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Las raíces eternas de la libertad

LAS RAICES ETERNAS DE LA LIBERTAD
POR
RAFAEL GAM:BRA
El término libertad se ha convertido para nuestra época en
un ideal luminoso ante el que toda rodilla debe doblegarse. Di­
ríase que a medida que la . vida humana va sintiéndose progresi0
vamente masificada y programada por la tecnocracia, y a medida
que las posibilidades reales de su ejercicio disminuyen,
el. tér­
mino
libertad se magnifica ante los ojos de todos, participando
por igual en el ideal, en el axioma y en el dogma.
Y a no
se oyen las· reticencias que el nombre de la libertad
provocaha aún en
el siglo pasado. cuando, por ejemplo, se decía
«si oyes vitorear a. la libertad; atranca tus puertas y ventanas»,
o cuando .Mme. Rolland exclamaba subiendo los peldaños 'de la
guillotina: «libertad, libertad
... , ¡cuántos crlmenes se cometen
en tu nombre!». Ya en la guerra de España recuerdo que uno
de los diarios más característicos del Madrid rojo se titulaba La
Libertad, y que el .diario falangista de Valladolid se llamaba asi­
mismo Libertad: Pero hoy el fenómeno es planetario: todo mo­
vimiento, sea de pensamiento o de acción, se define a sí mi,smo
más como de liberación ( o liberador) respecto a algo o a alguien
que por
su adhesión positiva a ideas o creencias.
Incluso la Iglesia postconciliar
se ha visto afectada por esta
fiebre «liberadora» hasta susti.tuir a menudo el
concepto reden­
ción por el de liberación. Desde S\l proclamación de «libertad re­
ligiosa», sus preces y designios. van .siempre en el sentido de la
liberación del hombre ( de cosas siempre terrenales:. el ham­
bre, el. subdesarrollo, la marginación, la ignorancia, etc.); in­
cluso se ha elaborado, en su seno toda una «teología de la, li-.
beración.
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RAFAEL GAMJÍRA
Libertad fue el primer lema de la Revolución, que adquirió
dentro de
sus designios el mismo puesto clave o fundamental
que
el primer mandamiento de la Ley de Dios tenía en la an­
terior sociedad religiosa. En rigor, la consecución de ese primer
ideal
(y de su consecuencia, la Fraternidad) quedaría confiado a
la
inmediata· consecución de la Igualdad, que podría alcanzarse a
golpe de legislación
y de guillotina: igualación de dases, de le­
yes, de pa(ses, de poderes.
Por .ello la herencia de la Revolución
francesa
ha sido, hasta nuestros días, una lucha constante contra
toda constricción teórica o práctica. Bajo los nombres de mitos,
tabús, prejuicios o «poderes fácticos» se ha perseguido (y se
persigue) desde los Mandamientos hasta las reglas de urbanidad:
normas, ritos, ,preceptos, costumbres., instituciOnes, no tienen hoy
ya para la mentalidad ambiental otra consideración positiva que
la de folklore o curiosidades etnográficas. Ello adquiere un ca­
rácter imperativo y permanente en· el marxismo con su «lucha
comra. las estructuras» y la «revolución permanente». No im­
porta que la destrucción de la norma histórica acarree una cons­
tricción muy superior, tanto.por el condicionamiell'to publicitario
y
propagandístico · como por el crecimiento tecnológico del Es­
tado: estos factores más bien contribuyen a la exacerbación en
el individuo y en la masa de la exigencia Hbertaria, en lucha ya
solo con fantasmas y deformaciones intencionadas del pasado.
Dentro de toda esta. apoteosis moderna de la libertad cabe,
sin embargo, preguntarse: ¿Ama
el hombre realmente la I;ber­
tad, la desea en toda su profundidad? Para responder a esta
pregunta
se impone una distinción entre dos significados distin­
tos del término libertad: lo que
se ha llamado libertad de coac­
ci6n ( que coincide con la libre espontaneidad) y la libertad de
arbitrio. La primera ( que es un uso impropio) es común al· hom­
bre y
al animal:· as!, si monto un caballo lo mantengo coaccio­
nado por la brida y la espuela: se dirige hacia donde yo quiero y
al paso que le marco. Si hago un alto para descansar y suelto
al anitnal, digo ·que lo dejo en libertad: el animal podrá tuin-
.
barse. o pastar o beber· si tiene hierba o agua a su alcance. Se ve
libre entonces de coacción exterior, pero no por eso poseerá el
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LAS RAICES ETERNAS DE LA LIBERTAD
libre albedrío humano:. su acción se ver.á siempre determinada
por
sus instintos y necesidades y por los estímulos sensibles que
lo reclamen. Obrará con espontaneidad, pero no con libertad de
arbitrio. Un esclavo, en cambio, el
más aherrojado que .quepa
imaginar, carecerá de libertad de coacción y de posible respon­
sabilidad
p<>r sus actos exteriores, pero nunca dejará de poseer
el atributo humano del libre albedrío. Podrá, por ejemplo, unir
su voluntad a aquello que
s.e le manda realizar, o sustraerla de
ello: será así
capaz de obrar el bien o el mal, de decidirse por
sí ntismo en su fuero .interno (ser árbjtm en su decisión), pecar
o merecer, _salvarse o condenarse.
No cabe duda de que· el hombre ama la primera de esas li­
bertades: a nadie gusta vivir coaccionado. o sometido a una vo­
luntad exterior; todo el mundo desea, en cambio, el ejercicio
de su pwpia espontaneiélacl. Ert ello coincide. con el animal. La
vida, por ejemplo, de un perro doméstico suele ser un perpetuo
anhelo
de salir al e....:terior para gozar, siquiera sea momentánea­
mente, del aire libre y de Ja libre espontaneidad de movimientos.
Más dudoso es, en cambio, que el hombre ame su propia
libertad de arbitrio, con
el peso anejo de la responsabilidad. Bas­
ta notar con cuánta facilidad se nos dan consejos, .pero qué tra,
bajosamente los obtenemos cuando los solicitamos, es decir, cuan­
do ese consejo puede unirse a la responsabilidad de una
deci­
sión grave, No menos notable es la huida, tan común, de los
puestos decisorios
y,. asimismo, el éxito creciente de· la llama­
da seguridad. social a
que conducen las tendencias socialistas que
encaminan al mundo hacia una colectividad. de tutelados · por: el
Estado
.. A medida que la «política social» avanza, disminuye en
los hombres, con aplauso general, el espíritu de iniciativa, de
riesgo, de empresa personal o
colectiva. Y tampoco deja de ser
sintomática la nostalgia o añoranza que alberga
el corazón hu.­
mano hacia la propia infancia, aq!iella época de la. vida en la
que nos sentíamos
plenamente protegidos, tutelados. ·
'
Sin embargo, y con independencia del equívoco que entrañe
el supuesto anhelo revolucionario de libertad, no puede dudarse
de que el hombre, aun sintiendo el peso que entraña
y rehuyén-
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RAFAEL GAMBRA
dolo . a menudo, sabe que su esencia misma de hombre supone
el. libre . albedrío y que él constituye, con el entendimiento que
lo condiciona, su prenda diferencial
y más alta.
¿Qué
.es, pues, la libertad? Podríamos definirla como el atri­
buto de la voluntad. (atributo es una característica que, sin per­
tenecer a su esencia,
acompaña siempre a algo que en ello se
manifiesta). Voluntad, por su parte, es el apetito o apetición ra­
cional •. Así como la. apeticióh, en general, es la tendencia que se
desencadena en un ser a partir de antecedem,,. cognoscitivos,
la voluntad es aquella a petición cuyos anteceden tes no son sen­
sitivos ( o no solo sensitivos), sino racionales. Por ello es la fa­
cultad tendencia! propia y exclusiva del hombre que le diferen­
cia
de. los animales, cuya tendencia no va más allá de la apeti­
ción sensible
.. La mente humana no capta solo los objetos sensi­
bles ni
solo su carácter atractivo o repelente para el propio su­
jeto sino que, por su facultad intelectiva, capta también los mo­
tivos de apetibilidad, es decir, las razones, abstractamente con­
sideradas, por las · que ese objeto es o no atractivo. Esto sitúa
a
.la mente del hombre por encima de las cosas singulares y con­
creias y de su mera relación con ellas
para pemtirle . captar la
noción de bien, que es el aspecto deseable o perfeccionante del
ser, noción ésta la más universal y abstracta. Ello desliga al
hombre de
los vínculos determinantes de la apetición animal y
le otorga una
sui-posesi6n de su propio obrar en que consiste
el ·libre albedrío. El . hombre puede reflexionar sobre esos mo­
tivos de apetibilidad, calibrarlos y decidirse por sí mismo. Es
así sujeto agente de su propia vida, protagonista de ella, y res­
ponsable de su actuación. Esa posibilidad de optar entre diver­
sos objetos ·no es, sin embargo y como veremos, esencial a la
voluntad ni a su albedrío, ,aunque se trate de algo que acom­
paña. siempre al obrar humano en este mundo.
Ya en
posesión de estas nociones, podemos plantearnos una
cuestión previa:
la libertad así entendida, ¿es rugo real, existe, o
sé trata de un espejismo o ilusión que sufre nuestr,i mente por
la simple consciencia
-quizá impotente de decidirse a sí mis­
ma-que posee . de sus actos reflexivos? No puede dudarse de
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LAS RAICES ETERNAS DE LA LIBERTAD
que en la espectativa vital humana 'está siempre presente la po­
sibilidad de autodecisión, de tomar resoluciones y llevarlas a
efecto. Pero, ¿se da realmente
esa posibilidad? De hecho, la dis­
cusión sobre la existencia ha recorrido ·toda --la historia, enfren­
tando en.tre sí dos ,posiciories antagónicas; el· determinismo)· .que
niega tal posibilidad y supone a los. actos humanos tan predeter­
minados· como los fenómenos· naturales~ y el indeterminismo,
que supone la realidad del libre albedrío humano.
_ El determinismo posee un cierto arraigo . en
la conciencia po­
pular -sobre todo en· Ja mentalidad ·oriental~ que lleva a mu'.
chos hombres a aceptar como algo «que estaba escrito» cualquier
acontecimiento o desenlace en
sus vidas. Es una trasposición del
carácter ineluctable e imprevisible de
la muerte a los demás
sucesos de la existencia. Como teoría filosófica ha revestido dos
formas generales:
el determinismo cosmológico y el psicológico.
El primero afirma que lo que reputamos como decisiones nues­
tras depende en realidad de factores
ext'eriores a nosotros · mis­
mos. Sea la voluntad de los dioses, del hado o fatum -determi­
nismo fatalista-, sean fuerzas cósmicas, físicas·o fisiológica~. Se­
gún es.te último determinismo,·· nuestras· deciSionés· serían fruto
por entero de n;,estra herencia biológica, de nuestro tempera­
mento o
carácter, del clima o .del carácter supraindividual que
nos envuelve.
Desde el Renacimiento a esta parte, la ciencia moderna ha
profesado
un riguroso determinismo físico, apoyándose en la es­
trecha relación causal que media entre· los fenómenos de la na­
turaleza. Es la misma posición sostenida por la filosofía de ins­
piración cientificista, es decir, el racionalismo. Léase
la -filosofía
empirista, la -positivista, el propio-.kantismo.· En estos sistemas
se da la contradicción entre un determinismo físico en su base,
que niega al hombre el libre ·albedrío, y
su exigencia política de
liberalismo, que confiere a
la libre voluntad humana el gobierno
de los pueblos
y el origen de las normas de legislación·; .( Otro
tanto sucede entre la hoy tan celebrada «dignidad de la perso­
na», como base de la moral -idea originariam<¡nte kantiana­
y el evolucionismo profesado por la ciencia moderna. Si· )mestro
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RAFíWL GAMBRA
origen: :radica en una evoluci6n ciega, por causas eficientes, des~
de la vida primitiva hasta el hombre, ¿en qué momento y por
qué surgirá esa supuesta dignidad?). En rigor, aquella
primera
aporía entre determinismo físico y liberalismo político· se pro­
duce a través de una rigurosa consecuencia lógica,
por más que
tanto la premisa como
la conclusión sean recusables. Su clave
reside en el nominalismo pre-renacentista.
Si los conceptos o
universales son meros nombres -palabras vanas-y solo existe
lo :singular y concreto que captan los sentidos, ¿qué origen y
fundamento cabrá otorgar a
la moral, a las leyes, al poder? Ne­
gado ( o · declarado .incognoscible) todo más allá metafísico o re­
ligioso, solo cabe el recurso a la convención humana y a la vo­
luntad general, o mayoritaria. Pero la palabra última del ·sistema
la tendrá la. sociología, · esa ciencia nueva nacida del positivismo,
qué reducirá· 1a pretendida voluntad popular al fenomen.ismo em:
pirista de la física o dinámica social; es decir, a una ciencia más
en el ámbito del detetm.inismo universal.
Es cierto que
la noción estricta de causalidad '-1Ill!temáti-.
camente predecible__:_ que sostenía la mecánica clásica ha sido
corregida por
la fisica contemporánea a través de los fenómenos
cuánticos
y la teoría de la indeterminación de Heisenberg. Pero
esto no contradice por
si • mismo el principio general determi­
nista. Es preciso pensar
-como observó Petit Sullá en un ante­
rior · congreso de V ,:rbo-que, si el orden de la naturaleza es
necesario y Se ordena a un fin, eSte fin en sí mismo no lo es.
Si lo· fuera -si la finalidad se identificara con la misma natura­
leza-' estaríamos en una concepción panteísta en la que nada se
justificaría.
El otro tipo de determinismo
-el psicológico- no cree que
estemos
deterririnados por factores externos, pero si por esos
COndictbnamientoS interiores a nuestra. conciencia, que sOn los
motivos.. Nuestra merite no· haría sino sopesar fos motivos. y los
contramotivos · y resolverse por la resultante. Como una máquina
calculad¡,ra · o un cerebro electrónico no haría más que actuar so­
bre los datos que el entendimiento_ le suministra, datos que de­
terminarían en él la decisión. Incluso las penas o castigos que
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LAS RAICES ETERNAS DE LA UBERTAD
en la educación o en la legislación parecen dirigirse a volunta'
des libres se explicarían simplemente como contramotivos disua-·
sores que se añadan al cómputo mecánico de nuestro determi­
nismo mental.
El indeterminismo, por su parte, prÓcura demostrar la exis­
tencia del libre albedrío en el hombre mediante dos argumentos
principales, aparte de la refutación que arbitra para cada uno de
los tipos de áeterminismo. Consiste el primero en la apelación a
· la conciencia universal que se sabe árbitro de los actos volunta­
rios y de su consiguiente responsabilidad. Ningún reo de delito
se defiende alegando su radical falta de libertad humana, sÍno
negando los hechos o aduciendo eximentes o. atenuantes. Lo mis­
mo acontece en las relaciones· humanas (pactOs, promesas, 'etc·.),
que suponen esa universal creencia en la capacidad humana. de
decidir por
•sí misma una determinada actuación. El argumento
se complementa lnvocando fa imposibilidad de que Dios, autor
.
de la naturaleza humana,. haya puesto en ella una creencia uni­
versal engañosa. Este argumento remite así
á la existencia .de uli
· Dios cteador y providente, lo que requerirá a su véz demos-
tración. . .. ,
El segundo argumento demostrativo rádlca · en la naturaleza
misma de la volúntad en tanto que aíietito racional.· Él entendi­
miento que ilúmina a la voluntad alcanza; -por su poder abstrac­
tivo, las nociones más universalés de bien· y de ser. Pero las
cosas de este mundo no· realizan sino imperfectamente el bien
( son mezcla de ser y no-ser, 'de acto y de-potencia}, y por ello
la voluntad
no se siente 'ineluctablemerite atraída: por ning,mo de
esos objetos sino que conserva ante ellos la libertad de e;erci­
i:io (querer o· no quererlos) y de especificación (optar entre va­
rios en alternativa). El entendimiento será así la clave de esa
libertad radicada en
h voluntad -humana.
Subsiste, sin embargo, la objeción qúe planteaba el déter­
minismo
psicológico. Si la voluntad es un apetito racional y
nuestras deliberaciones
·se realizan por motivos. o· móviles que· el
entendimiento presenta a la voluntád, ¿en qué consistirá la de­
cisión, ese corté con que ponemos fin a la deliberación? ¿Se
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RAFAEL GAMBRA
tratará de una productio· ex nihilo, de un acto gratuito, irracio­
nal? Cabría imaginar
que el análisis y estimación de los motivos
y contramotivos se prolongase indefinidamente hasta alcanzar la
nítida superioridad de alguna opción, con lo cual estaríamos fi­
nalmente determinados por los motivos. Es la objeción que ejem­
plificó Buridán, un disc!pulo de Duns Scoto; en la fábula de
aquel asno «intelectual» que morfa· de hambre ante la presen­
cia de. dos montones de: cebada idénticos entre sí y ·situados a
igUal dist.ancia del animal. La irrealidad de esa situación hacia ·
deducir a Buridán la superioridad de la voluntad y su relativa
independencia del entendimiento.
El· indeterminismo suele responder a esta objeción alegando
que los motivos de la
voluntad no son piezas objetivas y cuan­
tificables como las pesas de una bálaru:a, ni medidas de distan­
cia o de . volumen, sino algo más personal y sutil. No son los
motivos sino mis motivos, que están cualificados por mis incli­
naciones, mis gustos, mis pasiones_, mis convicciones. E:1 mismo
~stímu1o que para una persona es casi decisivo puede dejar a
otra indiferente.
No parece lógico, sin embargo, explicar
el acto de la volun­
tad o apetito racional recurriendo a la irracionalidad
· de la:s pa­
siones <> de los gustos. Sin embarg<>, aun siend<> toda decisión
motivada, esa
explicación nos acerca. a la complejidad profunda
de la deliberación.
y la decisión humanas. Dentro del aristote­
lismo, tanto en
el c<>nocer intelectual como en el querer volun­
tario se encuentran frente a frente
dos potencialidades: el su­
jeto potencialmente inte!lgente y el objeto potencialmente in­
teligible; el sujeto capaz de elegir
y querer, el objeto potencial­
mente amable, bien para el sujeto. Para pasar al acto se
requerirá
de un• tercer elemento, que será para conocer el entendimiento
agente,
especie de luz divina que fecunda y actualiza al enten­
dimiento pasivo iluminando el universal
que está en el objeto,
y que para
el querer voluntario será el mismo Dios como acto
j:,uro,. supremo bien, y el motus 9 movimiento que El ha impreso
en el mundo hacia
su propia plenitud. Todas las cosas tienden
hácia su perfección porque ésta preexiste : en la mente divina,
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LAS RAICES ETERNAS DE LA LIBERTAD
, . pero cada clase de seres se incorpora de diverso modo a ese
movimiento general:
unos seres ciegamente, por los impulsos de
su propia forma, otros consciente pero no reflexivamente, otros
en fin ( el hombre) reflexiva
y libremente.
Para Bergson
el acto decisorio de la voluntad no está deter­
'minado por factores exteriores
ni tampoco por !D.otivos, ya que
estos «motivos»: :,en S_U concreción discontinua no existen. Tam.;
poco se trata de un corte arbitrario de la deliberación, a modo
· de acto graruito. La libertad, según él, se identifica con la du­
ración real,, o más bien es toda· nuestra ·vida .interior en su -evo­
lución acumulativa e itrepetible lo que está teñido de libertad
hasta ser ésta nuestro
propio· modo de durar y de evolucionar.
La decisión nace habirualmente en un proceso insensible e ín­
titno en el que no sabríamos decir cuándo la vacilación se .. trans­
formó en inclinación y ésta en resolución.
Aceptada, en cualquier hipótesis, la patente realidad de
nuestra
libertad o libre albedrío, subsisten, sin embargo, formas
distintas de concebirla. Estas
se corresponden con las diversas
concepciones .que sobre qué
sea el hombre han sostenido los
distintos sistemas ·filosóficos. La palabra libertad como lema · o
ideal supremo data, como dije, de la Revolución francesa, pero
su
proclamación ·-y el culto a· ella rendido en la catedral de
París-. expresaron una. mentalidad difundida en el siglo «de
los filósofos»,
cuyas raíces se hunden hasta el cartesianismo.
El replanteamiento que Descartes hizo de la filosofía en su
Discurso del método y en sus Meditaciones metafisicas le lleva­
ron
. a, reconocer en el sujeto pens~te -en la evidencia de su
existir-el primum cognitum de que debería .arrancar el nuevo
sistema del
saber; La filosofía moderna, a partir de ese momen­
to, vendrá a reducirse a un análisis de las ideas, del yo pensan­
te.
El racionalismo cartesiano, el empirismo inglés y el sistema
kantiano vendrán a ser, con planteamientos distintos, teorías
del pensamiento.
La ética · congruente con esta · metafísica racio­
nalista o idealista no
se haría esperar después de las vacilacio­
nes cartesianas de la
«moral provisional». 'El hombre, por ser
el sujeto de la razón,. es bueno por naruraleza y no ha de bus-
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RAFAEL GAMBRA
carse fuera de él la norma de motalidad. Piénsese en la E#ca
de Spinoza o en el formalismo moral kantiano .. El origen del
mal y el confüicto ético nacerfa del «irracional histórico» que
coarta, desvía o corrompe
la. recta espontaneidad del individuo.
El progteso
mora.l estribará en liberar al hombre de la constric­
ción histórica.
(y, sobre todo, de la religiosa) para que se ex­
pandí,. sin obstáculos su· recto dinamismo. En el individuo, con­
siderado como una mónada al estilo de. Leibniz, está como encap­
sulada su propia vida, su
fruición de la misma, su íntima genia­
lidad. Liberar al hombre de sus trabas, ayudarle a reconocerse
. a sí-mismo y a afirniarse, remover cuanto s~ oponga a su
espontánea realización, tales han sido los imperativos morales,
políticos y pedagógicos de varios siglos de subjetivismo liberal.
El término de este proceso debería coincidir
con el amanecer
de una generación libre
y feliz, sana en su espontaneidad sin
trabas,
creati\'a y solidatia.
Quizá sea nuestro tiempo la refutación histórica dé esa gran
aventura.
-y de ese inmenso error-de la modernidad .. Nunca,
en efecto,
se ha dado un vaciamiento mental como el que pre­
senciamos, nurica una tal necesidad de estímulos exteriores te­
levisivos o sexuales, nunca tal necesidad de evasión por la droga,
nunca. un apogeo semejante. de las. depresiones psíquicas y de
las auras suicidas. Eliminados los muros
y columnas que con­
dicionaban
la vida del hombre, se ha averiguado que eran lbs
sustentáculos de la mansión que lo albergaba y que «cuando todo
es posible ya nada se puede hacer». ·
Remontando el tiempo,, encontramos en los estoicos una
idea muy diferente del hombre
y de la libertad humana. El idelll
del sabio -de la vida sabia y bienaventuatada-'-no se logra
para ellos
destruyendo trabas pára la espontaneidad de los . im­
pulsos humanos, sino imponiendo al hombre unas trabas supre­
mas:
se trataba de alcanzar la libertad respecto de' dos servidum­
bres; la del mundo exterior que nos atrae y siempre nos defraú- .
da, y la de las propias pasiones qúe :son insaciables y esclaviza-
. doras. Es el gtan imperat:ivo estoico abs#ne et sustine. Esta
ascética debe conducir
al hombre a un estado de apatía y serena
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LAS RAICES ETERNAS DE LA.LIBERTAD
imperturbabilidad que el estoicismo pone al servicio de una me·
tafísica panteísta en la que
el individuo ha de_ identificarse con
el alma del mundo, que es Dios. Este ideal -inasequible por
inhumano-acaba también negando la personalidad del hombre
y su verdadera libertad.
La filosofía contemporánea ha trazado las líneas de una dis­
tinta concepción del hombre -y, por ende, de su libertad­
por más que en el ambiente acÍual --en los regímenes demo­
cráticos---siga vigente como «ortodoxia pública». la visión ra­
cionalista y liberal que hemos descrito. Me refiero, por ejem­
plo, a la -moral del compromiso y a su implícita concepción del
hombre que
es común a varios existenciwlismos. El hombre no
es en su_ origen más que disposición o capacidad: se hace_ en
su existencia tempora.l, que es su ·vida; es en Cada instánte ·como
un compendio de cuanto ha vivido, Vivir es crear lazos_ con las
cosas, comprometerse con ellas y hacerlas en cierto modo nues­
tras, integrarlas en nosotros mismos. La propia moral nace del
compromiso: eligiendo libremente, elegimos
también nuestra mo­
ral, a la que debemos permanecer fieles si .hemos de ser cohe,
rentes. Si fuera posible anular todos los lazos que unen al
hombre
con su mundo, aparecería nna pura potencia:lidad, esa
especie
de aniquilamiento espiritual de la que es simbolo el ac­
tual hombre «liberado» y su mundo· «desmitificado».
Apurada esta teoría, · el compromiso vital en el que halla el
hombre
sus puntos de referencia· sería algo así ,como la acepta­
ción
que un jugador hace de las reglas del juego o uh coleccio­
nista de los límites · de su colección. Se trataría de una moral
convencional
y falta de fundamento. Tal es la moral existencalis,
ta del compromiso (e11gagement). Sin embargo, en su crítica al
racionalismo
libernl posee un atisbo que la acerca a una autén­
tica moral
de_ la trascendencia. Como también a una coherente
concepción del hombre
y de su9libertad. Cada hombre, al nacer,
posee, por supuesto, la naturaleza humana, y también unas dis­
posiciones individuales más o menos heredadas, pero en rigor
es solo un haz de potencialidades que se irán actuando ·en ese
proceso libre que es su vida, en el cuail están implicados su
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rnundo y su propia personalidad. El hombre es -se ha .dich0-"
< rituales se actúan solo en la relación con-otros espíritus a través
del lenguaje, una vez adquirida la luz de la raz6n, ésta le impone
tanto
los primeros principios lógicos como las normas elementa­
les de conducta; normas que
él no crea sino que descubre.
¿Serán entdrtces ·necesarias para el hombre unas nornias, un
sendero pre-trazado, que le encamine hacia un objetivo y haga
posible su caminar? Aquí el cristianismo incide para superar lo
que Aristóteles y
los filosófos antiguos habían dicho sobre la
ley y el orden naturales. La moral de la norma solo puede tras­
cenderse en la ley del amor.
La rnadre, por ejemplo, no conoce
las normas que le obligan hacia su hijo ni se interesa por ellas
porque sabe que, haciendo lo que le dicta su amor, cumple con
creces
.las leyes más exigentes. Del mismo modo, para librarse
de
la dura ley del esfuerzo en el trabajo solo cabe trabajar en
lo que a uno le gusta, en lo que ama ( resulta curioso observar.
cómo, ante las jubllaciones anticipadas, los
únicos profesionales
que plantean objeciones no pecuniarias
--o no solo pecuniarias­
son los docentes, precisamente porque suelen amar lo que ha­
cen y sufren por dejar de hacerlo). Es el sentido último del dic­
tado agustiniano: ama t!t fac quod vis.
Es también la' e,,plicación de por qué el bienaventurado, sin
dejar de ser libre, no puede
ya pecar, porque solo le cabe amar
a Dios, ~tente ya a su vista. Precisameµte por constituir la
plenitud del acto de voluntad, ésta se llena por entero del ser
ámado -,Je Dios-y ·cesa el carácter optativo que reviste en
su estado terrenal.

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