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1986

La doctrina social católica

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El orden político cristiano en la doctrina de la Iglesia

EL .i ORDEN POJ:.JTlCO ·• CRIS:.flANO. EN. LA. DOCTRINA
PE LAIGU:SlA
POR
MIGUEL A..;,so '
l. INTRODUCCIÓN
l. Religión y sociedad
. Ej. fen6_ ~o de )a seriilarizació,:,_, que ciertamente marca .. , ,, '. ' -· . . . '
nu!t,Str\l' época, es, en .puridad,. un fenómeno localizado ten¡poral
y .~eográf:icamente. Tiene lu_gar en_ la ·Edad, Contemporánea y. en
las ;naciones. del Ilan,adq Opcident ' Sin .embargo, en · I()S p4eblos -precústianos era impensable la
,µsociación
de)o pqlítico y lo religioso, al c¡stru:Jos di<>l!es iden,
tiíicados
-hasta da,, excjusivida,l.,+-, ,.con )as. colectiyidades con,
cretas. Y de modo,,tal; que solo a sus.,miembros alcanzaba .su ... ,_ '• ,, . . . . ' -
amparo y protección.
, · .J:4 religión, cqncebida en est~s :U,n¡,ÍQ()S, .. era una.virtud _po,
lítica _,c]a ilopieqad, por el contrario, el más grave de )os deli,
t~. pqlíticQS-'-,.; pues al, honrar. a los dioses s~ reconocía _el p,rio,
cipio sobre el. C\lal se. asentaba Ja . unidad de la ciudad.
Cuando empezaron a declinar las antiguas creencias, sinte­
i.iz~ • Widow, no apatecia en su reemplazo nada q\Íe tuviese la
misma fuerza unificadora.
Por esto, aun .en nombre del interés
ciimihi
. '·'. ·;1go mÍlchq má{ ~ti~~ y (;()fJ.< rrie,;¡,~ c~rácter' yincolan,
te-, la ciudad defendía Jo que quedaba de la piedad de los an­
tepasados (
1).
,\';'"
!-, (1) .. ·JuAN: .AÑTONr'ó · :WtnOW, · .. E1 hombre.,.··· i:Jni11tal polltii:o, ·Academia.
Superior de Ciencias Pedagógicas;. Santiagó · de Chile, 1984, pág. 63. ·
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Esa es la compacidad -según la terminología de Eric V oe­
gelin (2)--de la experiencia religiosa y política de la antigüedad.
Y ahí radica la explicación
de las tensiones que se pueden des­
cubrir en Sócrates o. Cicerón entre la filosofía política y la mo­
ral. Sócrates frente a la Asamblea ( 3) -'--la autoridad de la filo­
sofía en pugna con la de Atenas---:-o, mejor aún, Cicerón ( 4)
viviendo la oposición entre
los. dictados de la razón y los de la
pietas, representan la verdad que es la ley natural y su contra­
punto de
la verdad en que la sociedad ctee y fundamenta sus
últimos comportamientos.
2. Cristianismo y política a través de la historia
El cristianismo sustituyó a las antiguas religiones como prin­
cipio de unidad civil. Pero el cambio fue mucho
más intenso
que· una simple alteración
o mutación de ·divinidades., La reli­
gión cristiana, como religión
esencialmente distinta de las. paga­
nas, había de tener un sentido también distinto
como principio
-dotado así de origen religioso--de unidad política. Al igual
qmi .el Dios cristiano no iba a admitir competencia con otros
dioses particulares y
la salvación que Cristo había conquistado
no era colectiva
y temporal sino personalizada y trascendente.
El cristianismo no queda sustraído a
las exigencias del orden
natural. No solo
propone el cultivo de las virtudes teologales
sino que también encarece la práctica de las virtudes naturales
o morales
.. El orden natural -se ha podido escribir resiliniendo
la posición clásica· de la filosofía tomista""'.""" no es una especie
(2) ERm VoEGELJN, Nueva ciencia de la politica, Rialp, Madrid, 1968,
pág. 139 .
. (3) Cfr. WILMOOEE Kl!NDALL, El hombre ante la Asamblea, Ateneo,
Madrid, 1960, y también en Cóntra mundum, Arlington lJouse, New Ro­
chelo, 171, págs. 149-167.
(4) Cfr. WILMOORE KmmALL·FREDERICK WILHELMSENJ Cícero and
the politics of the public orthodóxy, Universidad de Navarra; Pamplona,
1%5, y también en Christianiry and política/ phílosop/fy, Universitf of
Georgia Press, Athens, 1978, págs. 25•59.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
· de base sobre la cual se deposita algo que le es ajeno, sino que
es él el que se sobrenatutaliza, sin perder absolutamente ningu­
na de sus propiedades.
Gratia naturam supponit. Lo sobrenatu­
ral
se eleva desde lo humano y encarna en lo natural. De tal
modo, que las cosas del cielo · presentan para cada. uno de los
hombres un rostro humano, una ternura heredada, una
esperan­
za transmitida. Por lo que la unión de lo religioso y lo político,
que va tomando forma con
la civitas cristiana, no solo consiste
«en un reconocimiento de la dependencia de la sociedad respecto
de Dios, en cuanto es su máximo legislador y protector, sino
en la búsqueda del bien común natural en cuanto ordenado al
bien común sobrenatural, del cual
es distinto pero insepara­
ble» (5).
Si hacemos caso de Louis Salieron, la historia del cristianis-
mo en sus relaciones con la política comprende tres fases:
-la primera va. de la muerte de Cristo a Constantino;
-1a segunda, de Constantino a la Revolución francesa;
-la tercera; de la Revolución· francesa hasta nuestros días;
-'--una cuarta fase, indecisa, estaría actualmente esbozán-
dose (6).
La primera fase se caracteriza por . la incomunicación entre
el cristianismo y la política. No podía ser de otro modo, ,pues
el núcleo de creyentes apenas pasaba de una «pusillus grex».
Pequeña comunidad que,
además, se movía por la espera· esca­
tológica de una Parusía inminente y que solo ante el desmen°
tido de los hechos évolucionó hacia una escatologfa de la per­
fección transhistórica y sobrenatural (7).
En
.estas circunstancias de marginalidad, y con la tentación
de indiferencia respecto
de todo lo que atañe al momento pre-
(5) JUAN ANTONIO Wmow, (6) Cfr. Louis SAtLERoN, «Cristianismo y_ política»-, en ·verbo, nú­
mero 99 (197i), págs. 895-897.
(7)
Cfr. ALoIS DEM_PFJ Sacrum Imperium, Messfua-Milán, ·s. a.
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sente, -no se trata de -«partiapar» en la vida pública, sino de
«obedecer» las leyes, como acredita :1a teología paulina:A8). -
-
Con la conversión de Constantino y el Edicto de Milán del
313 se inaugura: una segunda fase, enJa que el cristianismo pasa
a ser religión oficial. En esa
situación,-'hoy tan denostada por
«triunfalista»,- que -se extiende durante cerca de mil años, el
principal problema de la Iglesia
es distinguir -pero no para
sep111'ar sino para unir~ sus competencias de las-de la comuni­
dad polírica,
lo espmtual de lo temporal. Porque el verdadero
peligro en
una sociedad cristiana, como lo fue la que estamos
describiendo,
es la teocracia .. A la que, si pudieron. ceder en
ocasiones algunos eclesiásticos -con: .su conducta; nunca-dejó de
contemplarse como errónea por la doctrina de la Iglesia.
· -La Revolución francesa da inició al terceto de .los períodos,
en
el -que la persecución -vestida de neutralidad-del Estado
va a desarrollarse en grados diversos según los países, para
desembocar en la
'secüLlrízación 'general cle la sociedad. Es una
época en
la·. que el poder social de la Iglesia .retrocede constan­
teml;nte: pierde, por .de pronto, su p pierde
__ después , Ia mayorfa de sus zonas , de poder de_ hecho en
las-instituciones y, finál,,¡ente, pierde su influen<;ia _sobre la le-
gislación en materia de familia y costumbres. ·
3. · .-La contestación cristianá del m.utido moderno
En la evol~\:Íón l¡/stórica qu~ en tJ:azos resumidos estoy
prese¡,tando aparece -como ·obligada una _ ,onsideración más de­
tenida de fa :R.evolución francesa. Pues es de_ la mÍíxima im­
portancia pará la formación 4e_ Jo que _ se ha Jl.,;,ado la doctrina
social y
polítia¡, de la Iglesia. -- - ----
En efecto, Jean Macliran, recapitulando unas reflexiones so­
bre la política francesa (9), ha escrito que el «limes», la fron-
(8) Cfr. ALVARO o'ORS, «Tiranicidio y deinocracia», ,en , Ensayos de
teorla polltica, EUNSA, Pamplona, · 1979, págs, -193-201.
(9) JEAN MADIRAN, «Notre politique», en Itinéraires, núm. 256 (1981);
págs. 3-25,
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tera .o la línea. de demaxcación que separa .la Conuarrevolución
de. la, Revolución no _concierne a la fe cristiana en sí misma,
sino a
la principal obra temporal de la fe: la Cristiandad.
El deseo constituyente
de la. izquierda :no sería tanto --en
esta concepciótl-'- atacar _ la fo ·.como aniquilar la Cristiandad, es
decir, la moral social dd cristianismo enseñada por la tradición
católica e
:i¡¡scrita en las instuciones políticas.
A pesar de
la admiración que profeso por d director de
ltinéraires, y de la que creo dejo sufkientes mllestras. en esi,;
mismo ensayó, durante cierto tiempo consWi,ré errada tal. afir­
mación. Pues, sin duda, en el hecho de la Revl'}lución hay im­
plicaciones preternaturales, como expresó admirablemente San ,Pa­
blo: «Que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino
contra los principados; contra las potestades, contra los domi­
nadores de este murufo tenebroso, contra los espíritus malos de
los
'1/res» (EJ>b. 6, 12). .
Sin embargo, y pese a lo incontestable d;, esa. versión, un·
examen más meditado me. ha hecho comprender la exactitud de
Ja,, idea de Madiran. Y es, que, obedeee a las simples exigencias
de precisión conceptual. Porque no pre¡ende captar la esencia
de la Revolución; que corresponde a la filosofía, sino. describir
su
especifidad en la Edad Contemporánea, lo que pertenece a la
Historia. · .. . · · .
No niega que toda faceta del fenómeno revolucionario tenga
consigo
consecuencjas lesivas para 4.-:te. Que Jas. tiene. Lo que
afirma -supuesto eso-.-es la i:llferencia · existente entre -la faz
de la Revolución e~ nuestros días y otros ataques que la fo· ha
sufrido a
lo largo de la Histqria.: protesta! ismo, arrianismo,
gnosticismo .... _ ~ .
La Revolución, así ent1>ndida, den,; .su orig~ en . 1789 y
wnsiste en fa _puesta en plural deÍ !"'l'ado original no), 'en el
pecado original \le las comunidades ~-r s¡;,f:i<;<\ade~ políticas. A
partir
de ese momet1to, la herejía défa _de. ser p,atrimonío de
unos reducidos y exclusivÓs cenáculos. La' herejía es social, ~s ' -. .--,.-
, (10) J•AN MADIRAN, Les deux d§mocraties, NEL, París, 1977, pág. )7,
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política: tiene sus peones en las instituciones que componen el
gobierno de las naciones, sus agentes copan, los medios de co­
municación de masas, conspiran sus iniciados desde el frondoso
árbol
de las sociedades secretas ...
La actitud de la Iglesia ante . tal hecho en fa vida de los
pueblos no pudo ser más ·expresiva .. Desdé luego, es difícil sá­
ber con exactitud el sentido de esa toma de posición: si fue una
pura
afirmación doctrinal o hubo implicaciones de hecho o de
política eclesial que la matizaron. Es decir, si junto a lo que
propiamente eonstituye docttina de la Iglesia pudo · confluir , una
pastoral
accesoria y diferenciable, de aquélla, de la c¡ue bien. ha
podido prescindirse con , . posterioridad sin • c¡ue' variara o fuese
daiíada la docttina.
Sea lo que fuere, lá, actitud fue tan coherente como precisa.
Y tan nítida
como tápida. Es 1a c¡ue, podrfa llamarse la cóntes'
taci6n
cristiana del mundo moderno. Que, croiiológl.camente; es,
además, la primera. La contestación de b que el 'Syllabús no
era sino el resumen :..::..a, latín significa catálogo"'-o el índirii,
«Catálogo de los principales errotes de nuestro tiempo seíialá:
dos en alocuciones consistoriales, encíclicas y otras é~as apose
tólicas de nuestto santo padre el papa Pío IX», rezaba el sub­
título.
La contestaci6n que el Syllabus suponía· se elevaba contra
las bases, fundamentos y
principios de la sociedad moderna:
liberalismo, socialismo, comunismo
... 'Pues habla percibido que
los métodos
intelectuales del llamado mundo n:fodetno son aji:c
nos y contrarios al orden sobrenatural, y no en el mero sentid~
de un orden natural que desconoce la gracia, sino en el más rae
dical de que son tan exttafios a \a naturaleza como a la gracia,
conforme CO!J lo c¡ue ha 'quedado dicho.
La convulsión políticáprovocó inmediatamente fallas sociales
de las que habría de alim~ntatse '1a ptopia Revolución'. La historia
de la España contefupotánea ofrece la prueba de una evidente
conexión entre
la.' instauración del régimen liberal -con la con­
siguiente desamortización de los bienes de la Iglesia, y las «ma­
nos muertas»--y la aparición de la cuestión social en toda su
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amplitud. En el fondo, había un problema moral o religioso. en
la génesis del nuevo
régimen político ( 11 ), por lo que la con­
vertibilidad revolución religiosa-revolución política-revolución so­
cial se impone al observador no cegado por · 1os prejuicios.
Por eso, tanto a poner de relieve el origen
moral y poÍítico
de los males, como a mitigar las consecuencias sociales origina­
das por ellos, se dedicó la sede de Roma.
Ahí está el origen moderno de. la doctrina social de la Igle­
sia. Es la contestación cristiana del mundo moderno. Lo que no
quita para que la
doctrh:ta social de la Iglesia exista -si bien
no acogida a esa
denominación-desde mucho antes.. . ·
JI. ¿EnSTE UNA DOCTRINA POLÍTICA CATÓLICA?
¿Todavía exist:e? ¿Todavía existe ún magisterio social Y. po­
lítico de la Iglesia? Si antes podíam6s referirnos a la !glesia
cotno
a un bloque -riquísitnÓ en su diversidad, pero firmís:ímo
en su unión~ · determinante de nuestras a(#vida:des · ,.ell· ;if ro,
munidad, hoy, en cambio, las divisiones aparecen en todoo. los
niveles y terrenos.
Quizá por ello surja el interrogante qu~ en­
cabeza este epígrafe. Pero también, y por lo. mismo, se· h~ce
más necesariq que · nunca volver - a esa enseñanZa.
Su difuminación en la práctica, eo cualquier caso, lo ha ,~do
(11) Cfr. LEóN XIII, «Petmeti Nos» en-Documentos sociales-de' doc­
trina pontificia, BAC, Madrid, 1964, pág. 349; LEÓN XIII, «Graves de
communi», en op. cit., pág. 367: «Algunos opinan, y es opinión ba-stante
extendida, que la llamada cuesti6n ·social_ es solamente econ6mica, siendo ..
por el contrario, totalmente cierto que. la. cuestión social es principalmente
moral y religiosa» .. También Pío XII, «Ne! Vedere», en op. cit., pág. •982,
núm. 14; y «Ci mancano», en· op. cit., pág. 1.012, nota a): «Los esfuer­
zos presentes para dar a Europa su unidad -cualquiera que sea el mod.o,­
siempre que sea eficaz-comportan también la: instautaci6n de núev~ ton~
diciones · para .su desarrollo econ6mico; · solo de este modo cabe esper:µ-·
la resolución del problema del trabajo».
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a pesar .de su discreta proclamaci6n teórica. En Ja que también
se ha. distinguido el Pontífice reinallte, Juan Pablo U (12}. • i
l. . Doctrina social y doetl'ina política
lo prit!lero que se hace evidente es la desventaja .en que
aparentemente se halla la doctrina pol/tica por c01nparaci6n' con
fa apodada de social. ¿SC:.n dos realidades distintaú ¿O lo que
se. predica de una es apUcaJ,le a la otra?
Desde luego, no es fácil distinguir lo social de lo político,
a no ser que reduzcamos el. primero de los términos a lo mera­
mente econ6mico, lo que, si bien cuadraría perfectamente con
algunos textos papales, no hay manera de violentarlo para
que
se compadezca CQn ·otros, .
El profesor Federico Rodríguez, en la introducci6n a una
edici6n de los Documentos sociales de doctrina pontificia ( 13 ),
fund.imenta la adscripci6n de algunos a esé tomo, y la consi­
guiente exclusi6n del de Documentos pollticos, en un criterio su­
p,;rador del de Lorenzo Stein: el de la «sociedad global», sus­
tancialmente coincidente con las ideas de . Gurvitch, Tiniashdf
y'. Facey. La sociedad global -que tampoco coincide, de. suyo,
COI) Ja sociedad perfecta de que babia la terminología tradicinc
nal.:_ es una forma social concreta, a saber, la constituicÍa pqr
'todas las formas sociales existentes. Reservando la calificación
de' documentos políticos a los que giran en torno del eje poder­
libertad.
Por mi parte (14), he escrito que -aunque en una primera
, (12) Cfr. los testos de JuAN PABLO· II, en Verbo, núm. 181-182
{1980)•págs.
3-8 y núm. 199-200 (1981), ¡,ágs. 1.083-1.089.
('l3) FEDERICO Ro»R.fGUEZ.-«Inttoducci6tl» a los DocU?nentos soi::iac..
lfr 'lle doctrina pontificia, BAC; Madrid; 1964, p,!g. xv1. Cfr. tamoién del
mismo áutor I'ntroducci6it a la política social, Fundación Úrilv~rsidad-E1'Il..:
pres,¡, Madrid, 1979.
"04)-MIGUEL' Avuso, -«1a política como deber: sentid() "Y misiOO. de
1a caridad política», , en et'· voiúmen colectivo Los calólicos· · y -la aCció~
pol/tica, Speiro, Madrid, 1982, págs.'· 354-356. e • • -·
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aproximación lo social .parece referirse al entramado orgánico
de los cuerpos intermedios, mientras que lo político evoca al
poder
y al Estado moderno--no es adecuado enfrentar esas
esferas como irreductibles.
Dado precisamente su actual
y estrecho. entrelazamiento, se
puede comprender mejor que la que se denominó· propiamente
«doctrina
social de la Iglesia» haya sido desbordada por la «doc­
trina política de la Iglesia», que viene a incluir a aquélla dentro
de una visión
más amplia.
Salleron, después de la Octogesima
adveniens, no dejó de
notar que
ya con la publicación de Divini redemptoris · -para
condenar el comunismo--la doctrina social se había transmu­
tado
en política ( 15). Idea que ilustra a la perfección en otro
lugar (16) mediante
el trazado de un esquema evolutivo del
magisterio de
la Iglesia ante la cuestión social. Según el mismo,
pueden señalarse tres fases:
a) En· una primera, se trata de la defensa del trabajador
asalariado contra la potencia del dinero, según un entendimien­
to de la cuestión social, ceñido exclusivamente a
los problemas
dimanantes de la economía. Extremo
.lógico, por cuanto la Igle­
sia se centra en las. relaciones sociales que pod!an dar lugar a
las injusticias
más visibles y más cercanas: las concernientes a la
situación de los obreros en la sociedad industrial nacida del ca­
pitalismo liberal.
b) En una segunda, busca la defensa de los más débiles
contra los más fuertes en las situaciones sociales en que mundial­
mente
se producen las desigualdades e injusticias.
e) En una tercera, finalmente, se intenta. Ia defensa del
hombre mismo contra lo que amenaza aplastarle
y, especialmen­
te, frente a la potencia creciente del cuerpo
sociaL
Es la multiplicación de los problemas la que revela su in­
terrelación y sobrecruzamiento, hasta el punto de mostrar que
(15) Cfr. Loms SALLBRON, artículo en Camfour de 7-VII-1971.
(16) Cfr. Lou1s SAi.LERON, «La. doctrina social de la Iglesia», ·en Ver-'
bo, núm. 97-98 (1971), págs. 648-649.
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es la sociedad entera la que está en cuestión, Produciéndose así
un. desplazamiento al tiempo que un ensanchamiento, como
acreditan los intentos de salir al paso de la crisis global que son
Pacem in terris o Populorum proi,ressio. Proletariado, racismo,
tercer mundo, demografía,
sexualidad o ateísmo se encuentran
íntimamente imbricados.
En definitiva, si la doctrina social de la Iglesia -como dicen
Calvez y
Perrin ( 17 )--es «la aplicación a las relaciones socia­
les de las reglas de la fe y de las costumbres», no deja de serlo
p~rque se amplíe eJ-radio de esas relaciones. Por donde la doc­
trina social remite a la polltica, y ésta conecta con la antropolo­
gla filosófica: es primariamente la llamada de la vocación del
hombre. (Me complace subrayar la profunda identidad de tal
visión con los presupuestos sobre los que descansa la obra del
profesor
Ellas de Tejada, maestro y amigo que fue de nuestra
obra de
la Ciudad Católica): -
Pío XII, en . un texto famoso, resume a la perfección el
alcance de la labor de la Iglesia: «Es preciso impedir que la
persona
y la familia se dejen arrastrar al abismo que tiende a
lanzarles la socialización de
todas las cosas, la socialización al
fin de la cual la terrorífica imagen del Leviathan llegaría a ser
una horrible realidad» (18). Batalla contra el totalitarismo, lla­
mado aquí socialización, en defensa de la
dignidad de la persona
y el bien común.
Al cabo de la evolución
---- (17) JBAN !VES CALVEZ y JACQUBS l'EluuN, Iglesia y sociedad econ6-
mica, El Mensajero del Corazón de Jesús, Bilban, 1965, pág. 20.
(18) Pío XII, «Mensaje a los cat61icos de Viena de 14 de septiembre
de 1952»-, cit.· en Documentos sociales ... , pág. 987, nota a). Luego, por
una paradoja, no sé si malintencionada, los traductores de JuAN XXIII,
en Mater et Magistra, invertirían el lenguaje, reservando la Voz socializa­
ción para el sentidó contrario al que le dio Pío XII en el texto citado.
ar. JEAN MAD1RAN, «Note sém.antique sur la socialisation et sur qudqu.Cs
autres vocables de Mater -et Mtigistra», en ItinéraireS, núm.: 59 (1962);
RAFASL GAMBRA, «La socializaci6n de Juan XXIII y la de sua comen­
taristas», en La Estafeta Literaria de 15 de junio de 1962.
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ORDEN POUTICO Y DOCTRINA SOCIAL
ocultado su carácter esquemático (19}---, paramos en donde es­
.tábamos cnando el inicio de la contestación cristiana del mundo
moderno.
Y que siempre ha constituido uno de los pilares de
la crítica contrarrevolucionaria. A saber: la conexión entre los
males sociales
y el orden político, pues aquéllos son alimenta­
dos, explotados e incluso artificialmente creados por
el régimen
revolucionario, de tal- modo que
el. remedio más radical de la
cnestión social pasa por la política,
La actuación de la mayor parte de las jerarquías eclesiásticas,
desde el Concilio Vaticano
II principalmente, y en contradicción
con esa evolución innegable que
he descrito, por una inconse­
cnencia, ha abandonado
d privilegiado sostén político para el
remedio del problema social que es el Estado confesional. Pero
de esto habré de ocnparme en
el siguiente capítulo ...
2. La doctrina política de la· Iglesia
Esa doctrina social y política, que existe, es además. legíti­
ma, tanto desde
el punto de vista de sus relaciones con la polí­
tica natural como por la competencia de
la Iglesia para promul­
garla.
*· * *

En efecto, el magisterio ordinario de la Iglesia Católica no
solo consta de textos .nuclearmente evengelizadores, sino que,
ejercido de modo universal en las enseñanzas pontificias dirigi­
das a la Iglesia entera, tiende a ocuparse de todas las dimensio-·
nes de la vida humana, incluidas las colectivas, en cuanto que
todas
. -éstas también-están llamadas a ser regidas e inspira,
das por el anuncio evangélico
y la doctrina católica. Ademá§. de
(19) Pues tanto en los comienzos, de Gregorio XVI y Pío IX, como
en el discurrir posterior de León XIII o Pío X, al lado de las cuestiones
económicas tuvieron cal;,ida las enSefíanzas comprensivas de los problemas
.POI.fticos más generales.
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dirigirse a los fieles desde el núcleo del mensaje salvífico, la.
palabra del Vicario de Cristo se centra, con frecuencia, en desa­
rrollos doctrinales de carácter moral conexos con la puesta en
práctica de la fe católica en los ámbitos culturales, económicos,
sociales, políticos, etc.
Esta competencia ha sido
reclainada por la Iglesia de modo
ininterrumpido desde la aparición en 1891 de la encíclica
Rerum
novarum
y, entendida como un auténtico derecho-deber, encuen­
tra su fundamento en un
hechc, bipolar. Esencialmente, pues,
presenta dos modalidades: una indirecta
y otra directa: El furt­
. datnento indirecto -escribe Millán Puéllés ( 20 )-· 10 suministra
la consideración de las
dificultades que una deficiente estruc'
tura de la vida social, o política, me permito añadir, puede
acarrear
pata la salvación de los hombres, que es el contenido
específiro y propio de la Iglesia. En lo que atañe al fundamento
directo, es
el interés positivo que ésta tiene en el desarrollo y
armonía sociales de la humanidad, no solo como simples medios,
sino aun como bienes propios
y auténticos en sí mismos (21).
Es decir, no se trata solo de atacar la difusión de lo socialmente
perjudicial
en atención a la influencia que tiene . en el bien de
(20) ANTONIO MlLLÁN PtmLLES, «Doctrina social cristiana», en Gran
enciclopedia Rialp, tomo VIII, págs. 41-45; también en Sobre el hombre
y la sociedad, Rialp, Madrid, 1976, ~-139.
(21) Pío XII, Radiomensa¡e de Pentecostés_ de 1941, núm. 5, ilustra
d fundamento indirecto: «De la forma dada a· la sociedad, de acuerdo o
no con las leyes divinas, depende el bien o el mal de las almas... Ante
estas consideraciones y precisiones, ¿cómo podría ser lícito a la _Iglesia,
madre amante y solícita del. bien de sus hijos, permanecer indiferente
espectadora de sus peligros, _
callar o fingir que no_ ve condiciones socia~
les que, a sabiendas o no, hacen difícil o prácticamente imposible una
conducta
de vida cristiana, guiada por los preceptos del Sumo Legisla­
dor¡¡,. Pfo XI, Charitate Christi, subraya el fundamento directo: «La
irresistible aspiraci6n a encontrar, incluso en la tierra, la felicidad con­
veniente, ¿no ha sido puesta en el corazón del hombre por el -Creador de
todas las cosas? ¿ Y no ha reconocido y favorecido siempre el cristianismo
todos los justos esfue=s de la verdadera civilización y del progreso
auténtico para el perfeccionamiento y el desarrollo de la humanidad?».
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
las almas, sino también de estimular lo socialmente beneficioso,
en vitrud de su propio valor intrínseco.
Una importante consecuencia práctica deriva derechamente de
lo establecido: que la Iglesia no operá
en. poljtica solo negativa­
mente
(mediante condenas fulminadas a regímenes políticos con­
cretos que van más allá de una mera forma política, respecto a
los
cuales la Iglesia proclama una accidentalidad no exactamente
coincidente con
la indiferencia, y constituyen auténticas filoso­
fías de la vida contrarias a la fe), sino que también lo hace po­
sitivamente, declarando qué principios son los que deben presi­
dir
la articulación de una comunidad.
Por eso mismo
se hace obligado abordar, a continuación, el
problema de los límites a que está sujeta la intervención política
de la Iglesia. Problema que' desarrolla . toda su complejidad pre­
cisamente en la_dimensi6n activa ·de esa intervención, por cuanto
en su aspecto negativo o condenatorio _puede descender cuanto
quiera para evitar que sus principios sean. traicionados o viola­
dos en
la práctica.
Tras esa precisión, se suele decir que la Iglesia tiene juris­
dicción sobre la doctrina y carece de ella sobre las opciones
téc­
nicas, a reserva de que estas opciones no contradigan las reglas
universales de
la doctrina. Como dice Madiran -al que sigo en
este punto.
(22)--, la sumaria distinción entre dos términos se
muestr' aquí falsa y no conduce sino .a imposibilitar la inteli­
gencia del problema. Porque entre
ambos dominios se encuen­
tra
lo que no es ni doctrinal ~; técnico: lo prudencial. Este ter­
cer
dominio es precisamente el principal campo de batalla de
las tendencias opuestas,
allí donde se debe decidit la manera
de poner por obra, en unas
citcunstándas dadas, las elecciones
técnicas conforme a las reglas doctrinales.
Por eso mismo, la distinción bimembre esbozada
líneas atrás
no
es en absoluto adecuada para explicar los límites de la inter­
vención doctrinal de la Iglesia en materia política,
al desembo­
car, ora en un rigorismo abusivo y autoritario que pone lo pru-
(22) Cfr. JEAN MADIRAN, Doctrine, prudence et options libres, NEL,
París, 1960, págs. 14-30 principalmente.
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MIGUEL AYUSO
dencial en _manos de la doctrina, ora en un laxismo escéptico y
anarquizante que declara todo lo prudencial peneneciente al libre
juego
_de las opciones técnicas.
Estos efecto~_ gravemente distorsionados aún se agravan más
en virtud de que es normal que un hombre arriesgue, o incluso
dé su vida, precisamente por una elección prudencial, especial­
mente
· por una de aquellas que -conciernen al bien común tem­
poral de
la nación. Es más, se podría decir que dar la vida por
e1 bien común temporal -o en testimonio de que Jesucristo. es
el Hijo de Dios, es decir, en testimonio de la doctrina univer­
sal-, es siempre, únicamente, por fuerza,· un acto prudencial.
Un acto prudencial que tiene en cuenta, según las circunstancias
concretas, las inspiraciones y reglas de la doctrina y las posibi­
lidades de
la técnica y que, bien entendido, no supone opciones
igualmente permitidas, cuando la
elección
se presenta entre el
martirio
y la apostasía.
Lo anterior nos ha abierto el camino para afirmar que la
Iglesia tiene también jurisdicción sobre el terreno prudencial,
aunque no sea la única en tener jurisdicción -sobre él. Pues. sobre
una parte del mismo, aunque bajo una consideración diferente,
se ejerce la jurisdicción
_ del Estado.
La Iglesia se abstendrá, a menudo, de ejercer en grandes
zonas de la franja prudencial el derecho que
ella tiene. Pero este
comportamiento no
· lo disminuye un ápice; Y sería ~émás un
grueso error deducir de esta su abstención que los
asunt,;. sobre
los que
la Iglesia no ha hablado -y probablemente no hable
nunca-son de orden específica y únicamente técnico. Sería
erróneo creer que estas cuestiones, no prohibidas ni por la
doc­
trina ni por una decisión pastoral de la jerarquía apostólica, son
todas iguales en valor moral.
* * *
En lo que se refiere a las relaciones entre la docttina polí­
tica
católica y la política que -podríamos llamar natural, se ha
de partir del nítido reconocimiento de que la enseñanza social
968
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
de la Iglesia es uno de los valores más firmes pata la soluci6n
de
la cuesti6n social, y que se halla «orientada entetamente se­
gún el Derecho natural y la ley de Cristo» (23 ).
En una aproximaci6n más detenida, se puede apreciar con
Estanislao Cantero, en un ensayo importante (24 ), que la Iglesia
defiende la existencia de unos principios rectores del orden.
po­
lítico, inmutables y de validez univetsal, no como algo que la
religi6n en;eña, sino como principios que nos muestra el orden
de la naturaleza y a los que
se llega por su sola observaci6n sin
necesidad de la Revelaci6n.
Peto, aun siendo,· como queda dicho, la mayor parte de
la
doctrina política cat6lica de origen natural, por cuanto su res­
peto no se exige .solo a los cat6licos sino a todos los hombres,
no deviene inválida la
nomenclatura: porque al detivar el otden
de la naturaleza de Dios,
y al set de este orden los principios
de esa doctrina política, puede decirse que son parte integrante
de
la doctrina cat6lica -frente a la «doble verdad» del averroís­
mo-; porque la Iglesia, con su· enseñanza, ilumina, por -un
lado, y refuerza, por otro, la raz6n natural; y porque hay cues­
tiones
-así la configuraci6n de la Iglesia como sociedad sobre­
natural que tiene derechos en ese
orden a los que el Estado
debe
favoreoer-que solo conocemos pot la Revelaci6n y que
afectan a la
organizaci6n de la comunidad política.
3. El orden· político cristiano
Supuesta la existencia de la doctrina política católica, com­
probada su legitimidad, y avistados brevemente su fundamento
(23) Pío XII, «Mensaje al Katholikentag de Alemania de 2 de sep­
tiembre de· 1956», eh Colecci6_n de -encíclicas ·y dqcumentos pontificios,
Acci6n Católica, Madrid, 1967, vol. I, pág. 555. Véase también de Plo XII,
«Alocución a los miembros del Congreso de Estudios Humanísticos dé 25
de septiembre de 1949», en Colección de _encíclicas ... , vol. l, pág. ·1529.
(24) Cfr. Cfr. EsTANISLAO CA.~TERO, «¿Existe una doctrina política
católica?», en el volumen coléctlvo Los católicos y.la acción politica, Speiro1
Madrid, 1982, págs. 14-24.
969
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MIGUEL AYUSO
y límites, ligada con esto último, se nos plantea la interrogante
de su concreción. ¿Cómo
se plasma? ¿Existe un orden político
cristiarto?
Analizando, _al modo escolástico, los términos que componen
la pregunta, procuraremos traer solución a la misma.
En primer lugar, preguntarnos si existe, con lo que ponemos
de manifiesto que no estarnos en el cielo empíreo de las ideas
-ámbito de las construcciones mentales o de los entes ideales-,
sino que nos situamos en el terreno de lo real. ¿Existe? O yendo
más allá, ¿ha existido?· ¿Podrá existir? Todavía San Pío X en
un texto muy conocido (25), aunque
más citado que meditado,
afirmaba que «la civilización no está por inventar, ni la ciudad
nueva por construir en las
nubes». «Ha existido --.seguía-,
existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica». Para
el último papa elevado a los altares, por tanto, la solución se
planteaba con claridad. Ha existido. En cierto modo, y aun en
ruinas, existe todavía. Y de lo que se trata es de restaurarla en
lo que ha sido herida, e
.instaurarla en lo que está muerta y en
lo que exigen las nµevas · circunstancias. Incluso de sus ruinas
--0 de las ruinas de sus ruinas, parafraseando un angustiado.
apóstrofe de
Renan-han vivido muchas generaciones. ¿ Y no
habrán de
ser· consideradas dichosas por aquellas otras que co­
nozcan el reino de la futura y universal democracia?
En segundo lugar,
se discute la unidad o diversidad de -sus
versiones. ¿Es correcto hablar de la civilización .cristiana? ¿No
sería preferible trocar el articulo determinado por el indetermi­
nado
y, hablar así, más modestamente, de una civilización cris­
titnt? En verdad, pueden darse otras formas de civilización
cristiana distintas de la Cristiandad histórica; y el Evangelio
puede fecundar a sociedades de variadas configuraciones. Pero
todo ello no oscurece que
la Cristiandad fue la mejor y más
densa impregnación -«hubo un tiempo en que la filosofía del
(25.) SAN Pío X, «Notre charge apostolique», en Documentos políti­
cos de doctrina pontificia,
BAC, Madrid, 1958; pág. 408, núm. 11.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
Evangelio gobernaba los Estados» (26), escribió León XIII­
alcanzada en la historia de las estructuras sociales y políticas
por el mensaje bíblico y
el magisterio de la Iglesia. Ni que esas
plurales civilizaciones
-cristianas a¡,enas han pasado

de proyec­
tos teóricos o conjeturales que no sabemos si podrán realizatse
o si no quedarán en puras fantasías. Aún más, una nueva civi­
lización, «una nueva ctistiandad», diferente por entero y desco­
nectada de la anterior es simplemente impensable, porque el
primer~ de los mandamientos comunitarios es el de «honrat pa­
dre y madre», en el
que se comprende la pietas patria (27).
La doctrina de la Iglesia no
traza una doctrina del Estado
ideal. Porque no hay un Estado ideal que sirva pata todo tiem­
po y lugar y que haya que reproducir
-en la historia. En cambio,
recuerda Cantero (28), hay unos principios generales -subsidia­
ríedad, tctalidad, bien común, etc.---- tado y a toda organizacton social, aunque su configuración con­
creta esté en función de circunstancias variables
-de lugat y
-tiempo.
En una acepción más genérica, por el contratio, sí puede
hablarse de modelo de Estado o de ideal de Estado, en cuanto
que todo Estado debe responder a esos principios generales del
orden natural.
El clásico texto de San Pío X a que antes he hecho referen­
cia enuncia decididamente una doctrina de
la civilización en sí,
en su esencia. P:uesto que no hay que inventarla, sino instautar­
Ia y restaurarla sin cesar. Lo que no excluye -------eonforme con lo
ya escrito-que pueda haber diversas realizaciones. Pero San
Pío X no lo dice en ese lugar, porque de lo que trata
es del
(26) · LEÓN XIII, «In.mortale Dei», en Documentos politicos ... , pá­
gina 202, núm. 9.
(27) Cfr. RAFAEL GAMBRA, Tradición o mimetismo, IEP, Madrid,
1976, pág. 47. También aquí debemos a J. MADIRAN páginas digoas de
recordarse. · Sobre el derechO que le asiste -al pueblo a recibir la buena
nueva en el seno de su civilización occidental, véase L'héresie du xxe
siecle, NEL, París, 1970, págs. 83-87.
(28) EsTANISLAO CANTERO, «Sociedad y Estado en Vallet de Goyti­
solo», en R.az6n Española, núm. 17 (1986), pág. 310.
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· MIGUEL AYUSO
.concepto mismo de la ciudad católica. Y lo que afirma es que,
.al nivel de la esencia, existe una única concepción válida y no
·varias.
Es la concepción cristiana del Estado, la constitución
.católica de las sociedades políticas, ese modo · que es anterior y
.que deberla ser común a los diversos regímenes particulares po­
sibles o deseables (29).
Finalmente,
en tercer lugar, hos hemos de enfrentar con la
=presión_ orden politico cristiano, plasmación de la doctrina po­
lítica de la Iglesia a que antes he hecho_ referencia. La desctip­
.ción de su alcance y la definición de sus principios exceden con
mucho
del propósito con. el que he redactado este ensayo. En
=a síntesis. aceptable, sin embargo, puede decirse que la posi­
ción tradicional de la Iglesia ante el orden político estuvo pre­
:Sidida por la distinción de dos sociedades y dos poderes ----el
civil y el religioso--- con naturaleza y fines diferentes: en un
.caso el bien común temporal y en el _otro el bien común sobre­
natural. Sociedades y poderes independientes, pero realizados en
-unos mismos hombres, idéntico sujeto pasivo, miembros a la
,vez de la comunidad política y de la Iglesia, y en el contexto
de una misma civilización histórica. Por lo mismo, armonizados
en los aspectos de la vida humana que se relacionan con ambos
fines -natural y sobrenatural-y jerarquizados entre sí como
el alma y el cuerpo, como lo eterno y lo temporal. Al igual que
filosofía
y teología_ son saberes · diferentes con su propio campo
.de ver.da.des, pero -con una relación mutua en las zonas limltro­
fes -los preambula fidei-y también con una inspiración .de
1a fe sobre la razón, así Iglesia y sociedad civil, distintas e in­
.dependientes
de_ suyo, se conciertan en zonas comunes --<:ono­
cidas
como res mixtae-y recibe la segunda una inspiración vi­
vificadora de la fe religiosa ( 30 ).
En atención al interés excepcional que presentan, voy a ana-
(29) Cfr. JEAN MAnrEAN, Criticas a la Ciudad Católica, -Speíro, Ma­
-drld, 1963, pág,¡. 46 y 157;
(30)
Cfr. RAFAEL GAMBRA, «La filosofía católica en el siglo XX», .en
Verbo, núm. 83 (1970), págs. 180-183, al que he seguido de cerca para
-esta síntesis.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
lizar con algún detalle dos cuestiones, la de la confesionalidad
de los Estados
---eon la que cerraré estas páginas--y la de la
democracia
y su enjniciamiento por la enseñanza pontificia, que
,;l,ordaré acto seguido.
4. Democracia y doctrina pontificia
De forma casi sinóptica me referiré a cinco hitos fundamen­
tales que creo que
·espresan suficientemente la cuestión (31).
Cuando en 1901 León
XIII en su encíclica Graves de com­
muni empleó la expresión «democracia cristiana», el demócrata
cristiano ( en sentido político) Henri Lorin hizo su famoso
co­
mentario: «Il a avalé le nom, il avalera l'idée» (32). Sin em­
bargo, estaba eqnivocado. León XIII se había referido .a la de­
mocracia cristiana despojada de todo contenido político, pues
había precisado que con tal espresión se designaba tan · solo a
la «acción benéfica cristiana en favor del pueblo» (33).
Henri Lorin quería significar que la
admisión de la espre­
si6n llevaría a León XIII a admitir el significado político que
tenía tal expresión. Sin embargo, no solo no ocurrió eso con
(31) Para los diversos aspecros que encierra este tema me remito a
los estudios siguientes: MIGUEL AYUSO ToRRES, «El totalitarismo demo­
crático~, en Verbo, -núm. 219-220 (1983); EsTANISLAO CANTERO, «Evolu­
ción del concepto de democracia», en Verbo, núm. 221-222 (1984); FE­
DERICO CANTERO Nú:ÑEZ, «La democracia_ y la doctrina pontificia», en
Verbo, núm. 225.226 (1984) (los tres se encuentran recogidos en el vo­
lumen ¿Ci-isis en la demor:racia?, Speiro, Madri.d, 1984); EUGENIO VEGAS
LATAPiE,
Consideraciones sobre la democracia, Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas, Madrid, 1965, págs. 213-235; JESÚS MUÑoz S. J.,
«Democracia y doctrina pontificia», en Cuadernos de la Universidad, Uni­
versidad Católica.
de Cuyo, San Juan, 1983, ¡:,ágs. 12-56; &TANISLAO CAN­
TERO, «¿Existe una doctrina política católica?»; en el volumen Los cat6-
licos y la acci6n polltica, Speiro, Madrid, 1982, págs. 7-48.
(32) Cfr. EUGENIO VEGAS LATAPIE, Consideraciones sobre la demo,
erada,
cit., pág. 41.
(33) LEóN XIIt «Graves de communi», en Documentos sociales ... ~
cit., pág. 364.
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MIGUEL AYUSO
León XIII, sino que tampoco sucedió con ninguno .de sus su­
cesores en
d pontificado ( 34); por más que se haya querido
presentar a algunos pontífices como defensores
y propugnado­
res de
la democracia, la realidad es que el Magisterio de la
Iglesia no ha cambiado. En tanto en cuanio sean legítimas --esto
es, acordes con los principios · naturales y los principios cristia­
nos-, la Iglesia admite y valora positiva y favorablemente cual­
quier forma de .gobierno
y no muestra preferencia por ninguna;
y, al contrario, en.ando no se dé esa concordanda, rechaza la for­
ma de gobierno, cualquiera que sea.
En efecto, San Pío X en Notre charge apostolique, al con­
denat
a. Le Si/ion,. reconoce la validez de las diversas formas de
gobierno
-democracia, atistocracia y monarquía-, con tal que
sean legitimas, es decir, que actúen en el
mateo de un orden
moral y social natural, y rechaza que
la democracia (por supues­
to
la legítima), deba ser tenida más en consideración por la
Iglesia ---como si fuera la mejor
foma de gobierno--y condena
la pretensión de ligar al catolicismo y la Iglesia a una concep­
ción política detertninada (la democracia) sobre todo cuando
además se trata · de una democracia no legítima ya . que se aparta
de los principios del orden
pol!tico cristiano que la Iglesia ense­
ña (35).
Pío XII en su radiqmensaje de Navidad de 1944, Benignitas
et humanitas, conocido también como radiomensaje sobre la de­
mocracia, habla con toda
claridad de fa «verdadera y sana de,
mocracia» (36), de la que con no menos claridad dice ·que ha de
fundarse «sobre los inmutables principios de la ley natural y de
las verdade; reveladas» ( 3 7); ahora bien, esto no significa una
preferencia respecto de
la forma democrática (por supuesto la
(34) La cuestión, suficientemente tratada, en los. trabajos de JESÚS
MUÑoz, S. J. y l'EDERico CANTERO citados en la nota 31.
(35) Cfr. SAN Pío X, «Notre charge apostolique», en Documentos
pollticos .... , cit., págs. 410412 y 416.
(36) Pío XII, «Benignfras et hutnanitas», eh Documentos políticos ... ,
cit., pág. 874.
(37)
Pío XII, loe. últ. cit., pág. 879.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
legítima), ya que reitera la doctrina tradicional de la licitud de
las diversas formas de gobierno ( 3 8 ), al tiempo que indica que
· esa verdadera y sana democracia es compatible con diversas
formas
de gobierno (39); co11 ello pone de relieve que se refiere
a la democracia como
participación en la vida política, exigida
por toda forma· legítima de gobierno.
Juan
XXIII, por su parte, en Pacem in terris, pese a hablar
del derecho
a elegir los gobernantes ( 40), no lo vinculó a la forma
democrática, sino que dijo de él que
es compatible con cualquier
clase de régimen auténticamente democrático (41), con lo que
se estaba refiriendo a cualquier régimen auténticamente partici­
pativo, pues lo que defiende la encíclica
es la participación ac­
tiva de los ciudadanos en la vida pública (42). Y, sobre todo,
rechaza y condena
nuevamente, al igual que lo hicieron sus an­
tecesores, la democracia moderna caracterizada por considerar
que
la fuente del· poder es la voluntad de cada individuo o de
ciertos grupos ( 43
). •
Igualmente, la misma consideración cabe hacer respecto a la
Octogessima adveniens de Pablo VI que, en su mención de la
democracia, se refiere a la pardcipación política del ciudadano,
no a que éste sea la fuente del poder ( 44 ). Y no encontramos
en Juan Pablo
II texto alguno favorable a la democracia en
sentido distinto del referido por sus antecesores.
Sí, en cambio, al propugnar una constitució':' cristiana de los
Estados y una serie de requisitos mínimos que la
organización
política debe reunir, todos los pontífices han rechazado la de­
mocracia moderna en la que el marco de lo legítimamente opina­
ble y sujeto a la controversia de los
h.ombres ha desaparecido,
(38) Pío XII, loe. últ. cit., pág. 874.
(39)
Pío XII, loe. últ. cit., pág. 875.
(40) JuAN_XXIII, «Pacem in terris», en Ocho grandes mensaies, BAC,
Madrid, 1981, pág. 225.
(41) JuAN XXIII, loe. últ. cit., pág. 225.
(42) JuAN XXIII, loe. últ. cii., págs. 231 y sigs.
(43) JuAN XXII!, loe. últ. cit., pág. 233.
(44) Cfr. PABLO VI, «Octogessima advelliens», en Ocho grandes men~
sa;es,-cit., págs. 59, 521 y 523.
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MIGUEL AYUSO
al haber sido totalmente desbordado y no haber dejado cuestión
alguna que no debe ser objeto de su voluntad.
La palabra democracia es equívoca y la pluralidad de signi­
ficados no debería confundirnos.
La doctrina pontificia rechaza
y condena la democracia moderna, admite la democracia { antigua
o clásica) como hace con toda forma de gobierno legítima
y de­
fiende la acepción como participación del pueblo en la organi­
zación política
y en la vida pública que en cuanto tal nada tiene
que ver con una forma de gobierno determinada, sino que
es
compatible con cualquiera.
fil. ¿HA VARIADO LA DOCTRINA POLÍTICA CATÓLICA?
Ciertamente -en lo anterior-, se ha podido acreditar. de
modo suficiente la existencia
de una doctrina política de la Igle­
sia, llamada a buscar, y a encontrar, su concreción en un orden
político del que igualmente pueda predicarse su carácter católico.
Esa enseñanza, aun cuando «está
defu:titivamente fijada en
cuanto a sus puntos fundamentales, es s~icientemente amplía
para poder ser adaptada y aplicada a las vicisitudes cambiantes
de los pueblos,
siempre que no sea en detrimiento de sus prin.
cipios
inmut.,bles y permanentes». Es también «clara en todos
sus aspectos,
es obligatoria». Nadie puede «separarse de ella sin
peligro
par católico puede «adherirse a las teorías
y sistemas sociales que la
Iglesia ha repudiado y contra las cuales ha puesto a sus fieles
en guardia» (
4,5).
Pío XII, en el texto citado, deja bien clara la permanencia
y obligatoriedad de la doctrina social y política de la IgÍesia.
Pero la doctrina nunca se presenta en estas materias aislada y
desvinculada de las condiciones de vida. Es tributaria también
de juicios histórico-prudenciales y, en ocasiones, viene acompa­
ñada por opciones tneramente técnicas.
(45) Pío XII, Discurso al CongresQ de Acción Católica Italiana de
29 de abril de 1945.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRJNJJ SOCI/JL
En nuestros días son dos los problemas que se plantean al
estudioso -o al simpkfiel que lo quiera ser a todo.el magis­
terio de la. Santa Iglesia Católica-en relación con lo dicho.
Por un
lado, discetnir del abigarrado conjunto de encíclicas las
diversas clases de afirmaciones. Por el otro, analizar si
se puede
considerat caducada esa doctrina a
la luz de las actuales circuns­
tancias y del actuar y enseñat de la Iglesia.
En la exposición que sigue
se tratarán ambas cuestiones con­
juntamente. Será la lógica la que indique en cada momento cuál
está siendo considerada.
l. La cuestión nace con el siglo
Antes hemos visto, de la mano de Louis Salieron, una perio­
dificación tan simple como exacta de las relaciones. entre el cris­
tianismo
y la política a lo largo del discurrir de la historia. ·
Siempre según su critel?'io, una nueva fase estaría iniciándose,.
y, en consecuencia, estaría quedando-superada la anterior, que
me he atrevido a presentar como de contestación cristiaoa del
mundo moderno.
La cuestión se inicia con el siglo, aunque todavía la conti­
nuidad
es total amén de apreciable. Habrá de venir el Concilio,
con toda la
caiga de pasiones que desató, para que el adveni­
miento de una nueva época se haga palpable. Los episodios de
Le Si/Ion y L' Action Fran.aise bastan pata la caracterización de
la evolución general del problema.
Frente a · la interpretación consagrada por la historiografía
liberal, esos . episodios no pueden verse como la condena de la
izquierda
y la· derecha sucesivamente en la historia religiosa con­
temporánea de Francia. No es una actitud centrista, presta a
salvaguardar el justo medio.
En realidad es la condena de la se par ación radical del cris­
tianismo y la política (mejor aún, de la pretendida sepatación,
pues era fruto
de la mala información cua~do nó de la instiga­
ción
manipuladora), en L' Action Fran¡¡aise, después de !Lde su
confusión en el Si/Ion democrático.
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MIGUEL AYUSO
Como dice Salieron ~que borda el análisis-, son el último
acto de
1~ intervención de la Iglesia .sobre los sectores católicos
«como si fueran unas piezas esenciales de la realidad política,
cuando poco a
poco se va percibiendo que ya no son en el plano
politico sino fenómenos marginales» ( 46 ).
Todavía en este momento opera el esquema tradicional, ca­
racterizado por la distinción y armonía entre los poderes espi­
ritual· y temporal;· la autonomía de éste, pero· con subordinación
de sus normas propias a las superiores de aquél; y la multipli­
cidad de instituciones sociales de
fa Iglesia.
La situación actual, que pretendió afrontar el Concilio, es
radicalmente distinta. La secularización generalizada ha hecho
olvidar los afanes de Cristiandad,
y el ¡cento se ha trasladado
de los cristianismos de masas a
los de minorías. La polémica,
de que
me he ocupado en otra ocasión con el detenimiento que
merece (47), entre Jean Daniélou y
Jean Pierre Jossua es ejem­
plar en cuanto a la repercusión de considerar la Iglesia como un
pequeño rebaño en vez. de como un gran pueblo.
2. La cris.is poscorieiliar
Un nuevo esquema hrota en estás circunstancias. Sus carac­
terísticas vienen impuestas por el designio a que sirven: evitar
que a
la separación entre la Iglesia y el Estado ( o la política)
~no combatida· en adelante y más bien aceptada como irrever­
sible--siga la separación entre el cristianismo y la sociedad ( 48 ).
Su debilidad, como habrá ocasión de detallar más adelante, está
en la repercusión
social de lo politico, ya tratada, que se mu!'.
tiplica en el Estado moderno dominado por los medios de co­
municación.
{46) Cfr. Lours SALLERON, «Catolicismo y política.», en Verbo, nú-
mero 99 (1971), pág. 899. .
(47) Cfr. MIGUEL AYUSo, «¿Cristiandad nueva .o Secularismo irrever­
sible?», en Roca Viva, núm. 217 (1986), pi!gs, 10-14.
( 48)
Cfr. THOMAS MoLNAR, «Ideología y religión en la Hungría de
hoy», en
Verbo, núm. 231-232 (1985), pág, 117.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
El nuevo esquema . viene a reconocer .la independencia recí­
proca de los dos poderes; las normas propias de poder tempo­
ral; y la supresión de las instituciones sociales
de las Iglesias,
que
se transforman en instituciones sociales autorizadas a desem­
peñar su papel espiritual acerca de las · conciencias individuales
en una sociedad enteramente secularizada.
Después de delinear con precisión este nuevo esquema,
· Sa­
lleron, en el mismo artículo sobre Cristianismo y política, plan­
tea el nudo gordiano:
«¿Cómo podría la Iglesia admitir la in­
dependencia absoluta del
poder te,:;,_poral? ¿Cómo podría admitir
que el poder temporal tenga sus
novmas propias distintas de las
concordes con las normas católicas? ¿Cómo
podría admitir la
secularización total de la sociedad y un pluralismo religioso re­
conocido de derecho?» (49).
De lo que
se trata, en definitiva, es del reconocimiento por
la Iglesia de la democracia
liberal como norma suprema de la
sociedad. Ahora bien, tal adhesión, de

producirse, pugnaría con
lo que siempre ha profesado, con la doctrina política de la
Iglesia, derogada o novada por lo mismo.
Por eso descarta todo
lo posible el lenguaje doctrinal y ,Prefiere explorar el futuro a
través de actitudes
pastorales (50).
A
la división que ya hendía el· catolicismo desde la Revolu­
ción francesa, hemos visto sú.marse, con la nueva actitud, la con­
fusión. Este confusionismo procede de un complejo de causas
del que solo su análisis separado puede
eliminar la inextricabi­
lidad.
Juan Vallet así lo vio en su trabajo sobre la Octogessima
adveniens
-esencial para el propósito de este epígrafe-, dis­
tinguiendo por orden de importancia cuatro razones, que me
permito comentar brevemente (51):
l.º La falta de una clara proclamación de lo que es doctrina
(49) Loms SALLERON, loe. últ. cit., pág. 899.
(50) Lours
SALLERON, loe. últ. cit., pág. 900.
(51) Cfr. JuAN VALLET DE GoYTISOLO, «La Octogessima adVeníens
¿ha derogado la doctrina social católica?», en Verbo, núm. 97-98 (1971),
págs. 659-660.
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MIGUEL AYUSO
y de lo que els posición táotica o pol!tica, que aun cuando se
trate de política
pastoral por parte de la Iglesa, repercute nece­
sariamente en la política, en el sentido usual de esta palabra,
de las comunidades temporales.
Es
la misma realidad que en las polémicas del siglo XIX se
denominaba con los términos tesis e hipótesis: tesis como afir­
mación universal y desiderativa, e hipótesis como estimación de
lo posible en situaciones concretas.
2.0 El desconocimiento de los limites entre la doctrina y el
programa; entre los principios y su aplicación práctica.
En esta dirección se hace imprescindible discernir cuándo se
expresa en el plano de 1a doctrina universal, cuándo en el plano
de juicio
· histórico-prudencial y cuándo en el de las opciones
técnicas_.
Este criterio trimembre, introducido por Madiran como he­
mos visto, ante la incapacidad del binomio doctrina-Opciones
libres para resolver los difíciles problemas que suscita la divi­
sión de los católicos,
es el único capaz de proyectar luz en el
ámbito del orden social y pol!tico. Porque la doctrina pol!tica
de la Iglesia --doctrina universal y permanente--ha sido enun­
ciada muy a menudo, por los documentos pontificios, a través
de juicios histórico-prudenciales. De tal modo que no
es conve­
niente deducir que tales juicios no puedan ser aplicados
en ab­
soluto.
Los ejemplos pueden multiplicarse sin esfuerzo:
la endclica
Mit brennender sorge se refiere al nazismo alemán, pero es falso
que no haya nada que aplicar de ella en otros
países o

a otros
tiempos;
Divini redemptoris se dirigía a la situación creada por
el comunismo en 1937, ,pero no debe deducirse su inutilidad en
la situación creada. por el comunismo en 1986 (52).
3.
º El uso con diversos significados de determinadas pala­
bras que, en
la actual estrategia, se vadan de su viejo contenido
y
se intentan llenar con otro nuevo. Deduciéndose no pocos pro-
(52) Cfr. JEAN MADIRAN, op. últ. cit., pág. 66.
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ORDEN POUTICO Y DOCTRINA SOCIAL
blemas de la recepción en el lenguaje de la Iglesia de un voca­
bulario humanista y liberal (53 ).
4.º La voluntad de no formular condenas expresas y su
constante actitud pastoral de destacar el lado positivo incluso de
lo que juzga erróneo e inaceptable en su conjunto.
El acento varía y las reservas ceden a la necesidad de abrirse
al mundo para devolverlo a Cristo. Por
eso es muy acertada la
imagen que ve, en
filigran!', detrás del rechazo de las utopías y
del positivismo que gobiernan el mundo moderno, un nuevo
Syllabus.
Distinciones como la que, con gran fortuna, trazó Juan XXIII
en Pacem in terris (§ 159) entre las ideologías («las falsas teorías
filosóficas sobre
la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del
hombre») y los movimientos históricos en que encarnan
(«las
iniciativas de orden económico, social, cultural o político»), de­
ben ser objeto de una intevpretación cuidada y global.
En primer lugar, porque como dice el mismo parágrafo:
«¿Quién puede negar que, en la medida en que estas iniciativas
sean
conformes a los dictados de la recta razón e intérpretes de
las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos bue­
nos y merecedores de aprobación?».
Y en segundo lugar, porque su ubicación entre los parágra­
fos 158 ( «Se ha de distinguir entre el que yerra y el_ error,
porque en la naturaleza humana jamás se destruye la capacidad
de abrirse al conocimiento
de la verdad») y 160 ( «La virtud de
la prudencia es la que ha de
determinar si ha llegado el momento
de efectuar ciertos contactos de orden práctico considerados hasta
ahora inútiles») arroja luz sobre su
finalidad, que no es derogar
las reglas universales sino derivar
de éstas las acciones prácticas.
Es decir, inaugurar una
estrategia y una táctica más ajustadas a
las necesidades cambiantes de los nuevos tiempos.
Esto
se puede defender incluso de la decla.,;ación Dignitatis
humanae -que es donde se hace más difícil, hasta el punto de
quebrar parcialmente, según la interpretación que considero pre-
(53) Cfr. Loms SALLERON, «El problema del hombre eo el vocabu­
lario de la Iglesia», en Verbo, núm. 181-182 (1980), págs. 37-41.
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MIGUEL AYUSO
ferible, la argumentación hasta aquí sostenida-si se entiende
que no ha
variado «la doctrina tradicional sobre los deberes del
hombre
y de la sociedad», limitándose a abandonar en la prác­
tica
el recuerdo del Estado cristiano. Según lo cual habríamos
de entender que ha licenciado a los que aún pretenden continua~
siéndolo (54).
Vallet resume así
la nueva. estrategia: «Se urge la evacuación
de las instituciones, que aún
se mantienen, y el desmantelamien.
to de lo que todavía. resta de
la Cristiandad, para pasar a la
guerrilla
espiritual en todas parres» (55). Esto está escrito para
la carta Octogessima adveniens en concreto, pero no creo que
sea equivocado ampliar su significación a toda una época que
llega a nuestros días
Nuestro admirado amigo
y maestro no quiere someter a
juicio
la nueva estrategia. Estrategia que, precisa, «en cuanto
afecte
al bien común, puede competer al poder civil tanto o más
que al eclesiástico», y en .Ja cual «éste puede errar sin mengua
de su magisterio, e incluso resultar .objetiva, aunque involun­
tariámente, injusto».
Al adoptar esta actitud, Vallet, en 1971, no observó sino
una elemental prudencia. Pero que, quince años después, no
se
me presenta con igual exigencia al escribir estas líneas.
Desarrollando lo que
V allet apuntaba con .cautela -pero con
claridad-se puede lograr una valoración ajustada. No solo en
la apreciación. de los
riesgos sino en la de los mismos resultados.
En cuanto a aquéllos:
(54) Por tanto, no creo que en líneas generales pueda considerarse
que ha variado la doctrina política católica. Solo, para ser sincero, veo
temblar mi tesis en el punto vidrioso -verdadera crux interpretum ~te:
a la que se han estrelladó las sutilezas más variadas-de. la declaración
Dignitatis humanae. Punto en el que sigo el jucio de LEOPOLDO EuLOGIO
PALACIOS en «Not;:i crítica a la Declaración conciliar sobre la libertad re~
ligiosa», en Anales de la .Real Academia de Ciencias Morales y Politicas,
núm. 56 (1979), 13 págs.; y de RAFAEL GAMBRA en «La Declaración de
libertad religiosa y la caída del régimen nacional», en Baletin de la Fu1'1-
daci6n Nacional Francisco Franco, núm. 36 (1985), págs. 1 a x.
(55) JUAN VALLET DE GOYTISOLO, loe. últ. cit., pág. 681.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
l.º El primer riesgo, denunciado en su día por Salieron,
es que
la táctica se sobreponga a la doctrina. Efectivamente, du­
rante el Conocilio Vaticano
II se dijo y repitió que era esencial­
mente pastoral y no doctrinal. Mientras hoy se nos habla
de la
doctrina del Vaticano II. Parece como si la doctrina tendiera a
reabsorberse en la acci6n, como si la doctrina quedara relegada
a un segundo plano en beneficio
de una acción puramente reli­
giosa.
2.º El segundo es que, al coincidir la estrategia con la del
maritainismo, provoque un deslizamiento hacia el mísrrio tam­
bién en el terreno especulativo. Todos los días podríamos poner
un ejemplo del cumplimiento efectivo de este factor potencial
de riesgo.
3.0 El tercero radica, en metáfora jurídica, en la prescrip­
ción de la tesis por su no ejercicio. En efecto,· pues una de las
condiciones que exigen los moralistas
para sancionar una situa­
ción como del mal menor es la voluntad de salir de ella, de re­
montar el mal -aunque menor-para acceder al bien posible.
Sin embargo, en nuestro caso, al prescindirse de la predicación
de la tesis se dificulta
la salida de la hipótesis.
En lo que toca a los resultados, hoy .se pueden objetivar.
Para España ha supuesto una de las causas que han llevado a
lo que Canals ha llamado
la ruina espiritual de un pueblo por
efecto de una
polltica (56). Consecuencia de no querer compren­
der que muchas de
.las corrientes políticas de Europa -a las que
hemos abierto alegre
y con,fiadamente nuestras ventanas-no
son propiamente opciones políricas opinables, sistemas preferidos
legítimamente por cualesquiera grupos
·para organizar la convi­
vencia política.
Se trata de sistemas globales, de cosmovisiones
cabales que en su
ditnensión política no son sino Ja puesta en
práctica de una moralidad de inspiración fi!os6fica anticristiana
y antiteística.
Hay, en cambio, una segunda parte de la estrategia -la gue­
rrilla espiritual en
defensa de la sociedad cristiana-que es in-
(56) Cfr. FRANCISCO CANALS, «El ateísmo como soporte ideológico de
la democracia», en Verbo, núm. 217-218 (1983), pág. 893.
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dispensable y que, como decía Vallet, lo sería también aunque
Ias otras plazas y posiciones no se abandonaran. (Abandono que
-hacía constar y me complace recordar-jamás hemos preco­
nizado, sino muy al contrario, en contra de él --con todo res­
peto hacia este aspecto de la estrategia que no compartimos­
luchamos esgrimiendo todas las razones que podemos aducir, y
con la escasez de medios que padecemos,
para la difusión de
nuestro pensamiento).
Pero en
la valoración de conjunto no puedo usar sino de
los grises oscuros o del negro. Hay una larga cita
--que no tiene
precio-de Jean Madiran, referida a la resistencia al comunismo,
pero que
me parece aplicable sin violencia la democracia liberal
o al socialismo de rostro humano, en
la que resume cuál puede
-y debe-ser nuestra actitud.
«Si los hombres de Iglesia
-escribe-, en beneficio de una
pastoral mundial, estiman que deben negar su apoyo a la defensa
de ciertas patrias carnales, no pueden de ninguna manera, no
pueden sin
abuso, no pueden sin crimen, desviar a los· ciudada­
nos de la defensa del modesto honor de
la casa solariega, de la
libertad
de la ciudad, del interés y aun de la vida de la patria,..
«Además,
las posibilidades de desaparición o de superviven­
cia de las
fuerzas políticas, de las clases soci.des, de los pueblos
y de
· las civilizaciones son constantemente modificadas por la
acción de los seglares. Y
es su deber y su vocación modificarlas
sin creerse aprisionados por
el pronóstico especulativo que haya
podido
hacerse, incluso con toda exactitud, en un momento dado,.,
«Por ejemplo, se puede, eventualmente, en cierto momento,
formular
el pronóstico de que el comunismo tiene todas las pro­
babilidades de ganar en un país o en un grupo de
países. Ante
este pronóstico, los hombres de
la Iglesia toman las disposicio­
nes o precauciones apostólicas que creen deben tomar. Quedan
a su juicio y son responsables ante
Dios».
«Pero si, en función de ese pronóstico, los hombres de Igle­
sia se dedican además a persuadir al conjunto de los católicos
de que deben desolidarizarse de todo anticomunismo temporal,
entonces esos hombres de Iglesia aseguran así, positivamente, la
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ORDEN POUTICO Y DOCTRINA SOCIAL
victoria del comunismo, al desmovilizar, dispersar o paralizar la
resistencia. Es precisamente cuando
el comunismo tiene proba­
bilidades objetivas de ganar en un país, cuando tiene la máxima
importancia combatir esas probabilidades, y derribar ese pronós­
tico
fundado especulativamene, y hacer la historia en lugar de
padecerla» (57).
Son muchos los comentarios que sugieren tan
lúcidas palabras.
Y cuyo seguimiento
se sale del marco de estas páginas. Desde
luego que la
Ostpolitik vaticana. o el pacto Roma-Moscú no van
con
nosotros. Podrán causarnos perplejidad o dolor, pero no de­
ben inducimos a error. Desde luego que las Conferencias Epis­
copales
enfeudadas en el demoliberalismo o complacientes con
el socialismo, no van con nosotros. Podrán ser fuente inagotable
de disgustos, pero no debilitarán nuestra
firmeza. Ni nos aleja­
rán de la fe, conduciéndonos a un anticlericalismo de derechas
como
el que se alimenta desde sectóres desenfocados.
Es
posible que no podamos pedir a la Iglesia otra cosa. Pero
es seguro que no debemos contentamos con eso. La frase de
Madiran abre caminos. E invita a vivir toda la vida en cristiano.
A dar un juicio cristiano sobre cada idea, sobre
cada acto, sobre
cada acontecimiento. Cosa que aunque la Iglesia universal mani­
fiestMnente no ¡,,;ce -porque no puede ha=lo-, nos invita a
hacerlo constantemente, pero eso sí, a nuestro riesgo y ventura,
mientras que muchos sistemas ideológicos al acecho · querrían
persuadimos, por el contrario, de que no lo hagamos, de que
renunciemos a hacerlo católicamente (58
).
IV. LA TEOLOGÍA POÚTICA DEL REINO DE CRISTO
Los Evangelios, ciertamente, contienen un mensaje social
--el mensaje del amor filial hacia el Padre, del amor fraterno
hacia
los hermanos-, pero Cristo no vino a reformar la socie-
(57) JEAN MAnIRAN, «Notre désaccord sur l'Agérie et la marche du
monde», en Itinértúrer, núm. 67 (1962), pág. 203.
(58) Cfr. JEAN MAn1RAN, Criticas a la Ciudad Católica, cit., pág. 140.
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dad temporal sino a restaurar el reino de Dios en las almas. Si
bien la fundaci6n de la Iglesia .con vistas a la predicaci6n y
extensi6n del Reino, y su inserci6n en la civitas humana, hace
aparecer el mensaje cristiano a la vez personal y social, místico
y visible.
Las energías del Evangelio,
en y por la Iglesia, pueden ejer­
cer
uría influencia sobre Ja sociedad humana. Y · habida cuenta
de
fa necesaria armonía de la naturaleza con la gracia, esa acci6n
social
no deberá llevar a amalgamar las realidades cristianas con
la liberación temporal de
rescmancias socialistas, sino fortificarlas
sobre el sillar de la ley natural. Por eso Pío XII pudo decir:
«Rechazamos el comunismo como
sistema social, en virtud de
la doctrina cristiana y Nos debemos afirmar, en particular, los
fundamentos del derecho natural» (59).
El rechazo que merecen las teologías pollticas de nuestro siglo
no debe llevarnos a concluir en la imposibilidad de comunicación
entre las realidades divinas y
·humanas, sino que ha de movernos
a explayar la teologia política católica, la del Reino social de
Nuestro Señor Jesucristo tal
y como aparece en la encíclica Quas
primas.
Porque ciertamente todo es fe. Fe en el Hombre. En la
Ciencia. En la Evoluci6n. En la Democtacia. O fe en Dios: en
Nuestro
Señor Jesucristo, hecho hombre «por nosotros los hom­
bres y
por nuestra salvación». Y fe en una salvaci6n que restaure
las potencias humanas caídas, que restañe
el conflicto abierto
entre el espíritu y la vida. Ese es el último sentido
de la demo­
cracia moderna y, en general, de las religiones seculares: ser una
soteriología, pero no trascendente como la cristiana, sino inma­
nente; constituir, en la frase de André Malraux (60), una comu­
ni6n sin trascendencia.
De igual modo, toda sociedad tiene una ortodoxia pública,
según la locución acuñada por los . profesores norteamericanos
Wilmoore Kendall
y Frederick Wilhelmsen y que ha prolongado
(59) Pfo XII, Mensaje de Navidad de 1955.
(60) Cfr. MIGUEL Aroso~ «El' totalitarismo democrático», en Verbo,
núm. 219°220 (1983), .págs. 1.174-1.178.
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en nuestra patria el profesor Rafael Gambra como resumen de
muchas de
sus reflexiones.
La sociedad no se sostiene sobre la mera coexistencia ni pue­
de ser
un ideal la open socir,ty, indiscriminadamente abierta, de
Karl Popper. La ciudad descansa sobre un entramado de virtu­
des
y valores comunitariamente aceptados y cordialmente vivi­
dos.
En el lenguaje sociológico de Ferdinand Téinnies diremos
que es una
gemeinschaft; el profesor Leo Struss lo llamará ré­
gime; T. S. Eliot podrá aplicarle el término de culture; general­
mente
se dirá way of lije; y si retrocediéramos a los griegos lo
descubriríamos en politeia. En todos los casos la referencia es
unánime (61).
Es ese
cosmion -en la terminología de Eric V oegelin-ilu­
minado desde dentro con
la significación que le dan los seres
humanos. Es ese conjunto de
convi_cciones sobre el significado
último de la existencia, especialmente de
la existencia política,
lo que unifica a una sociedad,
lo que hace factible que su·s miem­
bros se hablen entre sí, lo que sanciona y confiere el peso de lo
sagrado a juramentos
y contratos, a deberes y derechos, tanto
públicos. como privados, lo que reviste a una sociedad de
un sig­
nificado común, haciéndola así un centro de inteligibilidad, ve­
nerando ciertas verdades consideradas por la ciudadanía como
valores absolutos (62).
Por eso, todos los Estados son confesionales, pues en último
término articulan una determinada ortodoxia pública. Unos lo
son de una confesionalidad religiosa, fundados en el valor soclál0
dogmático del principio religioso. Otros ___¿ Estado pretendi­
damente neutro, ajeno a la ideocracia, ponderado por Raymond
Aron, no puede
existir-de una confesionalidad postiza, ya libe-
(61) Cfr. WILMOORE KENDALL-F'RE:DERICK WILHELMSEN, Ciciero and
the politics of the public ottbodoxy, Universidad de Navarra, Pamplona,
1965, pág. 7. También en el libro de FREDERICK WILHELMSEN, Christitz..
nity amJ política/ philosophy, University of Georgia Press, Athens, 1978.
(62) Cfr. FREDERICK WIEHELMSEN, La ortodoxia pública y los pode­
,es de la irracionalidad, Rialp, Madrid, 1965, pág. 11. O, en mglés; en el
libro citado en la nota anterior, Christianity and political philosopby.
Cfr. también ER.rc VoEGELIN, Nueva ciencia de la politica, cit., pág. 47.
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ral o marxista, que trata de imponerse a la realidad social. Si no,
resultaría inexplicable que en Europa siga siendo un slogan
operaiivo el de «avanzar la democratización», ¡cuando
la demo­
cracia lleva asentada sobre ese suelo
políiico dos siglos! Algo
parecido a esa «consolidación de
la democracia» que, tantas ve­
ces anunciada como desmeniida, no acaba de cuajar en el solar
hispano. O a
esa transición que nunca concluye ...
Y es que -ha señalado Jean Madiran (63}--hay en la so­
ciedad .autoridades que son naturales, fundadas sobre el profundo
orden de las cosas, y que, por lo mismo, Henden a renacer sin
cesar.
La democracia, sin embargo, y por designio fundacional,
se aplica a susiituirlas sin descanso. Es la hiedra que
se sobre­
pone a
la encina y que, a veces, parece ahogarla. Es el pluralis­
mo,. que no termina de dar muerte a la pluralidad. El liberalismo,
que no consigue borrar la faz de la libertad. La ideologla, que
no es capaz de suprimir totalmente
la realidad. Sin embargo,
siempre despunta por debajo del follaje asfixiante la verdadera
entrafia católica, la noble
y vieja encina de Espafia, tan elogiada
por Juan Pablo
II en Sll estancia entre nosotros.
Si el Reinado social de Cristo es la expresión de la ortodoxia
pública
de la sociedad cristiana, de la teología política católica,
no es una mera formulación teórico-teológica sino un principio
de grandísimas repercusiones
práctico-políticas. Lisa y llanamen­
te, este principio de la
soberanía social de Cristo significa la
radical negación de la
soberanía nacional, el recházo de toda pre­
tensión de poder político absoluto,
sea autocrático, sea demo­
crático, pues la forma de concretarse la voluntad no interesa a
este
respecto.
Recientemente, sin embargo, parece observarse una tendencia
contraria a
la opción de confesionalidad del Estado -que es
una de las primeras consecuencias del Reino social de Cristo-­
y, paralelamente, una nueva visión de la enseñanza social que
· (63) Cfr. JEAN MAD1RAN, «Le redressement politique de l'Occident»,
en Itinéraim, núm. 267 (1982), pigs. 13-14.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
gira sobre la «reivindicación de los Derechos del Hombre» ( 64)
y el sostenimiento de la democracia.
En cuanto a lo primero, si han podido surgir dudas sobre la
licitud de
la opción por la confesionalidad, se debe a que algu­
nas declaraciones pontificias sobre el derecho natural han ten·
elido a plantear la defensa de los cristianos desde el principio
de la libertad de opción religiosa, aunque siempre
-a veces
expresado incorrectamente- con la restricción de la obligación
moral, en conciencia, de adherirse a la religión verdadera,
la ca­
tólica, cuando ésta es conocida. Pero estas declaraciones ponti­
ficias de la libertad religiosa, que son explicitaciones del derecho
natural, no deben considerarse como preceptos positivos
--de la
llamada potestad de
jurisdicción-para orientar la acción polí­
tica de los fieles. No excluyen, por lo tanto -y como puede
apreciarse sigo casi con sus mismas palabras
la argumentación
de Alvaro d'Ors
(65}---, que, cuando la prudencia lo considere
posible,
y sin conculcar la libertad esencial de las conciencias
ajenas, el cristiano opte por
la confesionalidad del Estado para
poder salvar su libertad política y evitar
la necesidad del par­
tido cristiano único. Porque -escribe agudamente-solo la con"
fesionalidad de la comunidad política hace innecesatio el partido
confesional, pues éste tiene que aparecer tan pronto los prin·
cipios esenciales
de la Iglesia no son políticamente intangibles
( 64) Escrito así en cursiva y con mayúsculas para poner en evidencia
que
la referencia se hace a los títulos oficiales de las dos Declaraciones,
las de 1789 y 1948. Así ocurre, por ejemplo, eo el parágrafo 8 de la
Instrucción de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre
Libertad cristiana y liberaci6n. Más adelante, en el parágrafo 19, la Ins­
trucción nota, no obstante, que «el profundo movimiento moderno de
liberación», que en general defiende, «ha sido contaminado por gravísimos
errores», por lo que «resulta ambiguo». ¿Solo ambiguo? Ciertamente para
un juicio en extremo indulgente y que me resisto a compartir.
Me he ocupado de la cuestión en mi comunicación a las V Jornadas
Chileoas
de Derecho natural (1987), «Un aspecto de la relaci6n deber­
derécho. Consecuencias psicológicas y políticas de su inversión».
(65) Cfr. ALVARO n'ORS, «Teologi'a política, una revisión del pro­
blema», en Revista de Estudios PoUticos de 1976 y en Sistema de las
Ciencias, IV, Universidad de Navarra, Pamplona, 1977, pdgs, 120.121.
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y requieren para su defensa una acción congruente y supletiva
de los mismos fieles. A no ser que
-añadido por mi cuenta-,
y es nuestro trágico caso, los pastores se _encuentren cómoda­
mente instalados en el establishment laicista y encarezcan el apo­
yo de su grey a cualquier opción en liza, con los solos lúnites
de unas edulcoradas admoniciones.
En lo que respecta a
la insistencia en los propios derechos,
muestra un preocupante deslizamiento hacia el espíritu de
re­
vuelta y una visión de la existencia social del hombre más cer­
cana a la revolucionaria del acreedor insatisfecho que a la agra­
decida y piadosa del deudor eternamente insolvente. Madiran lo
ha percibido en el tono que informa la Instrucd6n sobre libertad
cristiana
y liberaci6n, y su posible exageración no disminuye la
veracidad
de la observación ( 66 ). En el fondo, la novedad carac­
terística y la intención esencial de esas declaraciones de derechos
reside en
la proclamación de un novísimo derecho: el derecho de
no someterse a autoridad alguna que no emane explícitamente
de
la voluntad del pueblo expresada a través del sufragio uni­
versal. Esto es lo que la nueva Iglesia, presa de un ingenuo y
destructor democratismo, no acierta a columbrar.
Pero
la consecuencia más grave es la desvalorización prác­
tica de la verdadera doctrina sobre el origen
del poder y el
recto orden de la vida social. Que, aunque de ¡ure no ha varia­
do,
yace víctima del vendaval de ideas y actuaciones opuestas
que campea libre de
trabas y aun de no su recordatorio ( 67).
(66) JEAN MADIRAN, «Une nouvelle dynastie», en Itinéraires, núm._. 304
(1986).
{ 67) La Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación, por poner
un ejemplo cercano y suficientemente ilustrativo, a pesar de usar la ter­
minología tradicional -bieri común, ley natural, subsidiariedad- de la
doctrina social, quiebra la costumbre de la Santa Sede anterior a 1958 de
presentar la doctrina social de la Iglesia como la lógica consecuencia de
la aplicación de los principios constantes de la teología moral a la vida
en sociedad y, por tanto, de referir tan exhaustivamente como era posible
todos los documentos de los predecesores que tuvieran relevancia para su
materia.
Así, en las 145 notas de la Instrucción, tan solo encontramos
cuatro menciones de textos anteriores a Juan XXIII, todas ellas de Pío XI.
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ORDEN POLITICO Y DOCTRINA SOCIAL
No son nuestros días. los más propicios para que la doctrina
política de
la Iglesia sea acogida.· Ni sus propagadores encuen­
tran facilidades en
la actitud que de consuno adoptan los esta­
mentos civil
y eclesiástico. Hemos llegado al tiempo en que es­
coger fundar la sociedad en 1a voluntad de Dios o bien elegir
fundarla en
la voluntad dd hombre es una mera opción: opción
política, opción libre, opción discutible. Y opción «sospechosa»
la primera. Toda la lucha Revolución-Contrarrevolución ha que­
dado reducida a una simple cuestión de gustos, de preferencias.
Eso sí, unas coherentes con el «movimiento
de la historia» y
otras esencialmente «reaccionarias». Sin embargo, no es posible
lavarse las manos indefinidamente.
Se acerca el momento en que
el moderno pensamiento social y político tendrá que enfrentarse,
cara a cara, con Cristo, Nuestro Señor, para preguntarle: ¿Eres
Tú Rey?
Y entonces entenderá que Jesucristo no
es facultativo.
León XIII, San Pío X o Pío XII nunca han existido o, al menos, no pa~
recen haber tenido relevancia en cuestiones de doctrina social.
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