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Plática del Rvdo. P. Manuel Martínez Cano en la Santa Misa del sábado 10 de octubre de 1987. (XXVI Reunión de amigos de la Ciudad Católica)

PLATICA DEL RVDO. P. MANUEL MARTINEZ CANO
EN LA SANTA MISA DEL SABADO 10
DE OCTUBRE
Queridos hermanos en los purisimos corazones de Jesús y
Maria. ¡Qué hie!Z se está con los amigos! Qué contentos y feli­
ces estamos aqui, en la cumbre del Tibidabo,. ¡unto al Corazón
de Jesús, escuchando la hermosa doctrina que tan profundamen­
te están exponiendo nuestros
hermanos en esta XXVI Reunión
de amigos de la Ciudad Católica.
Poco o nada puedo yo aportar al acervo doctrinal, magistral­
mente desarrollado en esta Tribuna de Speiro. Pero, no obstan­
te,
uoy a de¡ar caer en este fecundo ct1mpo de fos amigos de la
·Ciudad Cat6lica, un granito, una semilla, cultivada por los me­
jores hijos de la Iglesia, los santos;
SI, libertad; pero auténtica libertad. Porque eso a lo que hoy
llaman libertad, no es más que el retorno luciferino del pecado
de soberbia, no es más que la. esclavitud. de las pasiones desor­
denadas: es el imperio de Satanás sobre las almas, la esclavitud,
de los hi¡os de las tinieblas. .
Libertad,
si; pero auténtica, que no es otra que la libertad
de los hiios de Dios. Porque sólo donde. está Dios, hay libertad,
porque sólo «dónde está el Espíritu del Señor está la libertad»
(2 Cor. 3,17), como dice San Pablo. Y, como dice Nuestro Se­
ñor, sólo «la verdad os hará libres». Y la Verdad es Dios. Sin
Dios
no hay libertad. Sin Dios sólo se da la esclavitud de Sa­
tanás.
Precisamente celebramos hoy el estallido de libertad más ma­
ravilloso que ha conocido la Historia de la humanidad. Celebra­
mos la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, el d!a de la Hispani­
dad «el hecho más grande y maravilloso entre los hechos huma­
nos», en palabras de León XIII. que Su Santidad Juan Pablo II
ratific6 hace sólo tres años en Zaragoza, «He venido ... a postrar­
me ante la Virgen del 'Pilar, Patrona de la Hispanidad, para dar
gracias a Dios por esa gesta y por la contribución de hombres
y muieres de España en una sin par obra de evangelización».
Pueblos enteros que
yacian en las tinieblas del error y en la
esclavítud de falsas religiones, fueron rescatados para el Dios Al0
t!simo, por los hi¡os de España. Si, nuestros antepasados con­
quistaron para los indios la auténtica libertad de los hi¡os de
Dios.
Si, sin Dios no. hay libertad. Recientemente lo ha recordado
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la Congregaci6n para la doctrina de la fe: «cuando el hombre
quiere librarse
de la ley moral y hacerse independiente de Dios,
lejos
de conquistar la libertad, la destruye». Y Su Santidad Juan
Pablo II apostilla: «porque solamente la libertad que se somete
a
la verdad conduce al ser humano a su v.erdadero fin, Dios».
SI, hermanos, la libertad s6/o adquiere sentido en el cristia­
nismo, en la Iglesia de Cristo, porque s6lo Jesucristo nos libra
de
la esclavitud de las pasiones desordenadas y del pecado y sólo
El nos
ha reconciliado con Dios Nuestro Padre, por medio de
su Pasi6n y Muerte. Sin Cristo no hay libertad, porque s6lo Cris­
to es la verdad que nos hace libres. «Y o soy el camino, la ver­
dad y la vida».
SI, s61o la verdad nos da la libertad. Y esa verdad subsis­
tente que existe en el Padre, se comunira al Verbo y por medio
de Cristo
llega hasta nosotros, liberándonos de la esclavitud del
error y de la mentira: «Y o para esto he venido al mundo, para
dar testimonio de la verdad». (San Juan, 18,37). Si «permanecéis
en mi palabra ... conoceréis la vérdad y la verdad ,,, hará libres».
Seremos libres, pues,
si vivimos en la verdad como vivieron
los santos, como vivi6 Sor Isabel
de la Santísima Trinidad: «Yo
tengo necesidad
de Ti, verdad eterna, para Ubrarm.e de la escla­
vitud de tantas debilidades, de tantas miserias y pasiones como
oscurecen y ciegan los ojos de mi alma, impidiéndome seguir to­
talmente el bien y la verdad que Tú mismo enseñas. ¡Oh· Jesús!
Haz que yo busque y ame siempre tu verdad, aún cuando esa
verdad me fustigue 1 sea para mi como espada de dos filos que
ponga al_ desnudo mi miseria, mis defectos y errores;. que tu
verdad penetre y empape todo mi ser y todas mis acciones; que
sepa despreciar con valentía toda luz que no procede de Ti ¡Oh
único
Maestro mio! Hazme comprender la vanidad de toda cien­
cia y todo pensamiento que no sea un reflejo de tu verdad.
Sumerge mi alma en el océano de tu luz, derrama abundante­
mente
en mi entendimiento y en mi coraz6n tu verdad .. Uneme
contigo, verdad eterna. ¡Oh
Jesús, Verbo encarnado, palabra
encarnada de mi Dios! Enseña. e instruye a mi alma, pues yo
quiero aprender las cosas de Ti, quiero pasar mi vida escuchán-
dote». .
Atención, hermanos, .t_engamos esto muy presente: La ver­
dad que nos hace libres, es vida vivida en el Verbo encarnado.
No lo olvidemos nunca, porque para que nosotros vivamos en
libertad, hemos de vivir esa misma vida. divina, injertándonos en
la vida del Verbo encarnado, incorporándonos al Cuerpo Mis­
tico de Cristo, por medio de la gracia santificante. Para eso, para
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que nosotros participáramos de la vida divina, y nada más que
para eso, la verdad se hizo vida encarnada. «Yo he venido para
que tengan vida y la tengan abundante».
Vivamos siempre
en gracia, ;amás vivamos en pecado. Mil
veces morir antes que pecar . .Vivifiquemos nuestra vida, en la
vida de Cristo «porque el que tiene al Hiio tiene la . vida, pero
el que no tiene al Hiio tampoco tiene la vida» (1 Jn. 5,12), sino
que vive la muerte del alma, la esclavitud de los hiios de las
tinieblas, en esta vida, · y después la esclavitud eterna del in-.
fierno.
Por el bautismo,
nacimos· a esa divina vida. Sigamos edifi­
cando nuestra vida· en Cristo con fervor y entusiasmo, con la
confesión frecuente, la comunión diaria, el Santo Rosario, la ora-.
ción y el sacrificio, la práctica de las virtudes, lá fructificación
de los dones del Espiritu Santo. Y no nos cansemos .de pedir al
Señor, con la liturgia oficial de Nuestra Santa Madre Iglesia:
«¡Oh
Dio,r! ... concédenos que seamos coparticipes de la.divini­
dad de aquel que se ha dignado hacer participe de nuestra hu­
manidad».
¡Qué maravilla! Hermanos, podemos
vivir la misma vida di­
vina, -¡somos hi¡os de -Dios!, y como tttl,es, /X)demos vivir en
este valle de lágrimas auténticamente libres.
El alma que vive la vida divina sólo debe ocuparse en po­
tenciarla y robustecerla. «Buscad primero el reino de Dios y su
iusticia» dice el Señor, y tamb_ién pide nuestra colaboración en
esta divina tarea. Porque sin el concurso de nuestra voluntad,
podemos estancarnos y permanecer años y más años en el e51.ta­
do inicial de vida divina recibida en el bautismo. ¡Cuántos adul­
tos ancianos en la vida natural y todavia niños en la vida sobre-.
natural! ¡Qué pena! ·
Manos a la tarea. A"anquemos de nuestras almas todas las
malas hierbas que ahogan la gracia de Dios. Luchemos denoda­
damente con el hombre vie¡o que nos ata a esta tierra y vivamos
en toda su plenitud la vida divina «para que la vida de Jesús se
manifieste en nueNro tiempo» (2 Cor. 4, 10-11).
Porque de esto se trata, hermanos, de dar testimonio público
de nuestra vida cri~tiana en este mundo pagano y anticristiano.
El
Papa lo está pidiendo insistentemente. Hace poco Su Santi­
dad Juan Pablo II decia a los cartujos: «Nuestra época está muy
necesitada de vuestro ejemplo 'V de vuestro servicio; los hom­
bres necesitan ponerse a la búsqueda de lo absoluto y verlo en
cierta manera comprobado por un testimonio vivido. Vuestro
papel
estriba precisamente en dárselo a conocer».
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Misión que no es exclusiva de los cartu;os, ni mucho me­
nos; es obligación perentoria de todos y cadi:, uno de los cristia­
nos, especialmente de los católicos españoles. Juan Pablo II nos
d¡¡o textualmente: «El Papa confía en los seglares españoles y
espera grandes cosas de todos ellqs para gloria de Dios y para
salvación de los hombres».
«Están llamados a
crear de nuevo, desde la inmensa riqueza
cultural
de los pueblos de España, una auténtica cultura de la
verdad y del bien, de la belleza y del progreso».
«En la España def Siglo de Oro florecieron magnificas tes­
timonios de santidad por la Reforma Católica y el Concilio de
Trento. (Asi ·deben) «florecer ahora, en la época de renovación
eclesial del Vaticano II, nuevos tesJtimonios de santidad, espe­
cialmente entre los seglares de España».
«Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el
vigor pleno del esplritu, la valentla de una fe vivida, la lucidez
evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano».
«Tengo confianza y espero mucho de la Iglesia en España».
Hermanas, no defraudemos al Papa, seamos fieles a su lla­
mamiento, seamos santos. Tr(!nsmitamos·la-vida de Cristo a nues-
tros contemporáneos. Vida vivida en Cristo en nuestro testimonio
cotidiano. PorqUe los sermones y conferencias, aunque sean ne­
cesarias, hoy caen en oidos sordos. Lo que necesita el mundo
contemporáneo
es hombres y muieres que puedan decir con ver­
dad con San Pablo «para mi la vida de Cristo» {Fil. J,21) y no
mis estudios, mi cátedra o mis negocios. Nuestros contempo­
ráneos necesitan testimonios vivos de hombres y mujeres-"que
manifiesten con sus abras lo que vivió y manifestó el Apóstol
de
las gentes:. «ya no vivo yo, es Cristo que vive en mi»
Gal. 2,20). .
Basta ya, hermanos, de perder el tiempo, comentando lo que
ha dicho éste o lo que el otro de¡ó de decir. El tiempo es gracia,
vida divina. En esta Santa Misa, pidamos al Señor que nos trans­
forme, que nos divinice; Pidámosle con el mismo fervor como
lo pedía la Beata Sor Isabel de la Santlsima Trinidads «¡Oh
fuego comunicador,
Espiritu. de amor! desciende sobre mi alma
como una nueva encarnación del Verbo. ¡Qué sea yo la huma­
nidad
en que El renueve su misterio!», para que seamos la luz
de Cristo en este mundo endemoniado.
Y a
he dicho que las hiios de las tinieblas llaman libertad
a la que no es" más que el retorno del pecado luciferino de so­
berbia; de ah! ese culto frenético al ego y al mismisimo · diablo.
Rindamos nosotros culto al Dios Altlsimo las veinticuatro horas
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del dia. Anonadémonos, venzámonos a nosotros mismos, des­
truyamos nuestro yo, y seremos auténticamente libres.
Y o creo, hermanos, que el fruto más hermoso que podemos
sacar de esta Reunión de amigos de la Ciudad Católica, seria que
todos y cada uno de nosotros hiciéramos la promesa al Sagrado
Corazón de Jesús de cumplir siempre y en todo la voluntad de
Dios, que saliéramos del Tibidabo .con el firme propósito de ser
esclavos de la voluntad divina, porque sólo «entonceó el alma
será verdaderamente grande, verdaderamente libre, porque asi tie­
ne su voluntad encerrada en la de Dios» (Beata Sor .Isabel de la
Santisima Trinidad)c
Vivamos encerrados, esclavos de la voluntad de Dios, que
eso es la santidad. El...mismo Señor se lo reveló a Santa Catalina
de Siena: «sabe, pues, que todo lo que hacen mis siervos está
en esto, en que hagan mi voluntad, . y por eso todo esfuerzo lo
deben poner en cumplirla perfectamente. Porque cuanto más
cumplen mi voluntad tanto más perfectos son, porque ·se acer-·
can más a Mi., que soy suma perfección». ·
Y el mismo Señor nos señala el camino a seguir: «Si quieres
hacer mi voluntad, en la cual consiste tu bien, es necesario que
mortifiques
y niegues toda voluntad propia en todas las cosas,
porque cuando más ·mueras a ti, taflto más vivirás en Mí y cuanto
más quites lo que es. tuyo, más pondré lo que es mio».
Eso es vivir san._tamente., ·entregar nuestro entendimieto y vo~
lutad al mismo Dios que nos creó libres. La santidad es dar la
vida día a día, hora a hora, al Señor de Cielos y Tierra. Y sí
llegara el caso, dársela heroicamente como se la dieron las tres
azucenas del Carmelo de Guadala¡ara y los innumerbales márti­
res de nuestra última cruzada. ¡Oh Dips! «el cielo con una sola
llamarada se ha colonizado» (Paúl Claudel}. ·
Sí, el cielo se ha colonizado de mártires españoles. Pero no
olvidemos nunca, hermanos, _que nuestros mártires dieron sus
vidas, para que nosotros viviéramos la vida divina. No lo olvi­
demos porque,. los mismos que lo_s martirizaron) quieren escla­
vizarnos ahora a nosotros en la muerte del pecado, promovida
por todos los medios que hoy tienen a su disposición.
Hagamos honor a nuestros mártires. Vivamos .e:n toda su ple­
nitud la vida divina. Vivamos en la verdad que nos hace libres.
En esa verdad que es vida, en esa vida que · es amor. Vivámos
de amor, porque sólo en la fuerza unitiva del a,¡,or, se puede
dar la unión de la voluntad humana con la voluntad divina. Y
s6lo entonces} cuando estemds identificados con la voluntad divi­
na, gozaremos de &, auténtica libertad de los hiios de Dios.
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Con lñigo de Loyola, hombre vano y desgarrado, que por el
vencimiento propio y la contemplación del amor, llegó a ser el
santo de «la mayor gloria de Dios», hagamos ahora nosotros la
oblación de nuestra libertad al Señor: «Tomad Señor y recibid
toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi vo­
luntad, todo mi haber y poseer. Vos me los disteis, a Vos Señor ·
lo torno, todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y grricia, que eSto me-basta».
Y aquí pod!a dar por terminada esta plática o sermón: Pero
no me quedaría tranquilo si -nos os transmitiera ahora el testi­
monio de Sonia Díaz Pargo, ;oven de dieciséis años de nuestra
asociación de la 1 nmaculada y San Luis Gonzaga, que el año pa­
sado hacia en esta misma capilla sus primeros .e¡ercicios igna­
cianos _y que el Señor se la llevó consigo al Cielo hace sólo tres
meses,
de¡ando entre nosotros el aroma de su santidad. Y a se la
ha definido como «la ¡oven que quiso hacer siempre y en todo
la voluntad del Señor». Efectivamente, ese fue su más ardiente
deseo
y quienes la conocieron bien, asilo han afirmado. He aquí
algunos pensamientos
sacados de su diario espiritual:
«¡Señor,
deseo tu santa voluntad!
Toda
la vida de Jesús tuvo una constante que realizó a la
perfección hasta llegar la muerte: hacer la voluntad de Dios.
Pienso que
la meta de todo cristiano es amar, pero amar a
Dios y
de tal manera que nos olvidemos siempre de nosotros
mismos
para hacer la santa voluntad de Dios.
Hacer la voluntad de Dios es el más grande y hermoso pre,
cepto-divino. Es la negación ,;onstante del ya, la donación libre
de nuestra libertad, la confianza plena en El, el abandono perfecto
a su
Providencia; es demostrar nuestra im[J<>tencia y dependen­
cia total y plena a quien hizo el cielo y la tierra.
Exige disponibilidad y prontitud confipda, pues a menudo la
voluntad de Dios al principio aparece difusa, pero el tiempo deja
verla con claridad de mediodía.
Cuando se
ama a una persona, se está pendiente de ella.
Cuando se ama a Dios, fe está siempre dispuesto a cumplir su
voluntad de una manera generosa y alegre.
¡Lo que Dios quiera!
¡Que no
se haga mi voluntad_ sino la tuya!
¡Si Dios quiere!
¡Lo
que Tú quieras, Señor!
¡Señor, quédate
tú mi voluntad y ha-da servir a tu antaio! ».
El testimonio de Sonia hos reafirma hoy en la verdad de
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LA VERDAD DE LA LIBERTAD
siempre: La santidad no es una utopia, sino una hermosa reali­
dad. Vivamos como Sonia esclavos de la. voluntad divina.
Y
con la Virgen María, seamos esclavos del Señor. Digamos
con Ella: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según Tu
palabra». Vivamos la esclavitud mariana, vida cristiana reserva­
da por Dios Nuestro Señor para los últimos tie,npos. SI, siempre
fieles
hiios de la Virgen Santísima. Vivamos en su regrn,o como
niñitos confiados
y alegres. En fin, con Juan Pablo II, e/ Papa
de la Virgen, digam<>sle a Nuestra Madre del Cielo:
TOTUS TUUS
MARIA
Sí. Vivamos la esclavitud mariana. Así viviremos la autén­
tica _libertad de los hijos de Dios.
LA VERDAD DE LA LIBERTAD
Palabras en el Acto Litúrgico final de li:, XXVI Reuni6n de
amigos de
la Ciudad Cat6lica, en el Tibidabo, el 13 de· octubre
de 1987.
Gracias, Señor, por habernos dotado de libre albedrío, y
ha­
bernos señalado cauces de realización perfectiva de la libertad,
que son las tablas del Sínaf y
las Bienaventuranzas evangélicas.
Gracias también, Señor, por hacernos_ responsables
. del ejer­
cicio personal
y social de nuestra libertad. Ni nos sentimos con­
denados a ser libres ni nos preguntamos escéptícamente «la liber­
tad para qué». Aprendimos de Ti y de tu Santísima Madre a
decir sí al
Padre, que nos llama a ser perefectos por libertad y
gracia, como Tú eres perfecto por naturaleza.
Sabemos, Señor,
y estos días lo hemos repensado bien, que
nuestra. libertad o autonomía no es absoluta. Originariamente
no nos hemos hecho
nosotros libres, sino que somos hechura
tuya, y, formalmente, el ejercicio
de nuestra libertad limita ne­
cesariamente, en su principio, la apetencia d~ .bien en común, y
en su término, la saturación definitiva de la posesión de Dios
en el Cielo, donde los Bienaventurados
no podrán apetecer ni
elegir otra cosa. Santa Teresa exj,resaba esto asi: «¡Oh cuándo
será aquel dichoso día; que
te has de ver ahogado en aquel mar
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