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La política cristiana: Teoría y práctica

LA POLÍTICA CRISTIANA:
TEORÍA Y PRÁCTICA
POR
Si nos planteamos la pregunta ¿qué debemos a Cristo en Jo
referente al problema político?, debemos responder que, en este
como en otros sectores, a Cristo se lo debemos todo. Debemos
todo a Cristo, ante todo porque, como nos recuerda el prólogo
del Evangelio de San Juan, "todas las cosas fueron hechas por Él
y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho". Esta afirma­
ción del prólogo
de San Juan tiene también un significado políti­
co; un significado anterior a la Encarnación de Cristo, es decir,
aplicable a las "cosas" que preceden a la Encamación de Cristo
precisamente porque todo fue hecho, es decir, creado, por medio
de Él. Lo que fue hecho por la creación, que no es lo informe, es
decir el caos, ni la materia o el espíritu genérico que no tiene una
individualidad, sino el orden de las "cosas", en particular el orden
de todo ente y, más concretamente, el orden del ente que es la
persona humana.
Lo que quiere decir que lo finito, que es lo creado, cada ente
creado, es "positivo", es decir, es (metafísicamente) bueno: no es
la falta de algo, no aspira a retornar a la nada sino que, más bien,
tiende a la plenitud del ser. Esto
es fundamental para compren­
der,
en mi opinión, el pensamiento político de la antigüedad que
presentaba tantos defectos, tantas insuficiencias, tantas limitado-
e) &te texto procede de la traducción de la conferencia dada por el autor
en las jornadas de amigos de la Ciudad católica, y conserva el estilo de la lengua
hablada (N. de la R.).
Verbo, núm. 417-418 (2003), 639-647. 639
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DANILO CASTELLANO
nes precisamente porque le faltó a la genialidad de los pensado­
res griegos la capacidad
de llegar a la creación, como se nos ha
recordado durante los trabajos
de esta reunión, muy brillante­
mente,
por el profesor Petit. Pero los pensadores clásicos intuye­
ron que no podía haber politica sino en el orden de lo "dado",
en la contemplación de lo que constituye la experiencia social y
política.
Por lo tanto, debemos decir que los pensadores griegos,
sobre todo los que destacan sobre los demás (entre ellos Platón
pero, en mi opinión, sobre todo Aristóteles), vislumbraron, en
parte, lo que después dirá la Revelación; lo que recogerá San
Juan es lo que nuestra experiencia plantea a la inteligencia de
cada uno de nosotros como problema: la cuestión debe ser
resuelta
en el sentido en que fue dirigida a su solución por los
pensadores clásicos; es decir, contemplando el dato, esto es, lo
que nosotros podemos y debemos explicar con nuestra inteli­
gencia, llegar a detenninar la naturaleza y, por lo tanto, el fin de
la comunidad política. Muy oportunamente la profesora Consuelo
Martínez Sicluna
ha recordado que el pensamiento griego, espe­
cialmente Platón y Aristóteles, considera que el elemento
que
caracteriza al Estado es la justicia; el Estado en el sentido de
comunidad politica, no como ha sido concebido por la "moder­
nidad" sobre lo que ha intervenido magistralmente Miguel Ayuso.
La justicia es el elemento (como dirán después también los
pensadores cristianos comenzando
por San Agustín) que ofrece
el criterio para juzgar cuándo existe
una comunidad que pueda
llamarse política, esto es caracterizada por la regalitil (1), no sim­
plemente por el poder; por una regalita del hombre y sobre el
hombre a la vez, pero la
regallta -repito--no es sólo el ejer-
(1) El autor contrapone regalitá (literalmente "realeza") con sovranit8. (o
soberanía). El primero de los términos significa, en el sentido que le da el autor,
"gobierno
de los hombres según las leyes morales objetivas y el derecho natural".
Por
eso, en un primer momento, mejor que repetir la perífrasis anterior, hemos
preferido dejar el original regalitli Luego, con el discurrir del texto, al referirse la
regalit8. a Cristo, hemos traducido por "realeza", ya que la expresión "realeza de
Cristo", según la intención de Pío XI en Quas primas, es común en castellano
(nota del traductor).
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cido de una superioridad, sino que es el servicio para cada hom­
bre y para toda la comunidad, para que cada hombre pueda lle­
gar a ser plenamente lo que es virtualmente
-para utilizar un
lenguaje aristotélico-, es decir, aquello que es potencia (poten­
cia
que es ya acto), porque la virtualidad no es el paso del no ser
al ser sino desarrollo del ser que ya es.
Pensar que la justicia es el elemento que caracteriza a la
comunidad política significa pensar que el orden debe ser el pro­
pio de la comunidad politica;
en cuanto tal no puede venir más
que del Creador, es decir, viene
de Aquél que precisamente es el
artífice de todo lo que está caracterizado por la contingencia y
que debe tener inscrito necesariamente su fin en su propio ser,
en su propia naturaleza.
Para los pensadores que no han conocido la Revelación cris­
tiana, la comunidad política se convierte
en el lugar y en el medio
en el cual y con el cual se puede y se debe garantizar la posibi­
lidad de desarrollo de la persona humana,
no como lo concibe el
moderno pensamiento político
(que cree que el desarrollo de la
persona humana viene dado
por la garantía dada a cada uno de
que pueda hacer lo que quiera), sino más bien entendido como
crecimiento orgánico de su propia naturaleza para conseguir el
fin intrínseco de la misma. Nos lo recuerdan los pensadores anti­
guos, particularmente Platón, Aristóteles
y, más tarde, Cicerón.
Por lo tanto, nosotros debemos necesariamente reconocer
que la realeza de Cristo está ya inscrita
en las cosas: ciertamente
el hombre
puede desconocerla, puede rechazarla, puede rebe­
larse ante esa realeza;
pero la regalitá está en las cosas y Cristo
puede decir (nos lo recuerda San Juan): yo soy rey, yo soy quien
rige el universo
y, sobre todo, soy quien rige al hombre. Como
rey, Cristo
ha sido adorado por los Magos aunque su reino jamás
encontrará su cumplimiento
en la historia. Esto no significa que
no esté en la historia; el hecho de que esté en la historia, aun no
encontrando su cumplimiento en ella, ¿acaso significa que no
debemos empeñarnos en que su reino se realice incluso politica
y socialmente? ¿Significa, . acaso, que no debamos e1npeñamos
para que la realeza de Cristo, que es benéfica, triunfe también en
lo temporal y no solo en la intimidad de la conciencia? ¿Significa,
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acaso, que estando en el evangelio la afirmación de Cristo según
la cual su reino no es de este mundo, nosotros deba1nos aban­
donar el mundo a su destino? ¿Acaso debemos entender por
"mundo" algo negativo, algo que está contra Cristo y contra su
realeza? Creo que la afirmación de Jesús
debe ser interpretada
como lo hace Dante Alighieri quien dice que
en esta afirmación
debemos entender la enseñanza de
que lo temporal tiene su
autonomia (que
no es independencia porque la autonomía no
implica que lo temporal tenga el derecho de gobernarse con cri­
terios deducidos sólo de la voluntad, pues tiene el deber de
gobernarse según las reglas
de aquel orden natural y cristiano
expresado
por la creación y que está impreso en cada uno de
nosotros).
La explicación de Dante Alighieri no debe ser entendida en
el sentido de que Cristo no es señor de lo temporal. Cristo es
señor también de lo temporal aunque
no asuma, como modelo
de la Iglesia, directamente su cuidado.
Podo tanto, autonomia de
lo temporal
no significa reivindicación de la libertad luciferina, es
decir, la libertad
de la "rebelión" contra el orden querido por Dios
e inscrito en cada uno de nosotros. No solo eso. Mi reino no es
de este mundo creo que debe ser interpretado no en el sentido
de abandono
-repito-del mundo sino en el sentido de que en
el mundo y, por lo tanto, en la historia, están presentes a la vez
necesariamente la libertad y
el riesgo de la libertad; efectivamen­
te, la historia
es también el "lugar" donde cada individuo se juega
su destino, es decir, expresa sus elecciones; digo "elecciones" y
no "determinaciones" como alguno quisiera hoy que fuese la
libertad, o más bien el resultado de la libertad; el campo de trigo
y de la cizaña
de la parábola evangélica quiere decir que cierta­
mente
no toda la historia puede y debe ser sagrada.
La necesaria libertad del hombre, requerida por su misma
naturaleza y
por su mismo gran destino comporta que el hombre
puede servirse de su libertad incluso de forma incorrecta en un
sentido no bueno sino malvado, por lo cual debemos ciertamen­
te, aunque dolorosamente, admitir
que no todo lo que ocurre en
la historia es conforme con el reinado de Cristo. Sin embargo, la
realeza de Cristo sigue siendo el criterio para juzgar lo que se
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debe admitir y lo que debe ser rechazado; lo que debe ser apro­
bado y lo que debe ser condenado, sea lo que practica cada
hombre o lo que practica la comunidad de los hombres en su
conjunto.
Precisrunente porque existe el riesgo de la libertad los laicos
deben, a la luz de las enseñanzas evangélicas, comprometerse
para establecer en lo social y sobre todo en lo politico las pre­
misas
para que se puedan crear las condiciones que ayudan a los
hombres a llegar a ser mejores. También es esta la enseñanza de
filósofos precristianos, como por ejemplo Platón, quien se pre­
gunta si hay algo más hermoso para el hombre que llegar a
ser mejor.
Por lo tanto, el laico debe comprometerse a fin de que
existan las condiciones para que el hombre pueda llegar a ser
mejor.
Esto comporta que el ordenamiento juridico de la comunidad
politica, precisamente porque es ordenamiento juridico, debe
rechazar el indiferentismo, debe rechazar el neutralismo que es
la máscara bajo la cual se esconde el desafio a Dios, el rechazo
de su realeza y la pretensión del hombre de ser como Dios o más
que Dios. Por tanto, la afirmación de Cristo según la cual "mi
reino no es de este inundo" se convierte en una fuerte invitación
para comprometerse, para realizar no simplemente las condicio­
nes para la convivencia de los arbitrios (Kant) o para garantizar
a todos poder "narrarse" a si mismos como dice parte de la
moderna filosofía norteamericana, que vuelve a Europa después
de haber nacido en ella. Por el contrario, el ordenamiento juridi­
co -repito-en armonía con la naturaleza humana debe ayudar
a los hombres a conseguir el bien que es el bien común; el bien
de cada individuo y, en consecuencia, el bien de la comunidad
pol!tica.
Por lo tanto, debe ser reconocida la autonomía de lo tempo­
ral, la
bondad de lo temporal; pero debe tomarse nota de la
ambigüedad de lo temporal que brota de la condición existencial
humana. Esta ambigüedad no debe llevar a reconocer el derecho
de afirmar determinados errores: más bien es bueno que se pre­
vean aquéllos y que si es posible sean rechazados desde su naci­
miento porque, como dice Cristo, nadie puede servir a dos sefio-
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res: nadie puede en su intimidad ser cristiano y ser no cristiano
hacia fuera hasta el
punto de alinearse con el anticristo para
"rechazar"
la realeza del Señor. Necesariamente hay que elegir
incluso políticamente, es preciso buscar la justicia, el reino de
Dios, que es condición de la comunidad política. y también la
condición para
que lo demás venga dado por añadidura, para
que venga como corolario: esta es la primera reflexión que que­
ría presentar.
Pero en el Evangelio hay, a propósito de la política, una afir­
mación
que me ha hecho reflexionar mucho. En Mateo 12, 25
está escrito que "todo reino en sí dividido será desolado, y toda
la ciudad o casa
en sí dividida no subsistirá". Es una afirmación
que Mateo parece "lanzar
ahí" casi incidentalmente, es decir, por
casualidad. En cambio, creo que aquí hay un significado filosófi­
co-político muy profundo y
muy interesante, especialmente para
la llamada cultura política contemporánea. Efectivamente, hoy,
todos, de hecho o de derecho, es decir, en la práctica, compar­
ten la tesis de la politología, es decir aquella concepción de la
política según la cual la comunidad política no tiene una natura­
leza, no tiene un fin y un orden propio, es decir, natural. Al con­
trario, se sostiene que aquélla tiene aquel fin y solamente aquel
fin que las fuerzas políticas prevalentes en la sociedad logran, de
cuándo
en cuándo, atribuir a la comunidad y al Estado. Esto no
es solo la enseñanza de algunos que se dicen juristas sino tam­
bién
la de quienes comparten la tesis del llamado Estado como
proceso. De ello se sigue que
en gran parte de las comunidades polí­
ticas las leyes se hacen teniendo presentes los intereses de las
"corporaciones" (entendiendo "corporaciones"
no en su sentido
noble sino en sentido negativo), que logran condicionar a quien
tiene el poder¡ mejor aún, se debería decir que las "corporacio­
nes" logran llevar al poder a personas que persiguen los intere­
ses de aquéllas. Esto
es clarisimo, sobre todo en los Estados
Unidos de América donde, detrás de los dos grandes partidos,
hay únicamente distintos intereses, no una visión política alter­
nativa. También ha sido esta la experiencia de la primera repú­
blica
en Italia. Incluso actualmente toda coalición de partidos se
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LA POLÍTICA CRISTIANA: TEOR!A Y PRÁCTICA
hace portadora de los deseos de determinados sectores y se com­
promete a
impedir que se hagan leyes que sean, desde un punto
de vista utilitario, dañosas para los intereses de los sectores repre­
sentados.
Esta
es una posición que se deduce de una teoría política
según la cual
no existe desde su origen la ciudad, la comunidad
política, la lucha, el conflicto,
la guerra civil (aunque librada con
medios que no sean las armas), es el elemento que caracteriza a
la "política". Así la comunidad política está destinada a no poder
subsistir, como dice el Evangelio, una comunidad política dividi­
da contra
si misma no puede subsistir porque el conflicto le impi­
de hasta nacer. Pues todo reino dividido contra
si mismo debe
arruinarse necesariamente. Se experimenta sobre todo en las
comunidades
que en nombre de la defensa de estos intereses de
parte .terminan
por secundar un ideal de vida cómoda que Aris­
tóteles nos recuerda
no es la vida feliz, efectivamente, la vida
feliz, incluso para
un pagano como Aristóteles, es la que lleva al
hombre a la independencia y a
la autonomfa (entendidas no ·en
el sentido de hacer lo que se quiere sino más bien en el sentido
ser capaces de reconocer por sí mismos las normas que se deben
seguir en tanto que inscritas en las cosas y en el ser humano).
Toda comunidad política dividida contra
si misma está destinada
a arruinarse precisamente porque le es necesariamente ajeno el
concepto y la exigencia del bien y, por tanto, del bien común.
La politologfa, por un conjunto de factores, se ve obligada de
hecho a identificar el bien común con la riqueza, lo que no
puede ser el fin de la comunidad politica. La riqueza, efectiva­
mente, está destinada a ser un medio de supervivencia, no el fin
del hombre. El hombre no puede situar su propio fin en algo
exterior a él porque haciéndolo terminaría
por rebajarse. Pero eli­
giendo el bienestar animal como fin de la comunidad política se
termina no sólo. por instaurar el conflicto.sino incluso por reba­
jar el hombre a un nivel inferior al de las bestias porque, como
observó Aristóteles, el hombre
no puede dejar de utilizar las
armas con las que le ha dotado la naturaleza, es decir, la inteli­
gencia y la razón. Este es otro punto sobre el que es bueno refle­
xionar a fondo.
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A propósito, el Evangelio representa la desautorización de la
"política" practicada incluso por aquellos que decían (o dicen)
inspirarse
en la doctrina social de la Iglesia ignorando todo de
ella.
Es síntoma de ello el continuo llamamiento que, sobre todo
desde León
XIII hasta Juan Pablo II, se ha visto obligada a hacer
la Iglesia recordando continuamente a los hombres no solo las
exigencias de la coherencia
con respecto ·a la fe, sino sobre todo,
la necesidad de respetar la racionalidad que
es característica de
la naturaleza humana.
Por eso es necesario volver a meditar algunas páginas del
Evangelio o de la enseñanza del Nuevo Testamento. Ante todo
debemos reconocer que
no se debe dar a los perros lo que es
santo, como dice el Evangelio
(Mateo 7, 6). Después debemos
tratar de convencer a nuestros semejantes de que es necesario
buscar la verdad incluso en el campo politico situándolos ante las
dificultades teoréticas
en las que se encuentran: la naturaleza
tiene sus exigencias y la naturaleza hu1nana está "abierta" a lo
sobrenatural. También debemos volver a meditar sobre el hecho
de que no podemos nada contra la verdad: los hombres han
sufrido la ilusión de que
podían prescindir de ella; es más, han
creído que podían pisotearla. El profesor Petit ha recordado a
este propósito algo muy profundo:
la verdad no es solo el resul­
tado de pensar sino
que es la condición del pensar. Esto es muy
verdadero.
Vale también para lo político, es decir, no podemos ni
siquiera pensar lo político si no pensamos, precisamente en la
verdad. La prueba viene dada por el hecho de que los hombres,
cuando
han creído que podían construir contra la verdad, se han
encontrado siempre frente a
lo absurdo y a lo atroz.
Bastaría pensar en las tragedias del pasado siglo que acaba
de terminar.
El "no pensamiento" hegeliano o el rusoniano, por
ejemplo, han llevado a las atrocidades del totalitarismo moderno
olvidando, aunque
con la intención de explicarlo de forma racio­
nalista, que todo (por tanto, también todo individuo humano) ha
sido hecho
por medio de Él, es decir, por medio del Verbo (y
que, por tanto, tiene una consistencia ontológica), y nos hemos
encontrado frente a los campos de exterminio. El "no pensa­
miento" fuerte
de Hegel para quien el ciudadano está en función
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del Estado (con todas las consecuencias que hoy debemos regis­
trar), como el "no pensamiento" débil de la llamada filosofía de
la narración contemporánea (que atribuye a todo individuo,
entendido únicamente como fenomenologfa de
la libertad, el
derecho a hacer cualquier cosa)
son la negación del orden de la
creación. En el plano político significan el rechazo de la metafí­
sica, premisa necesaria para
la auténtica actividad de gobierno.
Estamos
en presencia de una locura colectiva que pretende cons­
truir destruyendo. Esto
no es la política. La política no puede
admitir que no existe el bien, que el orden sea cualquier orden
racionalista,
que no existe la normalidad y que la libertad se iden­
tifique con la libertad negativa
de la que no goza ni siquiera Dios
(Dios, que es la libertad, no puede suicidarse mientras que el
hombre suicida cree que puede poner en la nada su propia sub­
jetividad y ser).
Sobre estas cuestiones es necesario reflexionar a fondo.
Sobre todo no es posible aplazar un nuevo pensamiento sobre el
problema de la libertad,
ya que es una cuestión de fondo: como
no es posible pensar sino en la verdad, así debemos comprender,
como enseña el Evangelio,
que no es posible ser libres sino en
la verdad.
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