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El pluralismo moral: consenso y pluralismo

EL PLURALISMO MORAL:
CONSENSO Y PLURALISMO
POR
JOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERÓN
Me corresponde en esta XXXV Reunión de la Ciudad Católica
tratar
el tema del pluralismo moral. Y el tema es fundamental,
toda vez
que nuestra sociedad gusta en llamarse pluralista tanto
como otras gustaron
en llamarse en forma diversa. Roma pagana,
Europa cristiana, mundo
islánúco. Son nombres que definen un
lugar y una época, de manera que evocan en la memoria todo un
conjunto de notas que acompañan al sustantivo. Nosotros veni­
mos de
ser los ilustrados, que eran pocos, a las masas que creó
el socialismo, forma en la que los aún menos, oprimían a los
supuestamente emancipados. La sucesión de crisis definidoras
nos
ha pasado por diversas estaciones de la que no fue la menos
afortunada la de sociedad de consumo. Por lo menos,
por ganas
no ha quedado. Ahora, si una nota distingue a nuestras socieda­
des probablemente sea la de pluralistas. Nuestra sociedad es plu­
ralista
con el mismo empecinanúento con que fue de consumo.
Se me
puede acusar de mezclar rasgos heterogéneos, confun­
diendo definiciones conforme a
la estructura econónúca con
otras culturales, o políticas. Digo, en mi descargo, que me limito
a
poner el acento en el adjetivo con el que cada sociedad ha bus­
cado apellidarse.
Si a unos les da por presunúr de la revolución
sexual, a otros de la forma de comunicación, a éstos de la
opción
política y a aquéllos de la religión, es porque piensan que esta
particular parcela
es la que define más su forma de vida, y si en
ella empeña tabúes ... se trata, en principio, de un pluralismo sin
adjetivos, ext.enso, diverso, de los
más especlficos político o sin­
dical. Por otro lado, si a partir
de la Transición el término plura-
Verbo, núm. 357-358 (1997), 697-713 697
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JOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERÓN
lismo se opone fundamentalmente a los sistemas de organización
única, estatalmente controlada
que aún pervivían, fruto de la pri­
mera influencia fascista
en el Régimen, y, por lo tanto, tiende
hacia la pluralidad de organizaciones políticas y sindicales,
en
fase posterior la interpretación del término pluralismo se aproxi­
ma a las nuevas tendencias sociales de fuerte influencia estadou­
nidense
(1).
Nuestra sociedad es pluralista, y esta opción define un esta­
do y un juicio de valor, es decir, una situación a la que se ha lle­
gado y una axiologización de la nota definidora. Somos pluralis­
tas y
eso está muy bien. El diagnóstico sobre la génesis del
pluralismo
varia de unos autores a otros, dependiendo en gran
medida de la valoración
que les merezca la actual situación. Por
ello
el pluralismo es para unos meta brillantemente alcanzada,
para otros crisis imprevista,
pero para todos tiene su padre: el
proyecto ilustrado, y
su casa: la actual sociedad occidental.
¿Antecedentes
en la historia? Temo que pocos, aunque una
cuidadosa selección de notas definidoras de periodos históricos
de la antigüedad pagana permite encontrar supuestos anteceden­
tes.
En este sentido, la revitalización de los sofistas nos vende una
imagen edulcorada de un supuesto pluralismo que pudo ser y no
fue. De todas formas, si nos referimos a toda una sociedad plu­
ralista y
no a una élite intelectual más o menos pluralista duran­
te
un periodo de tiempo que pudiésemos considerar continuado,
no parece que las dudas intelectuales a las que nos referimos
reflejen unas sociedades antiguas pluralistas
en el sentido que
hoy en día se entiende el término. Además, hay que ser cuida­
doso a
la hora de proyectar modelos actuales sobre el pasado. En
efecto, el politelsmo,
por ejemplo, tiene peculiaridades respecto
al monoteísmo,
pero estas peculiaridades, que por ciertos secto­
res
hoy se ensalzan, distan de aproximarlo al pluralismo, como
hoy se entiende. Debemos preguntamos, además, con algo más
(1) Véase especialmente a MIGUEL AYUSO en •Pluralismo y pluralidad ante la
filosotia jurldica y politica•, en Homenaje a Juan Val/et de Goytisolo, Consejo
General
del Notariado, Madrid, 1988, vol. V, págs. 7-29.
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que el tópico, de que el mundo no estaba preparado, la razón por
la que la sofistica no permaneció vigente como corriente de influen­
cia mayoritaria y si las grandes cabezas de la época se enfrentaron
con dureza al núcleo de sus propuestas, y si el mismo mundo anti­
guo, sobre todo
en la expresión que tuvo por núcleo el helenismo,
fue pluralista
en forma semejante a como es el nuestro (2).
Esta intervención
debe centrarse en discriminar la implicación
social de este pluralismo y
su trascendencia politica, deteniéndo­
se
en averiguar en qué manera afecta a la tradición cristiana occi­
dental
en su trato con la sociedad contemporánea.
Me propongo, por lo tanto sin pretensiones de originalidad,
enfrentar algunos
de los tópicos del pluralismo tal como se pre­
senta entre nosotros; bastantes hagiógrafos tiene,
por otra parte,
el invento, para que sigamos insistiendo
en la visión edulcorada
que
proponen los •medios•, grandes agentes del pluralismo.
Como es sabido, el pluralismo al
que nos referimos no es lo
que se entiende por pluralismo politico, recogido, por ejemplo,
en la Constitución española y que viene a aplicarse a todo siste­
ma
no totalitario. La pluralidad de grupos u opciones más o
menos enfrentados, incluso
con diversas concepciones de la cosa
pública,
es una tradición en Occidente y una realidad más o
menos identificable
en todas las épocas, cierto que con diversos
cambios; especialmente a partir
de la organización de los diver­
sos partidos politicos, primero
para apoyar en los Parlamentos la
actuación de los diversos gabinetes, luego para canalizar la par­
ticipación politica.
Los bandazos históricos de nuestro siglo, que
llevaron del rechazo a los partidos al partido único, disfrazando
a veces éste su nombre bajo el
de Movimiento, han culminado
tras la victoria del 89
en la parte central del mundo en la conso­
lidación de los partidos como garantia democrática y expresión
del pluralismo pol!tico.
Y, sin embargo, de forma semejante a
(2) Rehabilitación de la sofística en la esfera politlca que ha realizado entre
nosotros
FRANCISCO RoDRÍGUEZ ADRADOS en su Historia de la democracia, Temas de
hoy, Madrid, 1997, y recurrente en}ACQUELINE DE ROMILLY por ejemplo en ¿Porqué
Grecia?, Debate, Madrid, 1997, sin olvidar su monograria sobre el tema reciente­
mente publicada.
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como ocurre con el pluralismo informativo, pocas veces, al
menos en la historia moderna, se ha podido observar un plura­
lismo más monocorde, si
se me permite el juego de palabras,
menos plural (3).
La confluencia de politicas y programas, al
menos en la experiencia de los paises latinos, hacia un difuso
centro izquierda del
que nadie puede ni quiere apartarse, es el
signo de este final de siglo.
El supuesto pluralismo se traduce en
la única política posible y la alternancia es más que nada reno­
vación de equipos de directivos, afectados periódicamente
por el
fenómeno de la corrupción; habida cuenta,
por otra parte, del
fenómeno suficientemente estudiado de la dificultad de renova­
ción interna de los partidos. Esta renovación viene a ser sólo
fruto de la alternancia cuando un desastre electoral la fuerza casi
como cuestión de supervivencia.
Desde esta perspectiva, conviene reflexionar sobre hasta qué
punto incluso importantes cataclismos políticos como el vivido
en Italia, no se han traducido en el lampedusiano cambiarlo todo
para que todo siga Igual.
Nuestro pluralismo, al menos como se da en Europa} no se
parece tampoc9 al pluralismo de sociedades como las medieva­
les, o incluso de algunas
de las colonizadas en la Edad Moderna,
pluralismo procedente de la variedad de tradiciones culturales,
muchas veces de raíz religiosa. Este pluralismo aparecía como
un
hecho real más que como una conquista ideológica y todo lo más
produjo
un debate sobre la tolerancia, en la aceptación más clá­
sica del ténnino tolerancia, no en la contemporánea de negación
de la posibilidad de sostener convicciones fuertes en el ámbito
público.
El pluralismo al que nos referirnos no generó una duda
sobre la verdad ni una creencia en la conveniencia de una
supuesta neutralidad del ámbito público respecto a las cuestiones
morales de trascendencia social. Y esto era así porque, entre otras
cosas, faltaba
un discurso más o menos razonable sobre aquello
en lo que consistía este sistema aparentemente neutral. Ni siquie­
ra las posturas tolerantes
en materia religiosa que constituyeron
(3) La idea la expongo de modo constante, al menos desde las Cuestiones
de Bioética, Speiro, Madrid, 1990.
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la base de la división entre el ámbito interno de la moral y el
externo, el derecho en un Tomasio, por ejemplo, parece tener
una raíz semejante al de la neutralidad contemporánea de la
comunidad
polltica respecto a las convicciones morales y socia­
les de sus miembros.
Nuestro pluralismo
no se basa en principio, pues, en una plu­
ralidad de origen ni siquiera de resultado. Algunos lo consideran
un proceso derivado del dominio de la mentalidad norteamerica­
na y en especial de la peculiar relación entre la religión y el
Estado en esa nueva sociedad, planteada hipotéticamente desde
el periodo de la colonización y constitucionalizada tras la inde­
pendencia.
Sin embargo, los propios tratadistas norteamericanos
son los primeros en reconocer que el actual pluralismo, tal como
se plantea, por ejemplo, en los supuestos derechos de los ho­
mosexuales o
en la inconstitucionalidad de la oración en las
escuelas, parece
tener poco que ver con la América de los padres
fundadores.
En efecto, el pluralismo religioso norteamericano en su esen­
cia doctrinal
no parece sino la adopción por la comunidad polí­
tica de la doctrina del libre
examen de la Biblia y la sustitución
del sentido de
pueblo de Iglesia por el de pueblo del libro. Se
tratarla en origen, aunque no en sus efectos prácticos a lo largo
del tiempo, de la adopción de
una postura protestante conside­
rada
en su sentido más amplio. Si esto tuvo como efecto una
mayor tolerancia, por ejemplo respecto a los católicos, de la que
cabfa observar en paises con Iglesia oficial protestante, eso se
debió a la protestantización de la consideración de la Iglesia
Católica,
es decir, al hecho de que se la considerase una Iglesia
disidente más. Este fenómeno
es revelador de algunos de los
efectos de
la postura In genere, que reconduce cualquier posición
a
una que sea aceptable desde el propio pluralismo, es decir,
priva a toda postura de su atenticidad para reconducirla al punto
aceptable
por el pluralismo. Este pluralismo religioso de plurali­
dad de exámenes se encuentra, sin embargo, muy alejado del
pluralismo social y cultural preconizado como bien máximo de
nuestras .sociedades, pues, en esencia, respondía a una sola cul­
tura, la anglosajona protestante. Las descripciones sociales de la
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América de La letra escarlata dejan, en efecto, pocas dudas sobre
el supuesto pluralismo social y moral de esta América.
Entre las interpretaciones
sobre el origen del pluralismo que
se han dado en los últimos años, destaca la de John Rawls, por
ser la explicación interna al liberalismo más consistente. Desde
su perspectiva, el pluralismo moral y social en el sentido más
contemporáne ción, como una evolución natural de la mente humana y de la
propia sociedad humana. Si I os viejos sistemas inquisitoriales y
represivos respecto a las minorías o a la disidencia desaparecen,
como ha ocurrido en la sociedad occidental, el resultado será la
pluralidad
de opciones sociales, en cuanto a la visión de la buena
vida ( 4). De esta forma la oposición se establece entre ortodoxia
y pluralismo,
con la conciencia de que la única razón que expli­
ca que no se pase de la primera a la segunda es la inquisición.
Debo insistir de nuevo en la conexión entre esta visión y la prác­
tica radical
de la lectura del texto bíblico que produce necesaria­
mente una pluralidad de lectores frente al sentido de la funda­
ción divina y la tradición del patrimonio que explica la
singularidad de la Iglesia Católica y la Ortodoxia.
Por otro lado, convendña observar hasta qué punto esta fun­
ción de protección del propio patrimonio, aunque sea laico, no
es constitutivo de las sociedades humanas, empezando por las
nuestras actuales repletas
de administradores de lo constitucional
e inconstitucional, y del espiritu
de los •padres fundadores• o del
espiritu de la transición, por hacer mención de algún dato más
español.
En efecto, si
por utilizar el s!mil biológico cada ser tiende a
conservar
sus caracteñsticas propias, huyendo de una lotería de
permanente mutación genética, las sociedades humanas tienden
igualmente a conservar
un patrimonio esencial que dudan en
poner en almoneda, y para ello tienden a construir mecanismos de
estabilización que son observables incluso en nuestras sociedades.
(4) Tomo la última versión de la propuesta liberal de RAWIS de su obra El
liberalismo político, Crítica, Barcelona, 1996.
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Por todo ello, considero que explicar el pluralismo moral y
social actual desde la perspectiva de la ausencia de inquisición,
por utilizar
un término genérico de la traducción española del
libro de Rawls, es inexacto, al menos por dos razones: primera,
porque
no es cierto que el elemento fundamental de conserva­
ción y desarrollo de las tradiciones del pasado
sean métodos
inquisitoriales frente a
una supuesta racionalidad individual y
pura que se vería coaccionada en su desafío, máxime cuando
este último tópico parece muy contemporáneo y refleja en última
instancia
el modelo •robinsoniano• de hombre racional, con su
•viernes•, por supuesto (5). En segundo lugar, porque en lo que
respecta a los elementos socialmente más sensibles, es decir, más
valorados como pilares del actual sistema sociopolitico, más
indispensables para el funcionamiento del sistema liberal-plura­
lista, nuestras sociedades mantienen sistemas inquisitivos de
notoria eficacia. En este punto,
una cierta literatura de la guerra
fría, y el estudio de la débil resistencia a los totalitarismos duran­
te los años veinte, induce a pensar que los sistemas liberales
en
sentido amplio han sido poco decididos y efectivos en aplicar
formas
de represión de diverso tipo, incluyendo la ideológica. Las
obras apocalipticas sobre cómo terminan las democracias, agore­
ras del final de los sistemas liberales, condenados a morir
por
buenos, se mezclaron con las predicciones catastrofistas militares,
viejo sistema de mantener altos presupuestos a base de inflar la
superioridad del enemigo. En definitiva, se creó
un imagen de
sistemas benévolos y débiles politica y militarmente.
Sin embargo, la historia del siglo
XIX no presenta precisa­
mente esta imagen;
por el contrario, debemos recordar la acción
de los gobiernos liberales, muy eficaces
en la represión de los
movimientos populares conservadores, caso
de España e Italia, y
(5) Digamos, por otra parte, que el esfuerzo de Rawls pretende, sin embar­
go, la construcción de un consenso entrecruzado que segün sus mismos términos
no
es indiferente ni escéptico. Si el esfuerzo es loable, no parece que lo sea igual­
mente
el resultado, por las razones que, siguiendo principalmente a Maclntyre,
expongo en las páginas siguientes. Véase principalmente la posid6n de Rawls en
las páginas 182 y siguientes de su obra citada, El liberalismo político, Barcelona,
1996.
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del activismo obrero. Resuge aquí el tema de la ingenuidad, a
decir
de Recasens Siches, de los proclamados defensores de la
libertad, ingenuidad que, como ya
he tenido ocasión de decir en
otras sedes, no parece compaginarse bien con las actuaciones de
la III República Francesa o de un Espartero en España, por seguir
con los ejemplos patrios. Por otra parte, y aunque no sea un tema
de moda, conviene traer al debate la influencia ideológica ejerci­
da en esos periodos cruciales por diversos medios y las censuras
más o menos indirectas que se aplicaron sobre las formas de pen­
samiento rivales. En este sentido, el argumento
más tópico pero
no menos cierto, hace referencia a las sociedades secretas; y cabe
preguntarse si
su actuación, sus formas de divulgación de ideas
e incluso de represión de las ajenas encajan
en la descripción
dominante. En efecto, estas formas se alejan bastante de la visión
edulcorada
de debate intelectual abierto y contraposición de
ideas
que se nos presenta como caractetística de las sociedades
que han evolucionado hacia el pluralismo en el sentido contem­
poráneo (6).
No
se puede resolver el tema, desde mi punto de vista, con
referencias a una corriente estatalista de base hegeliana en el
caso de los aspectos negativos y
una corriente constructora de la
sociedad civil, anglosajona y
de base en la Ilustración escocesa,
donde la segunda acumularía todos los méritos y la primera todos
los deméritos, al
modo como parece considerar la cuestión Víctor
Pérez Díaz. En esta perspectiva se construye un enfrentamiento
entre visión estatalista, continental, y los regímenes defensores de
la sociedad civil. Nuestra
época seria la del regreso de la socie­
dad civil, por recordar otro título de libro de éxito, y superación
de las tendencias estatalistas. El caso, sin embargo, es que ni
siquiera tras
el paso por el poder de los gobiernos más repre­
sentativos de las corrientes
que abogan no sólo por la conve­
niencia sino también
por la inevitabilidad de este regreso, se ha
producido una disminución sensible del peso del Estado en la
economía o
en el conjunto de la vida social. Este dato, al margen
(6) Como ~e tenido ocasión de exponer más ampliamente en Familia y
Tecnología, Facultad de Derecho, Madrid, 1996.
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de que a veces ha sido manejado por radicales liberales del
anarco capitalismo,
es muy ilustrativo de hasta qué punto la dis­
cusión de ideas de este final de siglo incluye escasas referencias
a la realidad. Cuestión aparte,
que tiene mucho que ver con el
tema que hoy nos ocupa, es si lo que regresa es algo que deba
denominarse sociedad civil en un sentido clásico del término o
más
bien proyecciones del actual proceso individualista, con
núcleos sociales escasamente orgánicos (hasta el propio térmi­
no está en desuso), que hacen aún más complicada la conexión
con cualquier forma de bien común; incluso con las formas más
individualistas
con las que los liberales relacionan este bien
común (7).
En definitiva, habría que preguntarse si lo
que vuelve es la
sociedad civil o más
bien un complejo equilibrio entre el Estado,
única realidad verdaderamente sustantiva, y
un conglomerado de
lobtes, tal como ha hecho recientemente Tomás Molnar. El asun­
to, como es obvio,
es algo más que terminológico, pues la dico­
tomía se plantea entre elementos que permitan
la verdadera
socialización de las personas
y, en consecuencia, la correcta vida
personal y social o formas
de actuación y mediación social que
conduzcan a un alarmante proceso de privatización de lo públi­
co y
su manipulación por intereses esencialmente particulares,
pero
donde además el sujeto no se socializa ni en esencia se rea­
liza como persona.
La diferenciación entre las dos corrientes liberales, tal como
antes la hemos descrito,
puede ser utilizada para introducir esta
forma
de argumentar en el tópico del verdadero liberalismo, que,
como el verdadero cristianismo, socialismo o democracia, consi­
gue alejar cada idea de cualquier forma de realidad histórica que
le sirva de contrapunto concreto, aunque en el caso que nos
ocupa obliga, además, a presentar, fundamentalmente
en los pal­
ses continentales, una visión acrítica, más bien apologética del
liberalismo de la sociedad civil. Cierto es
que esta visión se ve
acompañada
por la indudable carga positiva que en este género
(J) Como ha expuesto con singular acierto MIGUEL Avuso en ¿Después del
I.eviatban?, Speiro, Madrid, 1996.
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JOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDBRÓN
de las ideas políticas siempre ha tenido el Imperio triunfante en
cada coyuntura histórica. Lo que nos aparece, en consecuencia,
tiene
poco que ver con la distancia real que pueda establecerse
entre
el te/os y la realidad política concreta que hacia él tiende y
se parece más a la
pura y simple propaganda ideológica.
SI es cierto, sin embargo, que nuestra actual construcción plu­
ralista tiene
una genealog!a clara en la Ilustración, y particular­
mente en la escocesa. Aunque conviene señalar de nuevo, llega­
dos a este punto, que el proyecto ilustrado en origen distaba de
ser pluralista, es más, probablemente se trata de una de las cons­
trucciones menos pluralistas imaginables.
En efecto, la fe en la
razón genérica y la definición de
una racionalidad moral opues­
ta a toda tradición,
en la que en principio la concreción histórica
pasada es más que nada una rémora que impide el ejercicio puro
de la razón del hombre, única instancia realmente liberadora,
deja
poco margen a la pluralidad. Las condiciones que se exigen
a
la racionalidad la constituyen como un todo igualador y ucró­
nico,
que elimina las diferencias culturales que se presentan
como restos de la superstición. Este proceso lleva a
que tanto el
concepto de racionalidad
como el de moralidad, queden restrin­
gidos a los estrechos límites exigidos
en el proyecto ilustrado. No
olvidemos que ningún otro sentido tenía
la referencia tanto a la
razón natural como a la moral natural, única y universal, e inclu­
so a la religión natural de tanto juego en la época. Además, fue
este modelo el que permitió
el juicio sobre los sistemas morales
de los pueblos menos avanzados,
es decir, de los menos ilustra­
dos, facilitando la aparición
de tópicos como el de la descripción
del tabú polinesio como prohibición moral inmotivada, toda vez
que las motivaciones profundas del tabú aparecían como inacce­
sibles a la racionalidad moral ilustrada.
Hasta tal
punto se produjo este secuestro de toda racionali­
dad por parte de los representantes del proyecto ilustrado que, al
margen de las pervivencias de posturas más o menos tradiciona­
les, la reacción contra la ilustración se constituyó fundamental­
mente sobre bases sentimentales, abandonada la razón
en manos
de la postura
que se pretendía combatir y esgrimiendo contra ella
argumentos de historia, sangre y suelo
que si podr!an tener cabi-
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EL PLURALISMO MORAL: CONSENSO Y PLURALISMO
da en un esquema equilibrado como natural nostalgia de la rea­
lidad concreta frente a la abstracción y la universalización; abso­
lutizados y convertidos
en elementos esenciales de ciertas doctri­
nas
han tenido unas consecuencias terribles en la azarosa historia
de los dos últimos siglos.
Se produjo as! una irrupción de la irra­
cionalidad inimaginable
no sólo por los ilustrados sino por las
generaciones anteriores. Sólo la imposibilidad
de responder a las
propias exigencias que el proyecto ilustrado
se formulaba a sl
mismo, junto con la manipulación del concepto de razón que
entrañaba,
explicarla la irrupción de la irracionalidad que culmi­
na como paradigma en el proyecto, igualmente fallido, genealo­
gista de
un Nieztsche.
La razón, en su juego libre garantizado por las instituciones
politicas que la revolución
trala, daba paso a una moralidad uni­
versal, a
un modelo polltico universal, a un código de leyes uni­
versal válido para todo tiempo y lugar, en definitiva, a una nueva
era donde lo plural, unido
su significado a lo defectuoso, tenia
un limitado papel. La nueva era, que se abría en un progreso
constante, también moral, dato este general a
un buen número
de posturas del siglo
XIX, con ese denominador común que
Popper denominó historicismo,
suponía un salto cualitativo en la
historia, salto descrito de forma diversa
en las distintas filosofías
del fin de la historia que nos acompañaron. Filosofías empeñadas
en hacer inmanente la esperanza cristiana, manipulada de esta
forma hasta ser
una caricatura feroz de la Redención del hombre.
Idea
que al perder su verdadero lugar y justificación trascenden­
te se volvía loca,
con terribles efectos, tal como describe la afor­
tunadísima imagen de Chesterton. De esta forma la única y ver­
dadera esperanza para el hombre
se convirtió en coartada de las
más groseras manipulaciones, y
es notorio que el despertar de la
manipulación conduce
en cualquier mente sutil al completo
desencanto.
La salida desde éste es complicada y no podemos
sino observar con simpatia el esfuerzo casi desesperado de un
Albert Camus en El Hombre Rebelde, tan alejado del nihilismo
conformista, paradoja
de las paradojas, y groseramente materia­
lista que
se ha convertido en el signo de nuestros tiempos a decir
de Augusto del Noce. Sin embargo, el intento
de Camus, como el
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JOSÉ MIGUEL SERRANO RTHZ-CALDERÓN
de tantos otros que le precedieron y han seguido, se pierde en
un vano voluntarismo, construcción ética sin base ontológica que
despierta la simpat!a de todo noble esfuerzo humano,
pero que
no convence a la inteligencia, tal como señaló con acierto en su
día Rafael Gambra (8).
Creo
que no es una simplificación, sino un brillante hallazgo,
describir nuestra actual situación sociopolítica como efecto del
fracaso del proyecto ilustrado. Desde esta perspectiva el pluralis­
mo contemporáneo no es tanto una meta como un accidente. Ha
sido afortunada la descripción de Maclntyre,
que compara la
actual situación social
con la discusión académica contemporá­
nea. Esta se convierte
en el paradigma de interpretación del
debate social
por excelencia y muestra con particular acierto
todas nuestras contradicciones.
La Universidad actual, heredera
de la Universidad liberal tal como se conforma en Europa desde
principios del siglo
XIX, actúa como si mantuviese una referencia
coherente a
un marco común, pero con la particularidad de que
lo ha perdido, probablemente era imposible encontrarlo desde
sus presupuestos, y
sabe que lo ha perdido. En definitiva, el
debate académico aparece más que nada como
una ritualización
de las desavenencias, toda vez que no parece describirse ningún
canon de acuerdo, entendiendo por éste un canon de veracidad
y
no cualquier tipo de conclusión más o menos acomodaticia. El
efecto en el ámbito de la moral ha sido el predominio del emo­
tivismo
que se traduce en la pluralidad moral surgida de la inca­
pacidad
de justificación ante el otro, entendido este otro en un
sentido universal, de la propia conducta. Ésta dista de recono­
cerse como
un relato más o menos coherente de justificación de
la
propia opción por la felicidad, relato que en el pasado tenía
también
un claro componente social. La pretensión del liberalis­
mo de superar cualquier relación con una u otra tradición, enten­
diendo
por liberalismo lo que define Maclntyre en sus obras, se
fundamenta
en la propia intención del proyecto ilustrado de
(8) Véase especialmente •El exilio y el reino•, en Verbo, núm. 231, 1985,
págs. 73-94, y -La mciral existencialista y los cauces de su posible superación•, en
Anales
de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Año VII, Cuaderno
segundo,
Madrid, 1955, págs. 427-492.
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constituir esta racionalidad y moralidad universal, y, si se me per­
mite la expresión, desencarnada. Una vez fracasada esta preten­
sión básica, el liberalismo se convierte en una tradición de la no
tradición, sin que pueda reclamar en sentido estricto la preten­
sión de neutralidad con la que se adorna (9).
En efecto, la supuesta neutralidad en el actual sistema social
y político
se construye mediante el establecimiento de una fron­
tera
de acceso de ciertas pretensiones al debate político, de forma
que fuera de él se establecia lo que se denomina pluralismo
social cuyas pretensiones serían,
sin embargo, filtradas por el
modelo político que dista de ser neutral y constituye en sentido
estricto la traducción de una sola tradición, es decir, de la tradi­
ción liberal.
En este sentido, la explicación y justificación del
modelo ha ido desplazándose desde las posturas críticas de
Francfurt hasta las descripciones más precisas de Rawls. Se obser­
va en éste una pretensión de desvincular el sistema pol!tico de lo
que denominaríamos liberalismo totalizador, abriendo el paso a
la convivencia
de ciertas tradiciones religiosas y humanísticas en
el esquema plural. Seria, si se quiere, la respuesta armonizadora
al conjunto
de críticas que desde la perspectiva que globalmente
se denomina comunitarista se han formulado a las posiciones
liberales y a
la posibilidad de que la misma garantice una vida
digna
de ser vivida para el hombre.
En última instancia la versión no totalizadora que propone
Rawls responde con acierto a lo que podíamos denominar núcleo
de la propuesta liberal, asumiendo igualmente la situación actual
no globalizadora, alejada, por lo tanto, de la pretensión ilustrada
tal
como se manifiesta en las diversas corrientes de pensamiento
laico que se han dado en la Historia contemporánea.
Resulta importante observar cómo el supuesto sistema neu­
tral modifica o tergiversa las distintas posiciones que acuden al
debate social. En sentido estricto toda pretensión que suponga la
asunción de una serie de valores sociales para favorecer la vida
(!)) Esta critica alcanzó celebridad tras Ajter Virtue: A Study in moral Tbeory,
1981, pero está prefigurada
desde su temprana obra Marxism: an inteTpretatkm,
Londres, SCM Press, 1953.
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JOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERÓN
buena al hombre en la comunidad, valores que impliquen lo que
podemos llamar opciones fuertes, se verá severamente limitado
en sus pretensiones, lo que no ocurre con las pretensiones estric­
tamente individualistas. El fenómeno ha sido especialmente lla­
mativo
en el campo familiar, en el que se ha producido una
auténtica disolución del concepto juridico y social del matrimo­
nio, aunque, claro, se nos argumenta que si uno quiere vivir de
forma privada, para entendemos, un matrimonio con las caracte­
r1Sticas tradicionales, es muy libre de hacerlo.
El fenómeno, conviene decirlo, rompe la propia ley de las
mayonas, de forma que no cabe pensar que una determinada
mayona consiga alcanzar un acuerdo general sobre un punto
que no sea homologable por el pensamiento dominante. No esta­
mos tanto
en los efectos trucados como en la inadecuación de
ciertas posturas para obtener reconocimiento público.
El estable­
cimiento de la frontera
puede ser constitucional o bien puede ser
creado
por el conjunto del sistema po11tico, as!, en el caso de la
interrupción voluntaria del embarazo,
por ejemplo, una mayoría
antiabortista tiene constitucionalmente vedada la legislación de
los Estados Unidos, según reiterada jurisprudencia del Tribunal
Supremo, pero
en otros países, como España, la propia confor­
mación del marco pluralista
impedirla una legislación efectiva­
mente sancionadora de la interrupción voluntaria del embara­
zo (10).
He señalado casos extremos
en los que están presentes bie­
nes jundicos considerados valiosos, como la vida, para ver la gra­
vedad del proceso. Si en vez de en estos bienes tan evidentes nos
centramos
en los que se relacionan con los que garantizan una
buena vida, según el modelo de la tradición realista occidental,
me refiero a la aristotélico-tomista en sentido amplio, el efecto
del pluralismo es
aún más claro. No me refiero sólo a la disolu­
ción de los ámbitos de vida considerados imprescindibles por ser
naturales al hombre como la familia, sino a la utilización de los
derechos individuales como ariete contra formas de vida ajena.
(10) Véase, a estos efectos, mi nota •La mano de Dios-, publicada en Verbo,
núm. 355-356.
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EL PLURALISMO MORAL: CONSENSO Y PLURALISMO
Así, por ejemplo, en el ámbito educativo la utilización de los
derechos individuales
de los homosexuales para desvirtuar la
escuela católica.
En España
se ha dado recientemente un caso que no es ais­
lado, pues se está planteando también en Grecia. Se trata de la
ruptura de la clausura
de conventos y monasterios masculinos
bajo la excusa cultural,
es decir, el acceso a la contemplación de
tesoros artisticos, en nombre de la igualdad de derechos de la
mujer. En consecuencia, se limita la opción de vida de cartujos,
por ejemplo, que no ven fácil acomodo a su opción éticamente
intachable
en nuestra sociedad pluralista.
Si la cuestión de la utilización de los derechos individuales
como ariete
.es grave, no lo son menos las limitaciones a la expre­
sión pública de posiciones morales coherentes
con la tradición a
la
que nos venimos refiriendo, limitaciones que se establecen en
nombre de lo políticamente conveniente. Este fenómeno, que
requeriría por sí mismo otra ponencia, aparece como uno de los
resultados extremos de la sociedad pluralista
en sus manifesta­
ciones contemporáneas. Cierto es
que algunos podrían conside­
rarlo
un exceso no intrínseco, una especie de patología dentro de
la sociedad pluralista, provocado básicamente por la juventud del
modelo de protección de las minorías. Otros
no dudarían en
verlo como un requisito esencial para el mantenimiento pacifico
del tipo de sociedad
que se pretende construir. Desde esta
opción, existiría
una esencial contradicción entre la definición de
la sociedad pluralista como aquella que surge de la desaparición
de •inquisiciones•, y la necesidad de esta inquisición, diluida a
veces y otras
no tanto, para el mantenimiento del propio mode­
lo
de sociedad que se dice defender.
Personalmente entiendo
que este fenómeno es muy ilustrati­
vo de la falta de neutralidad del modelo que criticarnos. En efec­
to,
en algunos casos éste incluiría en la limitación de acceso de
ciertas pretensiones a la esfera pública,
en la que se sostiene el
propio modelo, la misma prohibición de la expresión de esas
pretensiones o de juicios de valor a ellas ligados.
El hecho, por
ejemplo, de que el presidente de la Conferencia Episcopal
Española haya sido denunciado ante la Fiscalía, al parecer sin
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JOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDBRÓN
efectos hasta el momento, por afirmar que la práctica homose­
xual es una conducta objetivamente desordenada,
avalarla esta
tesis; mostrando un camino de evolución que no nos puede ser
indiferente.
Otra cuestión es si el
propio sistema político y social de
Occidente, sobre el
que existe una valoración globalmente po­
sitiva, puede sostenerse sin la asunción de valores fuertes, pre­
sentados por la tradición realista a la que nos venimos refiriendo,
es decir, si la sociedad occidental
no está cegando en estos mo­
mentos las fuentes axiológicas de lo que tiene de más valioso.
La imagen más afortunada es de nuevo la de Chesterton en
Ortodoxia cuando se refiere a la estulticia de quien tira un muro
que no sabe para qué sirve sin tener por tanto ninguna posibili­
dad de prever las consecuencias de su acción. En idéntica forma
el nihilismo acomodaticio contemporáneo juega a
poner en cues­
tión la base ontológica de todos los derechos personales sin
observar
que lo único que subsiste es, en consecuencia, la utili­
dad y la voluntad de poder, traducido muchas veces en poder de
destrucción del otro.
El absolutismo del ·consumo, por ejemplo,
que ha caracterizado a nuestra sociedad en los últimos tiempos,
no es un baluarte sino todo lo contrario de la destrucción de
derechos del hombre. En efecto, el criterio
de utilidad del con­
sumismo
es probablemente el más salvaje de los criterios imagi­
nables, retrotrayendo a la humanidad a una época en la que se
limitaba la entrada en la sociedad y se favorecia la salida por cri­
terios relacionados
con los recursos disponibles. Este sistema se
llamó aborto, infanticidio y eutanasia.
Quede en descargo de
nuestros antepasados y en culpa nuestra, que ellos actuaban nor­
malmente
en función de necesidades acuciantes y· no en virtud
de informes del Club de Roma.
El valor puramente ambiental que mantienen entre nosotros
reglas sociales y preceptos morales
que podlamos unir más o
menos remotamente al término tradición, cede sin gran dificultad
frente a la pretensión intelectual del nihilismo y a los frutos del
consenso.
En efecto, como ya he repetido en otras sedes, el consenso
suele estabilizarse en tomo a los intereses de los más fuertes¡ se
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EL PLURALISMO MORAL CONSENSO Y PLURALISMO
trata de un equilibrio de fuerzas y no de un intercambio de ideas
en búsqueda de la verdad. La eliminación del interés por la ver­
dad de la consideración pública, casi como
un a priori del siste­
ma,
no puede conducir a una fundamentación verdadera del
orden social, ni a un progreso en tofflo al bien común, ni a un
proceso de profundización en el reconocimiento del valor de la
persona.
Es cierto, sin embargo, que el interés por la verdad, en afor­
tunado título de Millán Puelles, remite
al hombre a la añoranza
del orden perdido (11). De
ese orden de lo real del que repeti­
das veces nos
ha hablado en esta sede Juan Vallet, que subyace
y rebrota constantemente aunque sólo fuera
por el empeño per­
sonal del
que dio su vida por la restauración de ese orden que
rompimos. ¡Oh felix culpa!
(11) ANTONIO MII.LÁN PUELLF.S, El interés por la verdad, Rialp, Madrid, 1997.
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