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La devastación modernista y su denuncia profética

LA DEVASTACIÓN MODERNISTA Y SU
DENUNCIA PROFÉTICA
POR
MIGUEL AYUSO
l. ¡Ha existido Pío X?
París, 1933. El ya fumoso abate Brémond ingresa en la
Academia francesa.
Y, entre las cortesías de rigor, proclama solem­
ne: "He·vivido bajo cuatro pontífices: Pío IX, León XIII, Benedicto
XV y Pío XI
.. ." (1). Pero entre León XIII y Benedicto XV, entre
1903 y 1914, reinó Pío X, sin demasiada
tardam.a san Pío X, el últi­
mo papa santo hasta
el día de hoy y desde el de Pío V, el papa del
Concilio de Trento y de Lepanto. Por eso, bajo Pío X (1903-1914)
no habría vivido. O Pío X no habría existido (2).
Es cierto que no en todas partes se ha conocido un tal encono,
Que continuó, ha continuado, y no sólo en Francia, aunque quizá
en ella con particular fuerza,
tras la beatificación y la canonización.
Después del II Concilio Vaticano
no se ha limitado a él, sino que se
ha extendido a toda una época y, en rigor, a toda una concepción
de
la Iglesia: las que llegan hasta el papa que beatificó y canonizó a
Pío X, a saber, Pío XII, otro papa "maldito". Pero Pío XII era
un
papa principesco. Como Pío IX había sido el último papa-rey. Pío
X, en cambio, lo tenía todo a su favor para haber sido una papa
"simpático,,. ¿Por qué, en cambio, vino a resultar innombrable?
(1) Cfr. Jean Madiran, "Réflexions autour de 'La Cité Catholique'", [tinéraires
(Pad,) n• 62 (!962). pág. 52.
(2) Un ejemplo bien ilustrativo de este "espíritu" lo hallamos en R. Rouquette,
"Bilan du modernisme", Études (París) nº 6/1956, págs. 321 y ss.
v,,.b,. núm. 455-456 (2007). 449-469. 449
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MIGUEL AYUSO
Comencemos, para ello, por repasar los trazos más salientes de
su biografía (3).
Segundo hijo, de hecho primogénito, por haber muerto éste a
poco de nacer, de una familia lombardo-véneta, entonces bajo
gobierno habsbúrgico
-pues nace en 1835-, las estrecheces econ6-
micas del hogar de los Sarto constituyen una primera dificultad
para su vocación, que vence gracias a diversas ayudas, entre otras
una beca del Patriarcado de Venecia que un día habrá de ocupar.
Ordenado sacerdote en 1858, pasa
los diez primeros años en
T 6mbolo, como coadjutor
de un párroco enfermo, hasta que en
1867
es nombrado párroco de Salzano, donde ejercerá su ministe­
rio hasta su designación como director espiritual del seminario de
Mantua en 1875, diócesis de la que será obispo en 1884. Casi trein­
ta años de trabajo sencillo, discreto. No dejan de llamar la atención
su bondad, humildad y pobreza. Dedica muchas horas
al confeso­
nario, cuida particularmente el catecismo, celebra con unción la
Santa Misa o se conmueve cuando habla de la Santlsima Virgen.
Pero
es un cura de pueblo. Nada más.
Es verdad que, entre tanto, quitando horas al sueño, ha ido
adquiriendo sólidos conocimientos de Escritura y derecho canóni­
co, amén de filosofía y teología, singularmente a través
de la Summa
del santo de Aquino. De obispo puede decirse que sigue esa misma
senda: se preocupa del seininario, que tan bien conocía; sigue. con
atención paternal a sus sacerdotes; insiste en
la ensefianza del cate­
cismo ... Pero también, hombre de gobierno al cabo, convoca un
Sínodo diocesano, después de dos siglos de no reunirse. Es en 1893
cuando León XIII, que seguía desde hacía tiempo la labor del obis­
po Sarto, y pese a su resistencia,
le crea cardenal y, ahora con la del
gobierno italiano, que retrasa tres meses el exequdtur, le nombra
Patriarca de Venecia. Cuando en 1903 muere León XIII, Austria
veta a Rampolla, que había entrado
"papa' en el cónclave, para salir
cardenal, mientras que Sarta, a su pesar, pues no quería aceptar,
serla alzado al solio de Pedro, como Vicario de Nuestro Señor
Jesucristo.
·
En definitiva, nada de particular. Aunque, ¿qué se espera en
(3) Entre las biografías más conocidas del Papa Sarta pueden mencionarse la del
Cardenal Merry del Val, que fue su· Secretario de Estad.o, Pio X Impresiones y recuerdos,
Madrid, 1951, y la deJer6nimo Dal Gal, San PioX Barcelona, 1954.
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verdad de un sacerdote, párroco, obispo y cardenal? Que rece, con­
fiese, ensefie a los-fieles, oriente a sus sacerdotes. S6lo a quienes les
molesta precisamente eso, y no que sea frívolo o mundano, podían
sentir antipatía por
él. Pero lo que empezaba a ocurrir era eso. Que
el desenvolvimiento de la misión de la Iglesia de Jesucristo, al tiem­
po que seguía sufriendo
el acoso exterior (de quienes la consideran
el enemigo del "progreso" y la "civilización"), comenzaba a afrontar
un cada
vez más difundido veneno interior. Eso es lo que a la pos­
tre iba a determinar que quien hubiera podido ser
el "papa popu­
lar", fuese en cambio a sufrir condena sin remisión no ya como el
"papa antipático", sino incluso el "papa innombrable". Lo antipáti­
co, cuando no lo innombrable era ya el Papado. Por eso, el padre
Ramón Orlandis, de la Compafíía de Jesús, insistía en que la nece­
sidad más urgente de nuestro tiempo
es "sobrenaturalizarlo todo,
incluso
el Romano Pontífice" (4). Lo que, a no mucho tardar, iba a
ser extremadamente difícil. Para los propios católicos tradicionales.
Y
no tanto, desde luego, respecto de Pío X y sus inmediatos suce­
sores.
Como de los que habían de venir más cerca de nuestros días.
Si aplicamos lo anterior a Pío X
se abre con claridad ante nues­
tros ojos
el sentido profético de su pontificado. Y podemos verlo a
través de los discursos del papa Pío XII con ocasión de la beatifica­
ción, en 1951, y canonización,
en 1954, de su predecesor.
2.
Pío X visto por Pío XII.
No son fáciles de sintetizar las consideraciones vertidas en el
discurso "Il Beato Pio X, indita gloria del Pontificato romano" (5).
Pero quizá
no deban ser echadas al olvido, por lo menos, las que
tocan a la Acción católica, a la Eucaristía
y a los "tiempos moder-
" nos.
A) En lo que respecta a la primera, la contempla como un
modo de colmar, "a través de la activa colaboración de los laicos en
el apostolado", el vacío que en torno al sacerdocio había abierto "el
(4) Ramón Orlandis, S. J., "Sobre la actualidad de la fiesta de Cristo Rey",
Crntiandad (Barcelona) nº 39 (1945), págs. 465 y"·
(5) Discorsi e mdiomessaggi di Sua Santitil Pio XII. XIIL Tredicesimo armo di
Pontificato (2 marzo 1951-1 marzo 1952), Tipograffa Poliglotta Vaticana, págs. 127-
136.
La traducción que sigue es nuestra.
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espíritu sectario del siglo": '½. pesar de las adversas circunstancias,
más aún, estimulado por ellas, Pío X cuida, cuando no propicia,
con renovados impulsos,
la formación de un laicado fuerte en la fe,
unido con perfecta disciplina a los. diversos grados de la Jerarquía
eclesiástica. Y cuanto hoy
se admira en Italia y en el mundo, en el
vasto campo de la Acción católica, demuestra cuán providencial ha
sido la obra de nuestro Beato,
que reverbera sobre él una luz que,
durante su vida, quizá fue dado solamente a pocos de presagiar ple­
namente". Pero, en última instancia, la finalidad
no es sino la res­
tauración de una sociedad católica, a la que
se oponía -en sus pala­
bras-otro obstáculo de suma gravedad: "De una parte la división
en
el mismo seno de la sociedad; y de otra la fractura que separaba
la Iglesia del Estado (
... )".
B) Por lo que toca a la segunda, considera que el gran pontífi­
ce
se habría aproximado al mismo espíritu de Jesús: "Si calláramos
sobre este punto habrían de
alzarse los jóvenes de ayer y de hoy para
cantar hosannas a quien supo abatir
las barreras seculares que los
mantenían alejados de su Amigo
en los . tabernáculos. Sólo en un
alma
sabiamente cándida y evangélicamente infantil como la suya
podía hallar eco resuelto
el ardiente suspiro de Jesús: 'Dejad que los
nifios vengan a
Mí'( ... ). Si guardásemos silencio, hablarían los alta­
res del Santísimo Sacramento para testimoniar el generoso floreci­
miento de santidad que por obra de este Pontífice de la Eucaristía
ha venido a tantas almas, para las que
la comunión frecuente y dia­
ria
es desde entonces canon fundamental de perfección cristiana".
C) Pero finalmente,
la gloria de Dios se deja ver, "sobre todo
(
... ) porque en Pío X se revela el arcano de la sabia y benigna
Providencia, que asiste a su Iglesia y
por ella al mundo en toda
época de la historia'': "Por su persona y su obra Dios quiso preparar
a la Iglesia a los nuevos y arduos deberes que los futuros y turbios
tiempos
le reservaban. Preparar a su debido tiempo a una Iglesia
concorde en la doctrina, unid.a en la disciplina, eficaz en sus
Pastores; un laicado generoso,
un pueblo instruido; una juventud
santificada desde los primeros
años; una conciencia cristiana dili­
gente hacia los problemas de la vida social. Si hoy la Iglesia de Dios,
lejos de retroceder frente a
las fuerzas destructivas de los valores
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espirituales, sufre, combate, y por la virtud divina avanza y redime,
se debe en gran parte a la acción sagaz y a la santidad de Pío X. Hoy
parece manifiesto que todo su Pontificado fue sobrenaturalmente
dirigido, según
un diseño de amor y redención, para disponer las
almas a afrontar nuestras mismas luchas y para asegurar nuestras
victorias presentes y futuras".
También. son principalmente tres los argumentos tratados por
Pío XII en el segundo delos discursos, esta vez el de la canoniza­
ción, dedicados a su predecesor (6).
A) Y el primero tiene que ver con la renovación eclesiástica
vocada a
_la restauración {o iristauración) de todas las cosas en
Cristo:
"El programa de su pontificado lo anunció solemnemente
desde la primera encíclica
(E suprem~ del 4 de octubre de 1903), en
la que declaraba que su único propósito era el de instaure omnia in
Christo (Eph. l, 10), o sea, el de recapitular, reconducir todo a la
unid.ad en Cristo. Pefo_, se pfegurital;,a, mira.ndo amOrosamente a. las
almas perdidas y vacilantes de su tiempo, ¿cuál es la vía que abre el
acceso a Jesucristo?
La respuesta, válida ayer, como hoy y por los
siglo~, es: la Iglesia. Por tanto, su primera solicitud, perseguida sin
cesar hasta la muerte, fue el de hacer a la Iglesia siempre más con­
cretamente apta y dispuesta para llevar a los hombres a Jesucristo.
"A este propósito concibió la atrevida empresa de renovar el
cuerpo de las leyes eclesiásticas para dar al· organismo entero de la
Iglesia
un desenvolvimiento más regular y una mayor seguridad y
agilidad de movimiento, según reclamaba
un mundo exterior cada
vez más dinámico y complejo { ... ).
La fuente profunda de la obra
legislativa
de Pío X debe buscarse sobre todo en su santidad perso­
nal, en su persuasión íntima de que la.realidad de Dios, sentida por
él en comunión incesante de vida, es el origen y fundamento de
todo oriten, de roela justicia,. de todo derecho en el mundo. Donde
está R_i,os, ~stán d orden, .la justicia y el derecho; y a la inversa, todo
orden justo tutelado por el derecho manifiesta la presencia de Dios.
Pero, ¿qué institución sobre
la tierra debía evidenciar más eminen­
temente esta fecunda relación entre Dios y
el derecho que la Iglesia,
(6) Disco-rsi e radiommat,gi di Sua ,SantiM Pio XIL XV1. &diasimo anno di
Pontificaro (2 ma= 1954-1 marzo 1955), Tipografía Poliglotta Vaticana, págs. 32-37.
La traducción que sigue es nuestra.
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MIGUEL AYUSO
cuerpo místico de Cristo? Y Dios bendijo generosamente la obra del
santo Pontífice, de modo que
el Código de derecho canónico que­
dará por los siglos como
el gran monumeoto de su pontificado y él
mismo podrá ser considerado como el santo providencial del tiem­
po presente".
B) El segundo toca a la defensa de la unidad de la Iglesia en su
fundamento divino, que
es la fe, contra los errores del modernismo:
"También
se reveló Pío X invicto campeón de la Iglesia y santo pro­
videncial de nuestros tiempos
en la segunda empresa que distinguió
su obra y que con vicisitudes a veces dramáticas revistió
el aspecto
de una lucha emprendida por
un gigante en la defensa de un teso­
ro inestimable:
el de la unidad interior de la Iglesia en defensa de su
fundamento Intimo, la
fe. Ya desde la juventud la Providencia divi­
na había preparado a
su elegido en su familia humilde, edificada
sobre la autoridad, sobre sanas costumbres y sobre la misma
fe
escrupulosamente vivida. Sin duda que cualquier otro Pontífice,
por virtud de la gracia de estado, habría combatido y rechazado los
asaltos tendentes a golpear a la Iglesia en su fundamento. Sin
embargo, ha de reconocerse que
la lucidez y firmeza con las que Pío
X condujo la lucha conrra los errores del
modernismo, atestiguan en
qué grado heroico la virtud de la fe ardía en su corazón de santo
( ... ). Tuvo
la clara conciencia de combatir por la causa más santa de
Dios y
las almas. En él se cumplen al pie de la letra las palabras del
Señor
al apóstol Pedro: 'He rogado por ti, para que tu fe no decai­
ga, y
tú ... confirma a tus hermanos' (Luc. 22, 32). La promesa y el
mandato de Cristo suscitaron una vez más en la roca indefectible de
un Vicario suyo
el temple indómito del atleta. Es justo que la
Iglesia, decretándole en esta hora la gloria
suprema( ... ), cante a Pío
x-su reconocimiento y al mismo tiempo invoque su intercesión
para que se ahorren nuevas luchas de tal género. Porque aquello de
lo que
se trató propiamente entonces, es decir, la conservación de la
unión íntima de la fe y del saber, es un bien tan alto para toda la
humanidad, que también esta segunda gran obra del santo Pontífice
es de una importancia que va mucho más allá del mismo mundo
católico. "Quien, como
el modernismo, separa, oponiéndolas, fe y cien­
cia en su fuente y en su objeto, obra en estos dos campos vitales una
escisión tan deletérea
'que poco es más muerte'. Se ha visto en la
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práctica: el hombre, que en el siglo que corre estaba ya dividido en
lo más íntimo de sí
y, sin embargo, todavía ilusionado con poseer
su unidad
por la apariencia frágil de armonía y felicidad basadas en
un progreso puramente terreno, se ha quebrado bajo el peso de una
realidad bien diferente.
"Pío X, con mirada vigilante, vio aproximarse esta catástrofe
espiritual del mundo moderno, esta amarga decepción, en particu­
lar en los ambientes cultos.
Intuyó que unafe aparente, esto es, que
no se funda en Dios revelador, sino que arraiga en un terreno pura­
mente humano, para muchos se diluiría en el ateísmo. Entrevió
igualmente
el destino fatal de una ciencia que, de modo contrario
a la naturaleza y con limitación voluntaria, se cerraba el paso hacia
la Verdad y el Bien absolutos, dejando así al hombre sin Dios, fren­
te a la oscuridad invencible en que habría de yacer todo ser: posi­
ción de solas angustia o arrogancia.
"El Santo contrapuso a tanto mal la única posible
y verdadera
salvación: la verdad católica, bíblica, de la
fe, aceptada como 'ratio­
nabile obsequium' (Rom. 12, 1) hacia Dios y su revelación.
Coordinando de
modo tal fe y ciencia, aquélla como extensión
sobrenatural y confirmación de la otra,
ésta como camino hacia la
primera, restituyó al cristiano la unidad y la paz del espíritu, que
son premisas imprescriptibles de vida".
"Si hoy muchos, volviéndose de nuevo hacia esta verdad, sus­
pendidos casi
en el vacío y la angustia de su abandono, tienen la
suerte de poderla encontrar poseída firmemente
por la Iglesia,
deben agradecerlo a la amplitud
de miras de la obra de Pío X. Por
haber preservado la verdad de
todo error se ha hecho benemérito,
tanto. para quienes la gozan a plena luz, esto es, los creyentes, como
para quienes la buscan sinceramente. Para los demás, su firmeza
contra el error quizá quede
como piedra de escándalo, cuando en
realidad no
es otra cosa que el supremo servicio de caridad de un
santo, como Jefe de la Iglesia, a toda la humanidad".
C) El tercero y último se centra en el ministerio eucarístico del
Papa santo: "Sacerdote ante todo
en el ministerio eucarístico, he ahí
el retrato más fiel del santo Pío X. Su vida fue servir como sacerdo­
te el misterio de la Eucaristía y cumplir el mandato del Sefior:
'Haced esto en memoria mía' (Luc. 22, 19). ( ... ) Uno de los docu­
mentos más expresivos de su conciencia sacerdotal fue el ardiente
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cuidado por renovar la dignidad del culto, y especialmente por ven­
cer los prejuicios de una cierta praxis, promoviendo resueltamente
la
frecuencia, incluso diaria, de los fieles a la mesa del Seiíor, con­
duciendo a ella sin dudar a

los niiíos, llevándolos casi en sus brazos
para ofrecerlos
al Dios escondido en los altares, de donde vino una
nueva primavera de vida litúrgica para la Esposa de Cristo.
"En la profunda visión que
tenía de la Iglesia como sociedad,
Pío X reconoció a la Eucaristía
el poder de alimentar sustancial­
mente su vida íntima y de elevarla por encima de todas
las demás
asociaciones humanas. Sólo la Eucaristía, en la que Dios
se da ál
hombre, puede fundar una vida social digna de sus miembros,
cimentada en el amor antes que
en la autoridad, rica en obras y diri­
gida
al perfecciona¡niento de los 'miembros, esto es, una vida
'escondida con Cristo en Dios'.
"Ejemplo providencial para el mundo de hoy, en que la socie­
dad terrenal, convertida cada día más en casi
un enigma para ella
misma, -busca con ansia c6mo volver a darse un alma. Qlle ese
mundo mire a la Iglesia reunida en torno a sus altares. Allí, en el
misterio eucarístico, el hombre descubre y reconoce realmente su
pasado, su presente y su porvenir como unidad en Cristo (
cfr. Conc.
Trid. sess. XIII, cap. 2). Consciente de esta solidaridad con Cristo
y con
los propios hermanos, y forralecido por ella, cada miembro
de ambas sociedades, la terrenal y la sobrenatural, podrá recibir del
altar la vida interior de dignidad y valor personal, vida que está a
punto de ser arrollada por la tecnificación y por la organización
excesiva de toda la existencia, del trabajo y hasta del mismo ocio.
Sólo en la Iglesia, parece repetir
el santo Pontífice, y por ella en la
Eucaristía, que es 'vida escondida con Cristo en Dios', -se encuentra
el secreto y la fuente de vida social renovada.
"De aquí sigue la grave responsabilidad de aquellos a quienes,
como ministros del altar, compete
el deber de abrir a las almas la
vena salvífica de la Eucaristía. En verdad que es multiforme la
acción que
un sacerdote puede desarrollar para la salvación del
mundo moderno. Pero, sin duda, una
es la más digna, la más eficaz
y la de mayor duración en sus efectos: hacerse dispensador de
la
Eucarística después de haberse él mismo abundantemente nutrido
( ... ). En la Eucaristía el alma debe fundar sus raíces para que corra
por ella la savia de la vida interior, que no es solamente un bien fun­
damental de los corazones consagrados al Seiíor, sino una necesidad
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de todo cristiano, al que Dios ha asignado una vocación de salva­
ción. Sin vida interior cualquier actividad,
por preciosa que sea, se
envilece en acción casi mecánica y no puede tener la eficacia propia
de una operación vital.
"Eucaristía y vida interior.
He ahí la predicación suprema y más
general que Pío X dirige en esta hora presente a todas las almas
desde
las alturas de la gloria. Como apóstol de la vida interior se
sitúa en la era de la máquina, de la técnica, de la organización como
el santo y la guía para los hombres de hoy".
3. El profetismo auténtico de
un pontificado.
Una de
las cosas que más llama la atención de los juicios trans­
critos de Pío XII, en actos magisteriales de relevancia, cuales cere­
monias
de beatificación y canonización, es la insistencia en el carác­
ter profético de la obra de Pío X. Y, en particular, en lo que concier­
ne a su combate frente al modernismo. Aunque, desde algún
ángu­
lo, toda la acción del santo Pontífice, en su envés, va dirigida con­
tra el modernismo. El haz, está claro, es y sólo puede ser la predica­
ción del Evangelio de Jesucristo y el cuidado de su divina Iglesia y
su desenvolvimiento cual Cristo creciente. Si en ocasiones puede
parecer invertida la
realidad-es porque en nuestra situación menes­
terosa la mirada se posa
en el envés constituido por las acciones en
que históricamente encarna la misión de la Iglesia, tomándolo por
el haz, que queda así en un segundo plano cuando no olvidado. Pío
XII
no podía albergar duda alguna sobre el carácter profético de la
lucha antimodernista emprendida por
el Papa Sarto, pues él mismo
iba a ver los efectos del modernismo, campante en sus días
más aún
que en los de su predecesor. Su propio combate
le valió igualmen­
te
la enemistad del mundo. Piénsese en la condena de la Nouvelle
théologie, evidente reviviscencia de la corriente modernista, severa­
mente atajada -lo hemos de ver a continuación- en Humani generis.
La ensefianza de León XIII, desarrollando de modo magnífico
la vía abierta por Gregorio XVI y Pío IX, no fue escuchada. Pío X
es consciente de la resistencia a la enseñanza de su inmediato pre­
decesor, y he ahí la razón de su decisión de condenar si n el menor
género de dudas y del modo más abierto: "Nuestro Predecesor,
León XIII, de feliz recuerdo, procuró oponerse enérgicamente, de
palabra y de obra, a ese ejército
de grandes errores que, encubierta
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y descubiertamente, nos acomete. Pero los modernistas, como ya
hemos visto,
no se intimidan fácilmente con tales armas y, simulan­
do sumo respeto y humildad, han torcido hacia sus opiniones las
palabras del Pontífice Romano y han aplicado a otros cualesquiera
sus actos, y así
el daño se ha hecho de día en día más poderoso. Por
eso, Venerables Hermanos, hemos resudto sin más demora acudir
a los más eficaces remedios" (?). Sin embargo, hoy sabemos cómo
tampoco esos remedios fueron "eficaces"> pues la enseñanza de Pío
X fue rechazada. Benedicto XV, y sobre todo Pío XI y Pío XII, pro­
longaron ese corpus ingente, de modo cada vez menos "eficaz",
mientras el enemigo se hacía fuerte para emerger con ocasión del II
Concilio Vaticano y su posteridad.
Con rales antecedentes pueden imaginarse los obstáculos alza­
dos a su beatificación y canonización. Pero Pío XII insiste
en la
práctica heroica de
las virtudes por Pío X, y no sólo de las teologa­
les, sino también de las cardinales, y en particular de la reina de
éstas, la prudencia (8).
En este sentido, respondiendo una objeción
que
en algunos estaba presente, decía en el discurso de beatifica­
ción: "¿Es quizá verdad que en
el carácter del beato Pontífice preva­
leció a menudo la fortaleza sobre la prudencia? Tal ha podido ser la
opinión de los adversarios, que
en su mayor parte eran también
enemigos de la Iglesia. Sin embargo, en la medida en que fue com­
partido
por otros, incluso admiradores del celo apostólico de Pío X,
cuando se contempla su solicitud pastoral por la libertad de la
Iglesia, por la pureza de la doctrina, por la defensa del rebaño de
Cristo de peligros inminentes, que
no siempre encontró en algunos
de ellos la comprensión e íntima adhesión que habría debido espe­
rarse de ellos, ha de concluirse que esa apreciación
se ha visto con­
tradicha por los hechos. Ahora que
el más minucioso examen ha
escrutado a fondo todos los actos ·y vicisitudes de su pontificado,
ahora que
se conoce lo que ha seguido de aquellas circunstancias,
no
es posible mantener ninguna duda, ninguna reserva, sino que
debe reconocerse que incluso en los períodos más difíciles, más
ásperos, de más grave responsabilidad, Pío
X, asistido por el gran
espíritu de su fidelísimo Secretario
de Estado, dio prueba de aque-
(7) Pascmdi, nº 45.
(8) Cfr. Santiago Ramírez, O. P., La pn«kncia, Madrid, 1979, y Marce! de Corte,
Dt la prudenct. La plus humaine dts vmus, Jarzé, 1974.
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lla luminosa prudencia, que no tiene defecto en los santos, incluso
cuando en
las aplicaciones choca, dolorosa pero inevitablemente,
con los postulados engafiosos de la prudencia humana y puramen­
te terrena" (9).
En este contexto, la encíclica Pascendi ocupa un lugar impor­
tantísimo. Por eso resulta conveniente en extremo recordarla en su
centenario.
Lo que, bien brevemente, haremos en lo que sigue ·en
tres niveles, el de la falsa concepción de la Iglesia, el de la falsa filo­
solfa y el

de la falsa política. Esto
es, el modernismo teológico, filo­
sófico y sociopolítico o, si se prefiere, las dimensiones teológica,
filosófica y sociopolítica del modernismo.
A) En cuanto a la primera, se destaca una concepción "dialécti­
d' ( de la dialéctica moderna, de matriz hegeliana) de la Iglesia, que
el Papa santo, calificándola de "doctrina perniciosa'', describe así:
"Por lo que ahondando
más en la menee de los modernistas, dire­
mos que la evolución proviene del encuentro opuesto de dos fuer­
zas, de las que una estimula el proceso, mientras que la otra pugna
por la conservación.
La fuerza conservadora reside vigorosa en la
Iglesia, y
se contiene en la tradición. Represéntala la autoridad reli­
giosa, y
eso tanto por derecho, pues es propio de la autorid.ad defen­
der la tradición, como de hecho, puesto que,
al hallarse fuera de las
contingencias de la vid.a, pocos o ningún estímulo siente que la
induzca
al progreso. Al contrario, en las conciencias de los indivi­
duos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que
responde a interiores necesidades y que se oculta y
se agita sobre
todo en
las conciencias de los particulares, especialmente de aque­
llos que están, como dicen, en contacto más particular e.íntimo con
la vida. Observad aquí, Venerables Hermanos, cómo yergue la cabe­
za aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la
Iglesia a los laicos, como elementos de progreso. Ahora bien, de una
especie de mutuo convenio y pacto entre la fuerza conservadora y
la progresista, esto es, entre la autoridad y la conciencia de los par­
ticulares, nacen el progreso y los cambios. Pues
las conciencias pri­
vadas, o
por lo menos algunas de ellas, obran sobre la conciencia
(9) Discorsi e raáiomessaggi di Sua San#ta Pio Xll XIII. Tre.dicesimo anno di
Pon#ficato (2 marzo 1951-1 marzo 1952), cit., pág. 131.
(10)
Pascmdi, nº 26. La traducción citada ·en las páginas siguientes corresponde
a la Colección de Encldicas y Docummtos Pontificios, Madrid, 1962, pág. 957.
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colectiva; ésta, a su vez, sobre las autoridades, obligándolas a pactar
y someterse a lo ya pactado"
(1 O).
Resulta palmario el contraste de estas palabras con la eclesiolo­
gía convertida en dominante y difundida con ocasión del II Concilio
Vaticano. Dialéctica tantas veces presentada bajo muchas caras:
entre el centro que frena y la periferia motriz, entre
la jerarquía y el
laicado, en.tre el derecho y el espíritu, etc.
B) Si pasamos al terreno de la filosofia, el objetivo de los refor­
madores modernistas
no es otro que el de la relegación de la filoso­
fia escolástica: "Quieren que se renueve la Filosofía, principalmen­
te
en los Seminarios: de suerte que, relegada la Escolástica a la his­
toria de
la Filosofia, como uno de tantos sistemas ya envejecidos, se
afiada a los alumnos la filosofia moderna,
la única verdadera y la
única que corresponde a nuestros tiempos. Para renovar la Teología,
quieren
que la llamada racional tenga por fundamento la filosofía
moderna'' (11). La razón de tal proceder, continúa el Papa, no es
otra que la ignorancia: "En verdad que todos los modernistas sin
excepción, quieren ser y
pasar por doctores de la Iglesia, y aunque
con
palabras grandilocuentes subliman la filosofia moderna y des­
precian la Escolástica,
no abrazaron la primera deslumbrados por
sus aparátósoS artificios, sino porque su ·completa ignorancia de la
segunda: les privó del instrumento necesario para suprimir la confu­
sión en las ideas y para refutar los sofismas". De manera que, en
cónsecuencia, "del consorcio de la falsa filosofía con la fe ha nacido
el sistema de elfos [de los modernistas], inficionado por tantos y tan
grandes errores" (12).
No deja de ser admirable la claridad del Papa. No sólo respec­
to
·a la conveniencia de arraigar la teología en una filosofia, como la
Escolástica, que
!;ta sido calificada, sin el menor fideísmo, por .el
col?-tra!io~ pc;,r niotivos racionales, de "filosofía cristiana' (13). Sino
también en la atribución del prnceder opuesto de relegarla en bene­
ficio de
la filosofía moderna, plena de errores, a la ignorancia. E
incluso en la conclusión, implícita, de los bienes que manaban del
(11) Pasc'endi, nº 37.
(12)
Pascmds n• 42.
(13), Cfr. Rafael Gambra, "La filosofla católica en el siglo XX", J,,rbo (Madrid)
n• 83 (1970), págs, 169 y ss.
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LA DEVASTACIÓN MODERNISTA Y SU DENUNCIA PROF.iTICA
consorcio de recta filosofía y fe católica, y explícita, de la gravedad
de intentar el consorcio
de la falsa filosofía con la fe.
No podemos abordar en un texto de la naturaleza del presente,
modesta introducción a
la endclica Pascendi, la cuestión de la rela­
ción entre razón y
fe, filosofía y teología, naturaleza y gracia. La tra­
dición católica siempre ha sostenido que la gracia supone
la natura­
leza, que
la teología precisa de una filosofía, que la fe se asienta
sobre razones. También ha privilegiado la filosofía escolástica y sin­
gularmente el tomismo para fundar la teología (14). Ahora bien, no
es menos cierto que la Iglesia sobrepuja los, sistemas filosóficos,
como toda otra realidad humana.
De modo tal que no sería de des­
cartar ab initio la posibilidad, e incluso, ¿por qué no?, necesidad, de
una nueva fundación de la teología racional sobre la fdosofía
moderna, imitando el ejemplo
de santo Tomás cuando, en el siglo
XIII, hizo lo propio sobre la filosofía entonces
moderna, esto es, la
de Aristóteles. Aparece
ahí toda la temática, ardua, dela incultura-
ción (15). ,
Un principio de respuesta, del todo conforme con el espíritu de
Pío
X, podemos hallarlo en la Humani generis de Pío XII. Que, de
modo comprensivo, comienza reconociendo: "Los
:teólogos y filó­
sofos católicos, que tienen la dificil misión de defender e imprimir
en las almas de los hombres las verdades divinas y humanas, no
deben ignorar ni desatender estas opiniones que, más o menos, se
apartan del recto camino. Aún
·más, es· necesario que las conozcan
bien, ya porque no se pueden curar las enfermedades si antes no son
suficientemente conocidas;
ya porque hasta en las mismas falsas
opiniones se oculta a veces un_ poco de verdad; fa, por último, por­
que los mismos errores estimulan la mente a investigar y ponderar
con mayor diligencia algunas verdades filosóficas o teológicas" (16).
Pero otra cosa
es la fundación de la teología sobre la filosofia
moderna: "También es evidente que la Iglesia no puede ligarse a
ningún efímero sistema filosófico; pero las nociones y los términos
que los doctores católicos, con general aprobación, han ido reu­
niendo
durante varios siglos para llegar a obtener algún conoci-
(14) Francisco Canals. Unulad según slntesis, Barcelona, 2005.
(15).
He abordado alguna de sus caras en_mi "Transmisión, inculturación, tr:wi­
ci6n", ¼rbo (Madrid) nº 453-454 (2007), págs. 265 y ss,
(16) Hunutni generis, nº 5. La traducción citada corresponde a la Colección de
Encfclicas y Documentos Pontificios, cit., pág. 1124.
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MIGUEL AYUSO
miento del dogma, no se ,fundan, sin duda, en cimientos tan delez­
nables. Se fundan, realmente, en principios y nociones deducidos
del verdadero conocimiento de las cosas creadas; deducción realiza­
da a la luz de la verdad revelada que, por medio de la Iglesia, ilumi­
naba, como una estrella, la mente humana. Por esto, no es de admi­
rar que algunas de estas nociones hayan sido no sólo empleadas,
sino también aprobadas por los Concilios ecuménicos, de tal suer­
te que no es lícito apartarse de ellas. Por todas estas razones, pues,
es de suma prudencia el abandonar o rechazar o privar de su valor
tantas y tan importantes nociones que los hombres de ingenio y
santidad no comunes, bajo
la vigilancia del sagrado Magisterio y
con la luz y guía del Esp(ritu Santo, han concebido, expresado y
perfeccionado
--con trabajo de siglos- para expresar las verdades de
la Fe, cada
vez con mayor exactitud, y sustituirlas con nociones
hipotéticas· o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía,
que, como
las hierbas del campo, hoy existen y mafiana caerían
secas. Aún más; ello convertiría
al mismo dogma en una cafia agi­
tada
por el viento. Además de que el desprecio de los términos y
nociones que suelen emplear los.teólogos escolásticos, conduce for­
zosamente a debilitar la teología llamada especulativa, la cual, según
ellos, carece de verdadera certeza, en cuanto que se funda en razo­
nes teológicas" ( 17).
Por eso
es preciso extremar la cautela: "La verdad y sus expre­
siones filosóficas
no pueden estar sujetas a cambios continuos, prin­
cipalmente cuando
se trata de los principios que la mente humana
conoce
por sí misma, o de aquellos juicios que se apoyan tanto en
la sabiduría de los siglos como
en el consentimiento y fundamento
aun de la misma revelación divina. Ninguna verdad que la mente
humana hubiese descubierto mediante una sincera investigación,
puede estar en contradicción con otra verdad ya alcanzada, porque
Dios, la suma Verdad,
creó y rige la humana inteligencia, no para
que
un día opong;¡ nuevas verdades a las ya realmente adquiridas,
sino para que, apartados los errores que tal vez
se hubieran introdu­
cido, vaya aiiadiendo verdades a verdades de
un modo tan ordena­
do y orgánico como
el que aparece en la constitución misma de la
naturaleza de las cosas, de donde se extrae la verdad. Por ello, el cris­
tiano, tanto como filósofo como teólogo, no abraza apresurada y lige-
(17) Huma.ni generis, nº 1 O y 11.
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LA DEVASTACIÓN MODERNISTA Y SU DENUNCIA PROFÉTICA
ramente las novedades que se ofrecen todos los días, sino que ha de
examinarlas con la máxima diligencia y ha de someterlas a justo
examen, no
sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa,
ciertamente con grave peligro y daño para la misma
Fe. Es muy
deplorable que hoy algunos desprecien una filosofía que la Iglesia
ha aceptado y aprobado, y que imprudentemente
la apellidan anti­
cuada'' (18).
C) Llegamos finalmente al ámbito de la política. Para el que
disponemos de un documento propio,
la carta Notre charge aposto­
lique, de 1910, condenatorio de Le Sillon, de Marc Sangnier, mode­
lo de modernismo político y social.
O, bien mirado, de más de uno,
pues también debe ser colacionada en este terreno, por lo menos,
la
encíclica Vehementer Nos, contraria a la ley francesa de separación
entre la Iglesia y
el Estado, de 1905, ejemplo de esa /,aicité que hoy
vemos transformarse ante nuestros ojos y respecto de la que vemos
también mudar el juicio de la jerarquía eclesiástica (19).
En la primera, a partir de
una cita de León XIII, comienza pre­
cisando
el ámbito de lo que podríamos denominar democracia:
"Los que han de gobernar
las repúblicas pueden, en algunos casos,
ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud: a ello no
se
opone ni contradice la doctrina católica. Con cuya elección se
designa ciertamente el príncipe, mas no se confieren los derechos
del principado, no
se da el mando, sino que se establece quién lo ha
de ejercer" (20). A continuación, distingue con claridad
el ámbito
de acción de la Iglesia de la promoción de la democracia: "El adve­
nimiento de la democracia universal no significa nada para
la
acción de la Iglesia en el mundo ( ... )". Para denunciar finalmente el
riesgo de su confusión: "Hay un error y un peligro en enfeudar, por
principio, el catolicismo a una forma de gobierno; error y peligro
(18) Humanigeneris, nº 24y26.
(19) La carta de S.S. Juan Pablo 11 a los obispos franceses en el centenario de la
ley de 1905, no ha podido ser más desafortunada, habiendo utilizado incluso por vez
primera la palabra "separación" con sentido positivo, en lugar de la clásica "distinción".
Hoy en Francia se comiem.a a hablar de nouvelle laici"tl, con significado distinto del que
en otros contextos lingüísticos pueda usarse. CTr. Jean Mad.iran, La laiciti dans l'Église,
Versalles, 2005.
(20) Diuturnum illud, nº 6. La traducción citada corresponde a a la Colecci6n de
Encfclicas y Documentos Pontificios, cit., pág. 20.
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MIGUEL AYUSO
que son tanto más grandes cuando se identifica la religión con un
género de democracia cuyas doctrinas son erróneas" {21).
En estas palabras, aparentemente sencillas en su brevedad, se
encierran tres grandes tesis. La primera es la distinción entre la elec­
ción como mecanismo de concreción del gobernante
de la elección
como fundamento del poder, esto
es, podríamos decir, de la demo­
cracia como forma de gobierno de la democracia como fundamen­
to del gobierno.
Lo que se produce en línea de continuidad con lo
afirmado por Pío IX, en el Syllabus, y--como acabamos de ver-por
León XIII en
Diutumum illud (22). La segunda tiene que ver con
la tesis católica del origen divino del poder, ahora matizada no en
el sentido de la traslación, al modo de la segunda Escolástica, sino
en el de la designación, característica del neotomismo.
Lo que se
explica, entre otras razones, por el cambio del enemigo combatido,
antes la doctrina
-de cufio protestante-- del derecho divino de los
reyes, ahora la liberal de la soberanía nacional o popular (23).
La tercera, finalmente, discierne
el ámbito de la Iglesia de la
promoción de la democracia, máxime cuando
se trata de una
democracia errónea
{la que pretende ser el fundamento del poder).
En este punto, tras el pontificado de León XIII, caracterizado en
estas materias por la continuidad estricta, más aún por Ia·profundi­
zación, tanto de la doctrina firmemente antiliberal de su predece­
sor, Pío IX, pero también por algunos gestos tácticos tendentes a
cambiar el signo de los
poderes políticos con las fuerzas sociales cris­
tianas, Pío X, sin cejar un ápice en el primero de los órdenes,
va a
((21) Notrt chargt apostolique, nº 31. La traducción citada es la publicada en la
revista Virbo (Madrid) n• 34-35 (1965), págs. 271 y ss.
(22) Siempre se repitió un texto, en realidad (creo) una paráfrasis de Pfo IX:
"Sufragio universal, menñra universal". En realidad el texto de Maxima quúkm
(Alocución de 9 de junio de 1862), luego incorporado al Syllahus como proposición
condenada número LX es d de que "(aquellos a que se refiere, que son los liberales)
con impudicia dan a encender que la autoridad viene constituida por el número y de la
suma de las fuerzas materiales, (de modo) que el derecho consiste en el hecho material".
En el Sylla.hus figura así: "La autorid_ad no es Qtra cosa que la suma del número y de las
fuerzas materiales". No es poco, pues la mayor o menor conveniencia del sufragio como
procedimiento no es argumento propio dd magisterio poncifició sino de la filosofla de
la política. Pero la afirmación de que la autoridad política venga constituida por el
número, eso es otra cosa.
(23) Eugenio Vegas explicó tan sintética como daralllente el cambio de una tesis
a la otra, que vivió en sus días, en su artículo "Origen y fundamento del poder", Verbo
(M,¡ddd) nº 85-86 (1970), págs. 405 y ss.
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LA DEVASTACIÓN MODERNISTA Y SU DENUNCIA PROFATICA
tratar de rectificar lo que el "tribunal de la praxis" había evidencia­
do de inadecuado en
el segundo (24). Así, el ralliement de los cató­
licos a la República, en Francia, pero también en Bélgica e incluso
en Espaiía, impulsados por León XIII, con los resultados
desastro­
sos conocidos, iba a ser modulado con cuidado (25), y para ser sin­
ceros tampoco con total acierto,
por Pío X. Quien no insistirá tanto
en la "adhesión", buscada por León XIII,
de los católicos a las ins­
tituciones "modernas", pues crecía con cierta ingenuidad que acep-­
tados en el debate político como otros contendientes cualesquiera
debería cesar la persecución contra la Iglesia, sino más bien esperan­
do de la mayoría sociológica la reconducción política, una suerte de
utilización de la "democracia" contra el "liberalismo".
Con todo no puede negarse el valor de Pío X al enfrentar, tam­
bién en
el ámbito político, los combates sin cuartel que venían
sucediéndose por
los partidarios del orden cristiano contra los
secuaces del liberalismo católico y la democracia cristiana. En este
sentido y más allá de
los asuntos ya apuntados, tales como la acti­
tud ante la "laicidad" francesa, no pueden echarse al olvido otros
como su actitud ante Maurras o su defensa del tradicionalismo polí­
tico. Ambos bien significativos, no sólo doctdnal, sino también
estratégicamente.
En cuanto al primero, el papa santo no quiso
nunca condenar al escritor francés, como una suerte de compensa-
(24) Debemos a Andrés Gambra, "J.,os católicos y la democracia. Génesis histó­
rica de la democracia cristiana", en el volumen de W. AA., Los catrJÜcos y /,a acción pol{­
tica, Madrid, 1982, págs. 113 y ss., una extensa reconstrucción de naturaleza histórica.
Una problematizaci6n conceptual, por su parte, podemos encontrar en Claude Barthe,
Trouvem-t-ll encore la foi sur la terre?, París, 1996.
· {25) Tanto es así que, si se me permite una ilustración espafiola, los tradiciona­
listas, tras haber rezado por la "conversión del Papa" en tiempos de León XIII, en los de
Pío X llegaron a plantear crudamente que sin el apoyo papal no podían continuar su
lucha a favor de la tesis de la unidad católica. He ahí el origen de las "Normas para los
católicos espafioles", que el cardenal Metry del Val, secretario de Estado, envió al arzo­
bispo de Toledo, cardenal Aguirre, y que éste divulgó el 3 de mayo de 1911, cuya pri­
mera dice: "Debe mantenerse como principio cierto que en Espafia se puede siempre
sostener, como de hecho sostienen muchos nobilísimamente, la tesis católica y con ello
el restablecimiento de la unidad religiosa. Es deber, además, de todo católico el comba­
tir todos los errores reprobados por la Santa Sede, especialmente lo~ comprendidos en
el Syllabus, y las libertades de perdici6n, proclamadas por el derecho nueyo o liberalis­
mo, cuya aplicación al gobierno de Espafia es ocasión de tantos males. -Esta acción de
reconquista religiosa debe efectuarse dentro de los límites de la, legalidad, utili-zando
todas las armas lícitas que aquélla ponga en manos de los ciudad.arios espafioles". Cfr.
Rafuel Gambra, Tradición o mimmsmo, Madrid, 1976, págs. 267-268.
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MIGUEL A-YUSO
ción de la censura de Le Si/Ion, tal y como se lo presentaban y suge­
rían tantos. Luego Pío XI no tendría la prudencia y la visión de su
predecesor y con su intervención provocaría la destrucción del cato­
licismo político en Francia durante decenios (26). En cuanto al tra­
dicionalismo, Pío X mantuvo siempre cordiales relaciones con
el
legitimismo carlista, desde cuando era Patriarca de Venecia, ciudad
en la que residía
el Rey Carlos VII (27). Y dejó en la ya citada Notre
charge apostolique una frase digna de la piedra: "Los verdaderos ami­
gos del pueblo no son revolucionarios ni innovadores, sino tradi­
cionalistas" (28). Lecciones todas de realismo político. Como
la
que, frente a la frase corriente e infundada de que "cada pueblo
tiene los gobernantes que se merece", alzar la contraria de que "los
pueblos son lo que quieren sus gobernantes" (29).
4. Después de la Pascendi ...
Como la ensefianza de León XIII no fue ensefiada, el magiste­
rio y
el gobierno proféticos de Pío X, lejos de ser aceptados, fueron
rechazados, ora abiertamente, ora de modo subrepticio. Pero recha­
zados. El modernismo, lejos de ser atajado, fue subiendo como la
marea. Y con
sus formas proteicas fue invadiendo todo el cuerpo de
la Iglesia hasta el momento de aparecer campante con ocasión del
11 Concilio Vaticano. San Pío X vio tan clara la situación, que en el
motu proprio Sacrorum A:ntítistum, de 1 de septiembre de 1910,
consideró preciso imponer un juramento antimodernista a los can­
didatos
al· sacerdocio. En ese texto, tan significativo, realiza la
siguiente consideración: "Nos parece que a ningún Obispo se le
oculta que esa clase de hombres, los modernistas, cuya personalidad
fue descrita en
la encíclica Pascendi dominici gregis, no han dejado
de maquinar para perturbar la paz de la Iglesia. Tampoco han cesa-
(26) La literatura sobre la Acción Francesa es oceánica. A prop6sito de la discuti­
da &ase de Pío X sobre Maurras ("C' est un beau défenseur de la foi") puede verse una
aguda reflexión de Jean Madiran, "Quand des auteurs catholiques méconnaissent
l'Action Franc;aise", Présent (París), 13 de junio de 2007. Véase la biografía de Yves
Chiron, Vie de Maurras, París, 1991.
(27) Francisco Melgar,
¼inte años co'1. Don Carlos, Madrid, 1940.
(28) Notre cha,ge apostolú¡u,, nº 44.
(29) Cfr. Eugenio Vegas La.tapie, "Importancia de la política", ¼rbo (Madrid)
n° 53-54 (1967), págs. 249 y ss. Cita Vegas un texto, que no he encontrado, del Papa
santo, de 18 de noviembre de 1907, alocución conmemorativa de la conversión y bau­
tismo de Oodoveo.
Cfr. mi libro La política. oficio del alma, Buenos Aires, 2007.
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LA DEVASTACIÓN MODERNISTA Y SU DENUNCIA PROFliTICA
do de atraerse adeptos, formando un grupo clandestino; sirviéndo­
se de ello inyectan en las venas de la sociedad cristiana el virus de
su doctrina, a base de editar libros y publicar artículos anónimos o
con nombres supuestos. Al releer nuestra carta citada y considerar­
la atentamente, se ve con claridad que esta deliberada astucia es
obra de esos hombres que en ella describíamos, enemigos tanto
más temibles cuanto que están más cercanos; abusan
de su ministe­
rio para ofrecer su alimento envenenado y sorprender a los incau­
tos, dando una falsa doctrina en la que se encierra el compendio de
todos los errores".
Y al acercarse a la conclusión el Papa no puede dejar de traslu­
cir la angustia: "Hemos creído conveniente prescribir y recordar
todo esto, mandando que
,se observe religiosamente. Nos vemos
movidos a ello por la gravedad del mal que aumenta
día a día, y al
que hay que salir al paso con toda energía. Ya no tenemos que ver­
nos, como en un primer momento, con adversarios disfrazados de
ovejas, sino con enemigos abiertos y descarados, dentro mismo de
casa, que, puestos de acuerdo
con los principales adversarios de la
Iglesia, tienen
el propósito de destruir la fe. Se trata de hombres
cuya arrogancia
frente a la sabiduría del cielo se renueva todos los
días, y
se adjudican el derecho de rectificarla, como si se estuviese
corrompiendo; quieren renovarla, como si la vejez la hubiese con­
sumido; darle nuevo impulso y adaptarla a los gustos del mundo, al
progreso, a los caprichos, como si se opusiese no a la ligereza de
unos pocos sino al bien de la sociedad".
Así hasta el fin de sus días. Por ejemplo, en su alocución a los
nuevos cardenales, de 25 de mayo de 1914, último discurso pro­
nunciado en público, y que
se ha considerado por momentos
adquiere un tono testamentario, insiste: "Estamos, ay, en unos
tiempos en que se acogen y adoptan con gran facilidad ciertas ideas
de conciliación de la
Fe con el espíritu moderno, ideas que condu­
cen mucho más lejos de lo que
se piensa, no sólo a la debiliración,
sino a la pérdida total de la
Fe. Ya no causa asombro oír a personas
que
se deleitan con palabras muy vagas de aspiraciones modernas,
de fuerza del progreso y de la civilización, que afirman la existencia
de una conciencia seglar, de una conciencia política, opuesta a la
conciencia de la Iglesia, contra la que se sostienen el derecho y el
deber de reaccionar para corregirla y enderezarla. No es sorprenden­
te encontrar personas que expresan dudas e incertidumbres sobre
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MIGUEL AYUSO
las verdades, e incluso que afirman obstinadamente errores mani­
fiestos, cien veces condenados, y que a pesac de eso se persuaden de
no haberse alejado jamás de la Iglesia, porque a veces han seguido
las prácticas cristianas. ¡Oh!, cuántos navegantes, cuántos capitanes,
por poner su confianza en novedades profanas
y en la ciencia
embustera del tiempo, en lugar de acribar a puerto han naufragado
(
... ) Entre tantos peligros, en toda ocasi6n no he dejado de hacer
oír mi voz para llamar a los extraviados, pata señalar los daños y tra­
zac a los cat6licos la ruta a seguir. Pero mi palabra no ha sido siem­
pre
por todos bien oída ni bien interpretada por clara y precisa que
haya sido" (30).
He ahí el verdadero profetismo de san Pío X. Frente al que
hemos visto alzarse después uno
fulso, fundado en fulsas perspecti­
vas, fulsas expectativas, fulsas esperanzas. Caracterizado por tres sig­
nos, de los que consigna la Escritura:
la maldad de los frutos de su
aparente profecía, la frustración de sus anuncios y promesas y su
empeño en empujac a los fieles a someterse a los hombres que les
dominan en aquello en que éstos se enfrentan a Dios y les impiden
obedecer a Dios (31).
Los dos primeros operan de consuno y, así,
hemos visto c6mo se dejaba de lado lo que daba fruto, mientras que
lo "nuevo" que
se adoptaba ha sido y es estéril. El signo del falso
profetismo reside aquí en el endurecimiento que impide advertir
c6mo lo "antiguo", que es lo "tradicional'', y por lo mismo "peren­
ne", podría cornac a ser fecundo en el presente y para el futuro.
Tenaz reconocimiento a aceptac las cosas como son
y que tratándo­
se de las cosas de Dios puede ser un pecado muy grave (32). En
(30) Cfr. Jean Madiran, "RéflexiortS autour de 'La Cité Catholique"', loe. cit,
(31) Cfr. Frartcisco Canals, "Signos de falso profutismo", E/Alcázar (Madrid), 6
de febrero de 1987
(32) He
pensado en ello con frecuencia, sea en relación con la vanguardia moder­
nista más consciente, como en lo que roca a las estructur.is más moderadas aunque no
por ello menos modernistizadas. La primera, pongamos por caso la Compafífa de Jesús
a partir de los afios sesenta, podría ser quizá absuelta en los primeros compases de su
svolta. Al fin y al cabo fue siempre "fronteriza", como quería-su fundador una suerte de
"caballería ligera". Y es posible, pese a la capacidad nunca discutida de sus miembros,
al menos en aquella época, coO:cebir el diseño erróneo o las decisiones equivocadas. De
nuevo,
por ejemplo, la' "teología de la liberación", antiburguesa, antimoderna en algu­
na de sus bases y pulsiones, pero moderna por la claudicación ante el marxismo. Ahora
bien, la continuidad en el error, pese a la evidencia de los frutos de destruccióri, para la
propia Compafiía, en peligro acelerado de extinción. En las estructuras más moderadas,
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LA DEVASTACIÓN MODERNISTA Y SU DENUNCIA PROFÉTICA
cuanto al tercero de los signos, podemos acercarnos al capítulo 13
del Apocalipsis, donde comparecen dos bestias, una que
sale del
mar y otra que surge de la tierra,
en las que se ha solido ver, de un
lado,
el símbolo del Anticristo, que representa las fuerzas políticas
o la potencia estatal contra Dios y contra Cristo y
su Iglesia, y de
otro los falsos profetas (ya que "tenía dos cuernos semejantes a los
del cordero y hablaba como
el dragón") cuya tarea es llevar a los
hombres a adorar la bestia primera, esto es, a_considerar "divina" la
fuerza política y estatal enemiga de Dios y de Cristo (33).
El modo de actuar
de la Providencia siempre nos sorprende.
Hoy nos encontramos con que la pobreza
de espíritu reside preci­
samente en
el tradicionalismo. Ser pobre, hoy, es ser antimodernis­
ta y tradicionalista. Confiemos, pues, en
las promesas del Señor, y
que por su misericordia lleguemos a heredar
el Reino de los Cielos.
por su parte, en un primer momento se justifican desde un ángulo puramente defensi­
vo,
"conservador" de lo que merece seer conservado, pero a la larga son las que contri­
buyen a
instalar la Iglesia en el mundo moderno, instalación en unos momentos más
confortables
1
ue en otros, pero inscalación al cabo. Pero dejemos aquí las· cosas.
(33) Es a-incerpreta.ClÓn del padre José María Bover, S. J., y del profesor Francisco
Cantera,
Sagrada Biblia, Madrid, 1961, pág. 1488. Puede verse también el texto de
Francisco Canals, Reflexión teológica sobre la situación
cqntemporánea", (Madrid)
nº 371-372 (1999), págs. 127 y SS.
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