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1992

La contrarrevolución

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El deber cristiano de la militancia contrarrevolucionaria

EL DEBER CRISTIANO DE LA MILITANCIA
CONTRARREVOLUCIONARIA
POR
FERNANDO GONZALO BI:IZONDO
l. Palabras introductorias.
Sean mis primeras palabras de agradecimiento por la amable
y honrosa invitaci6n hecha por nuestros amigos de
la «Ciudad
Católica», para que compareciésemos
a este tradicional forum,
donde -con fiel puntualidad y reconocido brillo-se debaten
ternas que
se relacionan con los más altos intereses de la Civiliza­
ción Cristiana en España y en el mundo.
La Sociedad Española de Defensa de la Tradición, Familia y
Propiedad (TFP.Covadonga), que aquí represento, entrega con
gusto su colaboraci6n intelectual a este evento y lo hace desde
el
ángulo peculiar que le es propio. Como bien lo saben Ustedes,
TFP-Covadonga, desde su constitución, está empeñada a fondo en
la lucha ideológica contrarrevolucionaria y es una asociación de
personas que rezan, leen y piensan mientras luchan y en función
de esa lucha, en interacción con ella.
Los organizadores parecen también haberlo comprendido así,
cuando asignaron
el tema que me corresponde tratar: el deber
cristiano de la militancia contrarrevolucionat'Ía.
Por eso mismo, no esperan -Ustedes de mí, ciertamente, esta
mañana una disertación erudita, que considere la virtud de la
militancia cristiana desde una perspectiva especulativa o específi­
camente teológica, pues, para ello, tienen colaboradores que lo
podrían hacer con mucha
más propiedad que yo. Les ofrezco eso
sí, con el sincero deseo de contribuir a éste intercambio amistoso
Verbo, núm. 317-318 (1993), 825-840
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de ideas, Id que puedan aportar las reflexiones de quien se ha
especializado en estudiar y conocer, a la luz de la doctrina cató­
lica y de la Filosofía de la Historia, ese moderno campo de bata­
lla que es, en nuestros días, la
opinión pública ... ¿Opini6n públi­
ca? Tal vez debería decir, actualmente, con
más propiedad, tem­
peramento
público... tan cambiantes, sutiles y a veces preponde­
rantemente instintivas son las condiciones del gran público en
la
sociedad masificada de hoy.
Pernútanme, pues, que me deje
ya de preámbulos y vaya di­
rectamente al grano.
11. El deber eristiano de la militancia.
Existe un deber cristiano de la militancia.
De ello, nos dio ejemplo
ddinitivo, inigualable, eterno, Nues­
tro Señor Jesucristo, el divino Combatiente. El, que nos
dijo «La
paz
os dejo, mi paz os doy» ( 1) y que muri6 sin quejas, como un
Cordero inocente inmolándose por
nosotros, nos advirti6 igual­
mente:
«no vine a poner paz, sino espada» (2). Los Evangelios
nos narran
Su vida pública y podemos ver en ella Su divino en'
frentamiento
con los fariseos, que crece en intensidad hasta el
momento

de
Su Sagrada Pasi6n y Muerte.
El nos vino a traer la paz, pero Su paz: «No como el mundo la
da
os la doy yo ... » (3) y nos vino a traer también la espada, Su
espada.
Obviamente no existe,
ni podría existir contradicci6n alguna
entre las dos enseñanzas perfectísimas.
La paz que El nos dej6, como maguificamente lo explica con
su ciencia tomista universalmente reconocida el Reverendo P.
Vic­
torino Rodtíguez en sus Estudios de antropología teológica ( 4 ),
no es la paz cqmo el mundo la da, no es la pseudo-paz que sacri-
826
(1) Jn .. XIV, 27.
(2) Mt. X, 34.
(3) Jn. XIV, 27.
(4) Speito, Madrid, 1991, cap. XIV Teología de la Paz, págs. 291-328.
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fica la Verdad al ídolo del consenso relativista; es la paz de Cristo
en
el Reino de Cristo. Es la paz que posee en su interior el que
guarda Su palabra, el que redimido y liberado. del pecado, recon­
ciliado con Dios cumple
Sus preceptos (5). Es esa misma paz que
se proyecta al exterior del hombre, en sus relaciones familiares y
sociales, en
la vida de las naciones y que se traduce en la tran­
quilidad en el orden,
para usar la célebre definición de San Agus­
tín (6).
¿ Y la espada? Los Evangelios nos narran que ya cuando la
Virgen Madre llevó al Niño para Su presentación en el Templo,
el profeta Simeón conoció que estaba en presencia del Salvador
y lo saludó entonando el
N une Dimitis que la Iglesia recoge con
veneración y canta en su Liturgia a través de los siglos: «Ahora,
Señor, puedes dejar
ir a ru siervo en paz, según ru palabra; por­
que han visto
mis ojos tu Salud ... Puesto está para caída y levan­
tamiento de muchos en Israel
y para signo de contradicción» {7).
Y nuestro Señor fue también divinamente claro cuando en el
discurso después de
la Ultima Cena advirtió a los apóstoles:
«Si el mundo os aborrece,
sabed que me aborreció a mí pri­
mero que a vosotros.
Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo
suyo; pero porque no sois del
mundo, sino que yo os escogí del
mundo, por esto el mundo
os aborrece. Acordaos de la palaba que
yo os dije: no es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron
a mí, también a vosotros os perseguirán, si guardaren mi palabra,
también guardarán
la vuestra. Pero todas estas cosas haránlas con
vosotros por causa de mi nombre, portj_ue no conocen al que me
ha enviado. Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no ten­
drían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que
me aborrece a mí, aborrece también a mi Padte. Si no hubiera
hecho entre ellos obras que ninguno otro
hizo, no tendrían peca­
do; pero ahora no sólo han visto, sino que me aborrecieron a mí
(5) Cfr. Jn. XIV, 21 y 23.
(6)
De Civitate Dei, XIX, 13, 1, ed. BAC, Madrid, 1958, págs. 1.397-
1.398.
(7)
Le. II, 29, 30 y 34.
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FERNANDO GONZALO ELl~
y a mi Padre. Pero es para que se cumpla la palabra que en la
Ley de ellos está escrita: "Me aborrecieron sin motivo"» ( 8 ).
Detengámonos, ahora, a pensar un momento en la realidad
en cierto sentido insondable
de. ese odio -misterio de iniquidad­
que tuvo por blanco a Aquel que era la propia Perfección y la
propia Bondad-en confrontación, con cierto ecumenismo irénico
y relativista que moldea los espíritus en nuestros días, sea en el
plano religioso, o en el filosófico-cultural, político y hasta psico­
lógico.
En efecto, en nuestros días el deber cristiano de la militancia
contra
el mal es cada vez más ignorado, negado, vilipendiado, por
que las ideas liberales
y relativistas vienen, desde hace mucho,
penetrando y empapando con
sus errores de una manera peculiar
la mentalidad del hombre del siglo

Muchos hombres intelectualizados, mnchos dirigentes políti­
cos, muchos hombres de empresas, incontables periodistas, pero
también
el hombre común de la calle, que no leyeron a Rousseau
y a los Enciclopedistas, ni se embreñaron por las abstrusas y
obscuras especulaciones del relativismo hegeliano se encuentran,
no obstante, trabajados a fondo por
los mitos liberales y por el
espejismo de un pacifismo sentimental y relativista, que los vuel­
ve hostiles a ese deber cristiano de la militancia. Más doloroso y
lamentable aún, entre los difusores de ese pacifismo relativista
son numerosos
-y cuánto--los sacerdotes, los teólogos y hasta
los obispos
...
TFP-Covadonga ya ha expuesto públicamente su pensamiento
respecto del tendencioso
y especial proceso de difusión de esta
mentalidad liberal
y relativista; proceso que se acentuó en nuestra
patria, explotando en
las gentes el recuerdo de los atroces sufri­
mientos traídos por nuestra Guerra Civil de 1936
y en el mundo
entero, trabajando el recuerdo de las mortandades de la Segunda
Guerra Mundial, y agitando
el espectro del holocausto atómico,
tertiblemente simbolizado en Hiroshima
y Nagasaki.
Explotando así
.el miedo que naturalmente producen esas de-
(8) Jn. XV, 18-25.
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vastaciones terribles, una hábil propaganda pacifista alimenta en
el hombre de
hoy, por contraste, el espejismo de una nueva era
sin divisiones, ni conflictos; sin doctrinas contrapuestas ni choque
entre bloques ideol6gicos; sin enfrentamiento entre las naciones,
entre los grupos
y hasta entre los individuos. Un· mundo en el
cual la propia divisi6n entre el Bien y el Mal, y con ella los pro­
blemas
de conciencia y los remordimientos, habrían, por fin,
desaparecido. Esta propaganda difunde por estímulos, imágenes, sugestiones
y subentendidos una doctrina no escrita que podría resumirse así:
Todos los hombres serían naturalmente buenos
y, si cometen
errores
y realizan el mal, si agreden o practican violencias y crí­
menes esto
se deberla, simplemente, a equívocos o -circunstancias
o estructuras sociales adversas que los condujeron a eso, o porque
no se les trat6 con bondad, no se les hicieron oportunas concesio­
nes,
ni se les dieron -muestras ilimitadas de confianza. Las ideas
definidas, los principios absolutos,. en la práctica son
algo secun­
dario.
Lo importante es la relación fraterna, el diálogo, .optimista,
generoso
y abierto entre los hombres, sin desconfianzas ni reser­
vas; incluso entre los que tengan las posiciones religiosas, morales,
filos6ficas o ideol6gicas
más contradictorias, los sistemas de vida
individual o social
más opuestos_ Porque así, superándolas sin
resolverlas,
las contradicciones. pierden su importancia y aparece
lo que realmente interesa que
es la bondad na rural de los hombres
que a todos hermana. Todo aquello que distingue, que
detine,
que establece o recuerda deberes, que reivindica los derechos de
una Verdad absoluta,. he ahí en realidad el enemigo contra el cual
se torna militante y feroz... el pacifismo. relativista de nuestros
días ( 9). Como
militante;,s y feroces se mostraron, hace cerca de
dos mil años, el Sanedrín y los fariseos contra Aquel que dijo de
Sí mismo: «Yo soy el cami.no, la verdad y la vida» (10).
(9) Sociedad española de defeosa de la tradición, familia y propiedad
(TFP..COV-adonga), España anestesiada -sin percibirlo, amordazada sin querer~
lo, extraviada sin saberlo -la obra del PSOE, Ed. Fernando III El Santo,
Madrid, abril 1988-, Parte I, caps. 1, 2, 4 y 5, especialmente.
(10)
Jn. XN, 6.
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Pero, precisamente, contra la vida, pasión y muerte adorables
del
Divind Redentor se estrellan impotentes esos balbuceos qui­
méricos. Tales balbuceos chocan a fondo con la doctrina católica,
pues·
al postular la supuesta bondad natural del hombre niegan,
teórica o prácticamente, en grados mayores o menores, la exis­
tencia del pecado original y de los pecados actuales y sus conse­
cuencias en la vida individual
y social. Ahora bien, el Pecado se
mostró frente a Nuestro Señor Jesucristo en toda su injusticia,
en toda su sinrazón, en toda su
atroz y declarada maldad ...
Aunque nos aproximamos ya a las inefables alegrías de la
Navidad,
el deber cristiana de la militancia nos pide, pues, refle­
xionar un poco esta mañana sobre el combate del Divino Guetrero,
que
ha vencido al mundo (11 ), y que llega sin retroceder un milí­
metro, sin vacilar
un instante, hasta lo alto del Calvario.
¿Pudo haber quien
Lo odiase? Sí, la realidad ahí está innega­
ble, clamorosa, causando asombro, dolor e indignación a lo largo
de los siglos: el fue víctima del odio
más implacable que se conoz­
ca, un odio que se organizó, que Lo persiguió son tramas ocultas
y sucesivas campañas de calumnias y, por fin, después del juicio
más inicuo de la Historia, Lo condujo a la muerte y muerte de
Cruz.
¿C6mo sostener que todo ello se debi6 a algún mero equívoco
de inteligencia o a algún resentimiento de
sus perseguidores, que
le tuviese como causa a El que era la propia Inocencia? ¿Cuándo
hubo Apóstol más prudente
y lleno de tacto, Maestro más per­
suasivo y . atrayente, Bienhechor más misericordioso y completo,
Encarnación
más viva e íntegra de la Verdad, el Bien y la Belleza,
que El mismo predicaba? Sin embargo,
contra El se levantaron
los odios sin razón, la saña persecutoria de los que tramando en la
sombra, respondían a
las sublimes enseñanzas, a las curas mila­
grosas, al perdón infinito, multiplicando la mala fe de las asechan­
zas, aumentando la difusión de las infames calumnias, alimentando
en sí mismos
la delibetación deicida, precisamente, porque no eta
(11) Cfr. Jn. XVI, 33.
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posible encontrar en El la menor mancha, ni sombra de injusticia
o imperfección.
¿Qué equívoco intelectual, qué
mal trato, qué asomo de pre­
texto podía alegar Judas,
él que era uno de los doce y que fuera
acogido en la convivencia insondablemente suave,
en la intimidad
de una dulzura infinita del Divine! Maestro? Lo que había, como
lo deja claro
el Evangelio, era un desvío moral consentido, una
voluntad viciada, que
se abrió al mal. Judas se hizo ladrón, siguió
sus malas inclinaciones
y, un abismo llama a otro abismo: el
evangelista nos dice que, en determinado momento, «entró Sata­
nás en Judas» (12). Judas
se puse! al servicio del mal organizado,
que conspiraba contra Nuestro Señor,
se hizo traidor y traidor
por antonomasia. El entregó al
Hijo del Hombre con un beso, es
decir, aumentó la iniquidad de su traición, pues en el mismo acto
de consumarla lo hace
con la falsedad de fingir un afecto que no
tenía. Finalmente, el propio traidor dio testimonio contra sí mis­
mo, cuando antes de ahorcarse dijo, «he pecado entregando san­
gre inocente» ... (13).
Christianus alter Christo. Ese odio que se irguió inicuo, atroz­
mente pecaminoso, siniestramente organizado contra el Hijo de
Dios hecho Hombre, se habría de levantar también contra su
San­
tísima Madre, contra los Apóstoles y Discípulos, contra la Iglesia
naciente, contra los fieles a lo
largo de los siglos.
El hombre en esta vida está
en estado de prueba y sujeto a
las tentaciones del demonio.
El pecado original debilitó las po­
tencias de su alma y si bien el hombre puede incurrir en error
por
un mero equívoco de su inteligencia o por falta de for­
mación, la causa más frecuente y
dinámica que Id lleva a difundir
el error y a obrar el mal suele ser la inclinación desviada de la
voluntad. Y los que abrazaron
el error y el mal tienden a. unirse
y organizarse de un modo u otro para luchar contra los que desean
amar a Dios y cumplir
Su ley. Esto es lo que, a nuestro juicio,
tiene que ser dicho y explicado, para, a
la luz de la doctrina ca-
(12) Cfr. Le. XXII, 3.
(13) Mt. XXVII, 4.
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tólica y de la realidad evidente, poner al descubierto, de manera
eficaz, el relativismo revolucionario tal y como
él se insinúa en
la opinión pública de hoy, pues ella
es el moderno campo de ba­
talla entre la Revolución y la Contrarrevolución.
Para quien pretenda seriamente seguir a Nuestro Señor Jesu­
cristd, existe pues un deber de militancia, que
comieru:a desde
luego por uno
"mismo, pero que envuelve la obligación de dar tes­
timonio de Cristo ante los hombres, en presencia de los que
Lo
atacan, en choque contra los que se organizan para destruir Su
obra de Salvación. Un deber de militancia cristiana, ineludible.
Lo cumplió, y cuan admirablemente, María Santísima, la Virgo
Fidelis, a quien la Liturgia canta y celebra como Aquella que
es
«terrible como escuadrón ordenado en batalla, -terribilis ut cas­
trorum acles ordinata ... » (14).
El deber exigió el heroísmo en los tiempos apostólicos, en las
catacumbas y en los coliseos romanos. Ese deber impuso sus no­
bles obligaciones durante las invasiones de los bárbaros y en los
embates contra las sucesivas herejías que desde el
comi=o pre­
tendieron asaltar a la Iglesia de Cristo.
Ese deber se cumplió también con fulgores prototípicos en la
expansión medieval
del imperio cristiano, a partir de Europa,
desde las gestas caroliogias hasta las Cruzadas, donde se incluye
con gloria nuestra Reconquista Ibérica y donde florece aquella
unión armoniosa e incomparable de heroísmo religioso y de piedad
cdmbativa, que fue la caballería cristiana.
De tal modo que hasta
en nuestros confusos y oscuros días de hoy, cuando
se quiere
elogiar a un hombre cabal, todavía
se oye decir: fulano, es un
caballero.
111. Militancia cristiana contrarrevolucionaria.
Pero bien saben ustedes que ese deber no se evaporó en las
místicas brumas de un pasado medieval.
Sólo que se volvió tal vez
más sutil, más complejo, tantas veces más arduo, con la llegada
(14) Cantar de los Cantares, VI, 4.
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de la modernidad. Es que también el enemigo de Cristo, de su
Iglesia, de la Civilización Cristiana se hizo cada
vez más envol­
vente,
más abarcativo, más definido y audaz, pero también más
artero
y tendencioso ..
A ese misteriosd y polifacético enemigo del nombre cristiano
se refiere Pío XII en penetrantes y sugestivos términos, cuando
enseña: «El
se encuentra en todo lugar y en medio de todos: sabe
ser violento
y astuto. En estos últimos siglos trató de realizar la
disgregación intelectual, moral,
social, de la unidad en el organis­
mo misterioso de Cristo. El quiso
la naturaleza sin la gracia; la
razón
sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces la autoridad
sin
la libertad; Es un 'enemigo' que se volvió cada vez más con,
creto con una ausencia de escrópulos que todavía sorprende:
¡Cristo sí, la Iglesia
nd! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente
el grito impío: Dios está muerto;
y hasta: Dios jamás existió. De
ahí, ahora, la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre
bases que no dudamos en señalar como las principales responsa­
bles· de la amenaza que pesa sobre la humanidad: una economía
sin Dios, un Derecho sin Dios, una política sin Dios» (15).
Ese enemigo tiene un nombre, bien lo sabéis. El
se llama Re­
volución. Pero no ésta o aquella revolución, éste o aquel motín
subversivo, es la Revolución con «R» mayúscula; La Revolución
«universal, una, total, dominante
y procesiva» (16). Si en el si­
g]d XVI la enfrentó én su etapa de. rebelión contra el orden reli­
gioso la Contrarreforma católica, en el transcurso del siglo
XVIII
al XIX la descubrió en su fisonomía a un tiempo religiosa y política
el pensamiento católico tracliciooal, estremecido ante el cataclismo
social que, en 1789, transformó
en. ruinas el Ancien Re gime fran­
cés,
y persiguió con un mismo odio igualitario y liberal, el Altar
y el Trono en Francia y después en toda Europa. Contra esta
Revolución anticristiana, que así manifestaba
ya más claramente
su globalidad, su afán de destrucción del orden cristiano en su
( 15) Alocución a la Unión de los Hombres de la Acción Católica italia·
na, de 12·X·1952, Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIV, pág. 359.
( 16) CTr. PLINIO CORREA DE ÜLIVEIRA, Revolud6n y Contra·Revolu·
ci6n, Editorial Fernando III El Santo, Bilbao, 1978, cap. III, págs. 35 y sigs.
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conjunto se irguió desde luego y vigilante, la voz de los Pontífioes
Romanos
en documentos memorables.
Habiéndose levantado finalmente con
el comunismo contra lo
que permaneció del orden económico-social y manifestando
.cada
vez más su rostrd total, ,su supremo nan serviam, podemos defi­
nirla con el profesor Plinio Correa de Oliveira en su magistral
obra Revduci6n y Contra-Revoluci6n, como un proceso nacido
a fines de la
Edad Media que tiene como causa profunda «una
explosión de orgullo
y sensualidad que inspiro, si uo un siste,
ma, cuando menos toda una cadena de sistemas ideológicos. De
la gran aceptación dada a éstos en el mundo entero, derivaron las
tres grandes revoluciones de la Historia de Occidente: la Pseudo­
Reforma, la Revolución Francesa,
y el Comunismo (Cfr. León XIII,
«Parvenu a la 25" Année» de 19-III-1902, «Bonne Presse», Pa­
rís,
vol. VI, pág. 279).
El orgullo lleva al odio hacia toda superioridad y por lo tanto
a la afirmación de que la desigualdad es, en
sí misma, en todos
los planos, inclusive
y principalmente en el metafísico y religioso,
un mal. Este es el aspecto igualitario de la Revolución.
La sensualidad, de por sí, tiende a derribar todas las barreras.
No acepta los
frenos y lleva a la rebeldía contra toda autoridad
y toda ley, sea divina o humana, eclesiástica o civil. Este es el
aspecto .liberal de la Revolución.
Ambos aspectos, que en última instancia tienen
un carácter
metafísico, parecen
contradictorios en muchas ocasiones, pero se
concilian en la utopía marxista de un
paraíso anárquico en que
una humanidad altamente evolucionada y «emancipada» de cual­
quier religión, viviese en
un profundo orden sin autoridad polí­
tica, y en una libertad total de la que, no obstante, no derivase
ninguna desigualdad (17).
Así, pues
el orgullo y la sensualidad en cuanto motores revo­
lucionarios profundos en
el interior de alma humana, a!pnentan
las tendencias cada vez más radicalmente igualitarias y I¡berales.
Esas tendencias, como nos explica el profesor Plinio C9rrea de
(17) Idem, Introducci6n, págs. 26-27.
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Oliveira, «por su propia naturaleza luchan por realizarse, no con­
formándose con un orden de cosas que les es contrario. Y ellas
comiezan por modificar las mentalidades,
los modos de ser,c las
expresiones artísticas y las costumbres, sin desde luego tocar de
forma directa
-habitualmente, por lo menos-las ideas. Pero
·no
tarda .en suceder que de esos es:tratos profundos, la crisis pasa
al terreno ideológico ( ... ). Así, inspiradas por el desarteglo de las
tendencias profundas, explotan nuevas
doctrinas». Y, como no
podía dejar de ser, «esa transformación de las ideas, extendiéndo­
se a su
vez, al terreno de los hechos, donde pasa a operar, por
medios cruentos o incruentos, la ttaosformación de las institucio­
nes, de las leyes y
de. las costumbres, tanto en la esfera religiosa
como en la sociedad temporal» (
18). . .
¿Cómo podría la.militancia cristiana en nuestros .días ignorar
o permanecer indiferente ante
la . existencia de este proceso y su
dinamismo de destrucción revolucionaria de todas las jerarquías
religiosas, políticas, sociales y
económi= y de negación de toda
ley divina y natural, y que en
nuestros días -como vimos-pre­
tende extirpar de la _propia conciencia de los l,.ombres las nociones
mismas del Bien y del Mal?
Ahora bien, si este dinamismo
es fundamental para que el
proceso revolucionario sea posible, hay también otros .factores, y
la Revolución no avanza sola por sí misma.
Sin
embargo, el hombre de la. calle de hoy, desinformado,
desorientado, inundado
de. relativismo teórico y práctico, solici­
tado de mil modos a no pensar· seriamente en nada; a no querer
definidamente nada, a no
ser el go20 cada vez más problemático
del pequeño paraíso que haya conseguido consttuir
-<:uando fo
consiguió ... -tiene difi~tad en comprender que este .proceso
exista, ciue sus dimensione~ universales sean las que estamos afir­
mando. Más dificultad tiene todavía, este hombre de la calle, que
ha sido intoxicado con el mito
hombres y
por el espejismo de una era d~ pa2 idílica sin contra-
(18) Idem, cap. V, Las tres profundidades de la' Revolución: eu las
tendencias, en las ideas, en los hechos, 1, 2, .3, págs. 48-49.
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FERNANDO GONZALO ELIZONDO
dicciones ni conflictos; más dificultad - prendet, que esta Revolución cinco veces secular, está siendo
inspirada y orientada por generaciones de conspiradores asociados
para la destrucción del edilicio de la Civilización Cristiana ; gene­
raciones de habilisimos conspiradores.
No obstante,
·a lo largd del desarrollo de este proceso secular
de la Revolución, sus mentores y secuaces se hicieron cada vez
más capaces, no sólo de manejar movimientos ideológicos y estruc­
turas políticas, instituciones financieras, sino de modelar costum­
bres y mentalidades y trabajar a individuos y pueblos inclusive
en las zonas
más profundas de su psicología.
En efecto, la Revolución supo poner en acción para esto, ora
la persecución
violenui. ora métodos y técnicas de un refinamiento
que un
caballero cristiano de los rudos, nobles y -'--en compara­
ción con
los de hoy-tan inocentes . tiempos medievales, cierta­
mente no conseguiría imaginar como posibles.
Es, pues, con notable acierto,
espíritu de síntesis y maestría,
que el profesor Plinio Correa de Oliveira
coloca en Revoluci6n
y Contra-Revoluci6n el problema de los mentores y agentes del
proceso revolucionario para el lector desinformado
y desorientado
de nnesttos
días. Mostrada la gigantesca crisis contemporánea,
descrita
en sus características esenciales la Revolución gnóstica e
igualitaria, como un
inmenso p:rocesó niultisecular que aspira a
abarcar al hombre globalmente
y a todos los hombres, ef citado
profesor
levanta este problema en al apartado, «los ágentes de -la
Revolución: la Masónería y las demás fuerzas secretas»:
· «No creemos -nos dice--que el mero dinamismo de las
pasiones y de los errores de los hombres, pueda conjugar medios
tan diversos para la consecución de un único fin, esto es, la vic­
toria de la Revolución.
Producir un proceso tan
C?herente, tan continuo, como el de
la Revolución, a rravés de las mil. vicisitudes de siglos enteros,
llenos de imprevistos de todo orden, nos
parece imposible sin la
acción
de generaciones sucesivas de conspiradores de una inteli­
gencia
y de un. poder extraordinarios. Pensar que sin esto la Re­
volución habría llegado al estado en que se encuentra, es lo mismo
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EL DEBER CRISTIANO DE LA MILITANCIA .CONrRARREVOLUCIONAJ{IA
que admitir que centenares de lettas lanzadas por una ventana
podtían disponerse espontáneamente en el suelo, de manera a for­
mat una obra
. cualquiera, por ejemplo, la "Oda· a Satanás", ~
Catducci.
Las fuerzas propulsoras de .la Revolución han sido manipula­
das hasta aquí por agentes sagacísimos, que
se han servido de
.ellas como medios para realizat eL proceso revolucionario.
De manera general, se pueden calificat de agentes de la Re­
volución todas las sectas, de cualquier naturaleza, engendradas
por
ella, desde su nacimiento hasta nuestros días pata la difusión
del pensamiento o pata la atticulación de las tramas revoluciona­
rias. Sin embargo, la secta-maestra, en tomo
de la cual todas· se
atticulan como simples fuerzas auxiliares -unas veces conscien­
-temente, y otras veces no-es la masonería, según se desprende
de los
documentos. pontificios y de la encíclica Humanum Genus,
de León XIII, de 20 de abril de 1884 (Bonne Presse, Patís, vol. I,
págs. 243,276).
El éxito que hasta aquí han alcanzado esos conspiradores, y
particularmente la masonerí\l, se debe no sólo al hecho de que
poseyeran una capacidad incontestable de atticulatse y
.conspirat;
sino también a su lúcido conocimiento de lo. que. sea la . esencia
profunda de la
. Revolución, y .de cómo utilizat las leyes naturales
~hablamos de las de la política, de la sociología, de la psicología,
del atte, de la
eainomía, etc.-,-, pata hacer progresar la realización
de sus planes.
En este sentido los agentes del. caos y de la subversión hácen
como el científico que, en vez de actuat por sí solo, estudia y pone
en acción las fuerzas, mil
veces más poderosas, de la naturaleza.
Esto es
lo que, además de explicar en gran parte el éxito de
la Revolución, constituye
. una importante indicación para los: ~ol­
dados de la Contra-Revolución» ( 19).
Si sobre la .existencia y la acción revolucionaria de fa maso­
nería el católico común estaba abundantemente informado en el
sigld XIX y patte del siglo xx, ya por la década de los 50 se había
(19) Op. cit., Parie. I, q,p. VI, 6, pdgs, 58-59.
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FERNANDO GONZALO ELIZONDO
hecho un gran silencio al respecto y hoy pocos· son los que han
leído, por ejemplo, la gran obra de .Monseñor Delassus, La Con­
¡uraci6n anti-cristiana (20), o que conocen los sucesivos documen­
tos pontificios que condenan y denuncian la conspiración masó­
nica. Desde el más antiguo de ellos del 28 de abril de 17 38 -hace
casi 250 años--que es la Carta Apostólica «In eminenti», del
Papa Oemente
XII, hasta los 226 .documentos publicados por la
Santa Sede durante los
25 años que duró el pontificado de
León XIII, condenando la masonería, los «carbonarios» y las
sociedades secretas en . general ..
Lentamente se dejó en la sordina el hecho de que el Código
de Derecho Canónico, vigente hasta hace poco, y que fue elabo­
rado durante el pontificado: de San
Pío: X (1903-1914) y promul­
gado en 1917
por el Papa Benedicto XV, castigaba con pena de
excomunión el católico que se afiliase a
1a masonetía ( dr. canon
2335). Raros son los católicos que hoy
saben que, aunque el nuevo
Código: de Derecho Canónico, que entró en vigor en 1983, haya
suspendido la pena
de excomunión, continua prohibido . para el
católico afiliarse a las asociaciones masónicas, conforme esclarece
la reciente Declaración de la Sagrada Congregación para la
Doc­
trina de la Fe del 26 de noviembre de 1983 (21).
Pues bien, para mostrar
al hombre. de este final, confuso y
caótico,
del siglo xx la conspiración de las fuerzas ocultas, que
buscan destruir los restos de
la Civilización Cristiana en la socie­
dad y en las almas, nos parece indispensable estudiar y mostrar,
a partir de hechos palpables para todos, la existencia del proceso
revolucionario en su unidad, su globalidad, y su rostro total, que
él intenta escondet, pues
es .:ahí que se vuelve clara e innegable
la existencia de dicha conspiración en los días de hoy, en que esas
(20)-Mons HENro DELAssus, La -Con;uration antichrétienne--Le temple
ma,onique voulant s'élever sur les T'Uinei-de L'Eglise catholíque, Desclée,
Lille, 1910, 3 vol.; con una ~ de congratulación _escrita, en nombre del
Papa San Pío X, por el Cardenal Merry del V al, Secretario de Estado de
la
Santa Sede.
(21) Cfr. AAI',, 1 de marzo de 1984, núm. 3, vol. LXXVI, pág. 300.
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EL DEBER CRISTIANO DE LA MILITANCIA CONTRARREVOLUCIONARIA
premisas del pensamiento anti-masónico tradicional salieron, desde
hace mucho, del espíritu de la masa de
los católicos y del público
en general.
Clásicamente;
la· denuncia contra la acción de la secta masó­
nica se ha centrado en sus sistemas de reclutamiento y sus me­
canismos de infiltración en el cuerpo · social, y principalmente en
las finanzas y en el aparato político de los estados, para desde
ahí promover sus planos.
Se trata, para la masonería, de reclutar el mayor núinero de
personas que ocupan cargos claves, tantd sea del aparato estatal,
como de las
empresas privadas, como de la vida social, en fin; de
todo cargo que tenga alguna importancia o
influencia. Tal sistema
ha sido siempre muy útil a la masonería, no sólo comd incentivo
para conquistar adeptos entre personas oportunistas y codiciosas,
sino también para promover
los planes masónicos, a través de los
mecanismos así controlados.
A nadie se le
escapa de cuanta conveniencia puede ser para
la masonería, por ejemplo,
el impulsar una reforma de la Educa­
ción laica
y liberal, el tener a sus afiliados colocados en puntos
claves de un determinado gobierno. No sólo para promover y
hacer aprobar
las leyes y medidas respectivas, sind también para
que estas acaben siendo aplicadas, más allá de la mera letra de
los textos legales, conforme a los designios secretos del plan
ma:
sónico.
Por otra parte, siempre en los medios católicos anti-masónicOs
especializados se tuvo en · cuenta el aisideratum de la secta de
controlar el mayor número de gobiernos
y la propia mecánica de
las relaciones políticas y financieras internacionales para alcanzar
la meta de la República Universal igualitaria a la que debe corres­
ponder también una religión mundial ecuménica y relativista de
fondo panteísta.
A este terreno clásico de la concepción anti-masónica, la obra
del profesor Plinio Correa de Oliveira agrega un campo nuevo:
es el estudio y la denuncia d., las técnicas masónicas de gobierno
de
las almas. La explicación en profundidad del conocimiento y
manejo de las tendencias desordenadas, de la creación de ambien-
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tes, de la difusión, sea por grandes 6rganos de comunicación, sea
por otros medios, de una mentalidad que, generalizándose, garanti­
za el éxito del avance de las ideas
y de los hechos revolucionarios.
Es la denuncia de aquello que, hoy en día, se conoce
por el tér­
mino
un tanto impreciso de Revoluci6n. Cultural, Revoluci6n de
los modos de ser
y de vivir que envuelven hasta lo cotidiano y
que abarcan al individuo en todas sus manifestaciones.
Frente a este panorama,
analizado en toda su amplitud y pro­
fundidad, frente a esta obra de destrucci6n de la Revoluci6n libe­
ral e igualitaria, nuestro amor a la. Iglesia, nuestro amor a la Civili­
zaci6n Cristiana, nuestro amor a la Patria, frutos del amor, que
sube a Dios
por intermedio de María, se transforma en un irre­
nunciable deber de militancia contrarrevolucionaria.·
Sabemos todos, sin embargo, que en esta lucha tan dramáti­
camente desigual, no habría estudio, no habría sagacidad, no ha­
bría habilidad operativa
ni determinaci6n ni coraje, que de algo
sirviesen, si el cat6lico quisiese trabarla ignorando
la vida sobre­
natural. «Sin
mí nada podéis hacer», nos dijo Nuestro Señor. Pero
en esta imposibilidad recordada y reconocida constantemente está
la clave, la fuerza del luchador cat6licd. Porque en Cristo a través
de María, todo lo podemos hacer y podremos ver como se cum­
ple en todo su esplendor
la promesa evangélica: «Las puertas del
infierno no 'prevalecerán».
Más aún, debemos militar
por el Reino de Nuestro Señor Je­
sucristo, con la certeza de
Su Victoria y con la Confianza de que
el Sagrado Coraz6n de Jesús reinará por medio del Sapiencial Co­
raz6n de María, conforme Ella nos prometi6 en Fátima: «Por fin,
Mi Inmaculado Coraz6n Triunfará» (22).
(22) Cfr. Las apariciones y el mensa;e de Fátima según los manuscritos
de la Hermana_ Lucía, Editorial I'rniando III El Santo, Madrid, 1985, Bil-
oao pág. 63. '
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