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1982

¿Crisis en la democracia?

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Condicionamientos psíquicos en la acción política

CONDICIONAMIENTOS PSIQUICOS EN LA ACCION
POLITICA
POR
J. C. GARciA DE PoLAVIEJA
l. El estudio de la democracia tal como se presenta ac­
tualmente en determinadas naciones occidentales, entre ellas Es­
paña, no tiene sentido -a mi juicio--, si se entiende ésta
como un sistema político cerrado en sí mismo, apoyado por una
filosofía propia
--el liberalismo-y tendente a una visi6n del
mundo específica: la convivencia mundial pluralista. No tiene
sentido
el estudio de la democracia así concebida porque desde
el siglo XVI no existen -si no es fuera del proceso revolucio­
nario-las formas politicas puras. Toda noci6n ideol6gica, a
partir del año 1500, debe ser abordada en íntima conexi6n con ,
el proceso revolucionario en una de cuyas fases se inscribe ne­
cesariamente. Unicamente la doctrina politica tradicional de la
Iglesia y las corrientes directamente derivadas de ella pueden
considerarse ajenas
al proceso de progresiva mixtificaci6n dialéc­
tica de las ideas
y de las formas politicas.
No es este el caso de la democracia, cuya forma pura como
sistema clásico de gobierno s6lo se contempla actualmente como
tema de estudio o de especulaci6n para los etuditos
y, en la
cual,
el concepto tradicional que la entiende como participaci6n
ciudadana
y respeto a los derechos sociales ha sido casi total­
mente postergado.
La democracia, hoy, es esencialmente un pretexto para im­
poner, en virtud de f6rmulas voluntaristas, una fuente de poder
incondicionada
y absoluta.
La democracia debe, pues, ser estudiada como
medio y como
fase dentro del proceso revolucionario. Corno medio, porque la
implataci6n de
un sistema en· el que «la voluntad general» cons­
tituye un recurso para la neutralizaci6n de las estructuras orgá­
nicas de la sociedad
es, solamente, una conditio sine qua non,
un paso obligado desde el destruido sistema tradicional hasta
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fases más avanzadas o ulteriores del proceso revolucionario. Como
fase,
ya que, por ende, las características del sistema democrá­
tico así entendido son las propias de un expediente temporal.
Imprecisión de los principios, inestabilidad y erosión social, crea­
ción artificiosa desde
el estado de contradicciones en todas las
esferas de la vida, vía libre a
la actuación de las técnicas revo­
lucionarias de guerra psicológica e izquierdización acentuada de
-los puntos de referencia ideológico~políticos, son sus notas más
relevantes.
Esta democracia, medio y fase en el camino de la Revolu­
ción, fue explícitamente denunciada por
el Papa Pío XII cuando
advirtió de situaciones en las que «el Estado, ·apoyándose en la
fuerza de
la masa manipulada por diversos medios, impone su
voluntad a la parte mejor del verdadero pueblo» ( 1
).
Le democracia liberal resulta siempre una fase, un expediente
temporal que puede resultar más o menos largo pero que, invaria­
blemente, desemboca en fases más avanzadas del proceso revo­
lucionario.
Su carácter de sistema-puente entre la autoridad le­
gítima que se derroca o desvirtúa y el poder autoritario de las
posteriores fases marxistas
es una constante histórica. El primer
período monárquico constitucional de la Revolución Francesa
(1789-91) previo
al terror, y el gobierno provisional de Kerensky
en Rusia ( 1917) son ejemplos de fases demoliberales breves que
dan paso inmediato a fases revolucionarias más avanzadas.
La democracia liberal en ningún caso
se consolida como sis­
tema definitivo de convivencia. Es bueno advertirlo para quie­
nes
se hayan dejado influir por las apariencias de democracias
estabilizadas como
la francesa a partir de 1870, o las aglosajo­
nas.
Salvo en el caso de producirse reacciones radicales, ninguna
de ellas dejará de concluir
en formas revolucionarias autorita­
rias
ya que a ello las avoca su propia naturaleza intrínseca que
es componente de una dinámica dialéctica.
La mayor o menor duración de una situación democrática
concreta, dentro del proceso revolucionario general, depende pre­
cisamente de
la resistencia opuesta por el entramado social al
proceso de masificación: A mayor grado de consistencia social
y de libertades concretas, mayor resistencia
y, por tanto, más
longevidad de
la fase democrática.
En Francia, por ejemplo, las III y IV Repúblicas engendra­
ron lentamente situaciones
limite, de las que hubiera surgido la
(1) Plo XII, Radio-Mensaie en la Navidad de 1944, BAC, Doctrina
Pontificia, II, Documentos Pollticos.
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implatación del sistema autoritario colectivista de no producirse
reacciones forzadas por factores externos. La V República pa­
rece abocada
al mismo inevitable final y esta vez con menos po­
sibilidades de que
se .efectúen en su seno reacciones inesperadas.
En los Estados Unidos la dinámica revolucionaria actúa de noa
forma muy compleja en
el interior de la sociedad y de las ins­
tituciones, avanzando de manera muy lenta
pero constante.
La
élite revolucionaria es consciente de esta condición de
«cauce hacia
el socialismo», natural en la democracia. Por eso
-poniendo un ejemplo--, no partido marxista como el PSOE
puede afectar las cotas de moderación que le interesen en cada
momento y aceptar a plazo indefinido el juego democrático, sin
rennociar
por ello a su «ritmo» estratégico profundo: sabe que
las propias contradicciones introducidas en la vida social y
eco­
nómica por su gestión gobernativa llevan rápidamente a la crisis
a la sociedad burgnesa. Es más, le basta con dejar desenvolverse
la dinámica interna de la democracia para que el sistema
colec­
tivista anti-teo se implante por su propio peso. Ya Tuñón de
Lara en el verano de 1975 demostró claramente en su prólogo
al «Contrato Social» que los presupuestos básicos del comunismo
están implícitos en la doctrina de Juan Jacobo Rousseau
(2). No
hacía con ello sino confirmar desde una óptica revolucionaria
la tesis del carácter procesivo de la Revolución descrita por Correa
de Oliveira
(3 ), según la cual ésta poseía ya en sus comienzos
las energías necesarias para reducir a actos todas sus potencia~
lidades.
Todo en la democracia
es dinámico, movible, inestable. Su
realidad social es noa continua transición. Su filosofía, el rela­
tivismo positivista, no es una vía independiente en el panorama
del pensamiento humano, sino noa tesis encadenada en un flujo
dialéctico de erorres. Su concepción del
.mnodo es noa negación
de la realidad verdadera de ese mundo,
pero· una negación que
crea
no vacío destinado a colmarse por afirmaciones potenciales
que la superan en el camino de la utopía.
2. El forcejeo entre distintas concepciones del mundo y de
la vida
al que asistimos y en el que de algnna manera participa­
mos, interesa muy especialmente a las potencias anímicas del
(2) Contrato Social, pr6logo de Manuel Tuñ6n de Ltta, Espasa-Calpe,
Madrid, 1975, «Selecciones Austral».
(3) P.
Correa de Oliveira, «Revoluci_6n y contrarrevolución», en Ca·
tolicismo, Brasil, 1960, págs. 54, 55 y 56.
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hombre. Son los hombres concretos quienes protagonizan sus
alternativas y
es por lo tanto un forcejeo de convicciones al que
cada hombre concreto contribuye con su acervo ideológico y
se
ve al mismo tiempo condicionado en mayor o menor medida
por la fuerza de las ideas en pugna.
Los ámbitos del alma conforman lo más nuclear del hom­
bre, por ello los aspectos psíquicos del drama de nuestro tiempo
son determinantes y constituyen quizá la óptica de mayor pro­
fundidad en
el estudio de los fenómenos sociales y políticos.
Al abordar
el estudio de estos fenómenos, que constituyen
lo que
se ha llamado acertadamente una guerra psicológica, he­
mos de elevamos hasta el plano de la teología de la historia:
vivimos unos tiempos que imponen la reflexión teológica previa
como imperativo metodológico.
¿Cuál
es realmente la alternativa psíquica o anímica que se
nos ofrece desde la panorámica elevada del destino trascedente
del hombre?
Esa alternativa
es, sin duda, la que conduce al hombre por
el camino de la gracia o por el camino de la rebeldía.
Frente
al «hombre nuevo» del Evangelio, ese empeño de
transformación urgido por San Pablo y siempre perseguido por
cada cristiano verdadero, la Revolución
-inserta en un misterio
de iniquidad que tiene
sus orígenes fuera de la racionalidad es­
pecíficamente humana-, se esfuerza en la implantación de otros
prototipos humanos. Y digo de otros prototipos, en plural, por­
que
el carácter procesivo y dialéctico de la Revolución provoca
y se apoya en muy diversas actitudes anímicas, en distintos
es­
tados del alma, cuyo único nexo de identidad es el carácter re­
fractario a la gracia.
Es una realidad que la tensión interna, psíquica, del hombte
está esencialmente condicionada
-pues el agnosticismo sólo pro­
porciona una superficial abstracción de tal tensión, en tanto que
el ateísmo radical en muchos sentidos la exacerba-, por dos
factores que son en cierta fortna ajenos a su propia naturaleza.
Digo «en cierta forma», porque toda
la Creación está ligada de
hecho al Creador por fuertes vínculos.
Por un lado el misterio de
la gracia que le diviniza, gracia
gratuita y sobrenaturalmente transformadora de
esa misma natu­
raleza.
Por otro lado
el misterio también de la rebelión, que sabe­
mos y comprobamos diariamente inspirado y dirigido desde ins·
tandas preternaturales de difícil clasificación
y con posibles im­
plicaciones en el mundo cósmico.
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La tensión anímica del hombre es, pues, uno de los muchos
escenarios en los que
se desarrolla el drama universal de la Crea­
ción cuyas exactas dimensiones y concreciones desconocemos,
aunque nos hayan sido revelados por el mismo Dios los aspec­
tos que más directamente se relacionan con nuestro destino de
salvación.
Una de
las consecuencias que se deducen de esta situación
del hombre como sujeto a diversas influencias
es poner de ma­
nifiesto la insuficiencia de nuestros conocimientos acerca de la
naturaleza angélica, estancados en estadios insuficientes de una
teología excesivamente condicionada por la especulación filosó­
fica helénica.
Hemos tenido que asistit tantas veces al fácil sarcasmo anti­
bizantino de
la critica más o menos materialista que anatematiza
la especulación sobre «el sexo de los ángeles», que podemos no
llegar a advertir la significativa paradoja de que
es la misma ci­
vilización -aparentemente materialista-, que se burla de los
afanes angelológicos de las iglesias orientales, la que está creando
una pseudocultura popular en la que
se entremezclan curiosa­
mente las supuestas civilizaciones extra-terrestres,
las mitologías
griegas, la astrología y las ciencias cosmológicas.
Si aceptamos que la dimensión teológica de la Revolución
coincide con
ese «misterio de iniquidad» de cuya puesta en mar­
cha nos advertía San Pablo ( 4 ), todo acercamiento a la más pro­
funda significación del proyecto revolucionario sobre el hombre
tropieza con la dificultad de nuestro conocimiento escasísitno
de
la creación preternarural.
Los únicos datos que pueden ofrecernos alguna guia válida
se encuentran en la revelación bíblica.
Quizá el más significativo para una visión de conjunto del
proyecto revolucionario, en su dimensión preternatural,
se en­
cuentre en las tentaciones hechas al Salvador en el desierto al
comienzo de su vida pública, narradas por San Mateo (4, 1-11),
San Marcos (1, 12-13) y San Lucas (4, 1-13). Las tres tentacio­
nes desplegadas por el demonio ante Nuestro Señor son, por
extensión, una muestra válida de la maquinación emprendida
contra
la humanidad redimida y sobrenaturaliuda tras el sa­
crificio de la Cruz: es un pequeño resumen del proyecto enca­
minado a neutralizar la obra
de la gracia y frustrar la reconcilia­
ción del hombre con su Creador.
Como
es sabido las tres tentaciones son: arrojarse desde lo
(4) San Pablo: II Tesalonicenses, 2,7.
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alto del templo para ser sostenido por los ángeles, hacer que las
piedras
se conviertan en pan y por último postrarse ante el dia­
blo
y adorarle. A cada tentación el Salvador opuso un texto de
la
escritura que le autorizaba a declinarla.
Son bastante evidentes las similitudes
entre las tentaciones
y las fases principales de la Revolucióh tal como ésta ha sido
sistematizada por diversos pensadores, principalmente por Correa
de Oliveira. Los calvinistas del siglo xvi;, precipitándose en una
sin igual demostración
de soberbia espiritualista fuera del templo . de Ja Iglesia universal, han podido llegar a creer, en algún mo­mento de su gravitación por el vacío de la gracia, que eran sos­tenidos por ángeles. Los más entusiastas partidarios del desarro­llismo positivista del siglo xrx, del materialismo cientifista del xx,
o del mito tecnoc.tático siguen empeñados en un vano intento de
transformación
de la naturaleza que haría al hombre dueño de
la piedra filosofal, mutante de las piedras en pan,
como los al­quimistas y teósofos medievales.
Pero
es más importante para nosotros la última tentación,
específicamente satanista, que nos revela
la pretensión preter­
natural de inclinar al hombre a un culto explícitamente
demo­niaco. Tal es, según todos los indicios, el previsible final de una
Revolución que comenzó hace cinco siglos con un pretendido
celo de reforma espiritual
y autenrificadora de la Iglesia y entre
grandes protestas evangélicas.
Siguiendo a lo largo de los siglo• la incidencia de este pro­
ceso sobre la psique -sobre el alma del hombre seducido por
la
rebelión-, observaremos que ha provocado, en los estratos
más profundos de las conciencias un amplio
giro dialéctico, en el que la tensión entre sobrenaturalismo, espiritualismo e idealismo,
por un lado,
y naturalismo, materialismo y empirismo cientifista
por otro,
se ha resuelto, finalmente, con la desaparición del ho­rizonte de la humanidad de toda consideración trascendente. Por
ello, la
perspectiva de una fase final, satanista, de la Revolución,
plantea una serie de interrogantes que desafían
nuestra lógica tanto como nuestra imaginación.
Si tomamos, a titulo de ejemplo, y como muestra de un
ámbito social absolutamente
masificado, deshumanizado y plani­
ficado a escala de los mejores deseos de la Revolución, a la so­ciedad soviética, veremos que en ella las vivencias anímicas del
hombre
se desenvuelven en un medio radicalmente ateo, oficial­
mente refractario a toda preocupación sobrenatural o trascen­
deote
y en el que la ciencia ha sido magnificada de forma ab­sorvente y, en cierto sentido, divinizada.
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¿Cómo imaginar entonces que una sociedad masificada en
tales coordenadas mentales puede
dar el paso desde un ateísmo
radical y presuntamente científico a
.un satanismo que, en cual­
quier caso, implica manifestaciones idolátricas?
Ya Clive
S. Lewis anticipó con lucidez este dilema maléfi­
co en su The Screwtape Letters, poniendo en la boca del dia­
blo Escrutopo consideraciones como ésta: «Nos encontramos,
realmente, ante un
cruel dilema. Cuando los humanos no creen
en nuestra existencia perdemos todos los agradables resultados
del terrorismo directo, y no hacemos brujos.
Por otra parte,
cuando creen en nosotros, no podemos hacerles materialistas y
escépticos
... Al menos, no todavía. Tengo grandes esperanzas de
que aprenderemos, con
el tiempo, a emotivizar y mitologizar su
ciencia hasta
tal punto que lo que es, en efecto, una creencia en
nosotros ( aunque no con nuestro propio nombre)
se infiltrará
en ellos mientras la mente humana permanece cerrada a la creen­
cia en el Enemigo
... ». Y, seguidamente, el diablo Escrutopo
adelantaba algunas tácticas para lograr dichos objetivos: «Si
al­
guna vez llegamos a producir nuestra obra perfecta --el brujo
materialista, el hombre que no usa, sino meramente adora, lo que
vagamente llama «fuerzas»,
al mismo tiempo que niega la exis­
tencia de espíritus-, entonces el fin de la guerra estará a la
vista» (5).
Quizá este profesor de Cambridge señaló una pista lúcida
para descubrir las vías del difícil y casi inimaginable tránsito
so­
cial desde el materialismo ateo al satanismo. Un tránsito que no
creeríamos posible de no haber caído en la consideración de que
lo esotérico, lo oculto y lo
satánico pueden irrumpir con fuerza
en los esquemas mentales de una sociedad presuntamente atea
si se disfrazan con el ropaje reconocidamente científico de lo
c6smico.
No creo que sea espontáneo, ni debido al azar, el que, en
unos tiempos en que los ámbitos de la cultura y de la imagen
se encuentran férreamente controlados desde instancias econó­
micas revolucionarias, y en los que los grandes talentos del arte
penan en el ostracismo por falta de recursos, cualquier dibu­
jante de «comics» de tercer orden encuentre ilimitados apoyos
financieros
si se dedica a realizar engendros de ciencia-ficción,
de
cosmología o de vida galáctica ... Quizá San Juan no fue tan
puramente literario cuando describió aquella visión en la que
el
(5) C!ive Staples Lewis; The Screwtape Letters (Cartas del diablo a
su sobrino), Espasa-Calpe, Madrid, 1978.
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dragón, en su empeño por abortar d fruto de aquella mujer en­
cinta, vestida de sol,
la112aba sobre la tierra con su cola a la ter­
cera parte de las estrellas
... del cielo (6).
3. Descendamos a un plano
más político. Estudiando a
la democracia como medio y como
fase, dentro del proceso re­
volucionarió, observaremos que ésta nace siempre en los mo­
mentos de crisis de los regímenes de Derecho público cristiano
y por revoluciones que comienzan en
el plano político-institu­
cional.
El momento natal de las democracias coincide con una
mutación oficial en la filosofía inspiradora de los estados que
es­
tablece d reconocimiento de la «voluntad soberana del pueblo»
como expresión de la ley. Recordemos que tal reconocimiento
se encontraba en el artículo primero de la llamada «Ley para
la
reforma política» de 1976, en la actual democracia española. Esa
mutación trascendente de la filosofía inspiradora del Estado
se
traduce, con más o menos rapidez, en una serie de _transforma­
ciones institucionales que afectan a la organización del Estado
en
. todas sus funciones -funciones que los «demócratas» agru­
pan en los llamados tres
poderes-, y que acaban plasmándose
en una constitución o código escrito de Derecho público.
Estas constituciones democráticas suelen incluir 1 además de
la filosofía revolucionaria inspiradora del conjunto y de la nor­
mativa de funcionamiento institucional, una extensa carta de
derechos y deberes cívicos, las llamadas «libertades» supuesta­
mente conquistadas por
el pueblo que estrena tal régimen y a
las que su inclusión en
el texto supremo entiende garantizar ...
Vemos que, por lo general, la fase democrática del proceso,
recién estrenada, no supone para la sociedad ningún tipo de
cambio en su tejido orgánico: únicamente una serie de trans­
formaciones en
la organización del Estado (7).
Sabiendo que la democracia
es una fase del proceso, preci­
samente la situada entre el antiguo régimen
cristiano y el totali­
tafio colectivista, observamos que cuando una sociedad estrena
su primera experiencia democrática, apenas ha comenzado a des­
lizarse por una pendiente que concluirá en la tiranía utópica.
El período .. democrático es el «intermetzzo» necesario para cam­
biar esa sociedad, arrasando sus élites naturales, sustituidas por
(6) San Juan, Apocalipsis (12,1-5).
(7) No ocuttfa así en las primeras experiencias democráticas históricas,
en las cuales las «desamortizaciones» establecían los
cambios sociales ne­
cesarios para desarmar a los estamentos ligados por su naturaleza al An­tiguo Régimen.
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una clase política artificial, sus cuerpos intermedios, progresiva­
mente privados de contenido y funciones en favor del Estado
ahsorvente, sus células básicas familiares y municipales, atacadas
por una legislación destructiva y desintegradora
y, en definitiva,
borrando toda huella de
la primitiva sociedad, orgánica y cris­
tiana.
No es fortuito que el mito que la dirección revolucionaria
trata con
más empeño de consagrar en la sociedad democrática
sea el del «cambio». Una dinámica de cambio cada vez más ace­
lerada en todas las actividades y ámbitos sociales se pone en
marcha desde los primeros balbuceos del sistema democrático,
favorecida por todos los resortes de presión que el poder y los
grupos revolucionarios tengan en sus manos. Es elocuente el
hecho de que esta dinámica de cambio impresa a
la sociedad en
los periódicos democráticos
se convierta, nada más atravesado el
umbral del totalitarismo
-la siguiente fase-, en la férrea im­
posición de un conformismo quietista.
Es que el cambio constituye la naturaleza misma del siste­
ma democrático. Y a hemos dicho que la democracia, además de
una fase, es un medio.
¿ Un medio, para qué? Se preguntarán algunos.
Un medio, precisamente, para el
cambio de la sociedad.
El paso directo desde un sistema de Derecho público cris­
tiano a un régimen totalitario utópico
se ha demostrado histó­
ricamente
muy difícil por las fuertes reacciones que provoca en
el cuerpo social. El régimen democrático supone un estado hí­
brido intermedio durante el cual se dispone a la sociedad para
adoptar
la condición maleable y amorfa que la hará apta para
su nuevo destino. La justificación de las medidas antinaturales
que conlleva ·e1 «proceso democrático» se logra, precisamente,
atribuyendo su origen al mismo pueblo que las padece en su
carne y en sus intereses reales, aunque se ve imposibilitado para
reaccionar contra el cúmulo de arbitrariedades que se supone
emanadas de su propia y soberana voluntad mayoritariamente
ex­
presada ...
Durante el período democrático, toda sociedad se ve sujeta,
con mayor o menor éxito, a dos cambios fundamentales:
l. El cambio de pueblo a masa.
2.
El cambio de espiritualidad trascendente a ateísmo prác­
tico.
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El transformar un pueblo en una masa implica toda una se­
rie de transformaciones, de operaciones de desarraigo y nivela­
ci6n social que
más o menos conocemos y hemos estudiado, y
frente a las cuales la sociedad s6lo puede servirse
de. los recur­
sos que le proporcionan su propia vitalidad natural y su capa­
cidad organizativa. Cambiar la espiritualidad trascendente de un
pueblo por el ateísmo práctico de una masa,
es la tarea a la cual
se aplica la llamada «guerra psicol6gica revolucionaria», consis­
tente en la aplicaci6n de una serie de técnicas de transbordo
ideol6gico, de explotación de contradicciones según las f6rmulas
de Gramsci, y de control social. Estas técnicas de guerra psico­
l6gica pueden estudiarse en
la cuarta parte del ensayo Revolu­
ci6n y Contrarrevoluci6n, de Correa de Oliveira, en el ensayo
sobre psico-política del norteamericano Kenneth
Goff, y en otros
estudios sobre manipulaci6n de los medios de comunicación y
control de masas ( 8
).
El factor clave para su aplicaci6n es el control revoluciona­
rio de la mayor parte de los medios de comunicación, que son
el arma principal de la guerra psicol6gica y el objetivo previo y
principal de toda la estrategia revolucionaria actual.
El pueblo, antes de convertirse de hecho en masa, se va adap­
tando a las exigencias de la masificaci6n a través de la falsa
ima­
gen de sí mismo con la que se le aturde constantemente a tra­
vés de esos medios. Toda noción de estabilidad es combatida y
ridiculizada a través de ellos, toda forma de desarraigo y desin­
tegraci6n aplaudida y propuesta como orientaci6n válida.
Las alternativas del sufragio universal están perfectamente
adaptadas a esta
alquimia transformadora de la sociedad. En los
primeros momentos de la experiencia democrática,
el pueblo es
aún mayoría, y la masa minoría: los partidos más o menos con­
servadores mantienen el control del poder sin que el cambio so­
cial se detenga por ello. Por el contrario, son estas opciones con­
servadoras las que, por lo general, sientan las bases instituciona­
les y políticas del mismo.
Conviene tener en cuenta que
las fuerzas politicas conser­
vadoras, en las democracias actuales, no constituyen nunca reac­
ciones naturales contra el propio proceso revolucionario en su
totalidad, sino meras alternativas de ritmo lento en dicho pro­
ceso. La clave ideológica de sus componentes
se encuentra en la
adhesión a fases superadas o ingenuas de la Revoluci6n.
(8) Juan Carlos Polavieja, ¿La televisión manipulada?, Fuerza Nue­va editorial, Madrid, 1980,
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En el momento en que la masa pasa a ser mayoritaria sobre
el pueblo,
la alternaúva electoral bascula definiúva e irrevoca­
blement¡, hacia el colecúvismo: es el momento central de la ex­
periencia democrática. El momento final · se produce cuando el
pueblo, sucesivamente reducido a minorías localizadas, aisladas y
socialmente indefensas,
se ve por fin sumergido y desaparece en
la masa. A partir de entonces la sociedad está «madura» para
que una
modificación insútucional o una revolución callejera
abran
la siguiente fase ...

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