J, •. ' tierras se al;>andon¡¡n, · ., . . . . . . · . · '' ' -,, , . '' ,, " ; ) ,, _,;:, .... , ; ' ; El fenónieno no es nuevo. Si volvemos la vista atrás, _ ert mu-
~os siglos, somprobaremos este nii;;nw, 9ec!,o y su finalen las
lti$1mia de Eglptq, que ocupa .¡autos m'ilen1os. Cuando se llega al
estado· socialista o.~ -ei~do SUp.irc_ápitaÜ~~¡, ·e1 c.:unpq_ se despue':"
bla,_ 1os campeSin0$ -de&ean _a_scellder -al rá.ngo de fullci.onarfos, po~'
~dqn siempre más .OOÍn9da y, al principio, más ~gtlra; P_ero u.~.
nueva crisis lleva a .la 'reaparición de lás aldea's, que subsist~
~ta_ que, ~n. __ otro . ciclo, aparece una nuéva invasión. del capita­
!isino o del socialismo.
Después, podemos constatar
una comprobación análoga: Em­
pieza por la creación, en los viejos saltus, de una explotación se­
ñorial aunque,
en parte, comunitaria. Más tarde, el peso de las
cargas señoriales, hace imposible la subsistencia de la aldea y en­
tonces cl Estado toma una médida· feroz: la adscripción· a1 terreno
de los cultivadores que, a lo largo de los siglos, consiguen su li­
beración,-aunque sea triste reconocer que· no· se ha .. hecho más que
emptender,
otra vez, un largo· camino.
Las mismas consecuenciá:S resultan del examen T estudio de
recientes experiencias., La tecnbcracia· marxista ha creado el -Kol~
hos, éxplotación comut\itariá estatal: Las concliciones de vida y fas
66 1041
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VICENTE FLOREZ DE QUifWNES Y TOME
gestiones tecnocráticas de gentes "l'enidas de otras regiones, han
llevado a importantes
fracasos económicos, aun a pesar de que
el director cuenta con todas la facultades del viejo vill1CUS no ya
imperial, pero sí marxista, fracaso que llevó a los tecnócratas di­
rigentes a impedir
la libertad de movimiento de los campesinos y
luego, tras un nuevo fracaso, a reconocer la iniciación de la pro­
piedad individual con prestaciones comunitarias. Es decir: otra
vez
se ha emprendido el largo camino.
XIV
Es necesario, es indispensable, la subsistencia de las aldeas,
único medio de que se conserven, en sus puras esencias, las fami­
lias aldeanas. Su desaparición llevaría a efectos catastróficos, por­
que cegaría
la fuente estática y permanente de creación de hom­
bres arraigados. No creo temerario afirmar que la mayoría de los
aquí reunidos, somos hijos, nietos o bisnietos de aldeanos. Si
se
llegase a la desaparición de las aldeas, cuando dentro de muchos
años se reúnan ilos estudiosos con motivos análogos a los que nos
han llevalo a reunirnos aquí, los reunidos podrán ser nietos o bis­
nietos de gentes de los suburbios, desarraigados, masificados, tec­
nocratizados, desprovistós de la educación básica del bonus pater
ftm!dlias, tan viejo y tan fundamental, que recibimos de nuestra
ascendencia aldeana, de nuestros padres, de nuestros sacerdotes
y de nuestros maestros de escu,ela.
XV
Ahora bien, para conseguir esta finalidad de subsistencia, será
necesario
que el Poder públiéo colabore y que las aldeas reciban
un trato
de igualdad al que reciben las grandes ·agrupaciones.
Obsérvese 1a ingente suma de millones· con que el Estado favo­
rece las grandes ciudades, los auxilios permanentes, cuyo peso
recae sobre todo
el ¡iaís; compruébese qne cuando se invierten
miles de millones eri pistas, en pasos elevados, en urbanizaciones,
1042
Fundaci\363n Speiro

¿DEBEN SUBSISTIR LAS ALDEAS?
en industrias artificiales o en intentos fracasados de exportaciones,
no se entrega a los habitantes de las aldeas la parte que
les co­
rresponde. Podemos traer a
.]a 'vista la actuación del Instituto Na­
cional de la Vivienda o
el Ministerio de Información y Turismo
y comprobar la existencia, en las grandes ciudades, de locales de
recreo, bloques inmensos, hoteles suntuosos, lujo y superlujo,
privilegiada protección estatal. Pero si recorremos las aldeas po­
demos comprobar que las casas se arruinan Y se cierran y que
ninguna ha recibido la más mínima protección estatal. Paganum,
con esta observación, vuelve, desgraciadamente, a considerarse
como un ser inferior.
Y, además, una mayor atención al elemento humano, a la fa­
milia aldeana, al grupo, actualizando las enseñanzas de su larga
hiStoria. En ella, se comprueba la existencia, desde siempre, de
un sentido
de cooperación, no simplemente económica, sino de
una
cooperación económico-social. Por fortuna, han comenzado
a ver la luz, publicaciones instructivas sobre los éxitos de los
ensayos de cooperación en algunas aldeas. A mi juicio, sería acon­
sejable que, siguiendo las enseñanzas de otros países, el Estado
y, especialmente, los centros educativos, comenzasen muy pronto
a difundir los principios le cooperación, a crear cooperativistas y
directores de agrupaciones comunales, con presencia continuada
de
la importancia que efectivamente tiene, la finalidad económica
de
la agricultura y de la ganadería. Pero siempre abandonando
los principios generaJles y acomodando cada organización coope­
rativa a las circunstancia geográficas del lugar donde se cons­
tituya. Pero siempre con presencia de las Vieias enseñanzas, de
éxito comprobado en una experiencia Secular ignorada durante los
siglos XIX y XX.
Se olvida, con carácter general, que el Ayuntamiento, desde
1812, constituye una simple crfación administrativo--tecnocrática
y, por lo tanto, artificial. Miles de ellos se integran en agrupa­
ciones.
Tu ellas fas aldeas reciben nombres pintorescos: Pueblos
O!{/r~gados a un término municipal, cuando en la realidad, el tér­
mino mwtlcipa1 no existe si no, al contrario, el término delimitado
es el ne cada aldea, ya que el llamado municipal sólo tiene una
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VICENTE FLOREZ DE QUIFIONES Y TOME
pura vigencia administrativa e irreal. Más tarde: Entidades loca­
les menores, ·muchas veces, mayores que 1a capitalidad, aunque
el cambio terminológico signifique una aproximación a la realidad.
Todo
con la finalidad puramente administrativa de sostener
una burocracia al servicio del Estado, y la consecuencia real de
mejorar una determinada aldea a costa de las demás. Otra vez
villa
y alfoz.
Por eso es indispensable abandonar las teorías · tecnocrático­
imaginativas, vigentes desde 1812
y reconooer la verdadera natu­
raleza de la aldea, su personalidad evidente y su capacidad de in­
dependencia, porque ca.da una constituye un-verdadero ,municipio,
cuerpo intermedio natural, lo que no es la ficción administrativa
del Ayuntamiento, puramente artificial
y admitir su facultad para
regir los intereses humanos del grupo y los económicos del fundus
instrw:tus
comumal, conforme a sus viejas ordenanzas reguladoras
con maestría y experiencia de los intereses públiéos y privados
del grupo;· todo por ellos mismos, -como antes, sin burócratas, más
atentos'a los hechos que a las teorías y perfectamente compatibles
con los intereses generales
de la Nación, tutelados ¡,or el Estado,
desde
la gran ciudad.
De este modo, conjugando la igualdad del auxilio económi­
co, de las exenciones y privilegios entre Ciudad y Aldea, con el
recortocimiento de la personalidad, subsistan las aldeas, conser­
vando su carácter esencial
de grupo coheretite de hombres arrai­
gados y
de exportadores de hombres responsables como han sido
siempre.
En otro. caso también volverán a serlo, porque los ciclos se re­
piten, para superar la crisis catastrófica a que llevaría su des­
aparición.
XVI
Torpemente, no puedo hacer otra cosa, he llegado al final y
contesto· a la pregnnta inicial. Las aldeas no sólo deben snbsistir,
sino considero, y-lo he intentado demostrar, que son indispensa­
bles para Ja·subsistencia de·una nación.
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