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1993

De la modernidad romántica a la postmodernidad anticristiana

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Romanticismo y democracia desde la crisis política contemporánea

ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS
POLITICA .CONTEMPORANEA
·POR
MIGUEL AYl!S9
I
l. En la concepción y diseño del temario de . esta XXXII
Reunión de amigos de la Ciudad Cat61ica confluyen do;¡·. aportes
intelectuales distintos, ambos múy .queridos
pata mí e indudable­
mente próximos en sí
mismos·. Por una patte, el magisteri~ de
Eugenio Vegas Latapié, siempre vivo
y operante en el grupo ma'.
drileño de Speiro. Por la otra, el planteamiento del profesor
Francisco Canals Vida!, a cuyas orientacioues han tributado cons­
tantemente los
desatrollos .del grupo batcelonés de Schola Cordis
Iesu.
Es inevitable que, a estas alturas de la reunión, -ambos hayan
sido sobradamente citados, pero
.me complace recordatlos . una
vez más. Eugenio Vegas,
ya por el 1935,. en un trabaj9 premiado
por la Real Academia de Jurisprudencia
y Legislación, se .enca­
raba frontalmente desde el título mismo con
la influencia .del
romanticismo sobre las áreas del derecho y la política en Temá­
tica que nunca se alejaría del
todo de sus.inquietudes .intelectua­
les, como demuestra que volviera a formar
~on la misma el núcleo
teorético de su discurso de ingreso como académico numerario
en la Real de Ciencias Morales y Políticas
el año 1965 (2). A su
vez, Francisco
Canals, en 1956, dedicaba su tesis. doctoral en de-
(1) ,.Cfr. EuGENiIO:.VBGAS LA.TAPIÉ,' Romanticismo-y demÓcracia,· Santan­
der, 1938.
(2)
Cfr. In.; Cimsidl!J'aciones sobre· ki democracia, Madrid;' 196.5.
Verbo, núm. 329-330 (1994), 1041-1058
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recho a elucidar la importancia del «elemento romántico en la
génesis del catolicismo liberal» (3); y en 1985 prologaba el tra­
bajo en que uno
de sus discípulos más notables, el profesor José
María
A:lsina, indudablemente impulsado por el propio Canals,
desenvolvía
la incidencia de la generación romántica catalana en
la génesis del
tradicionalismo filosófico en España ( 4 ).
Las dos aportaciones encuentran su punto de partida en un
fundamento filos6fico, presentan una componente cultural y
con­
cluyen en un aspecto político concteto,
Eugenio Vegas, siguiendo las huellas de Menéndez Pelayo,
pero sobre todo de Charles Maurras
y su escuela, no ve en el ro­
manticismo algo principalmente referido a
un estilo, ni siquiera
tan s6lo un hecho cultural.
El romanticismo, antes bien, se le
aparece
como algo mucho más trascendental, algo de lo que las
caraéíerísticas formas literarias y artísticas no son sino expre­
siones derivadas: · es aquella actitud humana a que llega el hom­
bre
europeo como consecuencia de las quiebras en sus relacio­
nes con Dios y con los otros hombres en cuanto fundadas en
el orden querido
por Dios. Preparada pcr el Renacimiento y la
Reforma protestante, precedida
pcr el deísmo, el filosofismo y el
enciclopedismo, la actitud rmriáutica se funda sobre la creencia
en
la bondad natural del hombre -que arrastra correlativamente
la negaci6n del pecado original y la necesidad de una Rédención , ,
trascendente y sobrenatural-y, así, «la suplantación del hombre
"pecador" del cristianismo, por el hombre ''naturalmente bueno"
de los románticos y revolucionarios desencadenó el torrente que
hoy amenaza con destruir hasta los últimos vestigios de civiliza­
ción»
(5). ·
Este desorden profundo que es lo peculiar del romanticismo,
no' deja de presentarse
preñado de consecuencias en el ámbito
(3) Cfr. FRANCISCO CANALS VmAi., ·crÚtiati.ismo y revoluci6n. Los orl­
genes··roniánticos
del catolicismo de izquierda, Barcelona; 1957.
(4) Cfr. In., «Pr6logo• a Jost MARÍA ALSINA RoCA, El tradicionalismo
fil9s6/ico -en .Es-pañp., Su génesis en la genertJCi6n rotn4ntica -catalana, Bar­
celona, 1985, págs. IX-xx111,
(5) EUGENIO, VEGAS, -Romanticismo y democracia, cit.~ pág. 24:
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS PDLITICA
jurídico-,político: el romanticismo pone en ¡narcha la corriente de
ideas de que
se nutre la moderna democracia y todo el sistema
de
sus ideales éticos y educativos. Así, Eugenio Vegas, lejos de
ver en. ésta
una legítima opción política, la contempla como una
concepción del mundo íntima y
radicalmente opuesta al orden
natural y

cristiano, esto es, a la doctrina católica sobre el origen
divino del
podet y a las leyes dadas por Dios mismd como cons­
titutivas de
las sociedades ( 6 ).
Francisco Canals, por su parte, ha captado muy agudamente
que
seria injusto negar lo que !a corriente romántica, en medio
de
una encrucijada histórica singular, tuvo de «esfuerzo positivo
revelador de posibilidades e iluminador de enteras vertientes, de
la vida humana, de valor permanente y profundamente auténti­
cas». Sin embargo,
lo que por encima de todo destaca es «el sen­
tido misterioso en el que el romanticismo posibilitó, a la vez que
movimientos
espirituales fecundos que están en el origen del mo­
vimiento católico moderno, también aquella profunda desviación
hacia un progresismo terreno y mundano que no
ha dejado desde
entonces de presentarse como la tentación
· permanente y el espe­
jismo desorientador de los ideales de actuación de los católicos»'.
Concretamente, la tesis central que defiende es que «el ele­
mento "cultural"· y "socialmente" constitutivd del catolicismo
liberal,
el que explica su génesis, condiciona su evolución suce­
siva, a la vez que pone conexión y continuidad a sus más diversas
y opuestas actitudes, es el romanticismo» (7). Pues, éste, que se
expresa en la rebelión del sÍljeto, del sentimiento, del instinto y
de la espontaneidad es -en el fondo-«una actitud de antro­
pocentrismo que propugna la autosalvación, la autorrealización
de la plenitud humana por las solas fuerzas del hombre». De ahí
que pueda afirmar que, a través del agregado ideológico de la
democracia moderna, en cuanto expresión política de ese desor­
den románticd, «el Estado moderno ha sido el más eficaz agente
(6) ar. FRANCISCO CANALS, «"Romanticismón y "deritocratja..'~ por Vegas Latapié», Verbo (Madrid), núm. 239-240 (1985), págs. 1.113'-1.115.
(7) In., Cristianismo y revolúción, cit., pág. 20.
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de descristianización y apostasía que se ha dado a lo largo de
todos los siglos de la historia del mundo cristiano» (8).
2. Una segunda observación, de carácter preliminar, y con
ánimo de centrar adecuadamente esta ponencia, deriva .de tomar
en
serid eL título. general de la reunión. «De la modernidad ro­
mántica a la postmodernidad anticristiana», pretende, a mi juicio,
enfocar
la singularidad propia de nuestro tiempo cambiante. Por
eso, considero
imprescil¡dib)e prestar alguna consideración al sig­
no de la postmodernidad, en relación incluso al signo romántico
que habría
. presidido la modernidad.
En primer término,
es cierto que la propia expresión de mo­
dernidad viene tocada de una cierta equivocidad, en cuanto puede
referirse al
$aeculum cristiano, a los «tiempos modernos» o a la
«ideología
moderna». ( «proyecto de los modernos» en la expre­
sión, bastante difundida, de Habermas). La acepción más intere­
sante a los efectos del presente estudio es indudablemente la
tercera. Sin embargo, aunque la primera de ellas ,-que nos lle­
varía a asociar la modernidad a la cristiandad, en cuanto depende
de
.la concepción de la historia como «historia . de la salvación»-­
parezca alejada del círculo de lo que aquí nos interesa, y aunque
la segunda no resulte especiahnente
aclaratoria de la actual si­
tuación -ya que una época de la historia universal contiene en
su seno una pluralidad
de. corrientes no siempre coincidentes-,
no dejan de presentar algún interés para el esclarecimiento de
qué sea la
postmodernidad y no dejan de influir en algnna ma­
nera en la aQnJigüedad que parece manar de su misma esencia (9).
En efecto, no puede eludirse la pregunta acerca de si el pre­
fijo «post» ·significa realmente «después» o si, por d contrario,
no denota más bien «super» o «anti». Así como si designa
una
época entera o tan sólo . una corriente ,-quizá la dominante-­
.dentro
de ésta. El profesor Eudaldo Forment, en la primera de
(8) In., «"Romanticismo'' y "democracia" vistos pot Vegas Latapié»,
loe. cit., ~s. Ll14-1.115,
(9) Cfr .. l'ETJ\R KosLOWSKI, «Modernitb de fütopie ·• la gnose», Catho­
lica (París), núm. 39-40 n993), págs.'.45 y sigs,
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISI$ POLITICA
sus Lecciones de metafisica, ha hablado -,,con referencia a ésta
en su relación con
la postmodernidad-de. superación, _retomo
y consumación (10). En .efecto, si en. el positivismo lógico supe­
ración de
h metafísica significaba destrucción, y en el existencia­
lismo renovación
y recuperación, en .el sistema de complementa­
riedad actual
-por usar la terminología expresiva de Apel ( 11 )­
se trata de un acercamiento o retornd. Si la modernidad puede
ser difinida por
los rasgos de . confianza ilimitada en la razón,
conciencia histórica,
utopía del progreso, principio de inmanencia,
reivindicación de
la libertad, ateísmo y fin de la metafísica; la
postmodernidad, a su vez, admite
la signiente caracterización:
irracionalismo,
fin de la historia, politeísmo de valores, primacía
de lo estético, fin de la Hbertad, indiferentismo religioso y post­
metafísica.
Un análisis cuidacloso de las anteriores ideas nos muestra que,
aunque la postmodernidad
-tal como in<;lica el prefijo «post»-­
ha venido después de la modernidad y la ha criticado muy dura­
mente, no
es algo completrunente distinto. de ella. Más aún, podria
ser
aprehen consecuencias,
pdrque esta radicalización -como escribe For­
ment-· es la que produce su disolución·(12); Así pues, la post­
modernidad
es la despedida y· a la vez la consecuencia de la mo­
dernidad, y al. asumirla y desarrollarla en su sentido más extremd
representa su
fin.
Jesús Ballesteros ha hablado de la postmodernidad como de­
cadencia
y comd resistencia, aunque luego no nos ayude dema­
siado en
el deslinde ( 13 ), Si se nos permite poner algo de nuestra
parte, como decadencia no ofrece
sión. El pensamiento débil,
el desconstructivismo, etc., muestran
la cara
. puramente disolvente del esquema de la modernidad,
(10} Cft. EUDALDO F9RMBN'r; Lecciones de metafísica, Madrid, 1993,
págs. 33 y sigs. .
(11) Cfr. K. O. APEL, La transfamraci6n de la f/losofla, Madrid, 1985.
(12) Cfr. EUDALDO FO)'MI/NT, op. cit., págs._37,y sigs.
(13}-Cfr. JEsús BALLSSTEB.ós, Poitmodernidad: decádencia o resistencia,.
Madrid, 1989. . .
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herido de muerte en su radicalización i::onnt acabamos de ver.
Como resistencia evoca un deseo de
salir del ambiente intelectual
dominante en
la modernidad. Un impulso que puede venir acom­
pañado del hálito de la vida, pero qué sucumbe al entorno en
que
se ha formado:· se puede saltar -según sentenció Gustave
Thibon-al vacío, pero no desde el vacío. Por eso, qmzá lo más
relevante de la situación presente sea que nos movemos entre una
serie de signos contradictorios que dificultan notablemente
la for­
mulación del diagnóstico y la proposición de la terapéutica.
11
3. Tras los anteriores prenotandos -y espero que se me
disculpe el excesivd detenimiento en ellos--, entiendo que lo
que se espera de la ponencia que me ha sido confiada es su apli­
cación
al terreno político. Y a éllo dedico las siguientes conside0
raciones, que habrán de ser forzosamente breves y en cierta me-
dida prospectivás. ·
Antes de nsda, una dificultad. El desarrollo de Eugenio Ve­
gas, es cierto, venía referido a un petiodo singular, el de entre­
guerras, en el que se hizo especialmente ¡,atente la «crisis de la
democracia» en todos los terrenos. El romanticismo jurídico Y
político, concretado en los caracteres basilares de formalismo y
subjetivismd, dio lugar -en el petiodo inmediatamente siguiente
a
la primera guerra mundial-a la que se· denominó «racionali­
zación del
derecho C011stifucional», expresión con la que verdade­
ramente se denotaba la «démocratización del derecho político».
La racionalización del poder, del parlamentarismo, del federalis­
mo, del sufragio, juntó con otros temas tales como los derechos
sociales o
las garantías constitucionales, fueron ampliamente de­
batidos, como deja a las claras el libro de Eugenio Vegas a que
hemos aludido al principio
de esta intervención.
En
la interpretación. de miestrp maestro, era preciso que «con
las constituciones
. de la postgµerra [ de. la primera guerra mun­
dial] triunfase y se implantase en toda plenitud la ideología roe
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS POLITICA
mántica y democrática, para que el mal que se encerraba en las
utopías
de Rousseau y de todos sus seguidores pudiese manifes­
tarse en toda libertad y llevar a los pueblos en la situación caótica
en que hoy se debaten» ( 14
). Y es que, mientras que en los Es­
tados de transición del siglo XIX aparecían amalgamados los prin­
cipios revolucionarios con
el residuo de los católicos --que neu­
tralizaban en
parte la virtualidad de aquéllos------, las constituciones
de postguerra, en cambio, supusieron en la · mayor parte de lcis
países la ruptura total con sus respectivas historias y la instaura­
ción en su lugar del Estado democrático, romántico

y liberal.
Los avatares que trajo consigo el resultado de Ia segunda
guerra mundial quebraron el sentido de
Ia evolución que resul­
taba incuestionable en los
años treinta, pot más que la reacción
más •virulenta -la que se ha englobado en la categoría politoló­
gkamente inane de
«los fascismos»-no estuviera menos susten­
tada que
«las democracias», contra las que aparentemente reac­
cionaban, en el inmanentismo y finalmente en el rotnantidsmo.
La restauración del Estado liberal, pese a la incorporación, sobre
todo en el nomenclátor, de elementos sociales, y su posterior
evolución
hacia la socialdemocracia . -en una suerte de tercera
vfa_c..., sólo han sobrevivido en el equilibrio inestable de la bipo­
Iaridad, fuera con guerra fría o con las tan distintas circunstancias de un hoy dominado por el des­
pliegue de la ideología americana del fin de la historia y la he­
gemonía liberal ( 15).
4. Sin embargo, en
su triunfo también despuntan los gér­
menes de la crisis. Y, de nuevo, vienen tocados por tal ambigüe­
dad, que
nos fuerzan a un cuidadoso discernimiento. · En efecto,
si auscultamos las tendencias políticas y sociales
más relevantes
del momento presente, encontramos en buena
parte de ellas un
(14) Cfr. EUGENIO ·VEGAS, Romanticismo y dem'OCt'ada, cit., págs. 77
y sigs.
(15) Cit. THOMAS M<>LNAR, L'bégémonie libérate, Lausana, 1992; Mr·
GUEL Awso, «La.hegemonía liberal», Verbo (Madrid), núm. 307-308 (1992),
págs. 841 y sigs.
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factor común: la crisis del Estado. como modo. característico de
encarnar la comunidad política en la modernidad.
En cinco ám­
bitos especiales. El primero es el de la quiebra de la soberanía,
entre la integración
supranacional y la desintegración inJ;rarregio­
nal, con el corolario de la eclosión nacionalista. El pretendido
«retomo» de
la sociedad civil, ante el retroceso -palpable de «lo
político», centra el segundo de los
lliveles de investigación. A
continuación hallamos
la reconsideración del papel del. Estado en
la economía.
En cuarto lugar, es el propio descrédito del modelo
político hasta ahora dominante
--a pesar de que, como en un
espejismd, se le viera no hace mucho campante en el esplendor
del
«fin de la historia»-el que nos introduce de lleno en el
desencanto y el agotamiento.
Finalmente, la cuestión del plura­
lismo despunta de nuevo en el paradigma
_de la «multicultura».
Diríamos, por resumirlo en una palabra, que nos encontramos
ante la secularización radical
y disolución total de las religioneJ>
civiles.
Como en todas las situaciooes de crisis, sin embargo,
oscila­
mos entre «signos contradictorios», perceptibles también en los
síntomas descritos. Así, muchos Estados
,-en especial los más
antiguos y_ consistentes-- presentan bases más sólidas que las de
las nuevas fórmulas.
La sociedad civil -tocada de una esencial
ambigüedad-también es a veces más un agregado de «lobbies»
y gro
pos de presión que _ un auténtico entramado. Et sic de cete­
ris. Por ello, en consecuencia, al derribar el Estado modernd hoy
tambaleante
se corre el riesgo de disolver algo más profundo y
estable, la propia comunidad política,
De nuevo, como en tantos
campos de conocimiento, nos movemos entre las contradicciones
de la «postmodernidad» (16).
5. Respecto del primero, el profesor Alvaro d'Ors las ha
descrito muy
agudru:nente: «La crisis del "Estado nacional", en
todo el
mundo, permite conjeturar un futuro de lo que he lla-
(16) Cfr. MIGUEL' AYUso, :«VEtat et la société· civile: pouVGir et liber­
tés»,--en el volum.e11 cólectivO La verité vous rendra Ubres, París, 1994,
págs, 301 y sigs.
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS POLITICA
mado "regionalismo funcional", es decir, una superación de la
actual estructura estatal:
ad extra, por organismos supranaciona,
les, y
a. la vez, ad intra, por au.tonomías regionales infranacionales.
Pero, por un lado, aquellos organismos
se han evidenciado ab­
solutamente vacíos de toda idea moral, como no lo sea la muy
vaga y hasta aniquilante del pacifismo a
ultranza, que sólo sirve
para favorecer la guerra mal hecha; por otro lado, el autonomis­
mo
se está abriendo paso a través de cauces revolucionarios, a
veces anarquistas, pero siempre desintegrantes, que no sirven
para hacer patria, sind sólo para. deshacerla .. Así, resulta todavía
hoy que ese "Estado nacional" llamado a desaparecer, subsiste
realmente como una débil reserva de integridad moral, pero sin
futuro» ( 17).
6.
En . cuanto al segundo, el retorno de la sociedad civil pa­
rece haberse constituido en una
de las claves más relevantes del
mdmento presente. Tanto
en el Este como en Occidente, y aun­
que
las. diferencias de ambas situaciones arrastren no pocas sin­
gularidades, lo cierto es que la temática de la sociedad· civil y sus
derechos presenta idéntica base común y porta también
seme­
jante ambigüedad.
En efecto, allí '-,e11 el Este---la socied:ad civil enierge, como
salida
al totalitarismo al menos en teoría extintd, tras la quiebra
del Estado controlador y planificador. Así
se descubre que, desa­
parecido
el tanto tiempo agente monopolizador y por tanto agre­
sor
-en la expresión de Bertrand de Jouvenel (18}-del orden
social, éste
se halla desarticulado y anémico. Aquí -en el Oeste---,
en cambio, en una primera y superficial aproximación, ha sido
el fracasd del Estado del bienestar propiciado por todo tipo de
socialismos liberales y socialdemocracias
el que ha puesto en
evidencia la necesidad de revitalizar la sociedad.
El neolibera-
(17) ALVARO n'ORs, «Tres aporías capitales», Razón Española (Madrid),
núm. 2 (1984), pág. 213. He desattollado este análisis en mi ensayo
«Acerca de la crisis de la nación», Verbo (Madrid), n6m. 309-310 (1992),
págs. 1.045-1.055.
(18) Cfr. BBRTRAND DE JouvBNEL, El poder, Madrid, 1956.
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lismo europeo, pues, se abraza con el neoconservatismo de allende
el Atlántico en
la «ideología americana» del ,«fin de la historia».
Tras una consideración
más• penetrante, sin embargo, descubri­
mos igualmente una sociedad deshecha en su totalidad y sustituida
-tras un proceso de creación de «nuevas feudalidades»--por
grupos de presión de todo tipo (19).
He -ahí, en consecuencia, Una-primera observación que se
alza ante nosotros con toda nitidez: no sólo en el Estado post­
socialista, sino también en el «Estado del malestar», cuando
se
habla hoy de · sociedad civil o se invocan sus derechos frente al
orden estatal
la referencia -no viene hecha a la auténtica sociedad
ni a la verdadera libertad civil. Más bien estamos ante un suce­
dáneo que encubre propiamente lo que Marce! de Corte -tras
la estela maurrasiana-denominó una disociedad (20). Un ejem­
plo muy revelador y muy reciente al tiempo se encuentra en la
retórica de la subsidiariedad, campante tras su inclusión en el
Tratado de Mastrique, y tan
alejada del recto sentido con que
la doctrina social de
la Iglesia le había dotado (21). Lo que, en
alguna medida, viene ocurriendo con toda la doctrina social de
la
Iglesia, desnaturalizada en su aparente apogeo, y reducida muchas
veces, pues otras
la tergiversación es opnesta, a una prédica
ideológica liberal,
al igual que la sociedad civil languidece bajd
el maquillaje de su supuesto florecimiento (22).
7. No oftece duda tampoco
la necesidad de replantear la
(19) Cfr. THOMAS MoLNAR, Le modele dé/iguré, L'Amérique de Toc­
,qufville a _Carter, París, 1978.
(20) Cfr. _MAI!.CEL DE CORTE, «Pe la. sociedad a la termitera. pa,ando
por la "disociedad"», Verbo (Mad,.-id), núm, 131-132 (1975), págs. 93 y sigs.
· (21) Cfr. JuAN MANuEL RoZAS, «El princ;ipio de subisidiariedad en el
Tiátado ·dé Masttique y en la doctrina social de la Iglesia», Verbo (Madrid),
núm. 313-314 (1993), págs. 255 y sigs.
(22) Cfr. PATRICIO H. RANoLI!, «¿Qué es hoy la sociedad civil?», Ver­
bo (Madrid), núm. 303-304 (1992); págo. 241-251. Entre la bibliografía más
reciente han de mencionarse las obras del liberal VfcTOR PÉREZ DfA.z y del
antiliberal THOMAS MoLNAR. Más antiguas, pero absolutamerite imprescin­
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS POLITICA
función del Estado en la vida económica. Por un lado, .el mundo
comunista, con la abolición de la propiedad privada, comportaba
la
diminación de un poder · económico específico y la absorción
de todo el poder en las únicas manos del Estado. Pero.en
el mundo
occidental, a través del intervencionismd, ocupó no despreciables
sectores de la actividad económica que,
ahora, no puede aban­
donar sin generar graves injusticias. Así pues, parece inviable un
puro liberalismo carente de
recursos para asumir los costes so­
ciales de una economía de mercado. Pierre de Calan, hace treinta
añds, sometió a crítica 10s plantean:iientos mecanicistas ei-i" econo­
mía, defendiendo una visión más « biológica» de la misma. Así,
«la vida social exige, ante todo, la expansión de la vida en
cada
una de sus células». «Ciertamente que entre todas las células
existen interdependencias vitales,
pero· tan complejas que en el
más petfeccionado de los robots y la más poderosa de. las má­
quinas electrónicas no .pueden . sustituirlas más ··que una ,;!ébil
parte, y que la ciencia se halla lejos .de haber cohcluido de. ana­
lizar».
En su opinión
dos fueron los errores principiales del libera­
lismo
en, materia económica, E/ primero, olvidar que «la voluntad
consciente puede modificar el comportamiento
y la acción· de las
diversas
partes del. cuerpo social» .. El segundo engarza con el
desarrollo del anterior: «Pero se pretende aplicar esta acción
constantemente
_a todos los· órganos, a tC!C!as :las células .. Se eje~ce
en los solos casos y en los solos ámbitos. en los que se la juzga
necesaria
y, normalmente, la mayor pa,;te de las fun<;iones vita­
les conservan
su carácter reflejo. Por lo demás, la acción directriz
de la voluntad se ejerce de· una manera, difusa, .. por el ,juego de
incitaciones, conexiones, inter..-tea~ones: múltiples·.Y, en gran par­
te, inconscientes. No comporta, indicaciones precisas,' ,;ladas de
modo preciso a cada célula. Ciertamente, en fin, el cuerpo' social
y la vida económica están expuestos ., a enfermedades --a las
atrofias
como a los cánceres-y el otro grave error del liberalis­
m<;> primario ha sido el de negar estas enfermedades o el de de­
clararlas incurables. Pero el tratamiento .de un organismo vivo es
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MIGUEL A YUSO
infinitamente más empmco y más complejo que el cambio de
una pieza mecánica o que el
corte eléctrico» ( 23 ).
Un planteamiento como ·et· anterior reclama de modo inexcu­
sable una sociedad estructurada
y operante, pues de lo contrario
la retirada del Estado sólo genera
--al menos durante un período
de transición, y siempre supuesto que las cosas se orienten en
la ditección adecuada-el vacío y la falta de cobettura de nece­
sidades que son reales. En un sistema, por poner un ejemplo,
por grueso que sea, en el
que. se ha estatizado la sanidad y se han
suprimido todas las instituciones sociales que en otro tiempo
cumplían
tal función, la desestatización del sector llevará consigo
inevitablemente, a no set que
se devolvieta la vida a aquellas
instituciones
-lo que no es cosa de un día-, el abandono de
grandes masas de población. Una
vez más, y de momento -he
ahí lo que estamos llamando signos contradictorios-, parece
preferible
el mantenimiento de un Estado en sí mismo invasor
al hberalismo del «zorro libre en el gallinero libre», insoslayable
donde
no hay auténtica sociedad.
8.
En lo que toca al cuarto ámbito de operatividad de la
ambigua crisis del Estado,
se halla el descrédito del· sistema po­
lítico imperante. El desencanto, el abstencionismo, incluso el re­
chazo frontal de lo que significan los regímenes políticos esta­
blecidos
reinan por doquier y casos como el italiano revisten
especial gravedad. El desprestigio de la partitocracia, la crisis de
los mecahi.smos representativos dothinantes, la reacción airada
contra la corrupción muchas veces instalada en el corazón del
Estado, etc., son síntomas con una componente saludable. Pero,
¿hacia qué puetto
se encaminan tales actitudes? En ocasiones,
navegan a la deriva de la simple disolución o de las
utopías más
variadas, habitualmente intoxiéadas ideológicamente: pacifismo,
ecologismo, etc. En otras, son pilotadas hacia proyectos opacos
de
corte inequívocamente masónico y tecnocrático. La llamada
(23) PIERRE DE CALAN, Renaissance des libertés économiques et socia­
les, París, 1963, p,lgs. 42 y sigs.
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS POLITICA
«nueva democracia» o los designios de «profundización en la de­
mocracia» se convierten entonces en una coartada para el pro­
tagonismo del poder anónimo y vagabundo, hasta ahora tras
el
telón de fondo de las instituciones estatales.
9.
Finalmente, el pluralismo. Es sabido que el pluralismo
idieológico---que no

es la pluralidad
social, sino más bien opuesto
a
ella-ha venido a constituir uno de los fundamentos del Estado
democrático, que a estos efectos, es tanto como decir
del Estado
agnóstico.
Lo que 'ocurre es que, con todo, durante mucho tiem­
po, los Estados democráticos han articulado una ortodoxia pú­
blica liberal, pero que
-de modo quizá incoherente con los pro­
pios basamentos filosóficos.- retrocedía ante ciertas consecuencias
derivadas
de la asunción de un pluralismo radical. Había una
«cultura» y una «tradición»
--eso sí, liberales, democráticas­
que operaban
como freno y como límite. Hoy asistimos, sin em­
bargo, a la radicalización del proceso en el discurso de la multi­
cultura y del antirracismo.
Las inmigraciones masivas, el plura­
lismo religioso creciente,
la expansión de las sectas, etc., son pro­
blemas que no pueden ser abordados y menos aún solucionados
desde un palenque absolutamente relativista. Así pues, el estallido
de la
cultura laica dominante sólo conduce a desatar fuerzas cen'
trífugas
y no a reconstruir los cimientos de una comunidad (24).
m
10. La solución, indudablemente, no se halla en un plano
tan proclive a crear ambigüedades y contradiociones. E11 el fond&,
de acuerdo con una explicación que tiene sus antecedentes en
Montesquieu
y Tocqueville, en Edmund Burke y Lord Acton, en
Donoso Cortés
y Vázquez de Mella, en la democracia alienta una
(24) Cfr. MIGUEL Aw'so, «Les formes nouvelles de subversion», Per­
manences (París), núm. 298-299 (199}), págs. 77 y sigs.; JuLES MoNNEROT.
«Racisme et identité nationale», en el -número especial de la revista Itiné­
raires, titulado Le soi-disant anti-racisme, París, 1990, págs, 36 y sigs.
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Fundaci\363n Speiro

MIGUEL A YUSO
tendencia que cónduce al despotismo, y totalitarismo y liberalismo
no son en modo alguno opuestos. Talmon historió con todo lujo
de detalles «the origins of totalitatian democtacy» y no
admite
duda que la realización práctica de los inmanentismos explícita­
mente monistas o pretendidamente
pluralistas se ha traducido
siempre en la absolutización
de lo político y la divinización del
poder, resultando totalmente intrascendente en este punto el jue­
go dialéctico democracia-dictadura (25).
En este sentido,
.la esencia del totalitarismo reside ,en la ne·
gación de toda trascendencia y en la absorción de todas las
instituciones y actividades por
el Estado. Frente al mismo, cual­
quiera que sea la forma de que se recubra, si saltamos de plano,
son de destacar dos grandes líneas de defensa
-allí donde toda­
vía
se conserven restos qe auténtica. libertad-. o de reconqnista
-donde se haya extinguido-: a) la necesidad de que el derecho
trascienda al Estado,
y b) el reco,¡ocimiento de un escalonado
pluralismo de órdenes sociales en la unidad política.
11.
La primera lleva derechamente a la revisión· de la doc­
trina qe Jas fue,¡.tes del dere¡:ho y a la .revalorización del, derecho
natural. No
s_erá posible remontat el proceso de ctecimiento del
pod_er sin un retorno vjgoroso a la fe en la trascendencia divina,
de
la que dimana un orden natural objetivo, moral y jurídico,
que el Estado debe respetat.
En varias ocasiones me he esforzado
en
cuestionat que sea legítima -e incluso sencillamente facti­
ble--la convivencia de los &tersos opinantes sin referencia a
un absoluto moral. Otra cosa distinta
es cómo se concreta neta­
mente esa
subordinación como profesión de principios, cómo se
asegura por los instrumentos de acción política . e incluso cómo
se. cuida en la dimensión educativa de .la atmósfera social. Pata
111uchos es tentador simplificar, como si todo se resolviese con
decir que la Iglesia no necesit,¡. apoyatse en el poder civil ni debe
(25) Cfr. LEO TALMON,-The origins of totalitarian democracy, Londres,
1952. He desarrollado esta·-cuestión en mi ensayo «El totalitarismo demo­
crático•, Verbo (Madrid), núm. 219-220 (1983), págs. 1.165-1.198, o en el
vol.
¿Crisis en la democracia?, Madrid, 1984, págs. 121-154.
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS POLJTICA
hacerlo, y que le basta gozar con la libertad común en un Estado
democrático:
Pero. el problema permanente es otro, en el que
«libertad» y «poder» quedan subsumidos en
algo más radical:
la predicación de la Iglesia acerca de los deberes del poder civil
y los ciudadanos, Por tanto, ne, es. sólo c6mo ha de tratar el po­
der a
la· Iglesia, respetando su libertad en· la sociedad civil, sino
cómo debe ejercer
el poder su . propia misión en et orden moral
y con relación a
la vida religiosa (26).
12, La segunda implica: una esfera. de libertades civiles
-sin las cuales las políticas · resultan vanas~; la necesidad de la
propiedad privada para salvaguardar los ámbitos de lo politico,
lo económico, lo laboral y lo cultural; y
la pluralidad de órdenes
socialé$¡_ con: su correspondiente autonomía jurídica, oi;gánicamen-_
te art:ig,]ados. Un gran economista franc¿s,:recientemente falle­
cido; Louis
Salieron, escribía a prop6sito de la difusión de la
propiedad que· si la p<;rsona humana deja de poder inscribirse en
las relaciones primeras donde se. manifiestan, se afirman y se
instituyen su libertad,
· su capacidad de iniciativa y de compro­
miso, su responsabilidad
y -por decirlo de uná vez--su misma
naturaleza: y los. primeros escalones .de sus Jines supremos, será
arrastrada. Para que
la. «socialización» no. devenga «socialismo»
hace falta la propiedad, como hacen falta ·todas .. las formas de
mutualidad, de
cooperación, de· asociación, de agrupación volun­
taria que van al encuentro de las leyes del Estado y de las insti­
tuciones de reparto. Porque
,-concluye-«lo que hoy _amenaza
al hombre es el Leviatán, es el monstruo; es el número, es la
burocracia,
es el autómata». «Para. dominar la materia. sutil que
(26) Cfr. MIGUEL AYUSO, «Hacia unas nuevas relaciones Iglesia-Esta­
do», Verbo (Madrid), nóm. 301-302 (1992), págs. 75-80; «Droit constitu­
tionnel-et valeurs morales -pour un nouveau typé .de relations entre l'Eglise et
l'Etat», en el volumen Le chrístianisme, ferment d'unité, París, 1992, págs.
143-150.
En un ensayo más antiguo, titulado «La unidad católica y la Espafia
de mañana», Verbo (Madrid), núm. 279-280 (1989), págs, 1.421'1.439, he
desarrollado más la cuesti6n, con especial referencia a textos del doctor
GUERRA CAMPOS.
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MlGUEL A YUSO
la circunda por doquier, debe en el plano natural asegurarse ante
wdo un arraigo más profundo. Debe salvaguardar las naturales
prolongaciones
de su ser en las cosas -esto es, la propiedad~
y en sus semejantes -esto es, el contrato-» (27).
Lo anterior nos eonduce a las limitaciones orgánicas del po­
der, La mera existencia de una sociedad fuerte y vigorosa es un
eficaz mecanismo disuasorio frente a
las veleidades expansivas
del poder político. Pero
si la sociedad está, además, estructurada,
y en sus distintos niveles rige el principio de autonomía jurídica
-lo que en la tradición española se denominaban fueros-, se
multiplican las garantías de libertad y se reducen a su mínima
expresión
los temores de abuso. El filósofo belga Marce! de Corte
lo ha expresado sintéticamente: «Todo Estado construido sobre
comunidades naturales
y sobre la radicación· que ellas difunden
ve de tal modo reducido su poder a su justa medida, que tara­
mente actúa como una · manifestación de una fuerza exterior a
los ciudadanos. Por el contrario, todo Estado sin sociedad es
axiomáticamente coercitivo, policíaco, armado de un ·arsenal de
leyes y reglamentos encargados de dar sentido a las conductas
imprevisibles
y aberrantes de los individuos. Su tendencia al to­
talitarismo
es directamente proporcional a la desaparición de las
cotnunidades naturales, a
la ruina de las costumbres, a la debacle
de la educación»
(28).
Este texto, sumamente preciso, adara una buena parte de
las cuestiooes que levantan las limitaciones al poder · del Estado
por la verdadera sociedad civil y, sobre todo, da respuesta al gran
tema del cambio de signo del poder
y, de resultas, de la libertad.
En efecto, la clave del aspecto humano de los poderes antiguos
radicaba en
la cohesión hondfsima de la ortodoxia pública cató­
lica
y en la variedad y libertad fecondas de lo que Donoso Cortés
llamó
las «jerarquías sociales». La 'teoría y la praxis liberales, en
cambio, y abriendo
la sima en cuya profundización han colabo-
(27) Loms SALLERON, Dif/user la proprieté, París, 1964, pág. 74.
(28) MARCEL DE CoRTB, «L'education politique», en el vol. Actes du
CongrCs de Laussane III. Politique et loi naturelle, París, 1967, pág. 72.
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ROMANTICISMO Y DEMOCRACIA DESDE LA CRISIS POLITICA
rado todos los totalitarismos, no sólo ha negado la limitación del
poder que
es fruto de la «pluralidad» social, sino que ha despe­
dazado a la sociedad desde dentro, negándole la coherencia con
el «pluralismo».
13.
En los países de Occidente conviven -lo explicó en
un libro capital Vallet de Goytisolo
(29)--en diversas propor­
ciones, de una parte, una sociedad integrada por familias -ron
el soporte material de la propiedad, la previsión y el ahorro y
con el impulso de
la responsabilidad de su cabeza-, y de otra,
una masa amotfa de población tutelada por el Estado, con el
porvenir sólo cubierto por
la seguridad social estatalizada y ol,li­
gatoria, a la que se promete liberarla de toda responsabilidad pa­
trimonial. La protección de esas masas -proletarizadas y desa­
rraigadas-obedece inicialmente a una necesidad social y a una
razón de justicia, pero generalmente amplía y fomenta la propia
masificación. En los países del Este quizás resulte
más cercana
a su realidad esta segunda parte del cuadro. Y la crisis
moral a
la que antes
me refería unifica de nuevo el panorama aquí y allá.
Por tanto,
por un lado, la ayuda a las masas debe encami­
narse en otra linea: la
de la desmasificación, promoviendo la
difusión de
la propiedad, estimulando el sentido de la responsa­
bilidad y favoreciendo que esto se realice
espontáneamente con
mediación de la familia y
de los cuerpos sociales, con el debido
respeto al principio de subsidiariedad. Y, por otro lado, sólo
acompañada por la regeneración
moral puede resultar fructífera
cualquier acción.
De no ser así no saldremos de los vaivenes de
(29) Cfr. JuAN VALLET DE GoYTISOLO, Sociedad de masas y derecho,
Madrid, 1968. Pueden verse también1 del mismo autor1 en relación con el
tema aquí tratado, «El hombre ante el totalitarismo estatal: líneas de de­
fensa politico-jurídicas», Verbo (Madrid), núm. 124-125 (1974), págs. 385-
416; «Libertades civiles y libertades politicas», Verbo (Madrid), núm. 265-
266 (1988), págs. 699-729; «Podetes politicos y poderes sociales: totalitarismo
y distribuci6n de poderes», Verbo (Madrid), núm. 285--286 (1990), págs. 757-
802. Por mi parte, véase «Las limitaciones dd poder», Verbo (Madrid),
núm. 285-286 (1990), págs. 737-755.
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MIGUEL A YUSO
la política romántica,. de la modernidad a la postmodernidad y
sus ambigüedades. De no atajarse en breve el mal, comenzando
el
lento remontar de una corriente que amenaza despeñarnos,
podemos encontrarnos en esa situación que el clásico latino
in­
mortaliro: que nuestra sociedad no soporte ni sus males ni sus
remedios.
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