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Las herejías que rompieron Europa

LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
POR
JUAN CAYÓN
O. Agradecimientos y excusas.
Quiero comenzar agradeciendo a nuestros amigos organiza­
dores
que una vez más, y desde luego no por mis méritos, sino
por su generosidad, hayan tenido la amabilidad de contar con­
migo para el desarrollo de
una de las sesiones de estas Reunio­
nes de amigos de la Ciudad Católica.
No obstante, si inmerecido
ha sido el honor en otras ocasio­
nes,
aún más lo es en ésta por la temática asignada y sobre cuya
centralidad, desde luego,
no soy ningún experto. Con la ayuda
del Espiritu Santo y la comprensión de todos vosotros, intentaré
superar este trance dignamente y sin incurrir, precisamente, en
herejia ni desviación alguna de nuestra Santa Madre la Iglesia, a
cuyo Magisterio en todo momento me someto.
l. Aproximación al concepto de Europa y su relación con
las herejías.
Como está quedando suficientemente apuntado en esta reu­
nión por si alguna duda quedaba sobre el particular,
no puede
comprenderse la noción de Europa
sin analizar en profundidad sus
raíces cristianas, su esencia cuando menos histórica, pues la tradi­
ción europea es "fe, amor, y comunidad de espíritu con Cristd' (1).
(1) P. BERNARDO MoNSEGú, El Ocddente y la Hispanidad, ediciones Cultura
hispánica, Madrid, 1949, pág. 64.
Verbo, núm. 381-382 (2000), 31-53-31
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JUAN GAYÓN
Dicha circunstancia no escapa ni siquiera al observador
menos avezado, pero es preciso en tiempos de confusión como
los que nos ha tocado vivir, que se incida en ello y se recalque
convenientemente,
pues como ha sido destacado con acierto
entre
"la orientación para el futuro la da el pasado, y el ideal
arranca de la tradición"
(2).
Si bien es cierto que lo civilizado y lo cristiano no son la
misma cosa necesariamente, no es menos cierto que "si la civili­
zación, que es un hecho humano, temporal de suyo, puede decir­
se cristiana, es porque el cristianismo tiene una doctrina a pro­
pósito
no sólo del destino eterno del hombre, sino también de su
destino temporal; es porque la civilización supone
un desarrollo
armónico y Jerarquizado de los valores temporales, y el cristia­
nismo tiene la
dave de esa jerarquía" (3).
Así, por una cuestión estrictamente metodológica, y pese a
que en conferencias anteriores y posteriores a la presente mis
compañeros en el estrado nos han ilustrado extensamente sobre
el particular, no tengo más remedio que mencionar, siquiera de
pasada, algunos presupuestos previos en tomo al concepto de
Europa, que en el caso del pensamiento español ha sido enten­
dido
de tres formas posibles, dos históricas a las que se referirá
en detalle Miguel Ayuso un poco más tarde, y una actual que
todos tenemos presente.
A) La Europa Cristiana
Decía el P. Monsegú que "si nos paramos un momento a con­
siderar Jo que hay en el fondo de cada una de las líneas fronte­
rizas de la historia, observaremos que
es el predominio de uno de
esos dos elementos
-se refiere al espíritu y su contrapuesto la
materia-Jo que origina y determina el trazado convencional de
esas
fronteras' ( 4) y no le falta razón. El Cristianismo, como nos
32
(2) P. BERNARDO MONSEGÚ, op. cit, pág. 64
(3) MoNTCHEUIL, Yve.i de, L 'Eglise et Je monde actuel, pág. 27.
( 4) P. BERNAf!DO MoNSEGÚ, op. cit. págs. 18-19
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LAS HERE]íAS QUE ROMPIERON EUROPA
ha explicado brillantemente Andrés Gambra, hizo suyas las esen­
cias más puras que atesoraba la civilización antigua, las puso a
buen recaudo en tiempos bárbaros y las amejoró con el espíritu
germánico, dándolas
un nuevo vigor y esplendor que culmina en
la edad media con una Europa unida en lo fundamental, orde­
nada, con Creencias comunes, con respeto a la pluralidad pero
siempre dentro de la unidad.
Evidentemente, esta es la Europa
en la que se integran a la
perfección las Españas que serán, precisamente, su último bas­
tión. Sólo esta Europa es rota
por las herejías como más adelan­
te veremos.
B) La Europa enemiga de la Hispanidad
También fue corriente
en el pensamiento español, por pura
lógica, la concepción de Europa como enemigo. Cuando las
herejías cuyos efectos aún
hoy padecemos triunfan en nuestro
.continente, las Españas, fieles a la Tradición,
no pueden sino
enfrentarse con dureza a los vientos que corren por Europa.
Miguel Ayuso profundizará en esta idea por lo que no quiero
adentrarme más
en ella. Simplemente diré que dicha Europa es
ciertamente enemiga de España por haber caído, precisamente,
en manos de la herejía.
C) La Europa de los mercaderes
Entiendo que
aún cabe una tercera posibilidad de acercamos
al concepto de Europa y que es la más actual y sin duda más
extendida
en nuestros días. Para esta tercera manera de enfocar
el asunto, Europa es
la Comunidad Económica Europea, la Unión
Europea,
en definitiva, la Europa contemporánea, la éle los mer­
caderes. Desde el
punto de vista de nuestro análisis, este mode­
lo europeo
no supone más que la integración definitiva de nues­
tra Patria
en el despropósito común, en un proyecto sin futuro
pues
no respeta el pasado, en la aparentemente definitiva des-
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trucción de nuestra esencia e integridad, en la herejía del libe­
ralismo, el relativismo y el democratismo para acabar, finalmen­
te,
en la apostasía. A ello nos referiremos al tratar de la actuali­
dad de las herejías.
2. Las herejías: concepto, tipología, historia, sanción y
actualidad.
2.1. l'I.ANrEAMmNTo GllNl!IW.
Tras esta introducción que nos permite precisar qué Europa
es la que rompen las herejías, la Cristiandad, pasemos a desarro­
Jlar propiamente dicho el tema asignado.
A) La revuelta del hombre contra Dios
Señaló con acierto Elías de Tejada la "condición desfallecien­
te, y por tanto no siempre buena ni siempre mala, empero a veces
solamente torcida, del hombre'.
La perspectiva tradicional en la que el hombre se encuentra
entre dos ámbitos,
uno el vertical (en el que encontramos la ver­
tiente sobrenatural y metafisica
que se plasma en la tendencia
humana hacia el Creador) y otro el horizontal (que resulta de la
previa comprensión a través de la
fe del primero de los aspectos
y
que se nos manifiesta como proyección vital del yo de cada
hombre
en el mundo terrenal que le rodea) (5) no tiene ya sen­
tido
en la nueva antropología, que prescinde del primero de los
planos y manipula el segundo.
(5) Cfr. a modo de resumen .AYuso TORRES, Miguel, La filosofía jurídica y
polftica de Francisco Elfas de Tejada, Madrid, 1994, págs. 135 y sigs. Igualmente
y en el mismo sentido entre otros, EriAs DE TEJADA, Francisco, Introducción al
estudio
de la ontología jurídica, Madrid, 1942, págs. 13 a 19, o del mismo autor
su contribución "La vocación humana como base sociológica del derecho", en
Ciencia Jurídica. Aspectos de su problemática, Jusfilosófica y cientiflco-positfva,
actual, vol. I, La Plata, 1970, págs. 425-439.
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
No obstante, en esa relación del hombre con Dios, la prime­
ra manifestación de la rebelión de aquél contra éste se da, para
los católicos,
en el pecado original al principio de los tiempos.
Desde entonces, la condición humana
ha sido pecadora y lo
seguirá siendo. La herejía, como veremos, tiene una dimensión
teológica de pecado, y pecado grave, pero ni estoy capacitado,
ni es
mi intención, entrar a desarrollar las implicaciones preter­
naturales del pecado de infidelidad.
B) La verdad y la mentira
Pero también veremos como la herejía tiene una importante
dimensión
en el orden doctrinal y social. Señalaba Juan XXIII en
Ad Petri Cathedram que "la causa y raíz de todos los males que,
por decirlo así, envenenan a los individuos, a los pueblos y a las
naciones, y perturban las mentes de muchos, es la ignorancia de
la verdad. Y
no sólo su ignorancia, sino, a veces, hasta el despre­
cio y la temeraria aversión a ella".
Por su parte, el ilustre catedrático de la Universidad de
Génova, Michele Federico Sciacca (6) reflexionó sobre como
"hoy se busca la novedad, el presente sin pasado y sin futuro, un
presente perdido en la puntualidad del momento, sin rafees en el
ayer; sin proyección hacia el mañana, y, sobre todo, no conside­
rado como imagen de la eternidad.
La investigación de la verdad,
nuestra
vi'!}a gloria de milenios, la hemos descargado de los hom­
bros como un peso insoportable'.
En un sentido idéntico, Juan Pablo II ha venido a consoli­
dar la postura tradicional de la Iglesia respecto del tema
que
nos ocupa en la oportuna encíclica Fides et ratio que acabamos
de ver publicada, y donde señala cómo "Dios ha puesto en el
corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y,
en defini­
tiva, de conocerle a
Él para que, conociéndolo y amándolo,
pueda
alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo", por
lo que "el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del
(6) SCIACCA, Federico M., En espíritu y en verdad, Escélicer, S. A., Madrid, 1955.
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hombre' (3, pág. 10), llegando a concluir incluso que "se puede
defmir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad' (28,
pág. 48).
Destaca también nuestro Santo Padre
en este mismo sentido
que
"el hombre no comenzaría a buscar Jo que desconociese del
todo o considerase absolutamente inalcanzable.
Sólo la perspecti­
va de poder
alcanzar una respuesta puede inducirlo a dar el pri­
mer paso" (29, pág. 49) y que de hecho, "si existe el derecho de
ser respetados en el propio
camino de búsqueda de la verdad,
existe
aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de
buscar la verdad
y seguirla una vez conocida" (25, pág. 46).
Finalmente, nos expone sin tapujos
que "lo que es verdad,
debe ser verdad para todos
y siempre" (27, pág. 47), que "la ver­
dad, sin embargo, no es más que una sola' (79, pág. 116) y que
"creer en la posibilidad de conocer una verdad universalmente
válida
no es en modo alguno fuente de intolerancia; al contrario,
es
una condición necesaria para un diálogo sincero y auténtico
entre las
personas. Sólo bajo esta condición es posible superar las
divisiones
y recorrer juntos el camino hacia la verdad completa,
que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitadd'
(92, pág. 136).
Por todo ello, si estamos
en condiciones de conocer la ver­
dad y la Iglesia propugna y declara como verdades inamovibles
algunas afirmaciones, es que hay otras proposiciones que, soste­
nidas con buena o mala intención, son falsas. Tan simple argu­
mento hoy
no se defiende en la práctica más que por unos pocos
que inmediatamente son tachados por la sociedad de reacciona­
rios e integristas; personalmente respondo a tales acusaciones
con la certera cita literaria de que "la verdad es la verdad la diga
Agamenón o
su porquero".
En todo caso, a los efectos de nuestra exposición y como
veremos más adelante,
la herejía está al servicio de la mentira, del
error, y
por ello debe ser y de hecho es condenada.
C) Los enemigos exteriores y los interiores
Señalaba con acierto Gabriel de Armas en la conferencia de
clausura de la X reunión de amigos de la Ciudad Católica y publi­
cada
en el núm. 100 de nuestra querida Verbo que, el combate
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
contra la verdad está agravado por la circunstancia de que se
lucha contra ella tanto desde dentro como desde fuera: "Antes los
ataques
más duros y frontales provenían siempre del campo ene­
migo"
refiriéndose como es natural a las religiones falsas o al ate­
fsmo. No obstante, dichos
oponentes "bien por ignorancia, bien
por malicia, conservaban
una postura de enfrentamiento.
Postura equivocada,
sí, pero gallarda al fin. A veces, honesta".
Cuántas veces hemos admirado la integridad de los musulmanes
o la perseverancia
de los judíos, aun constatando su posición en
el error.
Sin embargo,
la herejfa es siempre un revuelta interna: "Los
ataques a la verdad, parten del campo de la verdad misma,
donde
se encastillan los desertores que no pueden con ella, los
Judas que la venden, los viles traidores que quieren, a toda costa,
flngir que permanecen en su reducto, para desde dentro, sin suje­
ción a norma alguna objetiva,
minar sus fundamentos, desflgu­
rar
su rostro, autodemolerla (. .. )".
Los ataques a la fe en el campo interno, no vienen sólo desde
la herejfa, pero es ésta, por su gravedad, la forma más radical de
disensión y consecuentemente de destrucción del recto orden
aistiano.
2.2. PRECISIONES ETIMOLÓGICAS Y CONCEPTO
La palabra griega hairésis que originariamente significa la
acción
de tomar o conquistar, tiene también un sentido metafóri­
co
de elección, selección o preferencia, especialmente en el
ámbito doctrinal y aplicado a las corrientes filosóficas o políticas.
Por su parte, el Nuevo testamento perfila como herejfa aquellas
concepciones erróneas
de la fe y las tendencias de los falsos her­
manos a separarse de la Iglesia para formar otra.
Es tema discutido en general por la doctrina exegética la atri­
bución a San Pablo de una neta diferenciación entre la herejía
como concepción radicalmente errónea de la fe (Gálatas 5,19 a
22 "ahora bien, las obras de la carne son maniflestas: idolatría,
hechicería, enemistades, disputas, celos, iras, disensiones, divisio-
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nes, her'!}ías (..) a cerca de las cuales os prevengo, como antes ya
os dije, porque los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de
Dios') y las simples disensiones pasajeras (1 Cor 11, 19 "es nece-.
sario que haya disensiones entre vosotros, para que se manilles­
ten los que son
de virtud probada'), aunque parece claro que la
temática ya se encuentra en los primeros textos, como muestra
también entre otras
la cita de San Pedro en su segunda carta (II
Pet l a 4) al señalar que "como hubo falsos profetas en el pueblo,
también habrá entre vosotros
falsos doctores, los cuales introdu­
cirán sectas de perdición, negarán al Señor que los redimió y
atraerán sobre
sí una repentina mina. Muchos los seguirán en
sus lascivias, y por causa suya será maldecida la vía de la
Verdad. Llevados por la avaricia, traficarán con vosotros usando
palabras mentirosas; pero la condenación que les amenaza desde
antiguo
no anda ociosa, y su perdición no duerme''.
Esta concepción de la herejía como separación de la Iglesia
en virtud de una concepción errónea de la fe, se consolida en
los Santos Padres a partir de San Ignacio de Antioquía y hasta
nuestros días,
en los que el Código de Derecho Canónico ya
derogado de 1917
en su canon 1.325 parágrafo segundo seña­
laba cómo
"si alguien, después de haber recibido en bautismo,
conservando el nombre
de cristiano, niega pertinazmente algu­
na de las verdades que han de ser creídas con fe divina y cató­
lica, o la pone en duda,
es herej,!', texto equivalente al del
canon 751 del Código de Derecho Canónico de 1983, hoy
vigente, al señalar que "se !lama herejía la negación pertinaz,
después
de recibido el bautismo, de una verdad que ha de cre­
erse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la
misma",
diferenciándolo de la apostasía o rechazo total de la fe
cristiana, y del cisma, definido como rechazo
de la sujeción al
Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia
a él sometidos.
Por tanto, el hereje desarrolla una actividad similar, aunque
opuesta, a quien perfecciona
un acto de fe: su inteligencia des­
pliega
un juicio erróneo acerca de alguno o algunos de los dog­
mas cristianos y su voluntad
se adhiere a dicho juicio separán­
dose el sujeto
en consecuencia del Magisterio. La herejía es, pro-
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LAS HEREJíAS QUE ROMPIERON EUROPA
píamente dicha, la negación firme y consciente de alguno o algu­
nos
de los dogmas y del Magisterio de la Iglesia como regla de
fe, estando convencido de su autenticidad divina.
En consecuencia, podemos afirmar con Santo Tomás (S. Th.
2-2, q. 10 al) que las herejías son una especie de infidelidad
que implican, necesariamente, tres condiciones esenciales, a
saber:
a) El bautismo: sólo quien ha recibido el sacramento del
bautismo
y ha formado parte del cuerpo místico de Cristo
puede llegar a ser hereje, pues quien sin estar bautizado
mantenga la
misma actitud, será reo de infidelidad pero
no de herejía.
b) Negación o duda pertinaz de alguna de las verdades
reveladas: estamos
haciendo referencia a las verdades
que la teología actual
denomina verdades formalmente
reveladas,
es decir, contenidas en la Revelación explícita
o implícitamente.
Debemos resaltar que en todo caso se
tratará
de alguna o algunas de esas verdades, pero en
ningún caso de todas ellas pues el hereje debe mantener
al menos una cierta admisión de Cristo Nuestro Señor
como Salvador,
pues de producirse la negación sistemá­
tica
de toda la Verdad revelada, nos encontraríamos ante
una apostasía y no ante una herejía.
e) Propuestas por la Iglesia como tales: es decir, la herejía
se opone directamente a los dogmas o verdades de fe
divina y católica, esto es, las verdades reveladas y pro­
puestas
como tales por el magisterio solemne u ordina­
rio
de la Iglesia según la definición del Concilio Vati­
cano I. En consecuencia, la negación o duda pertinaz
de otro tipo de verdades como las conclusiones teológi­
cas deducidas
por raciocinio de las formalmente revela­
das,
por citar un ejemplo, llevan aparejadas sanciones
bien distintas y más suaves que las tipificadas para los
herejes.
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JUAN GAYÓN
2.3. TIPOS DE HERJUIA
Habiendo precisado siquiera mínimamente el concepto y
condiciones
de toda herejia, entendemos que resulta también
acertado precisar algunas distinciones dentro del concepto
para
evitar equívocos más habituales de lo deseado.
Es clásica la distinción
entre herejías ocultas y herejías
notorias,
siendo las primeras aquellas que no se han manifes­
tado en público u oficialmente como rebelión contra la Iglesia
y las verdades que proclama, y las segundas aquellas otras
que, por el contrario, se exteriorizan de forma notoria y públi­
ca. No debemos olvidar que la valoración teológica de una y
otra es exactamente idéntica pese a que la segunda pueda
parecemos más grave que la primera. Lo cierto es que tanto
en un caso como en el otro, el hereje, por ese pecado gravísi­
mo en el que incurre, ve destruida su fe y en consecuencia,
queda privado de la gracia santificante, dejando de_ ser miem­
bro del Cuerpo Místico de Cristo con las consecuencias que
ello supone.
Por otra parte, es también de recibo precisar la distinción
entre la herejía material
y la herejía formal, de las que la valora­
ción teológica y canónica
es bien distinta. Se denomina herejía
material a aquella que se realiza sin malicia o por ignorancia
invencible o de buena fe, y consecuentemente, sin intención
dolosa o culpa;
por el contrario, es herejía formal la que se mate­
rializa de mala fe, esto es,
sabiendo que el magisterio de la Iglesia
se
pronuncia en sentido contrario al propuesto, y sin embargo, se
sostiene pertinazmente la
duda o desviación del mismo. Natu­
ralmente,
es sólo la segunda clase de herejía la que tiene verda­
dera trascendencia a efectos teológicos, canónicos
y morales, y
por ello es considerada la herejía como el pecado más grave de
infidelidad, esto es, contra el primer mandamiento, que puede
hacerse después del odio a Dios del que por cierto procede,
como destaca también Santo Tomás
en otra parte (S. 1h. 2-2 q.
10 a6).
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
2.4. BREVE HISTORIA. DE IAS 11ERJUW
La lucha contra la verdad no es una novedad de nuestro tiem­
po, si bien es
en los últimos doscientos años cuando parece
haberse desencadenado
un ataque sistemático e implacable con­
tra la misma
en todos los frentes. Seguiré nuevamente los apun­
tes de Gabriel de Armas para
no extendemos demasiado en este
ep!grafe
aun sin dejarme nada en el tintero.
Desde el siglo
I y II los santos padres y la Iglesia debieron
hacer frente a las primeras revueltas contra la Verdad revelada y
así
por ejemplo, hubo de precisarse en el Concilio de Jerusalén
(51) la doctrina respecto de la inobligatoriedad de la ley mosai­
ca, lo
que produjo el levantamiento de los ebionitas combatido
felizmente
por San Clemente Romano. También apunta en esas
fechas el titubeo doctrinal del gnosticismo sincretista, del
que
algunos hoy se muestran herederos con igual condena que aque­
llos. Finalmente, destacaremos el montanismo que, como con­
junción de la soberbia ebionita y el gnosticismo, con su estrecho
criterio soteriológico, parece querer dejar sin efecto la redención
de Cristo.
En el siglo
III San Dionisio, obispo de Alejandría, luchó a
brazo partido contra la herejía antitrinitaria, a la
que se sumó en
sublevación el maniqueísmo, con su concepción dualista y dia­
léctica
de los dos principios en perpetua rivalidad. Con el esfuer­
zo de grandes personajes de la historia de la Iglesia tales como
San Clemente, Ignacio de Antioquía, San Justino, Clemente de
Alejandría, etc
... dichas herejías nunca terminaron con la verdad.
Ya en el siglo N los donatistas con sus pretensiones rigoristas
y puritanas, y los arrianos
que tienen la osadía de negar la divi­
nidad de Cristo, debieron ser combatidos con virulencia
por San
Atanasio, San Eusebio, San Hilarlo, San Liberio y San Ambrosio
como obispo
que fue de Milán, llegando a ser el arrianismo una
tesis muy extendida que precisó de la condena expresa del con­
cilio de Nicea (325). En esas fechas
por nuestra patria campaba
el priscilianismo, condenado expresamente
en el concilio
nacional de Zaragoza (380) y combatido con firmeza envidiable
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JUAN GAYÓN
por Santo Toribio, obispo de Astorga y por el también obispo
aunque de Mérida llamado !dacio.
El siglo v es profuso en herejías graves. El pelagianismo, con
su ataque frontal al dogma
de la redención y su creencia en que
el hombre puede alcanzar su salvación por si mismo sin ayuda
de la gracia, fue perseguido
por San Agustín y condenado en los
concilios de Cartago, Milevo y Efeso. También data
de estas
fechas el nestorianismo, condenado
en el Concilio de Efeso por
desechar el dogma de la encarnación del Verbo, y el eutiquianis­
mo que se niega a reconocer a Cristo su naturaleza humana y que
es silenciado
en el concilio de Calcedonia (451). De esta época
son l9s firmes alegatos en la verdad de San Juan Crisóstomo, San
Basilio el Grande, San Hilarlo obispo de Poitiers, San Agustín o
San Gregorio Magno, que
no impiden precisamente que en el
siglo
VI los eutiquianos hagan verdaderos estragos en las zonas
de Egipto y
Siria.
El tercer Concilio de Constantinopla (680) condena expresa­
mente la principal herejía del siglo
VII, la monotelita, que afirma­
ba la certeza de que en Cristo sólo existía una voluntad. No obs­
tante este siglo y los sucesivos se
ven sacudidos por el mahome­
tismo que, si bien no es en general una herejía propiamente
dicha, su virulencia y afanes expansivos, traerán de cabeza a los
príncipes cristianos.
Del siglo
VIII datan los iconoclastas, quienes . no simplemente
destruyen las imágenes sino también la verdad,
por lo que son
condenados expresamente en el segundo Concilio de Nicea (787)
dedicado casi
por entero al combate contra esta importante
herejía.
El siglo IX es de triste memoria para la historia de la Iglesia
pues
en él se produce la trágica ruptura del Gran Cisma de
Oriente.
Los cismas no son propiamente herejías, si bien el usur­
pador de la sede patriarcal de Constantinopla y causante del
cisma fue condenado
en el octavo concilio ecuménico de
Constantinopla
en el 869 de nuestra era. La dramática consuma­
ción del cisma vino
en el siglo XI con la impía persona de Miguel
Cerulario. No obstante, las herejías persistían
en Occidente como
por ejemplo en el caso de Berengario de Tours, quien negó la
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
presencia real de Cristo en el sacrificio de la Misa y la transubs­
tanciación por lo que fue condenado en el Concilio de Roma del
1050, si
bien con posterioridad se retractó muriendo finalmente
en el seno del catolicismo.
El siglo XII y Federico Barbarroja trajeron a la Iglesia serios
problemas
por mor de los antipapas que se quisieron oponer a
Alejandro III.
El Concilio de Letrán III (1179) excomulgó a los
rebeldes sancionándolos justamente. Pero a caballo entre
el siglo
XII y el xru aparecen otras herejías destacadas como la valdense,
que negaba obediencia a la Iglesia, y los cátaros o albigenses,
quienes
contradeáan casi todos los dogmas de la Verdad revela­
da llevando vida de libertinaje y justificando por poner un ejem­
plo, incluso teológicamente, la homosexualidad. Santo Domingo
de Guzmán y la Orden de Predicadores que él fundó y que tantas
glorias
ha dado a la historia de la Iglesia, combatieron esta barba­
rie nefasta
de forma implacable.
En el siglo
xrv el inglés Juan Wicklef, profesor de teología en
Oxford, impugnaba la autoridad del Papa, motivo por el cual
muchas
de sus proposiciones fueron expresamente condenadas
por Gregorio XI, si bien sirvieron de antecedente a las rebeliones
más graves
que vendrían con posterioridad, las luteranas y angli­
canas.
En el siglo xv, el Concilio de Constanza (1414-1418) supone
la condena de la herejía husitista, contraria a la jerarquía ecle­
siástica y al pontificado, a
la vez que pone fin al Cisma de
Occidente. Es el tiempo de grandes figuras del pensamiento cris­
tiano y
la elaboración de los fundamentos razonados de la fe por
autores que están escritos en letras de oro en el libro de la vida
por lo que cualquier alabanza que yo pudiera hacer aquí a su
rigor y precisión, carece de
todo sentido.
El siglo XVI es quizás uno de los más tristes de todos los de
la historia de la Iglesia pues en él se producen las herejías lute­
rana, anglicana y calvinista. El luteranismo, con su exclusiva jus­
tificación por la fe y la libre interpretación individual de la Biblia
deja francas las compuertas a los posibles desatinos
de la mente
humana.
El calvinismo rompe el equilibrio de la verdadera liber­
tad al asegurar la predestinación, y el anglicanismo, cuyo origen
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JUAN GAYÓN
no puede tener una justificación más baja, sume a la hasta enton­
ces católica Inglaterra
en el más profundo de los caos doctrina­
les.
El Papa Paulo III convocó al Concilio de Trento (1545-1563)
donde fueron condenadas expresamente las tres traiciones prin­
cipales de este siglo, que, pese a ello, han llegado a nuestros días
en un fenómeno curioso de atomización.
Ya en el siglo XVII el jansenismo socava los fundamentos de
la fe cristiana bajo la apariencia de una piedad rigurosa.
El Papa
Inocencio X y su fiel servidor San Vicente de Paúl condenaron
inexorablemente los postulados de esta perniciosa escuela.
Mención especial
en esta breve historia de las herejías, mere­
ce el siglo
XVIII y las propias de su tiempo, por cuya causa última
aún hoy padecemos. El racionalismo enciclopedista que culmina
en 1789 con la expresión más evidente de ese fenómeno que en
circunstancias similares a la que aqul hoy nos congrega, hemos
llamado Revolución, será el sustento directo de las desviaciones
y falsedades de nuestros días a las que más adelante haré tam­
bién somera referencia.
El siglo XIX se convulsiona con las consecuencias del triunfo
material de la Revolución, y ve propagarse sin
limite aparente el
positivismo de Comte que sólo admite como verdadero lo
que los
sentidos
pueden percibir negando toda trascendencia, y sobre
todo el liberalismo separador del binomio Iglesia-Estado y fun­
dador del relativismo moral
que sufrimos hoy más que nunca.
Los pasos siguientes, como el socialismo marxista y en definitiva
la apostasía final del hombre moderno,
son circunstancias por
todos conocidas. Lo más grave de todo es que algunas de estas
herejías
han tomado carta de naturaleza revestidas de cierto res­
paldo
en el seno de la Iglesia, pese a que ésta de manera oficial
no ha dejado de condenarlas expresamente en los textos de
Gregorio XVI y sus encíclicas Mirari vos (1832) y Singulari nos
(1834), Pio XI en las encíclicas Qui pluribus (1846) y Quanta
cura
(1864) además del hoy denostado Syllabus en el que se
recogen ochenta proposiciones heréticas.
Finalmente y ya
en el siglo = san Plo X se enfrenta al moder­
nismo herético
en 1907 con su decreto Lamentabiii que sigue a
la enciclica
Pascendi, Pio XI batalla contra el comunismo y el
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LAS HEREJ!AS QUE ROMPIERON EUROPA
totalitarismo en Divini Redemptoris y Mit brenneder sorge, por no
detenernos en la labor de Pío XII, Juan XXIII, etc ...
2.5. SANaÓN DE us umu¡J!As
Como hemos visto, la herejía es un mal y un pecado grave
por lo que en cuanto tal, sólo puede producir como consecuen­
cia, efectos negativos. No obstante y como proclama nuestro
Credo, Dios es omnipotente y
puede sacar bien del mal, en este
caso nos parece que
en un doble sentido: por un lado y como
hemos visto, sólo es herejía aquella desviación
pero que es par­
cial, esto es, que
no afecta a toda la verdad sino sólo a parte de
ella, por lo que toda herejía conserva algo digamos "salvable".
Por otro, como
velamos en el texto de San Pablo a los Corintios,
el devenir herético ha dado la ocasión a quienes permanecier-on
fieles a la Verdad de reafirmarse
en ella; el mismo San Agustín
destaca esta idea
en su De Civitate Dei (XVI,2.1 PL41,477) al afir­
mar
que "hay muchos puntos tocantes a la fe católica que, al ser
puestos de relevancia
por la astuta inquietud de los herejes, para
poder hacerles frente son considerados con
más detenimiento,
entendidos con
más claridad y predicados con más insistencia,
de
modo que la cuestión suscitada por el adversario brinda la
ocasión para
aprender'.
Decía Sardá y Salvany (J) que "las ideas no se sostienen por
sí propias en el aire, ni por sí propias se difunden y propagan, ni
por sí propias hacen todo el daño a la sociedad. Son como las fle­
chas y las balas, que a nadie herirían si no hubiese quien las dis­
parase con el arco o con el fusil".
Por ello, los responsables de las
herejías, es decir, los herejes, merecen la reprobación pública y
formal de la Iglesia.
A tenor de lo previsto
por el vigente Código de Derecho
Canónico
en el canon 1.364 que se integra en el Título I de la
Parte
II del Llbro VI, es decir, en el titulo dedicado a las penas
(J) De quien he manejado El llberahsmo es pecado, 20 ed., Barcelona, 1960,
siendo la cita concreta que menciono la pag. 61.
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JUANCAYÓN
para los delitos contra la religión y la unidad de la Iglesia, cual­
quier hereje (al igual que
le cismático y el apóstata de la fe) incu­
rre
en excomunión latae sententiae, es decir, aquella en la que se
incurre por el mismo hecho de haberse cometido el delito.
Si además el hereje en cuestión fuese clérigo, tendrá aparejada
una pena expiatoria de las prevenidas por remisión del precitado
canon
en el 1336, tales como la prohibición o mandato de residir
en un determinado lugar o tenitorio o la privación de determina­
dos cargos o privilegios, pudiendo llegar incluso, aunque
no latae
sententiae
sino ferendae sententiae (por condena expresa de la
autoridad competente judicial o no) a la pérdida del estado clerical.
Con ello pretendemos dejar suficientemente claro que la here­
jía, amén de ser un grave pecado mortal, está explícitamente reco­
gida
en el ordenamiento jurídico-eclesiástico no sólo como tal
pecado, sino también como delito grave en el orden social-eclesial.
2.6. US HERIUIAS DE NUESTRO TIEMPO
Destaca Donoso Cortes que "la teología, por Jo mismo que es
la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las
ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas
las cosas' (8), lo que aplicado a la política, serviría para explicar
por qué a medida que disminuye la fe de los pueblos "se dismi­
nuyen las verdades del mundo" de modo que "la sociedad que
vuelve la espalda a
Dios, ve ennegrecerse de súbito, con aterrado­
ra oscuridad, todos sus horizontes'
(9), para abundar más ade­
lante
"( .. ) que toda afll'mación relativa a Dios, o, Jo que es Jo
mismo, que toda verdad polftica o social se convierte forzosa­
mente en una verdad teológica"
(10).
(8) DoNoso CoRTIS, Juan, Obras completas, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1958, págs. 499 y sigs.
(9) !bid., pág. 500.
(10) Recordemos también que esta es la misma idea que Donoso repite entre
otros en su uDiscurso sobre la dictadura" de 1848, en op. dt, págs. 305 y sigs. cuan­
do destaca vinculando la ''temperatura" religiosa (esto es el fervor y la presencia de
la religión en la vida pública) a la "temperatura" política (esto es, la intervención
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LAS HEREJ!AS QUE ROMPIERON EUROPA
Las herejías de nuestro tiempo han trascendido manifiesta­
mente del mundo teológico para incorporarse de pleno en el
orden social y el ámbito político. Analizaré al menos tres de las
más destacadas.
A) El liberalismo: progresismo antidogmático
La coherencia del universo medieval, autoridad, jerarquía y
tradición, quiebra
con el individualismo liberal que se manifiesta
externamente
con la afirmación del hombre como un ser libre,
pero ent1'ndiendo dicha libertad como una capacidad de ser
autónomo respecto de la Verdad revelada (11). Dicha libertad,
entendida insistimos como autonomía, se transmitirá más adelan­
te a la propia sociedad que, compuesta de hombres libres, tam­
poco deberá estar sujeta a .ninguna transcendencia (12) que su­
ponga limitación alguna a su libre albedrío.
Por su parte, el nominalismo de Ockham, en la misma linea
disgregadora de lo religioso respecto de lo político, llega a
sublimar hasta tal
grado el individualismo voluntarista que aca­
bará negando las esencias con fundamento real, trastocando
toda la teoría del conocimiento clásica de modo que desde
entonces se sostendrá sin pudor que no existe relación alguna
entre lo racional y la Revelación, pues lo racional no es tanto
conocimiento de la verdad del ser como perspectiva individual
del observador.
del poder político limitando las libertades individuales) diciendo: "(. .. ) subiendo el
termómetro rellgioso, comienza a bajar natural, espontáneamente, sin esfuerzo
ninguno de los pueblos, ni de los gobiernos. ni de los hombres, el termómetro polft1-
co, hasta señalar el día templado de la libertad de los pueblos'.
(11) Efectivamente el moderno concepto de libertad se convierte en la idea
maestra o central, la clave fundamental para entender los planteamientos revolu­
cionarios
de finales del siglo XVIII. Sobre el particular, resulta interesante el com­
pendio que realiza AGUSTIN COCHIN en La révolutlon et la libre pensée, Copernic,
París, 1979.
(12) Cfr. FoNTAINE, Remi, Genese d'une mythologfe, A.F.S., París, 1987, pág. 8.
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JUAN GAYÓN
Desde el punto de vista nominalista (13), si los universales
no son más que productos gratuitos de nuestro espíritu, de
nuestra imaginación, no podremos extraer de ellos ninguna
conclusión normativa, ninguna verdad estable y definitiva, por
lo que todo poder normativo arrancará exclusivamente del indi­
viduo (14). Las consecuencias de orden religioso que plantea el
enfoque nominalista son demoledoras (15): se refuta toda pro­
posición referente a cualquier tipo de verdad universal pues
prefiere la indeterminación en nombre de un hipotético dina­
mismo, contrario a las
verdades inmutables y universales, de
modo que la verdad no es, sino que se elabora y evoluciona sin
cesar
de modo que "toda proposición general reputada verda­
dera
no puede ser más que una mutilad6n, una petrificación
de
Jo real, de la vida que siempre está en movimiento, una cosi­
flcaci6n de las
ideas' (16).
Juan Pablo II nos lo ilustra en Pides et ratio: "En definitiva, se
nota
una difundida desconfianza hacia las afirmaciones globales
y absolutas, sobre todo por parte de quienes consideran que la
verdad es el resultado del consenso y no de la adecuación del
intelecto a la realidad objetiva" (56,87) lo
que nos lleva directa­
mente a hablar del siguiente ejemplo de herejía moderna que he
querido traer a colación.
(13) Señala MICHl!L VILLRY en su Compendio de filosofía del Derecho, traduc­
ción de Diorki, EUNSA,-Pamplona, 1979, pág. 152 del tomo primero de los dos
en que se divide la edición manejada, que, siguiendo la doctrina nominalista "los
universales no tiene más existencia que mental e instrumental ( ... ) No les pedi­
mos
que sean verdaderos (es decir, adecuados a la realidad), sino que nos ayu­
den a
razonar, que nos permitan realizar operaciones sobre los fenómenos sin­
gulares; únicamente
que sean operativos, en términos actuales".
(14) Cfr. FoNTAINE, Rémi, "Gene.se d'une mythologie", op. dt., pág. 6.
(15) Y no sólo de orden religioso, como cumplidamente ha demostrado el
profesor FRANCISCO PUY, "El nominalismo, primera crisis de la Cristiandad ", Verbo
(Madrid), núm. 104 (1972). En el mismo sentido, cfr. también VoN HlPPEL, Emst,
Historia
de la filosofía política, Imtiruto de Estudios Politicos, Madrid, 1962, págs.
412 y sigs.
(16) Cfr. OussET, Jean, Fondements de la cité, DMM-ICTUS, París, 1989, págs.
31 y sigs. respecto de las consecuencias del nominalismo en el plano religioso.
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
B) El relativismo y sus consecuencias: permisivisma
y apostasía
Con la reforma protestante (17), como explica Evaristo Palo­
mar, se proclama la conciencia individual
"cama fuente constitu­
yente del arden real, moral y social, liberándola de esta forma de
toda verdad "dada", tanta
natural cama sobrenatural' (18).
Como quiera
que el liberalismo fundado en el nominalismo
ha terminado intelectualmente
con la existencia de una verdad
objetiva, ya
no existen más que verdades parciales, las verdades
de cada individuo. Esto naturalmente lleva al permisivismo
en el
que ningún criterio puede imponerse legítimamente sobre el de
los demás, planteamiento
que ha causado la práctica desapari­
ción de Dios de las vidas de nuestros contemporáneos; todo está
permitido pues ninguna opción sexual, religiosa, política, etc
... es
mejor o
peor que otra; nada, excepto la firmeza en la defensa de
las verdades de la fe claro está, debe ser condenado mientras no
produzca desórdenes delictivos, lo que cada vez ocurre menos
por la despenalización de actividades aberrantes como el aborto
o la eutanasia.
Señala el maestro Canals con el acierto y agudeza
que le
caracterizan que "nunca, en toda la historia del mundo cristiano,
errar alguna a herejía deformadora del contenido revelado o
corruptora de las leyes morales originadas en el Evangelio,
ha
tenido tanta eficacia descristianizadora como la que han alcan­
zado a tener sobre millones de hombres en nuestra época, los
errares prácticas, nutridas en fllosofias anticristianas, que
se han
ejercitada en la política del mundo occidental en el curso sucesi­
vo de las modernas revoluciones'.
(17) Algunas precisiones sobre la inmportancia de la reforma protestante en
la comprensión de la política en la actualidad pueden verse en MADIRAN, Jean, Le
príncipe de totalJtfJ, Nouvelles Editions latines, París, 1963, pág. 90 y más sintéti­
camente también en mi modesta contribución CAYóN PE~A, Juan, "La revolución",
en Verbo (Madrid), núm. 317-318 (1993), pág. 727.
(18) PALOMAR, Evaristo, loe. cit., pág. 31.
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JUAN GAYÓN
Por su parte, Juan Pablo II en la encíclica antes mencionada,
nos indica como
"la filosofía moderna, deyando de orientar su
Investigación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre
el conocimiento humano. En lugar de apoyarse sobre la capacidad
que tiene
el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar
sus límites y condicionamientos.
Ello ha derivado en varias formas
de agnostidsmo y
de .relativismo, que han llevado la Investigación
filosóflca a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo
general. Recientemente
han adquirido cierto relieve diversas doc­
trinas que tienden a Infravalorar
induso las verdades que el hom­
bre estaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad de
posiciones
ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado
en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente
válidas.
Este es uno de los síntomas más difundidos de la descon­
flanza
en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual.
No se substraen a esta prevendón ni siquiera algunas concepciones
de vida provenientes de Oriente;
en ellas, en efecto, se niega a la
verdad su carácter exdusivo, partiendo del presupuesto de que se
maniflesta de igual manera en diversas doctrinas,
induso contra­
dictorias entre
sf' (5,13-14).
La apostasfa del catolicismo y el crecimiento desmesurado de
los adeptos a religiones falsas y todo tipo de sectas, son prueba
de cuanto venimos afirmando, y la lógica consecuencia de la
situación creada.
C) El democratismo y la nueva religión
Examinando los fundamentos teológicos de la moderna
democracia, lo primero que llama la atención es que dicho siste­
ma se caracteriza básicamente por el inmanentismo frente a la
trascendencia, si no directamente por el ateísmo apóstata consu­
mado. Efectivamente, los teóricos de la moderna democracia han
declarado formalmente la renuncia a toda religión (19), la muer-
(19) Pese a que como veremos, la democracia la_ica se presenta a sí misma
como una especie de nueva religión basada en la razón, aún sin poder esquivar
la cuestión fundamental ¿de dónde procede esa razón?
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
te de Dios y la total independencia del hombre respecto de lo
trascendente, de modo que, como destacó Madiran (20) a modo
de ejemplificación, lo
que caracteriza el moderno totalitarismo
democrático es, frente a la tiranía clásica, el encuadramiento del
hombre en su destino social de modo que la sociedad en la que
se desenvuelve su vida es también su fin supremo, su última
meta, sin nada que la transcienda más allá, siendo una de sus
características más principales la aplicación errónea del principio
de totalidad.
Pero el proceso
no termina ahí. Se produce entonces una
sacralización del poder estatal, de la voluntad general con plena
soberanía para tratar, regular, limitar o permitir, cualquier materia
que la razón sea capaz de plantearse. De este modo, con la dei­
ficación del
poder temporal, o más concretamente, de la volun­
tad general a la que todo (incluido lo religioso) se supedita, el
democratismo da
un paso más en su trayectoria totalitaria pasan­
do de la confrontación abierta entre inmanentismo frente a trans­
cendencia, al ateísmo consumado como liberación máxima del
hombre, desde entonces ya
no sujeto más que a su propia volun­
tad y a la nueva religión democrática, las reglas del juego demo­
crático, como gustan afirmar los medios de comunicación.
La democracia abandona así la categoría de las formas de
gobierno para convertirse en algo superior, en un principio que
deberá informarlo todo, con rechazo de cualquier otra transcen­
dencia más allá de
la que la propia democracia proporciona y
que es la única políticamente correcta.
3. Propuestas para la acción
Como destacaba el cardenal Giacomo Biffi en el prefacio a la
obra de Vittorio Messori
Leyendas negras de la historia, "Jo que
especialmente caracteriza nuestra época
es el principio de que no
se debe reaccionar: la retórica del diálogo a toda costa, un
(20) MADIRAN, Jean, "Caracteres del totalitarismo moderno", en· Verbo
(Madrid), núm. 31 (1964), págs. 53 y sigs.
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JUAN GAYÓN
malentendido irenismo, una rara especie de masoquismo eclesial
parecen inhibir todas las defensas naturales de los cristianos, de
manera que la virulencia de los elementos patógenos puede rea­
lizar sin obstáculos sus devastaciones'.
Lo cierto por el contrario es que la verdad no puede ni debe
defenderse sin convicciones, y
por ello, guste o no guste, la
intransigencia y la integridad
se configuran como una necesidad
ontológica
en la defensa de la verdad. La doctrina de los últimos
papas sobre el particular es unívoca: Juan
XXIII en Mater et
Magistra
(1961) advirtió a los católicos que en sus relaciones con
los
no católicos "han de tener cuidado de ser siempre coherentes
consigo mismos, de
no admitir posiciones intermedias que com­
prometan la integridad
de la religión o la moral" y hasta Pablo VI
en Ecclesiam Suam (1964) señaló que "el apostolado no puede
transigir con
una especie de compromiso ambiguo respecto a los
principios de pensamiento
y de acción que deben definir nuestra
profesión cristiana".
La consecuencia de estos y otros muchos textos que podría­
mos traer a colación
en un sentido univoco es clara, y nos la des­
tacó también Gabriel de Armas hace ya casi treinta años:
"si no
podemos transigir y debemos mantener la integridad, hemos de
ser intransigentes e integristas en materia de verdad",
por más
que no esté de moda o dichos calificativos hoy se utilicen en
tono manifiestamente peyorativo, incluso en ambientes de católi­
cos aparentemente '1bien pensantes".
Jean Ousset nos dejó escrito que "pretender guerrear sola­
mente contra las ideas y los sistemas perversos sin tener en cuen­
ta a quienes los propagan, difunden y aplican sistemáticamente,
sería
una locura, cuando no una complicidad maniflesta con el
enemigd' (Para que Él reine,
Speiro, Madrid, 1962, pág. 66). No
obstante, nuestra tarea como intelectuales y dadas las circunstan­
cias fácticas que concurren en nuestro tiempo, nos circunscriben
a la lucha intelectual por lo que seria grave no acometerla con
caridad pero
con firmeza.
La tarea que Speiro y Verbo, en definitiva, los amigos de la
Ciudad Católica, desarrollamos
en tal sentido, no quedará en el
olvido, pues si bien es cierto que el compromiso individual de
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LAS HEREJÍAS QUE ROMPIERON EUROPA
cada uno de nosotros no siempre es el que la defensa de nues­
tra
fe nos exige, nuestra obra se prodiga sembrando en las nue­
vas generaciones que, poco a poco, vienen incorporándose a esta
labor.
Colaboremos
en esta causa común en contra de los enemigos
de Nuestro Señor Jesuaisto, que no tenemos otros. Afirmemos la
verdad sin titubeos, sin temores,
de forma radical que es la única
posible cuando hablamos de los dogmas y principios sustancia­
les
de nuestra fe, y confiemos en la Divina Providencia para que
nos permita ser dignos de alcanzar nuestra meta y propiciar el
deseado Reinado de Cristo en la tierra. Que por nuestra causa, no
quede y Dios nos lo premie.
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