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Conclusión

CONCLUSIÓN
Danilo Castellano
1. Intr oducción
Hay periodos en la historia de los pueblos, como en la
vida de las naciones, en los que es necesario esperar contra
toda esperanza. En muestro tiempo, en lo que respecta al
régimen de Cristiandad, esta esperanza (que no es utopía,
sino fuerza de la razón) es más necesaria que nunca. Las
ponencias desarrolladas en el curso de los trabajos de la LI
Reunión de amigos de la Ciudad Católica, que aquí se publi -
can, lo prueban. Han demostrado, en efecto, que sobre todo
en la historia moderna y contemporánea se da un progresi -
vo alejamiento de la res publica christiana . También que en
nuestro tiempo, en particular en Occidente, se registra una
cierta aversión a la misma. La primera pregunta que –por tanto– debe plantearse es
si hoy tiene sentido un compromiso tradicionalista o, si se
quiere, si es oportuna la intransigencia frente a las doctrinas
y praxis que han tenido éxito total en el plano de la efectivi -
dad. En otras palabras, ¿resulta racional un empeño contra
la efectividad política? Los que consciente o inconscientemente siguen a Hegel
dirán que es absurdo, irracional, porque la efectividad para
ellos sería –más aún, es– la realidad. Incluso quien no se
declara seguidor del filósofo alemán, lo sigue a veces, como
se apuntará en relación con el problema del clericalismo,
que ha inspirado e inspira hasta el día de hoy la praxis de la
mayoría de los católicos, orientados a este respecto con gran
frecuencia por la jerarquía.
2. La nación y sus pr oblemas
Las ponencias han puesto sobre la mesa algunas cuestio-
nes que merecían consideración atenta y que han tenido
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(y siguen teniendo) un peso decisivo en lo que respecta al
fundamento y las finalidades de la comunidad política.Piénsese, por ejemplo, en el tema de la nación, que –aun-
que se haya interpretado de manera diversa– ha tenido un
papel político decisivo sobre todo después de la Revolución
Francesa. Se ha considerado principalmente en lo que toca a
la legitimación del Estado, por lo general justificado por la
nación, por su identidad, por su querer, por su capacidad de
imponerse en el concierto internacional. Contra la nación,
así entendida, ha habido una reacción tras la Segunda Guerra
Mundial, de modo que ha sido considerada, en efecto, y a
veces fundadamente, causa de muchos males. Sin embargo, no debe demonizarse la nación, ya que
puede representar un elemento útil para facilitar la conse -
cución de los fines de la res publica christiana: el sentimiento
de pertenencia y la conciencia de la identidad pueden, en
efecto, ser de ayuda –aunque en sí y por sí resulten insufi -
cientes– en el camino para alcanzar los fines propios de la
comunidad política. Se comprende fácilmente si se conside -
ra la situación actual: el fracaso del multiculturalismo,
entendido como «derecho al relativismo», evidencia que la
comunidad política se halla desorientada, incierta y aun
paralizada frente a realidades que debieran combatirse deci -
didamente, como –por ejemplo– el terrorismo o la reivindi -
cación del ejercicio como derechos («matrimonio» entre
homosexuales, aborto procurado) de pretensiones que son
antijurídicas en sí. La nación, como quiera que sea, entendi -
da como la identidad que ha ejercitado una opción, la mani -
fiesta y –sobre la base de la cual– orienta a su vez, es
instrumento de la comunidad política. Pero no es ni su fun -
damento ni su fin. En otras palabras, la nación no puede
considerarse ni según la doctrina de Sieyès (para el que la
nación es el tercer estado), ni a la luz de la ideología deci -
monónica según la cual la nación ( rectius, su voluntad) es
legitimante de la comunidad política aunque sea errónea -
mente entendida como Estado y más precisamente como
Estado moderno. Sobre esta cuestión son particularmente estimulantes las
sugerencias y los análisis hechos y desarrollados (a veces
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sobre bases y con finalidades parcialmente diversas) por
Ullate, Turco y Dumont. No es, sin embargo, el caso de insis-
tir sobre ellos, puesto que el tema de la res publica christianah a
sido tratado justamente tanto desde el ángulo histórico como
desde el teorético con consideraciones que tocan su raíz.
3. ¿Tiene sentido un empeño tradicionalista?
La documentada reconstrucción histórica del declive y
del abandono efectivo de la res publica christianacon y tras la
Revolución Francesa, incluso por parte de los católicos (aun-
que fuera, a veces, entre dudas, incertidumbres y replantea-
mient os), impo ne –como s e ha dicho– una pregunt a
preliminar: ¿tiene sentido hoy un empeño tradicionalista?
¿ Tiene sentido una posición i ntransigente frente a las doctri-
nas y las praxis consiguientes convertidas en hegemónicas en
nuestro tiempo? La respuesta no puede darse en términos de oportuni-
dad/utilidad, aunque la oportunidad tenga relevancia en lo
que concierne a la consideración prudencial. La primera
respuesta, por así decirlo, debe depender de otros criterios:
el bien y el mal en sí, el deber moral de un quehacer , las exi-
gencias del bien común. Cuando se considera la cuestión
bajo este prisma, el empeño y la insistencia deben mante -
nerse oppor tune et impor tune, puesto que el orden de las cosas
obliga a buscar e imponer (eventualmente) su respeto no
sobre la base de opciones individuales o colectivas, sino por -
que –como dice la Escritura– veritas Domini manet in aeter-
num, y solamente ella permite edificar y hacer durar la
ciudad: nisi Dominus aedificaverit domum in vanum laborave -
runt qui aedificant eam. La derrota en diversas batallas no lleva necesariamente a
la pérdida de la guerra. Ésta, también en lo que respecta a
la r es publica christiana , se decidirá finalmente al fin de la his-
toria. La historia, en efecto, es el tiempo de la prueba. Por
tanto, en la historia cada individuo y todos los pueblos están
llamados a un empeño de fidelidad a la verdad que es bené -
fica y contra la que nada se puede. Hay , pues, una certeza
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racional que induce a esperar: al final el orden impreso por
Dios a la creación será reconocido y respetado incluso por
los que de manera luciferina se hacen la ilusión de poder
sustituirlo con un orden racionalista (como hacen, por
ejemplo, el liberalismo y la democracia moderna).Las dificultades políticas frente a las que se encuentran
hoy los católicos dignos de este nombre deben, por tanto,
inducir a un empeño mayor , no a tirar la toalla. Ayudan a
ello los fracasos que se han sucedido y se suceden en la his -
toria. El católico no debe cultivar las utopías. La suya es una
vocación realista, siempre que no se entienda el realismo
como mera efectividad: Maquiavelo, por ejemplo, no es rea -
lista en sentido metafísico; es, al contrario, un racionalista y
un convencionalista como tantos otros (sobre todo después
de él).
4. La res publica , bien indisponible
La consideración según la cual el católico (más en gene-
ral, sin embargo, todo ser humano) es realista, permite
advertir que la res publica christiana es, en primer término,
como indica el nombre, una res, un bien, un bien indisponi-
ble e indispensable al hombre. No es una construcción
humana, el producto de un contrato, el artificio excogitado
para hacer posible la convivencia. La res publica (incluso la
que no es formal y explícitamente christiana) es realidad
natural, querida por Dios para el bien del hombre. No es,
por tanto, la consecuencia del pecado. Ni remedio al mal,
como –si bien de modos diversos– sostuvieron (y sostienen)
todas las doctrinas políticas de inspiración protestante. No
es un mal, aunque necesario, como afirma por ejemplo la
Arendt. La res publica es un bien en sí, aunque ordenado al
bien del hombre. Como el sol es un bien e indispensable
para la vida, así la res publica es un bien para el bien. Esto no
es un juego de palabras. En efecto, sin la comunidad políti -
ca el hombre no puede, sino excepcionalmente, conseguir
el propio bien, su fin natural histórico, premisa y condición
a su vez para su fin sobrenatural. Aun en la distinción, los
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dos órdenes no están separados. Ambos, además, postulan
la exclusión de toda forma de voluntarismo: el bien huma-
no histórico y el sobrenatural están inscritos en la naturale -
za del hombre. Por eso vinculan y regulan también a la
comunidad política. Son su criterio intrínseco. Por eso el
rechazo del fin natural propio de la res publica es signo de
una auténtica locura y sus consecuencias inevitables portan
frutos de ceniza y veneno, como dice en una de sus odas
(Per la mor te di Napoleone Eugenio ) el poeta Giosuè Carducci y
como puede constatarse hoy .
La res publica es un bien indisponible, «usado» por
todos. Un bien del que se advierte el valor sobre todo cuan -
do se debilita su presencia y sus beneficios. En otras pala -
bras, cuando aquélla decae se verifica una situación análoga
al eclipse de sol: continúa existiendo pero no ejercita su
plena función: funciona de manera reducida, a veces apenas
perceptible.
5. El rechazo de estrategias er radas
El hecho de que la comunidad política sea natural y , por
tanto, tenga un fin objetivo y un criterio intrínseco, debiera
impedir el surgimiento de todo propósito contrario a éste.
Incluso los sugeridos para la obtención de objetivos aparen -
temente buenos. La naturaleza y el fin de la res publica impi-
den, en otras palabras, estrategias como las resumidas en los
eslóganes como «tesis e hipótesis», ralliement, «mal menor»
(que debe perseguirse para evitar un mal mayor). Los capí -
tulos anteriores han mostrado el fracaso sustancial de tales
estrategias. La ligada a la tesis y la hipótesis ha sido (y es) signo de
subordinación al enemigo, al maligno. Pues, en último tér-
mino, conduce a sostene r el sistema errado con la esperanza
de obtener alguna pequeña ventaja. Es el problema nacido
durante y frente al R i s o r g i m e n t oitaliano, que gradualmente
condujo a aceptar la ideología lacisita, a sostener el Estado
liberal y sucesivamente (bajo el pontificado de Pío XII) el
Estado politológico y su ordenamiento (de palabra) neutral.
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El ralliementpropuesto por León XIII y para el que traba -
jó intensa y secretamente su Secretaría de Estado (sobre
todo con el cardenal Rampolla del Tindaro) a fin de abrir
camino, primero a la conciliación y luego a la adhesión con
la laicidad francesa, favoreció de hecho, pero irremediable -
mente, el debilitamiento de la intransigencia racional y cató -
lica frente al laicismo. Entendámonos: León XIII, sobre
cuyo magisterio ético-político antimoderno no caben dudas,
actuó con finalidades pastorales. Esto no quita para que los
resultados de su estrategia (el ralliement) hayan sido dañosos
para la res publica christiana, que en un primer momento
creyó poder sostener utilizando la democracia contra el libe -
ralismo (Secretaría de Estado de San Pío X), para luego
abandonar de hecho proponiendo la democracia política
moderna como el régimen ideal útil a la Cristiandad (Pío
XII) en el intento de usar la laicidad del Estado al ser vicio
de la mayoría que lo sostenía.
Más allá de la fórmula usada con el correr de los años, la
cuestión sustancial viene representada por el clericalismo,
entendiendo por tal el método con el que se busca «bauti -
zar» la efectividad, cualquier efectividad, intentando así no
perder el (presunto) tren de la historia. La consecuencia
inevitable de esta aproximación a la efectividad es la evic -
ción de la res publica christiana . Que no puede proponerse
siquiera como objetivo que alcanzar . Y esto porque, de una
parte, su mera propuesta comportaría un «choque» con el
mundo, ya que los católicos serían portadores de un ideal (y
de una exigencia); así como, de otra, porque el mismo cle -
ricalismo perdería significado como método y valor operati -
vo: si los católicos en particular están llamados a valorarlo
todo y a retener sólo lo que es bueno, debieran juzgar el
mundo más que adecuarse a él. Los católicos de la época
moderna y contemporánea, en cambio, se han adecuado al
mismo creyendo así resultar vencedores. A fin de ser claros
en este propósito conviene poner dos ejemplos. El primero nos lo ofrece la cesión de la cultura política
(y no sólo política) católica frente a la modernidad. A tal
propósito resulta paradigmático el «caso Maritain». El pen -
sador francés ha desempeñado un papel importante en la
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orientación del pensamiento y de las opciones políticas
prácticas de los católicos, sobre todo en lo que respecta a la
Cristiandad. Cambió sin embargo de posición más de una
vez: de antimoderno pasó a la aceptación incondicionada de
la modernidad, sobre todo de la libertad y de la democracia
modernas. Acabó así por sostener la doctrina política protes-
tante y el americanismo, tras haber combatido a Lutero y la
W eltanschuung de las sectas que impusieron a muchos euro-
peos el abandono de Europa tras la paz Augsburgo (1555).
El itinerario cultural y político de Maritain hace evidente la
estrategia clerical de los católicos en el campo cultural polí -
tico: estrategia desastrosa bajo muchos puntos de vista y
cuyo fracaso está a la vista de todos. El segundo ejemplo nos lo ofrece el «caso italiano», muy
significativo, tanto porque en Italia (formalmente en el
Estado de la Ciudad del V aticano) tiene su sede el Papado,
como porque nació y se desarrolló bajo Pío XII. El «caso ita\
-
liano» es un ejemplo clásico de clericalismo, ejercitado cier -
tamente de buena fe, pero de efectos destructivos, puesto
que arrojó a los católicos italianos en brazos del relativismo
liberal y porque concurrió –la cosa es igualmente grave– a la
instauración en Italia de la doctrina politológica del Estado
y del ordenamiento jurídico. La res publica christiana , pues,
sería coherentemente inaceptable, porque la institución lla -
mada Estado no puede ni reconocer el fin propio de la
comunidad política, ni inspirar el ordenamiento por una
ratio estable, ni individuar los valores que deben tutelarse y
promoverse. En resumen, le falta la idea del bien, en parti -
cular la del bien común.
6. El fin de la res publica (christiana)
T ras la Revolución Francesa los católicos se encontraron
en una situación radicalmente nueva. El fin de la res publica,
no sólo de la christiana, por tanto, no puede individuarse ya
que los fines se le asignan a aquélla arbitrariamente (es
decir , convencionalmente), sujetos a continuo cambio.
T ras la Revolución Francesa no se puede hablar de
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Tradición, puesto que –se dice– no hay nada de estable y
valioso que entregar (a las generaciones futuras). La gran
división se da entre la conser vación y el cambio. La misma
r es publica asume un significado nuevo: el de simple forma
de gobierno, perdiendo el de bien real indisponible e indis -
pensable para el hombre. La forma de gobierno puede (a
veces debe) cambiar . Está sujeta al devenir. La res publica, en
cambio, como bien e institución (conforme al significado
del término institución) no cambia. Solamente está, puesto
que se impone como comunidad natural. La dialéctica entre
conser vación y (presunto) progreso sella el paso a lo provi -
sional, a lo precario, a lo opinable. Marca, así, una inflexión
sustancial que no permite considerar la res publica como un
problema auténticamente político, planteando sólo la cues -
tión del poder .
7. Una «lectura» teorética de la cristiandad contemporánea Es oportuno, finalmente, destacar que las páginas ante-
riores ofrecen una «lectura» teorética de la historia de la
cristiandad contemporánea. La interpretación, por esto, se
distingue de las «lecturas» que se proponen (sin lograrlo)
ser puramente descriptivas, en realidad con frecuencia
«internas» a una particular ideología y , por ello, hipotecadas
por la misma. Incluso algunos estudiosos católicos han caído
(y caen) en este error . Bastaría pensar, por ejemplo, en algu-
nas tesis sobre la historia y aun antes sobre las motivaciones
y finalidades de la independencia de los países hispanoame-
ricanos, «colonizados» sucesivamente con otros medios y
por otras vías. Desde este ángulo el capítulo de Ayuso ofre-
ce estímulos de reflexión particularmente interesantes. El análisis conducido tomando como referencia la histo-
ria de la cristiandad por naciones (entendiendo nación en
el sentido medieval) ha permitido, después, evidenciar las
razones y los itinerarios del abandono del ideal de la res
publica christiana , sustituido de cuándo en cuándo por subro-
gados basados en utopías y, por tanto, destinados a traducir-
se en ilusiones. Las contribuciones de Barraycoa, Dumont y
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Turco permiten, sobre todo si se consideran de manera
comparada, individuar el proceso común recorrido por la
impiedad y el racionalismo político, que hacen dramática -
mente actual el problema de la res publica christiana , que es
problema interno también a la cultura católica contemporá -
nea, como demuestra Rao. Estas páginas, como todas las
anteriores, constituyen una invitación a volver a pensar la
cuestión con métodos y finalidades no clericales, a fin de
ofrecer un verdadero ser vicio a la verdad y a la humanidad,
por tanto, a los hombres de cultura y religión católica.
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