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1975

La sociedad a la deriva

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Gabriel de Armas y nuestra tarea con amigos de la Ciudad Católica

DISCURSO DE CLAUSURA
DE LA XIV REUNION
GABIUEL DE ABMAS Y NUESTRA TAREA
COMO .AMIGOS DE LA CIUDAD CATOLICA
POR
JOSÉ ANTONIO G. DB CoRTÁZAll Y SAGARMÍNAGA.
Hoy me roca a mí, porque Gabriel de Armas ha fallecido. Los
que le conocieron comprenderán el lastimoso papel que voy a ha­
cer ante el recuerdo de aquella fulgurante figura, ante aquella ex·
traordinaria luz de verdad, ante aquel manantial inagotable, ante
aquel rayo que
no se apagaba, ante aquel ejemplar cristiano y po­
lemista a lo divino, que fue nuestro entrañable amigo .. Sus discursos
de clausura
en las "Reuniones de los amigos de la Ciudad Católica"
precedentes,. fueron siempre
un verso incomparable,. un latido uni­
forme, una vitalidad esencial, un optimismo desbordante, una sim­
patía acometedora, una canción que no puede apagar sus ecos por·
que sus palabras eran verdad y vida, pensamiento y acción, lección
y mensaje de un contenido único. Gabriel de Amias ha muerto del
corazón, de ese corazón adelantado
que le llevaba, en aras de su fe,
siempre más lejos, siempre en busca de inéditos hori20ntes, en la
defensa de las únicas cosas
por las que se merece la pena de vivir y
morir: la Religión y la Patria.
Del corazón tenía que morir. Su figura humana, como un nuevo
caballero de la mano al
pecho, llena de hidalguía y grandeza ... y de
humildad (¡oh la difícil humildad del intelectual!) colmada de sa·
beres, estaba rica en empresas, densa en pensamiento y sobre todo
en insobornable militancia de la única verdad. Sí, esa verdad que
hoy
no se ha querido siquiera ensayar; esa verdad radical · del pen-
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samiento y de la acción, dentro del derecho público cristiano, del
derecho natural
y divino a la vez, que el mundo no quiere plantearse
ni
Jo ha intentado para el remedio de todos los males (laicismo, na­
turalismo, materialismo, totalitarismo) que constituyen el cáncer de
la sociedad moderna.
Escritor de primera.
avamada, apologista independiente, era como
un Alvaro Cordobés del siglo XX, ese seglar que supo enfrentarse
con moros,
judíos y cristianos aunque estos últimos estuvieran cu­
biertos con las dignidades humanas de· la Iglesia, pero no con las
divinas que consagran la inconsútil
trama del Cuerpo Místico de
Cristo. Era
un hombre de radical postura -<:Jaro, clásico-que fue
monumento de si mismo.
¿Qué vamos a decir nosotros que durante trece Reuniones de
los amigos de la Ciudad Católica escuchamos su palabra incompa­
rable, su poesía viva, su espíritu adelantado, su acendrado optimis­
mo, su sonrisa amistosa, su gesto señorial, su elegante postura hu­
mana? Veinte ensayos y artfculos ha publicado en· nuestro entraña­
ble "Verbo", saturados de espíritu
y belleza, de poesía y verdad, de
afirmación
y de galana valentía. Era algo esencial en nuestras "Reu­
niones"; sin él ¿cuántas veces nos hubiéramos despeñado en los
fá­
ciles precipicios del pesimismo? Pero él era la voz de todo un pue­
blo que no quiere morir, el
slogan de toda la cultura viva y perma­
nente, el centinela de primera línea de toda una generación. Era
como un barco místico que en las negruras de la noche nos seña­
laba
el rumbo de un optimismo racional, optimismo que contando
con
la Providencia, es esencialmente cristiano. Gabriel de Armas fue
siempre en nuestras "Reuniones" el último soldado en
el tiempo,
que agitaba su banderín en
señal de perenne victoria, rubricando con
su gesto
el alborozo fututo -<1quí y ahora o después según los pla­
nes de la Providencia, única
Ley bist6rica que aceptamos, única cons­
tante que
afirmamos--en. señal de haber servido como buenos y
leales soldados en las batallas de Dios.
Nada mejor
para su memoria que traer aquí las palabras que des­
pués de la
homilía, el sacerdote que ofició en la misa de "Corpore
Insepulto" dijo: "Sus obras
y sus escritos están ahí. Nos hablan de
lo que
.él fue y de sus ilusiones, Nos hablan del Reinado de Cristo.
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GABRIEL DE ARMAS Y NUESTRA TAREA
Por eso muchas veces fue incomprendido. Su obra participó del es­
cándalo de la Cruz y nos alegra saber que esa participación del es­
cándalo de la Cruz fue y creo que continúa siendo fuerza de salva­
ción. El habrá oído de labios del mismo Cristo las palabras con las
que
terminé la breve homilía: «Bienaventurados los que padecen
persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cie­
los». Porque padeciste por la justicia, por la verdad, por mi, ven a
gozar en plenitud del Misterio del Reino, participa ahora del gow
de tu Señor".
Su último escrito inacabado es el que precisamente debía leer
aquí y
hoy. Su título era "La intemperancia del Espíritu". Se publi­
cará tal como lo dejó en "Verbo". Sólo quiero recoger las últimas
palabras que en él escribió, de tanta actualidad hoy: "La intemperan­
cia del Espíritu ha prostituído la palabra, el signo más inequívoco
de nuestra sociabilidad.
No es extraño, pues, que en vez de servir
de aglutinante sea hoy factor de odios· irreconciliables. El abuso in­
discriminado de la palabra está convirtiendo al mundo en
un campo
irremediable de luchas fratricidas. El don de la palabra
se nos otorgó
para servir de vehículo expresivo de la verdad, y Jo hemos convertido
en el
más potente catalizador de mentiras".
Este el el último mensaje de Gabriel de .Armas. Pero su muerte
no
· nos ha separado porque los muertos -como vivirá Gabriel­
viven siempre en los labios de las personas que los amaron. Porque
la muerte, como en su
caso, no es más que el retorno a la verdade­
ra vida. Rilke pedía: "Señor da a cada uno su propia muerte". Esta
muerte propia
y personal de Gabriel para quien San Juan de la
Cruz previó en inmortales palabras, talladas en el aíre de cristal de
Castilla, con angelical participación: "Quien supiera morir a tono
tendrá su vida en todo".
• • •
Con la sesión de hoy, clausuramos la XIV Reunión. de los amigos
de la Ciudad
Católica. No nos importa nuestra escasa "';>etO alta
audiencia-en esta aborrascada piel de toro de España porque· sa­
bernos que nuestra misión es la de sembrar por doquier las ideas
de
formación cívica y de acción cultural segón el Derecho Natu-
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ral y Cristiano. Seguramente nosotros no recogeremos los frutos de
nuestra labor. Pero pese a ello seguimos en la misión silenciosa y
humilde sin los ringorrangos de la fama y del triunfo. Queremos ser
en este mundo desquiciado, con alegre optimismo, los
hetaldos de
unas ideas de siempre, las únicas que pueden salvar la cultura cris­
tiana y la civilización en crisis.
Porque nosotros 1omos, exi1thnos, /Jfinntlmos, nuestra presencia
sin espetar la posible gloria de tOdos los adelantados. Permanecere­
mos fieles en el combate que puede Set sin resoltado positivo, pero
no sin esperanzas. No buscamos la vanidad. La verdad es dura y a
su lado estamos aunque
las direcciones del pensamiento actual dis­
curran por caminos
diferentes a los nuestros que no son más que
'lo que proclama por boca de sus Pontífices el Derecho Público
Cristiano.
Nuestra rarea es, ante todo y sobre todo, la de la transmi­
sión de un mensaje cultural religioso, político (en su más amplio
sentido
y dentto de la rosa de los vientos de las posibilidades) que
como un legado de emoción
y sentimientos entregamos a las nue­
vas
generaciones; por encima del bache inrelecruai de estos días·
que se nos aparecen niínbados por los sangrientos ponientes de la
historia.
Somos pocos y aunque escribimos para hoy, sabemos que es­
tamos luchando por las generaciones que nos sucederán en el tiem­
po. Sembramos sin
sabet si alguien recogerá la oosecha de m1es­
ttas ideas y sentimientos, pero no podemos menos de hacerlo y
sabemos que nuestro trabajo -oscuro, casi anónimo-, es esen·
cial porque es un puente entre un pasado injertado en la me­
jor de las
tradiciones válidas y un· fututo que con fe y entusiaSlllO
queremos conformar en. la misma linea que un presente acuciante.
Si
nuestras soluciones se abren camino· en el mundo de hoy que
corre locamente hacia espejismos o proposiciones falsas
y perver­
sas, habremos logrado una hermosa victoria.
· Sabemos que somos pocos pero las grandes corrientes intelec­
tuales y de la acción son siempre obra de
minorías saturadas de
fe. Fe en nuesrta tarea, fe en nuestros estudios, fe en nuestro pen­
samiento que hemos recogido del légamo vivo de una historia
se­
cular; en nuestra principal misión que debe mitar hacia delante,
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hacia un horizonte de lejanías; fe que debemos entregar (lo repe­
timos y Jo repetiremos machaconamente) como el relevo de nues­
tras aspiraciones a los que recojan nuestro testigo en el futuro, y
fe que nos sirva para acometer con decisión y brío el desafío de
nuestro tiempo. Porque la acción está aquí ahora, y ella nos espera
para situarnos a cada uno en nuestra avanzadilla.
Y esto, aunque Jo parezca, no es ser pesimista. El optimismo más
confiado debe presidir siempre nuestra labor porque el optimismo
es siempre radicalmente cristiano. Con optimismo hay que cerrar en
defensa del derecho público cristiano y de la busca,
hallazgo y pues­
ta
en marcha de ese misterioso orden querido por Dios para la So­
ciedad
de ahora y siempre y que es. el mismo que quiso para las ci­
vilizaciones que se desvanecieron en la niebla y para las que tienen
que aparecer en la
entraña del tiempo. Nuestra acción es doble: la
lucha
actual y la que sirva como acto de hermandad para nuesttOS
herederos .. Porque el hombre es, ante todo y sobre todo, heredero
de milenios, de voluntades, de deseos y de
esperanzas. Que veamos
la realidad tal
cual es y, por triste que sea, intentemos conformarla
con
nuestro entorno natríra!, hijo de la Iglesia infalible, que no pe­
recerá por el paso de las edades. No hay que dejarse llevar por el
pesimismo, pero tampoco de ese falso optimismo, sin raíces, sin pro­
fundidad ni alas, que quiere, como los judíos del Antiguo Testamen­
to, exigir de sus profetas: "Profetiza ilusiones y no verdades".
Nuestra empresa está presidida por la unidad de una misma
creencia y
de un mismo sentimiento. Unidad que no significa uni•
formidad. La unidad es. necesaria en lo esencial, pero fa uniformidad
es sólo accidental en
todo lo que sea dudoso, porque no se puede
exigir esta unidad
esencial en cuestiones discutibles u opiniones
apasionadas.
No hay mayor peligro para una empresa del espíritu
que querer imponer
un criterio uniforme en aquello que no sea
auténticamente
necesario, porque todo dará lugar a factores de des­
unión y
es la muerte de toda creación y de toda personalidad.
No hay que cesar en proclamar esto para no elevar a dogmáti­
cas conclusiones las opiniones puramente personales. Ello nos obli­
ga, en la misma manera, a huir del fanatismo y del irenismo ( éste
falsamente interpretado) que conducen a la formación de corpúscu-
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los y grupos sin verdadera vida e inertes en la influencia: de las ideas
vivas
y vitales.
Nuestro propio nombre de la "Ciudad
Católica" nos exige una
exacta conformidad con
las doctrinas de la Iglesia y su concreta doc­
trina social. Nuestra ancla será siempre la Iglesia jerá,quica, la roca
de Pedro, la voz del Papa,
las palabras de nuestros Obispos en co­
munión con el Magisterio ordinario . . . Este es el único camino po­
sible: Si lo abandonamos caeremos en la trampa mortal de todos los
separados del árbol de la vida perenne que Jesucristo nos dió con la
Santa Iglesia.
Fe, acción, preparación intelectual para las batallas del espíritu
que
ya se libran y pata las futuras debe ser nuestro talante: porque
no podernos formar nunca en un pelotón de soldados derrotados de
antemano. No debernos caer en el examen de pequefios detalles, sino
solamente en
los grandes problemas, porque los primeros nos em­
pequeñecen y los segundos nos ponen a la altura de la exacta medida .
y peso que debernos dar ante Dios y la Patria. Estamos al servicio
de la Iglesia
y Espafia. Queremos un orden natural y cristiano, nos
enfrentamos con la
raíz de los errores actuales de los que habló
V
allet que escinden la verdad, que convierten la verdad parcial en
absoluta o relativizan la verdad esencial. Y con nuestro puesto
. sen­
cillo, modesto,
serviremos a la España eterna que late en el fondo
de nuestros corazones, serviremos a
la Iglesia como ella quiere ser
servida y cumpliremos calladamente lo que Dios quiere de
nosotros.
Amigas y amigos de "La Ciudad Católica" por encima de todos los
pesimismos
y de los dolores morales, de todas las oscuridades de la
noche intelectual que vivimos, sepamos que a nuestro lado está la
esperanza. A la vista, la esperama, que es decir, otro vez, "Dios a
la vista".
¡Y arriba los corazones!
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