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El catolicismo político francés entre tradición y modernidad

EL CATOLICISMO POLÍTICO
FRANCÉS ENTRE TRADICIÓN Y
MODERNIDAD
Ber nar d Dumont
1. Intr oducción
El marco de esta in ter venci ón impl ica limit arse a la sí nte-
sis de alg uno s el ement os esencia les, o cla ve s de ent endi mien-
t o, sin por lo tant o pre tender real izar un cu ad ro compl eto,
ni históri co n i t ampo co act ual.
P or eso , hace f a lt a toma r en co nsi der aci ón cie rtas te nd en-
c ia s prese ntes en la vi da pública de lo s ca tó lico s (c omp rom i-
so s, ma nera s de co mp orta rse fre nt e a cier tas cat ego rías de
a co ntec imi entos, te ma s), y eso e n tre l os má s so cial me nte ac ti-
vo s. Es ciert o qu e se po drí a y deb erí a co mpl eta r con mu chos
o tro s det all es, e ntr e otro s una histori a de lo q u e Bré mond l la-
ma ba el sent imie nto re lig ioso , o me jor, u na hi stori a de la san-
t ida d, mu y imp ortant e dura nt e lo s si gl os X IX y XX , qu e no se
p ued e d iso ciar d el c u rso ge neral d
e la soc iedad .
Para hacer eso, seguiremos tres etapas principales:
1) La ruptura operada por la Revolución francesa en el
estatuto social y político de los católicos.
2) La «psicología política» de los católicos franceses
desde aquella etapa fundamental y hasta hoy.
3) Un breve panorama de las tendencias que se mani -
fiestan en la actualidad, mezclando el peso del pasa-
do con ciertos tratos nuevos y por parte positivos.
2. La ruptura revolucionaria y sus consecuencias
Catholique et Français toujours. Es el título de un cántico de
protesta (1), muy expresivo de la realidad de la tragedia
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––––––––––––
(1) Su autor , en torno a 1870, fue F. Martineau.

BERNARD DUMONT
revolucionaria: la de la ruptura entre la nacionalidad y la
religión. En efecto, la Revolución francesa es el punto de
partida del cambio de estatuto de los católicos franceses.
– Antes de las guerras de religión, ser francés y ser cató-
lico se identificaban, estando el pueblo ungido de algún
modo a través de la unción del Rey; esa situación permane-
ció pese a las amenazas externas –la insurrección protestan-
te– e internas –el espíritu de transacción frente a ellas, al
tiempo de los llamados «políticos» (Michel de l’Hospital y
otros). De este modo, el auténtico francés sigue siendo el
católico, y el protestante un enemigo del interior , tolerado
o no, pero nunca legitimado.
A partir de la Revolución francesa los polos se invierten
y el católico se trasforma, según las variaciones políticas, en
sospechoso de subversión, convirtiéndose en objeto de
represión, de contención o de domesticación (por tanto de
corrupción). En realidad, hace falta distinguir entre los
(verdaderos) católicos, tratados de esta manera, y los otros,
el abanico que va desde los peores apóstatas (actores de la
Revolución: se piensa en los soldados republicanos ejecuto-
res del genocidio de la Vandea, probablemente casi todos
bautizados), hasta los descreídos, los que buscan cualquier
acuerdo con el espíritu de la época. De modo que, de ahora
en adelante, cuando hablemos de «los católicos», será para
designar a los fieles, a lo que queda del pueblo cristiano,
practicante con más o menos regularidad.
– De un lado subsiste el pueblo católico, pero el Estado
confesional ha cesado de existir . Desde entonces subsiste la
masa aún mayoritaria de los católicos franceses, pero el
Estado católico ha desaparecido. Políticamente, eso puede
interpretarse como la evicción de la gran mayoría del pue-
blo por una minoría revolucionaria [lo ha explicado bien
Augustin Cochin: la apropiación del pueblo entero por una
especie de tiranía colectiva, que llamaba el «pequeño pue-
blo» (2)]. De allí deriva un desgarrón en la conciencia cató-
lico-francesa, enfrentada a una doble ruptura trágica –en el
sentido estricto de la palabra– de exclusión fuera de su pro -
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––––––––––––
(2) Cfr. Augustin C
OCHIN,Les sociétés de pensée et la démocratie moderne
(1921), última edición, París, Éd. du Trident, 2011.

pia casa y de división entre la ciudadanía y la profesión reli-
giosa. Así se instituye el divorcio de manera duradera, bajo la
presión principal de la masonería y con el desafortunado
apoyo o la complicidad de los católicos liberales, y por des-
gracia, también en consecuencia de errores políticos de los
«buenos», incluso de la política vaticana en algunos momen -
tos claves. A fines del siglo XIX, los católicos están excluidos
del orden político –y, según las épocas, también de lo que
llamamos ahora el espacio público. Se forja entonces la dis -
tinción entre el hombre individual (católico o no) y el ciu -
dadano que no puede ser sino «laico» o religioso pero sólo
a título de opinión individual.
Este nuevo estatuto se impuso socialmente de manera
gradual, con pasos adelante o marchas atrás, pero sin des-
mentir nunca el principio formalizado en la Declaración de
derechos de 1789 (3) y consagrado por el Concordato de
1801, cuyo Preámbulo describe el catolicismo de modo
sociológico, como «la religión de la gran mayoría de los
franceses». – De parte de la Iglesia, fue una rendición objetiva, y
desde el punto de vista de la historia de los católicos, fue el
verdadero punto inicial de la ruptura entre la práctica reli-
giosa privatizada (aunque pudiera manifestarse pública-
mente en el marco de la sociedad «civil») y la ciudadanía
laica. Por supuesto, el concordato no es otra cosa que un
acto prudencial dictado por el realismo político y el deseo
de salvaguardar el bien de los fieles. Pero sabemos que este
realismo (tal vez bastante imprudente) se convirtió, en el
interior del catolicismo francés, en costumbre poco a poco
dominante, hasta el Concilio Vaticano II, y desde entonces
en doctrina oficial confirmada expresamente por los obis -
pos y, con ocasión del centenario de la ley de Separación,
por Juan Pablo II (4).
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(3) Artículo X: «Ningún hombre debe ser molestado por razón de
sus opiniones, ni aun por sus ideas religiosas, siempre que al manifestar -
las no se causen trastornos del orden público establecido por la ley».
(4) Carta del 11 de febrero de 2005, dirigida a la Conferencia de los
ob is p os de Fr ancia. Ese do cumento c onsi dera que c ien años después, se

3. La psicología política nacida de la situación nueva
D ebe mos notar que el nue vo ord enamie nto co bra apro-
x imad amente nueve generacio nes. Y que dura nte e ste p erio-
d o, más all á de lo s camb ios de re gím enes, nada signif icati vo
o cu rri ó para resta urar el o rd en católico. S in emba rgo, el pro-
b lema cat ólico h a sid o siemp re el m ism o – po r su pu esto, no
sól o en Franci a–, a sab er el enf rentami ento ent re Iglesia y
Revo lución –la mo dernida d po líti ca y filo só fi ca. De tal mane-
ra que la rela ción ent re los cat ólico s d e Francia y el sis tema
vi gent e (la «Rep úbl ica ») sigue siend o constant e y ce ntral .
Ahora bien la mayor parte de los católicos franceses ha
sufrido una persistente dificultad con la comprensión del
sistema revolucionario y sus herencias.
En primer lugar, la dificultad del análisis del nuevo orden y sus
consecuencias
– Al inicio, la inspiración filosófica de la Revolución no
es evidente a todos los católicos. Muchos suponen que se
trata –sin decirlo así– de un fenómeno de «modernización»
del Estado monárquico. Pero pronto, a causa de la violencia,
se descubre el horror de la tormenta. Y la parte sana del
cuerpo católico ve en el fenómeno revolucionario una mani -
festación satánica, tanto más cuanto que fue brutal y relacio -
nado con la impiedad fomentada por los intelectuales a lo
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encuentra realizada la paz entre el régimen republicano y los católicos:
«Esta paz, lograda progresivamente, ha llegado a ser una realidad pro\
fun -
damente arraigada en el pueblo francés. Permite a la Iglesia que está en
Francia cumplir su misión con confianza y serenidad, y participar cad\
a vez
más activamente en la vida de la sociedad, respetando las competencias
de cada uno. Bien comprendido, el principio de laicidad, muy arraigado
en vuestro país, pertenece también a la doctrina social de la Iglesia». Se
nota la expresión muy simbólica de la exclusión institucional d\
el catolicis -
mo francés, usada desde los últimos decenios del siglo XX: «La \
Iglesia que
está en Francia
». La Iglesia católica, como cualquier otro grupo transnacio -
nal, está presente en Francia a través de los ciudadanos franceses que se
adhieren a ella.

largo del siglo XVIII. Sólo más tarde, los utopistas exaltados
como Lamennais o los románticos como Lamartine saludan
la «era nueva» profundamente evangélica nacida de los
dolores revolucionarios. Esa pequeña minoría es la raíz de
la familia liberal-progresista que va crecer en el mismo seno
de la Iglesia, según un ritmo constante hasta el Concilio y
después. Si el fenómeno no toca sólo a la Francia, ésta sin
embargo tiene la precedencia en el asunto.
La obra del padre Augustin Barru el –Me morias par a ser v i r
a la histor ia del jacobin ismo– pre se n ta el primer análisis del
f enómeno . Es un a ob ra excep cional de d ocu menta ción rea-
l izad a en co nd icio ne s difí cil es, en el c u rso mi smo d el p erí od o
revo lucionario . El a ut or p on e de re lieve el pa pe l id eo lógico
d e las log ias y otras so cie dade s oc ultas, la p rop aganda que
resu lta de est e trab ajo y , por fin , las in fil tra cio nes d e indi vi-
d uo s o gru pos subve rsivos en lo s cu erp os del Rei no de
F rancia. P ero de ja de lado lo s a sp ect os ju rídi cos (la nu eva
f orma del Es tad o) y so cio lógico s: el fu n cio nam iento de la s
b anda s d e lo s p arti dos, la rel ació n en tre ellas y la
b u rgu esía
o la part e co rru pta d e la nob leza como sop orte soc io-eco nó-
mic o pri ncip al del nue vo siste ma. Barrue l no p odí a ir más
al lá de lo qu e habí a hecho, pero hacie ndo hincap ié e n la
ac tivid ad de lo s gru pos se ctarios, inició una form a d e cu ltura
p ol ítica d e cará cter co nsp ir a cio nista . Resul tan d e ahí varia s
co nse cue ncias negativas: desp laza la ate nci ón de los hecho s
p ol ítico s real es hacia espe culaciones sobre la pre sencia de
i n fil trad os, g enera la sosp echa y final mente p aral iza a lo s qu e
ca en en el la en un a e sp eci e de re ali dad virtu al y pa rale la. El
co nsp iracio nista, po r el cont rario , no prest a atenció n a la
f orma del nu evo siste ma, ni tam poco a su fu ncio namie nto
e f e c t i v o .
– El principio de la soberanía absoluta del pueblo había
sido rechazado por el papa PíoVI, pero sin analizarlo en
sus últimas consecuencias. Curiosamente, y eso se verifica
desde el tiempo de la Restauración, también incluso antes,
si el sistema parlamentario y de partidos suscita la crítica de
los autores reaccionarios, contrarrevolucionarios o conser -
vadores, acerca de los temas de la igualdad, de la inestabili -
dad, del centralismo estatal y hasta de la tiranía, no genera
EL CATOLICISMO POLÍTICO FRANCÉS
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en cambio ningún análisis de las modalidades concretas de
las lógicas institucionales (de cómo funciona un partido, de
donde procede socialmente la oligarquía…).
Al final del si glo X IX , Au gustin Co chin, ya mencio nado,
at raerá la a tenci ón so bre u n asp ec to de la cu est ión, anal izan-
d o el fu n cio nam iento soc ial y psicol ógico ca si mecáni co de
l as «soc iedades de pensamie nto ». Man ife stab a sin emba rg o
u n en tu siasmo ex agera do po r la soci olog ía (d e Du rkhei m) y
d ab a a sus anál isis un to n o d emasiad o si stemát ico. Como
mu rió e n e l cu rso de la Primera Guerra mu ndi al (1916 ), no
t uvo el tiemp o su ficie nte para amp liar su s o bser vacione s, e n
p art icu lar para detallar sus propias intu icio nes sob re la pro-
p aga nda, o int eresarse de mod o co mprensivo p or el co njun-
t o f ormad o por la p rensa, la s l og ias, la f inanza y lo s part idos.
Otros autores católicos hicieron una labor importante
para analizar la nueva sociedad nacida de la Revolución
francesa, pero esencialmente en el plano económico y
social, sin hacer la síntesis con el sistema político en su con -
junto. O bien analizaron el desorden del centralismo estatal
nacido del jacobinismo (LePlay en particular), pero no el
sistema del poder jacobino. Se pueden mencionar también
ciertas observaciones de Tocqueville sobre la tiranía de la
mayoría, a través del estudio del modelo americano. Pero su
catolicismo liberal le impidió ir más adelante. Salvo raras
excepciones –tal como
Armand de Melun (1807-1877)–, los
«católicos sociales», muy atentos a las consecuencias del
liberalismo económico, fueron en mayor parte acríticos con
el liberalismo político o hasta francamente liberales en
materia política.
– Ento nces, ¿c ómo ex plica r est a ausenci a re lat iva de aten-
ción, de parte de los católicos, al fenómeno del podernuevo,
tanto político como cultural? Podemos sugerir dos factores:
Primeramente, la forma mentis monárquica (de tradición
milenaria en Francia) puede explicar algunas deficiencias.
Si la experiencia del pasado ha permitido aceptar la posibi -
lidad de una conspiración, o de una revolución de palacio,
no facilita la comprensión de una estructura de poder sub-
versiva absolutamente nueva. Además, la misma forma mentis
nutre una disposición muy frecuente entre los católicos
BERNARD DUMONT
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fra nce se s: la e sp era del «ho mbre p ro vid enci al» qu e v a re so l-
ve r to d os lo s pro blema s. Es una tend enci a qu e a fec ta so bre
t o d o a lo s ca tólic os ant ilibe rales, pero q u e tiene u n inf lujo
so bre l os li bera les. A sí, el pro vide nci ali smo de Bo ssuet p ued e
ten er su compañ ero en el evolucion ismo histór ico de
T o c q u e v i l l e .
En se gund o lu gar l a pene trac ión ant eri or d e c ie rtas i dea s
l ib eral es má s all á d e las fro nteras rel igi osas. La c o nci enc ia d e
l a « mod erni dad » c omo c onjunt o c o here nte d e idea s y p rácti-
c as q ue af ect an a tod a l a vid a, ind ivi dual , ec on ómi ca, téc nic a,
p olí tica , art íst ica , etc. no a p are ció cl ara ment e d e inmed iat o.
En especi al no se ad virt ió fác ilme nte la rel aci ón entr e lib era-
l ismo e co nó mico y demo craci a, ni tamp oco (ni siq uiera se
a dv ierte ho y mismo ) otra rela
ción, entre m od erni dad y
mo del os d e vi da c oti diana y ot ros a spe ctos cu lt u ral es. Y c u an-
d o se acep tan lo s dive rso s asp ec tos cu lt u ral es y mo rales de l
l ib eral ismo se torna ta n to má s dif íc il e st a co mp rensi ón. De
e sta flaq uez a i nicial ha nac ido el mo dera ntismo , f orma dom i-
na nte d el libe ralismo ca tó lico p rá ctico . Y ta mb ién mu cha s
c ont radic ciones part ic ula rment e se nsib les ho y en día, c u and o
ve mo s a las mi smas perso nas cr itica r just ame nte la ma ldad d e
l a id eo lo gí a d om inante y ad op ta r cond ucta s, expresi ones y
u so s mo dela dos so bre la mi sma.
– Dos consecuencias resultan también de esas insuficien-
cias:
Una, más importante, de orden práctico, es la «entrada»
en las instituciones del Estado revolucionario (napoleónico,
pseudo-restauracionista, republicano) de muchos católicos
valiosos, nobles o no, sea en la alta administración, sea en el
ejército o la marina. Eran conscientes frecuentemente del
carácter negativo de los regímenes que servían, pero tenían
el sentimiento de deber cumplir un servicio en favor de la
Patria, a pesar de las deficiencias del régimen. Por tanto, no
practicaban de ningún modo el «entrismo» (5) y , en caso de
conflicto de conciencia, unos renunciaban (como se vio por
ejemplo durante el fin del siglo XIX) mientras que otros
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(5) Táctica de origen trotskista, con la cual los militantes de esta ten-
dencia penetraron en los partidos de izquierda para desviarlos en el sen -
tido de sus propios fines.

BERNARD DUMONT
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callaban . Es el fen óme no de las «dos patr ias», estudiado
por el his to riador Jean de Viguer ie (6), una ilus ión much o
tiem po cu ltivada por el sistem a cu ya per sisten cia com pro-
bam os has ta h oy mis mo. (Debe notarse que es dis tinto el
problem a casuís tico de la licitud de ac eptar un em pleo que
im pli ca cualquier cooperación in direc ta cu ando no hay
n ingun a alter nativ a.) L a fuen te de la ilus ión m en cion ada,
del lado de los católicos , es la insuficie nte percepci ón de las
es tructur as, para sólo presta r ate nc ión a la cal idad , ne gati-
va o pos itiva , de los hom bres. Di cen : no deb emos dejar el
es pacio a los h om bres ma los, las cos as an dará n mejor si
es tam os nos otros e n el pues to debido. Es un a for ma de
re duc ción m oralis ta de la rea lidad instituci on al, un a in com -
pren sión de quien es ma nda n y al ser vicio de qué causa lo
h a c e n .
Otra consecuencia radica en el primado de las visiones a
corto plazo, particularmente en adecuación con las perspec -
tivas electorales (lo que se puede interpretar como una pre-
disposición al Ralliement); curiosamente esta disposición
contradice una idea frecuente sobre la monarquía, fuente
de continuidad del proyecto político a largo plazo. Pero en
realidad estamos delante de dos fenómenos diferentes: de
un lado, la sucesión de una dinastía, que tiene principios,
como el honor , el espíritu de servicio, o bien la continuidad
de una clase que quiere mantener sus privilegios; de otro
la
reconquista de un poder perdido, pensada a largo plazo.
Ésta presupone una fuerte capacidad política apoyada sobre
un grupo de hombres resueltos, perseverantes, movidos por
razones religiosas y/o patrióticas, unidos bajo una estructu -
ra de mando, al ser vicio de un fin bien determinado (7). En
tales circunstancias, la visión a corto plazo es como una tác-
tica sin estrategia (¡ni tampoco ejército!).
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(6) Cfr. Jean D
EVIGUERIE,Les deux patries. Essai historique sur l’idée de
patrie en France, Bouère, DMM, 1998. Para completar , o más bien matizar
lo que escribe Viguerie, quien tiende a minimizar la conciencia nacional
fran cesa, lé ase Col ette B
E A U N E, Naissa nce de la nati on France , Parí s,
Gallimard, 1985(nueva edición, París, Folio-Histoire, 1993).
(7) Cfr. Bernard D
UMONT, «Cuando el bien común no se realiza», en
Miguel Ayuso (ed.), El bien común. Cuestiones actuales e implicaciones político-
jurídicas, Madrid, Itinerarios, 2013, pág. 260.

Para concluir , debo notar que no separan a los liberales
y a los católicos más tradicionales, aunque en la práctica es
el liberalismo que saca ventaja de la situación.
Los católicos más coher entes, dos veces huérfanos
– Una circu nst ancia de p rimer orde n, evi dentement e,
f ue la desapa rición de la dinastí a, despro vista de tod os
mo dos d e me dios y de vol un tad ef icaz de re cup erar e l p od er.
H asta 18 73, los católicos ya esta ban di vid idos en tre part ida-
rio s del nu evo cu rso libe ra l (orl eanist as y ot ros), y leg itimis-
ta s, en cuy as fil as tam bién se encon traba n ele m en tos
p art idario s de la transacci ón con los princi pios lib erale s. En
l a prác tica, los mejo res y más fiel es se imp licaba n en los com-
b at es relig iosos del ult ra monta nism o, mie ntras que los más
«re alistas» e ran co nse rva do res y e n di stint a med ida libera les.
Pero el intento de restauración del Conde de Cham-
bord, finalmente aceptado por los orleanistas, fracasó, tanto
a causa del liberalismo de la mayor parte de sus partidarios,
como de su propia falta de conciencia política: no quería
tomar el poder mediante la fuerza, sino ser llamado por la
representación nacional unánime; además entregó su suer -
te, con exagerada confianza, al mariscal de Mac Mahon,
hombre preso típicamente de prejuicios legalistas y posible -
mente de intenciones no tan claras, que de todos modos fue
eliminado en 1876 (8). Desde ese momento, los católicos no
liberales se encontraron en una situación de afasia.
––––––––––––
(8) Mac Mahon, típico monárquico servidor de los regímenes
libera-
les (Luis Felipe, Napoleón III), es designado jefe del poder ejecutivo en
1873 por la mayoría restauracionista de la Asamblea nacional elegida en
1871. El duque Albert de Broglie, legitimista pero católico liberal, \
es nom -
brado presidente del Consejo, con la misión implícita de favorecer la
venida del conde de Chambord (EnriqueV). Ahora bien, éste rehúsa las
transacciones propuestas por los liberales (aunque fueran legitimistas),
cuyo símbolo sería la aceptación de la bandera tricolor. Mientras tanto,
una serie de elecciones parciales acrecientan el número de los republica -
nos. Por fin, en 1875 se votan cinco leyes constitucionales, proclamá\
ndose
la República, de modo subrepticio, bajo la forma de una enmienda,
votada por mayoría de un solo voto. En 1876, Mac Mahon, que quiere
disolver la Asamblea, es forzado a la dimisión.
EL CATOLICISMO POLÍTICO FRANCÉS
37

La consigna del Ralliement debe entenderse en estas cir-
cunstancias: LeónXIII aconsejaba a los católicos franceses
que dejasen sus divisiones estériles (entre varias y vanas
hipótesis dinásticas) y se uniesen para penetrar el sistema
vigente y transformarlo desde el interior . Como se sabe, el
mensaje no fue recibido por los católicos más tradicionales
(conscientes de la ilusión que suponía), mientras que los
liberales lo consideraron como una ocasión única de lograr
un reconocimiento oficial de su conducta, tanto más cuan -
to que el papa argumentaba de modo muy peligroso para
conseguir sus fines (en particular legitimando el régimen
republicano, como si fuese neutro).
Así, los «católicos y franceses» fueron efectivamente dos
veces huérfanos: perdieron la esperanza de conocer la vuel -
ta del Rey cristianísimo, perdieron también la protección
paterna del Papa.
– Es imposible recorrer la historia del periodo que sigue,
por lo que bastará recordar algunas cosas:
La primera es que, a partir del Ralliement y a pesar de su
fracaso, la doctrina moral, en materia política, enseñada en
los seminarios, y presentada al rebaño católico por los obis -
pos y los curas, fue a favor de la sumisión al orden estableci -
do: una interpretación del Ralliement sin la idea entrista de
León XIII. Sólo una parte de los católicos rechazará este
discurso: por ejemplo, los padres Charles Maignen (1858-
1937) y Dom Besse (1861-1920).
A partir del mismo periodo, en segundo término, la
jerarquía (obispos, Roma), con motivos varios, va siempre a
favorecer a los liberales y a oponerse (y hasta condenar) a
los más ortodoxos. Además los obispos buscarán siempre
mantener un mayor y más estrecho control sobre los católi -
cos. Lo ha demostrado muy claramente el caso de la FNC, la
Federación Nacional Católica, dirigida por el general De
Castelnau en 1924, para obstaculizar los proyectos anticató-
licos del Cartel de las izquierdas que quería aplicar la ley de
separación a la Alsacia-Mosela recuperada en 1918 (9).
BERNARD DUMONT
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––––––––––––
(9) Cfr. Corinne B
ONAFOUX-VERRAX,À la droite de Dieu. La Fédération
nationale catholique, 1924-1944, París, Fayard, 2004.

Así los católicos se encuentran en un callejón sin salida:
o aceptan el régimen y participan en él, en distintos grados,
domesticados tanto por el sistema dominante como por el
sistema clerical; o bien buscan la posibilidad de actuar polí-
ticamente, pero al riesgo de conflicto con la jerarquía: sin
e m barg o , d e he ch o, no a ctu aro n así , p ro bab le me nte a c a u sa d e
su propensión a esperar el hombre providencial y también a
consecuencia de la insuficiente preparación ya mencionada;
y eso les lleva a cooperar con iniciativas no específicamente
católicas: lo que pasó con diversas ligas nacionalistas, pero
ante todo con la Action Française , lo que al final agravó su
caso. Este punto es bien conocido. Sólo hay que recordar que
Maurras era positivista, partidario de la Realpolitik , excelente
analista de la actualidad política republicana pero mucho
menos pensador estratégico. El movimiento creado detrás
del diario fue una «escuela», sí, intelectual y moral, pero con\
aspectos negativos que agravaron ciertas tendencias antece-
dentes de los católicos y les comunicó otras falsas, muy
modernas, entre otras una forma de sectarismo ideológico,
de rigidez intelectual, de pragmatismo moral.
La condena de la Action Française por Pío XI es frecuen-
temente llamada «el segundo Ralliement »: y este fue mucho
más rico en consecuencias que el primero. La política del
pontífice conduce a prohibir la acción política autónoma de
los católicos, para forzarles a entrar en masa en las filas de la
Acción Católica bajo el estricto control de la jerarquía. De
allí la legitimación de hecho de los modernistas (y, un poco
más tarde, de los progresistas), la separación entre militan -
cia católica y participación política sin referencia religiosa y,
por fin, la marginación de los católicos más consecuentes y
resueltos. A partir de 1926, los ortodoxos son los liberales;
los heréticos, los católicos más fieles.
Entre los años treinta y la víspera del Concilio, aparece
una nueva configuración del catolicismo francés, acentuada
siempre por un acontecimiento de gran importancia:
La mayor parte de los católicos disocian la vida religiosa
de tipo tradicional y la vida política: en ésta la misma mayo-
ría es legalista, mientras las personalidades de más significa -
EL CATOLICISMO POLÍTICO FRANCÉS
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ción política son «moderadas», más o menos. Típica, por
ejemplo, es la figura del coronel de La Rocque, fundador
de la liga de veteranos «Croix de feu»: un conser vador,
patriota, republicano sin estados de ánimo (10).
La minoría liberal crece para transformarse en fuerza
modernizadora, sea al lado del partido comunista, sea de
una forma de social-democratismo decorado de conceptos
cristianos. Los católicos más tradicionales (para resumir: los «ca-
t ó lic o s de Act ion F ran çaise») se en cuent ran ca d a ve z má s m ar-
g ina dos, por eta p as: des pués del 6 de fe b re ro de 1934
( ma nife st aci ón ant ip arl ame ntari a d e P arí s, o rg ani za da p or
v ar ias lig as re public a na s de d ere ch a y, ju nt o a el la s, lo s d e la
A ction fra n ça is e) ; c on l a p ar tici pació n e n el ré gime n d e Vi ch y y
l a d ep ura ció n u lt er io r; co n la se gu nd a dep urac ió n op era da e n
e l p eri od o f in al d e l a g uerr a e n A rgelia, al e star e l c ler o d omi -
na nte a f a vo r del F L N; f i
na lme nte e l Co nci lio , e vi dent eme nte.
4. La situación presente
D esd e ha ce cinc uent a año s lo s ca tó lic o s fr a nc ese s est án
i n vo lu cra d os e n una d oble crisi s, q ue co nc lu ye (p ro visi ona l-
m ent e) e l p asa do cr ític o a qu í mu y b re ve me nte re co rd ad o. Lo s
c a tó lic o s fra nce se s ha n si do e x clu id os de su p atr ia , n o só lo p olí -
t ica ment e, si no t am bié n c u lt u ra lm ent e: a l me nos e s l a t end en-
c ia . Y q uie n ha si do r e sp on sa ble d e la e xcl usi ón es el sist ema
m od erno /posm od ern o e n su c o nf ig u ra ció n fr an ce sa , q ue ha
s e g u id o su c u rso l ó g
ic o y , p or desg ra cia , l a m ism a Ig le sia , e nt ra-
d a e n la c risi s c o n cilia r. S in em barg o e n nu est ro s tie m pos hay
p ru eb as i nte re sa nte s d e s u perviv e nc ia , y tal v ez u n p oco má s.
Los frutos de la crisis
Los católicos, que viven en el tiempo, inmersos en la
sociedad con sus contemporáneos, sufren la crisis común.
BERNARD DUMONT
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––––––––––––
(10) Cfr. Jacques N
OBÉCOUR T,Le Colonel de La Rocque, ou les pièges du
nationalisme chrétien, París, Fayard, 1996.

Nadie es una isla… Sin embargo, hay una escalera bastante
larga, con muchos escalones, para medir la porosidad o la
resistencia al medio ambiente, y para entender la propor -
ción de los influjos respectivos de «tradición» y «moderni -
dad» sobre los católicos franceses de hoy .
– La crisis de la sociedad, de la educación, de las costum-
bres, conduce a la ruptura con el pasado, a la generalización
de la cultura de masas, a lo que Del Noce llamaba la ir religión
natural. Eso genera un fenómeno de ósmosis, que como se
sabe, funciona en dos direcciones en la medida de la fuerza
de cada parte. Se entiende aquí la «ley de los dos termóme -
tros» de Donoso Cortés: tanto más fuerte es la vida interior ,
mayor es la libertad. Claramente la destrucción operada
inmediatamente después del Concilio ha debilitado en pro -
porciones enormes esta capacidad de libertad interior en
presencia del rodillo compresor de la sociedad del «bienes -
tar» y del nihilismo posmoderno.
– La ruptura conceptual entre un país multicultural
(dotado sin embargo de una religión civil, la llamada «laici-
dad») y el grupo sociológico de los «creyentes» católicos
miembros de la «sociedad civil» ha generado una cultura del
gueto, fuertemente acentuada desde la caída del Muro de
Berlín. De ahí el éxito del tema del «comunitarismo» y de
teorías asociadas de dichas «teologías políticas», muy poco
políticas. De ahí también la agravación de las divisiones, de
las peleas personales, de la persistente mentalidad del «cada
uno en su casa».
Paralelamente, el lejano fracaso de las esperanzas restau-
racionistas, de una parte, la aculturación democrática y la
ideologización conciliar, de otra parte, han suscitado una
casi repulsión de la unidad, una tremenda fragmentación
entre los católicos, yendo cada grupo por su propio camino.
Es el aspecto más concreto de la impregnación del liberal-
democratismo, hecho naturalmente evidente.
D e eso e ra consc ient e Jean Ou sset, q ui en im aginó u nir a
l os cat ólico s co n la doct rina. Pero al mismo tie mpo cont ribu-
yó a dif un dir una concep ción en el fo n do anti políti ca (11)
EL CATOLICISMO POLÍTICO FRANCÉS
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––––––––––––
(11) Cfr. el libro L’action (París, Office international, 1968).

qu e ha con tr ib uid o a de str uir e n e l plano te ó ric o lo q u e
q u er ía co mb atir en la me ntalid ad más comú n de lo s cat ólico s.
Elementos de esperanza
No se puede concluir con esta visión muy negativa.
Debemos observar, como dice el título francés de una obra
colectiva con prefacio de Solzhenitsin, las «voces bajo los
escombros» (12) que permanecen.
No se debe parar en una visión maniqueísta –cuyo ori-
gen está en la ignorancia, además de la pérdida de la espe -
ranza–, ni imaginar que el triunfo satánico es para siempre.
Se sabe, por ejemplo, que la crisis de la familia (divorcios,
divisiones, vida doble en las parejas, cohabitación juvenil)
amenaza a todos sin distinción. Que el fenómeno de la
doble conciencia también representa una realidad común a
ambientes ideológicos opuestos. Que hay varias inconse -
cuencias en los modos de vivir de quienes se consideran los
mejores católicos. Y así sucesivamente.
– Esa obser vación es muy importante para subrayar dos
realidades que no se deben olvidar a efectos de poder distin -
guir dónde se sitúan las posibilidades de renovación:
La importancia de la vida espiritual auténtica, también la
apertura a la verdad (en contra del ideologismo) y la sed de
entender (o la conciencia de la propia ignorancia). Un
fenómeno que implica trascender –hasta cierto punto– las
fronteras cerradas entre los «bandos». En el mismo sentido,
se ha notado el influjo dinamizador de las JMJ (a pesar de
todas las insuficiencias que las han caracterizado).
A veces, uno que se dice «católico» pero ignorante y no
practicante puede estar mucho más mejor dispuesto que un
«practicante» ideologizado o un tradicionalista de super fi-
cie. Aquí tampoco debemos olvidar la palabra de Mt. 12, 20:
«No apagará la mecha humeante» (13).
BERNARD DUMONT
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(12) Cfr. Alexandre S
OLZHENITSYNet al., Des voix sous les décombr es,
París, Seuil, 1975.
(13) En 2009, el 4,5% de los franceses frecuentaban la liturgia cada
semana (en algunos departamentos mucho menos), mientras que según

Hay muchos problemas debidos a la presencia de maho-
metanos en el territorio francés. Sin embargo existe un
fenómeno, minoritario pero significativo, de conversiones al
cristianismo; además ciertos mahometanos tienen una acti-
tud abierta y de cooperación con los católicos, especialmen -
te en las materias que tocan a la educación y la moral
pública. Muchos advierten mejor que los franceses de hoy ,
que Francia es un país esencialmente católico. Una golon -
drina no hace verano, es cierto, pero son hechos que consi -
derar (14).
– Desde el año pasado, las grandes manifestaciones de
protesta contra la destrucción legal de la familia dieron oca -
sión de verificar algunos hechos positivos, como también
negativos. El pu eblo uni do en estas ocasi ones ha sup erado las clási-
ca s d ivisi ones (eso in dep end ient ement e de l a «co cina» de lo s
o rganiza dores, más comp licad a). El pri mer aspecto positi vo
f ue la co ncie nci a de pod er e stab lecer re lacione s entre perso-
nas y gru pos, de sal ir de los peq ue ños gu etos y, en cualqu ier
manera, p ara las nuevas generaci ones, d e descu brir la real i-
d ad de la vio lencia de l régi men. D esde hac e un año f lo rece n
nu merosas inicia tivas, conf erencia s, b it áco ras, sesiones de
f ormaci ón, etc. Parale lamente, el tema del co munit arismo
ca tólico, u n tie mpo de mo da, h a c esad o de se rlo : lo q u e sig-
nif ica q ue era la ex pre sión de u n a f orma de p esimismo p ol í-
tico grave, mien tras qu e su va nifica ción ac tual
pare ce
sig nifi car que atrás su bsiste e l senti mient o de la pert enencia
al «t od o» nacio nal.
Al mismo tiempo, los progresistas aparecen desde enton-
ces como lo que son: una pequeña minoría vendida al siste -
EL CATOLICISMO POLÍTICO FRANCÉS
43
––––––––––––
otro sondeo de 2008 el 54% de los no practicantes se decían comprome -
tidos con los valores católicos de la Francia.
(14) Se debe notar que ciertos católicos del milieutradicionalista pre-
fieren compartir el discurso laicista antes que imaginar cualquier forma
de convivencia con los mahometanos. Ahora bien, no sólo esta actitud \
sig -
nifica preferir la peste al cólera, sino también cae en una simplificación
que no hace tomar en consideración las diferencias concretas entre las
diversas categorías de mahometanos. Y además extiende a su modo el
escándalo dado por el clero postconciliar quien se negó, salvo raras
excepciones, a evangelizar a los mahometanos.

ma. Y en dirección opuesta, muchos sacerdotes y algunos
obispos se han comprometido en el asunto, la mayor parte
empujados por su base (la obser vación vale ante todo para
los obispos).
T odavía subsisten graves insuficiencias: una aplastante
ignorancia política, que ha permitido ver a buenos tradicio-
nalistas (o casi) desfilar con el gorro frigio para pedir que
«se salve la democracia», en escenas que recordaban las del
periodo revolucionario. Del mismo modo, la dominación
muy general de las ideas políticas introducidas en el catoli -
cismo desde el periodo conciliar, que podemos resumir a la
«creencia» democrática. Estas ideas funcionan como una
especie de manta que impide la verdadera libertad de acce -
so a la formación del juicio en materia política. Aquí se mide
la enorme responsabilidad de los intelectuales católicos y de
los espacios de formación gestionados por la Iglesia de los
tiempos contemporáneos.
S ub siste n ad emás los pésimos reflejo s d e la comp etencia
ent re los diverso s gru pos: ca da uno qu iere aprovechar las cir-
cu nst anci as para recup erar miemb ros y se gu ir sus pro p io s
ca minos. La mayo r parte no p ue de sali r de la visió n a cort o
p lazo n i d e las perspect ivas el ect oral es: es u na form a d e pu si-
l animid ad polí ti ca que tiene su fue nte en el peso del pasad o.
As í van las cos as. Sin em bar go, debem os r econ ocer que
los católic os fr an ces es es tán delan te de una nueva en cruci-
j a d a .
BERNARD DUMONT
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