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El matrimonio como sacramento y la familia como iglesia doméstica

EL MATRIMONIO COMO SACRAMENTO Y LA FAMILIA
COMO IGLESIA DOMESTICA
POR
}OSÉ M.• Plll'IT Suu.Á
El tema propuesto como clausura de esta reunión dedicada
monográficamente a
la familia, está ya de hecho elaborado por
el actual Pontífice a lo
!¡µ-ge, de todo su magisterio, de modo ~s­
pecial en la encíclica Familiaris Consortio, de 1981, que constituye
un armonioso y rico análisis
acerca del matrimonio y la familia,
así como en
la reciente Carta a las familias, con ocasi6n de la de­
claraci6n por la UNESCO del año 1994 como Año I nternaciom¡l
de la familifJ. A esta iniciativa política, como sabéis, se ha unido
la Iglesia por deseo del Pontífice quien, más que nadie, se ha
preocupado
de la familia. Juan Pablo II pasará, ciertamente, a la
historia
de la Iglesia como el «Papa. de la familia». Seguiremos,
pues, las sugerencias pontificias en
la exposici6n del tema, bus­
cando sobre todo alguna conclusión práctica para nuestra vida
familiar.
Los dos aspectos propuestos en este título, el matrimonio como
sacramento
y la familia como iglesia doméstica están íntimamente
relacionados.
La conexi6n entre ambos está sugerida por un sig­
nificativo texto de la mencionada Carta a las familias. Escribe
allí Juan Pablo
II:
cNo se puede, pues, comprender a la Iglesia como Cuerpo mís­tico de Cristo, como signo de la Alianza del hombre con Dios en
Cristo, como sacramento universal de salvación, sin hacer referencia
al "gran misterio", unido a la creación del hombre varón y mu­
jer,
y a su vocación para el amor conyugal, a la paternidad· y a la maternidad. No exi.Ste el "gran misterio", que es la Iglesia y
Verbo, núm. 339.340 (1995). 1087-1096 1087
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JOSE M." PETrI' SULLA
la humanidad en Cristo, sin el "gran misterio" expresado en el
ser "una sola came" {cf. Gén., 2, 24; Ef., 5, 31-32), es decir, en
la realidad del matrimonio y de la familia,
La familia misma
es el gran misterio de Dios. Como "iglesia
doméstica 11, es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro
de ella cada iglesia particular, se manifiesta
más inmediatamente
como esposa de Cristo
en la "iglesia doméstica" y en el amor que
se vive en ella: amor conyugal, amor paterno y materno, amor
fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones>
(núm. 19).
Comentemos brevemente cada uno de estos dos párrafos. En
cuanto
al primero, advertimos que es San Pablo el que nos re­
cuerda la relación entre el significado de la iglesia como cuerpo
de Cristo y el «misterio» de la unión conyugal entre el hombre
y
la mujer. El texto paulino, para mostrar el gran valor del ma­
trimonio· humano, quiere iluminar el sentido del mismo a la luz
la unión matrimonial ha de
ser tan íntima y tan espiritual como
la de Cristo y su Iglesia, su cuerpo místico. Y Cristo ha amado a
la Iglesia hasta morir por élla; . de la misma manera, pues, los
esposos han de vivir con tal donáción y fidelidad
y, en particular,
el varón debe amar a su mujer como a su propio cuerpo, porque
así como la Iglesia es el cuerpo de Cristo así la mujer debe ser
el cuerpo del varón_. Este es el bien conocido sentido de la carta
a los efesios (Ef., 5, 22-32).
Partiendo de esta interpretación tan audaz e insólita pero,
desde luego, inspirada de san Pablo, Juan .Pablo II entiende en
el párrafo arriba citado que .el misterio de salvación, que es propio
de la Iglesia,
es la consumación del plan divino que, «desde el
principio», ha creado
al hombre y a la mujer para la vocación
.del amor mutuo y la constitución de una comunidad de salvación.
La Iglesia fundadá por Cristo es la plenitud del sacramento del
amor y de la salvación· pero, por fo mismo, no hay que · olvidar
que
la familia manifiesta la «inmediatez» de este amor y de esta
~alvación. Hay una aparent~ «inversión» en la interpretación de
nuestro Pontífice, respecto a la letra del texto· sagrado. Pero no
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MATRIMONIO COMO SACRAMENTO Y FAMILIA COMO IOLESIA DOMESTICA
es una inversión, propiamente, sino una reciproca y necesaria re­
ferencia.
En realidad el apóstol de los gentiles dice que el matrimonio
es un misterio grande y que para . entender este misterio hay que
remontarse a Cristo y
a su Iglesia. Es una
analogía en la que hay
un analogado principal que, sin duda,
es el de la relación de
Cristo a su Iglesia. Cristo
ya ha fundado su Iglesia y ha muerto
en
la cruz por ella. La realidad sobrenatutal ilumina la realidad
. natural que, sin aquella referencia podría verse reducida a
úna
mera unión carnal y egoísta. Pero este misterio sobrenatutal . es
la plenitud dé una realidad creada anteriormente por Dios, la del
hombre y mujer con vocación de amor mutuo y
dé fecundidad.
No hay
más que una Humanidad como uno solo es Dios que la
ha creado.
En este sentido,
el Papa nos invita a que meditemos que la
relación matrimonio-Iglesia debe también entenderse recíproca­
mente: el matrimonio
es el punto de partida para comprender a
la Iglesia. ¿En qué sentido la realidad natural del matrimonio da
luz sobre la esencia misma de·
la Iglesia? La Iglesia no es una
superestructuta social. Es,
sin duda, una sociedad, una sociedad
perfecta, pero su carácter,
·su 'idiosincrasia, su relación fundamen­
tal con Dios,
es como la de un matrimonio: Cristo se ha despo­
sado con su Iglesia. El matrimonio
es; como lo proclamaban los
profetas . de Israel, el modo de relación entre Dios y el pueblo
escogido. Al pensar en esta conexión
de tnatrimonio y de Iglesia,
no se piensa sólo en la relación entre lo natural y lo sobrenatu­
ral sino también, desde un punto de
vista cristocéntrlco, de la
relación entre la creación y la redención, como pertenecientes
ambos misterios a un único proyecto divino. Cobran aquí rele­
vancia las fuertes palabras de Jesús desautorizando
la «libertad»
concedida por Moisés a los judíos que querían divorciarse, por la
dureza de su
corazón: al principio no fue así. Lo que Dios ha
unido no lo separe el hombre (Mt., 19, 3-12).
* * *
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/OSE M.ª PETIT SULLA.
Pensemos ahora un poco más en el segundo párrafo del frag­
mento citado de la Carta a las familias, que nos invita a profun­
dizar en el tema de
la familia como. «misterio de Dios», como
iglesia doméstica. Para ello
será bueno, ante todo, enlazarlo con
el sentido cristiano del matrimonio, tal como en el
título del

tema
propuesto
se establece y tal como hemos establecido en la expo­
sición precedente.
En la
encíclica Familiaris Consortio destacaba el Papa el sen­
tido del matrimonio cristiano en la perspectiva del proyecto único
de Dios: la palabra de Dios nos aclara
el sentido del matrimonio
cristiano como misteriosa y real participación en el amor mismo
de Dios hacia la humanidad:
cEl momento fundamental de la fe de los esposos está en la
celebración del sacramento del matrimonio~ que. en el fondo de
su naturaleza es la proclamación, dentro de la
Iglesia, de la buena
nueva sobre
el amor conyugal. Es la Palabra de Dios que "revela"
y "culmina" el proyecto sabio y amoroso que Dios tiene sobre los
esposos, llamados a la misteriosa y real participación en
el amor
mismo de Dios hacia la
humanidad> (núm. 50).
Idea que se completa con la siguiente:
Entendido así el matrimonio, veamos cómo la
familia que se
constituye a partir de él ha de ser, es de hecho, una comunidad,
una «asamblea» que
sea como una pequeña pero verdadera igle­
sia. La terminología iglesia doméstica nos era desconocida, pues
aunque muy antigua no
se usaba normalmente en la Iglesia, hasta
el
Concilio Vaticano II, en su constitución Lumen Gentium, nú­
mero 11. Su desarrollo podemos encontrarlo en la encíclica Fa­
miliaris Consortio, en todo el apartado IV de la misma, que trata
precisamente de la participación de la familia en la vida y misión
de la Iglesia.
«Para comprender mejor los fundamentos, contenidos y caracte­
risticas de tal participación -leemos en el núm. 49-, hay que
examinar a fondo los múltiples
y profundos vínculos que unen
entre sí a
la Iglesia y a la familia éristiana, y que hacen de esta
última como
una "Iglesia en miniatura" (Ecclesia domestica) de
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MATRIMONIO COMO SACRAMENTO Y FAMILIA COMO IGLESIA DOMESTICA
modo que sea, a su manera, una imagen viva y una representación
histórica del misterio mismo de la Iglesia».
Un compendio de esta doctrina ha sido también recogido en
el
Catecismo de la Iglesia Cat6lica, en varios números, a:! hablar
de
la participación de la familia en la vida y misión de la Iglesia.
Es el texto del Catecismo
el que nos servirá de modo especial
para nuestra reflexión, porque aparecerán
dos ideas directrices
sumamente importantes.
La primera es, digamos, de naturaleza,
la segunda de misión. Desde el punto de vista de la naturaleza
de la Iglesia,
hay que decir que ella es una familia: «Cristo quiso
nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de Maria.
La Iglesia no es otra cosa qne la "familia de Dios"» (Cat. núm.
1655).
El hecho de que la primera Iglesia, la primera comuni­
dad cristiana, la constituyó
la sagrada Familia, antes, por cierto,
de la predicación pública de Jesús, muestra esencial
y existen­
cialmente la naturaleza
de la Iglesia.
Y, desde el punto de vista de la misión de la Iglesia, no se
puede olvidar la importancia de la familia, ya . que ellas fueron
los núcleos de las primeras iglesias:
«Desde sn orígenes -dice
el Catecismo en el citado epígrafe---el núcleo de la Iglesia estaba
a menudo constituido por loa que, • con toda su casa", hablan lle­
gado a ser creyentes (cf. Hch, 18, 8). Cuan!lo se convertían desea­
ban también que se salvase "toda su casa" (cf. Hch. 16, 31 y 11,
14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en
un mundo no
creyente».
Estos párrafos del Catecismo nos dan mucha luz sobre la
realidad y trascendencia de la familia. La familia cristiana es Igle­
sia porque, originariamente, la Iglesia nació en Nazaret como la
familia de Dios. Fue por voluntad de Cristo que, durante treinta
años,
la Iglesia coincidió con una familia, la que formaban Jesús,
María
y José.
Pero
no sólo es válido hablar de la familia de Nazaret como
origen de la Iglesia, sino que también, como lo destaca expresa­
mente el texto citado,
si consideramos a la Iglesia fundada por
Cristo sobre
la roca de Pedro y los apóstoles, después de la as­
censión del Señor, la que surgía de la predicación apostólica, por
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JOSE M." PETIT SULL/l.
efecto de los trabajos de aquellos que habíao sido eoviados a
predicar a todo
el mundo, nos encontramos también que las con­
versiones fueron familiares. Y 1 en -un m.undO nó creyente, en un
mundo pagaoo que era politeísta y que además, por exigeocias
políticas, adoraba al emperador, la Iglesia cat6lica
la formabao
un conjunto
de familias como islotes de fe eo el mar de la incre­
dulidad.
Ahora bieo, la aplicaci6n práctica, para nuestro tiempo; de
esta eoseñanza de
la historia de la Iglesia la propone de inmediato
el mismo catecismo cuaodo en el número siguieote nos dice:
«En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e in­
cluso hostil a
la fe, las familias creye~es tienen una importancia
primordial
en cuanto faros de una fe viva e irradiadora» (núm.
1656).
Faros que, siguieodo la misma metáfora, iluminao el navegar de
todos los cristiaoos en
el mar de la actual paganidad. El mundo
que ríos rodea, dice el· catecismo, no sólo ·es extraño sinb incluso
hostil a la fe, aunque sea muy sutil, a veces, la manera de mani­
festar esta hostilidad.
El
carácter explícitamente salvador de la familia lo hallamos
también muy explícito eo la eoéíclica familiar de Juao Pablo II
dice:
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cPor su parte, la familia cristiana está insertada de tal forma
en
el misterio de la Iglesia (Jlle participa, ,a su me,nera, en la mi­
sión de salvación que
es, propia de la Iglesia, Los cónyuges y
padres cristi&nos, en virtud del sacramellto, ''.poseen su prop~o
don, dentro del Pueblo de Dio·s, en su estado y forma de vida". Por
eso
-no ,sólo "reciben" el amor de Cristo, convirtiéridose ·en comt:Í­
nidad "-salvada", sino que están también llamados a "transmitir"
a los hermanos el mismo amor de Cristo, haciéndose así comuni­
dad "salvadora".
De esta ,maner.a, _a ]a _vez que es fruto y signo
de la fecundidad sobrenatural· de la Iglesia, la familia cristiana
se hace símbolo, testimonio y participación de la maternidad de
la lgle'si&> (núm. ~).
* * *
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MATRIMONIO COMO SACRAMENTO Y FAMILIA COMO IGLESIA DOMESTICA
Una reflexión recapituladora nos invita a pensar en el hecho
de que somos nosotros, nuestras familias. de hoy, las que
han
recibido con mayor insistencia esta enseñanza acerca del carácter
eclesial de nuestra comunidad
familiar. Parejo progreso en la
consideración de la familia como iglesia, se ha producido por el
mejor conocimiento de dos aspectos fundamentales de la realidad
del plan salvífico de Dios en su Hijo divino Jesucristo.
El primero
es el mejor conocimiento del sentido del sacer­
docio. El punto de partida es conocer que el sentido del sacerdo­
cio es más amplio de lo que parece. En concreto, no hay un sólo
tipo de sacerdocio sino dos. Uno
es el ministerial, aquél que se
concede por la imposición de las manos y que faculta para el
ministerio litúrgico de la palabra, para la consagración del Cuerpo
del Señor, para el perdón de los pecados
y, en general, para la
administración de los sacramentos y
el gobierno de la iglesia. Pero
hay otro sacerdocio, que es el mismo de. Jes~cristo, que es un
sacerdocio según Melquisedec, es decir, segú,n su realeza.
El segundo
es el mejor conocimiento de la naturaleza y misión
de la Iglesia.
La Iglesia no es una sociedad que aspire a segregarse
de la humanidad, sino que la Iglesia ha de ser la misma humani­
dad redimida que se incorpora a Cristo con todas sus realidades
humanas.
La Iglesia es, como dice el Concilio Vaticano II, esen­
cialmente evangelizadora, misionera. Pero al realizar esta misión,
como enseña Juan Pablo
II, la Iglesia no se predica a sí misma
sino que anuncia el
.Reino de Cristo. Analicemos por un momen­
to estos dos aspectos que están. íntimamente relacionados.
El sacerdocio común de los fieles procede del hecho de ser
cristianos, otros Cristos. Y Cristo
es sacerdote por ser rey. De
aquí que nuestro sacerdocio común, no ministerial, sea un sacer­
docio regio. La existencia de este sacerdocio no había sido su­
ficientemente explicada y vivida. Estamos habituados todavía
hoy a pensar el sacerdocio un tanto unilateralmente, como el
conjunto de los hombres elegidos· por Dios para dispensar los
dones divinos y representarle a
Él en esta donación. Sin duda
existe este sacerdocio y Cristo
lo instituyó como una perfección
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JOSE M," PETIT SULL.ti
de la ley antigua. Pero los dones que este sacerdocio ministerial
dispensa proceden de un Sumo sacerdote
absoluto que, por serlo,
no puede estar en
la misma analogía que el sacerdocio «elegido
de entre los hombres», sino que
es el mismo Redentor de la hu­
manidad. A su vez, Aquél a quien representa es sacerdote autén­
tico, es decir, por sí mismo, el que puede, por sí mismo, repre­
sentar a toda la humanidad y dirigirla porque es el rey de reyes
y señor de los que dominan.
Bajo este aspecto inserta el catecismo
la actividad eclesial de
los miembros de la familia en el sacerdocio común de los fieles,
que
es el sacerdocio que adquirimos con el bautismo:
cAquí es donde se ejercita de manera privilegiada el ~acerdocio
bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijo&, de todos
los miembros de
la fámilio (núm. 1657).
Pensamos, con razón que hay Iglesia donde hay sacerdocio, pero
el sacerdocio que hay en la familia, lo que
la hace verdadera
Iglesia,
es el sacerdocio común. Es nuestra participación adoptiva
en la naturaleza de Cristo
la que nos hace sacerdotes.
No hay que pensar que por ser este sacerdocio común a todos
los bautizados, por tanto, tan extenso como la misma Iglesia,
sea
menos importante que el· sacerdocio ministerial que es más redu­
cido. Como ha puesto reiteradamente de relieve el Doctor Canals,
siguiendo a Santo Tomás, hay que reconocer que lo que en
la
Iglesia es específico se ordena a lo común como a lo más impor­
tante. El sacerdocio ministerial
se ordena a la difusión del sacer­
docio común, a que haya en el mundo otros Cristos que partici­
pen por adopción de la realeza de Cristo rey.
Esta reflexión nos invita ahora a pensar en
la naturaleza y
misión de
la Iglesia. Decíamos en una frase gráfica -que es del
actual Pontífice-- que la Iglesia no
se predica a· sí misma, sino
que predica el
reino de Dios. Es tanto como decir que la Iglesia
predica la conversión.
La Iglesia es «instrumento» pero el fin mis­
mo nd es hacer Iglesia sino hacer que la humanidad entera, el reino
de este mundo,
se haga, pase a ser, se convierta, según dice el
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MATRIMONIO COMO SACRAMENTO Y FAMILIA COMO IGLESIA DOMESTICA
Apocalipsis, en reino del Señor y de su Cristo, su ungido. La
transformación que conlleva la conversión no es estructural sino
interna. Esta tarea
es la que el Concilio Vaticano II ha definido
como propia de los seglares,
la instauración del reino de Cristo.
Al pensar en
la misión de la Iglesia en esta perspectiva se
comprende la importancia de la familia y la validez de reconocerla
como Iglesia doméstica. El párrafo 49 de la encíclica
Familiaris
Consortio nos lo recuerda muy oportunamente:
cEntre los cometidos fundamentales de la familia cristiana se
halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio de la
edificación del Reino
de Dios en la historia, mediante la panici·
pación en la vida y misión de la Iglesia>.
Y de nuevo insiste en el epígrafe siguiente (núm. 50) en la
relación entre
la tarea eclesial propia de la familia y el estableci­
miento del reino de Dios en
el mundo con estas expresiones:
cLa familia cristiana edifica además el Reino de Dios en la
historia mediante esas mismas realidades cotidianas que tocan y
distinguen
su condición de vida. Es por ello en el amor conyugal
'Y familiar -vivido en su extraordinaria riqueza de valores y exi­
gencia.s de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad donde se
expresa y realiza la participación de la familia cristiana
en la
misión profética, sacerdotal
y real de Jesucristo y de su Iglesia.
El amor y la vida constituyen por
lo tanto el núcleo de la misión
salvifica
de la familia cristiana en la Iglesia y para la Iglesia».
La consagración, si me permitís la expresión, de la familia
como Iglesia doméstica
-las iglesias importantes celebran el día
de su consagración o dedicación-se ha producido en nuestro
tiempo con toda evidencia y
se han de sacar de ello las verdaderas
consecuencias. Cada una de nuestras familias ha de ser como un
templo consagrado al Señor. Cierto que en determinadas familias
vemos esto con más realización que en muchas otras, que viven
al margen de esta verdad. Pero precisamente la enseñanza de
Juan Pablo
II ha de servir para llamar a todas las puertas fami­
liares invitándolas a vivir su verdadera naturaleza.
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JOSE M." PETIT SULLA.
A la luz de las expresiones contenidas en el Magisterio del
Papa actual, nos damos cuenta de la gran responsabilidad. que nos
incumbre como miembros de una familia cat6lica, especialmente
si somos en
ella los responsables naturales, el padre y la madre,
de que nuestras familias sean verdaderamente pequeñas pero
ge­
nuinas iglesias.
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