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1988

El poder

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Los poderes fácticos en el interior del Estado actual

LOS PODERES FACTICOS EN EL INTERIOR
DEL ESTADO ACTUAL
POR
Aru.lANDO MARCHANTE Gn.
l. Presentación.
Permitidme que, en el p6rtico de esta intervención mía en
la presente XXVII Reunión de amigos de la Ciudad Católica,
os haga partícipes de mi preocupaci6n ante el tema que se me ha
encomendado. Preocupación fundamentada en que, desde aque­
lla inicial celebrada hace veintisiete
años an el monasterio de El
Paular,
he tenido la fortuna de asistir a la mayor parte de estas
Reuniones, llenas todas de intervenciones de altísima
calidad y
profunda doctrina. Comprenderéis que quien os
dirige la palabra
se sienta muy preocupado al volver la vista atrás y comprobar
el abismo que separa
lo aqul oldo en anteriores ocasiones y los
conceptos que puedo
yo exponer sobre un tema que, por lo de­
más, considero harto complicado y
dificil. Ante ello no sé si
debo hacer presente a los organizadores mi gratitud por
la tarea
que
me han encomendado o mi convicción de que su elección ha
sido poco
afortunada, dada mi falt" de capacidad para deslindar
qué cosa sean y cómo actúan los denominados «poderes
fácti­
cos» en el seno del Estado actual. Aumenta la dificultad de mi
intervenci6n
la brillante compañia de quienes ocupan esta tribu­
na en la presente XXVII Reunión de los amigos de la Ciudad
Católica. Vayan, pues, unidos mi agradecimiento y mi reproche a los
organizadores, junto con la
petición de excusas anticipadas al
auditorio aquí reunido.
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ARMANDO MARCHANTE GIL
Por otra parte, y entrando ya en la cuestión planteada, es
corriente que, cuando se habla de los «poderes fácticos», se pre­
sente este fenómeno con una suma imprecisión que apenas
en­
cubre una total ignorancia acerca de la verdadera naturaleza de
tales poderes; presentaciones que pueden reunir a la vez una
visión esotérica del fenómeno y la atribución a tales poderes
de todos
1los males qoe aquejan al Estado moderno. Parece, pues,
necesario realizar un primer deslinde conceptual acerca de la
cuestión que nos ocupa.
En una primera delimitación de campos es preciso indicar
que vamos a referirnos con exclusividad a
a,¡uellas sociedades
organizadas políticamente según los principios del Estado par­
lamentario partitocrático tal y como lo conocemos en Occidente,
sin que ello quiera
· decir que se niegue la existencia de «pode­
res fácticos»
en las denominadas «democracias populares» cuyo
fundamento ideológico.
se encuentra en las varias versiones del
pensamiento marxista.
Sin embargo, para una mayor facilidad
de estudio parece conveniente atenernos a la
versión de Estado
vigente en Occidente con la ventaja de que su mayor permea­
bilidad
---,mnque no tanta como se dice--hace más fácil la
determinación de los poderea
de toda índole que actúan en su
seno, y también en el seno de la sociedad en la que se encarnan
tales Estados.
II. Una primera aproximación a los "poderes fácticos".
Es en la sociedad civil donde aparecen y desarrollan su ac­
tividad los llamados «poderes fácticos», palabra esta última cuya
definición, por cierto, no está en el Diccionario, añadiendo, así,
una dificultad
más a las que presenta la delimitación del . con­
cepto. Evidentemente, en la expresión aparece un elemento de
hecho,
es decir, una primera contraposición entre los poderes
«teóricos», «reconocidos» u «oficiales» actuantes en el
seno del
Estado o
de la sociedad y a,¡uellos otros «de hecho» o fácticos
cuya acción es conocida en mayor o menor grado pero que se
sitúan ,tl margen, en paralelo, o bien en el seno de otros pode--
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LOS PODERES FACTICOS EN EL ESTADO ACTUAL
res sociales o estatales, Influyen, condicionan e incluso imponen
determinadas decisiones de los poderes «oficiales» pero no
asu­
men las responsabilidades correspondientes. Y este es uno de
los .primeros reproches que
se les hacen.
Los llamados «poderes fácticos» se originan en la sociedad;
son esencialmente producto de una dinámica vida y realidad so­
cial que rebasan ampliamente los estrechos límites que preten­
den imponer los doctrinarios que, en el
más estrecho seguimien­
to de Rousseau, dejan al individuo, por mor del supuesto
con­
trato social, solo ante el peligro creciente del totalitarismo esta­
tal o del totalitarismo de los supuestos representantes del pueblo.
Tiranía esta
última mucho más peligrosa que la de uno solo,
como
han venido •eñalando desde Aristóteles hacia acá los más
eximios tratadistas de la ciencia política.
En este sentido, la primera precaución que debemos adoptar
para un enfoque acertado del tema que nos ocupa
es suspender
el juicio
a=ca de la bondad o maldad políticas de los, tantas
veces denostados, «poderes fácticos».
¿Son una forma de perturbación de la
recta mru:cl,a de los
asuntos públicos?
¿Se trata, por el contrario, de un medio de
corrección de las extralimitaciones del poder político? Difíciles
preguntas a
las que es arriesgado dar una contestación wúvoca;
evidentemente la aparición en todas partes de tales poderes pue­
de ser argumento para · defender la idea . de que su existencia se
deduce de la misma naturaleza de las cosas, sin que ello suponga
ignorar el
carácter anómalo de muchos de ellos. Habrá que ver
caso por caso y determinar si la función de tal o cual de los lla­
mados «poderes fácticos»
se encuadra dentro de la constitución
natural
de la sociedad en que actúan, o bien se trata de elemen­
tos perturbadores de esa misma constitución natural
de la socie­
dad, tantas veces negada e impedida por muchos de quienes se
rasgan las vestiduras ante determinadas influencias o actuaciones
de tal o cual institución a la que aplican
el que pretende ser in­
famante título de «poder fáctico».
Recientemente, Juan Vallet
de Goytisolo nos ha recordado
aquella admonición de Tocqueville cuando
decla: «Apartad esas
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ARMANDO MARCHANTE GIL
ruinas (las dejadas .por la Revolución) y percibiréis un poder
central inmenso que ha atraído a su unidad y engullido todas
las parcelas de autoridad y de influencia que estaban antes dis­
persas en una multitud de poderes secundarios, de órdenes, de
clases,
de profesiones, de familias y de individuos y como difun­
didas en todo el cuerpo social. No se había visto en el mundo
un poder semejante desde la caída del Imperio romano.
La Re­
volución ha creado este poder nuevo, o, mejor dicho, ha nacido
por sí mismo
de las ruinas de la Revolución».
Si todo lo anterior se podía escribir con entera propiedad
hace ciento cincuenta años, ¿qué puede
décirse a finales del si­
glo XX cuando la tendencia invasora del Estado sobre la socie­
dad civil no ha hecho sino aumentar inmoderadamente, asumien­
do funciones que no le corresponden, atribulando a los ciuda­
danos con enormes cargas de todo tipo y dejando cada vez menos
resquicio a las más personales, íntimas y valiosas
de las liber­
tades? Como, gracias a Rousseau y a sus seguidores, nuestra liber­
tad
ha quedado sometida de modo casi absoluto a una utópica
y falsa «voluntad
general», no es extraño que, en legítima de­
fensa, determinados cuerpos intermedios
de esa aherrojada so­
ciedad traten de organizar la defensa de las conculcadas libena­
des y
poner coto de alguna manera a la insufrible tiranía de la
«voluntad general» cuyos sedicentes intérpretes
se consideran
legitimados para hacerol todo, salvo «convertir a un hombre en
una mujer»,
según la frase aplicada antiguamente al Parlamento
inglés; si bien, a tenor de algunos recientes episodios legislativos
y judiciales acaecidos en nuestra Patria,
parece que incluso esa
salvedad ha sido ya superada.
Si en el desarrollo de tal función
esos cuerpos intermedios son motejados peyorativamente de «po­
deres fácticos», lo que debe desearse
es que esos poderes tengan
el mayor éxito en su acción. Serían el último baluarte de las
libenades aunque
sólo abarcasen un pequeño ámbito de ellas.
Mas,
tampoco puede establecerse con carácter general que
todos los denominados «poderes fácticos» obedezcan a una
le­
gítima y obligada reacción espontánea de una sociedad cuya cons-
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LOS PODERES FACTICOS EN EL ESTADO ACTUAL
titución natural mediante cuerpos intermedios viene siendo viola­
da, contrariada e impedida a partir de la Revolución francesa
e incluso con anterioridad a la misma,
si bien no con el carácter
sistemático que había de alcanzarse después de 1789.
En el otro extremo, tampoco puede negarse que bajo algu­
no de estos «poderes fácticos» se ocultan fuerzas que nada tie­
nen que ver con la defensa de una sociedad amenazada por la
presión creciente
del Estado moderno. Por el contrario, hay «po­
deres fácticos» cuya finalidad es penetrar en las entrañas de ese
mismo Estado, infiltrarse en las estancias del poder político y
urilizar ese temible y creciente poder estatal no precisamente
para defender y restaurar las libertades
perdidas por el cuerpo
social, sino para tiranizarle más aún, terminar con las últimas
resistencias del conjunto social , ya suficientemente exánime, y
lograr de este modo una sociedad indefensa e · incapaz ya de
mantener su propia identidad y la libertad que a cada persona
concedió el Creador de la naturaleza humana.
Generalmente, el calificativo
de «poderes fácticos» se reser­
va a determinadas grandes instituciones sociales o del Estado
que son precisamente el blanco más frecuente de todas
las iras
de los defensores de un totalitarismo
es.tata! encubierto de ma­
tute por el pseudodemocraticismo al uso. Hay que decir que,
en una recta y natural constitución de
la sociedad, se trata no
tanto de poderes sino de instituciones cuya existencia nace
di­
rectamente de las más altas y nobles exigencias de toda socie­
dad; algunas son anteriores al propio Estado y otras son el
instrumento para llevar a cabo la primera justificación del mis­
mo. En el desempeño de sus funciones puede que, en algún
momento, se vean obligadas a actuar como «poder fáctico» y,
en
tal caso, no harían sino suplir una deficiencia del gobierno
del Estado. Si los gobernantes cumplen con sus más altos de­
beres y desempeñan como corresponde las obligaciones de su
cargo, tales instituciones no
actuarán jamás como «poder fácti­
co», sino como lo que son y queda dicho. En todo caso, es una
verdad eterna que «hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres».
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ARMANDO MARCHANTE GIL
A veces se utiliza la denominación de «poderes fácticos» para
designar a
personas o grupos de personas cuyos fines no son
otros que
la consecuci6n de objetivos muy concretos, general­
mente dirigidos al enriquecimiento
personal de sus componen­
tes o a la consecución de empleos o sinecuras dentro de
la es­
tructura social o del Estado. Son, por tanto, simples clanes no
muy numerosos pero cuya actuación no deja de tener efectos de­
letéreos sobre el cuellpO social, puesto que esparcen una atmós­
fera de corrupción e inmoralidad que, al permanecer impune e
incluso ser objeto de ostentación, se convierte en factor de
de­
sintegración social y desmoralizació~ ciudadana. Eso sin contar
con que tales grupos, cuyos componentes más conocidos suelen
ocupar posiciones de relieve
en la sociedad, o en organismos es­
tatales y paraestatales, tratan de presentar en público sus con­
ductas personales como canon de comportamiento y modelo que
puede ser aceptado e
imitado con toda naturalidad. No les falta
para ello
la colaboración más o menos interesada de gran parte
de los medios
de comunicación social.
En realidad, estos grupos no constituyen por sí ningún «po­
der fáctico» y su denominación más adecuada sería la de «cama­
rillas», siempre cercanas al poder político para utilizarlo en su
beneficio. Otra cosa, es que alguno de los componentes de estas
cotruptas «camarillas» pretendan, y a veces consigan, introdu­
cirse en alguno de los «poderes fácticos» o formen parte de ellos.
Concluida esta primera
aproximación, podemos establecer que
no todos
los llamados «poderes fácticos» son de la misma índole.
Algunos son grupos naturales u organizaciones sociales que pre­
tenden la legítima y obligada defensa de una sociedad agredida
permanentemente en su constitución natural y
cuyos cuerpos in­
termedios, en alguna medida, siempre insuficiente, reaccionan;
otros, por el contrario, son medios de ruptura de esos cuerpos
intermedios que suponen el último baluarte de las libertades.
Otros llamados «poderes fácticos»
no son tales sino que están
constituidos simplemente por gentes
corrompidas por el poder del
dinero o la influencia social que , tratan de mantener o ampliar
sus posiciones al amparo del poder político del Estado.
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LOS PODERES FACTICOS EN EL ESTADO ACTUAL
Finalmente, hay grandes instituciones sociales y nacioruiles a
quienes
se atribuye el calificativo de «poderes fácticos» simple­
mente cuando se limitan a cumplir con sus obligaciones hacia
Dios y hacia
la sociedad. Si en aJlgún caso deben actuar como
tales «poderes fácticos» es prueba de que los poderes «oficiales»
no cumplen con sus deberes y se han desviado de sus fines.
* * *
Podemos ya avanzar un paso más en nuestro análisis de los
«poderes fácticos». Para ello volveremos a aquel punto
ya indi­
cado cuando me refería a que uno de los principales reproches
que se hacía a los «poderes fácticos»
es el de su falta de res­
ponsabilidad política. La última manifestación · de esa actitud la
he encontrado en José Luis L6pez Aranguren, quien reciente­
mente decía: «. .
. a lo largo de
la historia unos poderes fácticos
sustituyen a otros; pero lo que realmente caracteriza a todo
po­
der de esa clase es su sustracción al control y a la responsabili­
dad política
... ».
No sé si de esta frase puede deducirse que su autor lamenta
la exención de tales controles de
la que dice disfrutan los «po­
detes fácticos». Si fuera así, no me cabe duda de que nos en,
contramos ante una demostración más de cómo ciertos totalita­
rismos perviven y se amplifican bajo
la capa de progresismo ideo­
lógico. Que haya
todavía en la sociedad algunos elementos que
escapen
al control político me parece una excelente noticia para
la libertad entendida en su sentido cristiano. Sería prueba de que
se mantiene todavía la distinción entre poder político y poder
social, sin la cual el totalitarismo está a
las puertas o dentro ya
de la ciudad.
La cuestión está en saber si todos los «poderes fácticos» es­
capan al control político o si algunos de ellos no sólo no esca­
pan a ese control sino que ellos mismos son un peligrosísimo ins­
trumento de control en manos del poder político.
En esto está el quid de la cuestión, pues no nos podemos
dejar engañar por quienes claman contra los «poderes
fácticos»
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ARMANDO MARCHANTE GIL
sólo cuando tales poderes no están enfeudados al poder po!ftico;
y los elogian y los utilizan a sus anchas y con gran satisfacción
cuando tales poderes han caído en manos o están entregados a
los gobernantes
de tumo. ¡Cuánto se ha clamado contra deter­
minadas instituciones motejándolas de «poder fáctico» y cómo
se las desprecia y humilla cuando se les perdió, primero el miedo
y luego el respeto!
III. Sociedad civil, sociedad política y "poderes fácticos".
Seg6n nos ha recordado V allet de Goytisolo en su reciente
y magistral estudio sobre Montesquieu, la distinción entre los
órdenes de lo que aquel autor llama Estado polftico y Estado
civil
es muy clara: las relaciones entre los gobernantes y los go­
bernados son regidas por el derecho polftico; las correspondientes
a
los ciudadanos entre sí lo son por el derecho civil. Es decir,
aclara Vallet,
la sociedad civil es la base social del Estado polí­
tico y no se confunden ni absorbe el uno a la otra ni la otra al
uno. La sociedad es anterior al Estado viene diciendo desde siem­
pre la doctrina católica o, si lo preferís, el derecho público cris­
tiano y... el sentido común.
En definitiva, la sociedad civil es una consecuencia ineluc­
table de la naturaleza humana al ser el hombre un animal social.
Pero esa sociedad civil no es homogénea, pues está organizada
en grupos
sociales articulados entre sí para dar lugar a un con­
junto orgánico y no amorfo. Son grupos diferenciados cuya ar­
ticulación no es posible sino mediante la jerarquización. En la
cumbre de esa organización y como sociedad de sociedades apa­
rece el Estado, limitado por arriba por la ley divina y por abajo
por el principio de subsidiariedad que le obliga a respetar la ne­
cesaria autonomía en su campo de cada uno de los cuerpos inter­
medios que lo conforman.
Establecidos estos principios, por otra parte suficientemente
conocidos,
volvamos a los «poderes fácticos». Que un cuerpo in­
termedio ostente un determinado poder dentro de su esfera na-
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LOS PODERES FACTICOS. EN EL ESTADO ACTUAL
tura! de actuación, que haga uso debido de ese poder y que en
este uso recto pueda influir en determinadas decisiones de un
Estado que debe ser supremo garante
del bien común, no es nada
nefando sino virtuoso.
Si tal cuerpo intermedio es tachado de
«poder fáctico» o su actuación, en terminología
más reciente, de
«corporativismo»,
sépase que, como ya he señalado varias ve­
ces, habrá que dar gracias a Dios de que quede aún alguna de-
fensa para nuestra llbertad. ·
Por el contrario, no son de recibo en una sociedad bien cons­
tituida otros «poderes fácticos» sin base social ni natural alguna
o, en todo caso, muy escasa, que no representan sino a esta o
aquella ideología más o menos de moda . o a este u otro interés
personal o de grupo en total desvinculación con
el bien común
y que ejercen una influencia determinante en las decisiones del
Estado.
Desgraciadamente, hoy en día son
mucho más abundantes los
segundos que
los primeros como fruto de un proceso revolucio­
nario con más de dos siglos de existencia, que ha terminado por
afectar
gtavísimamente a los fundamentos ruiturales del orden so­
cial y que ha llevado a un grado extremo de desarticulación de
las sociedades modernas, atravesádas por ideologías cada día más
unilaterales y parciales frente a una realidad que no se quiere
reconocer
como tal.
La distinción entre soberanía social y soberanía política ha
desaparecido' y, en esa zona de sombras, se mueven a placer aque­
llos «poderes fácticos» que son simplemente al longa manus
del gobierno de turno o de intereses absolutamente ajenos a la
sociedad.
IV. Los "~oderes fácticos" tradicionales.
Parece necesario pasar ahora del plano teórico al de las con­
creciones en·· el terreno práctico, aun a riesgo de no tocar ·sino
alguna de las cuestiones más superficiales; en esto de los «po­
deres fácticos» tan malo es quedarse en la apariencia inás exte­
rior como llegar a profundidades a las que no ailcanza la luz.
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ARMANDO -MARCHANTE GIL
Los tres «poderes fácticos» de que más se habla, al menos
en España, son siempre la Iglesia, los Ejércitos y la
Banca.
La Iglesia, para decirlo coll palabras de Pablo VI en la en­
cíclica Ecclesiam suam, fue fundada por Jesucristo «para que sea
al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispen­
sadora de salvación». Es,
por lo tantó, institución situada en un
plano absolutamente distinto de la sociedad civil y de la sociedad
política. Que dentro de estos dos órdenes la palabra· dé la Igle­
sia deba ser escuchada en las cuestiones relativas a la misión que
le atribuyó su divino
Funcla lo. Por. tanto, sólo pu.edé set considerada como· «pod~ fáctico»
por los no creyentes, pues, para los que lo somos, la Iglesia, al
actuar dentro de su orderi,
aunque esa actuación influya e incluso
determine decisiones de la sociedad política,
no hace sino cum­
plir el mandato divino: «Id, pues, enseñad a todas las gentes»
(Mt 28, 19).
Si, en el cumplimiento de esa misión, la lglesia se les aparece
a algunos como un «poder fáctico», bien está, pero que ningún
católico· se amilane por ello. .
Otra
cosa puede ser si, en a:lguna circunstancia deiernµnada,
la Iglesia rebasa los límites de su divina misión y act6a eri el te­
rreno
de lo opinable o en las cuestiones temporales; no · puede
negarse que ello
ha oa¡rrido a lo largo . de la Historia y en nues­
tra Patria bien recientemente,
Pµe5 hien, entonces la Iglesia, al
no actuar como tal sino . como una institución · humana, bien
puede ser un verdadero
«pode~ fáctico».. Lo que ocurre es que,
seguramente por
designio de la divina Providencia, ese poder
suele ser de muy corta duración.
La Iglesia retorna pronto a su
verdad.ero camino. . , _
Los Eiércitos son' otra de las insiituciones acusadas casi per­
manentemente de ser un «poder fáctico». Mutatis mutandis pue­
de decirse lo mismo que se ha dicho
más arriba relativo a la
Iglesia, La necesidad de defensa de una s~edad ha sido uno de
los factores ·que llevaron a la aparición del
Estado; el instrumen­
to que. hace posible
esa defensa frente al exterior son los Ejér-
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LOS PODERES FACTICOS EN EL ESTADO ACTUAL
citos y, por tanto, ellos tienen un grave deber que cumplir hacia
el cuerpo social: asegurar
su defensa.
Nadie negará que un
Estado o una nación pueden desaperecer
ante un ataque del exterior; pero pueden perecer también por vla
de la descomposición interna y que, en todo caso, la solidez in­
terior hace posible
la defensa frente al atacante exterior.
Por lo tanto, hay planos de la vida social, hay decisi1,nes po­
líticas en las que los Ejércitos tienen obligación de hacer sentir
su voz y su opinión y tienen derecho a ser escuchados y a ser
tenidos en cuenta. Máxime
si las propias Constituciones les atri­
buyen no sólo la garantía frente a un ataque exterior sino la
defensa del propio orden constitucional.
Así ocurre, por lo demás, en las naciones
más ilustres de Oc­
cidente. Nadie puede negar la influencia del Alnúrantazgo bri­
tánico en
detetminadas decisiones de la política internacional .del
Reino Unido a lo largo de los siglos y, hoy mismo, la influencia
del Pentágono en la política norteamericana es innegable.
En la
Unión Soviética sus mariscales y almirantes tienen también mu­
cho que decir en determinadas decisiones políticas. Es evidente
que ejercen un poder y es indiscutible que,
al hacerlo, cumplen
con
su obligación. Si a ello se le quiere llamar «poder fáctico»,
bien está, pero sin rasgarse ninguna vestidura.
Ahora bien,
si bajo pretexto de necesidades de defensa in­
terior o exterior, los Ejércitos ocupan todo
el poder del Estado
indefinidamente, no estaremos
ya ante un «poder fáctico», sino
ante una dictadura militar que
es. un grave atentado contra la li­
bertad y el orden natural de la sociedad de que se trate.
La banca. o los poderes económicos constituyen otro de los
«poderes fácticos» de que
más se habla. Aquí la cuestión es más
sencilla, puesto que estas instituciones tienen unos fines clara­
mente diferenciados del bien común de la sociedad civil. Puede
que, en su función creadora de riqueza, contribuyan al dicho bien
común, pero
la obtención del máximo beneficio suele ser su di­
visa por encima de
cualqui,;r otta consideración.
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ARMANDO MARCHANTE· GIL
Pues que da. y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero
poderoso caballero
·
es don Dinero
decía el clásico, y
ahí está la clave: «quebranta cualquier fuero».
Estamos, pues,
en presencia :de un «pQ cidad de penetración en los mecanismos más
íntimos· del poder
socia,! y del poder político. No siempre precisamente para reali2ar
el bien' común, sino para a1canzar un bien muy párticular; po­
nerle coto es tanto más difícil cuanto menos articulada esté la
sociedad y cuanto más ósmosis haya entre los poderes
económi0
cos a través •de las fronteras.
No obstante, está apareciendo en estos años en España una
especie de contrapoder representado
por la infiltración en· los
medios bancarios y. económicos de representantes del sector es­
tatal que
actúa en el campo de estas instituciones; e incluso de la
ocupación de las estructuras bancarias por hombres al servicio
del poder político. ¿Quién
maneja a quién? El tiempo lo dirái
V. Los
otros "poderes· fácticos".
Los medios
de comunicación social, los partidos políticos',
los sindicatos y las burocracias son otros «poderes fácticos» · de
los que poco se habla pero que, a· mi juicio, son los verdadera'
mente clistorsionadores de la sociedad civil. Es curioso el enm...:
cafamiento
que han logrado crear sobre sí · mismos, hasta tal
punto que
pocos son los ciudadanos que se paran a pensar en el
secuestro de la Hbertad y de la representación política a qiie se
está llegando
por la acción, a veces concurrente, de estos «po­
deres fácticos, De ahí su peligrosidad.
No hace mucho, Julián Marlas se refería a lo que llaniaba
«falsedad ambiental»
aludiendo <>l cambio decisivo á que se está
llegando mediante la sustitución de las «vigencias sociales». Atri­
buía

este preocupante fenómeno esencfalmente a
la acción de los
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LOS PODERES FACTICOS EN EL ·ESTADO ACTUAL
llru,µaclos «medios de comunicación social» en manos de grupos
<>tgaru¡:ados que llevan a cabo, uúlizándolos, una acción precisa,
mente: no sociru.
, Naqa descubro si digo que estamos en pleno dominio de la
im11gen sobre la realidad, de lo que parece sobre lo que es; en
plena
«frusedad ambiental». Hasta la semántica lo recoge cuan­
<;\o !os antiguos «jefes de propaganda» se denominan ahora «res­
pqnsables de
imagen». Es-to es pllfÚculatmente grave cuando la
representación políúca queda encomendada con exclusividad a
las
i.unas, cuando Occiclente · está en plenos regímenes de «opi­
nión». Quien maneja la «opinión» m¡¡ntja el poder políúco; ma­
neja d poder a secas ante una sociedad sumida en la permanen,
te· inopia; Es curioso co11statar cómo los dirigentes de esos me­
dios de comunicación anatemaúzan a los que ellos llaman, casi
siempre
con toda falsedad, «poderes fácúcos», seguramente para
l;iacer olvidar su propio y peligrosísitno poder.
Ello explica las luchas terribles para apoderarse
de· .esos me'
dios y la cerrada defensa que los gobernantes hacen de sus posi­
tjones de dominio de los n:tás importantes de ellos,
· Teóricamente los partidos politicos son .un medio de parti­
cipación de
los, ciudadanos en la política. Ya su carácter pura­
mente ideológico los
descalifica ,p¡1ra atribuirse esa exclusividad,
pero la degeneración
d¡el sistema ,es -evidente cuando no consi,
g\len
ni afiliaciones desinteresadas 'ni un verdadero arraigo sóa
cial. Pero es que dentro ·de su estructura actual se aprecia la exis­
tencia de una minoría
ditigent" oligárquica, renovada únicatnen­
te por cooptación, que, mediante la inclusión ·o no de. determi­
nado.·
camlidato en las listas el~torales, se .convierte en una fé­
rrea dictadura para militantes -"SÍ es que los hay-y electores.
He aquí un verdadero «poder fá!:tico» sin freno alguno.
Algo muy similar ocurre en los
sindicatos cuando su vida
n.o viene de abajo hacia arriba sino al revés, Subvencionados por
el Estado hasta extremos increíbles, con un índice de afiliación
bajísimo, sin
setvicios sociales que ofrecer a sus escasos afilia­
dos, se atribuyen una representación que sólo les ha dado el po­
der político en función de sus conveniencias y a veces ni eso.
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Casos en que los acuerdos fumados por los seclicentes represell'
tantes sindicales son rechazados por las llamadas «bases» ocurren
cada
vez con más frecuencia, lo que demuestra que estamos en
presencia de otro «poder fáctico» sin base social de ninguna
clase.
Los violentos «piquetes informativos» en caso de llama­
da a la huelga son una demostración palpable de lo mismo.
Decía el Conde de Romanones que no le importaba que otros
hiciesen las leyes si a él
Ie dejaban ha= los reglamentos. Es
que
el conde confiaba en el poder de la burocracia, y hay que
ver la de
agua que ha pasado bajo los puentes desde los tiempos
aquellos. Cualquier ciudadano tiene la experiencia de las dificul­
tades que supone la burocracia para
el ejercicio de derechos a
veces tan elementales
como recobrar un tributo pagado indebi­
damente, obtener una pensión lograda legítimamente tras
mu'
chos años de trabajo y de cotización, acceder a un centro de en­
señanza o abrir un establecimiento. A veces esas dificultades son
insalvables.
Por encima de esto que puede ser una anécdota
más o me­
nos grave, están los casos -cada día más numerosos------en los
que se utiliza una norma burocrática para someter a la sociedad
entera o a un determinado sector social a las conveniencias
del
poder pol!tico. Es de actoalidad una reciente sentencia que pa­
rece va a intentar que se ponga fin a una increíble discrimina­
ción entre la carga fiscal
de una persona casada frente a otra
que sea soltera. Que
el tratamiento desigual para unos ingresos
iguales, según que la persona tenga
un estado civil u otro es
una
flagrante y clarísima -violación de un derceho constitocional
era evidente. Sin embargo, las normas burocráticas
emanadas del
Ministerio de Economía y Hacienda han mantenido esta situa­
ción años y
años y aún no sabemos si encontrará una vía buro­
crática para perpetoarla.
La cuestión tiene un
perfil fiscal pero también unas repet'
cusiones sociales y sobre las costombres que a cualquiera 'se le
alcanzan.
He ahí. el poder de la burocracia. Ese sí que es un
«poder fáctico» que, además,
cada día es más intrincado; baste
decir, como dato orientativo, que en España entre 1975
y 1987
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LOS PODERES FACTICOS EN EL ESTADO ACTUAL
el personal al servicio de la burocracia pública ha pasado de
920.0000 personas a 1.526.026 y que el costo de esta burocra­
cia ha saltado desde 432.500 millones a 3.600.000 millones de
pesetas.
VI. Conclusión.
En el seno de · la sociedad y del Estado existen centros de
poder qne vienen denominándose «poderes fácticos» cuya in­
fluencia en determinados aspectos de la vids social y en las de­
cisiones políticas es importante, a veces conocida y a veces no.
Algunos
.no son ,más que los residuos de unos poderes socia­
les cuya existencia ha venido siendo cercenads como consecuen­
cia de las ideas sostenidas por los doctrinarios de la Revolución
francesa en contra de tods articulación orgánica de la sociedsd.
Otros, los peores, son recientes y tienden a aumentar su poder.
La sociedsd moderna, basads sólo en lo mudable y que, en
definitiva, ante el olvido de los principios
permanentes sólo
puede recurrir a fundamentar la vida social en opiniones indu­
cidas a través de los llamados medios de comunicación social tras­
mutados muchas veces en medios de manipulación de los enten­
dimientos y de las conciencias, está abocada cada día más a caer
en manos de nuevos «poderes fácticos» cuya aparición es, a la
vez, causa y efecto
de esa descomposición social a la que los
católicos debemos hacer frente con todas nuestras fuerzas.
En su actuación, aquellos «poderes fácticos» derivados de la
invertebración de una sociedsd deben prestar su
colaboración al
bien común, lo que supone que pongan éste por encima de sus
apetitos personales o de grupo. No lo hacen así en tanto no re­
conocen ni siquiera la existencia de ese bien común de la socie­
dad definido por el Papa en la Mater et magistra como «el con­
junto de condiciones sociales que permitan a los ciudsdanos el
desarrollo expedito y pleno de su propia perfección».
El mismo Juan
XXIII nos recordaba en la Pacem in terris
que «una opinión equivocada indúce con frecuencia a muchos al
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A.RMAND'O MARCHANTE GIL
error de pensar.que las relaciones de los individuos_ con _sus ,res-.
pectivas comunidades_ políticas pueden regularse .por las mismas
leyes que rigen las fuerzas y los elementos irracionales del
uni­
verso, siendo así que la tales leyes son de otro género y hay que
buscarlas solamente
allí donde las ha grabado el Creador de todo,
esto es, en la
naturalem del hombre ... ».
Quienes tanto claman --casi siempre farisaicamente-con­
tra los «poderes fácticos» debieran saber que la mayoría de los
3SÍ llamados son el fruto natural de _ su propia visión de la so­
ciedad _ civil. Restablezcamos la constitución natural de la socie--,
dad y habremos terminado -con los «poderes. fácticos», porque
cada cosa y cada grupo social estará en
_ su sitio.
-;Esta es la tarea en que estamos los amigos de -la Ciudad Ca­
tólica. Que Dios nos ayude.
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