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Política católica. Los fundamentos de la recristianización de Europa

POLÍTICA CATÓLICA. LOS FUNDAMENTOS
DE
LA RECRISTIANIZACIÓN EN EUROPA
POR
LUIS MARlA SANDOVAL
l. La nueva evangelización de la cultura
Dedicar unas Jornadas de amigos de la Ciudad Católica a "Las
raíces cristianas de Europa" no ha obedecido a un simple gusto
por la historia.
Ni siquiera a una voluntad ganada de antemano para cual­
quier sugerencia del Papa.
Cuando Juan Pablo
II pronunció esa expresión en Santiago
de Compostela empleó en su amorosa exhortación un modo
imperativo en .el que no se repara suficientemente: "Vuelve a
encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces.
Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu histo­
ria y benéfica tu presencia
en los demás continentes. Reconstruye
tu unidad espiritual
en un clima de pleno respeto a las otras reli­
giones y a las genuinas libertades"
(1).
(1) Conviene releer todo el pasaje:
-Por eso, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca, que se ha considerado siem­
pre europea por sus oñgenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre
los latinos
y latina entre los eslavos. Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una
Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión
del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia uni­
versal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a
encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus mices. Revive aquellos
valores auténticos
que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los
Verbo, núm. 381-382 (2000), 85-119. 85
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LUIS MARIA SANDOVAL
Se trata de un programa de acción y de un deber.
La consideración de las raíces cristianas de Europa, el retorno
a ellas, más aún, su reavivamiento, está al servicio de la empresa
de la Nueva Evangelización a la que estamos convocados los cris­
tianos. Está al servicio
de una acción que es, además, imperativa.
Dentro
de esa misión universal, en la que ahora se nos insis­
te muy especialmente, se confiere un énfasis particular a la evan­
gelización
de la cultura, que aparece como algo diferenciado de
la mera evangelización de los individuos. Son tan abundantes las
alusiones a la Nueva Evangelización y
en particular a la evange­
lización
de la cultura que sobra todo género de citas.
En
un sentido parecido, que indica también un objetivo
comunitario y
no meramente personal e íntimo, el Papa emplea
otras expresiones que implican también empeño activo, como
construir la "Civilización del amor" (2), u oponer la "Cultura de
la vida" a la "cultura de la muerte" (3).
demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de pleno respeto
a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y
a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus
posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu
grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú
puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los
demás continentes te miran y esperan también de tí la misma respuesta que
Santiago di6 a Cristo: 'Lo puedo'•.
JUAN PABLO II, discurso en la catedral de Santiago de Compostela, 9 de
noviembre de 1982. (Mensaje de Juan Pablo II aEspaf'Ja Madrid, BAC, 1982, págs.
259-260).
(2) Conviene recordar que, aunque con menos frecuencia, el Papa ha com­
pletado este lema, de suyo amable y a veces equívoco, de un modo más preciso
y exigente: "la civilización
de la verdad y del amor". Precisamente en su exhor­
tación apostólica sobre la acción de los laicos.
Vid.
JUAN PABLO 11, ChristJíideles laicl (1988), última impetración de la oración
fmal: "Virgen madre, guianos y sosténnos para que vivamos siempre como autén­
ticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre
la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su
gloria".
(3) •En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la
'cultura
de la vida' y la 'cultura de la muerte' ... •, JlÍAN PABLO 11, Evangelium vitae
(1995) § 95.
En los párrafos 12 y 17 de la misma encíclica se nos habla de una "conjura
contra la
vida".
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POLÍTICA CATÓLICA
Ahora bien, mientras se nos habla abundantemente, siguien­
do al Papa, de evangelización de la cultura, o de impregnación
cristiana del mundo, de inspiración cristiana, e incluso de cristia­
nización de las culturas, reina entre los buenos creyentes
un con­
senso de entusiasmo.
La inculturación de la Fe se ha convertido en el tópico feliz
de moda, aunque a veces su recto sentido, que confiere el pro­
tagonismo y la primacía en el proceso a la Fe, se vea amenaza­
do
por tentaciones de sentido inverso que pueden derivar hacia
el sincretismo.
Pero tratando de la evangelización de la cultura se deja
en
silencio y de lado, cuidadosamente, ese mundo de las institucio­
nes,
de las leyes, y del gobierno supremo de las sociedades civi­
les que resumimos con el término política.
Esa omisión de la política en la tarea evangelizadora consti­
tuye
un error que muy posiblemente no hace sino enmascarar
algún miedo o algún complejo.
El error estribaría en la delimitación adoptada para el con­
cepto de cultura.
Una primera concepción restrictiva de lo
que es cultura la
centraría
en las artes, las letras y las ciencias, ámbitos de suyo aje­
nos
en principio a las instituciones públicas de gobierno.
Pero esos límites se hacen borrosos desde el punto
en que,
a través
de la universidad, se engloba naturalmente en el mundo
de la cultura la enseñanza (que
en España y en muchas partes
dependen mayoritariamente del poder público). Y por otra parte,
la inclusión del indefinido colectivo de los "intelectuales" deja
abiertas las puertas a quienes se arroguen ese título,
que abarca
todo tipo de divulgadores periodísticos
y, televisión mediante,
alcanza al mundo del espectáculo.
A la postre, prácticamente toda actividad termina así elevada
a la consideración
de 'cultura'. Lo cual es una degeneración las­
timosa cuando se refiere
al cultivo específico de la verdad y la
belleza, pero no carece de fundamento cuando entendemos por
cultura la forma de vida de una población determinada. Eso es lo
que entendemos cuando hablamos de cultura japonesa, maya o
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LUIS MARÍA SANDOVAL
esquimal, que no se circunscribe a sus filósofos, pintores, músi­
cos o dramaturgos
--que pueden ser inexistentes, aficionados o
no haber llegado a nuestro tiempo--y se extiende a los vestidos
y las viviendas típicas, las danzas folklóricas, las modalidades
culinarias y las leyendas.
Esa acepción de cultura global de un pueblo, que es la que
tiene
en mente quien habla de inculturación, resulta coja sin la reli­
gión, la familia y
la política. Nadie puede describir una cultura, sea
la polinesia o la musulmana, sin hacer referencia a sus concepcio­
nes sobre la sociedad y a sus instituciones civiles y políticas.
11. De la evangelización de la cultura a la evangelización
de la política
Cuando a efectos de nueva evangelización se cae en el error
de restringir la cultura
al mundo académico e intelectual (4), o a
los usos sociales
-excluida siempre, implícita pero férreamente, la
política-subyacen en esa actitud algunos complejos y un miedo.
Los complejos -si es que no son pretextos-son irraciona­
les, como todos, aunque el afectado
no sepa salir de sus seudo­
argumentos para contemplar la realidad completa.
Complejo con fundamento real pero absurdo es
el temor a
repetir errores del pasado
en las relaciones entre la Fe y la vida
política, que sin duda se cometieron.
Si los errores pasados acon­
sejaran siempre la ulterior abstención, el mundo entero tendría
que inhibirse de obrar
en todas las esferas. El deber de participar
en la política, evangelizándola además, subsiste para un católico.
Y además, precisamente la conciencia de haber errado alguna
vez deberla tranquilizarnos
en cuanto es ya un paso importante
para guardarnos de la reincidencia.
Otro complejo aberrante
es el de exceso de altruismo.
Evidentemente la pol!tica se refiere
al ejercicio del poder en la
sociedad respectiva. Y algunos piensan que el desprendimiento
cristiano exige renunciar a todo poder.
(4) En cuyo caso nadie parece reparar en la tentación elitista subyacente.
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POLfTICA CATÓLICA
No se comprende por qué estos cristianos toman como renun­
cia obligada lo que la Iglesia ha considerado siempre tan sólo un
consejo evangélico para algunos. ¿Por qué la obediencia perenne a
todo tipo de poderes (5)
seria obligada, y no la castidad o la pobre­
za perfectas? De igual modo que existe una castidad o una pobre­
za según el propio estado, también conviene que exista análogo
ejercicio de
la autoridad por los cristianos que viven en el siglo.
El poder, como las riquezas o el sexo, no es malo en sí, es la
apetencia de los mismos
la que debe mantenerse ordenada. Igual
que resultaría antinatural un militar sin apetito irascible, un
empresario desentendido del rendimiento y de las ganancias, o
un casado al que repugnara el otro sexo, un político cristiano
debe abrigar la correspondiente ambición, correctamente orde­
nada, como en esas otras tendencias, a su recto fin.
En cambio, el miedo a que aludimos más arriba sí obedece a
una percepción correcta, la intervención de un cristiano cohe­
rente
en la política de hoy le conducirá, antes o después, a la
confrontación, y hasta a padecer persecución.
Cuando se
induce_ a la inhibición de la política -expresa o
tácitamente-- se pretende eludir el riesgo cierto de
una lucha
abierta contra las tendencias que dominan
en los poderes nues­
tra época.
El motivo puede ser la aversión bondadosa a todo tipo
de enfrentamientos,
pero sin duda también puede coexistir con
el miedo
al sacrificio y a la derrota, a empeorar nuestra suerte,
calculando que mientras los fieles
no intervengamos con criterio
católico
en política seremos dejados en paz.
Para
fijar el juicio que los católicos debemos hacer de la inter­
vención
en política, que hoy oscila entre los criterios de la partici­
pación indiscriminada y
la reluctancia absoluta, ambas presentadas
a menudo como deber, es necesario entender que 'política' ha ido
acumulando tres sentidos distintos que fomentan la confusión.
Si bien en la práctica es dificil encontrar una acción concreta
que
no presente en alguna medida esas tres facetas, no se puede
admitir que las características y valoraciones propias de una de
(5) Por cierto que tales poderes serían siempre, por ne:::::esidad, no cristianos.
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ellas abonen o descalifiquen siempre a las otras, pues una de esas
facetas resulta dominante
en cada caso y las otras subordinadas.
1. Inicialmente, por política se entiende el arte de gobernar
con justicia y prudencia
una comunidad en orden a su bien
común.
Como tal es una praxis ya conocida por los antiguos: nece­
saria para la comunidad, y a la cual los miembros
deben con­
tribuir aunque
no todos tengan vocación ni obligación de ejer­
cerla.
Es altamente meritoria para quien procura desempeñarla
rectamente. Tiene como rasgos esenciales el consenso, el tér­
mino medio y el sentido de lo posible porque se aplica a las
contingencias de la comunidad. Y sus medios específicos
son
únicamente las providencias de gobierno y la promulgación de
leyes, pues se trata de la política constructiva y providente.
En consecuencia, el cristiano
no está especialmente obligado
a actuar
en la política así entendida, pero puede hacerlo consi­
derándolo
un campo particularmente excelso de ejercitar la cari­
dad (6).
2.
La ruptura del orden cristiano incorporó a la política una
segunda faceta. Con la introducción desde los gobiernos de
medidas ideológicas
que atacaban la religión cristiana tanto como
conculcaban el orden natural, hizo su aparición la política como
oposición de principios,
y, por consiguiente, teatro de cruzadas
(6) Es conocido, pero debe repetirse, este pasaje de Pío XI:
"Obrando así comprenderán y cumplirán uno de los más grandes deberes cris­
tianos, porque cuanto más vasto e importante es el campo en el cual se puede tra­
bajar, tanto más imperioso es el deber. Tal es, pues, el dominio de la política, que
mira los intereses de la sociedad entera, y que bajo este aspecto es el camp:> de la
más vasta caridad, de la caridad po1ítica, de la que podemos decir que ninguna otra
le supera, salvo la. de la religión. Bajo este aspecto, los católicos y la Iglesia deben
considerar la política".
(Discurso a la Federación Universitaria Italiana, 1927, citado por MIGUEL Avuso
en "La política como deber: sentido y misión de la caridad política", en el volu­
men Los catdllcos y la acción política, Madrid, Speiro, 1982, pág. 367).
Pero recientemente
Su Santidad JUAN PABLO II ha retomado la expresión en el
mensaje dirigido a la LXXIV edición de las Semanas Sociales de Francia (26-XI-
1999): ~1a política es el campo más vasto para la caridad y la .solidaridad".
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POlÍTICA CATÓLICA
irreductibles en vez de campo de acuerdos o transacciones. Es la
pugna entre Revolución y Contrarrevolución (7) y
de las diversas
ideologías revolucionarias entre
sí.
Resulta capital insistir en que las normas de pluralidad de opi­
niones y voluntad de concordia
son válidas en el interior de una
comunidad moral. Pero que esos nortes prácticos están fuera de
lugar si es para poner a discusión o negociación los principios
morales que son el fundamento mismo de la comunidad. Ese es
el equivoco bajo el que los revolucionarios se amparan falazmen­
te: la confusión de la política de gestión y la política de afirma­
ción de principios, cuyas dinámicas y exigencias son tan distintas.
Para los cristianos la defensa de la religión y del orden natu­
ral
en la esfera política ya no es asunto de aquellos pocos con
una vocación específica de gobernar, sino que es un deber uni­
versal e inexcusable, aunque también conozca grados.
Y el instrumento propio de esta política, que es de principios
de gobierno y combativa, y
no de medidas contingentes, es la pre­
dicación, la fundamentación, la persuasión y la apologética de la
verdad social,
y, derivadamente, los medios lícitos en cada caso
para su legitima defensa contra el poder agresor o tiránico (8).
3. Únese a las anteriores una acepción de la política propia
del sistema de la democracia partitocrática,
que se refiere a la
lucha
por alcanzar y mantener el poder.
La 'política', entonces, es un conjunto de maniobras y meras
declaraciones verbales orientadas a la atracción o composición
de mayorías, cuya moralidad en el mejor de los casos es escasa
por su condición ambiciosa y oportunista.
Se entiende que esa actividad repugne a los mejores cristia­
nos, y disuada a
la mayoría de ellos de introducirse en un ambien-
(7) Sobre lo que entendemos por Revolución y Contrarrevolución, vid. prin­
cipalmente JEAN OussET, Para que Él reine, Madrid, Speiro, 1972, y PUNI0 CORREA
DE OLIVEIRA, Revolución y Contrarrevolución, Bilbao, Fernando III el Santo, 1978.
También LUIS MARIA SANDOVAL, "Consideraciones sobre la Contrarrevolución", en
Verbo núm. 281-282 (1990).
(8) Que incluyen en primer lugar los medios legales a su alcance, por
supuesto.
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LUIS MARIA SANDOVAL
te que relega a segundo término el bien común y la honestidad.
La mayoría de los cristianos, atentos sólo a su realidad cotidiana,
abomina
de la palabra política ignorando su primigenio sentido de
tarea necesaria y altísima. Y han sido paralelamente desmoviliza­
dos también
de todo sentido de cruzada pol!tica al servicio de los
principios irrenunciables.
Ahora bien,
el problema reside en que la pol!tica de partidos,
elecciones, reuniones y publicaciones es la vigente
hoy en día. Y
como el vacío tiende a ser llenado a la larga, la abstención de
la
política, sin ningún distingo ni directriz positiva, termina hacien­
do que precisamente los católicos más inquietos entren sin dis­
cernimiento
en 'lo que hay', y terminen absorbidos completa­
mente
por la política de intereses y rivalidades de los partidos.
Ciertamente,
un católico puede emplearse en dicha pol!tica,
pero sólo si es como el camino que se presenta más fácil y ase­
quible
-no el único-para atender al bien común cotidiano y a
la defensa y promoción de los principios naturales y cristianos,
sin traicionar nunca estos fines y su jerarquía.
Pero sí es cierto que la evangelización de la cultura suele
plantearse con la omisión de la lucha política, que
en los fieles y
pastores existen complejos, miedo y confusión de conceptos en
torno a ella, también es cierto que la doctrina de la Iglesia nunca
la ha abandonado, y que la realidad se impone, de modo que,
muy lentamente, se percibe ya la tendencia a hablar de
que la
acción evangelizadora alcance la esfera pol!tica. De momento es
más
un deseo expresado que un proyecto concreto, pero el cam­
bio
de tendencia ya se vislumbra (9).
En realidad, el Concilio contemplaba con variadas alusiones
la participación política de los católicos
(lO)y no su inhibición,
(9) Recientemente se ha celebrado en Madrid un Congreso con el título
"Católicos y Vida Pública" avalado por el Nuncio Apostólico de Su Santidad en
España y el Presidente de la Conferencia Episcopal, de contenido muy vario, algu­
nas
de cuyas comunicaciones publicó Verbo en el anterior núm. 379-380.
(10) No en
algún lugar aislado sino en numerosos pasajes. Entre otros pode­
mos citar Lumen genttum §§ 31, 34 y 36, Gaudium et spes §§ 42 y 43, o
Apostolicam actuosltatem §§ 5, 7, 13 y 14.
Aquí nos contentaremos con reproducir solamente éste; "En el amor a la
patria y en el fiel cumplirnlento de los deberes civiles, siéntanse obligados los
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POLfTICA CATÓLICA
que es lo que se produjo con el desmantelamiento de las orga­
nizaciones confesionalmente católicas.
Más
de veinte añ_os después, JUAN PABLO II, en la exhortación
apostólica postsinodal
Christifldeles Jaici (1988), volvió a plante­
ar la necesidad de la acción política de los seglares
(11).
Y desde entonces las admoniciones pontificias a intenrenir
también en la política, aunque sin mayor concreción, se han
hecho muy frecuentes. Limitándonos a España, en su visita de
1993, JUAN PABLO II nos dijo:
"Según esto, no debemos seguir manteniendo una situación
en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de
la más estricta privacidad, quedando así mutiladas de toda
influencia en la vida social y pública. Por eso, desde aquí animo
a todos los fieles laicos de España a superar toda tentación inhi­
bicionista y a asumir con decisión y valentía su propia responsa­
bilidad de hacer presente y operante la luz del Evangelio en el
mundo profesional, social, económico, cultural y político, apor­
tando a la convivencia social unos valores que, precisamente por
ser genuinamente cristianos, son verdadera y radicalmente huma­
nos" (12).
católicos a promover el verdadero bien común, y hagan pesar de esa forma su
opinión para que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los
principios morales y al
bien común. Los católicos preparados en los asuntos
públicos,
y firmes como es debido en la fe y en la doctrina católica, no rehusen
desempeñar cargos públicos, ya que por ellos, bien administrados, pueden
procurar el bien común, y preparar a un tiempo el camino del Evangelio"
(Apostolicam actuosltatem § 14).
(11)
"Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la
sociedad humana" (§ 34).
"Para animar cristianamente el
orden temporal --en el sentido señalado de
servir a la persona y a la sociedad-los fieles laicos de ningún modo pueden
abdicar
de la partfdpaci6n en la 'polftíca; es decir, de la multiforme y variada
acción económica, social, legislativa, administrativa
y cultural, destinada a pro­
mover orgánica e institucionalmente el bien común. Como repetidamente han
afirmado los Padres sinodales, todos y cada uno tienen el derecho y el deber de
participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas,
niveles, tareas
y responsabilidades." (§ 42; la frase resaltada lo está en el original).
(12)
JUAN PABLO II, Homilía en la Santa Misa, Huelva, 14-VI-93.
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"En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesa­
ria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y aso­
ciada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello ina­
ceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la
religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradóji­
camente la dimensión esencialmente pública y social de la perso­
na humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría,
aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en
la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política" (13).
m. Las raíces vivas de Europa
Si retomamos a la exhortación pontificia de Santiago, debemos
observar que remitimos a las raíces de Europa es
un modo figura­
do de apelar a los orígenes, y
al pasado en general, como elemen­
to auxiliar necesario para la reconstrucción de su unidad espiritual.
Pero tal reconstrucción
depende en la práctica, sobre todo,
de nuestra voluntad presente y de nuestras fuerzas, además,
por
supuesto de la Voluntad de Dios, que es constante, y de su
Gracia,
que nunca falta sino que sobreabunda.
¿Cuál es entonces el papel del pasado en. la empresa?
Asi como el Mediterráneo Oriental se caracteriza por ser la
cuna de nuestra religión (de los apóstoles, de
buena parte de los
Santos Padres, de la vida religiosa, etc.), y
asi como América
nació cristiana, siendo el continente que fue integrado
en la
comunidad mundial obedeciendo a criterios y propósitos cristia­
nos, Europa ha sido el continente de más larga ejecutoria cristia­
na, aquel
en el que maduró lentamente y por primera vez una
civilización cristiana completa
en sus más variadas facetas (14), y
(13) JUAN PABLO II, Homilía en la Misa de dedicación de la Catedral de la
.Almudena, Madrid, 15-VI-93.
(14) A título de ejemplo gráfico, basta constatar como las banderas de muy
distintos paises europeos incluyen en su diseño la cruz: así, todas las nórdicas,
Inglaterra
y Escocia entre las británicas, Suiza o Grecia. A las que deberíamos aña­
dir antiguos diseños como la
Cruz de Borgoña de la Monarquía Hispánica, o las
banderas navales del Imperio Ruso o
el Segundo Reich.
En cambio,
ese motivo no est.á presente en el resto del mundo, ni aún en
América, a excepción de la República Dominicana y Dominica, las islas Tonga, y
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POL!TICA CATÓLICA
aquel cuyas fronteras estuvieron definidas en cada momento por
el avance de la Fe (15).
Sin duda Europa posee el más impresionante legado cristia­
no que exista. Pero ese legado se puede entender de dos mane­
ras: como pura constatación estática, y
en cuanto virtualidad
dinámica.
En la primera categoría se encuadra todo el patrimonio que
el pasado europeo ha acumulado signado por la Cruz y abarcan­
do todas las artes. Pero
en sí mismas las obras arquitectónicas o
pictóricas son apreciables para cristianos e incrédulos, y éstos
podrían apropiarse subjetivamente de ellas como meros objetos
bellos sin mayor problema. Esto
no debe entenderse como
menosprecio del
arte, que moviendo nuestros sentidos nos vuel­
ve hacia Dios y ciertamente constituye el esplendor de
la civili­
zación cristiana. Pero
aun así no debe identificarse una civili­
zación
con su legado material.
La categoria más importante del legado de nuestros antepa­
sados cristianos
es la del ejemplo y la experiencia de una civili­
zación sustantivamente cristiana. Ejemplo y experiencia
que son
los auxiliares que permitirán, humanamente hablando, ejecutar
una más rápida recristianización al impulso evangelizador de
orden sobrenatural.
El ejemplo es el de los santos, la experiencia
la de instituciones cristianas históricas.
aquellas excolonias británicas que aún mantienen la Unión ]acle en su cantón, es
decir, su vinculación europea.
Por lo que se puede decir que hasta la simbología cristiana en las banderas
es peculiar de Europa. Todavía en nuestra época, Arsene Heitz, diseñador de la
bandera
de la Unión Europea y católico practicante, ha declarado que las doce
estrellas sobre fondo azul evocan a la V!f'gen: la Mujer vestida de sol del
Apocalipsis.
(15) La idea está refrendada por el propio JUAN PABLO 11:
~1a historia de la formación de las naciones europeas va a la par con su evan­
gelización;
hasta el punto de que las fronteras europeas coinciden con las de la
penetración
del Evfillgelio. ( ... ) se debe afirmar que la identidad europea es incom~
prensible sin el cristianismo ... ~.
QuAN PABLO 11, discurso en la catedral de Santiago de Compostela, 9 de
noviembre de 1982. En Mensaje de juan Pablo 1/ a España, Madrid, BAC, 1982,
pig. 258).
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Por eso se ha dedicado especial atención en estas jornadas
a dos categoñas de santos europeos de directa trascendencia
social: los mártires y los reyes. Cara y cruz de las relaciones de la
religión cristiana con los
prmcipes: o el poder civil, inicuo como
última consecuencia de sus falsas creencias, persiguiendo la
Fe
sostenida heroicamente por fieles que no se pliegan a él en lo
que moralmente
no pueden, o las máximas autoridades transfi­
guradas
por la Fe y obrando en concordia con la religión para
defensa y exaltación de
la misma.
Los santos canonizados no poseen necesariamente un
grado mayor de gloria que el de la innumerable legión de bie­
naventurados, anónimos para nosotros, que conmemoramos en
la Festividad de Todos los Santos. Los santos canonizados lo
son porque la Iglesia pone su vida como ejemplo para nuestra
santificación. De ahi la actualidad de los pñncipes santos a los
que dedicó su ponencia Elisa Ranúrez Garbajosa. Sus virtudes,
como tales, son siempre dignas de imitación y estarán .siempre
vigentes.
Otro
es el caso de las instituciones. Las instituciones concre­
tas del pasado cristiano pueden servirnos de ejemplo, y también
de lección en manto transmiten una experiencia, pero en sí mis­
mas pueden estar caducas en un momento dado, y todas preci­
sañan alguna adaptación a los tiempos
en una Europa nueva­
mente cristiana (16).
Además del ejemplo de los gobernantes santos, y de las
experiencias de las instituciones del pasado, cuya virtualidad
práctica requiere reflexión y adaptación prudentes, existe una
norma inspiradora, clara y segura,
que es la doctrina política cató­
lica enseñada
por la Iglesia.
(16) Como muestra de esa riqueza de instituciones cristianas, limitada sólo
a España y a sus leyes fundamentales, basta consultar la ponencia que desarrolló
hace ahora diez años Evaristo Palomar. Para cada país de Europa se podría desa­
rrollar un elenco semejante de leyes esencial y formalmente cristianas.
\!Jd. EVARISTO PALOMAR MALDONADO, "La confesionalidad del estado y la unidad
católica
en las leyes fundamentales de España", en Verbo núm. 279-280 (1989)
págs. 1251-1312.
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POLÍTICA CATÓLICA
Esa doctrina expone los principios animadores de la política
que se derivan de
la doctrina cristiana. Tales principios resumen en
su formulación la experiencia acumulada en los siglos de institu­
ciones públicas cristianas que
ha conocido Europa, aunque no se
hayan propuesto especificamente de modo teórico y sistemático
sino cuando lo hizo necesario
el ataque deliberado al que fueron
sometidas desde los prolegómenos de la Revolución Francesa.
Con lo dicho debe quedar claro
que la doctrina política cató­
lica
no es una ideología, se le aplica a ella cuanto se ha dicho de
la doctrina social de la Iglesia:
De
una parte la Doctrina Social de la Iglesia comprende un
conjunto de principios de reflexión, de criterios de juicio y de
directrices de acción (17).
La otra característica de la doctrina es que sus principios rec­
tores
son universalmente válidos y obligatorios, aunque los
modos de su aplicación y concreción dependan de los ejecutan­
tes y
de las circunstancias: "doctrina que todos los fieles están lla­
mados a conocer, enseñar y aplicar" (18).
Pío
XII lo afirmó en un párrafo redondo: "Esta doctrina, defi­
nitivamente fijada
en cuanto a sus puntos fundamentales, es sufi­
cientemente amplia para poder ser adaptada y aplicada a las vici­
situdes cambiantes de los tiempos,
en el supuesto de que no sea
en detrimento de sus principios inmutables y permanentes. Es
clara en todos sus aspectos; es obligatoria; nadie puede separar­
se de ella sin peligro para la
fe y el orden moral; no es, pues,
posible a ningún católico (y menos todavía a los
que pertenecen
a vuestras organizaciones) adherirse a las teorías y sistemas socia­
les que la Iglesia ha repudiado y contra las cuales ha puesto a sus
fieles
en guardia" (19).
(17) Vid. PABLO VI, Octogesima adveniens (1971), § 4; ]UAN PABW II,
Sollidtudo reí sodalis (1987), § 41; Catecismo de la Iglesia Católica§ 2423.
(18) Congregación para la Educación Católica,
Orientaciones para el estudio
y la enseJJanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la formaci.ón de los sacer­
dotes (1988), § 2.
(19) Pfo XII, Discurso al Congreso de Acción Católica Italiana de 29 de abril
de 1945.
Cita tomada de LUIS SALLERoN, "Los católicos y la doctrina social de la Iglesia"
en Verbo núm. 97-98 (1971) págs. 642-643.
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LUIS MARIA SANDOVAL
IV. Política católica
Que existe una politica cristiana, y aun católica, es algo
comúnmente admitido (20).
Desde fuera
de la Iglesia se reconoce tal existencia (y se nos
censura
por ella).
Desde
una postura cristiana, rechazar la especificidad de las
concepciones e instituciones politicas crecidas bajo el influjo
de
la Fe sería rechazar la virtualidad de la Gracia, que penetraría y
renovaría
todo el orden natural salvo -inexplicablemente--la
sociabilidad humana.
Lo cierto es que el orden social cristiano no sólo incluye todo
el
orden natural, como lo hace, sino que le ofrece fundamentos
teológicos adicionales, y lo amplía con las consecuencias
de ver­
dades exclusivamente reveladas.
Ejemplo del primer caso
es la concepción de que la autori­
dad no sólo es una exigencia de la naturaleza para que la socie­
dad no desaparezca y pueda alcanzar su fin (21), y por tanto
(20) Vid. EsrANISLAO CANTERO, "¿Existe una doctrina política católica?", en Los
catrJlicos y la acción polftica, Madrid, Speiro, 1982, págs. 7-48.
(21) Pata ejemplos de la enseñanza continuada de esta doctrina citemos:
"La necesidad obliga a que haya algunos que manden en toda reunión y
comunidad de hombres, para que la sociedad, destituida de principio o cabeza
rectora, _no desaparezca y se vea privada de alcanzar el fin para el que nació y
fue constituida" (LEóN XIII, Diuturnum fllud [18811 § 3. La idea se desarrolla con
más exténsión en el párrafo 7).
"Y como los hombres nacen ordenados a la sociedad civil por voluntad de
Dios; y el poder de la autoridad es un vínculo tan necesario a la sociedad que sin
aquel ésta se disuelve necesariamente, síguese que el mismo que creó la socie­
dad creó también la autoridad" (I.EóN XIII, Humanum genus [1884] § 17).
u A fin de que, por la pluralidad de pareceres, no perezca la comunidad polí­
tica,
es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien
común, ·no ya mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como
una fuerza moral, que se basa en la libertad y en la responsabilidad de cada uno.
Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en
la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios,
aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gober­
nantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos" (Concilio Vaticano JI,
Gaudium et spes [1965] § 74).
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POL[TICA CATÓLICA
voluntad del Dios creador, sino que quien la ejerce merece la
consideración de ministro de Dios y ha de ser obedecido
en
conciencia, como han enseñado reiteradamente los Papas (22),
siguiendo
la Revelación (23).
Ejemplo del segundo caso es la doctrina del Pecado Original,
que es un misterio revelado (si bien sus efectos son patentes para
cualquiera), y sin embargo "Ignorar que el hombre
posee una
naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en
el dominio de la educación, de la política, de la acción social y
de las costumbres" (24).
En este terreno se ha de guardar
un cuidadoso equilibrio. Ni
se puede despreciar el papel de la razón humana, de la filosofia y
del derecho natural, capaces de descubrir la verdad de que Dios
ha dotado a cada cosa (25), ni se puede descartar, por redundan­
te y superflua, la función de la revelación sobrenatural, funda­
mentalmente porque
en la práctica, dado nuestro estado de natu­
raleza caída,
la razón de la mayoría, sin el auxilio de la Gracia,
encuentra grandes obstáculos para llegar a descubrir el
orden natu­
ral en su plenitud y en un tiempo razonable, como precisa (26).
Son la Gracia y la Revelación las que guardan la razón caída,
tanto confirmando y garantizando las conclusiones que alcanza,
como preservando la confianza en la facultad de razonar, des­
truida
por el escepticismo. En la práctica, sólo entre los cristianos
se salva habitualmente la razón.
"La Fe, por tanto, no teme la razón, sino que la busca y con­
fia en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona,
así la
Fe supone y perfecciona la razón. Esta última, iluminada
por la Fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan
de la desobediencia del pecado y encuentra
la fuerza necesaria
para elevarse
al conocimiento de Dios Uno y Trino" (27).
(22) Vid. LEóN XIII, Diuturnum i//ud (1881) !! 6-9; Jmmorta/e Dei (1885), § 2; Libertas (1888) § 10, o Pfo XI, Quas primas (1925), l 9-(23) Víd. Rom 13,1-7; I Tim 2,2 y I Pe 2,13-14.
(24) Vid. Catecismo de la Iglesia Católica §§ 387 y 407. (25) Vid. Concilio Vaticano II, Gaudiuro et spes § 36. (26) Vid. Santo TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología, I, q. 1 a. 1. (27) JUAN PABW ff, Fides et raUo (1998) ! 43.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Es cierto que a diferencia de la Doctrina Social de la Iglesia,
mejor admitida
en general porque 'es a favor de los pobres',
muchos fieles pondrfan
en duda la existencia de una Doctrina
Politica Católica
en nombre de la autonomía del orden politico,
o
de la renuncia hasta a la mera apariencia de ambición de poder.
Sin embargo, el fundamento de que
pueda existir una doctri­
na social de la Iglesia es el mismo
que existe para una doctrina
política, la aplicación de la moral cristiana a las relaciones socia­
les del hombre, puesto que éste es
un sujeto único, no compar­
timentado, y
la religión cristiana, integral, no está circunscrita a lo
privado e
intimo.
Y además, el término 'social' es equívoco, vulgarmente se
puede considerar que la doctrina social y la política corren para­
lelas, una
en el terreno de la gestión de las riquezas y las rela­
ciones laborales, y
en el terreno del poder público la otra. Pero
en realidad ambos son aspectos de la vida en sociedad, y la doc­
trina política sería sólo
una parte de la doctrina social en su sen­
tido etimológico. Podemos ver como las encíclicas de Juan Pablo
II que se presentan como meramente 'sociales' retoman cuestio­
nes políticas porque entre esos campos no hay tanto una sepa­
ración cuanto una especificación (28).
Incluso supuesta
la existencia de una política católica, subsiste
una gran confusión para saber qué se ha de entender
por tal.
La dificultad comienza porque la politica católica se suele
identificar restringidamente
con alguno de sus elementos. Debe­
mos dejar sentado que
la política católica es global y no frag­
mentaria, esencial y no accidental.
En particular, 'politica católica' se identifica con 'política
moral'. Y ciertamente lo es.
(28) Muchos de los pasajes de Sollicitudo reí soda/is (1988) abordan temas
que pueden considerarse propios de las relaciones internacionales. Y Centesslmus
annus (1991) dedica explícitamente un apartado al 'año 1989', acontecimiento
difícilmente calificable de no politico. La misma encíclica contiene una enseñan­
za sobre la democracia (§ 46), cuestión que o es política o no hay ninguna que
lo sea. Enseñanza que se completa con varios párrafos inex:cusables (59, 68-74 y
90) de Evangelium vitae (1995), que no sabemos si se cataloga como documen­
to social siquiera.
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POL!TICA CATÓLICA
Pero una concepción bien pensante y 'blanda', hoy muy
extendida, supone que al cristiano inmerso
en la vida pública le
ha de caracterizar el cumplir
bien con su deber, y que eso le
basta. Y esto es equívoco. Porque
es verdad que el cristiano ha
de cumplir con su deber, pero éste no se identifica de entrada
con el mandato positivo vigente. De otro modo los mejores ser­
vidores del mal imperante serian los cristianos -y así llegan a
serlo
algunos-porque se limitarían a cumplir escrupulosamente
las normas establecidas sin cuestionarlas.
Personalmente, los cristianos deben comenzar cumpliendo
con su deber, pero, salvo las materias
que son objeto de pura
determinación entre posibilidades indiferentes,
no se puede acep­
tar
que esos deberes sean fijados con criterios no católicos. Ese
es el contrasentido de los cristianos
que aspiran sólo a ser 'bue­
nos' sin más, cada uno en su puesto.
Y, en todo caso, una concepción tal se refiere a la moralidad
de los políticos
-necesaria, desde luego-, pero no a la mo~ali­
dad
de la política misma. La política católica debe incluir la vir­
tud de la honestidad en su ejecución, pero esa virtud, por sí
misma,
no constituye la política moral y no puede sustituirla. No
basta con que los políticos católicos se santifiquen
en la política,
también deben santificar la propia política.
Más correctamente, se ha de entender una política moral
como aquella que se atiene en su contenido a la moral cristiana
enseñada por la Iglesia Católica.
Pero
no se trata sólo de una política con criterios cristianos
respecto de
la vida o de la enseñanza. Se comprende fácilmente
que
puede existir la una y no la otra, o al revés. No merecerla el
titulo de católica, ni de moral siquiera, una política atenida a
mandamientos sueltos (29).
Por otra parte, una política naturalmente correcta
en algún
terreno no sería por ello automáticamente cristiana, sino tan sólo
(29) Recordemos el juicio del apóstol: "Porque quien observa toda la Ley,
pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos. Pues el que dijo "No adul­
teres" dijo también "No mates". Si no adulteras pero matas eres transgresor de la
Ley" (St 2,10-11).
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LUIS MARÍA SANDOVAL
coincidente, pues venir a dar en idéntica conclusión práctica no
asegura que no provenga de una motivación muy alejada (30).
La noción de política católica integral es la correcta, aunque
el nombre
no resulta sugerente.
Una verdadera política católica lo
ha de ser con la familia y
con el trabajo, con la enseñanza,
la vida, la información y la sub­
sidiariedad. Y
por supuesto ha de incluir la rectitud y la honesti­
dad de todos los escalones de gobernantes y funcionarios.
Ahqra bien,_ esa política omnicomprensiva y moral es enor­
memente extensa
y sin embargo no parece sino recoger el orden
natural de la política. ¿Acaso diremos que la política católica es
simplemente la integridad de la política moral natural, es decir,
que lo cristiano es
la plenitud de la naturaleza sin excederla ni
aportarle nada específico?
No. "La política natural es siempre política católica, pero la
política católica
no se agota en la política natural sino que es pre­
ciso algo más
que sólo proporciona la religión católica" (31).
Y lo específicamente cristiano gira, como es lógico, en torno
a la religión.
Pero la expresión 'política religiosa' para
la política especifi­
camente cristiana tampoco es la apropiada. Porque política reli­
giosa, ent
7ndida como estatuto público de las religiones, tiene
cualquier régímen, aun si consiste en ignorar completamente a
las comunidades religiosas por mor de una estricta separación, o
en fomentar el ateísmo e inducir la persecución.
Es más, una política religiosa puede ser respetuosa con los
derechos de
la Iglesia y no derivar de una política global católi­
ca:
un estado puede no inmiscuirse en la vida interna de la Iglesia
por razón de su mismo agnosticismo y brindarle a la vez ciertas
facilidades a modo de reconocimiento de su
peso numérico. Y
(30) Pensemos en una política de protección de las familias numerosas y
represióri del aborto. Coincidiría en esas posturas con la política católica, pero
podría perfectamente estar inspirada por una ideología racista que quisiera
la pre­
servación
y aumento de la propia raza.
(31) ESTANJSI.AO CANTE.Ro, op. cit, pág. 24.
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POlÍTICA CATÓLICA
por idénticos motivos de agnosticismo y de reverencia a la mayo0
tia puede legalizar tres motivos de permisión de abortos y estar
a
un voto de la promulgación de un cuarto.
Yerran
por tanto quienes creen que la política específica­
mente católica es la que añade a
la política moral natural un
pequeño capítulo sobre los dos poderes y las dos sociedades per­
fectas, el respeto a la independencia y libertad de
la Iglesia y los
consiguientes acuerdos, antes llamados concordatos.
Existe un elemento nuclear
de la política católica que. dima­
na del Primer Mandamiento
--0 más bien de la Primera Tabla­
y que al tiempo garantiza la integridad de la política moral en
todos los campos y brinda una luz nueva a la política religiosa
del Estado.
Sucede que hoy domina entre los católicos una gran reluc­
tancia a predicar
el Primer Mandamiento. A fuerza de procurar
salvar
al prójimo sin convertirlo, multiplicando el énfasis sobre la
posibilidad de salvarse
en otras religiones y en la buena volun­
tad (al parecer de oficio) de los incrédulos y ateos (32), este man-
(32) La postura debida al respecto merece aclararse bien:
Es
-µna verdad esperanzadora que la misericordia infinita de Dios permitirá
que se salven infinidad de incrédulos y fieles de falsas religiones de buena volun­
tad. Pero siempre
por los méritos de Cristo. Y en esas religiones, no por ellas, que
no tienen virtud propia de salvación.
Sin embargo, resulta poco equitativo, bobalicón, y en todo caso falto de pie­
dad filial para con nuestra Madre la Iglesia, reconocer a cada momento que la
conducta real de muchos fieles no se adecua al ideal cristiano, y en cambio acep­
tar de entrada que los musulmanes o los budistas se conforman siempre y per­
fectamente a su credo, sin atender a la realidad de sus actos habituales.
Y si sabemos que muchos creyentes carecen a menudo de la debida buena
voluntad ¿cómo podemos afectar que no hay una_ considerable proporción de
ateos de mala voluntad?
No es posible
en la actual economía de la salvación que un hombre se man­
tenga justo sin especial auxilio
de la Gracia (Denzinger, § 832). Por eso no hemos
de creer que los ateos posean una mayor proporción de justos que los cristianos.
En última instancia, no parece corresponder a los designios de Cristo haber-ins­
tituido como signo visible suyo precisamente una comunidad que resultara en la
práctica menos santa
que las otras religiones. Recordando siempre que la santidad
de la Iglesia y de los cristianos procede del don libérrimo de Dios, debemos creer
que en Ella y en muchos fieles resplandece una santidad sin igual en este mundo.
Por
otra parte, la verdad también puede ser escandalosa. San Ignacio lo recor­
daba con motivo de una cuestión muy próxima a la de la salvación de los infle-
103
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LUIS MARÍA SANDOVAL
damiento parece quedar permanentemente suspendido a fuerza
de excepciones prácticas, de
modo que se convierte en el man­
damiento
no imperativo, se relega a 'Primer Optativo' de cumpli­
miento potestativo, o incluso a único prescindible.
Cuando decimos
que la moral natural se condensa en el
Decálogo, y cuando afirmamos que sus preceptos
no son sino
Derecho Natural, los cristianos
no podemos a continuación hacer
de
peor condición los mandamientos de la Primera Tabla que los
de
la Segunda, de modo que sólo éstos obligaran a todos los
hombres y aquellos sólo a quienes deseen admitirlos.
Por su propia naturaleza
el Primer Mandamiento no tiene nin­
gún sentido si no es realmente el primero. Un dios que no fuera
lo primero de todo
no sería Dios. Y tampoco sería Omnipotente
si los hombres escaparan a su soberanía en cuanto se constitu­
yeran
en sociedad.
El mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas impli­
ca reconocerLe, darLe
cultoy servirLe. Y en la misma medida en
que se comprenda que hay un solo Dios verdadero, y se tenga
conocimiento de que nos
ha manifestado su Ser y su Voluntad,
esas obligaciones habrán
de ajustarse a la verdad de Dios:
reconocerLe
tal y como Él se nos revela, darl.e el culto que Él
mismo ha establecido, y acatar todos los Mandamientos que
ahora nos constan sin posible duda.
les que es la de la predestinación: "Aunque es muy verdadero que ninguno se
puede salvar sin estar predestinado, y sin tener fe y gracia, hay que tener mucho
cuidado en el modo de hablar y de comunicar todas estas cosas". "De modo habi­
tual
no debemos hablar mucho de la predestinación".
(Ejercicios espirituales, Reglas
XIV y XV para 'sen tire cum Ecclesla ).
El énfasis y la insistencia en la presentación de un asunto poseen su propio
valor pedagógico. Dar gran relieve a una excepción la confiere el valor de regla
principal
en la mente del oyente. Y la verdad es que si pueden salvarse los hom­
bres de buena voluntad no bautizados, lo deseado y lo encomendado por Cristo,
que sin duda les desea lo mejor, es que no mueran sin serles predicado el
Evangelio y bautizarse.
El cristiano no puede dudar de la justicia misteriosa de Dios acerca de los
infieles, ni ponerse a especular neciamente sobre ella, sino
empeñarse en aque­
llo
que Dios ha querido expresamente revelamos y encomendarnos.
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POL[TJCA CATÓLICA
La política que dimana del Primer Mandamiento, si es espe­
cificamente cristiana, supone entonces que el Estado reconozca
como único Dios verdadero a la Santísima Trinidad; que la dé
culto público de acuerdo
con el rito católico; que se ciña fiel­
mente en sus actos a la moral, de acuerdo con la interpretación
autorizada de
la Iglesia Católica; que reconozca a ésta todos los
derechos y prerrogativas que su Fundador quiso concederle; y
que,
en suma, acepte la Soberanía Social de Cristo Rey.
Todo ello constituye el núcleo de la política católica del cual
dimana una política moral
en la sociedad civil y en todos y cada
uno de los cuerpos intermedios, una política religiosa correcta
para con la Iglesia Católica y los otros cultos, y el fundamento de
una deontología honesta de los políticos. A ese núcleo se refieren
también directamente, y le están asociadas habitualmente, algu­
nos prolegómenos y cuestiones prácticas derivadas.
Finalmente, también es un error identificar política católica
con la política de los católicos, en tanto que esfuerzo común de
éstos
en el interior de una sociedad (de cualquier orden) en pro
de la causa de la religión.
En
la medida en que las revoluciones de la modernidad han
combatido la vigencia de la política católica en su mismo núcleo,
la política católica ha debido desarrollar
en tiempos recientes otro
aspecto especifico de defensa organizada,
que es circunstancial y
eminentemente práctico.
Aunque algunos reduzcan la política de los católicos a la
causa de la libertad de la Iglesia, o de la política moral
en algún
terreno particular, lo cierto es
que no se puede concebir cohe­
rentemente sino como medio transitorio y subordinado para el
triunfo de
la política católica en su sentido estricto y pleno.
La política de los católicos constituye un elemento muy dis­
tinto de las tesis perennes de la política católica, y sin embargo
está históricamente muy vinculado a la política católica nuclear,
en cuya dependencia directa se encuentra. La diferencia se mani­
fiesta en el muy distinto valor de sus orientaciones, que no pue­
den pretender, como aquellas, la condición de verdades radica­
les y absolutas.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
No es fácil predicar una doctrina sin precisiones terminoló­
gicas ni sin acuñar un lenguaje adecuado para su difusión. Por
ello conviene recapitular las acepciones que hemos tratado más
arriba,
La expresión 'política moral' es confusa, porque toda política
debe ser moral.
La moralidad política abarca la deontología del
hombre de estado y el contenido moral de las leyes e institucio­
nes, incluida
la política religiosa y el Primer Mandamiento del
Decálogo.
A veces, también, se emplea
la expresión 'política de inspira­
ción cristiana' como sinónimo de política católica. Teóricamente
esto es correcto, puesto que de suyo inspiración debería referir­
se
al espíritu animador, al alma -espíritu-que confiere la forma
y
que por consiguiente es esencial. Sin embargo, la versión 'light'
del cristianismo político emplea
la expresión 'inspiración cristia­
na' con un sentido vago, de influencia. Influencia que resulta
externa y adjetiva, y además como si fuera una más entre otras y
de la que sólo se recibe una parte
al propio gusto.
Tal terminología
puede prestarse a confusión, pero no es
mala en sí: ante ella debemos estar prevenidos, tanto para evitar
la introducción del pensamiento débil en la política católica como
para acoger
un pensamiento de propósito correcto cuya termi­
nología
no nos hace felices. Depende siempre del autor, el con­
tenido y el contexto.
La política católica, propiamente, es una noción integral, que
abarca elementos agrupables
en dos grandes conjuntos, la políti­
ca natural y la política específicamente cristiana. Política católica
debería ser sinónimo
de política católica integral.
La política católica asume por principio toda la política natu­
ral y sus prolegómenos antropológicos y iusnaturalistas, porque
las verdades naturales y reveladas tienen su origen
en el mismo
Dios y
no pueden contradecirse entre sí. En la práctica, la reve­
lación cristiana garantiza la recta percepción del orden natural,
dificultada
por las secuelas del Pecado, y sólo en su compañía y
bajo su tutela florece segura y completamente la disciplina del
Derecho Natural.
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PDLITICA CATÓLICA
El Primer Mandamiento forma parte de los deberes de orden
natural, y obliga, igual
que los demás, a las sociedades como a
los individuos. Engloba
la política religiosa, que recibe su orien­
tación del modo
en que el poder civil satisfaga esa obligación.
La política religiosa es aquella parte de la acción de gobier­
no que regula las comunidades religiosas. Caso particular de ella
es la regulación de las relaciones de la sociedad civil con las
comunidades religiosas, y
en particular con la Iglesia Católica,
que introdujo la doctrina cristiana de los dos poderes.
La política religiosa no agota la política del Primer Man­
damiento (directamente deriva
de él), de la que sólo constituye
la faceta de las relaciones hacia fuera del Estado. Antes incluso
que las obligaciones de éste para con las comunidades religiosas
están sus obligaciones para con Dios, consistentes en regular su
propia existencia según Su Voluntad.
La política específicamente cristiana comprende aquellos
argumentos, y
aun aquellas cuestiones que sólo se suscitan a par­
tir de la Revelación.
La especificidad cristiana no se circunscribe
al Primer Mandamiento. Ejemplos de ello son la visión sacraliza­
da de
la autoridad, la tutela preferente de los pobres y débiles (33),
o la incidencia del Pecado Original y sus efectos a la hora de ejer­
cer la prudencia política.
La respuesta específicamente cristiana acerca de la política
del Primer Mandamiento

constituye el núcleo radical y original
que confiere su sentido a la política específicamente católica, y,
en general, a toda la política católica. Sería la política católica
nuclear. Comprende los deberes religiosos de
la sociedad civil,
polarizados
en torno a lo que se ha denominado confesionalidad
del Estado, y el área de las relaciones de éste con
la Iglesia.
Por política de los católicos
debe entenderse la acción colec­
tiva que éstos han de desarrollar circunstancialmente
en el seno
de las sociedades apóstatas para paliar, contener y revertir los
males de la secularización moderna.
Sus principios son de orden
(33) También sacralizados en tanto que 'otros Cristos' (Vid. Mt 25, 40 y 45).
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LUIS MARÍA SANDOVAL
combativo o táctico, y, como tales, subordinados y no centrales,
prudenciales, e incluso discutibles.
Hechas las correctas distinciones, hay que reconocer
que la
tendencia a dar el nombre del todo a la parte más señalada con­
duce a
que vulgarmente la política católica se asimile con el con­
junto que integran la política católica nuclear y la política de los
católicos
en defensa de aquella. Y por ello, y para ganar en agi­
lidad, emplearé abreviadamente el término política católica
en
acepciones que el lector sabrá completar.
V. Nuestra vocación específica
Hay que decir enseguida que la doctrina política católica Oa
integral, y muy particularmente la que he denominado nuclear)
es la razón de ser y la vocación específica
de la Ciudad Católica
desde su propio nombre.
La 'Ciudad' hace referencia inequívoca a la 'república', a
una vida social y política que merezca sustantivamente el apela­
tivo de católica.
Y nuestro libro fundamental, que conviene releer periódi­
camente, lleva
por diáfano título "Para que Él reine" (34).
La Ciudad Católica escogió como esfera propia de actuación
la formación doctrinal, y sobre ese aspecto vamos a extendernos
cumplidamente.
Pero antes es obligado hacer
un inciso de justicia en honor
del lugar en el que nos reunimos.
Lo que caracteriza a la Ciudad Católica, que es una amistad
al servicio de la verdad, son tres elementos y
no uno sólo: la doc­
trina social y política de la Iglesia, la espiritualidad de los
Ejercicios
de San Ignacio y una metodología peculiar de acción
capilar, subsidiaria y centrífuga, con espíritu de servicio y
no de
protagonismo (35).
(34) ]EAN OussET, Para que Él reine, Madrid, Speiro, l.ª ed. 1961, 2.ª ed.
corregida
y abreviada, 1972.
(35) "Somos una amistad,
es decir, una red de hombres, de grupos, de
obras, de iniciativas con un vínculo que es el mismo servicio a la Verdad que pro-
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POLÍTICA CATÓLICA
Y, tanto en Jo que se refiere a la espiritualidad como a la
metodología, nuestra
obra es deudora clara, aunque lejana, de la
obra del P. Francisco de Paula Vallet. La obra del P. Vallet son los
Cooperadores
y Cooperatrices de Cristo Rey que nos acogen en
esta casa, así como sus restos reposan en espera de la resurrec­
ción en la cripta de la capilla.
La Cité Catholique surgió definitivamente delineada tras los
ejercicios
que Jean Ousset hizo en Chabeuil con el P. Vallet (36).
El P. Vallet sintió vivamente el ideal de la Realeza Social de
Cristo y nunca omitió la referencia a la evangelización del orden
politico y social. Jean Ousset no sólo estaba en esa misma linea,
decidido a difundir el Reinado Social de Cristo, sino
que tomó de
aquel mucho de este espíritu subsidiario, de favorecer las obras
ajenas sin arrebatar
de su propio lugar a los militantes. Si los
Cooperadores ofrecían los Ejercicios
como puhnón espiritual para
todos los católicos, la Cité Catholique ofreció una intendencia
doctrinal para todas las acciones sociales.
De modo que la
Ciudad Católica española vino a recibir
de Francia una visión de
la acción originaria, en buena parte, de un sacerdote español.
En cuanto a los Ejercicios, nuestros amigos de Argentina o
Francia
han sido mucho más asiduos en vivir su piedad colecti­
vamente, y en recomendar los ejercicios anuales a sus amigos.
Para Alleanza Cattolica, en Italia, militante es, simplemente,
quien asiste a la reunión semanal, está suscrito a la revista men­
sual -Cristianita-y hace ejercicios una vez al año.
fesamos en común. Vínculo que se mantiene en tanto ese servicio se realice y que
se corta cuando el mismo deja de realizarse.
"De esta amistad puede decirse también con propiedad que es una amistad
sobrenatural puesto que está fundada en una misma espiritualidad, la de los
Ejercicios de San Ignacio; una misma doctrina, la de la Iglesia; una misma meto­
dología, la de esta escuela de prudencia en lo político y social que ofrecemos a
nuestros amigos; un
mismo espíritu, el del servicio. Condiciones todas que no
hemos inventado nosotros, a excepción de la metodología, pero que sí hemos
reunido
para constituir este Vmculo que a la vez nos obliga y nos deja libres en
iniciativas y responsabilidades".
(Wrrorn RoMAN KoPYTYNSKI, Apuntes sobre la Ciudad Católica, Ediciones del
Cruzamante, Buenos Aires, 1983, pág.
7).
(36) A ellos se alude en Qué es la Ciudad Católica, Madrid, Editorial Speiro,
1962, pág. 16.
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LUIS MARIA SANDOVAL
Por tanto, si nuestra obra necesita redoblados ardores, nada
mejor que encenderlos en la contemplación de su último fin cris­
tiano que la justifica. Y pocas opciones habrá mejores
que hacer
Ejercicios, y sobre todo con
una obra dedicada a ellos específi­
camente, con sacerdotes que conocen nuestra vocación, que son
maestros espirituales de recta formación y discernimiento, y que
no procuran captar neófitos para su propia congregación (37).
Dicho lo anterior, es cierto
que la vocación peculiar de la
Ciudad Católica se caracteriza
por la acción doctrinal.
Nuestra obra es doctrinal:
"La Ciudad Católica es una agru­
pación de personas
que se proponen el estudio de la doctrina
social de la Iglesia, con vistas a su realización práctica. No perte­
nece a la Acción Católica, organismo directamente dependiente
de la Jerarquía Eclesiástica. Por consiguiente
no compromete a la
Iglesia. Tampoco es un partido pol!tico. Ocupa una posición
intermedia entre ambos.
La tarea que se ha impuesto es única­
mente formativa.
Lo que no excluye la acción pol!tica de sus
miembros, que, como es lógico, aspirarán a la aplicación de la
verdad adquirida" GS).
Resumiendo las palabras de Juan Valle!, nuestra tarea no es
una acción política concreta, sino realizar una labor auxiliar para
la restauración del tejido social y político, comenzando por la for­
mación de unas élites, insistiendo muy especialmente
en una for­
mación doctrinal seria (39).
Jean Ousset pudo llegar a hablar de
una "acción doctrinal" ( 40).
Pero "somos ante todo y sobre todo, católicos, apostólicos y
romanos" (41).
La nuestra la concebimos como una obra de apos­
tolado. Un apostolado
en el campo político, de género auxiliar y
naturaleza doctrinal.
(37) Vid. Lms MARfA SANDovAL, crónica de las "Jornadas Internacionales con­
memorativas del P. Vallet", en Roca Viva núm. 353 de marzo de 1998, págs. 118-120.
(38) Introducción de GABRIEL ALFÉREZ CALLEJÓN a ¿Qué es la Ciudad Católica?,
Madrid, Speiro, 1962, pág. 5.
(39) JUAN VAll.ET DE .GoYTISOLO, "Qué somos y cuál es nuestra tarea", en
Verbo núm. 151-152 (1977) págs. 44-46.
110
(40) ]EAN OussET, La acción, Madrid, Speiro, 1969, pág. 46.
(41) JUAN VALLET DE GoYTisow, Jbid., pág. 29.
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POLÍTICA CATÓLICA
Y el centro y motor de nuestra obra es la veneración de Cristo
Rey, y el deseo de colaborar a que, ya en este siglo, venga a
nosotros su Reino. Ese es el
punto central de nuestro libro fun­
damental, "Para que
Él reine", que concluye así: ",Opportet Illum
regnar&. Es preciso que Él reine ... Pero para que Él reine ... al
combate por la ciudad católica" ( 42).
Pero
la Ciudad Católica no estudia la Filosofía, la Doctrina
Social de la Iglesia o el Derecho Natural a modo de Facultad o
Departamentos paralelos
que suplanten la Universidad y usurpen
su puesto.
Nuestro estudio presenta
una diferencia formal con el uni­
versitario, aunque muchos de nuestros amigos sean profesores
universitarios, asegurándonos la máxima calidad que pretende­
mos en la doctrina. Pero cuando nos reunimos como Ciudad
Católica no nos guía el impulso de la investigación pura y abier­
ta
por simple afán de saber, sino el celo por el Reino de Dios.
Nuestro estudio procede de
la necesidad de formar en la verdad
religiosa y social a los católicos militantes para
poder restaurar la
Civilización Cristiana
al servicio de Cristo Rey.
Por eso nuestro objeto propio es, más bien, el saber aplica­
do. De
alú que cultivemos aspectos parciales de diversas disci­
plinas: todas las necesarias para la formación previa a la acción
cívica que nuestra época demanda. Porque nuestra finalidad es la
acción; y una acción social y política globales,
no limitadas al
ámbito intelectual.
Porque
no pretendemos c_onstituirnos en una universidad
católica que supla las carencias cristianas de las universidades de
hoy, sino
en 'ciudad católica' constituida por la complementarie­
dad de hombres y mujeres de diversos cometidos sociales, donde
cada
uno sanee su ambiente con sentido del conjunto, unidos
por la Fe y la sana doctrina. Y nuestra función consiste en pro­
porcionar a
la primera línea de acción del apostolado social una
doctrina verdadera, sólida y completa, tan profunda como se
haga necesaria, pero tan asequible como sea posible.
(42) ]EAN OussET, Para que Él reine, 1.ª ed. pág. 713.
111
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Precisamente, la doctrina pol!tica específicamente católica, y
más
aún aquella de la política católica nuclear, están injusta y
gravemente olvidadas y dadas
de lado por la mayoría de los
católicos.
Un
modo de atraer la justa atención sobre ella es presentarla
-con perfecta verdad-como una enseñanza conciliar no pre­
dicada, y hasta ahora nada desarrollada.
Efectivamente,
en las actas del Concilio éste afirma que " ...
deja íntegra
la doctrina tradicional católica acerca del deber moral
de los hombres y de las sociedades para con la verdadera reli­
gión y la única Iglesia de Cristo" (43). Esta es una frase que debe­
mos manejar continuamente y convertir en pieza clave de nues­
tro arsenal,
porque tal refrendo doctrinal posee un gran valor
polémico.
VI. Nuestra tarea en la restauración
de la Europa cristiana
Correspondería ahora tratar de la doctrina tradicional católica
acerca
de los deberes religiosos de las sociedades, es decir, del
contenido
de la pol!tica católica nuclear. Tanto de resumir en
(43) Concilio Vaticano 11, Dignitafls Humanae, § 1,3.
Es de not.ar también este pasaje como capital porque es el único en los tex­
tos conciliares en que se usan, juntas, las tajantes expresiones "verdadera religión"
y "única Iglesia".
De "única Iglesia" hablan los documentos conciliares Lumen gentium §§ 8 y
23 y Unitatis redlntegratlo §§ 1, 3, 4 y 24; de "verdadera Iglesia" Sacrasanctum
conclllum § 2; y de "Iglesia única" Chrfstus Domfnus § 6.
Pero en ninguno de ellos se realiza una afirmación tan neta como en la frase
citada, y en otra anterior, también de Dtgnitatis Humanae § 1: "Así, pues, profe­
sa
en primer término el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano
el camino por el cual los hombres, sirviéndole a Él, pueden salvarse y llegar a ser
felices en Cristo. Creemos que esta única verdadera religión se verificó en la
Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación
de
difundirla a todos los hombres,
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POLfTICA CATÓLICA
tesis sus afirmaciones como de plantear hasta qué punto la decla­
ración conciliar
Dtgnitaüs Humanae, que contiene su reafirma­
ción explícita,
la modifica.
Pero ello
exigirla una extensión excesiva que nos desviaña
de nuestro objeto.
Quede para mejor ocasión. Lo sustantivo es la
evangelización de la politica
en la Realeza Social de Cristo.
Retomemos el hilo principal de nuestro discurso:
Hasta ahora existe
un notabilísimo vacío en los plantea­
mientos de la Nueva Evangelización referida a la cristia­
nización de la cultura:
la esfera política.
Y
en lo que a ella atañe, el elemento principal que reci­
bimos del pasado de Europa es, además del ejemplo
de
los gobernantes santos, y por encima de los preceden­
tes institucionales
que puedan servir de inspiración, la
doctrina política católica, elaborada a lo largo
de los
siglos, y formulada y
depurada en la Edad Contemporá­
nea al ser discutida y combatida por las ideologías revo­
lucionarias.
No nos hemos querido detener en concretar las tesis prin­
cipales de la Doctrina Política Católica, ni en considerar
la incidencia
que sobre esa doctrina tradicional supone la
enseñanza del Concilio Vaticano
II.
Queda finalizar la meditación sobre las raíces cristianas
de Europa con
un plan de acción que corresponda a la
exhortación pontificia de Santiago a avivar los valores
auténticos y reconstruir la unidad espiritual.
A la hora de actuar, hay
que tener muy en cuenta, cierta­
mente, una evaluación correcta
de la situación. Porque si el fin
domina en todo momento la estrategia, la situación la condicio­
na y determina en concreto. Tampoco se puede olvidar que pre­
cisamente la cirrunstancia es la que motiva la acción: si no exis-
113
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LUIS MARÍA SANDOVAL
tiera una carencia o un problema no surgiría la necesidad de ini­
ciativas de promoción o compensación para eliminarlo.
En nuestros días la dificultad fundamental no consiste en que
las instituciones pol!ticas dificulten o impidan el vivir en cristiano
en lugar de favorecerlo, siendo esto verdad y muy grave.
El problema fundamental es que los mismos católicos no
toman ningún interés en pro de establecer la pol!tica católica, y
sin ello, mucho más que
por cualquier dificultad externa, es
absolutamente imposible
que pueda llegar a haberla. Podemos
pensar que
no quieren. Y lo más seguro es que sea asi porque
no conocen ni la noción ni su deber. Ciertamente también, las
instancias eclesiásticas
no predican hoy el Estado católico frente
al Estado moderno.
Aunque la actitud eclesiástica se debe matizar. En realidad,
la
postura de la Iglesia está llena de lógica: a los casi dos siglos de
era revolucionaria triunfante la Iglesia
no podía ligarse más tiem­
po a posturas de oposición política frontal que carecían ya de
todo
poder y aun de expectativas del mismo.
Atenta sobre todo a la salvación de las almas contemporáne­
as, la Jerarquía ha querido descartar el lenguaje de confrontación
y condena, para adoptar una aproximación dialogante y persua­
siva. Eso
no significa que pase por alto los errores y males socia­
les, sólo que ahora se denuncian sólo algunos, y los más se
constatan simplemente sin querer recordar su génesis histórica y
su origen filosófico.
Eludiendo
los análisis (necesariamente desfavorables y
condenatorios), y evitando
al mismo tiempo la persecución en
que pararía una confrontación hoy absolutamente desigual, la
Iglesia del postconcilio
ha preferido plantear la visión social
católica de
un modo fragmentario e inductivo, aunque por su
propia naturaleza éste planteamiento
no puede ser sino tran­
sitorio.
En efecto, compruébese como la defensa parcial de la justi­
cia social, o
de la vida, conduce a la postre a plantear la licitud
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POL!TICA CATÓLICA
de la democracia realmente existente, como se ve en la Gen­
tes/mus annus (44) y la Evangelium vitae (45).
El entero pontificado de Juan Pablo II es un ejemplo claro de
esta necesidad absoluta e imperiosa
de remontarse, finalmente, a
los principios y las visiones generales,
con toda su secuela de
advertencias y condenas: las encíclicas Veritatis splendor (1993)
sobre moral
en general, y Evangelium vitae (1995) sobre la moral
particular del
Quinto Mandamiento, reclamaban el fundamento
de la
Fides et ratio (1998) sobre la existencia de la verdad objeti­
va, alcanzable, universal
y única (46).
(44) "Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y e1 relativismo escéptico son la fi1osofta y la actitud fundamental correspondiente a las formas políticas
democráticas,
y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhie­
ren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito hay que observar que si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las
ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un tota­
litarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (§ 46).
(45) "En realidad, la democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Fundamen­talmente es un 'ordenamiento' y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carác­
ter 'moral' no es automático sino que depende de su conformidad con la ley
moral a la que, como cualquier otro componamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve" (§ 70).
(46) En la
Veritatls splendor leemos:
"Como se puede comprender inmediatamente, no es ajena a esta evolución
la crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana puede conocer, ha cambiado también inevitable­mente la concepción misma de la conciencia ... "(§ 32).
y
"Nunca es aceptable confundir un error 'subjetivo' sobre el bien moral con la verdad 'objetiva', propuesta racionalmente al hombre en virtud de su fin, ni
equiparar el valor moral del acto realizado con una conciencia verdadera y recta, con aquel realizado siguiendo el juicio de una conciencia errónea." (§ 63)
Y en Evangelium vitae se alude a la "cultura democrática de nuestro tiempo", que por causa de que "se considera incluso que una verdad común y objetiva es inaccesible de hecho" conduce a que las leyes "se adecuen exclusivamente a la
voluntad de la mayoría, cualquiera que sea" ($ 69). En ambas se planteaba el problema previo de la verdad de la que en Fides et ratio se nos dirá!
"Ante
tales cometidos, lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descu-
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Considerado lo anterior podemos ver el lugar idóneo para
nuestra aportación:
Más allá de transmitir las preferencias especificamente políti­
cas
de la Contrarrevolución (47), con lo que ciertamente tienen
de experiencia y de enriquecimiento del pluralismo político cató­
lico contemporáneo, el servicio
que podemos prestar a la Nueva
Evangelización
es el de recordar a los católicos que la ignoren
-y son por desgracia muchos--la doctrina tradicional sobre la
política católica, especialmente la que hemos llamado política
católica nuclear.
De este modo los católicos de hoy poseerán
la visión integral
de la perspectiva política que precisan con mayor facilidad
que si
debieran redescubrirla trabajosamente y con titubeos por su cuen­
ta. Pero para ello debemos esforzarnos en poner nuestra prioridad
en cultivar esa doctrina, en presentarla y reiterarla adecuadamen­
te, en demostrar su condición de solución y de deber, y en ade­
lantarnos a proyectar modos contemporáneos de aplicación.
La reiterada cláusula de la Dignitatis Humanae § l (48), con
su posterior reiteración por el Catecismo de la Iglesia Católica (§§
2105 y sigs.), se han de erigir en el respaldo renovado de nues­
tra empresa de impulsar
la restauración de la Ciudad Católica.
Conviene recordar algunas razones de oportunidad de este
compromiso.
brir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y defi­
nitivo de la existencia" (§ 102).
"Precisamente por esto, asumiendo lo que los Sumos Pontífices desde algún
tiempo
no dejan de enseñar y el mismo Concilio Ecuménico Vaticano II ha afir­
mado, deseo expresar firmemente la convicción de que el hombre es capaz de
llegar a una visión unitaria y orgánica del saber'' (§ 85).
"De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta
como universal. Lo que e5 verdad, debe ser verdad para todos y siempre" (§ 27).
"La verdad, sin embargo, no es más que una sola" (§ 79).
(47)
Vid. LUIS MARIA SANDoVAL, "Consideraciones sobre la Contrarrevolu­
ción", en Verbo núm. 281-282 (1990), págs. 260-264.
( 48) Recordemos una vez más: "Ahora bien, como quiera que la libertad
religiosa
que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de ren­
dir culto a Dios se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja
íntegra
la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y
de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo".
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POLÍTICA CATÓLICA
En primer lugar, sobre ese elemento nuclear de la política
católica se libra
la batalla decisiva de los católicos en la vida
social.
Que la moral católica se adhiere a la verdad, y no es igual
que las múltiples opiniones, es y será un punto de paso obliga­
do
en el que conviene concentrar todos los esfuerzos desde un
principio. Las batallitas sueltas, normalmente a iniciativa adversa
y a la defensiva, desgastan y
no pueden ser decisivas (49).
Por otra parte, podriamos decir
que ese compromiso es el
más económico y más ecológico que cabe para nosotros:
Ecológico
en el sentido conservacionista de preservar la di­
versidad.
Si hemos recibido el don de la conciencia histórica, que
nos hace mantener la tradición de la política católica, no sólo
debemos poner todo nuestro esfuerzo
en difundir una cuestión
tan esencial como la doctrina
de la Realeza Social de Cristo en
sentido propio, que parece en este momento confiada a nuestro
solo cuidado, sino
que no podemos permitir que se extinga en
nuestras manos una muy particular visión de la historia y de la
política católicas, sin la cual el panorama católico por lo menos
se empobrecería.
Y también económico, por lo que ha de tener de buscar el
empleo de mayor rendimiento para unos esfuerzos de suyo esca­
sos. Muchos católicos están ya empeñados
en otras tareas socia­
les propias de nuestra época,
bien parciales o bien malminoris­
tas, y desviar a ellas
un puñado más de hombres de formación
contrarrevolucionaria no supondría en ellas efecto apreciable. Es
mucho mayor el fruto esperable de ese mismo esfuerzo si segui­
mos haciendo lo que hasta ahora nadie más está dispuesto a
hacer. En suma: no se han de tomar contrarrevolucionarios para
hacer política conservadora, y ni siquiera democristiana (50).
Finalmente, la predicación de la política católica nuclear tiene
la virtud de
afrontar correctamente el espíritu pelagiano domi­
nante.
El pelagianismo occidental (ya desde sus origenes) viene
(49) Víd. MARfA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CiGOJll:A, "Cristo Rey, piedra angular'',
en Verbo núm. 361-362 (1998) págs. 95-100.
(50) Lms MARfA SANDOYAL, "Discurso en la festividad de San Fernando 1995",
en Verbo núm. 335-336 (1995), págs. 652-656.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
a negar el Pecado Original y la Gracia correlativamente. Cristo es
degradado de Redentor a maestro de doctrina. Y
el hombre se
salva
por su propio esfuerzo siguiendo la verdad, el oscureci­
miento de cuyo conocimiento
por el Pecado no se contempla.
Alguna organización apostólica y su revista persisten desde
hace tiempo con gran clarividencia y oportunidad
en combatir el
pelagianismo. Sin embargo, insistiendo sobre el papel de la
Gracia, y
en que la moralidad no se sostiene por la ley sino por
la conversión, llegan a la paradójica conclusión de desestimar,
cuando
no condenar, los esfuerzos por mantener (que de eso se
trata, mas
que de establecerla) una legislación cristiana (51).
Con ello se incurre
en la paradoja de venir a coincidir, en la
práctica, con las tesis pelagianas. Dedicarse a influir individual­
mente
en la sociedad y no procurar la cristianización explícita del
derecho termina siendo también lo que se quería combatir: di­
fundir principios y recetas cristianas,
pero no a Cristo Rey; un
cristianismo sintético sin Cristo; una confesionalidad vergonzan­
te; y unas virtudes sin Gracia (52).
Precisamente
la experiencia histórica de la confesionalidad es
que comenzaba
por la conversión de las autoridades del Estado
y la profesión de la
Fe, a la que después seguía la legislación con­
sonante, fácil en lo que hace a detenninadas prohibiciones, sin
término, como la santidad, en lo que hace a la promoción del
bien de acuerdo con la Fe. Pero la confesión pública de preten­
der actuar cristianamente sin
duda obtenía -y obtendrá-de
Dios el auxilio a
la función política de gracias inimaginables para
la reforma de leyes y costumbres.
Nuestra aportación a la restauración de
la Europa cristiana
puede ser de una enorme trascendencia, que evite a los demás
fatigosos meandros. La transmisión de la doctrina y de una expe­
riencia histórica sobre el capital aspecto
de la política católica.
(51) Me refiero a 30 giorni, la revista vinculada al movimiento de Comu­
nión y Liberación.
(52) LUIS MARIA SANDOVAL, "Entre Lutero y Pelagio", en Verbo núm. 297-298
(1991), págs. 1102-1106 y "Los católicos en política: tentaciones pelagianas y plu­
ralidad de partidos", en Verbo núm. 379-380 (1999), págs. 837-856.
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POlÍTICA CATÓLICA
Pero también puede presemar a veces el aspecto de una tarea difí­
cil, oscura e ingrata. Confiemos en la verdad natural, y más aún en
Cristo fuente sobrenatural de verdad y fuerza. Es fácil pensar que
la segunda evangelización de Europa podría ser mucho más veloz
que la primera porque
no parte de la nada.
Nos ha faltado en estas jornadas, contra nuestra voluntad, una
ponencia dedicada a los monjes como fundadores de Europa. Pues
bien, deberiamos concebir nuestra tarea de difusión doctrinal a
ima­
gen de los scriptoria monásticos de la Alta Edad Media: ellos con­
servaron y transmitieron amorosamente el saber, religioso y profano,
hasta que una posteridad inimaginada por ellos pudo aprovecharlo
y florecer pletórica
en la Cristiandad. Asi nosotros debemos cultivar,
mantener y difundir
las tesis de la política católica tradicional.
Otro ejemplo, español y contemporáneo,
puede iluminarnos
también. Vázquez de
Mella, del que conmemoramos este año 1998
el septuagésimo aniversario de su fallecimiento, pasa por ser la
gran figura doctrinal del tradicionalismo, "el Verbo de la Tradición".
Pero, pese a esta fama, y a sus éxitos oratorios, su vida transcurrió
en un aparente fracaso: sólo tenía quince años cuando Carlos VII
prometió en Valcarlos que volverla, y falleció medio siglo largo
más tarde, no sólo sin ver ese retomoi sino tras presenciar el amar­
go noventa y ocho español y dos escisiones en el carlismo, al que
se preveia una extinción dinástica inminente.
Sin embargo, apenas
once años tras de su muerte, más tercios de requetés de los que
tuviera nunca Carlos
VII integraban el ejército vencedor, que esta
vez si habia entrado
en Madrid y desfiló por delante de la que
habia sido su casa
en el Paseo del Prado.
Con estos ejemplos
en mente, y con absoluta pureza de inten­
ción, debemos entregarnos a
la labor que acabo de delinear, inclu­
so
si la Providencia nos encomendara un ingrato papel parecido.
En cualquier caso, empeñar nuestra vida por Cristo Rey no es áspe­
ro y seco deber, porque Cristo es el rey más benévolo
que cabe
imaginar. Trabajar
por su Reinado Social es, indudablemente, hacer­
lo
por nuestro bien colectivo en esta tierra (53), y además éste seria
sólo
un pálido anticipo del Reino Celeste y Eterno, prometido en
todo caso a cuantos profesen su Nombre y le honren con obras.
(53) Vid. Me 10, 29-30.
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