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1985

La verdadera liberación

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La primera liberación de América

LA PRIMERA IJBERACION DE AMERICA
POR
)EAN DuMONT
Queridos amigos españoles de la Ciudad Católica:
Constituye hoy para mí un honor, una alegría y una preciosa
oportunidad mi presencia aquí en esta tribuna a la que he sido
llamado por los eminentes animadores de vuestra
Ciudad Ca­
tólica. Y no menos la acogida que me dispensa el público. nu­
meroso y selecto que veo ante mí, así como el importante tema
de
la historia de España cuya exposición me ha sido confiada.
Un honor, ante todo, porque no
me habéis juzgado demasiado
indigno, a mí, francés, de trazar un juicio sobre España y los
españoles-en cuanto a su fidelidad o infidelidad a la gran mi­
sión histórica que les fue confiada: la de predicar a Cristo en
los Nuevos ·Mundos.
Una
alegria también porque, como hispanista de vocación
que ha hecho de España mi segunda patria, encuentro ocasión
de expresar y de justificar la admiración que, como europeo y
católico, siento hacia el testimonio dado por vuestros pueblos
hispánicos a lo largo de nuestros veinte siglos comunes de
cris­
tianismo.
Una preciosa oportunidad, en fin, ya que, andaluz de adop­
ción,
no puedo ignorar que Sevilla, La Rábida, Palos de Moguer
y Granada asistirán muy pronto, en 1992, al medio milenario
del descubrimiento de
América por las carabelas españolas. Y
que
es tiempo ya en este año 1985 -y muy esencial-pata
preparar el que la celebración de ese gran acontecimiento sea
también la celebración de la vetdad. Es decir, la de. una
de las
más maravillosas irrupciones cristianas que la Providencia hay,¡.
deparado al mundo.
Fundaci\363n Speiro

JEAN DUMONT
Los franceses patriotas -y cr1st1anos gustan de celebrar las
Cruzadas de Oriente bajo una fórmula tan célebre como anti­
gua: «la gesta de Dios por los francos». Me siento orgulloso,
en
mi franco-hispanidad, de que me corresponda hoy, y merced
a vuestra indulgencia, el
celebrar en la evangelización del Nuevo
Mundo lo que fue
«la gesta de Dios por los españoles». Y la
«Primera Liberación de América», para reivindicarla dentro del
tema general
de «La Verdadera Liberación» que constituye el
de las ptesentes jornadas.
La historia, instrumento de subversión.
Pero, me diréis, estamos . al. corriente de que la historia es
un\instnlffiento subve_rsivo. Y sobre este punto, más que sobre
cualquier otro, la historia
ha subverrido el espíritu de nuestros
antepasados y nuestros contemporáneos. Desde
el siglo xvr esta
subversión reinante no
cesa de proclamar: la conquista y la evan­
gelización del Nuevo Mundo fuetou
11bominaciones, vergüenza
imborrable para los poderes civiles, militares y religiosos
espa­
ñoles. Fue no menos que «la destrucción de las Indias» según
el
título de la obra de Las Casas, utilizado desde los años 1550
a 1600, como «arma cínica de una guerra psicológica» contra la
preponderancia española y católica.
Y
los «filósofos» anricristianos del siglo XVIII no han dejado
de repetirlo bajo las
plu=s de Marmontel o de Raynal: esta
conquista
y evangelización no fueron sino «el fanatismo asentado
en montones de muertos y contemplando inmensas ruinas». En
definitiva, «la más enorme herida que jamás haya
hecho al géoe­
ro humano la espada de su perseguidores». Y como nuestros
actuales docentes.
oficiales no reciben más que el triste alimento
de esos «filósofos» del siglo
XVIII, tales imputaciones se per­
petúan indefinidamente. Matanza, genocidio, intolerancia,
oscu­
rantismo, _opresi6n, esclavitud, desculturización, racismo. . . todos
los lugares comunes inagotables de la condenación al uso por las
potencias dueñas. hoy de
la opinión se aplican desde entonces
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERICA
sobre las cabezas de los Reyes Católicos y de sus sucesores, de
los papas y del clero español de la época.
En época de la Revolución francesa se vio a clérigos abando­
nando
su ministerio y abdicando de. sus. funciones, apostatar, en
fin, para romper definitivamente con esta supuesta ignominia de
la Iglesia. Uno de ellos .decía haber «sabido por la historia (se­
gún los "filósofos") que la manía .de extender .los principios
cristianos inundó los dos hemisferios
de torrentes de sangre».
Análogamente vemos en
nuestros dfas a los intelectuales católi­
cos predominantes alinearse inconscientemente, sea de buena fe,
sea por vía de subversión, con las denuncias .de esos «filósofos»
del siglo
XVIII y llenar las publicaciones «que sientan cátedra»
como
se dice, de tales contra-verdades. Tal es el caso de Francia
de tres recientes publicaciones
de. historia firmadas por perso­
nalidades notables
,de la Iglesia y la Universidad: El Evangelio
y la fuerza: BartolomJ de Las Casas, de Mariana Mahn-Lot,
profesora
de universidad, aparecida en las Ediciones dominicas
Cert. (1964
y 1977), la Historia vivida del pueblo crist/ano,
publicada bajo la direcciórt. de Juan Delumeau, profesor del. Co,
legio de Francia, en las ,Ediciones Privat (1979), la Historia de
la Iglesia por ella misma, publicada en las Ediciones Fayard por
el P.
Loew, O. P. y Miguel l\:'.leslin, profesor de la Sorbona
(1978).
Estas tres·. publicaciones, que no pueden· por menos que con­
tar con la adhesión de principio' del lector incompetente, especial­
mente
si es católico, afirman y repiten .que los indios de ·Améri­
ca fueron, a través del. sistema de la «encomienda» española,
«despojados de
sus tierras y de su libertad» y «reducidos a la
esclavitud».
Lo que es radicalm<;nte falso, como yo mismo he
demostrado
detalladamente en. el capítulo III de la primera parte
de mi
Iglesia ante la Historia (L'Eglise•au risque de l'Histoire).
Y en. la cual. ha convenido también urto de esos autores, la pro­
fesora
Mahn-Lot, en carta que me ha dirigido tras la lectura de
mi rectificación ·a aquellas afirmaciones.
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JEAN DUMONT
Una liberación c~peeina.
Aunque sólo sea por conocer la verdad · y para no caer en
Ji trampa tendida por tantas autoridades universitarias y éclesiás­
ticas que se hacen eco de los «filósofos», se hace preciso ir a
buscar los hechos y sus fuentes
allá donde sucedieron, por ejem­
plo en Méjico. Procurarse allá los trabajos fundamentales sobre
la materia, inasequibles en Europa, y
hab.er manejado los archi­
vos directos, los procesos. Es lo que tuve yo la dicha de poder
hacer. Así pude
· adquirir en Méjico una breve obra de Silvio
Zavala
-De encomiendas y propiedad territorial-aparecida
allá hace cuarenta y cinco años, en plena guerra ( 1940 ), y pasada
inadvertidiicpor los historiadores, incluso por mi amigo el «prínci­
pe de los hispanistas» Marcelo Bataillon, administrador general
del Colegio de
Francia. Este pequeño libro, apoyado en los ar­
chivos, establecía claramente:
1. Que
los títulos de encomiendas no conllevaban ningún
derecho de los españoles a la propiedad de los terrenos indios,
y que las autoridades españolas reprimían rigurosamente las
des­
posesiones ilegales de los indios.
2. Que la defensa de la propiedad de los .indios coincidia
con
el interés del titular de la encomienda, y que éste reconocía
. de buen grado y protegía el derecho de propiedad indígena.
3. Que en la encomienda de América la protección de la
propiedad
de los indios era· más amplia que los derechos reco­
noodos a los campesinos de · Europa en la misma época.
Con todo
lo cual vienen por tierra las imputaciones de des­
pojo y de esclavitud. En este aspecto, la conquista determinó un
progreso excepcional: los campesinos del Méjico
azteca se vieron
exactamente lihj,rados. Porque hasta entonces habían sido
seve­
ramente explotados por el tributo «real» prehispánico sobre las
tierras, cualquiera fuera su situación personal, que ahora
sería
tenida en cuenta. Explotados también por los trabajos impues­
tos sin límite alguno para el servicio doméstico
y el cultivo de
las tierras, tierras sobre las cuales, aun para habitarlas, no tenían
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERICA
a menudo más que un derecho de ocupación precario. Explota­
dos,
en fin, por la requisa del Estado para las guerras incesantes
o para
los sacrificios humanos masivos. _
Se hunde también la encarnizada polémica sostenida en el
siglo XVI contra la encomienda por Fray Bartolomé de Las Casas,
el famoso «protector
de los indios», . tan grata a los teóricos an­
ticolonialistas y a los ideólogos de los «derechos del hombre» .
por la enormidad de sus denuncias. Ya en su época, otros «pro­
tectores de los indios»,
más eficaces en concreto que él, como
el franciscano Motolinia, el obispo Vasco de Quiroga y los pro­
pios hermanos dominicos de
Las Casas en Guatemala, _se habían
mostrado favorables a
la encomienda. Motolina, incluso, había
escrito a Carlos V que,
como sostiene Zavala, la situación de
los indios en Méjico podía compararse favorablemente a la
de
los campesinos de· Castilla.
Sin embargo, todavía hoy siguen apareciendo
biografías_ lau­
datorias
- eco de nuevo de sus denuncias, incluso a veces de las más exa­
geradas. Por ejemplo, el libro ~felizmente menos exagerado que
otros-de un excelente hermano de orden de Las Casas, el
P. André-Vincent, aparecido en 1980, sobre el cual he
tenido·
que hacer fuertes reservas en un anejo a mi capítulo ya citado.
Pero
he aquí que el azar ha querido que yo diese-recientemente
una conferencia en Aix-en-Provence donde reside ese excelente
religioso, y que el presidente de
la Asociación familiar católica de
la ciudad, común amigo nuestro, quisiera preparamos un encuen­
tro. Una entrevista muy relejada en la que el padre biógrafo
de
Las Casas lío tardó en lanzarme: «¡Ah!, sin duda, si usted juzga
a Las Casas a partir de la historia concreta, sus denuncias pier­
den valor»
... Según lo cual habría que arrepentirse de esta de­
bilidad: no juzgar más que a partir de la historia concreta. Es­
pero que quienes me entienden querrán seguir perdonándomela.
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I
JEAN DUMONT
La regresión · será republicana -y anticris~ana.
De esta historia concreta, Silvio Zavala nos · brinda, al tér­
mino de su citado librito, una convincente. demostración gráfica.
Demostración que permite
de un golpe de vista comparar la si­
tuación social de la aldea india bajo el imperio de la encomienda
del siglo XVI y la situación social de la hacienda en el siglo XIX.
La demostración hace referencia a dos drculos yuxtapuestos que
representan la implantación agraria en las dos épocas sucesivas,
El primer círculo
-el de tiempos de la encomienda-muestra
a
la propiedad india cubriendo la casi totalidad del círculo, apenas
interrumpida por el pequefio territorio privado
de un español
o del titular de la
encomienda, obtenido por un título difetente
de ésta, por ejemplo, mediante
coi;npra en regla a los indios. En
el centro del círculo dominado asi por la propiedad india,
se
encuentra la aglomeración de la aldea donde residen las autori­
dades indias: cacique, notables, concejo.
En resumen, los indios,
a quienes .no explotan ya sus antiguos amos, se encuentran to­
davía en su casa, y mejor aún, .con stis tierras y sus. instituciones
locales. Los titulares de las encomiendas viven en la ciudad y
se ptolúbe rigutosamente · a los españoles el instalarse en una
aldea india.
·
Si se contempla ahora el círculo representativo de la época
de la hacienda en elsiglo xrx se descubre que todo ha cambiado.
El centro del circulo se ha convertido en la ,sede de· la hacienda
dominada por la casa del amo y la casa de su intendente. La
aglomeración india ha sido expulsada del círculo en el que no
. ejercerá ya ninguna función institucional propia. La propiedad
del duefio de la
hacienda cubre todo el circulo, del que ha des­
aparecido totalmente la propiedad india. La implantación india
no está
ya representada en el círculo más que por algunos jiro­
nes de
tierras concedidas temporalmente a los obreros agrícolas
indios para retenerlos
al servicio del amo. En· fin, los indios no
están ya en su territorio: despojados de sus tierras y de sus ins-
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERICA
tituciones, no queda de ellos más que un rebaño humano en­
tregado a la explotación del capitalismo agrario.
¿Qué
ha sucedido? Esto: que la independencia de los países
de la

América española ha liberado a
los capitalistas criollos, o
recientemente inmigrados,
de la antigua autoridad de la Corona
de España. Y el laicismo
triunfante (con la ayuda protestante
norteamericana) ha desmantelado a
la Iglesia, inspiradora, de la
antigua
dilecci,ón de la ley en favor de los indios. Ahora sí que
se trata de un despojo y de una esclavitud (o servidumbre) re­
publicanas y anticristianas que van a sustituir a lo que fue, en el
orden social, la magnífica liberación real y cristiana de América.
Un gran libro argentino de 1985.
Yo escribla esto en 1981, dando así difusión internacional a
los trabajos de Zavala de 1940.
Mi voz se elevaba en soledad,
a través del universal murmullo de
la historia oficial de eclesiás­
ticos
y universitarios calumniando a más y mejor en todas par­
tes a los reres, a los clérigos y a -los cristian~s de la antigua
España. Mi audacia, sin embargo, no ha , sido inútil. Un poco
por todas partes
se desacreditan hoy aquellas calumnias. Así en
el caso de Mariana Mahn-Lot; así en el del P. André-Vincent.
Eminentes hispanistas como Roberto
, Ricard, antiguo director
del Instituto de Estudios
Hisp,inicos de la Sorbona, me otorgan
públicamente
la razón.
Y este año de 1985 acaba
de· aparecer en Buenos Aires el
gran libro de un autor hispano-americano que se mostró igual­
mente conforme con mi tesis, a partir de; su _propia experiencia
de América. El título de este libro es: El fin del Nuevo Mundo,
y
es su autor un gtan argentino que fué amigo de· Ortega y Gasset
y embajador de
su país principalmente en e!Vaticano: Máximo
Etchecopar. En él se denuncia vigorosamente la deformación an­
tiespañola y eclesiástica que los políticos y los escritores hispa­
noamericanos han
inferido a la realidad histórica desde comienzos
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JEANDUMONT
del siglo xrx. En él se señalan con precisión las falsedades acumu­
ladas en este sentido a partir· de la independencia y repetidas
después por inercia o por espíritu de partido. Los principios abs­
tractos de la
democracia y del laicismo han· encubierto en reali­
dad una .mutación social de consecuencias humanas gravfsimas
..
Como escri"bía en su época en Méjico José María Luis Mora, «la
revolución ( de la independencia) que estalló en septiembre de
1810 resultó perniciosa y destructora del pais». Esta revolución
es hija de las ideas «filosóficas» del siglo XVIII que se ven re­
machadas, en su asombrosa inconsciencia, por un cierto catolicis­
mo post-conciliar hoy· dominante. Lo más cómico es que ese
catolicismo cree darnos así lecciones de progreso y de «compro­
miso» .cristiano.
Los supuestos horrores del Perú.
Si de Méjico y Argentina pasamos al Perú, como he hecho
en
mi última obra La Revolución francesa o · los prodigios del
sacrz1egio (1984), se confirma una situación muy semejante. In­
cluso más burlesca aún en su burda oposición entre la verdad
histórica y las calumnias lanzadas contra la monarquía y la Igle­
sia españolas a partir del siglo
XVI. Calumnias que, en mayor
grado aún que en otros casos,
se hallan esparcidas en nuestra
cultura universitaria de hoy.
La monarquía y la Iglesia españolas
son culpables, según esas versiones, del atroz
genocidío de los
indios del Perú por el trabajo forzado durante tres siglos en las
mi~as de plata . y de mercurio. Es lo que afirma Pedro Chaunu
en
Conquista y explotación· de los Nuevos Mundos (París, 1969);
José
Pérez en La España del siglo XVI (París, 1973); Juan Desco­
la en La vida cotidiana en el Perú en tiempo de los españoles
(París, 1962); Jorge Baudot en La vida cotidiana en la América
de Felipe
II (París, 1981), por no citar más que nombres bien
conocidos entre los hispanistas franceses de hoy.
'. Así se ha impuesto a la opinión mundial el cuadro patético,
espantoso, preanuncio de los campos de exterminio hitlerianos o
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERICA
de las «purgas» soviéticas, ele millones de morituri indios lanza­
dos por la fuerza a las «bocas del infierno» para «morir en dos
o
tres semanas en las galerías subterráneas». «Ciertas visiones de
las minas peruanas
-llega a decir uno de esos autores-con
sus negros fantasmas que suben y bajan incesantemente recuer­
dan el
Juicio final de Miguel Angel o parecen formar una cade­
na siniestra de convulsos racimos humanos».
Una distinta liberación social.
La dificultad, como he mostrado en mi capítulo «Asombrosas
complicidades inventan los horrores
del Perú», es que estas imá­
genes de horror son pura y simple excitación dialéctica; despro­
vistas de fundamento real. Y llegadas a
nosotros, tam-!,ién en
este caso, a través de los «filósofos» del siglo
XVIII, especial­
mente Raynal.
Los testimonios
que yo he encontrado hacen ver todo lo con­
trario de este cuadro siniestro, tal el del padre jesuita José de
Acosta, de 1576
y el estudio exhaustivo de los archivos de las
minas que
yo he sacado a la luz, tal el del especialista Guillermo
L\,hmann Villena consagrado en 1949 a las minas de Huanca­
velica. · Se trata en realidad. de un verdadero código de legislación
obrera protectora, con salario legal elevado, duración limitada
del trabajo, magistratura específica, responsabilización sistemá­
tica a los contratistas en casos de accidentes de trabajo, hospi­
talización y medicación laboral gratuitas, que el virrey Francisco
de Toledo y
s1,1s · consejeros religiosos procuraron poner en prác­
tica, desde 1574, al servicio de los mineros indios. «Los espa­
ñoles en esto, escribe Juan Descola (1)
-no demasiado cohe­
rente--, estaban por delante respecto a su tiempo, porque en
las colonias inglesas e incluso en Europa nada o casi nada
se
había hecho para reglamentar el trabajo de los mineros y pro-
(1) JEAN DESGOLA, op:, cit., pág. 242.
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tegerlos contra los accidentes y la enfermedad~ (2 ). Se encuentra
aquí
-eomo en la encomienda--un progreso excepcional, su­
perioi-al de Europa. Y la misma «Liberación de América». Porque
también en esto ninguna protección similar existía bajo la auto­
ridad
indígena precedente, esta vez incaica, en la prestación la­
boral misma, de la que había suministrado el modelo: la mita.
La sujeción era allá tan rigurosa -precisa Guillermo Lohmann
Villena-que «bastaba la orden ·de un superior para colgar a
un vasallo o para que. colocara sumisamente la cabeza sobre una
piedra para que otro indio
Je. hiciera saltar el cráneo con cual­
quier instrumento contundente»
13 }.
Contra lo que persiste en difundir la leyenda negra, los
supuestos morituri. indios eran. en todo privilegiados. Es lo que
testifica
uno. de los grandes ·amigos de los «filósofos» que fue,
en el siglo
XVIII, superintendente de las minas de Huencavelica,
el célebre científico español Antonio de Ulloa, cuyo informe doy
también a la luz pública ( 4). Los indios de la prestación de du­
ración limitada ( una semana a seis meses), llamados mitayos1
no trabajaban nunca como mineros en el fondo ( se deshace as!
el cuadro del Juicio final con· sus racimos convulsos), sino sólo
.en el mantenimiento de la mina, generalmente en la superficie.
Y
recibían un salario doble del de los obreros libres .contrata­
dos. suplementariamente. Ulloa, un buen representante de las
Luces, puso fin a ese privilegio que consideraba escandaloso,
pagando a los obreros
libre~ el mismo salario que a los preten'
didos morituri ... Los cuales .eran, por lo demás, en muy pequeño
nilllléro: nunca· más de· ~80 en las minas de·,Huencavelica, llll­
mero reglamentario fijo .. En tanto que la leyenda negra habla
en esta época de 17.000 hombres en este lugar (casi cien veces
más),
y constantemente renovados para reemplazar a los muer-
(2) Id., op. cit., pág. 55.
(3) El corregidor. de Indios, Madrid, 1957, pág. 10.
(4) Mam1scrito núm. 2.543 (colecci6n Ayala) de fa Biblioteca del Pa,
lacio Real de Madrid Re.censión en IiRev/sta de Indias, núm. 5 (1941)
por VICENTE RODRÍGUEZ CA.sADO.
(5) Op. cit., tomo II, pág. 279.
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMBRICA
tos por intoxicaci6n de mercurio. :Muertos que son también pura
invenci6n en esa época, porque
c.....escribe Uiloa-«en todo el
tiempo
de mis funciones (seis años) no he conocido un solo caso».
La liberación fundamental: la religiosa.
Pero la más profunda «primera Liberación de América» no
es esta doble libefaci6n social de los campesinos y los mineros
que acabamos de mostrar. Es la liberaci6n espiritual, religiosa,
de los pueblos indios,
de las almas de los indios. Y esta libera-
. ci6n fundamental es aun más desconocida, más silenciada, por
nuestros medios culturales que la liberación social que viene a
ser su consecuencia. Las obras que hemos citado guardan sobre
ella un impenetrable silencio.
·
Incluso historiadores tan serios como Marcelo Bataillon o
Vicente. Beltrán de Heredia hacen mención de un seudo-bautis­
mo de indios en masa, con el hisopo. En tanto que, como ha
mostrado Roberto Ricard
en su Conquista espiritual de Méjico
(París: 1933 ), y n¡ás recientemente Claudio Ceccherelli en el
núm. 35 (1955) de Missionalia Hispanica, el bautismo no se ad­
ministró nunCa __ sin previa ins.ti:ucci~ri, y, .salvo excepción _rarísi­
ma, los indios fueron bautizados unó a uno».
En cuanto a los subversivos deliberados como Sergio
Gru­
zinski y Carlos Antoine en la Historia vivida. del pueblo cris­
tiano, discípulos comunes de Juan Delumeau y de _Pide! Cástro,
pretenden no ver en Méjico_, por -ejemplo,· más "que «cristiahiza­
zación autoritaria» como medio de explotación bajo la férula de
la Inquisición (6). Es decir, una «agresión cultural» (7), que ha
sido preciso esperar hasta hoy para ver sustituida por un «·cris­
tianismo crítico» que asocia_ «evangelización» Con «conciencia­
ción» marxista. Afirmaciones todas tan .falsas como teledirigidas.
Debe, en efecto,
precisarse· que la Inquisición, establecido
(6) Id., págs. 290-291.
(7) Id.,
págs. 311 y sigs.
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JEAN DUMONT
s6lo en Méjico y Perú en 1571, otorgó confianza de conjunto a
los indios, que se vieron formalmente excluidos de su compe­
tencia por cédula de
Felipe II en 1575. Jamás hubo, por lo
tanto, intervención estrecha de la Inquisición sobre la religión
de los indios. Nada hubo en América semejante a lo acaecido
con los ritos chinos que Roma pretendía proscribir. Al contrario,
la Iglesia de América, con profundo discernimiento, tendió a
respetar la identidad cultural de los indios,
-su testamento pro­
pio, que hasta nuestros días influye de un modo natural en
sus
ritos y prácticas.
Y en lo referente a
la «crisdanización autoritaria», es todo lo
contrario lo que muestran los testimonios directos, qú.e se guar~
dan mucho de mencionar, y que me ha sido necesario investigar.
Ante todo, si hubo conquista, ésta fue con la participación
ge­
neralizada de los propios indios, felices de derribar aquí la opre­
sión azteca
y allí la incaica. En Méjico se alían con Cortés los
pueblos
más avanzados e importantes que eran los cempoaltecas,
después los tlaxcaltecas,
;,,ás tarde buena parte de los téxcuca­
nos
y los otomis, ambos vecinos del México de los aztecas. El
conquistador entra así definitivamente en Méjico a
la cabeza de
algunas decenas de españoles, pero sobre todo de 150.000 indios.
Enseguida
se le unen otros pueblos indios avanzados e impor­
tantes, como los Tarascos de Michoacán,
los Zapotecas de Úaxa­
ca, etc.
Las conversiones individuales al cristianismo son en· estos
pueblos inmediatamente aceptadas. Así, en Tlaxcala, donde Cor­
tés
y sus capitanes hacen de padrinos de los jefes indios, sus
aliados, al recibir éstos el bautismo. Así con los Tarascos, cuyo
último rey
indio_ de Michoacán va a hacerse tan buen cristiano
que
profesará como jesuita y morirá mártir de la caridad en el
transcutso de una epidemia. De hecho los indios, desde que
la
p~sencia española les abre uná alternativa, la acej:,tan, como ten~
diendo a un cambio que será, ante todo, religioso.
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERJCA
Si los españoles no hubieran llegado ...
Es Jacobo Soustelle mismo, historiador tan aztequista, quien
lo señala en la revista
Evasiones meiicanas, 1980: los aztecas
estaban moral
y físicamente al extremo de sus lúJÚtes en sus
sacrificios humanos masivo (25.000 jóvenes sacrificados para la
. sola inauguración del gran templo de Méjico). «Cabe preguntarse
-escribe Soustelle-a qué les habría esto llevado si los espa­
ñoles no hubieran llegado (
... ). La hecatombre· era tal ( ... ) que
hubieran tenido que cesar el holocausto para no desaparecer».
Y es sabido que a la llegada de Cortés la
civilización-religión
maya, en el .oriente Mejicano, estab1:1 casi enteramente muerta
pot ella misma.
Todo el mundo indio sabía que un cambio religioso
se im­
ponía. Y la incorporación generalizada al conquistador, mensa­
jero declarado de una nueva religión,
ponía de manifiesto que la
adhesión solidaria a las religiones precolombinas, moribundas de
interna senilidad, había dejado de ser para· los indios la referen­
cia. suprema. Es en este sentido como ha de tomarse la afirma­
ción del gran historiador indigenista mejicano Alfredo Chavero
cuando, a principios de siglo, escribía: «En rigor, no fue un
grupo de soldados
europeos quienes hicieron la conquista, sino
los indios mismos» (8).
Algo semejante ocurriría en el Perú, donde Pizarto vio unírse­
la contra
el usurpador · Atahualpa a los aristócratas incas legiti­
mistas
y a la impaciente clase de sus esclavos, los ,yans. Y allá
también pueblos enteros recientemen;e subyugados por el im­
perio de Cuzco, se s1.llllaron al conquistador: los chachapoyas,
los cañaris, que permitieron a
los españoles apoderarse de Quito,
los huancas que aniquilaron los esfuerzos del nuevo Inca, Man­
co II, para arrojar al mar a los invasores. En efecto, los huancas
cierran a Manco el camino del norte y constituyeron, como. des-
(8) Citado por JORGE GURRÍA LACROIX, Traba¡os sobre historio me­
xicana, Méjico, 1964, pág. 38.
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JEAN DUMONT
taca el especialista Enrique Favre, «la insuperable muralla a
cuyo abrigo los españoles podían matarse entre sí .con ttanqui.
lidad».
Desde entonces, tanto en
Méjko _ como en Perú, la libera­
ci6n política deseada y
obteni<)a va a estallar apasionadamente
e11 liberaci6n · espiritual y religiosa, en cascada multitudinaria y
alegre de
. conversi6n cristiana. En una extraordinaria efusi6n
súbita de
la gracia, a escala de un continente.
Nuestros intelectuales
y.· universitarios liberales de La His­
toria de
la Iglesia por sí misma ironizan (9) sobre la pronritud
generalizada
. con que los indios se convierten, tal como la afir­
ma_ el papa Paulo III en su bula Sublimis Deus, de 1537. Es,
sin embargo,
el papa quien está bien informado, especialmente
por
el obispo dominico de Tlaxcala, Julián Garcés y su enviado
Bernardino de Minaya,
..igualmente dominico, que fue también
misionero
de NicaragUa y Perú. Y los demás testigos señalan
igualmente esta rapidez. Casi veinte años antes de Paulo
III,
cuando_ el imperio azteca existe .todavía, Cortés escribe a Car­
los. V: «En todas mis cartas, señor, os_ he dado a conocer la
tendencia de los indios a convertirse».
EL bautismo reclamado a · gritos.
Por todo Méjico, afirma· Claudio Ceccherelli, «la afluencia
tumultuosa de indios reclamando
el bautismo» es una reali­
dad (10). Hubo
muy pronto que renunciar a las restticciones que
se impusieron en 1539 para la administr.ación del bautismo, tra­
tando de volver a las reglas esttict.as de los catecumenados de
Pascua y Pentecostés vigentes en Europa. Porque «los indios no
cesan de
iniporrunar (a los religiosos) con su_s súplicas, lágrimas
e insistencia para no verse privados de un bien tan grande,
alegando que, para recibir el bautismo,
han caminado largas jor-
(9) Op. cit., pág. 339.
(10) Artículo cit., Missionalia hispánica, núm. 35 (1955), págs. 247,
263 264. -~
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERICA
nadas, realizando grandes sacrificios y afrontando grandes peli­
·gros».
Cediendo así los religiosos, fue la gran avalancha: «los ·
indios
se presentan en masas compactas reclamando a gritos el
bautismo». A esta epopeya de la
gracia no le faltaron sus aspec­
tos pintorescos: «los sacerdotes, a menudo, no podían ya levan­
tar el cántaro eón el que bautizaban: hasta tal punto tenían
fa­
tigado el brazo» ( 11 ), como señala el franciscano Torquemada.
Y no
se trata de un entusiasmo enseguida olvidado. Veinte
años
más tarde, en 1558, el franciscano Pedro de Gand (uno
de los muchos religiosos de origen francés o flamenco lanzados
a la epopeya española) escribía a Felipe
II. Le narra lo que
sucedía en las escuelas de
los monasterios mejicanos (que acogían
por todas partes a cientos de jóvenes indios¡, por la tarde, re0
zadas las completas:- «A las ocho los muchaéhos indios se ejer­
citaban en la predicación para ver quién era más capaz de ir a
predicar en las aldeas (
... ) Y durante tom la sema11a los más
hábiles y más inspirados en las cosas de Dios estudiaban lo que
debían predicar . y enseñar en las
. aldeas los domingos o fiestas
de. precepto;
los sábados sus compañeros los enviaban por pa-
rejas a predicar» (12). '
A finales del siglo XVI el franciscano Jerónimo de Mendieta
completa la descripción haciéndonos asistir a las predicaciones
de estos jóvenes apóstoles: indios en las
aldeas_ y los caseríos.
«No sólo exponían lo que
Jos .. religiosos les habían enseñado,
sino que añadían mucho más, refu tanda con agudos razonamien­
tos que habían ellos elaborado.
los errores, ritos e idolatrías de
sus mayores, declarándoles su .fe eri un solo Dios y mostrándo­
les cómo
habían vivido engañados por grandes errores y cegue­
ras que les hicieron tomar los dioses por demonios enemigos del
género humano» (13).
(11) Monarqula indiana, Méjico, 1943, tomo III, pág. 163:
(12) Códice franciscano, Méjico, ·1982, pág. 213.
(13) Historia eclesiástica indiana, Méjico, 1966, pág. 225. ·
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JEAN DUMONT
Alegria desbordante de la conversión.
Todo el continente americsno se ve arrastrado por el rego­
cijo desbordante de esta conversión
espontánea, de esta Nueva
Alianza buscada de todo corazón. Porque en el Perú encontra­
mos lo
mismo que en Méjico.· Las cartas de los primeros misio­
neros jesuitas, llegados al ex-imperio de· los Incas, lo demuestran
asimismo de modo impresionante. «A
los sermones --escribía
el visitador de las Indias Dr. Plaza-acuden los indios con tal
fervor y concurso que· produce admiración. En la mañana de
las fiestas, si hay dos_o tres o cuatro sermones en las diferentes
parroquias, cuando han Oído uno, acuden a otro y a otro, o a
cualquier otra predicación ( ... ). Después vienen a nuestra igle­
sia para aprender en ella la doctrina cristiana. Esta les es ense­
ñada muy por extenso, por el método de preguntas y respuestas.
Todos, hombres y mujeres, la aprenden con gran facilidad y
ra­
pidez debido a la pasión que en ello ponen» (14). Si el diseño
que
· vemos así trazado no es el de una liberación en la alegría,
no se sabrá jamás lo que es una liberación... Una liberación
tanto
más significativa cuanto que tal testimonio se refiere el
18 de octubre de 1576 a Cuzco, la capital hasta poco del culto
inca.
Y en el mismo Perú emerge, como en Méjico, la pasión mi­
,sionera de los jóvenes apóstoles indios. Es también en. el año
1576. cuando nos lo muestra, por su parte, el provincial de los
jesuitas José de Acosta: «Los muchachos indios, que son
viva­
ces y hábiles, conocen el catecismo breve y el extenso en su
propia lengua. Y van a ensefíarlo a pie (de aldea en aldea) a los
viejos. Han aprendido' también nuevos
cánticos, tanto en espa­
fíol como en su propia lengua, de los que gustan mucho, al estar
por naturaleza dotados para el canto. Y los cantan noche y
dfa
en las casas y en las c.lles. Oyéndolos, hombres y mujeres hacen
otro tanto» (15). ¡Qué espectáculo esta liberación, realizada
es-
(14) Missionalia hispánica, núm. 10 (1947), pág. 49.
(15) Id. ~-28.
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LA PRIMERA UBERACION DE AMERICA
pontáneamente, obra popular! Tras el movimiento de las mu­
chedumbres hacia fa palabra de Dios, el resonar, noche y día,
en las casas
y en las calles, las alabanzas del Señor ...
Lo
que vio Toynhee.
Se comprende así la alegría, la exuberancia del arte, ·re­
ligioso indio-cristiano de esa misma época, que cubre aún hoy
mÍllares de monumentos toda la América hispana. Este arte
indocristiano cuyas esculturas y pinturas
están pobladas por in­
numerables ángeles juveniles de miradá. alegre, semejantes
en
todo a los jóvenes mensajeros . del Dios cristiano que hemos visto
recorrer, de
carne y hueso, los senderos del país indio. Arte que
es un inmenso testimonio, casi totalmente desconocido hoy, ya
que la primera obra de conjunto que le fue consagrada data de
1978, en Méjico, en lo referente sólo a este pueblo.
Un enorme testimonio, porque desde
el siglo xvr, s6lo en
Méjico, este arte produjo
más de ciento veinte grandes monu­
mentos catalogados, con decenas de millares
de metros cuadra­
dos de pinturas. Un enorme testimonio también dado que el
autor del libro de 1978, Constantino Reyes Valerio, pudo escri­
bir que «este movimiento artístico
es la _demostración imborra­
ble del nuevo aspecto y del
corazón nuevo que adqniere el
indio» (16). Dicho de otro modo, de su liberación espiritual,
que también allá se
realizó «mediante una comunicación inten­
sa» (17) «a través de la educación y del fervor». Un inmenso
testimonio, en fin, porque los lugares de este arte indiocristiano
son «los mismos en que
se celebraba el gran culto prehis¡,áni­
co» (18), y porque fue «el artista indio el autor de la mayor
parte
·de estas obras» ( 19).
Es lo que
como precursor había visto; en un golpe de luz,
(16) Arte ·indocristinao, pág. 11.
(17) Id., pág. 127.
(18) Id., pág. 125.
(19) Id., pág. 167.
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JEAN DUMONT
el gran historiador anglosajón y protestante Arnoldo Toynbee.
Su conocimiento de la historia de las religiones, extendido a cin­
co continentes y a -milenios, .le _hizo :i;econocer enseguida de su
llegada a Méjico que la civilización indiocatólica que nace in­
mediatamente de la «conquista» es el modelo universal de la
fosión feliz _de dos civilizaciones. En su libro de síntesis La Re­
ligi6n vi,ta por un historiador, nos ha participado su asombro
cuando, visitó las iglesias indias de las aldeas que rodean a Pue­
bla
-tercera ciudad de MéjicO--:-, fundación ex-nihilo de los con­
quistadores. Porque, decía, fue testigo de los «cuidados celosos»
que todavía prodigaban los indios a los «obras
de arte magní­
ficas», «alegres», de sus antepasados, liberados por el cristianismo
del «salvajismo siniestro de la influencia azteca» que «les
habla
sumergido hasta entonces (20).
Confirmación por Túpac Amaru y los «cristeros».
La posterior historia proporcionará, por lo demás, muchos
otros testimonio
de la profundidad de esta «primera Liberación
de América». Aquellos que entre mis oyentes tengan la posibili­
dad
de recurrir · a mis obras encontrarán mención en ellas de
algunos
de los más evidentes testimonios complementarios. Así
en Perú, en
los años 1780, la revuelta· de Túpac Amaru, descen­
diente
auténti~o de los emper~dores incas. Esta sublevación india
contra .la administración española local, que los marxistas de
hoy pretenden reivindicar tomando
el nombre de tupamaros, se
hizo en realidad en nombre de «nuestra sacrosanta religión ca­
tólica». Los sacerdotes se encontraron en ella en tal número que
se la llamó la «revolución de los curas», y e]. dominico Rodríguez
fue en
e!4, capellán del gran jefe. La revuelta fue finalmente
vencida por el hecho
de la excomunión de Túpac Amaru lan­
zada por el obispo
de_ Cuzco, cuyos habitantes, indios en su in­
rnens~ mayoría, rehusaron desde ese momento unirse al movi­
miento.
Otro testimonio de la ptofundidad de aquella «primera · Libe-
(20) Op: cit., París, _1963, págs. 61 y 162-163.
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LA PRIMERA LIBERACION DE AMERICA
ración de América», más cercano aún a nosotros, es_ esta revuel­
ta de los campesinos indios de Méjico que, entre 1926 y 1929,
por propia decisión, obligaron al gobierno mejicano a poner un
límite a la. descristianización sistemática. que había. emprendido.
Merced
a esos campesinos indios, que se dieron el expresivo
nombre de
cristeros, es como podemos ver de nuevo hoy los
hábitos blancos de los dominicos en los lugares
más ilustres de
la primera conversión y del primer arte indiocristiano, en San
Cristóbal de Clúapas o en Santo Domingo de Oaxaca.
El maravilloso ejemplo de Tlaxcala.
Pero es sobre todo en la gran sede de la primerísima · con­
versión de Méjico, Tlaxcala, donde quiero concluir.
Ejemplo tanto
más signi•icarivo por cuanto su pueblo era el
más libre del Méjico español, dado que, en agradecimiento por
_
su fiel alianza, el rey de España le había reconocido plena auto­
nomía
de gobierno, universal hidalguía a sus miembros y ex­
cepción de todo tributo que no fuera simbólico. Precisamente a
Tlaxcala, liberada ya de las empresas aztecas; se refiere el texto,
encontrado por m_í allá mismo, y que, citado por primera vez,
:propongo a nuestra comµn reflexión. Un texto del mejor especia­
:lista actual de la primera evangelización de Méjico, el padre fran­
ciscano Fidel Jesús Chauvet, cuyo .nombre dice bien su origen
francés.
Lo que nos pinta vale todo el oro del mundo, y mucho más
que todas las pretensiones de lústorias «avanzadas», sean libe­
rales o marxistas. Porque. esta pintura no
es otra cosa que el
retrato exacto de ese don de Dios que fue la «primera Libera­
ción de América».
Dice así:
«Se acusa al indio americano en general, y, en par­
ticular, a los indios evangelizados por los franciscanos, de no
poseer más que una religión puramente exterior. Y, en el fondo,
'de permanacer tan paganos como antes de _ recibir el bautismo.
«Demuestra la falsedad
de tales acusaciones la abnegación
con que,
particularmente los tlaxcaltecas, recientemente con-
337
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vertidos, practican la religión cnsttana. Recorde1J1os, por eje1ll­
plo, có1J10 antes de celebrar la fiesta de Navidad con la represen­
tación
al aire libre y con gran po1llpa del auto sacra1J1ental
"Nuestros primeros padres" (en otra ocasión el auto tenía por. tema
la conquista de Jerusalén), reunieron· i1llportantes . li1J1osnas. Y
las
e1J1plearon !ntegra1J1ente en el hospital para los !ndigenas 1J1ás
pobres, fundado desde el comienzo de la cristianización de Tlax­
cala». Motolinia ( testigo directo) escribe sobre este asunto: «No
contento con lo que donaron a los pobres del hospital, fueron
por los caminos en una legua a la redonda para distribuir seten­
ta y cinco
camisas de hombre, cincuenta de mujer, muchas man­
tas y otros abrigos, diez corderos y un cerdo, numerosas cargas_
de malz y raciones de carne y maíz». .
«Otro hecho
.. significativo de la sinceridad de los nuevos
conversos
tlaxcaltecas era la práctica generalizada de la restitu­
ción de bienes
mal adquiridos. Las restituciones que hicieron
durante la cuaresma, señala
un documento de 1539, se· elevaron
a
más de doce mil, referentes a bienes adquiridos tanto en época
pagana como la posterior a su
bautismo. Entre ellas algunas eran
de cosas pobres otde valor medio, pero otras, numerosas, cons ..
itituían bienes de gran valor: joyas de oro o piedras preciosas y
propiedades. Todo esto
sucedía en Tlaxcala quince años después
de que los franciscanos se establecieran allá por vez primera».
«Por ninguna otra nación».
Y todo esto sucedía también · en el tnomento mismo en c¡ue
el gobernador indio V aleriano redactaba en nahuatl y alfabeto
latino «el primer texto literario azteca que jamás
se habla es­
crito: precisamente el relato de Ja. aparición de la Virgen Nuestra
Señora
al pobre indio Juan Diego, a quien -hecho inaudito­
dejó su propia imagen». «Dios hizo así lo que no hizo por nin­
guna otra nación», afirmará
el papa Benedicto XIV.
AñOs estcis ·que, por tantas· coincidencias, sigtiaron sobre el
Nuevo Mundo uno de los más altos momentos de la historia de
la Salvación: la verdadera Liberación de ese Mundo.
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