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1988

El poder

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El poder: del narcisismo a la violencia

EL PODER: DEL NARCISISMO A LA VIOLENCIA
POR
JORGE USCATESCU
Nunca acabarán las indagaciones en tomo a la naturaleza y
las motivaciones del poder. El poder transforma y a veces defor­
ma las reacciones del individuo y tras las formas y modos de
llegar a
él y de ejercerlo se esconde más de una vez un impe­
netrable misterio. En la Edad Media se forjó la ideá de una es­
pecie de libido dominandi y en nuestro siglo, más de una vez
definido como una «nueva Edad Media», la doctrina de Freud
y del psicoanálisis ha dado pie a diversas especulaciones sobre el
erotismo o la erótica del poder. Conviene precisat que esas
es­
peculaciones, periodísticas la mayor parte, se fundan en un su­
perficial conocimiento de fa doctrina del médico vienés, en la
cual la pulsión de la muerte y el narcisismo, constituyen un fon­
do más profundo de análisis, con aplicación al campo de la po­
lítica
y del poder, que los dominios tan frecuentados, y por tan­
tos, del erotismo.
Al tema de la relación del mito de Narciso y fa ausencia mo­
derna del poder, aquella reveladora pasi6n de mandar que Ma­
rañón centraba en la personalidad del Conde-Duque de Olivares,
dedicamos en su día alguna reflexión en nuestro libro
Maquiavelo
y la pasi6n del poder. En efecto, más que en un territorio h1,i­
dinal, la pasión del mundo y del poder se mueve en la capaci­
dad que el que manda tiene de mirarse en su propio espejo.
En nuestros días, en que todo lo que es poder público, poder
político en
la verdadera acepción de la palabra, se mueve a tra­
vés
de los medios de comunicación y a través del poder sublimi­
nal, constante, obsesivo, de
la imagen, quien domina no es Eros
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sino Narciso. El mito de Narciso excede así del univetso poético
donde
lo colocaba en los orígenes de la poesía moderna occi­
dental el trovador provenzal Bernard de V entador: «Aisin perdei
come perdet
se / Lo bel Narcissus en la fon». La fuente donde
se contempla nuestra clase política de hoy, en todas partes,
es
la pequefia pantalla de la televisi6n, desde donde la «imagen»
de los políticos nos petsigue con
su machacona presencia. Tras
la imagen se yetgUe el perfil de Narciso, enamorado de sí mismo,
perdido en
su espejo y prolongando su enamoramiento en el im­
perio de las urnas, espejo y fuente univetsal a su vez.
Los intérpretes buscan la mayor riqueza de J.a enseñanza de
Freud en el mundo de la interioridad, donde el narcisismo invade
el campo de
las pulsaciones -del amor y la muerte-en un uni­
vetso vasto y misterioso donde el narcisismo es la «reserva»
acaso sin fin de la «libido». Así, según Ricoeur, «nuestros amo­
res y nuestros odios son las figuras revocables del amor preeleva­
do sobre el fondo índifetenciado del narcismo; como las olas del
mar, estas figuras pueden ser borradas, sin que el fondo sea al.
tetado». Tras todo ello
está el fondo libidínal egolsta que es el
verdadero leit motiv de Freud. Para Spranget, analista sin par
de la figura del hombre político, éste representa el colmo de
egolsmo.
Lejos estamos de Plat6n y de su teoría del valor polí­
tico. Cerca está siempre
de nosotros el jefe de los eunucos de
Las letras persas, de Montesquieu, el cual escribe a Usbek y
le habla de la «técnica»
del dominio del harén a través del do­
minio del espíritu y las conciencias. Estamos, como lo dirá ex­
presamente Freud; en un oscuro y complejo lugar donde los que
han sentido
las frustraciones del amor, buscan la satisfacción li­
bidinal en la valoración del yo y su supremacla ( 1).
El hecho es que, una deformada intetptetación de Freud y
de toda implicación psicoanalítica de la política, ha empujado
cietto periodismo sociológico; teñido
de colores ideológicos cre­
pusculares --una edad postreta donde cunde el ,posunodemismo,
(1) Cfr. JORGE USCATESCU, Maquiavela y la pasi6n del poder, Ed. Gua­
darrama; Madrid, 1968, págs. 62 y sigs.
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postfascismo y ahora el postmarxismo acompañado por las ilu­
siones de la «perestroika»--a hablar de un erotismo del poder
e incluso
de una erótica del mismo, en un tono menor y de me­
nor tolerancia. Se trata, como se decía antes, de una aplicación
más
o. menos patente -en el periodismo nada . y todo quieren
ser patentes, como lo sañalaba con sarcasmo Nietzsche y Kier­
kegaard, enemigos
acértlmos de la falsa cultura periodística-de
los textos de Sigmund Freud al fenómeno político. Tddo ello hec
cho por personajes engolados que no han leído tales textos ni
su aplicación a la política hecha
por un Ricoeur o un Starobinski.
La fórmula
es cómoda y ligera y como tal beneficia de cierto éxi­
to, y sus seguidores se han multiplicado. Multiplicándose al mis­
mo tiempo las alabanzas por la felicidad de la fórmula que, en
realidad, más que. ·a Freud sería airibuible a Montesquieu y su
metáfora
usbekiana de la técnica del dominio en el harén.
Montesquieu, el compañero cómodo de . los políticos en los
últimos siglos no
es que haya hablado de la erótica del poder,
pero en sus Cartas. persas ha frecuentado metáforas que se le
acercan. Metáforas y metonimias, que bastarían y sobrarían para
una consrtucción semiótica de la política
y del poder. Pero nun­
ca eludió Montesquieu la realidad concreta. Lo malo fue que la
Revolución y sus secuelas no se inspiraron en sus ideas, abando­
nadas a la
paz de las bibliotecas, sino en las ideas de Rousseau.
Todo ello
Emil M. Cioran, nihilista de moda y atrabilario conlo­
cutor exclusivo
de Shakespeare, lo atribuye a la afición francesa
por la literatura.
En una reflexión que vale la pena transcribir:
«El literato es menos apto que nadie para comprender cómo fun­
ciona el Estado. Para ello demuestra cierta competencia
sola­
mente durante las revoluciones, justamente :porque entonces la
autoridad es abolida
y, vacante el poder, el hombre de letras
tiene
la facultad de imaginar que se puede resolver todo con una
actitud o una frase. No son las instituciones libres, sino sus
si­
mulacros y la farsa de la libertad. Nada extraño, pues, que los-­
hombres del 89 se hayan inspirado en un lunático como Rousseau,
y no en Montesquieu, espíritu sólido que no ama divagar y que
podrá servir de modelo a retóricos idílicos y sanguinarios». En
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efecto, Montesquieu, este pensador s6lido, concreto, cuyo idioma
representa
la perfecci6n ilustrarionista, con sus límites y su poca
propensión a las evasiones líricas posteriores, sabe adivinar cuan­
to hay de «el principio del placer» en el poder y la política. Re­
cuérdese así la presencia de Usbek en París. Ha dejado atrás, en
un Irán que nada tendría que ver con el sangriento Irán
jomei­
nista de hoy, su harén en manos de los eunucos. Un fascinante
cambio
de cartas tiene lugar entre París e Hispahan. Así nos en­
teramos de c6mo gobiernan los ,eunucos la complicada vida del
harén y su paralelismo con el gobierno del Estado moderno. Pa­
ralelismo. que da pie a Starobinski para aludir al «erotismo del
poder» en Montesquieu.
«Se · Joma evidente, escribe el crítico
ginebrino, que en el contexto erotizado del despotismo político,
el poder absoluto no llega a hacer reinar el orden, sino
por me­
dio de una clase de funcionarios, a la vez privilegiados · y frus­
trados, autoritarios y alienados, que
.encuentran un placer eró­
tico sustitutivo en
.hacerse temer por el pueblo». Por medio de
una clase burocrática de
los eunucos, el poder erotizado ejerce la
voluntad lejana del tirano sobre
las mujeres del hMén. Los con­
sejos de éste suenan como una ererna, siempre actual cantinela:
«Procúl:ales
todos los placeres inocentes. Engaña sus inquietudes.
Diviéttelas por la música, danzas, bebidas deliciosas. Convéncelas
de que se reúnan a menudo». Consejos tales, para justificar ,el
ambiente lúdico y las diatribas feministas de hoy.
En realidad, Montesquieu nos lleva al tema de la voluntad
de poder.
La voluntad de poder que se centra en la voluntad
del poder. Asoma la cabeza el mismo Federico Nietzsche. Pero
se trata de una · voluntad que emana de la frustración erótica del
eunuco, que aspira, s.ustitutivamente, . a una erótica distinta, la
del dominio, de la intriga, de la sumisi6n de su víctima. Así lo
declara el jefe de los eunucos negros en carta a Usbek, hablando
de
la psicología de las mujeres del harén: «¿Cómo puede un
hombre esperar cautivar su corazón si sus fieles eunucos no han
empezando
por someter su espíritu?». Es lo que harán con las
masas,
hace doscientos años los «clubs» y las «sociétés de pen­
sée» en la Francia abierta a la Revolución. Es el tema de Sade
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que lo será el de los seductores, desde Stendhal y su Julien So­
rel hasta Baudrillart y su excesivo tratado de la seducción en el
universo, más
narcisístico que erótico éste, de la pantalla y la
imagen todopoderosa. Don Juan y su mito . entran en. el juego
de
la política y el poder. Freud ha realizado un magistral aná­
lisis · de la tipología narcicista en . el orden obs.esional. Entremos
en el análisis de los tipos libidinales, cuya
modalidad cultural nos
acerca a la esencia misma del poder. Al tipo obsesional caracte­
rizado por el dominio del
super yo, se opone el tipo narcicista
caracterizado por el dominio del
Y o; o el tipo erótico, con el
dominio del
Esto, que tanto fascinaría al freudiano Grodeck en
los años veinte. El
narcicista es el tipo siempre dispuesto a la ac­
ción, al dominio, a desempeñar espontáneamente el papel de
«leader» o jefe. El erótico está siempre vuelto hacia la vida amo­
rosa y siempre pendiente de los demás. Nada de erotismo del
poder, por tanto. Nardcismo del poder.
El hombre del poder,
dice el gran tipólogo
psicológico Spranger, es un narcicista. Siem­
pre vive para sí, nunca para los demás. Su acción
es el espejo de
sí mismo. La vieja libido dominandi es narcisística o erótica. Lo
mismo le pasa a la posición de mandar. Embelesamiento y caída,
participan de la misma esencia. Ella abre camino al nexo pro­
fundo entre el poder y la violencia, que merece a su vez nuestra
reflexión en los tiempos que corren.
* * *
La amenaza a la vida desde una dimensión política tiene, sin
duda alguna,
necesariamente, un planteamiento filosófico. Fue­
ra de este planteamiento, real, concreto, en su despliegue histó­
rico
más patente, nos sería imposible definir lo que es esta ame­
naza, ni el carácter de violencia creciente que encierra, ni su
dimensión a
escala planetaria, ni lo hondamente· que incide en la
mentalidad, la cultura, el sentido de lo político y lo
social, ni
en las mutaciones psicológicas del comportamiento humano
y de
!as relaciones entre Ios hombres.
El planteamiento de este problema ahora y aquí,
nos lleva
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hacia la dimensión misma de la modernidad. Porque en térmi­
nos de modernidad, unos términos que mucho
más que a Ma­
quiavelo pertenecen a la filosofía de Hegel, conviene analizar la
evolución de la idea del Estado y la Sociedad en
un desarrollo
histórico de nueva y
sin par acumulación, que al mismo riempo
que proyecta
la amenaza y la violencia en términos de racionali­
dad, hace que visceralmente ambas, violencia y amenaza a
la
vida, se alimenten de la vieja idea griega o hebrea, que sea del
destino. Porque
la idea del destino no domina la concepción so­
lamente de un Hegel joven, el Hegel de Tubinga, sometido al
fascinante influjo del
gran poeta Holderlin, el genial enamorado
de
la cultura griega. También el Hegel autor de la célebre «Fi­
losofía del derecho y del Estado», habiéndo rechazado tanto el
empirismo como el idealismo abstracto, alcanza una concepción
del derecho natural donde sostiene que el derecho,
si bien con­
serva su carácter infinito e ideal, está ligado a la naturaleza
concreta y como tal
se realiza a sí mismo en la historia. Una his­
toria que será la nuestta y que Nietzsche colocará directamente
en la postcuhura y, por ende,
en la violencia, la guerra, la dis­
torsión de todos los valores.
Por todo esto se nos antoja que ante el tema de la
amenaza
a la vida en todos los órdenes, desde el niño antes de nacer hasta
el hombre en la sociedad, incluido el desprecio hacia viejos y des,
validos físicos y sociales, con una exaltación suprema de la vi­
talidad que de por sí no es otra cosa que la exaltación de la vio­
lencia; se nos antoja, por todo ello, repetimos, que un retorno
auroral a la filosofía de Hegel no es pura especulación, ni retó­
rica intelectual o sofista o alejandtina que
sea. Hegel se plantea
en términos inequívocos lo que
podríamos llamar la dialéctica
del conflicto o
la violencia. Y la plantea modernamente, a saber,
dentro
de un concepto moderno y real del Derecho y del Estado.
Es verdad que la dialéctica hegeliana del conflicto
y la violen­
cia
bascula, como el mismo temperamento del filósofo, entre
una concepción ética ideal, casi una utopía
y una realidad his­
tórica concreta, dinámica, en marcha. En efecto, Hegel demues­
tra cierta incertidumbre entre la idea de un Estado de razón o
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si se quiere un Estado ideal y la idea de un Estado singulariza­
do, concreto,
existente allí en la historia del siglo XIX que nacía
y que tenía
su encarnación en Napoleón o en 1a idea del Estado
pragmático alemán nacida en la cabeza del barón Von Stein.
Por una
parte, Hegel, inspirado en la idea del arte de Schelling,
ve en el Estado y toda organización colectiva, a la manera de
los renacentistas, una «obra de arte».
En las épocas de crisis y
de cambio, para Hegel toda organización colectiva coherente de­
viene «la gran obra de arte, divina en su esencia». Es «el gran
pensamiento que atormenta el espíritu de los hombres en todas
las épocas
de transición». El Estado y el Derecho serían la en­
carnación de una especie de espíritu absoluto. «Pero siempre
hay una no coincidencia entre
el espíritu abosoluto y su expre­
sión». Y es precisamente esta
expresión la que corresponde a una
existencia histórica, donde la totalidad ética la representa el pue­
blo, la colectividad, encarnación única de lo infinito y lo positi­
vo. Los pueblos constituyen otras tantas individualidades que
establecen entre
sf sistemas de coexistencia, pero que participan
de un carácter exclusivo y negativo, haciendo que la guerra
sea
la gran prueba de la vida de los pueblos. De modo que la guerra,
en cierto modo, más que una manifestación exterior
a la vida
de un pueblo, es una necesidad íntima. Es la consecuencia de
la
coexistencia y de la misma individualidad de los pueblos. Así
nos expresa las cosas Hegel, instaurador de una modernidad que
es nuestra, las
cosas en su «Fenomenología del espíritu».
Tras esta concepción genérica del Estado
y el Derecho, está
para la
filosofía del Hegel Ia naturaleza del conflicto, plaoteada
dialécticamente, fuente de la violencia, la amenaza a
la vida, la
guerra. Esta dialéctica
del conflicto le es muy familiar a la
sociología de estos años. Tanto que de ella emana la famosa
«polemologfa» que a través de Marx no hace sino recoger la
teoría dialéctica del conflicto que emana directamente de la filo­
soffa de Hegel. La diferencia esencial es que mieotras para Marx
el
conflkto en la sociedad y el Estado requiere una solución in­
mediata, para Hegel la solución pertenece a la lógica interna
del conflicto mismo que puede prestarse a un proceso de gesta-
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ción y «al inmenso poder de la negatividad». La dialéctica del
conflicto nace hegelianamente con el fenómeno primario de la dia­
léctica social dueño-esclavo. La sociedad moderna posterior a la
Revolución francesa es nueva por cuanto alcanza la conciencia
de este conflicto, que es universalmente reconocido. Este
con­
flicto consciente implica dialécticamente adversarios conscientes
de sus derechos
y de sus deberes y que se reconocen como igua­
les. Es, dentro de esta dialéctica, misión del Derecho buscat la
conciliación y
la más adecuada solución de los conflictos. La so­
ciedad civil implica por su propia naturaleza conflictos. La pro­
pia emulación y competencia
es un hecho conflictivo. Hay, por
lo tanto,
una conflictividad estimulante y una conflictividad ne­
gativa. Pero ambas acceden a una
solución dialéctica, mediante
la eterna presencia histórica del concepto hegeliano de la «astu­
cia
de la ra2ón» (Llst de Vemuft): solución que se sitúa en un
orden moral reconocido por rodo el mundo.
Sabido es que Marx
ha buscado en la lucha de clases el con­
flicto-tipo del hombre
en sociedad, cuya solución, utópica de
veras esta vez, sería la edificación de una sociedad sin clases
previa
la desaparición del Estado. Pero alguien observaba re­
cientemente, al analizar con agudeza
la «Filosofía del Derecho»
de Hegel, que tto ha sido · Marx el que ha establecido en esta
materia,
de fa dialéctica del conflicto, el lazo con la historia de
nuestro tiempo.
La ironía de la. historia, decía este agudo y úl­
timo analista, ha querido que un «oscuro hegeliano, Lorenzo von
Stein, estableciera
este lazo entre Hegel y la sociología «conflic­
tual moderna».
En una palabra, con la polemologfa que se en­
frenta en un esfuerzo dialéctico sin fin, con
la paradoja de una
guerra imposible y una violencia creciente y una creciente ame­
naza de la vida en todas sus formas. La vida como esperanza,
la vida física, la vida de individuos y comunidades enteras ame­
nazados
por mil formas de exterminio.
* * *
En un texto de Lorenz von Stein cuya fecha es 1842, titula­
do Kommunismus und Sozialismus in Frankreich, afirmaba que
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mientras existiera una sociedad, existirían clases, dominantes y
dominados. Esto recuetda una famosa conferencia de Marx We­
ber en Viena donde al criticar a Marx y el socialismo, afirmaba
que la abolición del dominio del hombre sobre el hombre «es
una utopía
tan insensata como irrealizable., Con Weber nos en­
contramos delante
de la concepción actual del conflicto qt:1e se
basa enteramente en las relaciones de poder, sea entre individuos,
grupos o Estados. La
sustancia moral infinita de Hegel es sus­
tituida decididamente
por la voluntad de poder de Nietzsche,
cuyas innumerables foroias de. aplicación son cuidadosamente
analizadas
por los sociólogos y el sueño de una sociedad sin vio­
lencia se le ubica provisionalmente
en estado de vigilia» (2).
Este principio de
conflictualidad ontológica que está a la
base
de la sociedad y del Estado individualizados en términos
hegelianos,
ha alcanzado en nuestro tiempo dimensiones nue­
vas y nuevas formas de manifestación. Aparentemente imposible
la guerra
por la inédita amenaza de destruoción total de la vida
de la humanidad, otras formas
de violencia y amenaza a la vida
en diferentes formas han surgido y se han extendido a escala
planetaria. Se trata del terror
y de su forma de acci6n organi­
zada que es el terrorismo.
En términos generales se trata de una
aoción que forma parte de las nuevas formas
de conquista de
poder; de las nuevas formas de dominación de un Estado .tirá­
nico o totalitario; de una nueva forma de aoci6n social negati­
va.
El tema está cerca, es cotidiano, de vivencia corriente que
no necesita una remisión interpretativa a calendas gtíegas
como
diría
plásticamente Ortega. Alrededor nuestro él se inserta en
una nueva mentalidad y una nueva forma de. aoción, Es una es­
pecie de esquizofrénica actitud según la cual. se desea la muerte
de los vivos del bando contrario
y, por ende, de los vivos en
general e igualmente
la muerte, el oprobio o el olvido de los
muertos del bando
.. contrario o de los muertos en geueral. Se ha
dicho
y ron harta razón que en el siglo xx «el poder es triste».
(2) EUGENE FLERSCHMANN, «Dialectíque et con/lit», en Hegel et la
pbilosopbie du droit, Presses Universitaires d7 France, París, 1979, pág. 84.
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Esta forma de terrorismo ha sido definitivamente insertada en
la idea del poder y su conquista que emana de la doctrina mar­
xista leninista.
Se la declara vetusta a esta doctrina, como leemos
todos los
días en los comentarios circunstanciales de los perió­
dicos. del mundo lihre, pero existe un terreno donde nada ob­
soleto se manifiesta en ella. Donde
haya conquistado el poder,
jamás
da lugar a otra alternativa. La estructura del ,poder acu­
mula allí el terror y no cabe ninguna forma de terrorismo indi­
vidual o de amenaza a la vida por parte
de núcleos o estructu­
ras
sociales particulares. En la idea de mantener y conquistar el
poder también por otros medios que no fuesen la guerra pero
que impliquen siempre conflicto y violencia,
.el· marxismo leni­
nismo sabe estar siempre
«il la page». Un inteligente comunista
que conoce
esta realidad .desde dentro como· el español Claudin,
lo ha puesto de manifiesto en estos años: el totalitarismo fas­
cista está siempre abocado por su naturaleza a ceder o perder el
poder.
El totalitarismo comunista nunca. Los últimos aconteci­
mientos
parecen haber acabado también con este mito del poder
permanente totalitario.
Para comprender esta forma
de violencia y de terror, con­
viene colocarse, como decía Merleau-Ponty al tratar de la dia­
léctica humanismo-terror, en
la «Stimmung de la violencia», re­
volucionaria o de poder que sea. Jamás
podrá comprenderse tal
cosa desde una perspectiva liberal. No es que el comunismo haya
creado o inventado un clima de violencia y de
terror. Lo que sí
ha sabido
es darle un contenido político concreto, en una estra­
tegia en
la cual, violencia y pacifismo, denuncia y miedo, tenta­
ción totalitaria y tentación nihilista son otros tantos instrumen­
tos nunca despreciables ni despreciados en la lucha. Es cierto que
la mayor parte
de las profecías o del ideario de Matx han per­
manecido· en los dominios de la Utopía. Pero en su lugar y aca­
so en su nombre se ha instaurado un sistema fuerte de poder
-mantenido con rigidez y con incesante capacidad de expan­
sión-que ha sabido combinar con fría y constante tenacidad el
principio de la inmediatez de las «soluciones» con el principio de
la espera y las calendas griegas. Todo ello en una dimensión con-
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EL PODER: DEL NARCISISMO A LA VIOLENCIA.
creta, fría, aprovechando al máximo la naturaleza conflictiva de
una sociedad moderna
y un Estado, incluso un Estado libre y
democrático donde un Truman podía afirmar con honda penetra­
ción
y sabiduría que tenía mil veces más poder que un Luis XIV
o un tirano medieval o un déspota asiático.
La Utopía ha vertido
sus ideas en la realidad. Pero todo ello más a la manera en que
la
e,q,one Rubakov, el personaje koestleriano de «Cero y el In­
finito», e incluso
más a la manera de Huxley en su bellísimo y
sugestivo «Brave New World revisited», que a la manera litera­
ria y evasiva de un Orwell, injustificadamente celebrado antllño
ad sacietatem por su novela «1984», que no es otra imagen
que la de Inglaterra con una cifra cronológica invertida
cual puro
juego: donde Orwell dice 1984, de veras hay que
decir a la ma­
nera de Swift «1948» en un lugar concreto en el cual pensó en
los albores de
la Utopía moderna su propio inventor, el santo
Tomás Moro: Inglaterra.
El poder es triste.
El poder como crimen. La idea tiene hoy
una vasta aplicación totalitaria,
pero no es nueva. Tampoco hay
que pensar sólo en Maquiavelo para acercarse a
ella. Para Cice­
rón, un Cicerón escéptico, la politica era la escuela del crimen.
Para el suave moralista Montaigne, el hombre público se halla
en la alternativa de no hacer nada o de ser
un criminal. «Le bien
public requiert qu'on trahisse, qu'on mente et qu'on massacre».
Para llegar a Marx, Weber, admirador del imperativo categórico
de Kant y del Sermón de
la Montaña, el cual tiene que afirmar:
«La politica
es por su esencia inmoral. Ella comporta un pacto
con los
poderes infernales, porque ella es la lucha por el poder
y el poder lleva a la violencia, cuyo uso legítimo está en el
po­
der del Estado. La realidad moderna es ésta. La diferencia entre
una realidad totalitaria
y una realidad liberal y democrática, es
la que corre entre la inmediatez y las calendas griegas. Un Es­
tado democráticamente legitimado busca por todos los medios
soluciones legales o de compromiso a
la violencia. Un Estado to­
talitario, especialmente centrado en los principios del marxismo­
leninismo,
se identifica con ella. Por ello, en un clima histórico
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de conflictiviruul las ventajas del segundo en la lucha por el. man­
tenimiento y la expansión de su poder son evidentes.
Cuando
Rubakov descubre en la cárcel y después de sufrir
tortura al guardia blanco al cual hubiera fusilado sin titubear an­
taño, descubre también la · subjetividad. Descubre que la razón
verdadera no es la razón objetiva, y que jamás se podrá alcan­
zar
la justicia. bajo el signo de la violencia. Descubrirá en rea­
lidad que no
ha tenido razón. Pero nunca podrá descubrir que
no es inocente. Este
es el drama de la violencia, el verruulero
drama para los hijos de este siglo. En realidad, sólo la fidelidad
al Sermón de la Montaña puede
garantizar, acaso en el siglo de
la violencia más que nunca,
este estado de conciencia. El que no
es inocente cuando se
ha cometido injusticia; cuando se ha come­
tido violencia; cuando
se ha tolerado o incitado la amenaza a la
vida; cuando se ha tolerado que millones de seres, de hombres,
padezcan y mueran de hambre. Una de las formas más especta­
culares ésta,
en el planeta, de am= de gran alcance a la vida.
* * *
Se dirá que la cosa es de siempre. Tácito y Shakespeare dan
testimonio fehaciente de ello. Recuerden los episodios
inmarcer­
S1bles de los «Anales». La ironía del inmortal historiador roma­
no
cu,indo nos cuenta la muerte, el matricidio, de Agripina:
«Los dioses ofrecieron una noche resplandeciente de estrellas,
tranquila con un mar
en calma». Evocando con todos Ios deta­
lles cómo
Aqueronía «grita inocentemente ser ella Agripina y
pide ayuda para la madre del príncipe, y
es entonces cuando es
aplastada (en la mar) con golpes de palos y de remos», mientras
Agripina, «callando
y por ello menos reconocida» nada y se re­
fugia en su villa, donde la alcanzan por fin los sicarios de Nerón.
O, como nos cuenta Tácito, la muerte de Petronio, el cual, conde­
nado, al contrario que Séneca, busca una muerte también estoica
pero fuera de la retórica:. «hizo que k leyeran ya no (cosas) so­
bre la inmortalidad del alma y .sobre las opiniones de los sabios,
sino
poesía ligera y fácil. . . . Y ni siquiera en su testamento
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EL PODER: DEL NARCISISMO A LA VIOLENCIA
quiso alabar, como lo hlcieron la mayor parte de los moribun­
dos, a Nerón y a Tigelino o a otro poderoso, sino que describió
toda la vida escandalosa del
príncipe con los nombres de queri­
dos y sus mujeres y nuevos detalles sobre cada estupro y los en­
vió a Nerón bajo sello. Después rompió
su sello para que nó
sirviera más tarde a comprometerlo».
Nuestro tiempo no está lejos por mucho que lo
,parezca de
los tiempos de Tácito. Y menos de los tiempos
de Shakespeare,
con su «Macbeth», imagen de la relación terrible entre poder y
crimen, entre poder y sangre. Poder, crimen, sospecha. Unidos
y así formulados en el último mensaje que Bukharin, uno de los
procesados
de Moscú, envía en el último momento a Stalin:
«¿Kdba, de qué te ha servido mi n:iuerte?».
La violencia está hoy en la situación. En la calle, en las al­
mas, en los propósitos del poder y las tentaciones nihilistas. Hay
un anhelo de destrucción. Con esta palabra definía el filósofo
Heidegger la situación por
él percibida en la Alemania de los años
veinte:
«Detruktion». Así, en alemán, con K. La violencia está
en
las palabras y las actitudes. «Las palabras mentirosas», que di­
ría Federico Nietzsche, tan actual en la pleamar del nihilismo.
Cuando el inefable prestidigitador del «informativo» de tantas
medianoches define la situación en la América central como
«agresión yanqui», y la del Afganistán
como «guerra civil», co­
mete violencia a través de «palabras mentirosas». Además, en la
situación del nihilismo planetario y del llamado «orden
anár­
quico», la violencia viene refrendada y fortalecida al máximo por
la cobardía.
La tremenda cobardía que hiro decir a Gandhl
-gran hora ésta para reactualizar sus palabras sorprendentes y
significativas- estas palabras aparentemente desconcertantes:
«Creo que si pudiera elegir sólo entre la
violencia y la cobardía,
yo aconsejaría la violencia».
Contemplamos
así cómo el mundo de Gandhl, lejos del mun­
do de los padficos bienaventurados que él tanto · admirara, el
mundo de los bienaventurados de Cristo o de los contemplati­
vos absolutos de la «catharsis» india, aparece contaminado por
la violencia fáustica. Todo ello, fortalecido por el triunío de la
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JORGE USCATESCU
mística materialista que conquista todo. Donde el complejo oc­
cidental de Matathon se encuentta con el enigma oriental de
Rashomon. Cada vez más lejos del bello ideal de Goethe cuan­
do cantaba: «De Dios es el Oriente / De Dios es el Occidente; /
Las tierras del Norte y del Sur. / Descansan en la paz de sus
manos». Y ttas la violencia extendida y que penetra en lo pro­
fundo. del ama por virtud de la cobardía y las palabras mentiro­
sas, la retórica manipula la disuasión, tras la cual, a su vez, se
esconde su hermana la guerra; hermana gemela, la guerra. En
compañía triste y angustiosa
de la violencia y la guerra, hemos
vuelto, precisamente en relaci6n
y a raz6n del tema que debemos
tratar aquí
-el tema de la amenaza múltiple, variada e insidio­
sa, a la
vida-a la lectura de un viejo ttatado militar titulado:
«El arte de la guerra». No se precipiten en juzgar. No es
de
Maquiavelo, ni de Clausewitz. Es un viejo tratadista chino de
estirpe confuciana.
Su nombre era Sun Tsu. Vivió en el siglo IV
antes de Cristo. Uno de sus grandes discípulos del siglo, nues­
tro siglo,
se llama Mao Tse Tung. El libro fue traído a Occi­
dente y publicado en
Parls en 1772 por el jesuita Amiot. Una
edici6n completa del 1782 parece haber hecho
las delicias de un
joven militar llamado Bonaparte. En 1927 lo redescubre el gran
escritor, militar británico, Lidell Hatt.
Hay reflexiones de
gtan actualidad en los textos del ttata­
dista chino. En una guerra que es, en cierto modo permanente,
que tiene
mil caras, que se compagina con la disuasión, mienttas
sobre el fondo abierto de la existencia de los hombres
y los Con­
tinentes se proyecta, como sobre una inmensa pantalla, el espec­
tro de la guerra total. Del florilegio de Sun Tsu, Mao eligió este
aforismo, merecedor
de reflexión: «El arte supremo de la guerra
consiste en vencer al enemigo sin combatir». Para Clausewitz, el
principio
de la moderación serla un absurdo en la guerra, ya que
«la guerra es
un acto de violencia empujado a limites exttemos».
A esto, la réplica de Sun Tsu: «Somerer al enemigo
sin comba­
tir es la mayor habilidad». O esta regla de una estrategia hoy
en marcha:
«Si eres capaz, finge incapacidad. Si están cerca, si­
mula lejanía. Si están lejos, simula proximidad». Y el leit motiv:
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EL PODER: DEL NARCISISMO A LA VIOLENCIA
« Vencer al enemigo sin combatir es el máximo triunfo. Ser in­
vencible
depende solamente de uno mismo».
* * *
La violencia, la guerra, la necesidad y su imperio. Primero
en la vida del hombre fue la
necesidad. Luego vino la lucha por
la libertad, una vez descubierta la libertad. Más tarde Matx, so­
bre las huellas de Hegel, redescubre el fatal retorno dogmáti­
co
de la necesidad. Hace, incluso, más que esto: pone la nece­
sidad al nivel de la libertad. Y la revolución de nuestro tiempo
pone las cosas
al nivel del tiempo para espetar la pregunta: «¿Li­
bertad, para
qué?». Y luego, «Pravda», que quiere decir, por su
nombre mentiroso «verdad» y «justicia», afirma. «La Unión
So­
viética no se dejará invadir por la epidemia de la libertad». Es­
tamos en pleno «retorno de lo trágico», cuando
Jean Marie Do­
menach analiza la suerte del siglo bajo estos signos: «Stalin o
la sospecha»; «Hitler o la ausencia». Símbolos
de una edad ma­
terialista que produce una mística, sí, una mística, en cuyo nom­
bre
generaciones enteras van o son conducidas al sacrificio. Es
una especie de adiós definitivo a la historia en nombre de la vio­
lencia y
el terror. Ausencia histórica y entendimiento de la his­
toria
como suspicacia. El poder se instala así en lo trágico, re­
cordando las palabras de Bossuet: «No hay poder humano que
sirva otros designios que no fueran los suyos».
El poder violen­
ta la historia. Es
la historia del poder. Es la historia de Mac­
beth, signo límite de la violencia y la sangre unidas al ansia de
poder. Macbeth es
el héroe de Shakespeare con más ensanchada
presencia
en el siglo. Poder, demencia convertida en Eros. Sta­
lin es su encamación simbólica. Libertad, ¿para qué? El poder,
el Estado quiere racionalizar
la vida social. Ha llegado la hora,
oímos
decir, que el Estado organice la sociedad. Alguien se pre­
guntará, aquí mismo y ahora, ¿qué tiene que ver esto con los
peligros que amenazan a la vida en una escala normativa jurídico­
política?
Oaro que tiene que ver. Esto es el meollo de la reali­
dad que nos amenaza.
El dogma de la racionalidad, que se so-
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JORGE USCATESCÚ
brepone al hombre humano, a un humanismo en plena disper­
sión, avocado, como todo, a
un babélico conflicto de humanis­
mos.
La Torre de Babel semántica que envuelve y da vuelta a
todo: a los términos de la política ( democracia, libertad, igual­
dad, vaciadas de sentido), de la moral, con una estremecedora
distorsión de valores
en todos los órdenes. Con la vocación tota­
litaria, con su hermana la vocación nihilista, que tienen la misma
raíz ontológica, al diálogo y la comunicación se sustituye la sus­
picacia. La necesidad, brazo armado de la suspicacia, desplaza de
ralees de libertad. No para imponer
:la dictadura del proleta­
riado, sino una dictadura fabricante del proletariado. Una
dic­
tadura que fabrique una nueva clase, una casta, un nuevo espí­
ritu burgués,
un nuevo despotismo asiático, mil veces más cruel
que
el que denunciara Marx en la hora germinal (3 ).
«El stalinismo es la antología viviente de Shakespeare», es­
cribe Domenach. Y en «Danton», el cineasta polaco Vajda quie­
re pintar a los
héroes de la tragedia polaca de hoy, buscando se­
mejanzas hasta en los rasgos físicos. Política y pasión, pasión de
pasiones. «La hipnosis que
el poder ejerce es invencible», glo­
saba Berdiaev. Y otra vez en Shakespeare la voz de Macbeth:
«Son tiempos crueles éstos,
en que somos traidores sin saberlo
y escuchamos los rumores del miedo sin saber lo que tememos,
flotando sobre un mar erguido
y violento que nos agita en to­
das las ditea:iones». La política destructura y voraz. Otra
vez
Macbech: «Si una vez hecho todo acabara, serla bueno que
todo acabase». Pero la contradicción hace que nunca acabe. El
miedo engendra
el terror, el terror engendra el miedo, la sus­
picacia permanece y vuelta a empezar. Y el mundo se está po­
blando de «conciliadores», miles de «bonhommes Stalin», que
basculan entre el miedo
y el terror. Este es el trasfondo de la
guerra permanente, del terrorismo universalizado, de la amenaza
constante a la vida mientras
se sigan exaltando los sagrados prin­
cipios
y el pacifismo establece su hermandad con la ecología.
(3) Cfr. JORGE UsCATEScu, Europa, nuestra utopia, Ed. Reus, Madrid,
1978, págs. 108 y sigs.
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EL PODER: DEL NARCISISMO A LA VIOLENCIA
Ell «Pére, Ubu» en la cumbre del poder. El caldo de cultivo del
miedo y la sospecha y el terror y el genocidio, no
podla ser otro
que la libertad. Así que hay quien tetmina por denunciar
cínica­
mente «la epidemia de la libertad».
Para concluir, una vez
más con que el siglo xx, aún más en
un
siglo xx que llega al ocaso, «el poder es triste». El poder es
triste, el poder es trágico. Hasta el punto de que mitos e ideo­
logías materialistas suscitan una capacidad de muerte y de sacri­
ficio, inconcebible en cualquier otra época
y menos en .la. tradi­
ción espiritual y cristiana europea. Mientras la filosofía del siglo
proclama
la muerte de Dios y del hombre, generaciones enteras
aceptan generosamente, mejor dicho ciegamente, el holocausto.
Las mitologías artificiales movilizan más energías humanas que
las
mitologías humanistas. A través de la democracia, la política
sacrifica
la libertad, la His.toria se entrega a la Utopía, pero un
sentido trágico de
la existencia no sólo no desaparece, sino que
moviliza energías vitales vastas y profundas. Ideología y política
ejercen una «hipnosis invencible», como decía Berdiaev.
El nihi­
lismo
del Estado y de la política absorbe todo: destino personal
del hombre, su sentido trágico de la existencia. La estadística, el
universo concentracionario, el apocalipsis de la guerra, las
abs­
tracciones ideológicas, no logran anular este sentido trágico. En
el siglo
xx el poder es triste. Quien no ama la violencia no tenía
que
haber nacido en este siglo, diría Trostky. Expulsado de la
Historia, lo trágico vuelve a apoderarse de una Historia aboca­
da a la Utopía. Todo ello en el marco de
un mundo que un per­
sonaje
chino de la «Tentación de Occidente», de Malraux, de­
finía así: «La intensidad que las idas crean en vosotros me pa­
rece hoy que explica mejor vuestra vida que ellas mismas. La
realidad absoluta ha sido para vosotros Dios, luego, el hombre
Pero el hombre ha muerto después de Dios y vosotros buscáis
con angustia a quien podríais confiar vuestra extraña herencia».
La sociedad de alto nivel tecnológico tiene
más capacidad
que ninguna para ser totalitaria o, por
el contrario, nihilista. Es­
tamos en el umbral de la Polis cibernética, donde el ordenador
pretende asegurar
el triunfo de la «voluntad general». ¡ Qué le-
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jos estamos dd momento en que Malesherbes escribía a Mira­
beau!: «Oh monsieur le
matquis ... les systemes de toute espéce
sont
ttop au dessus de moi,.. Hoy todo es sistema. El sistema
está por encima de cada uno
de nosotros. Pero si todo sistema
es abstracto, la violencia contra la vida es concreta.
Su señal es
la sangre. Sus caminos están regados de sangre. Pero todo ello,
por
muy desolador que sea, no excluye la paradoja. Porque si la
fe y la esperanza nada pueden contra la Utopía dd ordenador y
d sistema, todo lo pueden aún contra la violencia y la amenaza
a la vida, a la persona y su dignidad. Donde
d1a aparece ya no
cabe la confusión babélica
ni la semántica perifrástica. No cabe
ofrecer la
paz cuando, siendo gobernante, se sabe perfectamente
que este ofrecimiento es fruto
de la cobardía y dd miedo y de
las componendas. Entonces cabe decir: «Yo no he venido a
traer la paz sino la guerra». Palabras que dicha por Quien las
dijo y las puede decir más que nunca hoy, con más hondura y
más verdad, en nada contradicen d mensaje dd Sermón de la
Montafia.
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