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1985

La verdadera liberación

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Libertad y determinismo

LIBERTAD Y DETERMINISMO
POR
. JOSÉ MARÍA l'ETIT SULLÁ
En la antigüedad se entendió determinismo como sinónimo
de necesidad, tanto en los textos filosóficos que afitman el libre
arbitrio como en
los que lo niegan. Modernamente, sobre todo
después del principio de indeterminación de Heisenberg, cabe
distinguir entre determinación y necesidad, puesto que los
fenó,
menos cuánticos implican indeterminación en la observación, aun­
que ello no signifique que sean sucesos libres (

a pesar de inter­
pretaciones abusivas, que también se han dado).
El hecho de que
la física, como .ciencia empiriomatemática haya abandonado
el
determinismo al estilo de Laplace significa un cambio en el pa­
radigma científico. Se puede, pues, distinguir· entre determina­
ción y necesidad en el sentido de reservar
el primer término para
denotar una relación
conocida entre un estado físico y el anterior,
mientras el segundo conserva su vigencia filosófica de significar
lo contrario de libertad; Sin embargo, también hoy como antigua­
mente, decir que
el hombre está determinado a obrar tal o cual
cosa significa exactamente que lo hace por necesidad de la natu­
raleza. Hecha esta aclaración, tomo el término determinismo en
toda la exposición que sigue como sinónimo de necesidad.
La aceptación
de la libertad o . de la sola necesidad donde
tiene una aplicación
inmediata y propia es en el campo . de la
ética, como es obvio. Así, por ejemplo, lo enjuicia Santo Toniás:
«Algunos pusieron que la voluntad del hombre es llevada a ele­
gir algo por necesidad.. . Esta opinión es herética, pues quita la
razón de mérito y demérito en los actos .humanos.. .
Ha de ser,
pues, enumerada entre las opiniones extrañas a
la filosofía, por-
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que no sólo contraría la fe 'sino que subvierte todos los principios
de filosofía moral»
(De Malo, q.6). La existencia de la moral
como disciplina diferente de
la filosofía natural se funda en la
afirmación, aceptada por el sentido común de todo~ los hombres,
de que
el hombre es libre en la elección de sus actos, y porque
es libre es responsable. Pero la cuestión de la fundamentación de
la libertad depende de la metafísica y en concreto de que
se acep­
te el carácter espiritual del hombre.
Incluso
la gente con menos formación filosófica intuye fácil­
mente que el determinismo va ligado al materialismo y que, en
concreto, la tesis de que. nosotros no somos libres va unida, como
efecto a su causa, a que
no_sotros no somos sino una parte, más
o menos compleja, de pura materia. l,a filosofía verdadera ex­
plica esta conexión entre la libertad y. el espíritu, as( como entre
la materia y la necesidad. Hecho además confirmado por la his­
toria de la filosofía sobradamente, pues en ella encontramos a
los filósofos «naturalistas»,. que niegan la realidad de lo supra­
empírico, negar igualmente la libertad humana. En
la moderni­
dad filosófica
tenemos un ejemplo muy expl!cito de ello en la
filosofía de
Spinoza. Por no citar más que un texto veamos lo
que escribe en su obra fundamental: «Los hombres opinan que
son libres porque son conscientes
de sus voliciones y apetitos,
pero ni en sueños piensan que son ignorantes sobre las causas
que les impelen a apetecer y querer» (Etica, Pars, apendix 53).
Los hombres «opinan», es decir,
se creen libres porque saben lo
que
. qúieren pero ignoran la causa de que quieran. El conoci­
miento de las causas les haría ser conscientes de que no son libres.
La libertad es, pues, una «ilusión».
Textos que
niega!) la libertad humana los hay en abundállcia
en la historia de la filosofía. Santo Tomás podía referirse a los
griegos que opinaban
as(, pero a partir del olvido o rechazo de
la escolástica estos filósofos son, ciertamente, la mayoría. Por
su clara explicitación, y porque responde a la mentalidad pseudo­
científica de la filosofía contemporánea y su reducción sociologis­
ta
Jecordemos algún texto del fundador del positivismo A. Comte.
Escribe este autor en-el Catecismo positivista, obra que resume
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su «religión positiva». «Lejos de ser incompatible con el orden
real la libertad consiste por todas partes en seguir sin obstáculos
las leyes propias· del caso correspondiente. Cuando un cuerpo
cae, su libertad
se manifiesta ditigiéndose baja el centro de la
tierra, según su naturaleza. Igualmente en un orden vital cada
función vegetativa. o animal,
es declarada libre si ella se cúmpie
conforme a las leyes correspondientes, sin ningún impedimento
exterior. Nuestra existencia intelectual
y moral comporta siem­
pre una apreciación equivalente» (Diálogo cuarto, pág. 122).
La libertad, tal como
la entiende Comte, es lo mismo que
la
· necesidad. Un hombre es tan libre cuando obra, como una
piedra cuando cae, o una planta cuando crece, o un perro cuando
ladra. No
hay más libertad que el cumplimiento de las leyes
naturales ni
más falta de libertad que el · impedimento exterior
de estas leyes. Conformarse conscientemente a
e.sta necesidad es
haber alcanzado el estado positivo de la humanidad. Comte con­
sidera un progreso haber superado la creencia «individualista»
en
la libertad humana, como lo señala en la misma obra citada:
«La doctrina metafísica sobre
la pretendida libertad moral debe
ser históricamente mirada como un resultado pasajero de la anar­
quía moderna. Pues ella está directamente destinada
á consagrar
el individualismo absoluto» ( Op. cit., pág. 123 ). Lo que Comte
llama «resultado pasajero» no
es otra cosa que la afirmación por
parte de la filosofía cristiana de una verdad de] todo oscurecida
en la filosofía pagana .y en la «moderna» que se identificó con
aquélla en tantos aspectos.
Por influencia del romanticismo·
se ha hecho común en nues­
tra vida contemporánea la exaltación
de la libertad como valor
supremo de
la vida humana, hasta el ponto de ser exponente de
la actitud revolucionaria y concretamente antirreligiosa. Pero los
factores del liberalismo, como lo
ha expresado tantas veces el
doctor Canals, bebieron en las fuentes racionalistas de quienes
negaban
el libre arbitrio. Tales planteamientos se siguen sin
dificultad
en las lecturas de los marxistas, o de los nietzscheanos,
o de los psicoanalistas que siguen .ª Freud. Siendo esta una ver­
dad incuestionable, conviene, sin embargo, no reducirla a una
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mera incoherencia. Al igual que en Comte, la libertad que_ .se
exige es la de seguir los impulsos_ de-la «naturaleza», enfrentán­
dose-a la ley moral que · es juzgada como acción «exterior» y,
sobre todo, a la ley divina• como más «exterior» y por ello
«alienizante».
La filosofía que máximamente expone esta adecua­
ción entre libertad
y necesidad es, sin duda, Nietzsche, en la
misma medida en que es el gran negador de la moral y de Dios.
Pero es
también, y por lo mismo, el gran negador de la natura­
leza humana,
al negarle los atributos de su alma racional: el pen­
samiento y
la voluntad son para éste pura ficción.
No seguiré analizando los explicitos errores modernos y su
originación en posiciones filosóficas
muy antiguas y que Santo
Tomás llama «protervas» (refiriéndose a
la negación del libre
arbitrio). Quiero someter a vuestra atención la verdadera rela­
ción entre libertad y necesidad desde la comprensión misma del
mundo .creado, con
el fin de resaltar la correcta relación entre
ambas en el seno mismo de la naturaleza, pues en torno a esta
cuestión hay algún malentendido, propiciado por una visión
ra­
cionalista de la misma realidad natural. Es un error que gravita
en la relación
entre ciencias y filosofía, que hace años me preocu­
pa,
. y que consis.te en pensar que la verdadera sabiduría versa
esencialmente sobre el orden necesario con . que se desenvuelve
, nuestro Cosmos.
Es Platón el primero en llamar la atención sobre el peculiar
modo en que fue hecho nuestro mundo. «El nacimiento de este
inundo
-leemos en el Timeo--tuvo lugar por una mezcla de
dos órdenes, la necesidad
y la inteligencia. Con todo, la inteli­
gencia ha dominado la
necesidad ya que han conseguido persua­
dida de que orientara hacia lo mejor la mayoría de las cosas que
son engendradas.
As!, por la acción de la necesidad, rendida a
la fuerza persuasiva de la sabiduría,
se ha formado este mundo
desde su comienzo» Timeo, 47, e5). Es este un texto que puede
resultar a nuestra mentalidad desconcertante, al contraponer ··pre­
cisamente necesidad e inteligencia. Pero Platón tiene mucha ra­
zón y dice, muy bellamente, lo mismo que dirá Aristóteles al
hablar del papel de la necesidad en
.la naturaleza, al cuestionarse
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precisamente si la necesidad elimina. del mundo la firnilidad. Pla'.
tón sabe que en este mundo el orden de
la necesidad existe y
establecerlo
eón nuestra· inteligencia es algo que debe ser · inten­
tado con un discurso «verosimil», un discurso fundado en una
opinión lo
más probable posible. Pero por encima de este orden
hay el orden de la inteligencia, aquel que es verdaderamente
cog­
noscible, y al que se subordina el orden anterior de la necesidad.
Puede que
los antiguos destacando demasiado la subordinación
entre los dos órdenes buscasen prematuramente el orden de
la
necesidad, de lo material que dice Aristóteles, en función de lo
«inteligible» a que
se subordina. Pudo haber y hubo precipita­
ción, en muchos casos, porque el orden inteligible de las formas
no indica de por
si el orden exacto de la materia. Pero, sin duda,
el error moderno es mucho mayor al referir la inteligibilidad
exclusivamente del lado de lo material tomado como realidad
completa, dejando el estudio de
la finalidad, de lo formal, que
es siempre el orden superior, como cuestión «Teológica» (Des­
cartes) o «Metafísica» (empirismo) como sendas descalificaciones
(Descartes niega la teología como el empirismo la metafísica).
La metodología aristotélica, siempre más lógica y argumen­
tativa, explica esta relación con ejemplos comprensivos. La
com­
prensión de lo que es una casa, según el ejemplo aristotélico del
libro
II de la Fisica, capítulo 9, por ser algo formal, aunque ar­
dficial; es más comprensible que aquello de lo que está hecha.
El
físico, ciertamente, debe considerar las dos cosas, pero prin­
cipalmente la forma, · esto es, el ser casa. Ahora bien, es necesa­
rio que·
para que la casa sea se coloquen primero los elementos
más pesados eu la base y los más ligeros en la cimera. Este
orden
es necesario para el fin, pero el fin mismo no es necesario.
Necesidad e inteligibilidad no sólo no
se identifican sino que la
inteligibilidad pertenece al ente por sí mismo mientras que la
necesidad se da en orden a algo. En toda la naturaleza, como
en el arte,
la .necesidad existe hipotéticameute, como condición
de otra cosa, pues pará hacerla absoluta habría que tomar
lo
existente como necesario y derivar sus condiciones como «atribu­
tos» deduciéndose de la esencia del mundo. Buscar esta necesi-
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dad en el mundo tomo supremo grado de saber implica la divi­
nización del mundo e implica también,
por lo mismo, ver el or­
den relativo co1D.o único y sup:remo, 9 sea entender a. Dios mismo
con una «estructura» mundana de relaciones «necesarias» entre
partes diversas. Se niega su simplicidad y, por ello, su máxima
inteligibilidad.
Pero
el texto platónico nos señalaba además que la «persua­
sión» del orden de lo inteligible sobre el orden de lo necesario
consistía en buscar el bien. y ello es porque lo verdadero es en
igual medida bueno. Este bien
es el que San Agustín ve como
orden, el orden por excelencia, porque es manifestfJ!ivo de la
naturaleza formal de los entes. Los sistemas. monistas, como
Spinoza hab!an mucho del orden, pero este orden es mera cone­
xión, mero encadenamiento. Y como toda cadena, que sólo es
cadena, no lleva a nillguna parte, por· más que "se vayan; desgra­
nando sus. eslabones. Tal es el drama de la. supuesta «inteligibi­
lidad» de la
ciencia hecha de espaldas a la metafísica y a la teolo­
gía, marchando de «descubrimiento» en «descubrimiento» sin en­
contrat nunca la esencia de nada, ni del mismo mundo, por su­
puesto.
Pongamos .un ejemplo, muy usado ·pero -casi nunca bien ex­
plicado. Si decimos de un reloj que está ordenado, esto se en­
tiende en el sentido de que sus elementos se · comportan de tal
modo que acaban dando la hora
exacta, saber lo que es el tiem­
po
y sus medidas es r.;;.uisito previo e indispensable para juzgar
que
el mecanismo del reloj está ordenado. Una mera considera­
ción de
• su maquinaria, independientemente de su referencia al
fin, no hace a este conjunto técnico ni ordenado ni desordenado.
Por lo
demás., careciendo del conocimiento del fin tampoco podría
decirse que tiene
un 9rden necesario. El orden maravilla, es
cierto, pero sólo en la medida en que conduce al fin.
Incluso Kant
· vio claro que el conocimiento de este mundo
remite en última instancia a
la_ finalidad y que ella implica, por
tanto, una voluntad libre,
<:onio. lo expresa en la Crítica del ¡uicio.
Es sólo la falsa afirmación de la imposibilidad de conocer lo
nouménico, la cosa en sí, que impide a Kant dat el definitivo
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rechazo al mecan1c1smo determinista. Esta voluntad libre es la
voluntad creadora de Dios que lo
ha hecho todo «por el Verbo»,
por la Palabra que
es luz para el entendimiento humano. Juz­
gar, pues, el conocimiento de lo esencial como algo despectiva­
mente calificado de «metafísico» y
dirigir toda la atención hacia
el modo. de ser condicional de las estructuras de que se vale la
naturaleza para realiur cada uno de los entes naturales poseedo­
res de forma inteligible no es un slntoma de
«sabiduría» sino
de limitación excluyente. En definitiva, identificar necesidad y
saber
es olvidar que en las verdades incondicionadas reside má­
ximamente el verdadero conocimiento, el único en el qu'e el en­
tendimiento se detiene como fin de su actividad y el único capaz
de guiar nuestra conducta moral.
Cuando hablamos de
las «leyes» de la naturaleza empleamos
un lenguaje un
tanto equívoco, porque no apreciamos correctá­
mente la analogía de proporcionalidad que en esta expresión hay.
Ley es primariamente un término de significación moral que al
traspasarlo
al ámbito de las ciencias naturales o incluso exactas
· debe conservar algo de lo que allí significa, pero aceptando el
grado ontológicamente menor en el que nos movemos al hablar
de leyes científicas,
La ley moral no se refiere propiamente al
cómo de las cosas sino a las cosás mismas. Su contenido no ex­
presa una condición sino una afirmación absoluta de bien. La
ley dice lo que hay que hacer porque es bueno, Es bueno amar
a Dios, es bueno respetar a los padres, es bueno· respetar la
vida, etc. Todo
el Decálogo es eso, «diez logos», diez verdades
que han de ser reconocidas en la vida práctica del hombre.
Así, pues, mientras en
las leyes científicas domina la necesi­
dad en la ley moral
se contempla un bien que atrae nuestra in­
clinación de la voluntad, hacia lo que hemos conocido como ver-,
dadero, No tiene, por tanto, un sentido unívoco en los dos casos.
Hay entre ellos la misma relación que hay entre los dos órdenes
de que hablaba Platón, el
de la necesidad y el de la inteligencia.
Volvamos ahora, para terminar, nuestra atención
al mundo
propiamente humano. Habíamos señalado
el carácter negador del
libre arbitrio, simultáneamente con la reducción del conocimiento
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a lo estrictamente fenoménico. La llamada «libertad», por tanto,
no
era más que la expresión de una necesidad que niega toda
trascendencia y nos impide aceptar la ley en sentido moral pro­
pio, o
sea el bien como objeto adecuado de nuestra voluntad.
Reéonozcamos, pues, simpleinente, que lo que caracteriza a nues­
tra época ya no· es ni siquiera un puro liberalismo, sino más
bien, la prolongación o «profundización» --como dicen ahora
de
la democracia-del mismo y cuyo ·nombre es revolución .
. Esta revolución es, según se dice, «necesaria», pues surge ella
misrna de las «fuerzas sociales» que están en acción ·y predomi­
nan sobre todo «ideal». Los términos actuales del lenguaje
po­
lítico, que contaminan también el lenguaje religioso, son los de
«condiciones», ~factores determinantes», «fuerzas sociales», «exi­
gencias», «coherencia», etc., todos ellos 'tomados del lenguaje
de la necesidad. Incluso un partido revolucionario
llamará a sus
disidentes «utópicos» o «demagogos», para señalar que
se apar­
tan de la disciplina necesaria.
El reino de la libertad es el reino del espíritu y de la verdad.
El mundo de la necesidad verdadera
es el mundo de lo condicio­
nal, de lo material, de lo que está subordinado a lo verdadero.
Nuestra época, época de totalitarismo, de colectivismo, de esta­
tismo hasta llegar a una asfixiante falta de libertad, e incluso
de persecución constante de la verdad, es una época en que la
ciegi necesidad
se erige en señora absoluta de toda la humani­
dad, imponiéndose por la pura fuerza. Nosotros confiamos en
que así
como la verdad nos hace libres, la verdad nos libere
pronto.
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