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La ambivalencia de la laicidad y la permanencia del laicismo: La necesidad de reconstruir el derecho público cristiano

LA AMBIVALENCIA DE LA LAICIDAD
Y LA PERMANENCIA DEL LAICISMO: LA NECESIDAD DE RECONSTITUIR EL DERECHO PÚBLICO CRISTIANO
POR
MIGUELAYUSO
1 .De nominibus non est disputandum? o Res denominatur a
p o t i o r i ?
Laicismo y laicidad. Dos términos emparentados. Con signi-
ficados, por lo mismo, entrelazados. El primero, lo denota el sufi-
jo “ismo”, ligado a una ideología. Una ideología, la liberal, basa-
da en la marginación de la Iglesia de las realidades humanas y
sociales. En efecto, el naturalismo racionalista puesto por obra en
la Re volución liberal, y condenado por el magisterio de la I g l e s i a ,
recibió entre otros el nombre de laicismo. El segundo, re l a c i o n a-
do en su inicio con una situación generada por esa ideología en la
Francia del último tercio del ochocientos, aunque bautizada así
más tarde. Así pues, laicismo y laicidad como términos que expre-
san un mismo concepto. Hoy, en cambio, parece que hay sectores interesados en con-
traponerlos. Principalmente el “ c l e r i c a l i s m o” (tomando el término
en el sentido que le daba Augusto del Noce (1), esto es, la subor-
dinación del discurso político e intelectual católico al dominante
en cada momento) y la democracia cristiana. El laicismo ag re s i vo
se diferenciaría, así, de la laicidad respetuosa, y la pareja “laicis-
mo y laicidad” se interpretaría disyuntivamente como “laicismo
____________
(1) A
UGUSTO DELNOCE, “Giacomo Noventa: dagli errori della cultura alle difi-
coltà in política ”, L´Eur opa(Roma), n.º 4 (1970).
Verbo, núm. 445-446 (2006), 421-429. 421
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o laicidad”. Pe ro, ¿resulta fundada una tal oposición? ¿O más bien
es dado hallar en la misma un simple matiz entre dos versiones de
una misma ideología? Un indicio, entre muchos, y de singular
re l e v ancia, nos conduce hacia esta segunda posibilidad: la p ro t e s-
ta que hacen los secuaces de la laicidad de respetar la “ s e p a r a c i ó n”
e n t r e la Iglesia y el Estado, con el consiguiente re c h a zo de la tesis
del Estado católico. Ahora bien, la Iglesia no puede (sin traicionar
su misión) dejar de afirmar que hay una ley moral natural, que
Ella custodia, y a la que los poderes públicos deben someterse (2).
Esto es, el núcleo del Estado (que no es el Estado moderno sino
la comunidad política clásica) católico, de lo que se llama con ter-
minología de origen protestante la “confesionalidad del Estado ” ,
y —con denominación tradicional que presupone una may o r í a
sociológica— “unidad católica” (3). Cuando se afirma que “ninguna confesión (religiosa) tendrá
carácter estatal” —según hace, por ejemplo, el artículo 16 de la
Constitución española— podría pensarse que no se ha salido del
ámbito de esa tesis tradicional, ya que el Estado católico lejos de
estatalizar la religión, se somete a la invariante moral del o rd e n
político (4). En la práctica, sin embargo, lo que se está postulan-
do es el agnosticismo político, que no puede sino concluir exi-
giendo la sumisión de la Iglesia (previo olvido de su misión de
garante de esa or t o d oxia pública) al Estado: la “laicidad del
E s t a d o ” siempre termina en la “laicidad de la Ig l e s i a” (5), esto es,
en la pretensión de que ésta renuncie a su misión y se limite a
o f e r tar su “ p ro d u c t o ” (pura opción) dentro del respeto de las
reglas del “ m e rc a d o”. Esta ha sido siempre la lógica de la laicidad,
____________
(2) P
ÍOXI, Ubi arcano D ei(1922), n.º 18.
(3) Cfr . M
IGUELAYUSO, “La unidad católica y la España de mañana ”, Verbo
(M adrid), n.º 279-280 (1989), págs. 1421 y sigs.
(4) J
OSÉGUERRACAMPOS, “La invariante moral del or den político”, en AA. VV.,
H acia la estabilización política, v ol. III, Madrid, 1983, págs. 101 y sigs. M e he ocupa-
do del asunto al final del primer capítulo de mi libro El ágora y la pirámide. U na visión
pr oblemática de la Constitución española, Madrid, 2000.
(5) Lo han explicado agudamente F
RANCISCOCANALS, “Por qué descristianiza el
liberalismo ”, Cristiandad (Barcelona), n.º 872 (2004) y , singularmente, J
EANMADIRAN,
La laïcité dans l´Église, V ersalles, 2005.
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p e ro que ahora —pasado el momento fuerte de las “r e l i g i o n e s
c i v i l e s ”— se evidencia con toda claridad. Por lo mismo, ante la
falsa oposición entre laicismo y laicidad debe proclamarse que “ n i
laicismo ni laicid ad” .
2 . Al principio... Non est potestas nisi a D e o.
Sin embargo, no siempre se produjo la confusión de hoy. No
es del caso trazar la historia de las relaciones entre religión y polí-
tica (6). P e ro quizá sí lo sea re c o rdar la constante de su vincula-
ción re c í p r oca y también el carácter moral de las instituciones y
del poder político. Éste no es simple fuerza, sino que viene moda-
lizado por su dimensión humana y moral (7). Tanto en su origen,
pues no hay poder que no venga de Dios, como en su ejercicio, ya
que se orienta al fin de —disciplinando las relaciones entre los
h o m b res en sociedad— permitir que éstos sean más plenamente
h o m b res . De ahí se deduce la exigencia (moral y aun religiosa) de
obedecer los dictados del poder, cualquiera que sea el gobernante,
p e r o también la posibilidad de desautorizarlo (en principio en
cuanto a actos singulares, pudiendo llegar incluso a la r e s i s t e n c i a
y, en la escuela española, al tiranicidio) cuando deja de orientarse
a su finalidad (8). Igualmente, ese fundamento religioso del origen y ejer c i c i o
del poder no elimina su autonomía. En puridad esto ha ocurrido
s i e m p r e, en el seno de cualquier civilización, pues la teocracia (por
lo demás desconocida en el mundo cristiano pero no en otros uni-
versos culturales) no deja de ser un doble “ t ru c o” para disimular
que en realidad Dios no gobierna directamente el mundo, sino
por medio de causas segundas, y que hacer del gobernante el orá-
____________
(6) U na apretada síntesis, con atención al período más cercano a \
nuestros días, en
mi “El or den político cristiano en la doctrina de la I glesia”, Verbo (Madrid), n.º 267-
268 (1988), págs. 955 y sigs.
(7) Cfr . F
RANCISCOELÍAS DETEJADA, “Poder y autoridad: concepción tradicional
cristiana ”, Verbo (Madrid), n.º 85-86 (1970), págs. 419 y sigs.; D
ANILOCASTELLANO,
La r azionalità della politica, Nápoles, 1993, págs. 57 y sigs.
(8) Á
LVARO D’ORS, Ensayos de teoría política, P amplona, 1979, págs. 193 y sigs.
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culo de Dios destru ye la acción humana como libre y re s p o n s a b l e ,
p r esidida por la virtud de la prudencia (9). Sin embargo, aunque
la autonomía del poder temporal respecto del espiritual se pueda
encontrar en el fondo de cualquier civilización, cuando se acier t a
a destapar —como se ha visto— el truco mendaz de la teocracia,
su articulación más plena pertenece sólo al cristianismo. Éste
conoce cosas de Dios y cosas del César. Éste exige también la
Iglesia, distinta —a lo largo del tiempo— del Imperio, de los re i-
nos y del Estado, constituida en autoridad que limita las potesta-
des temporales. Así pertenece en e xc l u s i va al cristianismo la exis-
tencia de un ámbito profano, laico, “ d i s t i n t o” pero no “ s e p a r a d o”
del ámbito religioso (10). Lo que se conoce como el régimen de
Cristiandad articula esa dualidad, armónica y convergente más
que polémica, aunque no exenta de conflictos, causados de sólito
por la pretensión del poder temporal de arrogarse el derecho de
definir la ve rdad (propio de la autoridad) o, en otras ocasiones,
por el envilecimiento de ésta al conducirse como un poder. El
c u a d r o de la Cristiandad, con sus luces y sus sombras, es el de
—en la famosa descripción leonina— la dichosa edad aquella en
que la filosofía cristiana gobernaba las comunidades (11).
3 . El Estado moderno y sus transformaciones: la puesta en plu-
ral del pecado original y la doctrina social de la Iglesia como
contestación cristiana del mundo modern o
Esta autonomía de lo temporal, tras el surgimiento del Estado,
sufrirá una inflexión. El Estado, que es un orden territorial cerrado,
nació en el siglo
X V Ipara poner fin a las guerras de religión, de las
que el mundo hispánico se vio libre por su unidad católica, de modo
que se asentó como instancia de neutralización, indiferente ante las
religiones. P e ro, por otra parte, la Reforma protestante puso en
____________
(9) F
REDERICKD. WILHELMSEN, “La teocracia: un doble truco ”, Verbo (Madrid),
nº 191-192 (1981), págs. 71 y sigs. (10) D
ALMACIONEGRO, “Iglesia, Estado: génesis de la E uropa contemporánea”,
Verbo (Madrid), n.º 441-442 (2006), págs. 15 y sigs.
(11) L
EÓNXIII, Inmortale D ei(1885), n.º 9.
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m a rcha un proceso de secularización cuyas fases se han ido apu-
rando hasta llegar a la situación presente (12). P r i m e ro indepen-
dizando el orden humano del divino y dejando la religión como
p u ro elemento político: cuius re g i o, eius et r e l i g i o. Después ponien-
do el fundamento de la comunidad de los hombres en la vo l u n-
tad humana, ve rdadera puesta en plural del pecado original (13).
Más adelante, separando las distintas formas de la sociabilidad
humana del influjo religioso, alcanzando —finalmente— hasta la
p ropia familia en tal empeño (14). La cuestión teológica y moral se hace política, social y fami-
l i a r . De ahí el surgimiento de la doctrina social y política de la
Iglesia stricto sensu (lato sensu es muy anterior), pues conforme la
h e rej ía se va tornando política y social, la respuesta a la misma ha
de desen vo l verse en ese orden: por eso que el magisterio eclesiás-
tico haya tenido en la edad contemporánea el carácter difer e n c i a l
de ocuparse, de un modo inusitado en siglos anteriores, de cues-
tiones de orden político, cultural, económico-social, etc. Sin em-
bargo, la doctrina social de la Iglesia aparece, por lo mismo, vin-
culada a la teología, y más concretamente a la teología moral, lo
que la separa tajantemente de ideologías y programas políticos.
Brota de formular cuidadosamente los resultados de la re f l e x i ó n
s o b re la vida del hombre en sociedad a la luz de la fe y busca
orientar la conducta cristiana desde un ángulo práctico-práctico o
pastoral, por lo que no puede desgajarse de la realidad que los sig-
nos de los tiempos imponen y que exige una constante actualiza-
ción del “carisma pr o f é t i c o” que pertenece a la Iglesia. En conse-
cuencia, concierne directamente a la misión evangelizadora de la
Iglesia, ofreciéndonos todo un cuerpo de doctrina centrado en la
p roclamación del Reino de Cristo sobre las sociedades humanas
como condición única de su ordenación justa y de su vida p ro g re-
s i va y pacífica.
En puridad tal doctrina no es meramente r e a c t i va, sino afir-
m a t i va, aunque incorpore elementos de re c h a zo del mundo
____________
(12) Á
LVA R O D’ OR S, “R e t r o s p e c t i v a de mis últimos XXV años”, At l á n t i d a( Ma d r i d ) ,
n.º 13 (1993). (13) J
EANMADIRAN,Les deux démocr aties, París, 1977, pág. 17.
(14) Cfr. T
HOMASMOLNAR, Politics and the S tate: a catholic view, Chicago, 1980.
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moderno, por lo que converge con la doctrina y las acciones deno-
minadas contrarre volucionarias, esto es, opuestas a la R e v o l u c i ó n ,
entendida ésta como acción descristianizadora sistemática por
medio del influjo de las ideas e instituciones (15). De consuno,
pues, la filosofía política contrar re volucionaria y la doctrina social
de la Iglesia han consistido en una suerte de “contestación cristia-
na del mundo moderno”. Hoy, no sé hasta qué punto su sentido
histórico –el de ambas, aunque de modo distinto– está en trance
de difuminarse, pero en su raíz no significó sino la comp re n s i ó n
de que los métodos intelectuales y, por ende, sus consecuencias
prácticas y políticas, del mundo moderno, de la re volución, eran
ajenos y contrarios al orden sobrenatural, y no en el mero sentido
de un orden natural que desconoce la gracia, mas en el radical de
que son tan extraños a la naturaleza como a la gracia (16).
4 . La ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política
De ahí que se pueda afirmar como moralmente cierta, sin caer
en confusión de planos o incurrir en una interpretación errónea
de lo que pertenece al Evangelio y a la vida cristiana, la conexión
e n t r e los procesos políticos y la descristianización que se ha pro-
ducido en los últimos siglos, especialmente en los últimos dece-
nios, de modo singular en España: “Precisamente porque aquel
lenguaje profético del Magisterio ilumina, con luz so bre n a t u r a l
venida de Dios mismo, algo que resulta también patente a la expe-
riencia social y al análisis filosófico de las corrientes e ideologías a
las que atribuimos aquel intrínseco efecto descristianizador. Lo
que el estudio y la docilidad al Magisterio pontificio ponen en
c l a ro, y dejan fuera de toda duda, es que los movimientos políti-
cos y sociales que han caracterizado el curso de la humanidad con-
temporánea en los últimos siglos, no son sólo opciones de orden
____________
(15) M
IGUELAYUSO, “La contrarrevolución, entre la teoría y la historia ”, y DANI-
LOCASTELLANO, “La ideología contrarrevolucionaria”, ambos en ALFONSOBULLÓN DE
MENDOZAy JOAQUIMVERISSIMOSERRÃO(eds.), La contr arrevolución legitimista (1688-
1876), M adrid, 1995, págs. 15 y sigs. y 35 y sigs.
(16) J
EANMADIRAN, L´hérésie du XX siècle , París, 1970, pág. 299.
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ideológico o de pre f e rencia por tal o cual sistema de organización
de la sociedad política o de la vida económica (...). Son la puesta
en práctica en la vida colectiva, en la vida de la sociedad y de la
política, del inmanentismo antropocéntrico y antiteístico” (17).
Por eso se ha hablado de “la ruina espiritual de un pueblo por
efecto de una política ”. Sin embargo, no puede ob viarse que tal
política, en el caso español objeto de examen, y aun en una consi-
deración más universal, fue no sólo av alada sino en algún modo
incluso impulsada por el Vaticano, que estaría en el origen de esa
política que habría producido la r uina espiritual de nuestro pueblo.
La trayectoria histórica de España en relación con la pr e s e n c i a
socialmente operante de la fe católica ha presentado, sin duda,
c a r a c t e res especiales en la Edad moderna, ligados a la identifica-
ción de España con la Cristiandad decadente, a la que sucede tras
la expansión americana en una suerte de christianitas minorq u e
p rolongó el primado de la Iglesia cuando en el “ c o n c i e rto euro-
p e o ” comenzaba a imponerse el primado del Estado (moderno).
En la Edad contemporánea, por su parte, la r e volución liberal,
tras la senda de la —entre nosotros— excepcional heter o d oxia del
dieciocho, introdujo una herida en esa cristiandad de re s i d u o ,
dejando sólo una christianitas minima , la del pueblo tradicional
en combate —bélico con frecuencia— contra la pretensión de
fundar un “ o r d e n” neutro, coexistente, sin re f e rencia a la comuni-
dad de fe y prescindente de la unidad católica (18). Varias ve c e s
d e r r otada, pero nunca vencida definitivamente, re b rotará en el
siglo
X Xen la ocasión singular de la guerra de 1936-1939 y sólo
p a rec erá secarse con los cambios del desarrollismo tecnocrático de
los sesenta y, sobre todo, tras el cambio constitucional que impli-
có un fugaz éxito de la aconfesionalidad, con la “ n u e va laicidad ” ,
esto es, la que no se alza contra la Iglesia sino que la ha penetra-
____________
(17) F
RANCISCOCANALS, “Reflexión y súplica ante nuestros pastor es y maestros”,
Cristiandad (Barcelona), n.º 670-672 (1987), págs. 37 y sigs.; I
D., “El ateísmo como
soporte ideológico de la democracia ”, Verbo (Madrid), n.º 217-218 (1982), págs. 893
y sigs. (18) F
RANCISCOELÍAS DETEJADA,La monar quía tradicional , Madrid, 1954.
M
IGUELAYUSO, Q ué es el car lismo. Una introducción al tradicionalismo hispánico ,Bue-
nos Aires, 2005.
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do hasta el punto de asumir la “s e p a r a c i ó n” del orden temporal y
del re l i g i o s o . La nueva laicidad no es otra que el viejo laicismo, en
versión postmoderna, en el fondo radicalizada por su carga disol-
vente, y que ha invadido a la propia Iglesia. Así, el arbusto se ha
c o n ve r tido en un gran árbol cuya sombra llega a donde nunca se
hubiera sospechado (19).
5 . Las incoherencias de la predicación actual y la r e e d i f i c a c i ó n
del derecho público cristiano.
Por ello, en la coyuntura presente el gran asunto es el que un
gran obispo español acertó a cincelar en una frase no complacien-
te: “Iglesia y comunidad política: las incoherencias de la pr e d i c a-
ción actual descubren la necesidad de reedificar la doctrina de la
Ig l e s i a ” (20).
Juan Pablo II, en uno de los últimos actos de su pontificado,
dirigió una carta a los obispos franceses en el centenario de la Ley
francesa de separación de la Iglesia y el Estado, de 1905, con-
denada por san Pío X en Vehementer nos ( 1 9 0 6 ).En la car t a
comienza afirmando, por el contrario, que “el principio de la lai-
cidad, al que vuestro país se halla tan ligado, si se comp re n d e
bien, pertenece a la doctrina social de la I g l e s i a”. Frase equí vo c a ,
máxime si se tiene en cuenta que se dirige a los obispos de
Francia en ocasión de una ley francesa. P e ro la ambigüedad se
p rolonga acto seguido, a través del r e c o rdatorio “de la necesidad
de una justa separación entre los pode re s”. Pues, por vez prime-
ra, no es la “ d i s t i n c i ó n” entre los poderes la que se reclama, sino
la “ s e p a r a c i ó n ”. Eq u í v oco agravado por el hecho de que la ley de
1905 llevaba en su rúbrica precisamente el término “ s e p a r a c i ó n ” .
Finalmente, la carta da un paso más, al establecer que “el princi-
pio de no-confesionalidad del Estado, que es una no-inmisión
del poder civil en la vida de la Iglesia y de las diferentes re l i g i o -
____________
(19) J
EANMADIRAN,La nouvelle laicité, cit.
(20) J
OSÉGUERRACAMPOS, “La Iglesia y la comunidad política. Las incoher en-
cias de la pr edicación actual descubr en la necesidad de reedificar la doctrina de la
Iglesia ”, Boletín Oficial del Obispado de C uenca(Cuenca), n.º 8-10/1988.
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nes, como en la esfera de lo espiritual, permite que todos los
componentes de la sociedad trabajen al servicio de todos y de la
comunidad social” .
Así pues, no salimos de la ambigüedad en ese ter re n o. Con
g r a ves consecuencias. Pues, así, la Iglesia no acierta, no puede
hacerlo, a reafirmar el derecho público cristiano.
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