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Pueblo, populismo y política

PUEBLO, POPULISMO Y POLÍTICADanilo Castellano
1. Introducción
El pasado 30 de abril el diario ABCde Madrid recordaba
que los sofistas (también los que no se presentan como tales
e incluso niegan serlo) están convencidos –como lo estaba
por ejemplo Talleyrand– de que la palabra es un don que se
nos ha dado para disimular la verdad. La palabra, en otros
términos, no sería instrumento para expresar un juicio
sobre la verdad (1), sino para dominar la realidad, plegán-
dola a nuestros deseos. Pero los deseos no son siempre rec-
tos; a veces son peligrosos, sobre todo cuando tienen que ver
con el poder. El lenguaje contemporáneo, y sobre todo el
político, por ello, se ha convertido o al menos viene utiliza-
do como instrumento para engañar a las personas. Se usa,
en efecto, para hacer aparecer las cosas de modo distinto a
como son. El engaño consiste, por ello, en el uso de la pala-
bra contra su finalidad natural. El lenguaje, así, no se
emplea para comunicar, sino que sirve para dominar. La lla-
mada comunicación política se hace cada vez más con eslóganes
que permiten, a quien los usa, atraer la atención del público
sin decir en realidad nada. El mensaje –inexsistente– queda
abierto. Es el destinatario quien debe darle el contenido,
«su contenido», es decir, el contenido que «quiere»: leer el
mensaje es crear el mensaje. La cuestión, como se ha evidenciado en la ponencia
introductoria (2), se plantea también sobre el «pueblo» y el
«populismo». Debe señalarse también a este respecto –par-
ticularmente en nuestro tiempo– un uso ideológico de los
términos (lo que es como decir que las palabras han perdi-
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(1) A
RISTÓTELES, Política, I, 1253a: «La palabra está hecha para expre-
sar lo beneficioso y lo nocivo, lo justo y lo injusto». (2) Cfr. Miguel A
YUSO, «El pueblo y sus evoluciones», supra, págs. 711-
734.
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DANILO CASTELLANO
do su significado etimológico)y, siempre más frecuentemen-
te, un uso convencional y operativo. Se ha hecho bien, pues,
al problematizar los términos, mostrando el diverso signifi-
cado que han adquirido, subrayando el uso incorrecto y
desenvuelto del lenguaje político, recordando que el «pue-
blo» ha tenido significaciones distintas de las actuales y,
sobre todo, que sólo tiene verdadero significado cuando se
utiliza captando su realidad profunda.
2. El problema principal, hoyEsto sirve también para el término «populismo», que se
usa con frecuencia (sobre todo en el seno de la cultura euro-
pea) por la efectividad con un significado despectivo para
consolidar o adquirir el consenso. El «populismo» parece
constituir al mismo tiempo el problema y la tentación prin-
cipales de la política, rectius, del poder que se dice político
sin serlo propiamente. Tras la Revolución francesa el populismo encontró las
condiciones favorables para su desarrollo. Las teorías del
abate Sieyès sobre el tercer estado, de la nación legitimado-
ra del Estado, de la soberanía popular, en efecto, favorecie-
ron su afirmación. Y en la praxis se convirtió en elemento
imprescindible del poder sedicentemente político, sobre
todo tras la inserción de las «masas» en la vida política. Esta
inserción de las masas pareció consolidar el Estado moder-
no. Pareció favorecer una mayor estabilidad de las institu-
ciones. Pareció incluso –sin serlo– reanudar la experiencia
de las antiguas Res publicaromana, que veía en la participa-
ción de todos en las decisiones políticas tocantes a la vida
política la condición para evitar la desunión, en particular
en los momentos difíciles de la guerra y, en todo caso, en las
decisiones supremas. Los comicios eran, en efecto, institu-
ciones que permitían a la plebe participar en la vida política
junto con el Senado y los Cónsules. Hubo también una forma de populismo en la antigua
Roma. Pero se trató de un populismo radicalmente distinto
del moderno. En la antigüedad se busco el consenso de las
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masas, pero éste no se consideraba condición de legitima-
ción de la potestas. El consentimiento facilita en todos los
tiempos el ejercicio del poder, pero solamente con la
Modernidad se erige en su causa.
3. Las múltiples caras del populismo El populismo moderno es un fenómeno articulado y
complejo. Ha adquirido, en efecto, muchos rostros, ha dado
vida a múltiples movimientos y ha animado variados regíme-
nes. Siempre ha conservado, sin embargo, su identidad y su
alma. Así, el populismo moderno se ha presentado como:
a) Qualunquismo (3) Pueden etiquetarse de tales el Mo-
vimiento del Uomo Qualunque (italiano) Guglielmo Giannini;
El Front National (francés) di Marine Le Pen; el Freiheitliche
Partei (austriaco) de Norbert Hofer; la Lega Nord(italiana),
particularmente en la versión de Matteo Salvini. Tiempos
históricos, circunstancias sociales, problemas contingentes dan
a estos movimientos y partidos caracteristicas peculiares.
Tienen, sin embargo, un mínimo común denominador:
rechazo de la política (surgen y se alimentan generalmente
de un empeño contra la política), oposición a ciertas deci-
siones (por ejemplo, en nuestros días, la acogida de los pró-
fugos), rebelión contra la intervención exorbitante del
Estado moderno (la presión físcal que se considera inacep-
table), etc. Surgen, en otras palabras, «en oposición». Incluso
cuando parecen reivindicar «derechos», éstos se afirman
por lo general «contra»: contra la sociedad industrial occi-
dental (es el caso del movimiento ruso, llamado precisamen-
te populismo, surgido a fines del siglo XIX para mejorar las
condiciones de vida de los campesinos y los siervos de la
gleba); contra el centralismo (es el caso del Uomo Qualunque,
contrario al Estado «político» y favorable tan sólo al Estado
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(3) El término es literalmente intraducible en castellano. El uomo
qualunque es el hombre cualquiera, el hombre normal o el hombre de la
calle. Dió nombre primero a una revista, en 1994, y luego a un movimien-
to político (nota del traductor ).
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«administrativo», pero también de la Lega Nord, que propug-
na un incierto federalismo); contra la internacionalización
de la soberanía (es el caso del oscilante Front National, que
para superar la dicotomía derecha/izquierda hace de la
patria una categoría genérica). El estar «contra» de los movi-
mientos populistas les permite recoger adhesiones cuando
están en la oposición, que podrían desaparecer en el momen-
to en que, convertidos en fuerza gobernante, debieran
«decidir», esto es, gobernar efectivamente.
b) Revolución . Han hecho su bandera de la revolución
distintos movimientos populistas. Entre los que, por el peso
que tuvieron o han tenido, deben recordarse por lo menos
dos: el Fascismo (italiano) y el Peronismo (argentino). Musso-
lini utilizó constantemente, hasta el punto de hacer de ella
un mito, la «revolución fascista», que significó cambios
sociales, políticos e institucionales radicales. Evita Perón,
por su parte, afirmó apertis verbisque «el peronismo será
revolucionario o no será nada». La revolución es, pues, la
esperanza «laica» del pueblo en el futuro. Sirve para com-
pactar las masas, obligándolas a seguir al líder, convencidas
de ser guiadas hacia destinos y tiempos mejores. El futuro
deja en segundo plano al presente. Pueblo, para esta forma
de populismo, es el conjunto de quienes se adhieren a un
proyecto, producto por tanto de la ideología compartida y
cuya realización se persigue tenazmente. No tiene significa-
do jurídico, ni siquiera el meramente positivista para el que
–como afirmó, como ejemplo, Kelsen (4)– el pueblo sería el
conjunto de titulares de los derechos políticos sometidos al
orden estatal.
c) Movimiento de protesta de las masas . El populismo se ha
presentado también como movimiento de protesta de las
masas. Han tenido (y aún ejercen) este papel movimientos
que deliberadamente escogen nombres sibilinos. Su nom-
bre no expresa –así– ni su contenido ni sus opciones ideoló-
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(4) Cfr. Han K
ELSEN, La democrazia, Bolonia, Il Mulino, 1984 (V),
pág. 53.
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gicas, que permanecen por tanto escondidas. Forza Italia,
nacida en Italia después de Mani pulite(5), es denominación
de estadio de fútbol. El movimiento, fundado en 1994, y
guiado posteriormente por Silvio Berlusconi, no expresa
otra cosa que un genérico aliento para el país. No represen-
ta ni una declaración, ni una elección programática ni una
indicación de su efectiva orientación, aunque sus dirigentes
se hayan manifestado repetidamente a favor de la «revolu-
ción liberal» y se hayan aplicado efectivamente a lograrla.
Pueden hacerse consideraciones análogas respecto del par-
tido Italia dei valori , fundado por el ex-magistrado Antonio
Di Prieto en 1998. No se explicita con esta denominación ni
cuáles son los valores ni por qué deben entenderse tales: los
valores son los que cada uno «elige», no los valores en sí.
Tampoco el Movimento 5 stelle , nombre que indica sólo el
«nivel» cualitativo del partido fundado por Beppe Grillo en
2009, sin indicar sobre qué base se afirma, se sustrae a la
ambigüedad del lenguaje político contemporáneo a que se
ha hecho referencia en la introducción. La antipolítica y la
ecología del Movimento 5 stelle no constituyen propiamente
un compromiso «político». Lo que resulta más evidente
aún, así como la deliberada falta de compromiso, cuando se
considera la denominación del movimiento español Podemos,
fundado en 2014 por Pablo Iglesias Turrión: dice que «se
puede», pero no dice qué cosa se puede, ni desde el ángulo
de la efectividad ni desde el de la legitimidad. Estos (y otros)
movimientos dejan deliberadamente en la penumbra sus
orientaciones y proyectos, aun reclamando (absurdamente,
tanto porque el contrato carece de causa y de objeto, como
porque la potestasse sustrae por su naturaleza a la voluntad
de las partes) la firma de un contrato con los electores.
d) Régimen mayoritario . El populismo busca actualmente
(sin duda en algunos contextos) recorrer un camino apa-
rentemente nuevo. Utiliza los procedimientos democráticos
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(5) Se trata de la investigación penal de la magistratura italiana res-
pecto de buena parte de los partidos de la llamada primera República,
que concluyó tras el correspondiente proceso con la condena de algunos
dirigentes de los mismos.
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y de ahí que acepte el sistema de partidos. No estaría, por
tanto, «contra» la política, sino por el contrario la aceptaría.
No sería encuadrable, pues, en las categorías indicadas
como propias del populismo. La observación es, sin embar-
go, sólo parcialmente válida: valdría tanto sólo para el siste-
ma partitocrático. Si se va más al fondo, sin embargo, se
descubren algunas «cosas» interesantes: 1) Que la nueva
forma de populismo utiliza los procedimientos democráti-
cos sólo para lograr una legitimación formal (el consenso de
la mayoría de los votantes, que no es lo mismo que la de
los electores, representaría la condición suficiente para la
legitimación del ejercicio del poder sobre el pueblo entero).
2) Que esta es una ficciónfavorecida por el sistema electoral
mayoritario. 3) Que la mayoría de los consentimientos se
obtiene a partir de propuestas-eslóganes sin contenido (la
necesidad de las reformas, por ejemplo, respecto de las que
no se indica previamente el contenido), de la emotividad
(como respuesta, por ejemplo, a actos de terrorismo, a veces
despiadados) o de cálculos egoístas (imponiendo, por ejem-
plo, a la consideración de los electores los valores de obligacio-
nes y acciones). 4) Que, aun durante los procesos electorales,
los proyectos permanecen sin determinación, los programas
sin definición y las opciones (todas las opciones) sin juicio.
5) Que lo recién dicho permite la adopción tras las sucesivas
elecciones de la teoría del transformismo, que comenzó a prac-
ticarse en Francia al tiempo de la Revolución y se ha aplica-
do con posterioridad en Italia, sobre todo por Agostino
Depretis en la segunda mitad del siglo XIX. Desde entonces
se ha aplicado constantemente en la vida política. El popu-
lismo actual la ha desempolvado y la aplica con refinada suti-
leza: el transformismo, en efecto, ahora se practica de hecho
pero con un nombre ennoblecido. Su justificación se busca
en el llamado Partido della Nazione , no constituido formal-
mente pero invocado constantemente con el objetivo (real)
de favorecer toda operación de poder y con el objetivo (disi-
mulado) de responder a las exigencias del pueblo.
e) Partido «de la gente» . Una versión más demagógica del
populismo procede de la invocación de las expectativas de
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la «gente». Término genérico, qualunquistico, con el que se
busca legitimar una política de «mediación», es decir, una
política que recoja las expectativas de los gobernados, todas
las expectativas de los gobernados. El hombre político sería
el intérprete de los deseos del pueblo. La política no sería
ciencia (ética) y arte del bien común, sino actividad de
«moderación» y distribución a partir de las demandas de los
individuos y de las pretensiones de los grupos. La política no
tendría razones; su naturaleza radicaría sólo en el éxito,
para el que resultan útiles todos los mitos y las categorías
ideológicas de lectura de la realidad, elaboradas por cual-
quier «sistema».
4. Del fénomeno a la sustancia: los intentos de definición
del populismo
Si resulta difícil la descripción del populismo, lo es aún
más su definición. Los intentos que se han hecho en tal sen-
tido han conducido a resultados inciertos, a veces erróneos.
Los análisis del populismo que se han ofrecido hasta ahora,
en efecto, han buscado captar (no lográndolo siempre) sus
principales características, pero no han alcanzado a pene-
trar la cuestión en toda su profundidad. Se ha creído en primer lugar poder distinguir en el
populismo una evocación de la comunidad política contra-
puesta a la ideología individualista. Es un error. El populismo,
en efecto, no es en modo alguno «comunitario» (aunque
pueda resultar en algunos casos «comunistarista») y se halla
alejado de la concepción clásica del pueblo. Supera el indi-
vidualismo masificando al individuo o considerándolo como
mero elemento de una identidad sociológica. Utiliza, a con-
tinuación, al «pueblo» como categoría social, no jurídica. En segundo lugar se ha dicho que el populismo es apo-
lítico o incluso antipolítico. Esto es verdad, siempre que se
piense la política en términos clásicos. El populismo, en
cambio, privilegia lo social respecto de lo político y preten-
de (en la mejor de las hipótesis) una unidad ideológica que
es de estricta ascendencia moderna. Impone a veces una
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unidad del «pueblo» a partir del primado de una de sus
categorías. Traiciona, pues, al pueblo al menos desde dos
puntos de vista.En tercer lugar, se ha afirmado que el populismo «encar-
na una aspiración de regeneración fundada en la voluntad
de devolver al pueblo la centralidad y la soberanía que le
han sido sustraídas» (6). Desde este ángulo el populismo se
revela un fenómeno esencialmente moderno: la soberanía,
en efecto, era desconocida para el pensamiento político clá-
sico. Que pensaba la política en términos de realeza, no de
soberanía. La regeneración que ofrece el populismo es, ade-
más, el seguimiento de una utopía, no es compromiso por
hacer a los hombres mejores como hombres. Algunos estudios del populismo, finalmente, han visto
en él la nostalgia de un mundo pasado, «leído» como mundo
ideal con equidad social. Se trata de una «lectura» erró-
nea, a nuestro juicio, desde distintos ángulos. El mundo
pasado no alcanza nunca la perfección que la utopía «reac-
cionaria» (por usar una categoría de Augusto Del Noce) a
veces le atribuye. Puede haberse caracterizado por un orden
que, al no ser racionalista, era superior (aunque presentase
muchos defectos) al mundo nacido de la Ilustración y de las
ideologías que ésta engendró. El mundo «pasado» no era,
en todo caso, perfecto. Los estudiosos que encuentran la
nostalgia del pasado como una de las características del
populismo no tienen en cuenta, además, que los «mitos»
que propone el populismo son instrumentos de dominio
típicamente modernos. Maquiavelo sugirió utilizarlos como
técnicas de dominio, aconsejando al Príncipe usar el pasado
lejano y el futuro remoto como «cebo» para encantar a los
súbditos. El Fascismo utilizó ambos. Piénsese, por ejemplo,
en el «mito» de la antigua Roma, pero «leído» con las cate-
gorías de la Modernidad, o al «peligro amarillo» expuesto por
Mussolini. Desde este ángulo el populismo se revela tam-
bién «hijo» del mundo moderno, producto revolucionario
afirmado después de la Revolución francesa. El hecho de
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932Verbo, núm. 549-550 (2016), 925-936.
––––––––––––
(6) Loris Z
ANATTA, Il populismo, Roma, Carocci editore, 2013, pág.
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que, además, el populismo hable siempre en nombre de la
totalidad e intente representar sus reclamaciones significa
que hace del Estado, sobre todo del Estado moderno, el ins-
trumento para la afirmación de su ideología, revelando así
su dependencia de las ideologías políticas modernas.
5. Adversarios (al menos teóricos) del populismoDetrás de los distintos rostros del populismo se encuen-
tra su alma. No es fácil ciertamente de aprehender, porque
se halla sumergida en los aspetos contingentes que aquél asume.
El populismo, además, exalta de cuando en cuando las
características peculiares de los régimenes en que se encar-
na. «Pliega» muchas realidades a sus exigencias: la religión,
el pueblo, las etnias, los intereses legítimos. Así –ya se ha
apuntado– la ideología del régimen singular se hace condi-
ción del pueblo (el fascismo era, según Mussolini, todo el
pueblo italiano), la revolución es instrumento de redención
social y así se convierte en «religión» civil de la historia y en
la historia, las diversidades son sacrificadas en el altar de la
uniformidad (sea centralizada o descentralizada), el pensa-
miento se convierte en «único» (incluso cuando aparece
como múltiple) por la necesidad de «sistema» del que –en
último término– el populismo tiene necesidad: Perón, por
ejemplo, sostenía que todos los hombres deben pensar y
sentir de manera similar «para asegurar una unidad de con-
cepción, que es el origen de la unidad de acción» (7). Todo
esto ha levantado con frecuencia resistencias y críticas. El
populismo, por ello ha encontrado también adversarios. En
primer lugar, se han convertido en tales los «liberales» cohe-
rentes. Que han opuesto (y oponen) al populismo el Estado
de derecho, que –si se concibe de modo formalista– no per-
mite identificar Estado y régimen, al reservar al primero la
primacía sobre el segundo. Los liberales, además, oponen
los derechos individuales ilustrados al populismo, hasta el
–––––––––––– (7) Cfr. Juan Fernando S
EGOVIA, La formación ideológica del peronismo,
Córdoba, Ediciones del Copista, 2005, pág. 257.
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punto de que algún autor ha creído poder ver (a nuestro jui-
cio erróneamente) una aversión radical entre populismo y
Modernidad(8). Los liberales coherentes, finalmente, opo-
nen populismo y racionalismo (que no es, por cierto, racio-
nalidad). Rechazan, así, por ejemplo, el fanatismo de
distintos regímenes populistas. No aceptan (y no aceptarían)
el lema de la Gioventù Italiana del Littorio (GIL), las juventu-
des fascistas: «Creer, obedecer, combatir». Proponen el plu-
ralismo de la democracia moderna contra toda concepción
holística de la política. Al populismo son contrarios también los conservadores,
porque prefieren las élites al pueblo, que –por tanto– ven
como masa, juzgando ésta enemiga de la comunidad políti-
ca, sobre todo porque entienden que la justicia radical-ilus-
trada sea la negación de sí misma. Finalmente se opone también al populismo la doctrina
política católica, que reserva en cambio una atención parti-
cular al pueblo. Niega la doctrina política católica (por más
que muchos caigan en contradicciones) el «populismo», así
como la identificación sucesiva de pueblo y «clase», comuni-
dad política y «pueblo llano». Niega también validez a las
concepciones políticas «excluyentes», es decir, concepcio-
nes del pueblo no-orgánicas, así como a las concepciones
políticas totalitarias, que en la relación introductoria se han
llamado organicistas (9). Pero sobre todo niega que el pue-
blo pueda identificarse a partir de criterios distintos de la
justicia, que es regla y fin de la política.
6. Análisis ideológicos del «populismo» y sus «lecturas» equi-
vocadas
A partir de cuanto se ha dicho puede afirmarse que algu-
nos análisis históricos y teóricos del populismo son equivoca-
dos. Sobre todo son erróneas aquellas tesis que encuentran
su origen en la doctrina política católica. Algunos autores
–––––––––––– (8) Cfr. Loris Z
ANATTA, Il populismo, cit., pág. 11.
(9) Cfr. Miguel A
YUSO, «El pueblo y sus evoluciones», supra, págs. 711-
734.
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liberales y radicales, en efecto, entienden que el populismo
sea un producto de la cultura católica. En particular, el
populismo de los países hispanoamericanos. Pero el pueblo
tal y como lo entiende el populismo no es la comunidadpolí-
tica. El populismo no es la secularización de la cultura cató-
lica sino su negación. El populismo –se ha repetido más de
una vez– procede de la cultura moderna y en particular de
la Revolución francesa. Por otra parte, los conservadores ven (justamente) en el
populismo un fenómeno revolucionario. Pero no encuen-
tran su raíz: la misma que ha dado vida a la Revolución,
cuyos principios se hallan también en la base de las doctri-
nas conservadoras. El populismo no se identifica con la demagogia, que es
la degeneración de la democracia entendida como forma de
gobierno y, por esto, orientada a la búsqueda del bien
común con el concurso de muchos. El populismo se sirve de
la democracia, pero de la democracia entendida como fun-
damento del gobierno, que es la concepción moderna de la
democracia. En otras palabras, el populismo debe la posibi-
lidad de su misma existencia al hecho de que con la
Modernidad política la legitimación del ejercicio de la potestas
reside en la voluntad de los asociados, en un solo consenti-
miento. El populismo, además, se diferencia de la demago-
gia porque ésta persigue como finalidad el beneficio de
cada uno, mientras que el populismo lleva el beneficio de
una categoría del pueblo (o incluso del pueblo entero) pero
no como bien común (bien propio de todo hombre en
cuanto hombre y por ello común a todos los hombres) sino
como beneficio generalizado. Desde este ángulo el populis-
mo es «moralmente» superior a la demagogia. No sólo. El líder populista no es el tirano. Puede ser
incluso peor que el tirano si conduce el pueblo a la ruina.
Pero, sin embargo, no persigue un interés propio. Pretende,
más bien, servir a un «ideal», un ideal erróneo y a menudo
dañino, pero que es una finalidad trascendente de la propia
persona. Por eso nos parece que el populismo es un fenóme-
no de la Modernidad , no un acontecimiento que se repite en
la historia desde la antigüedad. No puede compartirse, por
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tanto, la tesis según la cual demagogia y populismo son una
misma cosa con nombres distintos. La demagogia, en efec-
to, se identifica a partir de la negación de la verdad de la
política (fruto de la indagación acerca del hombre, acerca
de su naturaleza y su fin). Puede definirse, en otras palabras,
porque (aun en la negación y por la negación) resulta posi-
ble identificar el bien común. El populismo, en cambio, vive
de un sobrogado de la verdad de la política. Postula, como
ha escrito por ejemplo Chantal Delsol (10), que la política
se afirma y se desarrolla en el reino de la opinión. Dicho de
otro modo, el populismo no niega la verdad sino que la
transforma: convierte la opinión en la esencia de la verdad
y, por tanto, «relativiza» el bien común, haciéndolo de con-
tenido variable en cuanto dependiente sólo de la convicción
de los más.
7. La deficiencia del populismoDe cuanto hemos dicho surgen los mil límites del popu-
lismo. Recoge muchas teorías políticas modernas, con todos
sus errores. parece contener una denuncia contra los mis-
mos, pero no logra encontrar el camino de la política, la vía
para la superación de sus contradicciones y sus peligros. La
fascinación que ejercitan las diversas formas de populismo y
los distintos regímenes que «alimentan», tanto en Europa
como en América, evidencian una exigencia: la de volver a
descubrir la política como ciencia (ética) y arte del bien
común, que Miguel Ayuso entiende con razón es «un oficio
del alma» (11). Ésta es una necesidad tanto para los pueblos
como para la política. Pero es una necesidad, sobre todo,
para el hombre.
–––––––––––– (10) Chantal D
ELSOL, Populisme, París, Editions du Rocher, 2015, pág.
239. (11) Miguel A
YUSO, La política, oficio del alma, Buenos Aires, Nueva
Hispanidad, 2007.
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