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La familia educadora

LA FAMILIA EDUCADORA
POR
JAVIERBARRAYCOA
1. In t r o d u c c i ó n
La creciente proliferación en los últimos decenios de estudios,
i n ves tigaciones, teorías y políticas públicas familiares son un claro
síntoma de la crisis de la familia. A ello se añade una insistente
redefinición de la misma que ha desnaturalizado la institución
familiar para trasformarla en una multiplicidad de “modelos fami-
l i a re s ”. El “ va c i a m i e n t o ” de la institución familiar y de sus funcio-
nes primigenias como la educación ha sido lento y ha generado
múltiples disfunciones sociales. Estamos acostumbrados a estu-
dios y apologías de la familia que frecuentemente caen en la can-
d i d e z y no atisban el problema real al que está sometida la
institución familiar. Los peligros a los que está sometida la fami-
lia se camuflan de “ideales famili are s” que no se corresponden con
la realidad. O bien se ha creado una vana esperanza en que la r e s-
titución de la institución depende de las ayudas del Estado y la
aplicación de “políticas famil iare s”. De ahí que muchos bieninten-
cionados católicos esperan que la familia será más fuerte con las
ayudas económicas del Estado, si éste subvenciona más las escuelas
p r i v adas o p ro p o rciona expertos en cuestiones médicas, pedagógi-
cas o psicológicas. Craso err o r, pues todas estas aparentes ayudas
sólo hacen que debilitar a la familia. In t e n t a remos exponer a con-
tinuación algunas claves para entender el debilitamiento de la
familia y las aparentes soluciones que se han buscado en la moder-
nidad, para incidir en el actual problema educativo.
Verbo, núm. 475-476 (2009), 397-416. 397
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2. La familia como extraño objeto de estudio y sujeto de laacción política
Fruto de los estudios etnográficos, diversas disciplinas, como
la antropología o la sociología, han contribuido a presentarnos las
más variadas formas de familia. Desde hace cincuenta años, en el
ámbito académico, se tiene como ve rdad inmutable que lo que
denominamos f a m i l i ac o r responde esencialmente a múltiples y
variadas estructuras funcionales. Estas estructuras, per se, no ten-
drían un denominador común y pertenecerían al ámbito de la c u l-
t u r ay no de la naturaleza humana. No obstante, el pr o p i o
L é v i - S trauss, padre de la antropología moderna, aún manifestaba
su asombro al comprobar que “la familia conyugal y monógama
es muy fr e c u e n t e” (1). Incluso, reconoce el antropólogo, buena
p a rte de las formas poligámicas no son más que monogamias
e n c u b i e r tas ya que “en muchos casos sucede que las familias polí-
gamas no son más que una combinación de varias familias monó-
gamas en las que una misma persona desempeña el papel de va r i o s
c ó n y u g e s ” (2). Esta “ u n i versalidad empírica” de la familia mono-
gámica ha sido obviada por la antropología y, antes bien, se ha
insistido en la diversidad de formas externas para negar la familia
en cuanto que institución universal y correspondiente a la natura-
l eza humana. Recientemente, el Cardenal M a rc Ouellet, en la Confe re n c i a
inaugural del VI En c u e n t ro Mundial de la Familia, afirmaba en
relación a la familia que “la crisis que atraviesa la humanidad
actual se re vela siendo de orden antropológica y no solamente de
o r den moral o espiritual” (3). El Primado de Canadá se refería a
“la influencia de corrientes de pensamiento que rechazan los mis-
mos fundamentos de la institución familiar”. La enorme influen-
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(1) Claude Lévi-Strauss, “La familia ”, en Polémica sobr e el origen y universalidad de
la familia, Anagrama, B arcelona, 1991, 6.ª edic., pág. 16.
(2) Ibid., pág. 13.
(3) Cf. M arc Ouellet, P.S., Ar zobispo de Québec y P rimado de Canadá, La fami-
lia, la educador a de los valores humanos y cristianos que hay que descubrir y que r edescu -
brir, Conferencia inaugural del Congreso Teológico pastoral del VI Encuentro Mundial
de la F amilia, Ciudad de México, 14 de ener o de 2009.
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cia de la etnografía, su re i n t e r p retación funcionalista y estr u c t u r a-
lista y sus derivaciones post-estructuralistas, han permitido el desa-
r rollo de las ideologías del género y, finalmente, la propuesta de
los “ n u e v os modelos famili are s”. Esta nueva perspectiva, como
luego desarr o l l a remos, ha centrado el análisis de la estr u c t u r a
f a m i l i a r , en la dimensión subjetivista que la justifica y ha despla-
zado una de sus funciones fundamentales: la educación. Las escuelas antropológicas modernas, se fundamentan esen-
cialmente en la proclamación de la emancipación de la cultura
s o b re la n aturaleza (estructuralismo), en la emancipación del indi-
viduo sobre la cultura (post-estructuralismo) y, en definitiva, la
emancipación del individuo sobre la naturaleza (constr u c t i v i s-
mo). Hoy ha triunfado, sin lugar a dudas, la doctrina de que
muchos modelos familiares son posibles y dependen de una mera
decisión individual condicionada por un estado de autosatisfac-
ción, especialmente afectiva. Se percibe, desde esta perspecti va ,
que la familia simplemente es una estructura funcional que debe
adaptarse a las exigencias de la autosatisfacción o autor re a l i z a c i ó n
y para ello no debe existir un límite ni natural ni legal.
Propiamente, el objeto de estudio de estas disciplinas deja de ser
la f a m i l i a , para centrarse tendenciosamente en los “ n u e vos mode-
los famil iare s” (4). Estos devaneos intelectuales no tendrían ape-
nas consecuencias si no fuera porque el poder político ha
estimulado y apoyado estas doctrinas, confiriendo legalmente
“ c a rta de naturale z a” a estos “ m o d e l o s ” .
Procede en este punto realizar una reflexión. La generación y
potenciación de una “ideología familiar” por parte del poder polí-
tico no deja de ser sospechoso. Los procesos r e volucionarios de
finales del siglo XIX y principios del XX abogaban por la supre-
sión de la familia. Bujarin, por ejemplo, definía la familia como
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(4) R especto a los “ nuevos modelos familiares ” cabrían numerosas reflexiones que
desvelarían la ideologización del concepto . En primer lugar, decir que los nuevos mode -
los familiares simplemente se reducen a dos: por un lado la “instituc\
ionalización ” de las
r elaciones homosexuales –la homoparentalidad– y , por otro, las familias monopar enta-
les, esto es, con un solo cónyuge. Estas últimas están asociadas muy frecuentemente a
situaciones de pobr eza y marginalidad. Cf . La Caixa, Colección de Estudios S ociales,
V ol. 20, Monopar entalidad e infancia . En este extenso estudio se desvela la correlación
entre monopar entalidad y pobr eza.
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“esa formidable fort a l eza de todas las depravaciones del antiguo
r é g i m e n ” que había que asaltar y destr u i r. De hecho el Código civil
ruso de 1918, eliminando todo soporte legal a la familia, intenta-
ba batir esa for t a l eza. Hoy, los poderes re volucionarios institucio-
nalizados, léase democracias, se nos presentan como entusiastas
d e f e n s o r es de “los modelos famil iare s”. Michel Foucault nos
puede ayudar a entender este extraño comportamiento del poder
p o l í t i c o . En su Historia de la sexualidad, critica la re p resión sexual
burguesa que se iniciaría, a su entender, a partir del siglo XVII en
E u ropa. El autor quiere desvelarnos cómo, durante tres siglos, el
poder político ha hecho del sexo un campo de batalla para impo-
ner su propia lógica dominadora. La originalidad de Foucault es
p r esuponer que las formas de r e p resión no consistieron en la pro-
hibición, sino en la generación de un d i s c u r s os o b re la sexualidad.
Así, el sexo fue arrebatado del ámbito moral, para constituirse en
p a rte del discurso público. El Estado se constituyó en una “P o l i c í a
del sexo” y su política re p resentaba “no el rigor de una p ro h i b i-
ción sino la necesidad de reglamentar el sexo mediante discursos
útiles y públicos” (5). Las tesis foucaultianas causaron furor en su momento y fue-
ron enarboladas como bandera de liberación sexual en los años 70
del siglo XX. Aunque pocos de sus seguidores se han percatado de
la actualidad y vigencia de su tesis al desvelar que respecto a las
múltiples actitudes sexuales “la mecánica del poder que persigue a
toda esta disparidad no pretende suprimirla sino dándole u na re a-
lidad analítica, visible y permanente, (…) la convierte en princi-
pio de clasificación ” (6). Por eso, el poder democrático no “libera ”
sexualmente, sino que se dedica a reglamentar los compor t a m i e n-
tos sexuales. Respecto a la familia, hoy el poder político democrá-
tico actúa exactamente igual a como lo denunciaba F o u c a u l t
referido al sexo. Las democracias han generado una ideología de
la clasificación de modelos familiares y de discursos de género que
se integran en los discursos del poder. Con otras palabras, se ha
p rod ucido una “ s o c i o l o g i z a c i ó n ” de la familia como un ins tru m e n-
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(5) Michel F oucault, Historia de la sexualidad , Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, Vol.
I, La voluntad de saber, pág. 34.
(6) Ibid., pág. 57.
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to de debilitación de la misma. Dominando el “d i s c u r s o” sobre la
familia, el poder puede aspirar a asumir buena parte de las funciones
de la familia y, entre ellas, la educación. Así se consagra aquella defi-
nición del Estado que Jenkin Lloyd Jones proponía: “El Estado no es
sino la paternidad coordinada de la infancia ” .
Cada vez más, las clásicas funciones ordinarias que acometían
los padres, son desarrolladas por los expertos que tratan de expli-
car a los padres qué es la familia y cómo deben ejercer su paterni-
dad educadora. Esta s o c i o l o g i z a c i ó nno hubiera sido posible si no
se hubiera visto acompañada, a los largo del siglo XX, de una p s i c o -
l o g i z a c i ó n de la vida familiar. La lógica actual del poder consiste,
e n t re otras estrategias (7), en generar aspiraciones y culpabiliza-
ciones. Propuestas por el poder político una serie de aspiraciones
vitales imposibles de acometer, se genera en los individuos una
f r ustración y culpabilización por no poder alcanzarlas. En t o n c e s
es cuando el poder se presenta como el único garante de esas aspi-
raciones. Es en esta estrategia del poder en la que debe enm arc a r-
se los acontecimientos que estamos viviendo actualment e re s p e c t o
a la familia: la subjetivación de las relaciones, la apropiación del
Estado del derecho a la educación o la defensa ideológica y legal
de los “ n u e vos modelos familiar e s ” .
3. Psicologización de la familia y culpabilización de los p adre s
Durante mucho tiempo filósofos y sociólogos, no pr e c i s a m e n t e
c re yen tes, identificaron la familia monogámica con la moderni-
dad. P e n s a d o res como Du rkheim, Hegel, incluso Engels, explica-
ron la familia monogámica como fruto de un proceso social
e v o l u t i vo que quedaba prácticamente culminado en la moderni-
dad. De ahí que defendieran el carácter “ s u p e r i o r” de la familia
monogámica sobre otras formas familiares. Ninguno de estos
a u t o res modernos, apenas pudieron percibir futuras e vo l u c i o n e s
conceptuales (8). Sin embargo, en la posmodernidad, se han g e n e-
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(7) Para un análisis de las lógicas de la política posmoderna, cf . Zygmunt Bauman,
E n busca de la política, FCE, México, 2001.
(8) D urkheim supone que la familia monogámica es fruto de una evolución\
y que
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rado nuevos discursos que han desplazado estos “dogmas moder-
n o s”. En intentos más o menos frustrados de prolongar las tesis
e vo l u t i v as de Hegel, muchos autores actuales han querido teorizar
s o b r e la “ n u e vas evo l u c i o n e s ” de la familia. A modo de ejemplo,
el sociólogo Ignacio Sotelo, simplifica esta evolución en los
siguientes términos: “En la Antigüedad, la familia perdió su
dimensión política; en la modernidad, la económica; ahora sólo
c o n s e r va la afectiva”. De tal forma, que “reducida a un conglome-
rado de vínculos afectivos, la familia ha dejado de constituir la
base económica de nuestra existencia, sin que p ro p o rcione tampo-
co el estatus social que nos identifica. Que se exprese en senti-
mientos y afectos f avo rece que se despliegue una enorme va r i e d a d
de tipos” (9). La psicologización del matrimonio, y en definitiva
de la familia, sería una consecuencia de la aparición de, en pala-
bras de Anthony Giddens, el “amor confluente”. Bajo esta nueva
dimensión posmoderna del “ a m o r” –que superaría al “ a m o r
ro m á n t i c o ” (10)–, las relaciones quedarían dominadas por los
i m p e r a t i v os de la satisfacción y autocomplacencia, reflexividad y
pacto, pero sobre todo de los imperativos de emancipación y feli-
cidad. Por ello, el amor c o n f l u e n t ees, en boca del autor: “Un amor
contingente, activo y por consiguiente, choca con las exp re s i o n e s
de p a ra siempre, sólo y único (…). La sociedad de las separaciones y
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implica y grado de perfección superior a otras formas de organización familiar. H e g e l
reivindica la familia como una institución que se adecúa perfectamente al Estado
a b s o l u t o . Friedrich Engels, en El origen de la familia, la propiedad pr ivada y el Es t a d o,
parafraseando a Morgan, asiente en la superioridad de la familia monogámica, aun-
que presiente que podrán producirse transformaciones, pero que no se pueden pre-
ver: “Habiéndose mejorado la familia monogámica desde los comienzos de la
civilización, y de una manera muy notable en los tiempos modernos, lícito es, por lo
menos, suponerla capaz de seguir perfeccionándose hasta que se llegue a la igualdad
e n t re los dos sexos. Si en un porvenir lejano, la familia monogámica no llegase a satis-
facer las exigencias de la sociedad, es imposible predecir de qué naturaleza sería la que
le sucedie se” .
(9) Ignacio Sotelo, El super mercado de los modelos familiar es, en El P aís 18 de
diciembr e de 2007.
(10) Giddens, como muchos autores, atribuye al “ amor romántico” un carácter
r evolucionario, pues abre una dimensión que aleja las relaciones interpersonales de las
clásicas funciones de la vida familiar, como son el sustento económico, la reproducción
o la educación.
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los divo r c i o sde hoy aparece como un efecto de la emergencia del
amor confluente más que como una causa” (11). Esta psicologización de las relaciones entre esposos o hijos ha
generado múltiples consecuencias que han desvirtuado la función
de la familia. Por un lado, se ha intensificado la subjetivación de
las relaciones. Este hecho implica que las relaciones ya no están
condicionadas por dimensiones morales y de responsabilidad o
c o m p r omiso legal, sino por mera afectividad. Lo que algunos ideó-
logos señalaban que iba ha consolidar las uniones, pues centradas
en la afectividad se v o l verían más “ a u t é n t i c a s”, ha provocado exac-
tamente lo contrario. Hoy las uniones, legitimadas por mera afec-
tividad, son tan inestables como los propios afectos que las
sustentan. La fragilidad actual de las relaciones matrimoniales
p rovo can alteraciones fáciles de p re ve r. La cada vez mayor deses-
t r ucturación familiar acorta el tiempo de cada uno de los cónyuges
para la educación de los hijos. Este “tiempo para la educación ” ,
b re ve de por sí y re p a rtido, debe intensificarlo por separado cada
uno de los cónyuges. Los padres buscan en esos “tiempos acor t a-
d o s ” una “densidad de vive n c i a s” de la que carecen el resto del
tiempo vital centrado en la profesión. De ahí que, en estos casos,
la “ e d u c a c i ó n ” se ha transformado en una “ d e d i c a c i ó n”, esto es, en
un volcarse desordenado sobre los propios hijos. La aparición de
la familia-puzzle –familias que se componen, descomponen y
recomponen– consagra el absurdo de familias construidas sobre la
afectividad y la p re c a r i e d a d .
Por otro lado, estamos sufriendo lo que llamaríamos la imposi-
ción cultural (o política) de una “relación feliz”, o más genéricamen-
te de una “dictadura de la felicidad” (12). Ante la imposibilidad re a l
de esa felicidad absoluta, son las propias relaciones las que naufragan
al no conseguirse. Esta dictadura posmoderna de la felicidad, arran-
ca políticamente con la aparición del Estado de B i e n e s t a r. Ma rc u s e
había previsto esta relación entre el Estado de bienestar y la modu-
lación de una aspiración a la felicidad: “La conciencia feliz –o sea la
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(11) Anthony Giddens, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y ero -
tismo en las sociedades modernas, Cátedra, Madrid, 2000, pág. 63. (12) Cf . Javier Barray coa, De la felicidad imposible a la felicidad light, VIII
Congreso de S ociología del futuro, Bar celona, 2008.
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c reencia de que lo real es racional y el sistema establecido pr o d u-
ce los bienes– refleja un nuevo conformismo que se pr e s e n t a
como una faceta de la racionalidad tecnológica y se traduce en
una forma de conducta social” (13). El juicio contundente de
Gu s t a v o Bueno coincide en señalar que la “felicidad es una de las
ideologías más poderos as de nuestro tiempo”. P e ro esta “f e l i c i d a d” es
esencialmente una imposición ideológica y por ello falsa. Er i c h
Fromm, en El miedo a la lib ert a d, propone también que: “Se r í a
p e l i g roso no percatarse de la infelicidad profundamente arr a i g a d a
que se oculta detrás de la cober t u ra del bienestar”. O, con otras pala-
bras, sorprende que en la medida que avanza el Estado de
B i e n e s t a r , aumenta el malestar social.
La aspiración a una felicidad absoluta garantizada por el
Estado, sólo puede derivar en una frustración constante y una
p r ecariedad relacional por no conseguirla. Este fenómeno, antes
que socavar la legitimidad del Estado, la re f u e rza; ya que siempre
se acabará buscando en el Estado el garante legal de nuevas aspi-
raciones relacionales y de felicidad. De ahí que la crisis de la fami-
lia, frente a lo que muchos suponían, no socava el Estado sino que
lo re f u e r za. También, paradójicamente, frente a los que anuncia-
ban la desaparición de la familia en una sociedad moderna, la
familia se ha autoerigido en el centro de todas las aspiraciones y
valoraciones. Cada vez más se busca en ella, no como un bien en
sí misma, sino como el último refugio del bienestar p ro f e t i z a d o
por el Estado. De ahí que seamos testigos de una “ s u b l i m a c i ó n”
de la familia. Ello explica cómo aquellos que, como los homose-
xuales, hacían de su condición sexual una alternativa a la vida
f a m i l i a r , ahora se obstinen en adquirir el estatus familiar (con la
ayuda legal del Estado). La sublimación posmoderna de la familia viene acompañada
de una sublimación de los hijos que acabará impidiendo el p ro c e-
so educativo. La lógica del industrialismo y el post-industrialis-
mo, con la casi plena integración de la mujer en el mundo laboral,
ha reducido las horas de relación con los hijos, que deben de com-
pensarse con escasos momentos de hiperafectividad compatibles
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(13) H e r b e rt M a rcuse, El hombre unidimensional, Ariel, B a rcelona, 1994, pág. 114.
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con los procesos educativos, incluyendo las correcciones y casti-
gos. Además la experiencia práctica y cotidiana de los padres se ha
ido perd i e n d o . De ahí que, apunta Christopher Lasch, se p ro d u z-
ca en nuestros tiempos: “La proliferación del asesoramiento médi-
co y psiquiátrico (que) debilita la confianza de los padres por su
f r a c a s o. Mientras tanto, el hecho de que la educación y el cuidado
médico no se lleven a cabo en el hogar priva a los padres de la expe-
riencia práctica (…) En su ignorancia e incer t i d u m b re, los pad re s
duplican su dependencia de los profesionales, quienes los confun-
den con una superabundancia de consejos contradictorios” (14).
Este fenómeno queda agravado a causa de que la sociedad del
bienestar ha generado una “ t e r a p i a c r a c i a”, esto es, el imperativo
de estar siempre bien y en caso contrario entregarse a cualquier
tipo de terapia para conseguir una felicidad imposible. La educación, entregada una parte importante a los exper-
tos, queda reducida para los padres a una gestión de la afectivi-
dad y el ocio, a la elección de un colegio (del que luego se
d e s p r eocupan) o a la gestión de los periodos vacacionales. Las
c o r recciones quedan relegadas a un segundo plano, pues pueden
poner en peligro el bienestar de los escasos momentos de ocio; o
bien las correcciones se transforman en castigos despr o p o rc i o n a-
dos (15). No podemos olvidar, y luego incidiremos en ello, que
las correcciones son fundamentales para crear hábitos que per-
mitan posteriormente engendrar virtudes. Esta alteración de la
educación familiar y la imposición de un “bienestar familiar”
(entendida como una pacificación a toda costa), provoca efectos
no deseados, que han detectado, entre otros, Richard S e n n e t :
“Los hechos indican que las familias en que los conflictos son
sofocados o suprimidos acaban por tener tasas mucho más altas
de desórdenes emocionales profundos que las familias en que los
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(14) Christopher Lasch, Refugio en un mundo despiadado . Reflexión sobr e la fami-
lia contemporánea, Gedisa, B arcelona, 1996, pág. 244.
(15) Según S anto Tomás: “La patria potestad tiene sólo poder para amonestar pero
no tiene fuerza coactiv a por la cual sean forzados los rebeldes y contumaces ” (S. th.,I-
II, q. 105, a. 4, ad. 5.). U na parte importante del problema educativo actual, es que los
padres han per dido el sentido de los castigos y correcciones y su ponderación. En b\
uena
parte, es el resultado del escaso tiempo dedicado a la educación, fr uto de la actual
estructura socioeconómica.
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conflictos y las hostilidades son directa y abiertamente expre s a-
d o s ” (16).
Este espíritu de “familia feliz” provoca que las relaciones de
filiación quedan deformadas, provocando un proceso de culpabi-
lización de los padres al considerarse malos educadores. G i l l e s
L i p o vetsky señala que: “La era posmoralista (…) amplía el espíri-
tu de responsabilidad hacia los hijos. Por eso los re p roches hacia
los padres no dejan de multiplicarse: son culpables de no seguir lo
bastante de cerca los estudios de sus hijos, de no participar en las
asociaciones de padres de alumnos, de preferir el sacrosanto fin de
semana a los ritmos escolares armoniosos. La lista que enuncia las
faltas de los padres es larga: se descargan de su responsabilidad en
los enseñantes, dejan que los hijos se embr u t ezcan delante de la
televisión, ya no saben hacerse re s p e t a r. A medida que el niño
triunfa, las fallas de la educación familiar son más sistemática-
mente señaladas y denunciadas. Ya no hay niños malos. Sólo
malos padr e s” (17). El Estado moderno ha inoculado poco a poco
este sentimiento de culpabilización en los padres que impide el
p roc eso educativo ya que, desorientados, p re f i e ren entregarse en
manos de psicólogos y pedagogos.
4. Re p rodu cción, socialización y educación
Los albores de la aparición de la pedagogía, en cuanto que dis-
ciplina moderna, nos sumergen en una contradicción. Con la apa-
rición de la pedagogía, desaparecerá, o se minimizará, el educador.
Basta observar el papel del educador que propone Rousseau en su
E m i l i o donde su función consiste precisamente en no educar (18).
Otra versión de la pedagogía moderna consiste precisamente en
otorgar al educador un papel meramente funcional para con el sis-
tema social. D u rkheim, por ejemplo, al definir el proceso de
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(16) Richard S ennet, Vida urbana e identidad interpersonal, P enínsula, Barcelona,
2001, pág. 112.
(17) Gilles Lipovetsky ,El cr epúsculo del deber , Anagrama, Barcelona, 1994, pág.
165. (18) “Maestro, pocas argumentaciones ”, proclama Rousseau en su Emilio.
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socialización, destaca el sentido meramente re p roductor de lo
social: “Toda educación consiste en un esfuerzo continuo para
imponer al niño los modos de ver , sentir y obrar que él no hubiera
adquirido espontáneamente. Desde los primeros años de su vida
le obligamos a comer, beber y dormir a horas re g u l a res; le obliga-
mos a ser limpio, a la obediencia, al silencio; más tarde le coaccio-
namos para que aprenda a tener en cuenta a los demás, a re s p e t a r
las costumbres y conveniencias, le obligamos a trabajar, etc.
Aunque con el tiempo deja de sentirse esa coacción, es ella la que
da poco a poco nacimiento a costumbres, a tendencias internas
que la hacen inútil, pero que no la reemplazan porque se der iva n
de ellas (...). Esta presión de todos los instantes que sufre el niño
es la presión misma del medio social que tiende a formarle a su
imagen y semejanza, siendo los padres y los maestros nada más
que sus r e p resentantes e intermediarios” (19).
El funcionalismo de Parsons, por su lado, se centra en atribuir
a la familia un papel fundamental para mantener el control y el
o rden social: “La idea subyacente a la teoría de Parsons es la afir-
mación de que la institución de la familia constituye un p re r re-
quisito indispensable para la estabilidad social. Como agente
fundamental de la socialización de los niños, la familia es esencial
para esa internalización del control social de la que depende en
última instancia la estabilidad de toda la sociedad. Es más, como
elemento principal de la vida emocional de los adultos, la familia
c o n s t i t u y e un agente de control social externo de la mayor impor-
tancia y un escape vital para las tensiones de los adultos que de
o t r o modo, se liberarían en la vida pública” (20). Desde teorías
más “individualizantes”, como el interaccionismo simbólico de
George H. Mead, también se identifica la educación con el pro-
ceso de socialización, cuya función queda reducida a transformar
el “yo individual” en un “yo soci al” .
Esta doble y dialéctica dimensión de la pedagogía moderna,
consistente en ignorar al educador o conv e rtirlo en un agente esen-
cial de la re p roducción social, queda sintetizada en la posmoder-
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(19) E milio Dur kheim, Las reglas del método sociológico, Orbis, Bar celona, 1986,
pág. 41. (20) George Ritz er,Teoría sociológica contemporánea , 1993, pág. 363.
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nidad que ha generado una “educación re b e l d e”. Esto es, el
Estado ha institucionalizado como proyecto educativo, la “ d e -
c o n s t ru c c i ó n ” de la cultura. Esta “ re volución desde arriba”, re a l i-
zada desde las propias instituciones educativas, nos llevan al
a b s u r do actual. Tradicionalmente, ha interpretado la sociología
m a rxis ta, el Estado buscaba en la educación una re p roducción de
la ideología dominante. Así, tanto padres como educadores, eran
s e r v i d o res del Estado y afianzando su autoridad, re f o rzaban la del
E s t a d o . Pe ro, hoy, es el poder político el que decide dinamitar los
principios que lo sustentan arrebatando toda autoridad a padres y
e d u c a d o r es.
Inger Enkvist ha iniciado un meritorio revisionismo de los
principios educativos que están constituyendo la nueva enseñan-
za. Las nuevas teorías pedagógicas, provenientes de la izqu ierd a
ideológica, tendrán los siguientes efectos: “Cuando permitimos a
los alumnos elegir lo que van a estudiar, y si quieren estudiar, es
d e c i r , también elegir el disminuir la cantidad de lo que ap re n d e n ,
en realidad creamos un nuevo proletariado de jóvenes que han
sido distraídos pero que no saben nada y no tienen base alguna
para el desarrollo posterior (…). Así, los animamos a una forma
de vida no r e f l e x i va, dispersa y consumista; en resumen, a que se
dejen distraer. Los invitamos a la pereza intelectual y sentimental,
no a la libertad. Estos jóvenes (…) son fáciles de manipular (…)
desacostumbrados al estudio y a la lectura no tienen mucho que
o f r ecer en un contexto multicultural, puesto que no conocen su
p rop ia cultura” (21).
El absurdo se completa al comprobar que las tesis pedagógicas
de la izquierda anticapitalista, cuando se aplican lo único que
c rean son individuos consumistas: “Cuando los padres o los do-
centes dirigen, pero no corrigen en armonía con sus convicciones,
ello implica un debilitamiento de la formación, puesto que los
sentimientos de los niños y los alumnos no están tan in vo l u c r a d o s
en la actividad y no maduran en relación con el aprendizaje (…)
Los jóvenes no se acostumbran a reflexionar sobre sus r e a c c i o n e s
y a refinar sus expresiones. Cuando la mente de los jóvenes no está
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––––––––––––
(21) Inger E nkvist, La educación en peligro, U nisón, Madrid, 2000, pág. 64.
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influida o solicitada por los padres y por los docentes, los jóve n e s
se dirigen a un mundo que sí los solicita, que es el comercial. Las
v i vencias se canalizan comercialmente, la expresión de la persona-
lidad se da a través de artículos comprados, música, películas,
moda y cosméticos, y estos mecanismos de mercado dan un sen-
timiento de identidad. El joven aprende a ver la identidad como
una identidad de consumo” (22). La ironía no deja de ser curiosa. Los intelectuales de izquier-
das acusaron al funcionalismo de Parsons de ser una teoría defen-
sora del capitalismo. P e ro las tesis de la pedagogía r e vo l u c i o n a r i a ,
aplicada a la educación, lo único que han engendrado son consu-
m i d o r es compulsivos en busca de una identidad que ni sus pad re s
ni la escuela saben conferir. Un contrapeso a esta situación se ha
querido buscar en una “educación en va l o re s”. Se ha generado un
discurso de los va l o res que ha inundado la política, la escuela y
ha llegado hasta los padres. Así, los padres se afanan en buscar
“v a l o re s ” que ofrecer a sus hijos. Estos “ va l o re s” se reducen esen-
cialmente al discurso político dominante y se concentran en: eco-
logía, tolerancia y solidaridad (23). P e ro como señala Ba u m a n :
“La multiplicidad de va l o res en sí misma no garantiza que los
individuos morales crezcan y madu re n” (24). Tanto padres como
e d u c a d o r es, han olvidado la importancia de educar en los hábi-
tos y las virtudes morales. Sin estos hábitos per f e c t i vos la educa-
ción es imposible, por mucho que se haya desarrollado una
“ideología de los va l o re s”. Como apunta M e rcedes Palet, la figu-
ra del padre se torna especialmente importante en el proceso de
la educación en hábitos y la configuración de la identidad: “La
c e r t e za del padre constituye todo el fundamento sobre el cual se
e s t r uctura la identidad personal del hijo y a partir del cual el hijo
podrá recoger los va l o res y principios en la construcción de sus
relaciones con los demás” (25). De ahí que se pueda afirmar que
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–––––––––––– (22) Ibid., pág. 68.
(23) P ara una análisis de estos “ valores” en cuanto que parte del discurso del poder
político, cf . Javier B arraycoa, El poder , en la moder nidad y la posmodernidad , Scire,
Barcelona, 2001.
(24) Z ygmunt Bauman, op.cit.,pág. 158.
(25) M ercedes P alet, La educación de las virtudes en la familia , Scire, Barcelona,
2007, pág. 130.
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la crisis de la educación refleja, en el fondo, una crisis de la figu-
ra paterna.
5. Principio de realidad y principio de placer: el narcisismo y elhundimiento de la pa tern i d a d
Se puede afirmar que en el orden social, el reto de este siglo
será el nihilismo. P e ro en el orden psicológico, será el n arc i s i s m o.
El narcisismo, generalizando las tesis freudianas , se produce cuan-
do “el sujeto se concibe a sí mismo como ideal”. Con otras pala-
bras, cuando él mismo se toma como modelo r e f e rencial y ese
ideal coincide con la instantánea satisfacción del “principio de
p l a c e r ”. Para Freud, lo que evita el narcisismo es el encuentro con
el “principio de r e a l i d a d” y será la figura paterna quien mejor
encarna este principio. El padre es quien arranca al niño de un
mundo ideal donde él es el centro. De ahí que la relación entre el
niño y el padre deviene en consecuencias fundam entales.
M e rcedes Palet, proponiendo una novedosa visión de la psicolo-
gía, desde la perspectiva tomista, insiste en este papel fundamen-
tal de la figura paterna: “El padre, en su función de modelo y
límite de la realidad, al ser ejemplo vivo y cotidiano para el hijo
de la alteridad, introduce en la vida del hijo aquellos elementos
que éste necesita para su diálogo y acción per f e c t i vos con el exte-
r i o r ” (26).
Mitigada o simplemente desaparecida la figura paterna se pro-
duciría la patología narcisista. Las consecuencias del n arc i s i s m o
son evidentes y, entre otras, podemos destacar: a) El delirio de la omnipotencia. Al no encontrar en su acción
límites impuestos por la autoridad paterna el niño se llega a con-
cebir como todopode ro s o. Las implicaciones en la p roye c c i ó n
social son evidentes y van desde la dificultad por asumir normas
sociales hasta la creencia de que el bien moral queda definido por
la simple capacidad de acción (“es bueno aquello que se puede
h a c e r ”). En el orden psicológico podemos señalar que algunas for-
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––––––––––––
(26) Ibid., pág. 132.
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mas de “hiperactividad” –una de las nuevas patologías infantiles–
están relacionadas con el narc i s i s m o.
b) La desvirtuación de la relación con la alteridad. El nar c i s i s-
mo impide que se forjen adecuadamente las relaciones sociales.
Desde su origen éstas quedan viciadas al configurarse un “ e g o c e n-
t r i s m o ” que impide que crezca el deseo de entrega y donación.
Ello no quita que un narcisista pueda ser padre, pero su paterni-
dad queda igualmente desvirtuada. Es el caso de los padres que no
tienen hijos como un acto de donación y amor, sino como un
m e ro medio de “ a u t o r re a l i z a c i ó n”. De ahí que los padres nar c i s i s-
tas se resistan a aceptar que los hijos son “ s e res personales” para
ser educados en la libertad, sino que se convierten en padr e s
absorbentes que buscan crear en sus hijos una réplica de sí mis-
mos. El narcisismo conlleva una deformación en la percepción de
las relaciones interpersonales que acabará debilitándolas, por eso
las relaciones de amistad o afectivas no pueden ser duraderas.
c) La autoeroticidad. Toda forma de narcisismo desemboca en
una alteración de la sexualidad y de la atracción. Cuando uno
mismo se convierte en el centro del placer deseado, uno mismo
puede co nve rtirse en el fin y el medio o instrumento del placer.
Estos proc eso s de id ent ific a c ión ent re e l f in y el me dio c on-
l l e v a n d e s ó r denes sexuales que irían desde la masturbación hasta
la homosexualidad. De ahí que para Freud, el homosexual pre s e n-
tara siempre una personalidad nar c i s i s t a .
En la época en la que Freud describía el narcisismo en cuanto
que patología, la ausencia de la figura paterna competía a casos
p a r t i c u l a r es. Sin embargo, hoy en día, podemos hablar de una
desaparición “institucionalizada” de la figura paterna. Las cons-
tantes campañas y discursos políticos s e s e n t a yo c h i s t a shan “c u l p a-
b i l i z a d o ” a la figura paterna, convirtiendo todo intento de eje rc e r
la autoridad como sospechoso y tiránico. Baste, a modo de ejem-
plo, comprobar como Bourdieu describe la presencia cultural de
lo masulino: “La exaltación de los va l o res masculinos tiene su
t e n e b r osa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita
la feminidad” (27). La retirada voluntaria de padres acomplejados
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(27) Pierr e Bourdieu, La dominación masculina , Anagrama, Barcelona, pág. 69.
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en el proceso de educativo se verá culminada con la apro p i a c i ó n
del Estado de sus funciones. P e ro esta apropiación adquirirá tin-
tes especiales en la sociedad posmoderna. Ma rcuse, r e i n t e r p r etando a Freud, planteaba también el conflicto
e n t r e el principio de placer y el principio de realidad. Para M a rc u s e ,
el principio de la realidad, el P a d re, habría sido sustituido en primer
lugar por el Estado y, posteriormente, por una abstracta administra-
ción, la tecnología y la economía. Esta situación se aproxima mucho
más a la actual. El Estado se transforma en la figura del P a d re a
través de la educación, pero un padre que no sólo suple las
funciones paternas sino que la sub v i e rte. Esta es la diferencia entre
la educación totalitaria del comunismo y la totalitaria de la demo-
cracia. En el comunismo el “ p a d re” era sustituido por el Estado, para
e j e rcer éste el principio de autoridad. De ahí que, paradójicamente,
una de las funciones que buscaba el Estado-educador comunista era
el orden social. En las democracias, por el contrario, el Estado suple
a los padres para anular el principio de autoridad. Podríamos decir,
recurriendo a una extraña alegoría, que en la democracia el Estado
se convierte en el “ p a d re ausente”. En ella el Estado ocupa un rol que
nadie pude suplir, pero que él mismo nunca ejercerá. Es significativo, y poco meditado, cómo desde el poder públi-
co, se retira la autoridad a los maestros y a los padr es, simplemente
para no ejercer ningún tipo de autoridad. Los principios educati-
vos y los docentes han sido sustituidos por una r e g l a m e n t a c i ó n
b u rocrática que impide el ejercicio de la autoridad. Para colmo,
los “ e x p e r t o s ” tal y como los psicólogos y los pedagogos tienen
más peso en la escuelas públicas que los padres o los pr o p i o s
docentes. Por eso las democracias, a través de su sistema educati-
vo generan desorden social: a nivel sexual, afectivo, relacional o,
simplemente, legal.
6. A u t o r idad y “ m a m i s m o ”
Es innegable que estamos ante una crisis de la paternidad. La
ideología de género actualmente imperante ha consistido esencial-
mente en una exaltación de lo femenino en detrimento de lo mas-
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c u l i n o. La crisis del rol paterno, las acusaciones del autoritarismo,
la ingente labor mediática de culpabilización del varón, pare c í a n
dejar una puerta abierta a redefinir el papel del hombre en la
familia. Durante décadas, los discursos políticos y las campañas
institucionales, invitaban al hombre a encontrar ese papel, y su
felicidad, en el compartimiento de las tareas domésticas; en la
“fantástica ave n t u r a” de descubrir la ternura y los afectos; en
abandonar el rol de autoridad para suplirlo por el de “ a m i s t a d”
filial. Este, podríamos denominar, nuevo varón posmoderno, se
ha ido convirtiendo en una ridícula sombra de lo femenino y ha
generado una nueva y extraña competencia con la mujer. Así lo
describe Lipovetsky: “N u m e rosas mujeres toleran mal el hecho
que el hecho de que su cónyuge se ocupe d e m a s i a d ode la casa y
de los hijos: en los años ochenta, del 60 al 80% de las americanas
no deseaban una mayor participación por parte de los pad re s .
Otras encuestas r e velan que en el seno de los hogares modernos,
en los que los hombres se implican en la tareas domésticas, las
fricciones conyugales persisten, al igual que la insatisfacción de las
m a d r es. Elisabeth Badinter subraya, con toda razón, que hay que
i n t e r p r etar este fenómeno como una reacción frente al re t ro c e s o
de una posición preeminente, una resistencia a perder el poder
materno, que muchas mujeres no desean compar t i r” (28).
Autodisuelta la figura paterna, el hombre no puede encontrar
o t r o rol, sino meros sucedáneos que ni siquiera puede compar t i r
con la mujer. Por eso, con la desaparición de la figura paterna su
espacio social queda inundado de lo femenino. En palabras de
Christopher Lasch, estamos ante la aparición del “ m a m i s m o”, esto
es, de la feminización de la vida familiar, con unas consecuencias
g r a ves sobre el proceso educativo. Freud nos desvela nu eva m e n t e
las claves para entender la situación actual de esta crisis. Por un
lado, como ya vimos, el vienés identifica el padre con el “ p r i n c i p i o
de re a l i d a d”, y ve en esa figura la función de castigar para evitar el
“principio de placer”. Por tanto, la figura del padre –siempre que
e j e rza la autoridad– será una figura castigadora y autoritaria (29).
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––––––––––––
(28) Gilles Lipo vetsky,La tercera mujer, Anagrama, Bar celona, 1999, pág. 236.
(29) C uriosamente, según santo Tomás –y nos lo r ecuerda Mer cedes Palet–, la
función del padre no es castigar sino “ obrar”, Cf. M ercedes P alet, op.cit., pág. 130.
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Por otro lado, Freud nos advierte –y en esto está más acert a-
do– que si bien la figura del padre puede evitar el narcisismo, el
p rop io padre puede quedar envuelto en el narcisismo al identifi-
carse con el niño. Si el padre se proyecta en el hijo y ve en él un
ideal al que imitar, el padre se verá abocado al infantilismo. Esta
sería una de las múltiples versiones del nar c i s i s m o. De hecho, este
es un fenómeno que hoy podemos constatar. Si bien la educación
consiste en arrancar, poco a poco y con amor, al niño de su
mundo infantil para llevarlo a la vida adulta; ahora, parece que los
p a d r es entienden la educación como un sumergirse –y quedar
atrapados– en el mundo infantil, o al menos adolescente. Una dialéctica que se establece entre la madre y el padre, tra-
dicionalmente se podía entender así: la madre desea que su hijo
no crezca y ve con dolor como sus hijos se hacen grandes. El
p a d r e, por el contrario, se encuentra más extrañado en el mundo
infantil y está deseando que sus hijos crezcan y entren en el
mundo de adultos. Esta tensión dialéctica puede ser superada
armoniosamente en un proceso educativo conjunto. Sin embargo,
en el contexto posmoderno que nos movemos, la figura paterna se
ha visto arrastrada a una feminización que a él mismo lo deja
i n f a n t i l i z a d o. No es extraño escuchar hoy en día a muchas muje-
res que se r e f i e ren a su marido como “un niño más”. Christopher
Lasch enuncia alguna disfunción más del “ m a m i s m o” que expli-
caría la actual expansión de la homosexualidad: “Un joven criado
por una madre exc e s i vamente solícita y un padre profesional pre-
ocupado en lograr el éxito puede con ve rtirse en homosexual o
d e s a r rollar un agudo temor a la homosexualidad, que trata de
mitigar mediante la firmeza compulsiva” (30).
Este efecto del “ m a m i s m o”, en cuanto que intensificación
d e s o r denada del mundo de la afectividad centrado en lo femeni-
no, queda agravado con el nuevo planteamiento de las escuelas.
Inger Enkvist señala que “la escuela no es una madre”, aunque
cada vez se parece más a lo maternal. Por eso “ahora se niega el
papel del docente como alguien que ejerce la dirección sobre el
g r upo de niños y que les enseña a los niños buenas costumbres y
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(30) Christopher Lasch, Refugio en un mundo despiadado , Reflexión sobr e la fami-
lia contemporánea , Gedisa, Barcelona, 1996, pág. 208.
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conocimientos básicos. Todo esto se considera negativo (…) se ve
(en cambio) al docente como a una persona más del ambiente
f a m i l i a r, y se aspira a que el ambiente escolar no se interp re t e
como formal e impersonal” (31). La paulatina desaparición de los
aspectos formales e impersonales de las escuelas impiden una
c o r r ecta maduración psíquica de los educandos. En el proceso de
socialización, el educando debe alcanzar un equilibrio psíquico
consistente en ir percibiendo que el grupo familiar no es ex c l u s i vo
y que las dinámicas que en él se producen no funcionan en gr u p o s
formales e impersonales. Descubrir diferentes ambientes sociales,
n u e vas normas y dinámicas relacionales, permiten que el alumno
distinguir entre su vida psíquica interior y su conducta externa. La
actual confusión entre la casa y la escuela tiene consecuencias en
la maduración psíquica de los individuos, en su capacidad de
c o m p o r tamiento social y en la posibilidad de distinguir entre el
mundo de niños y el mundo de adultos. Las quejas de padres y
e d u c a d o r es sobre una “alargada adolescencia” de los hijos, es un
síntoma de este hecho. Igualmente, psicólogos norteamericanos, como Slater o Ke n i s -
ton, proponen que el origen del malestar actual en la clase media
americana proviene de la separación de hogar y trabajo. Esta ten-
dencia alcanza su máximo desarrollo con la huida de la clase
media a las urbanizaciones. Este alejamiento de lo social no sólo
fomenta el individualismo sino que genera una “fantasía i rre a l” de
la autosuficiencia personal. La clase media buscaría el remedio a
este malestar del individualismo con sobredosis de individualismo.
Los niños de esta autosegregada clase media crecen “en familias
aisladas de la sociedad, donde se convierten en objetos de intensa
y sofocante de vo c i ó n” (32). Uno de los grandes err o res de los
p a d r es actuales es creer que si su familia se convierte en una socie-
dad cerrada en sí misma, podrán sal va g u a rdar la educación de sus
hijos. Estamos ante un “ f a m u l o c e n t r i s m o” que lleva a los padres a
centrar su vida en la vida familiar independientemente de la vida
social y política. La familia, incluso entre católicos, empieza a
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(31) I nger Enkvist, op.cit.,pág. 71.
(32) Christopher Lasch, Refugio en un mundo despiadado , Reflexión sobre la fami -
lia contemporánea, Gedisa, B arcelona, 1996, pág. 209.
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considerarse como una “sociedad perf e c t a” olvidando que sólo el
Estado y la Iglesia lo son. Se busca así en la familia una falsa auto-
nomía que acaba volviéndose letal para sus miembros. Este indi-
vidualismo y esta fantasía de autosuficiencia contrasta con una
sociedad y un proceso educativo que sólo parece engendrar indi-
viduos inclinados a cualquier tipo de adicción. Este hecho ya lo
señala Giddens: “Cada adicción es (…) un reconocimiento de
falsa autonomía que arroja una sombra sobre la competencia del
yo” (33). Por ello es urgente refundamentar las reflexiones sobre
la familia y la educación y no caer en las frecuentes trampas y ten-
taciones que nos propone el discurso del poder.
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(33) Anthony Giddens, op.cit.,1996, pág. 76.
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