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1995

Dios y la naturaleza de las cosas

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Introducción al tema «Dios y la naturaleza de las cosas»

INTRODUCCIÓN AL TEMA
«DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
POR
JUAN V AI.LET DE GoYTISOW
l. Para comenzar esta introducción al tema de nuestra XXXIV
Reunión nada me parece más ilustrativo, para nosotros, amigos de
la Ciudad Católica, que releer la contraportadilla que aparece en
cada número de VERBO desde hace bastantes años. En el
se trans­
criben dos textos.
El primero es de SAN PIO X en su Carta sobre Le Sillon, Notre
charge apostolique I, 11: « ... no se edificará la ciudad de un modo
distinto a como Dios la ha edificado; ... no, la civilización no está
por inventar, ni la nueva ciudad por construir en las nubes. Ha
existido, existe: es la civilización cristiana, es la ciudad católica.
No se trata más que de instaurarla y restaurarla, sin cesar, sobre sus
fundamentos naturales y divinos, contra los ataques siempre nue­
vos de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad: "omnia
instaurare in Christo"».
El seguido es de JUAN XXIII en Mater et Magistra, 217: « .•. el
aspecto más siniestramente típico de la época moderna consiste
en la absurda tentativa de querer reconstruir un orden temporal
sólido y fecundo prescindiendo de Dios, único fundamento en
que puede sostenerse». «Sin embargo, la experiencia cotidiana,
en
medio de los desengaños más amargos y aun a veces en.ere for­
mas sangrientas, sigue atestiguando lo que afirma el Libro inspi- ·
rada: "Si
el Señor no construye la casa, en vano se afanan los que
la edifican"».
En los primeros números que publicamos de VERBO, tradu­
cíamos de VERBE francés
un texto de cuatro párrafos. De ellos el
Verbo, núm. 349-3'.50 (1996), 87l-887 87'.5
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JUAN VALLET DE GOYTISOLO
primero estaba tomado de un discurso de ALBERT DE MuN en la
Cámara de Diputados de noviembre de 1876; y el segundo de otro
discurso del mismo DE
MUN, en la 3" Asamblea General del Cír­
culo Católico pronunciado el
23 de mayo de 1875. Los otros dos
párrafos habían sido añadidos
por la redacción de VERBE, sin duda
por Jeao Ousset. El texto entero es el siguiente:
«La revolución es una doctrina que pretende fundar la
sociedad sobre la voluntad del hombre, en lugar de fundarla
sobre la voluntad de Dios.
»Se manifiesta por un sistema social, político y económi­
co brotado de los cerebros
de los filósofos, sin la inquietud de
la tradición y caracterizado
por la negación de Dios sobre la
sociedad pública.
Es ahí donde está la Revolución y es ahí
donde hace falta atacarla. ·
»El resto no significa nada, o más bien todo deriva de
ahí, de esta revuelta orgullosa, de donde
ha salido el Estado
moderno, el Estado que
ha ocupado el puesto de todo, que se
ha convertido en dios y al que rehusamos adorar.
»La contra-revolución es el principio contrario, es la doc­
trina que hace apoyar la sociedad sobre la ley cristiana».
2.
Tanto esa primera contraportada de VERBO como la con­
traportadilla actual nos enseñao algo que teológicamente resulta
de todo el Antiguo testamento, desde el comienzo del mismísimo
Génesis. Dios al crear el mundo inscribió en él un orden, dinámico
sin
duda -y ésta es para nosotros seres temporales la mayor difi­
cultad-, al cual deben ajustarse todas las acciones humanas, todas
las realizaciones humanas.
Ahí está el aspecto teológico de la natu­
raleza de las cosas, acerca del cual nos ilustrará con su reconocida
sapiencia el Doctor
CANALS VIDAL.
Se trata de un orden natural, tanto material -geológico, físico,
químico, ecológico, histórico,
cultural-como moral y espiritu~,
que abarca tanto lo individual como lo social. Un orden de todas
las cosas en su conjunto
y en recíproca interacción; y de cada cosa,
en su ser y en su devenir, insito en ellas mismas en
la obra creadora.
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INTRODUCCION AL TEMA «DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
Es la ley eterna, de la cual su reflejo en la humana criatura es la ley
natural.
De esto nos hablará el profesor JOSÉ MARiA PETIT SULLÁ.
En esta Reunión nos corresponde enfocar esa naturaleza de las
cosas con su orden inherente, que
en esta tierra en la historia con­
fluye con la libertad del hombre.
Se produce así esa dialéctica his­
tórica
entre la libertad del hombre y el orden de las cosas, que no
sólo
es dinámico, sino que también está abierto flexiblemente a
múltiples posibilidades.
En especial a las derivadas a la acción del
hombre, quien
puede ajustarse a ese orden o desviarse a él y crear el
desorden, con sus consecuencias,
también previstas en el orden
universal. Como
dijo G!AMBATTISTA Vico, los nacimientos, pro­
gresos, apogeos y decadencias y ocasos de pueblos y civilizaciones
tienen
lugar según sea la conducta de esos pueblos. La que él deno­
minaba la historia ideal y eterna se mtieve por uno de los derroteros
previstos
por la divina providen~ia hacia una dirección de progre­
sos o de retroceso, de bienestar o
de desastre, según se emplee por
los pueblos la libertad.
3.
Se ha dicho que a «natural» se contrapone «artificial». Pero
no es del todo exacto. Con su reconocida sabiduría,
unida a su habi­
tual claridad, el profesor
ALVARO D'ÜRS, en su precioso librito De­
recho y sentido y común --aparecido hace muy pocos meses-lo ha
explicado traslúcidamente:
«"Natural"
se contrapone a "artificial". Lo "artificial" es lo que
el hombre hace con su ingenio
--que puede ser para bien y para
mal-, y lo "natural" -la naturaleza de las cosas-es lo que las
cosas son
por su creación divina. En la medida en que lo artificial
viene a desarrollar lo natural,
puede hablarse de naturalidad de lo
que el hombre hace;
en la medida en que el hombre perturba el
orden natural, obra contra la naturaleza, su actividad
es reprochable».
4.
JuAN PABLO II, en su encíclica Sollicitucw rei socia/is (29, 3),
refiriéndose al
dominio concedido por Dios al hombre sobre la tie­
rra
y los demás seres, advierte que al ejercerlo, «debe someterse a la
voluntad de Dios, que· le pone límites en el uso y dominio de las
cosas (cfr.
Génesis 2, 16, y ss.), pues la tarea de «dominar» a las
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JUAN VALLET DE GOYTISOLO
demás criaturas y «cultivar el jardín», «hay que hacerla en el mar­
co de
obediencia a la ley divina y, por consiguiente, en el respeto a la
imagen recibida,
fundamento claro del poder de dominio, concedi­
da en el orden de su perfeccionamiento (cfr. Génesis, 1, 1 26, 36; 2,
15 y ss.;
Sab 9, 2 y sig.)» (32, 2, inc. final).
Después
en Sollicitudo rei socia/is (nº 34) efectuó las siguientes
tes consideraciones acerca
del desarrollo humano dentro del orden
que los griegos denominaban cosmos.
Primera, «la conveniencia de tomar mayor conciencia de
que no se pueden utilizar impunemente las diversas cate­
gorías
de seres vivos o inanimados -animales, plantas,
elementos
naturales-, como mejor apetezca, según sus pro­
pias exigencias económicas.
Al contrario conviene tener en
cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión, en un
sistema ordenado, que es precisamente el cosmos».
Segunda,
es patente «la conciencia, cada vez mayor tam­
bién, de la limitación de los recursos naturales, algunos de los
cuales
no son, como suele decirse, renovables. Usarlos como
si fueran inagotables,
con dominio absoluto,' pone seriamen­
te en peligro su futura disponibilidad, no sólo para la ge­
neración presente sino sobre todo, para las futuras».
Tercera, deben considerarse «las consecuencias
de un tipo de
desarrollo sobre la calidad de la vida en las wnas industriali­
zadas. Todos sabemos
que el resultado directo o indirecto de la
industrialización es, cada vez más, la contaminación del am­
biente, con graves consecuencias para la salud de la población».
Y sigue, líneas después: «El
dominio confiado al hombre por el
Creador no
es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de
"usar y abusar", o de disponer de las cosas como mejor parezca. La
limitación
impuesta por el Crador desde el principio y expresada
simbólicamente con la
prohibición de "comer del fruto del árbol»
(cfr.
Gén. 2, 16 y ss.), muestra claramente que, ante la naturaleza
visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas, sino
también
morales, cuya transgresión no queda impune».
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INTRODUCCION AL TEMA «DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
Ese orden natural, en su interacción con el hombre, abarca no
solo lo que denominamos la naturaleza visible sino también la in­
visible, sobrenatural. El mismo JUAN PABLO II en su encíclica So-
1/icitudo rei socia/is, 31, 2, nos habló del plan divino en el que Cristo
se inserta en nuestra historia «marcada por nuestro esfuerzo perso­
nal
y colectivo por elevar la condición humana, vencer los obstácu­
los que surgen siempre en nuestro camino, disponiéndonos
así. a
participar en la plenitud que "reside en el Señor" y que El "comu­
nica" a su cuerpo, "la Iglesia"
(San Pablo, Colosenses 1, 18; cfr. Efe­
sios 1, 21-22), mientras el pecado, que siempre nos acecha y com­
promete nuestras realizaciones humanas, es vencido
y rescatado por
la "reconciliación" obrada por Cristo (Col 1, 20)».
Ahí tenemos conjugados, conforme la teología cristiana, el plan
divino y la libertad del
hombre acechada por el pecado, incidiendo
el sentido de la historia.
De la misma encíclica (47, 1) resulta que no es aceptable la
posición de los exégetas progresistas, que pretenden deducir
una
delegación incondicional y no limitada, ni siquiera de orden moral, de
Dios al
hombre para culminar la creación iniciada por Dios. Es
decir, la delegación para efectuar un cambio en el mundo, que será
transformado por el hombre, conformándolo a un orden nuevo impues­
to por el mismo hombre, animado por la esperanza de alcanzar, por
su propio esfuerzo, un Reino de Dios aquí en la tierra, como final de
la
historia.
5. En la encíclica Centesimus annus, JUAN PABLO II ha vuelto a
insistir en la existencia de un orden natural, enfocándolo en el as­
pecto hoy más palpable, respecto al cual los hombres se sienten
más sensibilizados; es decir, el
orden ecológico. Y la aptovechó
para extender esta preocupación
al orden antropológico, observan­
do el natural «ambiente humano» y
la necesidad «salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica "ecología humana"».
En estos aspectos, dice respectivamente:
«El hombre que descubre su capacidad de transformar y, en
cierto sentido, de "crear" el mundo con el propio trabajo, olvida
que éste
se desarrolla siempre sobre la base de la primera y origina-
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JUAN VALLET DE GOYTISOLO
ria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede dispo­
ner arbitrariamente de
la tierra, sometiéndola: sin reservas a su vo­
luntad, como si ella no tuviese
una fisonomía propia y un destino
anterior, dados
por Dios, y que el hombre puede desarrollar cierta­
mente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel
de colaborador de Dios
en la obra de la creación, el hombre suplan­
ta a Dios y, con ello, provoca la rebelión de la naturaleza más bien
tiranizada que gobernada por él». Y advirtió de nuestra justa preocu­
pación, «aunque mucho menos
de lo necesario, de preservar los "ha­
bitar" naturales de. las diversas especies naturales amenazadas de
extinción, porque nos damos cuenta de que, cada una de ellas, aporta
su propia contribución al equilibrio general de
la tierra» (nº 3 7).
E «incluso el
hombre -sigue el texto--es para sí mismo, un
don de· Dios y, por tanto, debe respetar la estrucrura narural y mo­
ral de que ha sido dotado». «El hombre recibe de Dios su dignidad
esencial y, con ella, la capacidad de trascender todo ordenamiento
de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicio­
nado
por la estructura social en que vive, por la educación recibida
y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar
su vivir según
la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se cons­
tituye un ambiente-humano, pueden crear estructuras concretas de
pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos
de diversas maneras
por las mismas. Demoler tales estructuras y
sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un come­
tido que exige valentía y paciencia» (nº 38).
Con esto, nos muestra
JUAN PABLO II que existe un orden natu­
ral antropológico que no puede violarse sin padecer las dañinas
consecuencias que-de ello
se originan, ni sin producir esas estructu­
ras malsanas que él mismo califica de «estructuras de pecado».
Creo que bastan estos textos como introducción explicativa desde
el
punto de vista católico. EsTANISLAO CANTERO, nos expondrá or­
denadamente la doctrina pontificia acerca de la naturaleza de las
cosas.
6. Comprendido
que no sólo existen cosas singulares y amor­
fas sino que en ellas existe un ordén y, por ende, tiene una estructu-
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INTRODUCCION AL TEMA "DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
ra, que es -dinámica, y que, en ese orden, se incluye la relación de
las diversas
cosas entre sí, tenemos ya una perspectiva de cuanto
constituye la naturaleza de las cosas (la
rerum natura de los clásicos),
y de que cada cosa tiene su
naturaleza (su propia natura rei).
En esa rerum natura se halla inmerso el hombre que, a su vez,
tiene su propia naturaleza.
Es decir, la naturaleza incluye al hom­
bre
-y no como ser abstracto--- sino a todos y cada uno de los
hombres, no sólo individualmente sino también religados entre
sí,
formando
sociedades, desde la familia -como célula social prime­
ra-, e incluye todas las relaciones del hombre: con nuestros seme­
jantes, con los demás seres creados, con
el mundo que nos rodea (ya
hemos recordado las consecuencias ecológicas de esa relación). Así
en «las cosas»
se incluyen, cosas físicas inanimadas, vegetales y
animales, con su orden respectivo,
y el hombre,.con sus agrupacio­
nes sociales, sus relaciones, sus instituciones; sus hechos y actos
que forman un
al!-lvión incidente en el orden de las cosas.
Pero, el hombre no solo forma parte de la naturaleza de las
cosas con su propia naturaleza, como mero
objeto suyo, sino que,
además,
es sujeto activo y pasivo del orden de la naturaleza. Y, por
lo demás, la naturaleza de las cosas es, para nosotros, tal como la
percibimos, vivimos
y comprendemos; no como la comprenden
Dios, los ángeles o la perciben las águilas, las hormigas y los de­
más animales.
Nosotros, en cuanto
se halla a nuestro alcance, la percibimos
con nuestros sentidos, externos e internos,
y la comprendemos con
nuestra inteligencia. Evidentemente no alcanzamos todo su cono­
cimiento. Vamos penetrando en él por partes, sucesivamente, par­
tiendo de los fenómenos que observamos; ascendiendo de los efec­
tos a las causas.
A· veces, incluso retrocedemos en nuestro
conocimiento, pues nos olvidamos de lo que conocíamos e incluso
nos equivocamos a menudo. Además ese
conocimiellto no lo ad­
quirimos solos. Desde niños, nuestros padres y todos los que nos
enseñan nos muestran las
cosas y nos las designan por su nombre,
nos explican lo que podemos espetar o temer de ellas, para qué
sirven y cómo debemos tratarlas; qué precauciones debemos tomar
ante ellas o bien cómo hemos de utilizarlas.
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JUAN VALLET DE GOYTISOLO
Ese conocimiento es resultado de experiencias acumuladas por
generaciones
y generaciones.
De ese modo, operamos en dos grados:
a) Nuestra percepción de la naturaleza -según la vemos, oí­
mos, olemos
y palpamos-, en sensaciones que nuestro sentido co­
mún -raíz común de-todos los sentidos-unifica, que nuestra
imaginativa configura en imágenes en la que podríamos llamar
nuestra pantalla interior, donde
esas imágenes las relacionamos con
las que ya tenemos almacenadas en el
thesaurus o depósito de nues­
tra memoria
--donde guardamos no sólo las anteriores imágenes
percibidas y configuradas en nuestra pantalla, sino también aque­
llas que nos han comunicado otros, sea directamente o bien a través
de libros o imágenes (cinema, televisión,
videos)-; y que también
las estimamos con nuestra cogitativa.
b) Nuestra inteligencia «comprende» estas precepciones:
1 º Abstrayendo integralmente el universal al que corresponde cada
cosa singular: especies, géneros, clases, órdenes; pues. sólo
conocemos intelectualmente algo singular por su universal
correspondiente. Yo sólo
.conozco a Pedro si, además de iden­
tificarlo como este individuo que percibo,
sé que es un hombre,
varón o
niujer, que es niño, adolescente, adulto o anciano,
de tal raza, nacionalidad, etc., etc
.. Ni conozco a Babi, si
además de percibirlo, ignoro que es un perro de tal raza,
manso o peligroso,
etc, etc.

Abstrayendo por división o representación las cualidades y los
valores.
3º Y captando los primeros principios: los de la razón teórica, con
la facultad del
intetlectus principiorum, y los de la razón prác­
tica, por la facultad y el hábito de la sindéresis.
Todo esto lo realizamos los hombres estando ahí, existencial­
mente en la realidad viva. Pero, ningún hombre puede abarcarlo
todo, ni en el espacio, ni en el tiempo. Por esto, el conocimiento
que vamos adquiriendo de la naturaleza de las cosas, constituye
el
resultado de una labor común, de generaciones y generaciones. Así
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INTRODUCCION AL TEMA «DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
se va conociendo la naturaleza de las cosas que nos rodea, formando
un acervo, cultural, que se recibe, se conserva, adecuándolo a las
nuevas circunstancias y necesidades, y se transmite
por la tradi­
ción. Este es
un importantísimo tema que nos explicatá Ev ARISTO
PALOMAR. No se entiende la tradición sin la naturaleza de las cosas,
ni sin
partir de ella progresaríamos en el conocimiento de ésta.
7.
Lo expuesto ya nos advierte de que, a esta concepción de la
naturaleza de las cosas, pueden haberle sido formuladas -y así ha
sid_o y sigue siendo-diversas objeciones.
La primera opuesta tiene raíz teologista y se halla en el volun­
tarismo de
JoHN DUNS SCOTTO que considera que, siendo Dios
autor de todas las cosas, puede modificarlas y variar su orden en
cualquier instante. Su núcleo está en el nominalismo de GuII..LER­
MO DE ÜCKHAM, que negó la existencia de todo orden natural en las
cosas. Para él, el
mundo se halla únicamente integrado por seres
singulares. Los universales no son sino imágenes borrosas o nom­
bres que damos a los conceptos
que formamos en nuestra mente o
en los
que convenimos_ pa:ra entendernos.
Este es
un tema filosófico acerca del cual nos ilustratá el profe­
sor Eudaldo Forment.
Según el nominalismo no hay .naturaleza de las cosas sino tan
sólo materia
que el hombre estructura intelectualmente y que debe
manipular para dominarla. Cierto es
que; al final, la naturaleza se
venga del hombre, y ante
e~a venganza, el mismo hombre pasa a
veces de tener
una concepción minimalista de la naturaleza,. como
mera resistencia material a sus planes, a concebir o aceptar
una
concepción máximalista -como verilos en SPINOZa o en MARX­
según la cual el hombre, materia pensante, se halla dominado por
un determinismo panteísta o ateo o por la dialéctica del materialis­
mo histórico donde la infraestructura económica determina la su-:­
perestructura política.
De todo esto nos hablará la profesora CONSUELO MAR TÍNEZ
SICLUNA.
Las consecuericias dimanantes de lo expuesto han sido inmen­
sas: las ideologías, las utopías, fos empirismos rorrios, los pragma-
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JUAN VALLET DE GOYTISOLO
tismos amorales, los positivismos legalistas, soo frutos dañinos del
nominalismo, envenenados por las ideologías y por las utopías. Por
eso han repercutido sea en la maldad o bien en la inoperancia de
muchas leyes humanas
-pero de esto ya nos hablará MIGUEL AYU­
SO--, y ha repercutido en la política con unas consecuencias acerca
de las cuales tendremos el privilegio de escuchar al profesor
DANI­
w CAsTELLAN0, que ha tenido la bondad de venir, desde la U niver­
sidad de Udine, para explicárnoslas y compartir sus pensamientos
con nosotros.
8.
La segunda objeción que se ha opuesto a la noción de la
naturaleza de
las cosas es debida a que su conocimiento no es sólo
existencial sino además intelectivo
y, en esta intelección -como
hemos visto--, intervienen conocimientos recibidos que pueden
producir lo que
MICHEL DE . FoUCAULD ha denominado el espesor
inerte de las cosas pensadas por otros. Pienso que
ese espesor lo ha
producido, más propiamente, el racionalismo, con sus ideologías, y
el actual utopismo. Pero la objeción
se ha opuesto también a la
concepción clásica de la naturaleza de
las cosas, considerándola como
una imagen mental que
se interpone entre la realidad y nosotros.
884
Para aclarar esta cuestión me voy a valer-de tres imágenes:
Una ya la he expuesto:
es la de la pantalla interior, siempre
abierta, en la que configuramos las cosas que percibimos,
en relación con las imágenes que ya tenemos atesoradas; y
en las que operaremos intelectualmente, comparando los
objetos singulares
que captamos con las imágenes más o
menos universales, con los tipos, que tenemos en nuestra
mente; pero en los cuales inciden las nuevas imágenes,
y,
si bien a veées las encuadramos en ellos, otras veces pueden
modificarnos la previa configuración que tenemos de ellos,
provocándonos rectificaciones o acomodaciones.
Otra es la imagen de un espejo interior que simplemente
refleja existencialmente el mundo exterior del que había
hablado
LEIBNIZ. Es la perspectiva que yo entiendo ha sido
la propugnada por
HEIDEGGER.
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INTRODUCCION AL TEMA ~DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
Y la tercera es la que considera que la naturaleza está este­
·reotipada como en una diapositiva interior fija, de la cual
partimos para adecuar todas las cosas a ella. Esto es lo que
rechazaba
HEIDEGGER y creo que era la razón por la cual no
admitía recurso alguno a la naturaleza de las cosas a pesar
de que desechaba totalmente el idealismo.
GADAMER ha venido a entender que ese espejo lo constituye el
lenguaje de las cosas. Pero yo no sé comprender cómo puede haber
lenguaje de las cosas sin una naturaleza de las cosas en la que este
lenguaje se base. Tal vez, el rechazo hermenéutico de la naturaleza
de las cosas y su sustitución por el lenguaje de las cosas, se deba a
ese mismo temor que acabamos de exponer. Pero es curioso adver­
tir que, en las páginas que, en Verdad y método, el mismo GADAMER
dedica a la hermenéutica jurídica-siguiendo y explicando en ellas
fielmente a
ARISTÓTELES--habla constantemente de la naturaleza
de las cosas, viéndola iluminada
por el juicio moral de la phronesis,
en oposición al deinós que dirige al técnico.
8 .. La t.ercera objeción es la que acusa la denominada la falacia
naturalista, aduciendo que de un «ser» no cabe deducir un «deber
ser», ni
de_ los «hechos» el «derecho», basándose en un conocido
texto de
Hume, que más bien se opone al razonar de los racionalis­
mos dominantes.
De esta objeción nos hablará cumplidamente el profesor JOSÉ
MIGUEL SERRANO Rmz CALDERÓN.
Yo, en esta introducción, me limito a anticipar que no hay tal
falacia en el recurso a la naturaleza de las cosas. El conocimiento de
éstas no es el meramente fáctico proporcionado por las ciencias
físicas, sino que contiene valoraciones de todo
tipo y, entre ellas,
principalmente las referentes a su bondad o maldad, justicia o in­
justica, que, a su vez
y de por sí, predetermina nuestro correspon­
diente deber ético.
De ese modo, se identifican, en uno solo, el
juicio
valorativo-cognoscitivo y el juicio valorativo deontológico. Hace
ya años, con ocasión del VII Centenario de Santo Tomás de Aqui­
no, en una reunión de la Asociación Filippo 11, celebrada en Géno-
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JUAN VALLET DE GOYTISOLO
va, que organizó FRANCISCO EÚAS DE TEJADA, así lo expuso clara­
mente L.M.
ROLDAN --en una comunicación que fue publicada en
VERBO-, de quien yo lo repetí como hace poco ha recordado el
profesor americano
CAPEST ANY.
SANTO TOMÁS no efectuó ahí paso alguno lógico ni ilógico del
ser al deber ser, sino que, con la razón práctica, enunció conjunta­
mente dos predicados. Uno dirigido al conocimiento y otro a la
acción. Al decir «esto
es bueno» y «esto debe hacerse», este segun­
do predicado no
es conclusión del primero, puesto que éste no dice
«eso
es bueno, simplemente», sino «eso es bueno en relación a la
acción». Así identifica «esto
es bueno» con «esto es debido», sien­
do de notar
que juzga la bondad moral, y no la bondad instrumen­
tal al estilo del imperativo hipotético kantiano.
9. Para recapitular lo esbozado, quiero recalcar y subrayar que
la naturaleza de las cosas:
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Incluye al hombre y a las demás cosas, no solo contempla­
dos como los estudian las ciencias naturales sino, además,
moral
y jurídicamente.
Y comprende todas las relaciones que integran el orden de
las cosas, o sea
ese orden universal dinámico y el mundo en
el que «somos», con las instituciones elaboradas por los
hombres y
las comunidades que con nuestros semejantes
constituímos, en nuestras relaciones horizontales (familias,
empresas, sindicatos, municipios, etc.),
y verticales en un
encadenamiento de generaciones.
Todas las causas:
No solo las materiales y su eficientes,
sino también y especialmente las formales y las finales.
Los valores contenidos en los seres y las cosas, en sí mismos
y en relación con las demás así como las consecuencias de
éstas dimanantes.
Y los principios de la razón teórica y práctica. El conoci­
miento de los cuales
-como antes hemos recordado-se
enriquece con la experiencia.
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INTRODUCCION AL TEMA «DIOS Y LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
Esta perspectiva requiere un continuo contraste en un ir y venir
de las cosas a
la mente y de la mente a las cosas. Y en esta opera­
ción, iluminamos
la imagen mental que tenemos en nuestra panta­
lla interior, en la cual vamos operando intelectualmente y, en espe­
cial, realizamos
en ella nuestros juicios acerca de las cosas que
enjuiciamos a la vez que observamos. Pero la naturaleza de las cosas
no consiste
propiamente en esta imagen. Pero es esa imagen la que
es mediadora entre el ser y deber ser, como entiende bien ARTHUR
KAUFMANN. Nosotros operamos la función mediadora en esa nues­
tra pantalla mental interior. En ella comparamos cosas, hechos,
actos, etc., con sus tipos correspondientes.
En ese sentido podemos
repetir lo que dijo BALDO DEGLI UBAL­
DIS: «ex facto ius oritur»; es decir, deducimos el derecho en los
hechos contemplados con sentido
de justicia. Con esto determina­
mos su forma justa, del mismo modo como la armonía de los soni­
dos
determina sus formas musicales y como la de los colores sus
formas pictóricas.
Se sitúa la base funcional de la operatividad de la naturaleza de
las cosas en esa imagen mental, que formamos en nuestra pantalla
interior, y sirve
para la determinación del derecho. De esta deter­
minación nos va a ilustrar el magistrado JosÉ MARIA JUANOLA So­
LER. Es una operación de cotejo del hecho del caso con el hecho-tipo de
las normas,
en la que se basan tanto la analogía como la equidad,
que son dos pilares fundamentales para determinar de un modo
realista la justicia.
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