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El sentido cristiano de la historia

EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
POR
JOSÉ MARÍA PBTIT SULLÁ
Esta exposición acerca del sentido cristiano de la historia no ha
sido encomendada
por el doctor Vallet a ningún historiador -entre
los muchos y buenos que hay entre los amigos de la Ciudad
Católica-, lo que me permite pensar que debo
más bien discurrir
de modo breve
por los caminos de una especie de reflexión acerca
del sentido cristiano de la historia,
en esta XXXV Reunión, a modo
de cierta meditación de
la que podamos sacar algún provecho.
En la revista
Cristiandad se dedicaron, en los primeros años,
ya desde el número cinco del
año 1944, varios articules al tema
del sentido cristiano
de la historia, lo que el padre Ramiere llamó
•Teologia de la Historia•. Especialmente recomendable es la lec­
tura del número doble de julio
de 1945. Siguiendo al insigne
apóstol del Corazón
de Jesús, se cultivaba entre los discípulos del
padre Ramón Orlandis,
S. l. esta rama de la teologia y de la his­
toria,
no para satisfacer ninguna curiosidad sino para alimentar la
indispensable esperanza católica
en unos tiempos de creciente
secularización de la vida social y politica. Ello requeria, ante
todo, estudiar historia y penetrar
en su sentido con toda seriedad.
Pero mirando a la historia
de la humanidad, que ha de ser
redimida y entrar a formar parte
de la Iglesia, aparece una difi­
cultad, porque nos desconcierta
que la historia, explicada por la
historiografía laica, parece ser
un cúmulo de arbitrariedades des­
conexas, contradictorias incluso, cambiantes siempre
y, cuando
se pretende darle un sentido, siempre es hacia la emancipación
de la humanidad respecto a Dios. Los que no aceptan esta ten­
dencia secularizadora, se tienen
que conformar con una historia
que se nos presenta como algo majestuoso a veces, pero tan
Verbo, núm. 357-358 (1997), 785-801 785
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JOSA MARIA PETIT SULLJ.
deplorable en la mayoría de las ocasiones, que casi preferimos
no atender demasiado a ella y en cierto modo nos parece, no
sabemos bien por qué, que es preferible mirar al futuro porque,
además, decimos, el futuro lo haremos nosotros y siempre
puede
ser mejor que el que hemos encontrado hecho.
Nos gustaría
saber historia, al menos en sus trazos más gene­
rales, y sobre todo nos gustarla entender la historia. En cierta
manera querríamos que la historia fuese una ciencia, con sus
principios, sus demostraciones
y sus conclusiones, pero en segui­
da pensamos que tal cosa ni es ni puede ser ni ha de ser, pues
seria horrible
que resultasen los hombres meros juguetes de leyes
superiores que fatalmente decidiesen los acontecimientos huma­
nos presuntamente realizados por seres libres.
Como es
bien sabido, ésta fue la falsa conclusión a que llegó
el filósofo alemán Oswald Spengler en el periodo de entregue­
rras cuando vislumbró fatalmente la decadencia de occidente. Sin
duda se apercibió muy bien de esta decadencia, pero falto de
esperanza la consideró fatalmente irreversible y asimiló, sin más,
la vida de las culturas a
la vida de cualquier otro ser vivo que
nace, crece y muere. Speng]er estaba en contra de encontrar un
sentido a la historia, como podemos verlo en este texto asi:
•Es completamente inaceptable el modo de interpretar la his­
toria universal, que consiste en
dar rienda suelta a las propias
convicciones políticas, religiosas y sociales, y
en las tres fases que
nadie
se atreve a tocar, discernir una dirección que conduce jus­
tamente al punto en que el interpretador se encuentra. Unas
veces será la madurez del intelecto, otras la humanidad, o
la feli­
cidad del mayor número, o la evolución económica o la ilustra­
ción, o la libertad
de los pueblos, o la victoria sobre la naturale­
za, o la concepción
científica del universo, o cualquiera otra
noción por el estilo la que sirva de unidad absoluta para medir
los milenios
y demostrar que los antepasados o no supieron con­
cebir la verdad o no pudieron alcanzarla, (1).
Advirtamos que a Spengler no le pasa por la cabeza la inter­
pretación teológica de la historia y la
razón más profunda es por-
(1) OswAI.D SPENGLER, •La decadencia de Occidente•, en Cristiandad, ibid.,
pág. 336.
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
que la providencia no actúa en un sentido lineal sino, precisa­
mente,
en. un sentido parecido al propuesto por el filósofo. La
diferencia fundamental es que Dios usa nuestra libertad en fun­
ción de
su proyecto, sin detenninarnos a obrar ciegamente. La
conclusión de Spengler no la sostiene hoy nadie, a pesar de la
justeza de su observación sobre la diferencia entre cultura y civi­
lización.
La cultura es la vida, la civilización es la muerte de una
cultura, a pesar de su aparente esplendor. Concluye así su visión
determinista vitalista:
gHasta hoy éramos libres de esperar del futuro lo que qui­
siéramos.
Donde no hay hechos mandad sentimiento. Pero en
adelante será un deber para todos preguntar al porvenir qué es
lo que puede suceder, .lo que sucederá con la invariable forzosi­
dad
de un sino, que no depende de nuestros ideales privados, de
nuestras esperanzas y deseos. Empleando la palabra libertad, tan
equívoca
y peligrosa, pedimos decir que ya no tenemos libertad
para realizar esto o aquello,
sino lo prefijado o nada ... El naci­
miento trae consigo
la muerte, y la juventud la vejez. La vida
tiene
su forma y una duración prefijada. La época actual es una
fase civilizada, no una fase culta; lo cual excluye por imposible
toda una serie
de contenidos vitales-(2).
Nos encontramos en un cierto callejón oscuro y sin salida
aparente, pero atisbamos una solución cuando por un buen his­
toriador, quizá simplemente de
un hombre que vivió personal­
mente
un hecho singular, para nosotros extraño en el tiempo o
en el espacio, nos llega su narración con una doble cualidad, la
de ser muy
veridico y la de saber mostrar el sentido de su rela­
to,
su razón de ser. Spengler no podia prohibir la interpretación
de la historia
por dos razones. Primero porque él también la
interpretó,
aunque de modo cíclico; segundo porque sin inter­
pretación
no hay historia. La interpretación de la historia es la
que no deforma el hecho pero le encuentra el sentido. Es como
si, en el plano de las ciencias filosóficas, hubiésemos encontrado
la causa eficiente y la final
porque conocemos el sentido profun­
do y el marco general de cuanto es y acaece. Este es el sentido
de una historia de la
que sacamos una conclusión que eleva
(2) !bid., pág. 337.
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JOSP, MARÍA PETIT SULLJ
nuestro espíritu dentro incluso de su misterio. Tal cosa sucede,
por ejemplo, con las vidas de los santos y quizá, en particular,
con las vidas de los mártires cuyo final, humanamente trágico,
resuena para nosotros como lleno de sentido y de salvación a la
luz de la
fe. Para encontrar un sentido a la historia ésta ha de ser
estudiada desde la perspectiva teológica. A la historia le sucede
lo mismo que a la filosofía.
En sí misma considerada, es una labor
de la mera razón, independiente de la fe, pero, de hecho, en las
cuestiones más fundamentales que más afectan al hombre, como
es
el caso de la existencia de Dios, la razón humana se extravía
si
no se deja iluminar por la fe. La causa es bien sencilla, pues
por el pecado original se ha oscurecido la inteligencia y, como
dice Santo Tomás, de
no haber mediado la revelación habría
desaparecido del haz de la tierra la idea de Dios. Hay que reto­
mar, pues, la perspectiva teológica.
Cuando yo era párvulo estudiábamos, o mejor, nos enseña­
ban, lo que se llamaba •Historia Sagrada•. Estudiar la Historia
Sagrada era para nosotros estudiar el Antiguo Testamento o, más
concretamente, algunos pasajes especialmente significativos y
aleccionadores de aquellos libros históricos,
que junto con los
salmos, los sapienciales y los profetas, constituyen la exposición
de la primera Alianza de Dios
con los hombres. Dejemos ahora
a
un lado todos los libros genuinamente históricos, a los que hay
que añadir por su contenido los libros proféticos, y que ocupan
más
de la mitad de los textos sagrados, se narran las vicisitudes,
bien complejas por cierto, del pueblo escogido por Dios.
Nuestros hijos estudian
hoy estos temas bajo el nombre más for­
mal de •Historia de la Salvación•. Leído
en nuestra adultez con
mayor amplitud, nos damos cuenta de que aquella alianza es el
diálogo entre Dios y unos
hombres que se eligió como pueblo.
Quizá a veces nos ha sorprendido la crudeza de algunas des­
cripciones,
pero aprendemos en estas lecturas algo muy impor­
tante, pues
no sólo vemos que Dios siempre es fiel y misericor­
dioso, sino
que Dios actúa entrando en la historia de su pueblo
y que la prosperidad de éste va siempre ligada a
su fidelidad,
como
su desgracia a su abandono de la Ley. Sí, realmente el
Antiguo testamento es sobre todo histórico y vemos claramente
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
que la historia de Israel tiene un sentido que es su referencia a
Dios. Por primera vez
en la historia de la humanidad un pueblo
tiene
una historia con sentido porque tiene un guia y un destino.
El filósofo Nicolás Berdiaeff, reconvertido a la fe ortodoxa,
planteó acertadamente la cuestión
al relacionar la historia con el
sentido de la historia, es decir, cuando los hechos se suceden en
vistas de algo que ha de venir, y esta idea que era extraña al
mundo cultural griego, constitu!a la base
de la vida de Israel,
quien
en este sentido es el primer pueblo que tiene una historia
y la comunica a los demás:
~Fueron los hebreos los que nos trajeron el concepto de "lo
histórico".
Por ello estoy firmemente convencido de que la
misión del pueblo hebreo había sido verdaderamente la de intro­
ducir, en la historia del espíritu humano, una conciencia del pro­
ceso histórico francamente opuesto a la concepción cíclica, pro­
pia del esp'tritu helénico. La antigua conciencia hebrea había
relacionado siempre el proceso histórico con el mesianismo, y es
aquí donde advertimos la diferencia esencial que media entre la
conducta helénica y la hebrea. Mientras la primera iba dirigida
hacia el pasado, la segunda tendía constantemente a lo futuro. El
pueblo hebreo vivía intensamente de cara hacia el porvenir,
esperando siempre una resolución del destino del pueblo de
Israel, (3).
Pero el mesianismo del pueblo de Israel no es algo vago sino
que es la espera del Mesias concreto, aquel
que de hecho los
jefes de Israel
no supieron o no quisieron reconocer. La Iglesia
sabe bien que éste
es el acontecimiento primordial de la historia
humana, tal como lo recuerda el Catecismo:
•La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento
tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y
sacrificios, figuras y súnbolos de la "Primera Alianza" (Hb. 9, 15),
todo lo hace converger hacia Cristo, anuncia esta venida por
boca de los profetas que se suceden en Israel» ( 4).
(3) NICOLÁS BERDIAEPF, •El sentido de la Historia. Ensayo filosófico sobre los
destinos de la humanidad-, en Cristiandad, Barcelona-Madrid, 1945, pág. 340, 15
de julio de 1945, núm. 32-33.
( 4) Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 522.
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JOSÉ MARIA PBTIT SULLJ.
Ahora bien, el Nuevo Testamento, la segunda y definitiva
Alianza de Dios
con los hombres, cumplimiento perfecto de las
antiguas profecías y consumación del
plan de Dios sobre la
humanidad,
es también un texto histórico, que describe con deta­
lle los hechos principales
que comienzan con la Encarnación del
Verbo
de Dios, que refieren algunos de los muchos milagros que
hizo para probar su divinidad y recogen las enseñanzas de la
corta
pero intensa vida pública de Jesús, Dios hecho hombre, y
que en conjunto y en sus cuatro presentaciones llamamos con el
esperanzador nombre de evangelio, el
buen anuncio. Y se cierra
con el libro profético del Apocalipsis que escribió el apóstol y
evangelista San Juan, libro verdaderamente histórico, pero de
una
historia de Jo que habla de suceder a partir de aquella inspirada
revelación,
que fue la revelación de Jesús. Incluso la historia de
la primitiva Iglesia, los
hechos de los apóstoles, y las mismas
enseñanzas escritas de los apóstoles,
sobre todo del apóstol de
los gentiles,
que en forma de cartas han llegado a nosotros como
el
eco autorizado de aquella primera Iglesia, no hemos de des­
conocer
que incluyen aspectos proféticos que constituían el fun­
damento
de la esperanza de los primeros cristianos y que con­
servan este carácter también
hoy para alimentar la nuestra.
El nuevo testamento es, pues, también histórico. La resurrec­
ción de Jesús -como todos sus milagros--no puede reducirse a
una mera ocasión para hacer una piadosa alegoría. Nada ha
hecho tanto daño a la Iglesia como las sectas gnósticas que des­
virtuaban el sentido histórico y convertían la religión de
Jesucristo
en una mera llamada a la •espiritualidad• o a la filan­
tropia. Y
no sólo es histórico sino qué es también profético.
Pero comparando bajo
este aspecto los dos Testamentos,
quiero llamar la atención
sobre el hecho de que casi inconscien­
temente muchos tienden a
pensar que fue, sobre todo, en la
Antigua Alianza
donde Dios se mostró como providente respec­
to a su pueblo, mientras
que desde la Nueva Alianza dicha pro­
videncia les parece
que ha sido sustituida por la fundación de la
Iglesia
que ya no es tanto un pueblo de elegidos cuanto un cuer­
po de doctrina y de santificación. Hay que hacer un examen de
conciencia sobre esta injustificada tendencia a ver en nuestra
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
Iglesia sólo el cuerpo doctrinal, como si el Espíritu Santo que rige
a la Iglesia fuese sólo
un Consolador y Vivificador de tal natura­
leza
que habría abandonado a la colectividad de los redimidos
para atender solamente a los cristianos de
modo individual.
Aunque tenemos
una ley perfecta, la ley de la gracia, no estamos
autorizados a sobreentender erróneamente que carecemos de
una providencia colectiva. Y, siguiendo por esta corriente podría
suceder algo peor,
se podría pensar que no la necesitamos.
Una manifestación práctica
de esta actitud podría quedar
ejemplarizada
en el hecho de que los cristianos no sabemos casi
nada de la historia
de la Iglesia, en particular, por ejemplo, la fun­
damental historia de los concilios ecuménicos,
que frente a las
herejías fijaron la exposición y comprensión correcta de nuestra
fe, mientras que nos extrañaría
mucho encontrar un judío cre­
yente
que no conociese muy bien el Deuteronomio y, en gene­
ral,
todo el Pentateuco, que es, a la vez, la exposición de la Ley
y la historia de la salvación del pueblo a quien se ha dado esta
ley.
Oaro está que hay una diferencia fundamental entre ambas
historias, pues la historia de la Iglesia, pasada la
época apostóli­
ca, ha
de ser necesariamente una historia escrita por hombres sin
especial asistencia divina,
cuando se ha cerrado ya -con el
Apocaltpsts----la revelación. Fuera de la primera época de la
Iglesia nosotros
no tenemos una historia sagrada, pero si tenemos
un principio interpretativo de la historia que ha de venir, cuyo
fundamento
ha de ser aquellas palabras de Jesucristo con las que
se termina el evangelio de San Mateo: •Sabed que estoy con voso­
tros todos los
días hasta la consumación

de los
siglos• (5).
En el nuevo testamento hay una especial referencia de Jesús
a las cosas
que han de venir. También nosotros debemos estar
alerta sobre los tiempos futuros, ante sucesos trascendentales
en
cuya expectación hay que estar vigilantes, como dijo en aquellas
parábolas
en que se habla del dueño o del. novio que tarda en
llegar, sin dormirse -como en la parábola del siervo fiel-y, si
nos dormimos
-como en la parábola de las vírgenes prudentes
(5) MI., 28, 20.
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JOSA MARIA PETIT SULLJ.
y necias-con suficiente aceite, esto es con suficiente fe y espe­
ranza.
Es bien claro que tales expectativas no se refieren a la
muerte, como con excesiva simpleza se dice en muchas homi­
lias, sino a la segunda venida de Jesucristo, que la liturgia actual .
-y el Catecismo-con tanto énfasis nos anuncian.
Pero hay algo más
que también hemos de considerar. Lo que
distingue al pueblo elegido de Israel del nuevo pueblo de Dios
según la nueva y definitiva Alianza, no es que ahora la historia
no sea parte de nuestra consideración sino que ahora el pueblo
es ya toda la Iglesia extendida
por todo el mundo y, en cierto
sentido, toda la humanidad
en cuanto que la Iglesia tiene voca­
ción

intrínseca
de predicar a todas las gentes según el mandato
explicito y constituyente
de nuestro Salvador: •Id al mundo ente­
ro y predicad
,el evangelio a toda la creación• (6). Bien claramente
dijo Jesucristo:
•tengo otras ovejas que no son de este redil•, aún
después de haber manifestado su predilección por los judíos que
eran su pueblo. Hay, por tanto, una cuestión importantísima,
pues mientras el pueblo de Israel tenía una historia muy enmar­
cada
en sí mismo, el actual pueblo de Dios, que es la Iglesia, apa­
rece
no sólo extendido por todo el mundo sino en relación con
todo el mundo. La Constitución Conciliar Gaudtum et Spes,
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, del último
Concilio ecuménico es
una buena prueba de ello.
Consideremos ahora el
punto fundamental que nos ha de
invitar a pensar
en el sentido cristiano de la historia. La provi­
dencia es
un dogma fundamental de la vida cristiana. Expone
esta verdad
que Dios cuida de los hombres muchísimo más que
de todo el universo creado, pues todo el universo no hubiera
sido
hecho por Dios si no fuera pensando en el hombre que lo
había de habitar. Ahora bien, Dios cuida
con sabias leyes la mar­
cha de los astros, con perfecta reiteración el paso cambiante y
armonioso a la vez
de las distintas estaciones y, en general, de
todos los procesos naturales sin los cuales la vida humana seria
imposible. ¿Cuál
ha de ser el cuidado que pios toma de los hom­
bres? Jesucristo dijo
que todos nuestros cabellos están contados y
(6) Me., 16, 15.
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
que si cuida de los lirios del campo y de)bs gorriones más ha de
cuidar de sus hijos los hombres.
Los hombres, en lo natural dependemos de las cosas creadas
por Dios, que nos rodean y nos dan luz, calor y nos alimentan,
pero los hombres dependemos también de todo aquello que los
mismos
hombres nos han dejado con su paso anterior. Luego
para nuestro sustento integral necesitamos también de la socie­
dad humana y no sólo de la naturaleza externa. De ahi que la
Iglesia diga
que siendo el hombre social por naturaleza y siendo
la naturaleza humana obra de Dios, la misma sociedad es obra de
Dios y a Él se ha de ajustar, pues no puede estar ausente de la
Providencia aquello
que más ha de influir en la vida del hombre,
cual
es la sociedad.
Ninguna realidad
puede decirse independiente de Dios,
pues seria ella misma divina, con lo que la historia humana,
como realidad en este mundo, no puede considerarse ajena al
señorio de Dios. La historia le ha de estar sujeta más que toda la
creación
(7). Seria muy extraño que lo que más influye en la vida
del hombre y más condiciona su comportamiento estuviera
determinado sólo
por la voluntad de algunos hombres, quizá los
más malvados. Los
hombres seriamos los más olvidados de Dios,
de hecho.
En el Catecismo de la Iglesia Cató/tea, promulgado por el
Papa en 1992, hablando del dogma de la Providencia, leemos
estas palabras
bien contundentes:
«El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la
divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado
de
todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes aconteci­
mientos del mundo
y de la historia, Las Sagradas Escrituras afir­
man con fuena la soberanía absoluta de Dios en el curso de los
acontecimientos:
"Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo
cuanto le place lo realiza" (Sal, 115, 3); y de Cristo se dice, "si
Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir"
(Ap., 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre,
pero sólo el Plan
de Dios se realiza, (Fr., 19, 21) (8).
ti) Catecismo ... , n. 450.
(8) Catecismo ... , n. 303.
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]OSt MARIA PBTIT SULU
Debemos penetramos de la relación entre la historia de la
salvación y la historia de la humanidad. La salvación la ha reali­
zado Dios
en el tiempo. Y los tiempos adquieren consistencia por
los hechos que en ellos suceden. Y Dios, que ha venido a sal­
varlo todo, asume en su acto salvador todos los acontecimientos
humanos, de modo que no sólo aprovecha los actos libres de los
hombres sino
que muestra su sabiduña al encauzarlos hacia su
propia voluntad. En esta obra temporal brilla
su poder y brilla su
misericordia y
queda patente a todos que son vanos los proyec­
tos de los hombres
que se alejan de Dios. El sentido de la histo­
ria muestra esta doble verdad,
que la voluntad de Dios se eleva
sobre las ruinas de los falsos proyectos humanos y
que muestra
de continuo su amor y misericordia, de
modo que nos maraville­
mos más de
su providencia que de su misma creación.
La historia es importante porque hay un destino, una meta
que le da un sentido y ello no se funda en ningún idealismo
inmanentista, sino
en el plan de Dios, del todo trascendente pero
realizado
en la historia. El proyecto divino no es otro que la sal­
vación de todos los hombres,
pero realizado de modo histórico.
Dios, que hizo el mundo en el tiempo, como nos narra
expresamente el Génesis con su relato de los seis días de crea­
ción, tuvo de
él providencia también en el tiempo. Cuando nues­
tros primeros padres abandonaron el paraíso,
no los abandonó y,
a pesar de la maldad que se extendió por la tierra, en cierto tiem­
po eligió un hombre, Noé, para perpetuar la humanidad a pesar
del castigo universal. Eligió a Abraham
en el tiempo e hizo de él
un gran pueblo, sacándolo de su tierra originaria y haciendo des­
pués trasladarse a sus descendientes en tiempos de Jacob a la
larga estancia
en Egipto, y todo ello en el tiempo. Y liberó al pue­
blo elegido
por mano de Moisés en el tiempo, y as!, en toda la
historia posterior de Israel,
ya instalado en la tierra prometida,
con sus jueces y sus reyes, con sus dos deportaciones y sus vuel­
tas al país prometido,
ha mostrado siempre que obra en el tiem­
po que Él mismo ha hecho.
Lo mismo acontece en la Nueva Alianza. En el tiempo fue la
Encarnación, y la Iglesia
por Él fundada que vive en el tiempo en
toda clase de vicisitudes. Dar sentido a estas vicisitudes lo hicie-
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EL SENTIDO CRISTIANO DE U HISTORIA
ron sintéticamente San Agust'm en La ciudad de Dios, quien sos­
tiene que lo que acaece al imperio romano no es imputable a los
cristianos, sino que es para castigo de los malos y recompensa de
los buenos,
y, más en particular, Bossuet, tenia la misma idea
apologética,
al prolongar su reflexión hasta la consumación del
imperio de Carlomagno,
en el Discurso sobre la Historia
Universal. Ellos entendieron que las cosas creadas son tempora­
les y Dios mismo
ha querido obrar observando unos tiempos.
Encontrar
un sentido a la historia es ver que hay un orden razo­
nable
en los acontecimientos humanos de modo que han servi­
do para la expansión de la Iglesia, a pesar de parecer hechos for­
tuitos y
aún meramente calamitosos para la humanidad o incluso,
a veces, como
en tiempo de persecuciones, para la misma Iglesia.
Pero fue sobre todo el padre Ramiere quien mostró la nece­
sidad de atender a estas leyes
de la providencia -que nacen del
conocimiento de la historia de la Iglesia comparándola con la his­
toria
de la humanidad-para estar prontos, alegres y orantes en
el tiempo actual, porque Dios no hará renacer a la humanidad a
la luz total de su salvación más
que después de haber aniquila­
do las falsas pretensiones humanas. Saber distinguir
en la huma­
nidad sus profundos anhelos,
de sus equivocas resoluciones.
Saber conjugar el fracaso con la esperanza, la inminencia
de las
calamidades humanas
con la proximidad del triunfo total.
A las leyes
de la Providencia que, como ya dijera San Agustín,
son de permitir el mal para sacar de ello mayor bien, hay que
unir, además, las promesas del mismo Rey de la humanidad. Estas
promesas hablan inequ!vocamente de triunfo final
en medio de
las mayores adversidades. Estas profecías entroncan
con las del
Apocaltpsts. Las profec!as, dec!a el padre Ramiere en su gran libro
Las esperanzas de la Iglesia (9), son de tres tipos, las que proce­
den de los libros sagrados, las que proceden de la devoción al
sagrado Corazón y las que
proceden de la definición dogmática
de la Inmaculada Concepción.
El libro que comentamos ahora
merecerla ser resumido en su globalidad, aunque vamos a dar
(9) ENRIQUE RAMIERE, Las esperanzas de la Iglesia, en Publicaciones
Cristiandad, Barcelona,
1962, trad. padre Hilario Marín, S. I.
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JOSA MARi'A PETrr SULLJ.
sólo una muestra de su argumentación y de su fuerza. El padre
Ramiere habla dado en Vals donde se formaban los jóvenes jesui­
tas
para ir a las misiones, un curso titulado •El reino de Jesucristo
en la historia• durante el año académico 1862-63 (10), pero sus
ideas fueron luego a parar, sobre todo, al gran libro que fue Las
esperanzas de la Iglesia, y de esta obra vale la pena exponer un
párrafo un poco largo:
•El estudio de los caminos seguidos por la Providencia en el
pasado, induce al convencimiento de que Dios no deparará el
triunfo a su Iglesia, hasta que sus enemigos hayan desplegado
contra ella todo su furor y parezca haber logrado un triunfo com­
pleto.
No de otra manera, Jesucristo, cuya vida mortal es el tipo de
la existencia terrena de la Iglesia, ha vencido a la muerte deján­
dose vencer por ella, ha obtenido un pleno éxito en su misión al
entregarse
en manos de sus verdugos.
De igual modo, la Iglesia triunfó de la crueldad de los empe­
radores romanos, de las sutilezas de las herejías, de la barbarie
de los pueblos del Norte, de la tiranla de los emperadores y reyes
cristianos, en una palabra, todos cuantos enemigos se lé han
opuesto en el curso difícil de su existencia, no ya desarmándolos
antes del combate, sino, al contrario, después de haber sufrido
hasta el límite los excesos de su rabia y hostilidad.
También de esta manera en el mundo antiguo, figura de la
nueva Era, la raza de los servidores de Dios, no fue salvada por
el diluvio, por la invocación de Abraham, por la salida de Egipto,
por el fin de la cautividad de Babilonia y, por último, por el naci­
miento del Salvador, hasta el momento en que el predominio del
error y del crimen parecía no dejar esperanza alguna a la verdad
y a la virtud.
(. .. )
Es siempre la misma economía, de la que hallarnos una viva
expresión en la célebre visión de Ezequiel. Para infundir de
nuevo el expll'itu de vida espera Dios a que la muerte haya con­
cluido
su obra. Permite a la infidelidad encerrar a todos los hom­
bres en un calabozo sin salida, a fin de manifestar más gloriosa­
mente su misericordia al devolverles la libertad. Tal nos dice San
Pablo: "Conclusit omnia in infidelitate ut omnium misereatur".
Todo nos lleva a creer que esta analogía, que tan exacta­
mente se ha reali1.ado en el pasado, se verificará igualmente en
el porvenir. Nada priva a Dios, Todopoderoso, de hacer milagros;
pero como su sabiduría nunca se separa de su poder, guarda un
(10) Véase el articulo del padre DuooN, •Le Pere Ramiere•, en Cristiandad,
núm. cit., págs. 333-334.
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
orden y sigue una ley, aun en aquellos actos por los que deroga
el orden común y las leyes naturales.Todo
lo hace, incluso los
milagros,
con número, peso y medida. Si en sus orbras se des­
cubre una infinita variedad, también reina
en ellas una admirable
unidad, y dificilmente nos equivocaremos
al pensar que en esta
suprema lucha
en que la Iglesia se ve atacada a la vez por todos
sus antiguos enemigos: cesarismo
y democracia, herejía, cisma e
incredulidad,
no obtendrá la victoria, más que en iguales condi­
ciones a que ha tenido que comprar
el triunfo parcial sobre cada
uno de sus adversarios. Como todas las doctrinas erróneas que le
han precedido,
el anticristianismo masónico, que las resume
todas
en su infernal unidad, probablemente no será vencido por
la unidad divina más que después de haber logrado el triunfo
que persigue con tanto ardor, y que parece prometérselo. Sólo
entonces, la sociedad, que únicamente puede ser instruida por su
propia experiencia, comprenderá
el precio de la reale7.a de
Jesucristo
y el crimen cometido al insubordinarse contra su auto­
ridad, (11).
El cristiano actual necesita conocer este sentido de la historia
porque ello alimenta su esperanza y conforta su fe, a la vez
que
le da discernimiento sobre el modo como debemos ser hoy após­
toles de la novedad del evangelio.
Me refiero muy en concreto al
contenido total
de nuestra fe que ha de ser presentada también
como
una salvación social e histórica. Más allá de los errores que
nos han invadido, nos han sacudido y nos han armado incluso,
en la humanidad actual se dan unas aspiraciones de totalidad que
sólo la Iglesia de Jesucristo puede llenar.
Es también urgente explicar el sentido de la historia y que la
totalidad del evangelio,
con sus profedas y promesas, sea pro­
clamado a todo el
mundo para que no nos trague del todo el
error socialista-marxista, el error liberal-economicista, el error
nacionalista-racista, etc., entre otros argumentos negando ningún
sentido lineal al auge de alguno
de estos errores. Frente al mito
del progreso indefinido de la historia
en una dirección materia­
lista se
ha de dar el sentido de total redención espiritual y mate­
rial del hombre incluso
en este mundo.
La Constitución Gaudtum et Spes, antes ya citada, hablando
de la actividad
humana en el mundo, nos habla de la •tierra
(11) ENRIQUE RAMIERE, op. cit., Introducción, págs. 4-6.
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nueva y el cielo nuevo•. Este párrafo empieza con estas palabras:
•Ignoramos el tiempo
en que se hará la consumación de la tierra
y de la humanidad• (12). Y al llegar aquí cita
en nota la referen­
cia a esta cuestión
en los Hechos de los apóstoles. El texto se
enmarca al comienzo de dicho relato, cuando los apóstoles reu­
nidos
en el Cenáculo de Jerusalén, por mandato de Jesús, en
espera del Espíritu Santo, le hacen la siguiente pregunta, obte­
niendo esta respuesta:
•Los que se habían, pues, reunido le preguntaban diciendo:
Señor,
¿en esa sazón vas a restablecer el reino a Israel? Dijoles:
No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos oportu­
nos que el Padre fijó con su propia potestad• (13).
Es, por tanto, claro qui,, se trata de una pregunta que afecta
a la historia
de la nueva Iglesia. La interpretación desgraciada­
mente usual tiende a pensar que «consumación,. significa término,
o, más claramente, si
se me permite la expresión fuerte, pero
para que
se me entienda, se toma el término consumación como
•liquidación•. Pero consumar una tarea no es liquidarla, sino que
es llevarla a su perfección. Es en este sentido que dijo Cristo en
la cruz •todo se ha consumado•. Cristo había venido a redimir a
los hombres y morir
en cruz era la consumación de este proyec­
to decretado
por toda la Trinidad y que el Hijo aceptó realizar.
Pero la Iglesia
no habla de liquidación, en absoluto, pues en
el catecismo podemos leer estas palabras, del todo conformes
con la liturgia actual:
•Al celebrar anuahnente la liturgia de Adviento, la Iglesia
actualiza esta espera del Mesías: participando en
la larga prepa­
ración
de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el
ardiente deseo de su segunda venida• (cfr. Ap., 22, 17) (14).
El sentido último de la historia de la humanidad y de la
Iglesia
no es otro que la segunda venida de Jesucristo. Porque es
cierto
que el cielo definitivo implicará el término de la historia,
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(12) Gaudium et spes, n. 39.
(13) Act., 1, 6-7.
(14) Catecismo, n. 524.
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
pues no habrá historia humana indefinidamente, pero nadie
puede pensar que la Iglesia nos invita a •desear ardientemente• la
segunda venida, a pedirla insistentemente, porque deseamos con
ardor que se acabe el mundo histórico. Esto ni es, ni puede ser,
verdad.
Si los cristianos pidiéramos, anhelásemos, el fin del
mundo seria lógico que nadie nos escuchase, porque esto no
seria trascendente ni sobrenatural, sino simplemente inhumano e
incluso absurdo. Pero nosotros
no anhelamos el fin del mundo
sino la consumación de la historia de la salvación.
Un
punto ca pita! para nuestro propósito lo hemos de encon­
trar en la explicación de la oración dominical, el Padrenuestro, tal
como se encuentra en el Catecismo, concretamente en la petición
que e titula •venga a nosotros tu reino,,. Empieza por explicar que
el término griego •basilea• puede traducirse también por la acción
concreta y
no sólo por el nombre abstracto. De modo que po­
dríamos perfectamente decir •venga a nosotros tu reinado•, que
sonarfa más parecido al título de las obras del padre Ramiere
Retnado socta/ del Corazón de Jesús. A continuación, y citando
una oración de San Cipriano, dice una cosa tan interesante como
la siguiente:
•Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en
persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de
quien queremos
apresurar su advenimiento por nuestra espe­
ra, (15).
Dos números más abajo insiste el Catecismo en la misma idea
y con gran naturalidad pone en relación Intima la venida del
Reino y el retomo de Jesucristo, con estas claras y breves pala­
bras:
•En la Oración del Señor, se trata principalmente de la ve­
nida
final del reino de Dios por medio del retomo de Cristo•
(Cfr. Tt., 2, 13) (16).
La razón de esta anhelo es sencillo de expresar, pues no es
otra cosa que la misma voluntad salvífica de Dios. Ahora bien,
(15) Catecismo, n. 2816.
(16)
Catecismo, n. 2818.
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todo el mundo entiende que Dios, Cristo, desea nuestra salva­
ción,
pues lo enseñó expresamente el evangelista San Juan y, sin
embargo,
pedimos nuestra salvación porque sabemos que no
podemos alcanzarla sin la gracia de Dios. Pues lo mismo sucede
con la salvación de todos los hombres. Desear ardientemente la
segunda venida es desear el triunfo definitivo de Dios sobre el
mundo para salvarlo. La salvación tiene que ser, de toda necesi­
dad,
en este mundo histórico.
La íntima relación entre los dos testamentos es evidente
desde el punto de vista de Dios, pero demasiadas veces nos pare­
ce a algunos de entre nosotros que la novedad del evangelio ha
clausurado definitivamente la referencia al Dios de Israel, al
único Dios, y a pensar en Cristo fuera de las profeáas que lo
anunciaban como Mesías de Israel. De este modo, ni avanzamos
en el diálogo con los jud!os ni creemos prácticamente en las pro­
fecias.
La separación, y negación, del Antiguo Testamento era
tema central de la herejía gnóstica y maniquea.
Pero el Catecismo nos ilustra desde una perspectiva muy uni­
ficadora la relación entre
la promesa del Mesías y la venida del
Salvador Jesucristo,
cuando escribe:
«Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de
Dios de la
Antigua AlianZa y el nuevo Pueblo de Dios tienden
hacia fines análogos: la espera de la venida (o del retomo) del
Mesías; pues para unos es la espera de la vuelta del Mesías,
muerto y resucitado, reconocido como Señor e
Hijo de Dios; para
los otros es la venida del Mestas-(17).
Y comentando la Epifanía, la fiesta de los no jud!os ante el
nacimiento de Jesús en Belén, escribe unas maravillosas líneas de
acercamiento de la fe en el Rey de las naciones al Rey de los ju­
d!os:
800
•La llegada de los magos a Jerusalén para rendir homenaje al
rey de los judíos (Mt., 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz
mesiánica de la estrella de David (cfr. núm. 24, 17-19; Ap., 22, 16)
al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gen­
tiles
no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios
(11) Catecismo, n. 840.
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EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cfr. Jn.,
4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está
contenida en el antiguo testamento (cfr. Mt., 2, 4-6), La Epifanía
manifiesta "que. la multitud de los gentiles entra en la familia de
los patriarcas" (San Leonardo Magno, serm. 23) y adquiere la
"israelitica dignitas" (MR, Vigilia Pascual, 26; oración después de
la tercera lectura)& (18).
Uno puede quedarse muy atónito ante este fenomenal texto,
pero
no podía cuestionarse su redacción sin poner en entredicho
todas las citas bíblicas,
de uno y otro testamento, y la misma litur­
gia
de la Iglesia católica tal como está en el Misal Romano. En
definitiva, hemos de pensar
que Cristo es el señor del mundo y
de la historia,
aun cuando, a veces1 no sepamos entrever sus
caminos. Tal como lo recuerda
el catecismo:
~eemos firmemente ·que Dios es el Señor del mundo y de
la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con fre­
cuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro
conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co.1 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cua­
les, incluso a través de los dramas del mal y el pecado, Dios
habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cfr.
Gn., 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra» (19).
(18) Catecismo, n. 528.
(19)
Catecismo, n. 314.
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