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El contexto histórico de la encíclica Pascendi

ACTAS DE LA XLIV REUNIÓN DE AMIGOS DE LA CIUDAD
CA TÓLICA: LA DEVASTACION MODERNIST A EN EL
CENTENARIO DE LA ENCÍCLICA PASCENDI
EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LA ENCÍCLICA
PASCENDI
POR
JORGESOLEYCLIMENT
Iniciamos este Encuentro de los Amigos de la Ciudad Católica
que quier e celebrar el centenario de la encíclica Pascendi, proclama-
da el 8 de septiembre de 1907, pr ecedida a su vez por el decreto
Lamentabili de 3 de julio del mismo año y cuya labor sería conti-
nuada en 1910 por el juramento antimodernista.
Más que un desarrollo histórico de los principales hitos que
mar can el ascenso del modernismo y que llevan a la actuación,
v aliente y penetrante, del papa San Pío X, que podemos encontrar
tratado con may or o menor acierto en los libros de historia de la
Iglesia, tras un breve repaso a algunos hitos que considero cruciales
me detendré hoy en algunos aspectos históricos del modernismo
que me par ecen que pueden ayudarnos en la reflexión que inicia -
mos ahora. Giuseppe S arto había accedido al solio pontificio el 4 de agos -
to de 1903 con el nombre de Pío X en una época en la que la situa -
ción de la Iglesia no era nada fácil. Tras el golpe que había supues -
to la rev olución francesa y las revoluciones liberales del XIX, la obra
Verbo,núm. 455-456 (2007), 375-384. 375
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risorgimentale italiana había abier to una profunda herida en el país
natal del papa S arto, lo que se conoció como cuestión romana, por
la que los católicos que vivían en el denominado r eino de Italia te-
nían prohibida desde 1874, con el Non Expedit, la participación en
la vida política. En su primera encíclica como papa, E supr emi apos-
tolatus cathedr a, de 4 de octubre de 1903, san Pío X nos ha dejado
un fr esco de la época de gran realismo y profunda penetración del
origen de los males: “ la audacia y la ira con que se persigue la r eligión
en todas partes, se combaten los dogmas de fe y se pr epara abiertamen -
te para extirpar y para aniquilar toda r elación del hombre con la divi-
nidad… el mismo hombr e, con infinita temeridad, se ha puesto en el
lugar de Dios, de tal manera que, aunque no puede borr ar totalmente
de sí todo v estigio de Dios, sin embargo, r echazada su majestad, ha
hecho del universo un templo par a sí mismo, donde ser adorado. Se ha
sentado en el templo de Dios, mostrándose como si fuer a Dios”. No es
de extrañar que, ante este panorama, san Pío X eligiera como lema
de su pontificado el célebr eInstaurar e omnia in Christo , única solu-
ción viable al ver dadero calado del pr oblema al que se enfrentaba.
P ero los problemas que asediaban a la Iglesia no se limitaban a
las tensiones con el Estado italiano. Más perniciosas eran las ideas
difusas, con cada vez mayor predicamento, especialmente en
F rancia, que el P apa acabaría designando como modernismo . No se
trataba de una no vedad, pues los errores condenados en la Pascendi
ya habían sido señalados por los papas anteriores (es por ello que la
Pascendi está repleta de refer encias a los concilios de Trento y
V aticano I, a la Quanta Curay al Syllabus , y en general a todo el
magisterio pontificio precedente). Y es que el modernismo recoge
el testigo del catolicismo liberal con el que se enfrentó Pío IX, \
o más
aún, y como dice a misma encíclica, del protestantismo, de donde
se derivan sus raíces doctrinales. N o es de extrañar pues que se haya
señalado que es a través del modernismo como los postulados del
protestantismo liberal del siglo XIX penetrarán en el campo católi-
co. Incubado pues en ambientes intelectuales de “ vanguardia” bajo
formas v ariadas y no siempre de acuer do entre ellas, el modernismo
pretendía pr oducir profundas reformas en la doctrina y en la estruc -
tura de la I glesia, con el pretexto de adaptarla al “ espíritu de los
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tiempos”. Según el que pr obablemente fuera su más conspicuo
repr esentante, Alfred Loisy (1857-1940), “los modernistas forman
un grupo bastante definido de hombr es de pensamiento, unidos por el
común deseo de adaptar el catolicismo a las necesidades intelectuales,
mor ales y sociales de nuestros días”. Y especificando la magnitud de
esta adaptación, afirmaba que el objetivo era “cambiar la I glesia, su
constitución, su doctrina y sus ritos”(1). A demás, también hay que
tener presente que la Pascendise desarrolla en paralelo a la crisis
prov ocada por el grupo liderado por Marc S angnier, quienes lanza-
rían la r evista y el movimiento de Le Sillon y que el P apa tendría
que condenar el 25 de agosto de 1910. La adaptación querida por los modernistas no era de hecho ni
superficial ni saludable. Ésta habría alcanzado los mismos funda-
mentos de la Iglesia, comportando en la práctica su destrucción:
“ ¡El viejo edificio eclesiástico deberá derr umbarse!”, proclamaba Loisy .
La misión de los modernistas, según T y rell, era de “ golpear y golpear
la vieja carcasa de la Iglesia Romana”. P or esto, en el acto de conde-
narla, San Pío X definió esta corriente como “la síntesis de\
todas las
herejías ”, especificando además: “ si alguien se hubiera propuesto r eu -
nir en uno el jugo y como la esencia de cuantos err ores existieron con-
tr a la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han
hecho los modernistas (…) [Los modernistas] han aplicado la segur , no
a las r amas, ni tampoco a débiles r enuevos, sino a la raíz misma; esto
es, a la fe y a sus fibr as más profundas”.
Llegados a este punto resulta especialmente inter esante obser-
v ar la estrategia seguida por los modernistas italianos. Desde 1867
existía en I talia la Sociedad de la J uventud Católica Italiana, dirigi-
da por G iovanni Acquaderni. E n junio de 1874 tuvo lugar en
V enecia un congreso católico que terminó creando un mo vimiento
de ámbito nacional. Esto se concretó un año después en el congr e-
so de F lorencia, del cual brotó la O bra de los Congresos y de los
Comités Católicos en I talia. La presidencia fue confiada inicialme-
te al mismo Acquaderni.
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(1) Alfr ed Loisy , “Simples Réflexions sur le Decret du S aint Office Lamentabili
S ane Exitu, et sur l’Encyclique Pascendi Dominici Gregis”, pág. 13, en Arthur
V ermeersch, Modernism, Catholic Ency clopedia, Caxton Publishing, Londres, 1911,
V ol. X, pág. 416
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Algún tiempo después, si nembargo, comenzaron a manifestar-
se los primer os roces. Los jóvenes líderes en ascensión dentr o de la
Obra repr esentaban una orientación bastante diversa, afín con las
nuevas ideas modernistas. Algunos sector es de la Obra comenzaron
a manifestar una fuerte infiltración modernista y católico-democrá\
-
tica. En 1891, los sectores más radicales influenciados por Romolo
M urri fundar on los “grupos democráticos ” ubicados tan a la
izquier da como para querer abandonar la etiqueta “ democrática”
sustituyéndola con la de “ socialista”. La corriente murriana br otó en
el 19° Congreso nacional de la Obra realizado en Bolonia en 1903
y la vieja guar dia salió derrotada.
Profundamente descontento por el resultado del congreso y , de
modo general, por la orientación que habían tomado algunos sec-
tor es de la O bra, en diciembre de 1903 S an Pío X publicó el “motu
proprio” Fin dalla prima , en el cual delineaba una “ normativa fun-
damental para la acción social de los católicos ”, en claro contraste
con las ideas católico-democráticas. Estos sectores respondier on
convocando un congr eso en Bolonia, donde fue fundada la Liga
D emocrática N acional, de inspiración socialista. P ara aclarar de una
vez por todas la situación, San Pío X publicó entonces la encíclica
I l fer mo proposito , en la cual condenaba la corriente cristiano-demo -
crática. D on Murri fue primero suspendido a divinisy, después,
excomulgado . Abandonando la sotana, se casó en 1912.
En cuanto al camino anterior a la Pascendi, también éste es
largo y muestra tanto la enorme paciencia como la firmeza del
P apa. Ya en 1903 se habían incluido en el Índice algunas de las
obras de Loisy y H outin y la encíclica Iucunde sane , de 12 de marzo
de 1904, denuncia la pr etensión de que la Iglesia deba someterse a
la “ nuev a ciencia ”. En 1906 el P apa debe dirigirse a los obispos ita-
lianos para advertirles contra la propaganda modernista y en su alo -
cución consistorial de 15 de julio de 1907 vuelve a la carga advir-
tiendo del peligr o de quienes tratan de destruir la fe católica desde
dentro. Vemos pues que la Pascendino llega sino después de un largo
pulso en el que el P apa no duda en actuar con firmeza para pr ote-
ger la fe de su gr ey. Después de repetidas e inútiles adv ertencias
–r ecordemos particularmente la encíclica Pieni l’animo(1906)– San
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Pío X se ve obligado a promulgar el decreto Lamentabile sane exitu ,
de 3 de julio de 1907, en el que se condenan 65 proposiciones
tomadas de las obras de Loisy , Tyrrel, Le Roy y B londel, y posterior -
mente la encíclica Pascendi Dominici gr egis, de 8 de septiembr e de
1907, en la que profundiza y fundamenta en la condena explicita-
da en el primer decreto. Salta a la vista a cualquiera que se acerque al fenómeno moder -
nista que éste fue principalmente una creación de teólogos hetero-
doxos (ignorantes de la ciencia teológica y empapados en la filoso-
fía moderna), con un protagonismo del clero muy marcado .Y es
que el modernismo, y lo que ha sido su continuación, el progresis -
mo, a pesar de sus reiteradas alusiones a la “ democratización” de la
Iglesia y a la creación de una “iglesia del pueblo ”, nunca ha conta-
do con la adhesión del pueblo católico sencillo, a quien, dicho sea
de paso, siempre han despreciado los modernistas como incapaz de
comprender su abstruso lenguaje.
Pedantes, los modernistas actuarán con un orgullo que fácil-
mente podemos calificar como de satánico. D i a l é c t i c a m e n t e
enfr entados a la jerarquía, ante las condenas no se compor tarán
como el hijo r eprendido que acepta la reconv ención de su padre,
sino que se rev olverán, resentidos, presentándose como már tires de
una iglesia auténtica que coincide con sus vanas pretensiones. Así,
lejos de someterse, los modernistas replicarán al magisterio papal
con innumerables panfletos, libros y artículos periodísticos. Pero si muchos de los grandes enemigos de la I glesia inmedia-
tamente anteriores a la eclosión y condenación del modernismo
eran ajenos a la Iglesia, la no vedad radica en que en esta ocasión se
la combate desde dentro . Escribía Jaime Bofill en Cristiandadque
“ la infiltr ación era tan extensa, que bien podría decirse, adaptando
una fr ase escrita a propósito de la herejía de Arrio: “E l mundo católico
despertó, y se encontró, aterr ado, que er a moder nista”. S ituación espe-
cialmente grave si consideramos que los modernistas se aprovecha-
ron de su situación jerárquica en la I glesia para deformar la con-
ciencia de otros sacerdotes y seminaristas que r ecibían sus enseñan-
zas. No es de extrañar pues que el P apa, al inicio de la encíclica, afir -
me para justificar su actuación que “Lo que sobr e todo exige de Nos
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que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a
buscar los fabricantes de err ores entre los enemigos declar ados: se ocul-
tan, y ello es objeto de gr andísimo dolor y angustia, en el seno y gr emio
mismo de la I glesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo
son menos declar ados”.
T ambién las reacciones a la Pascendipueden ser motiv o de refle-
xión: uno está tentado de pensar que ese gesto de firmeza doctrinal
y pastoral debería haber pr ovocado una reacción tremenda, un
terremoto . En efecto, el lenguaje del P apa es, sin lugar a dudas,
inequív oco y fuer te, como lo atestiguan los siguientes pasajes de la
encíclica: “Cualesquier a que de algún modo estuvier en imbuidos de moder-
nismo , sin mir amiento de ninguna clase sean apar tados del oficio, así
de r egir como de enseñar , y si ya lo ejercitan, sean destituidos […]. En
esta materia, v enerables her manos, principalmente en la elección de
maestros, nunca será demasiada la vigilancia y la constancia; pues los
discípulos se forman las más de las v eces según el ejemplo de sus profe-
sor es; por lo cual, penetr ados de la obligación de vuestr o oficio, obrad
en ello con prudencia y fortaleza. Con semejante severidad y vigilancia han de ser examinados y ele -
gidos los que piden las ór denes sagradas; ¡lejos, muy lejos de las sagr adas
ór denes el amor de las no vedades! Dios aborr ece los ánimos soberbios y
contumaces. Ninguno en lo sucesivo r eciba el doctorado en teología o derecho
canónico si antes no hubier e seguido los cursos establecidos de filosofía
escolástica; y si lo r ecibiese, sea inválido . […]
T ambién es deber de los obispos cuidar que los escritos de los moder -
nistas o que saben a modernismo o lo promueven, si han sido publica -
dos, no sean leídos; y , si no lo hubieren sido, no se publiquen.
N o se per mita tampoco a los adolescentes de los seminarios, ni a los
alumnos de las univ ersidades, cualesquier libros, periódicos y revistas de
este géner o […]
Y , en gener al, venerables hermanos, par a poner orden en tan gr ave
materia, pr ocurad enérgicamente que cualesquier libros de perniciosa
lectur a que anden en la diócesis de cada uno de vosotr os, sean desterra -
dos, usando par a ello aun de la solemne prohibición.”
U no esperaría, al menos desde la mentalidad más común en
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nuestros tiempos, una hecatombre, la deserción de la Iglesia de
miles de almas escandalizadas por tamañas pr etensiones. Pero ocu-
rrió todo lo contrario, mostrando que demasiado a menudo si de
algo pecamos no es de audacia y confiamos demasiado poco en la
actuación de la Divina P rovidencia. Lo cierto es que la Pascendifue
bien acogida entre los católicos, pr ovocó pocas posturas de rechazo
y las pocas actitudes rebeldes pro vinieron, como ya se ha señalado
antes, del cler o más infectado de modernismo, que se v eía forzado
a elegir entr e el cumplimiento de las medidas pr omovidas por la
encíclica o la r evuelta explícita.
“ Mir ando a mi alr ededor estoy obligado a admitir que la corrien -
te modernista está destr uida, sus fuerzas está por ahor a agotadas.
Debemos esper ar el tiempo en que, por medio de un tr abajo silencioso
y secr eto, habr emos conseguido tr ansbordar a la causa de la libertad
una más amplia par te de los fieles”(2). Así se lamentaba el jesuita
inglés George Tyrrel (1861-1909) después de la condenación de la
her ejía modernista.
P ero si es indudable que la Pascendiy la ulterior acción de san
Pío X tuvo un efecto sumamente benéfico sobre la vida de la Iglesi\
a,
por desgracia el trabajo silencioso que anunciaba Tyrrell dio sus fr u-
tos. Este trabajo callado va de la mano de una actitud nueva que, ya
lo hemos señalado, rehuye el enfr entamiento directo e incluso pro-
testa verbalmente fidelidad al P apa. Tampoco esta táctica es nueva,
pues ya el jansenismo inauguró la táctica del empecinamiento en,
contra toda lógica, afirmar la pertenencia a la I glesia, argumentan-
do la mala compr ensión del Papa acerca de las doctrinas condena -
das. U na estratagema que el P apa ya preveía, lo que le hace adver-
tir lo siguiente: “E n toda esta exposición de la doctrina de los moder nistas, venera -
bles her manos, pensará por v entura alguno que nos hemos detenido
demasiado; pero er a de todo punto necesario , ya para que ellos no nos
acusar an, como suelen, de ignorar sus cosas; ya par a que sea manifiesto
que, cuando tr atamos del moder nismo, no hablamos de doctrinas vagas
y sin ningún vínculo de unión entre sí, sino como de un cuerpo defini -
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(2) Carta al P. Marcel Hébert, en Alec Vidler,The Moder nist Movement in
Roman Chur ch. Its origins and outcome, Gordon P ress, N ew York, 1976, pág. 78.
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do y compacto, en el cual si se admite una cosa de él, se siguen las demás
por necesaria consecuencia. P or eso hemos procedido de un modo casi
didáctico , sin rehusar algunas v eces los vocablos bárbaros de que usan
los modernistas”. Y más adelante, el propio P apa, señalará la naturaleza de esta-
táctica: “ táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no expone
jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dán -
dolas en cierto modo por fr agmentos y esparcidas acá y allá, lo cual con -
tribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando
en r ealidad éstas son perfectamente fijas y consistentes ”.
Será el propio san Pío X, tr es años más tarde, quien denuncia-
rá en el “ motu proprio ”Sacrorum Antistitum , que los modernistas
se estaban reagrupando en una “liga clandestina ” (clandestinum foe -
dus), advir tiendo además que ellos “ no han abandonado su designio
de perturbar la paz de la I glesia”
F enómeno persistente, pues Pío XI se refiere al mismo hecho
cuando escribe en la Ubi Arcano, de 23 de diciembre de 1922, que:
“ son muchos los que creen o dicen que toman en consider ación las doc-
trinas católicas sobr e la autoridad social, […] las r elaciones entre
I glesia y E stado, […] sobre los derechos de la Santa S ede y las prerroga -
tivas del R omano Pontífice y del Episcopado , sobre los derechos sociales
del mismo J esucristo” pero al mismo tiempo “hablan, escriben y , lo que
es peor , actúan como si no tuvieran que seguir […] las doctrinas y las
pr escripciones solemne e invariablemente citadas e inculcadas en nume -
r osos documentos pontificios, en concreto en León XIII, Pío X y
B enedicto XV”. P ara acabar afirmando que “esta especie de modernis -
mo mor al, jurídico, social no es menos condenable que el moder nismo
dogmático”. Y es que “ obligados a una especie de vida clandestina”, explica
Albert Besnar d, O.P., “los moder nistas continuaron obr ando de modo
secr eto, inspir ando sucesivamente a la may or parte de las contestaciones
r eligiosas que hoy v emos en la Iglesia”. Don Germano P attaro, del
S eminario P atriarcal de Venecia, precisa igualmente que: “ el cambio
de perspectiva se operó dolor osa y trágicamente con el moder nismo fue
r etomado y r epropuesto en la N ouvelle Théologie” , sucesivamente con -
denada en v arios documentos, especialmente en la encíclica Humani
generis ” (3).
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(3) Ge r m a n o Pa t t a ro , Curso de T e o l o g í adel e c u m e n i s m o, Brescia, 1985, p ág.. 3 4 4 .
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Un repaso rápido a algunos err ores del modernismo nos con-
v encerá de la actualidad del modernismo y de su persistencia a un
siglo de su condena. La r eligión considerada como un hecho vital,
una experiencia, y desde esta perspectiv a radicalmente naturalista,
la afirmación de que todas las religiones son igualmente verdaderas.
Los dogmas pr esentados como expresión del sentimiento reli-
gioso y , en consecuencia, mutables, sujetos a evolución. El histori -
cismo y la exégesis crítica de la Sagrada Escritura, sin atender ni al
M agisterio ni a la Tradición, negando así los milagros y principal -
mente el más grande de ellos, la r esurrección de Jesucristo. Todos
ellos son errores típicamente modernistas con los que, por desgra -
cia, nos hemos topado más de una v ez en nuestras vidas.
P ermítaseme, llegados a este punto, hacer una br eve digresión,
que creo sugerente, que conecta el fenómeno modernista y la r evo-
lución gnóstica tal y como la caracteriza Eric Voegelin en su obra
La nueva ciencia de la política. Citando a H ooker, Voegelin recuer-
da que la posición puritana “ podía utilizar la Biblia cuando pasajes
de la misma fuer a de contexto sirvier an para apoyar la causa ” (4). Así,
se presentó como el cristianismo auténtico y originario, el de los
primer os cristianos; a este respecto afirma Voegelin: “ en las primer as
etapas de la r evolución gnóstica ese camuflaje er a necesario, ya que un
mo vimiento abier tamente anticristiano no habría podido tener éxito en
el plano social ” (5). Pues bien, no puedo dejar de advertir que algo
similar ocurre con el modernismo y el uso que hace de un lengua -
je bíblico en cuyos contenidos no cree y que despr ecia profunda-
mente pero que utiliza sin contemplaciones, sabedor de que no
puede mostrarse abiertamente como lo que es realmente. Para acabar , un pequeño comentario a las derivas políticas del
modernismo. Y a vimos cómo éste había alterado la vida y fines de
cier tas asociaciones católicas italianas, estando muy pr esente en la
génesis de una corriente de activismo socio-político izquierdista
que, nacida como componente del “ catolicismo social”, dio vida al
“ catolicismo democrático ” del cual salió el “cato-comunismo” (más
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(4) E ric Voegelin. La nueva ciencia de la política , Katz Editores, B uenos Aires,
2006, pág.168. (5) E ric Voegelin. La nueva ciencia de la política , Katz Editores, B uenos Aires,
2006, pág.169.
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conocidos por estos lares bajo el nombre de “ cristianos para el
socialismo ”). Es lo que podemos denominar la corriente político-
social del modernismo filosófico-religioso . Ya hemos dicho que los
modernistas siempr e tuvieron escasa influencia sobr e la opinión
pública. E l modernismo permaneció como un fenómeno de élites
intelectuales, principalmente clericales (por cierto, cuánta razón
tenía santa Teresita cuando afirmaba la necesidad y urgencia de
re zar por los sacerdotes, por quienes tanto daño se hacía a las almas
sencillas), les faltaba un mo vimiento de masas que permitiese la
difusión masiv a de las nuevas ideas. La ocasión se presentó a fines
de los años 20, cuando el entonces papa Pío XI emprendió la r eor-
ganización de los laicos, dando vida a la moderna A cción Católica,
siguiendo un esquema que fue r eproducido después en todo el
mundo . En la intención del S umo Pontífice, la A cción Católica
debería constituir un v asto movimiento apto para coor dinar el
empeño apostólico de los seglares, bajo la guía de la J erarquía. Pero
casi desde el comienzo existió dentr o de la nueva asociación una
impor tante presencia modernista. En F rancia el desvío fue tan grave
que indujo a sector es enteros de la Acción Católica a adherirse al
socialismo y al comunismo . Cuando, a comienzos de los años 70,
fue fundado en F rancia “Cristianos para el Socialismo ”, cinco gru-
pos de A cción Católica se adhirieron en bloque. El daño infligido a
la I glesia desde entonces es incalculable.
Escribía J uan Pablo II que “no se puede negar que la vida espiri -
tual atr aviesa en muchos cristianos un momento de incertidumbr e que
afecta no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma
r ectitud teologal de la fe. Ésta está a veces desorientada por post\
ur as teo-
lógicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obe -
diencia al magisterio de la I glesia” (6). El modernismo, pues, en pala -
bras del Papa del cambio de milenio, está por desgracia presente en
la vida de muchos cristianos, con las nefastas consecuencias que
siempr e ha acarreado . Confiamos en que el estudio que realizar e-
mos a través de esta R eunión de Amigos de la Ciudad Católica sea
instrumento en manos del Señor para combatir los males que aún
ho y aquejan a su I glesia.
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(6) Tertio M illenio Adveniente, 36.
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