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La encarnación redentora, principio fundamental de la concepción católica de la vida

LA ENCARNACIÓN REDENTORA,
PRINCIPIO FUNDAMENTAL DE LA CONCEPCIÓN
CATÓLICA DE LA VIDA
POR
FRANCISCO CANALS VIDAL
El cardenal Newman, escribiendo la Apología por su vida,
explicaba cómo llegó a la convicción de su deber de convertirse
a la Iglesia católica
por el estudio de las herejías cristológicas del
siglo
v. Encontró que los protestantes se correspondían con el
eutiquiatúsmo, Roma era entonces lo mismo que en nuestros
tiempos, y que la Iglesia de Inglaterra, en su pretendida vía media
entre la Iglesia católica
y el protestantismo, estaba en una posi­
ción análoga a los diversos intentos realizados
en Constantinopla
en los siglos siguientes a Calcedonia para introducir concesiones
a lo
que había sido condenado en 451.
Su reflexión contiene
una extraordinaria y utilisima orienta­
ción
para descubrir el hilo conductor que muestra la síntesis de
la dogmática católica, sorteando los escollos de los errores heré­
ticos
entre sí contrapuestos, y descubrir la coherencia de los
temas
sobre Cristo con los que se refieren a su gracia sobre el
hombre redimido, en su justificación -paso del pecado a la filia­
ción
divina-y en la sanación y regeneración de la misma natu­
raleza que el pecado desintegra y sólo la gracia puede regenerar.
Las diversas ramas del protestantismo se centraron en errores
soteriológicos.
La genial sugerencia de Newman nos invita a cen­
trar la atención
en la dogmática cristológica que la Iglesia tuvo
que formular frente a los errores que desfiguraban quién era
Jesucristo y por qué en Él hemos de reconocer una doble natu­
raleza,
la naturaleza divina del Verbo eten10 y la naturaleza
Verbo, núm. 417-418 (2003), 649-662. 649
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FRANCISCO CANALS VIDAL
humana que Él asumió al hacerse hombre, en todo semejante a
nosotros menos en el pecado.
La doctrina de la Encarnación redentora, que afirmamos ser
el principio fundamental de la concepción católica de la vida, es
el contenido dogmático, solemnemente definido, de cuatro con­
cilios ecuménicos
que precisaron la doctrina ortodoxa y católica
sobre Cristo frente a doctrinas heréticas que, desde posiciones
entre sí antitéticas, al desfigurar a Jesucristo,
partían también, en
el fondo, de errores profundos que desconoáan el designio de la
"dispensación" o "economía" divinas en cuanto al camino por el
que Dios misericordioso quiso obrar la Salvación de la humani­
dad pecadora.
El dogma de la Encarnación redentora lo profesamos en el
Súnbolo, el Credo largo de nuestra liturgia, diciendo que Jesu­
cristo,
que confesamos es nacido del Padre antes de todos los
siglos, consubstancial
con el Padre, Dios verdadero nacido de
Dios verdadero, engendrado,
no creado, y por quien fueron
hechas todas las cosas,
por nosotros, los hombres, y para nuestra
Salvación, bajó de los Cielos
y se encarnó, por obra del Espíritu
Santo, de la Virgen
Maria y se hizo hombre.
Este Súnbolo, que solemos llamar niceno-constantinopolita­
no,
expresa la reafirmación de la fe frente a las herejías del siglo
rv que desconocían la divinidad, idéntica y única con Dios Padre,
del Verbo e Hijo, y del Espíritu Santo. Las diversas fonnas del
arrianismo convergían
en atribuir al Hijo de Dios y al Espíritu
Santo
una naturaleza diversa de la del Padre, inferior por lo
mismo a la plenamente divina, suplantando
el misterio de Dios
Uno y Trino por algo análogo a un sistema de "emanatismo", cual
podía encontrarse en los neoplatonismos de Filón de Alejandría
y
de Plotino.
Para situarnos
en el sentido e intención de las fórmulas dog­
máticas
que definieron, en los siglo IV y v, los Concilios de Éfeso,
431
-que definió que María es Madre de Dios, porque el que
nace de ella, hecho hombre, no es otro que el mismo Hijo de
Dios eterno-, de Calcedonia, 451 -que proclama la verdad de
las dos naturalezas, divina y. humana, -en Cristo, porque en ver­
dad el Verbo se hizo hombre-, de Constantinopla, 553 -que
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LA ENCARNACIÓN REDENTORA
reafirma, frente al malentendido con que muchos enfrentaron
Calcedonia a Éfeso, la unidad,
la unicidad de la Persona de
Cristo, en el que subsisten inseparablemente, aunque sin confu­
sión,
la divinidad y la humanidad---, y de Constantinopla, 681
-que definió que en la única Persona divina de Cristo hay una
doble línea de operaciones y una doble voluntad, correspon­
diente a la doble naturaleza, divina y humana,
de Jesucristo-,
para comprender, digo, el sentido de esta doctrina dogmática es
conducente atender a la intención
de los errores heréticos a que
debieron enfrentarse, y a su especial continuidad o contraste con
los errores arrianos que en el siglo precedente hicieron necesa­
rias las definiciones
de la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo.
En
la modernidad ilustrada y en el mundo de la cultura libe­
ral
quedó por muchos prácticamente olvidado el central mensaje
evangélico y apostólico
de nuestro ser "participes de la naturale­
za divina", hechos verdaderamente hijos
de Dios por la obra
redentora de Cristo. Esta divinización del hombre se dio ya al
priocipio
en la primera Creación, y se perdió por la herencia del
pecado original. Al perder esta filiación divina, la misma natura­
leza humana perdió, porque era no debida y gratuita, es decir,
sobrenatural, aquella gracia divinizante, y quedó también herida
en sí misma, perdiendo los dones de integridad y de inmortali­
dad,
que tampoco le eran naturalmente debidos, y que, en el len­
guaje teológico llamamos "preternaturales".
Privado
de la gracia sobrenatural divinizante, el hombre no
hubiera podido nunca, por sí mismo, recuperar aquella filiación
divina; tampoco hubiera podido superar la desintegración, el
desorden
de sus pasiones, por el que el hombre hubiera queda­
do no sólo despojado de lo gratuito -sobrenatural-, sino heri­
do en sus perfecciones naturales.
En
las luchas antiarrianas, la argumentación de los Padres
ortodoxos frente al arrianismo consistía
en mostrarles que si el
Verbo
no fuese verdaderamente Dios, uno con el Padre, y el
Espíritu Santo fuese inferior al Padre y al Hijo,
de ningún modo
hubiera podido Cristo traernos de nuevo la filiación divina, ni
podríamos ser hechos hijos de Dios al ser el Espíritu Santo envia­
do a nuestros corazones.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
En el Catecismo de la Iglesia Católica se alude al lenguaje de
los Padres de la Iglesia, que distinguían la 1heologia y la
Oikonomla, referida la primera al Misterio de la vida mtima y
eterna de la Trinidad y la segunda a las obras por las que Dios
se
nos revela y nos comunica su vida. Y nota que la 1heologia se
nos reveló a través de la Oikonomia, aunque por la 1heologia
se nos explica y fundamenta la obra de la divina Otkonomla
(n.º 236).
Argumentar la Trinidad divina trascendente a partir de la divi­
na dispensación que por el Hijo encarnado y por el Espíritu Santo
nos comunica de nuevo la vida divina, implica que en el siglo IV
la "Tri11idad económica" era más conocida de los cristianos que
la Trinidad trascendente y eterna que se iba a definir frente al
arrianismo.
En los siglos de la modernidad, mucbos cristianos que han
profesado verbalmente creer en el Padre, en el Hijo y en el
Espiritu Santo, apenas han pensado nunca en el caracter divini­
zador de nuestra inserción en el Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia
por el Bautismo o en la presencia interior del Espiritu de
Dios en nuestros corazones.
Lo adquirido en las definiciones dogmáticas trinitarias del
siglo IV servirla después de argumentación contra las herejías cris­
tológicas
de los siglos v y VI. El hilo conductor de la polémica,
exigido
por la intención desorientadora de las herejías cristológi­
cas,
es también que Dios, por la Encamación redentora de Su
Hijo, y por la Misión de Su Espiritu Santo, quiere obrar nuestra
Salvación, nuestra salvación divinizante, para la que nosotros, por
nosotros mismos, estaríamos totahnente incapacitados.
La herejía nestoriana reconocía a Maria como Madre de
Cristo, y proclamaba que Cristo era un hombre en el que habita­
ba,
y se relacionaba de un modo único, el mismo Verbo e Hijo
de Dios. No negaba la Trinidad eterna, tampoco negaba que en
Cristo habitase el Verbo, pero no reconoda que el mismo Verbo
se hubiese hecbo hombre. San Cirilo, Patriarca de Alejandría, en
una carta del año 430 a Nestorio, el patriarca de Constantinopla,
dice,
en el primero de los anatematismos. "Sea anatema el que
no confiese que el Emmanuel es, en verdad, Dios, y por esto la
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LA ENCARNACIÓN REDENTORA
Santa Virgen es Madre de Dios, porque engendró, según la carne
-es decir, en lo humano-al que es el Verbo de Dios hecho
carne, es decir, hombre"
(DS 252).
Reflexionemos, hemos de confesar
que Maria es Madre de
Dios,
no sólo madre de Jesús o de Cristo, porque Jesús, el Cristo,
el Emmanuel, anunciado a José como el
que salvará al pueblo de
sus pecados, es verdaderamente Dios.
¿Por qué Nestorio sentía una repulsión hacia este modo de
hablar? En alguna ocasión dijo
que es blasfemo llamar "Dios" a
quien es un niño pequeño que va creciendo y aprendiendo a
hablar. Pero, si se atiende al que fue el creador de la doctrina que
él profesaba, Teodoro de Mopsuesta, veremos que pensaban en
Cristo como un hombre que, venciendo las pasiones y deseos, y
apartándose gradualmente del mal, y habiendo llegado a perfec­
cionarse
en virtud de sus propias obras y por su vida habiendo
llegado a ser inmaculado, habla merecido la filiación, y la inha­
bitación
en él del Verbo (DS 434).
Es decir1 en un contexto ya verbalmente trinitario, se pensa­
ba en Jesús no como Dios hecho hombre,_sino como un hombre
elevado
por sus obras a una -unión con el Hijo de Dios. Incluso
se hablaba de
una unión personal, no porque se tratase de la
misma persona, sino porque
el Verbo y Cristo estaban íntima­
mente unidos,
al modo como se puede decir de los esposos, que
son una misma carne. Es decir, ya inserto en una tenninología tri­
nitaria, persistía en Teodoro de Mopsuesta y en su discípulo
Nestorio, el "error judío", es decir, el que tuvo que combatir San
Pablo, el de la posibilidad del hombre de hacerse justo ante Dios
en virtud de sus propias obras según la ley. Recordemos que san
Pablo decía,
"Si por la ley se alcanzase !ajusticia, entonces Cristo
hubiera muerto
en vano" (Gal. 2, 21).
La seducción del error se constituye por lo que él contiene
de verdad. Una verdad
que el error fragmenta y desintegra para
dirigir la atención, desordenadamente, en un sentido parcial. La
oposición a la doctrina trinitaria se realizó siempre invocando
que Yahvé, el' Dios de Israel, es Uno, es el Único Yahvé. Y,
desde esta perspectiva, era vista como politeísmo la fe cristiana
trinitaria y como idolatría la profesión de fe
en Jesús como
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hijo de Dios, que tenía que ser adorado con el Padre y el
Espirito Santo.
Esta consigna monoteísta sirvió para apartar al
pueblo judío
de la fe en Cristo como Hijo de Dios. Pero una profunda sober­
bia religiosa impulsaba
en lo profundo a quienes dominaron el
pueblo judío frente a Cristo.
Si el Señor en la Cruz oró a Su Padre: "perdónales, porque no
saben Jo que hacert, dialogando con los judíos que se proponían
matarle, les habló así: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais
a
mi" (Johannes 8, 42). "Mi Padre es quien me glorifica, el que
vosotros decís que es vuestro Dios, y no Je habéis conocidd'
(lohannes
8, 54). Y porque ellos se gloriaban de tener por padre
a Abraham les acusa de ser "hyos de Satanás' (Johannes 8, 44).
Jesús recrimina que no le reconozcan, acusándoles de no ser
de Dios, de no conocer a Dios.
Como que el monoteísmo islámico -en su convicción de
que somos "infieles" los que creemos en la Trinidad divina y ado­
ramos a Cristo como Hijo
de Dios-es, sustancialmente, herede­
ro del judaísmo
que no reconoció en Jesús al Hijo de Dios, es
ahora importante notar las actitudes del Apóstol Pablo, que en la
primera carta a los Tesalonicenses escribe:
654
"Vosotros, hermanos, os hidsteis imitadores de las iglesias de
Dios que están en Judea por cuanto las mismas cosas padecisteis
también vosotros
de parte de vuestros cOmpatriotas, que ellos mis­
mos de parte de los judíos, los cuales, no contentos con matar al
Señor jesús y a los Profetas, también a nosotros nos persiguieron:
que no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres; que
nos estorban a nosotros cuando predicamos a -los gen tí.les para
que
se salven, obstí.nados siempre en coknar la medida de sus
pecados; por lo que está para descargar sobre
ellos la ira de Dios
hasta el colmd' (I Tess. 2, 14-16).
Pero en la Carta a los Romanos escribió san Pablo:
"La inclinación de mi corazón y mi oración a Dios es en
favor de ellos (de los Judíos) para su salvación. Porque doy fe de
ellos que tienen celo de Dios, más no según ciencia; por cuanto,
desconociendo la
justicia de Dios, y empeñándose en mantener
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LA ENCARNACIÓN REDENTORA
los fueros de su propíajusücta, no se rindieron a Jajusüda de
Dios. Porque el fin de la Ley es Cristo, principio de justicia para
todo
creyente" (Rom. 10, 1-4).
Vemos que san Pablo, refiriéndose a aquellos judíos en los
que reconoce un "celo de Dios" desorientado, advierte en ellos
la convicción de que han de hacerse justos por sí mismos, y no
recibir de Dios, por la fe, el ser hechos justos por la gracia. Por
esto, en las herejías anti-trinitarias) "judaizantes", hallamos un
concepto de Jesús como un hombre que por su propia obra
humana merece ser "adoptado" como Hijo de Dios, Ungido como
Mesías, y que es para los hombres Maestro y ejemplo, pero no
Redentor.
Su carácter de Mesías en los judíos que tomaron el nombre
de "ebionitas", es decir, los "pobres de Israel, los pobres de Dios"
consiste
en que obrará en el futuro Reino Mesiánico la liberación
de Israel frente a las naciones.
En el ebionismo, que negaba la
concepción virginal de Jesús, y su carácter de Hijo verdadero y
natural de Dios, y desconocía la economía de la Redención y de
la gracia, encontramos una "Teología de la Liberación" de Israel,
muy semejante y casi idéntica, por desgracia, a las actuales Teo­
logías de la Liberación. Está ausente la idea de que "salvará al
pueblo de sus pecados", como se anuncia a José de Jesús, el
Salvador, el Emmanuel, Dios
con nosotros, del que nacerá de su
esposa por obra del Espíritu Santo.
Los nestorianos creían en la Trinidad, y en la concepción vir­
ginal de Jesús, y en la perpetua virginidad de Maria, e incluso en
su Asunción gloriosa a los Cielos. Pero a través de Teodoro de
Mopsuesta, como hemos visto, en el impulso que les llevaba a no
reconocer que Cristo era el mismo Verbo eterno hecho hombre
había una continuación de la soberbia religiosa que busca la sal­
vación del
hombre por el hombre.
En
el fondo del nestorianismo había, pues, un "humanismo
antropocéntrico", por cierto no de raiz filosófica, griega, sino he­
redero, a través de los "adopcionismos" anti-trinitarios de siglos
anteriores, de la soberbia religiosa judía del fariseísmo. Desde el
punto de vista de la Teología de la Salvación, los nestorianos
estaban en una posición semejante a la de los pelagianos en
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FRANCISCO CANALS VIDAÍ.
Occidente o a la de Celestio en Oriente, es decir, en la doctrina
de la Salvación
por las buenas obras humanas, desconocedora de
la necesidad de la gracia divina.
Puede resultar sorprendente que el nestorianismo, como autén­
tica herejía o, tal vez, por lo menos, como tendencia cismática
impulsada por la simpatía por el Parriarca Nestorio y sus amigos
de la escuela antioquena y la aversión y odio a San Cirilo de Ale­
jandría, no tuviese ningún arraigo en el mundo griego -la
Península, el archipiélago o la Jonia-sino que se propagase en
la Siria oriental y de ali! hacia Persia y las estepas asiáticas hasta
China y hacia la India occidental.
A los veinte años del Concilio de Éfeso,
un Parriarca alejan­
drino, Dióscoro, apoyaba al monje constantinopolitano Eutiques,
que, enfrentado a su patriarca Flaviano,
pensaba defender la
docrrina de San Cirilo
negando la verdad e integridad de la
naturaleza
humana en Cristo para sostener que en Jesucristo
hay
una sola naturaleza, la divina, que absorbe en sí lo huma­
no. Quienes decían esto
pensaban ser incondicionales segui­
dores de San Cirilo, aunque, en realidad, según esta doctrina,
no se hubiese podido reconocer a Maria como Madre de Dios,
pues esta Maternidad supone la verdad de la naturaleza huma­
na de Jesús según la que Maria engendra al Hijo de Dios hecho
hombre.
La docrrina eutiquiana prolongaba también una docrrina
herética del siglo
rv, la del ferviente anti-arriano Apolinar de
Laodicea, que creyó defender mejor la divinidad de Jesucristo
negando que
en su naturaleza humana hubiese alma racional, ya
que ésta era innecesaria supuesta la presencia del Verbo de Dios
unido a la carne en unidad de naturaleza, como nuestra alma se
une al cuerpo. En este sistema herético, seria falso decir que el
Verbo eterno se hizo hombre.
Es importantísmo advertir que los Santos Padres rechazaron
el apolinarismo como herético argumentando que, puesto
que la
Encarnación se obró para nuestra Salvación, el hombre
no hu­
biera sido salvado
en todo lo que pertenece a su alma intelecti­
va, ya que "lo no asumido no es redimido", en expresión de san
Dámaso. Afirmó san Gregario Nacianceno:
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LA ENCARNACIÓN REDENTORA
"Decimos que Cristo es hombre para que por si mismo co­
munique
al hombre la santidad, y sea como fermento para toda
la masa asumiendo en si tocio Jo que había sido condenado
para librarlo tocio de la condenadón; hecho en favor de nosotros
todo aquello que nosotros somos, excepto el
pecado! es dedr, cuer­
po, alma, mente, tocio aquello que había sido recorrido por la
muerté' (San GREGoruo NACIANCENO, Oración teológica N,
30. MG 36, 132).
También
en esto, en lo cristológico, el sentido de la divina
economía
servía de argumento para explicar el Misterio de la
naturaleza
humana de Cristo. El eutiquianismo, pensando enfren­
tarse al nestorianismo, deshacía también la divina economia.
La
dignación divina misericordiosa no sólo ha querido que su gra­
cia no viniese a destruir la naturaleza humana, sino a elevarla a
la participación renovada de la naturaleza divina, y a la vez a res­
taurarla
en la integridad de lo humano en cuanto tal, sino que ha
querido que esto se obrase "por Jesucristo, del linaje de David' (II
Tim. 2, 8). "Porque Uno es Dios, y Uno también el Mediador de
Dios
y de los hombres, el Hombre Cristo Jesús' a Tim. 2, 5).
Que este Hombre que es Cristo no es otro que el Hijo eter­
no de Dios, el Verbo "Encamado", es decir, hecho hombre, es lo
que enseñó San Cirilo y lo que definió Éfeso. Que al encarnarse
el Verbo, el Hijo de Dios, se hizo verdaderamente hombre, de tal
manera
que así como hemos de predicar predicados divinos de
Jesús, el Hijo de Maña, así hemos de predicar predicados huma­
nos de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es lo que
enseñaron San León Magno y el Concilio de Calcedonia, del
año 451.
Pero
en la Iglesia, desde los tiempos en que parecía que San
Pedro pensaba en Antioquía lo opuesto a lo que había enseñado
en Jerusalén, y fue reprendido por San Pablo como no obrando
conforme al Evangelio, también actitudes humanas se entremez­
clan, y si sólo contemplamos lo
humano, contaminan la ense­
ñanza de los concilios. En Calcedonia, donde,
en definitiva, el
Patriarcado de Constantinopla, la escuela antioquena y el Impe­
rio, estaban interesados en humillar a Alejandña, la sede de Ata­
nasia --el defensor de la divinidad de Jesucristo contemporáneo
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FRANCISCO CANALS VIDAL
de obispos constantinopolitanos seguidores de la política impe­
rial
pro-arriana-y de san Cirilo de Alejandría, que con el apoyo
del Papa Celestino, había excomulgado a Nestorio, se proclamó
que el Patriarca de Constantinopla ocupaba el segundo lugar en
la Iglesia, después del de Roma.
Esto estuvo
en el origen del Cisma de Oriente, porque el títu­
lo
por el que pretendía aquel lugar era el carácter de "capital del
Imperio" pretendiendo el derecho a llamarse "la nueva Roma".
En siglos sucesivos, se titularian "ecuménicos" los Patriarcas de
Constantinopla, y encontrarían el pretexto doctrinal en pretender
encontrar herejía
en el lenguaje occidental sobre la procesión del
Espíritu Santo del Padre y del Hijo. No era sino
un pretexto de
Focio y
de Miguel Cerulario para separar la Iglesia ortodoxa de
la Iglesia romana.
En Calcedonia, la rivalidad frente a Alejandria motivó que,
en
la profesión de fe sobre la dualidad de naturalezas en Cristo, y
en todas las sesiones que· la precedieron y siguieron, no se qui­
siera citar nunca los
Doce anatematismos de San Cirilo contra
Nestorio.
El grupo predominante hubiese querido incluso no
hablar de Maria como "Madre de Dios". De hecho, el Concilio de
Calcedonia fue la ocasión de
que se separasen de Constantinopla
y de Roma los coptos de Egipto y de Etiopía, los jacobitas de Siria
occidental y los armenios. Estas iglesias, todavía hoy existentes,
no son heréticas eutiquianas, sino que son propiamente cismáti­
cas anti-calcedonitas. Vieron
Calcedonia como un concilio nesto­
riano. El propio Nestorio pretendía que sólo por respeto a situa­
ciones anteriores se seguía citando su nombre como herético,
pero que entendía que Calcedonia le habla dado la razón y se
había apartado
de la doctrina de san Cirilo de Alejandría.
En Roma mismo, en reacció_n contra las exigencias anti-cal­
cedonitas, se optó por no citar, desde el año 433 -en que el pro­
pio san Cirilo había aceptado una fórmula de unión con sus
adversarios antioquenos
no nestorianos-- hasta el 534, la carta de
San Cirilo que contenía los Doce anatematismos contra Nestorio.
Contra ellos habían escrito muy duramente obispos que, en el
Concilio de Calcedonia,. fueron repuestos
en sus sedes después
de haber sido destituidos
en el momento en que la politica del
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LA ENCARNACIÓN REDENTORA
hnperio apoyaba todavía al Patriarca alejandrino Dióscoro, que
fue verdadero jefe del eutiquianismo y que fue condenado en
Calcedonia.
Obispos anticirilianos restablecidos
en sus sedes por el
Concilio de Calcedonia, fueron desautorizados
en sus actitudes
anticirilianas,
en el Concilio III de Constantinopla, V de los Ecu­
ménicos, del año
553, que condenó también por primera vez a
Teodoro
de Mopsuesta. Este Concilio, ciento dos años posterior
al de Calcedonia, insistiendo en reafirmar la doctrina de éste, rea­
firma sobre todo las doctrinas de San Cirilo y del Concilio de
Éfeso, las cuales hasta tal punto fueron tenidas
por arrinconadas
en Calcedonia, que las sedes episcopales que iniciaron lo que
hoy son las iglesias nestorianas, adversarias del Concilio de Éfeso,
hablan aceptado el de Calcedonia, y no se separaron de la Iglesia
ortodoxa y católica sino después
de este V Concilio, después del
cual ya
no era posible mantener la ficción de que el patriarca de
Constantinopla, Nestorio, había sido
un hombre de recta doctri­
na, injustamente tratado
por el "exagerado e intransigente" san
Cirilo de
Alejandría.
El V Concilio fue algo así como si en el año 2067, es decir,
ciento dos años después del Concilio Vaticano
II, se celebrase un
Concilio Ecuménico en el que, a la vez que se reafirmase todo lo
enseñado
en el Vaticano II, se enseñase muy claramente que en
éste se mantiene intacta y permanece íntegra la enseñanza tradi­
cional católica sobre los deberes de los individuos y las socieda­
des hacia la verdadera Iglesia de Cristo, y se citase
la Quanta
cura
y el Syllabus de Pío IX, y la Pascendi y el Decreto Lamen­
tabili
de Pío X, y se proclamase de nuevo la doctrina de la rea­
leza de Cristo, se condenase el laicismo y las tendencias sectda­
rizadoras y antropocéntricas en la vida religiosa y pastoral. Obvia­
mente, a muchos les parecería el triunfo póstumo de las actitu­
des
de Mons. Lefebvre.
El V Concilio encontró mucha resistencia en Occidente, por­
que la terminología occidental tendía, al hablar de Cristo, a hablar
del "hombre asumido". En el tedéum cantamos:
"Tu, ad liberan­
dum suscepturus hominem, non horruisti virginis uterum". Esta
terminología del
"hamo assumptus' no fue extirpada de la teolo-
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gía occidental hasta Santo Tomás de Aquino. En la España
Visigoda se llamó V Concilio al
VI de 681; en Italia, Milán y
Venecia se separaron de Roma, y
no se obtuvo la reconciliación
hasta el Pontificado de San Gregorio Magno,
que proclamó vene­
rar
el V Concilio igual que los cuatro primeros, es decir, como los
Santos Evangelios
(DS 472).
Cuando surgió después, de nuevo, una herejía que, en nom­
bre de lo divino en Cristo, minimizaba lo humano, al negarle
operaciones y actos de voluntad humanos, los adversarios orto­
doxos de este error asumieron muy
bien el mensaje del V
Concilio, y notaron siempre
que las operaciones y la voluntad
humana
de Cristo estaban regidas por la omnipotente voluntad
divina del Verbo,
que posee su naturaleza humana en plenitud de
dominio y
en perfecta unidad.
A los defensores
de la ortodoxia frente al monoenergismo y
monotelismo les
han llamado ahora "neocalcedonitas". Aluden a
la completa fidelidad de san Sofronio y san Máximo el Confesor
al Concilio de Calcedonia y a
san Cirilo de Alejandria, al que tan­
tos sedicentes calcedonitas trataban de desprestigiar.
De la enseñanza del
VI Concilio sobre la existencia de la
voluntad humana en Cristo, por la que podemos decir que Dios
mismo nos
ha amado con corazón de hombre, no podria inferir­
se, como hacen algunos
hoy que Cristo en cuanto hombre de tal
modo fuese
un sujeto "autónomo" que de suyo la unión hipostá­
tica
no excluiría por si misma la posibilidad de pecado en Jesús.
La santidad de Cristo en sus operaciones y voliciones humanas
se explica con mayor fidelidad
al Concilio del año 681 afirmando
con santo Tomás de Aquino
que "la gracia de unión" es la raíz y
fundamento de
la existencia en el ahna humana de Cristo de la gra­
cia santificante
en plenitud, por la que su humanidad es·para noso­
tros también fuente de gracia, y Cristo es la cabeza
de la Iglesia,
que con
la aventurada hipótesis de que Dios en su omnisciencia
unió
al Verbo una naturaleza humana concreta que prevefa infali­
blemente que obedecerla con fidelidad los mandatos divinos. Es
tenaz la tentación de buscar en lo humano la fuente de salvación
e ignorar
el misterio por el que Jesús recordaba que "sólo Dios es
bueno" a quien queria elogiarle desconociendo su divinidad.
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LA ENCARNACIÓN REDENTORA
Plenamente fiel al Evangelio y a la dogmática de los concilios
es la enseñanza de santo Tomás, para quien
por el designio divi­
no de comunicarnos la divina filiación por medio de la humani­
dad de Cristo, se hizo hombre y asumió la humanidad concreta
de Jesús como instrumento unido al Hijo de Dios para la comu­
nicación de sus dones,
Concluiré
con unas reflexiones sugeridas por la profunda
advertencia del cardenal Newman.
Asi como él pudo notar la
semejanza entre
el protestantismo, que para afirmar la fe y la gra­
cia de Cristo desconocía las
buenas obras y el libre albedrío, y el
eutiquianismo, que para reconocer la Encarnación negaba preci­
samente que el Verbo se hubiese hecho verdadera y plenamente
hombre, asi también nosotros podemos prolongar esta analogia
en el orden de actirudes referentes a las relaciones entre la fe y
la razón, a la penetración del
orden divino en el orden social hu­
mano, y a los temas que
hoy llamamos de inculruración de la fe.
Hace algunos años comparé el arrianismo, reducción filosófi­
ca que rebajaba el Verbo y a la vez negaba el alma humana en
Cristo por suponer que el mismo Logos se unia a un cuerpo
humano, a las posiciones a que tienden los cristianos "demócra­
tas", que reducirian el mensaje cristiano a un nivel político, no
sobrenarural, pero al hacerlo utilizan este pseudocristianismo
para desterrar del horizonte de las sociedades cristianas todas las
legítimas tradiciones humanas
sobrenaruralizadas, es decir, las
que constiruían el régimen cultural y político de la Cristiandad.
Podemos pensar que siempre que se cae en la beatería --que
el padre Orlandis definía como "inconsciencia en lo sobrenatural
y religioso",
no como "exceso" de piedad-de suponer que la fe
excluye el conocimiento narural,
por lo que no lo presupone sino
que lo suplanta, como hicieron las corrientes fideístas y el tradi­
cionalismo filosófico, estamos
en una actitud semejante al apoli­
narismo y
el eutiquianismo. Una actitud prácticamente errónea
paralela a ésta,
que históricamente se dio en conexión con el tra­
dicionalismo filosófico, es
la que viene a exigir el escepticismo
político en nombre de la soberanía de Cristo, como aquel tradi­
cionalismo venía a imponer el escepticismo filosófico en nombre
de la fe.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
También hemos de reconocer que cuando centramos nuestra
atención,
para la salvación de las realidades humanas destruidas
por la Revolución y los errores contemporáneos, en elementos
filosóficos verdaderos, ambientes culturales tradicionales y políti­
cas rectas y contrarrevolucionarias,
pero ignoramos prácticamen­
te
que sin la gracia ganada por Cristo en la Redención -que nos
eleva a la participación de la naturaleza divina, y que es el único
principio
que puede restaurar la integridad del orden natural-,
tales acciones quedarian estériles e impotentes, estamos, en lo
práctico, obrando con la misma actitud que llevó, en lo cristoló­
gico, al nestorianismo,
y en lo soteriológico, al pelagianismo y al
semi-pelagianismo.
Nestorio era anti.arriano y anti.maniqueo; antiarriano porque
Arrio desconocía la verdadera humanidad de Jesús, que Nestorio
defendía
con convicción entusiasta; antimaniqueo porque le re­
pugnaba la doctrina de quienes veían el mal como si estuviera
entrañado en lo creado y en la naturaleza humana, y acusaba a
sus adversarios
de pensar como Apolinar y Eutiques, y malen­
tendió Calcedonia,
que pretendió aceptar y que sostuvo que
había reconocido la verdad de su posición, como si su fórmula
dogmática ignorase
que no es la verdadera naturaleza humana de
Jesús la fuente del bien que nos salva, sino el instrumento y el
camino de una salvación que viene de Dios.
La "unidad según sintesis" de lo divino y de lo humano en
Cristo nos orientará siempre a reconocer que mientras todo lo
humano está llamado a ser sanado y elevado por la gracia de
Cristo, sólo en Cristo, que es el Hijo de Dios hecho hombre por
nosotros, hallamos la fuente de la gracia que nos ha sido desti­
nada misericordiosamente por Dios al obrar para nosotros la
Encamación redentora
de su Hijo.
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