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Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (XII)

Deber y condiciones de eficacia
Tercera parte
Instrumentos y métodos
Capitulo VII
Fórmulas de acción masiva
por
jEAN ÜUSSET
Fundaci\363n Speiro


DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
TERCERA PARTE
INSTRUMENTOS Y METODOS
CAPÍTULO VII .
FORMULAS DE ACCION MASIVA
Con esta apelación queremos designar a esas coaliciones, a
esas agrupaciones1 a esos partidos únicos, que muchos tienden
a considerar como las únicas fórmulas de acción eficaces, como
las únicas fórmulas de salvación.
Fórmulas de ma~. Fórmulas de intensa concentración.
¿ Se pueden admitir?
¡ Ciertamente !
Pero no sin reservas. Con grandes precauci_ones. A condición
de no concederles ese carácter de fórmula soberana, que tienden
a reivindicar, corno efecto psicológico de su masa.
Pero por "cualitativos" -que queramos ser para elegir los
medios de acción, sería insensato desconocer la importancia even­
t-ual de la cantidad, es decir, de esos movimientos, partidos, agru­
paciones, coaliciones de efectivos elevados, cuya fuerza reside en
el número.
Pueden ser indispensables.
¡ Y salvadores ! Sobre todo en determinados períodos de crisis
agudas, en los que
el efecto de una manifestación en masa puede
ser decisivo.
Ha sido en este sentido, sobre todo, de fórmula global en el
que, hace tiempo, un cardenal Pie o un San Pío X han podido
hablar de .un
"partido de Dios". Fórmula de adhesión ideológica,
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mucho más que fórmula de acc10n concreta conVenienternente
organizada para ejercer nna influencia duradera y continua.
Ya lo hemos dicho: para ser eficaz, para ser más vivificadora
que ortopédica, la acción debe ser multiforme, juiciosamente
variada.
Es una ley natural, que ni la misma Revolución ha podido
dejar de respetar para asegurar su propio éxito. Aunque esen­
cialmente totalitaria, no ha conquistado el mundo con un solo
partido, sino con una gama de partidos, con un número cada vez
mayor de obras diversas. Organizaciones que,
al servicio del co­
munismo, son llamadas "correas de transmisión".
Descentralización. Variedad y complementariedad de los cuer­
pos
profesionales, tal es el orden que hay que promover en el
mundo del trabajo. Variedad y complementariedad de los cuer­
pos sociales, tal es el orden que hay que promover para asegurar
la vida armoniosa y fuerte de la Ciudad. Variedad y comple­
mentariedad de las obras, de las fórmulas, de los movimientos,
tal es el orden que hay que promover en nuestra propia acción
para
su mayor eficacia.
Peligros de gigantismo.
Como se ve, FIN y MEDIOS se ordenan rigurosamente. Y sería .
locura creer que una lucha tan com¡pleja pudiera ser conveniente­
mente llevada por un solo organismo, por un solo partido, por un
solo .periódico, por
una sola revista ...
Fórmulas asfixiantes mientras pr-etendan asumirlo todo, mien­
tras no puedan manifestarse más que oponiéndose a otras, mien­
tras no se legitimen más que por la exclusividad. Porque no se
concibe su progreso más que gracias a la supresión o a la absor­
ción
de organismos vecinos, que en realidad son complementarios.
Su verdadero motor es la sed inextinguible de efectivos.
Aparatos gigantescos que, para ensayar la ejecución (¡ sin
lograrlo!) de las tareas que
se imponen, deben planificar, esque­
matizar y, por lo tanto, mutilar esa acción deseable. Una hiper-
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trofia administrativa es la consecuencia ordinaria de cada intento
de hacer más, de hacer mejor.
De ahí gastos enormes, inmensos
loc~les, numeroso personal.
Aparatos grandemente vulnerables incluso
por sus mismas
dimensiones, que más bien
se administran a sí mismos. que reali­
zan
un trabajo eficaz. Rutinas, reflejos lentos, son sus defectos
habituales.
Esa incapacidad de hacer frente a las exigencias diversas de
la acción les lleva a especializarse, a limitarse a
oo.a o dos for­
mas de actividad presentadas,
desde ese momento, como pana­
ceas. Todo se vuelve baldío en
torno suyo. Sin que se quiera
reconocerlo (1).
Se persiste én declarar suficiente, más racional,
menos dispersos, al
totalitarism~ ejercido. Se declaran ilegítimos,
rivales,
y, por ello, condenables, a todos, los que, de hecho, com­
pletarían el
trabajo (2).
De este modo, por una especie de paradoja, toda concepción
(1) El carácter totalitario y arrasador del sistema francés de Acción
católica. es, a este respecto, un mb ningún satélite. Cualquier
clase de vida es, como se ha dicho, "participa­
da" (
participée): Y es significativo ver qué han llegado a ser con este
régimen las fórmulas, secularmente probadas, de piedad, de santificacióÍl
de las almas: órdenes terceras-, congregaciones marianas, etc .... Por otra
parte, sería sorprendente que
la Iglesia, después de haber condenado de
manera tan radical en lo temporal al unitarismo totalitario, pueda, sin
daño,
aplicarlo· en sus organizaciones.
(2)
Ni que decir tiene que el peligro totalitario, el peligro de unita­
rismo
en la acción no empieza sino a partir del momento en el que cada
cual tiende a presentar su especialidad como el
TODO suficiente para el
pleno éxito de la acción deseable. El peligro totalitario no consiste, gra­
cias a Dios, en la complacencia que todo buen obrero pueda manifestar
por
su trabajo particular. No hay nada sorprendente en que un escritor
nato tenga
un especial gusto al redactar y que un orado-r nato sienta un
gusto
especial por la tribuna, Basta que estas, preferencias no sean exclu­
sivas.
Es conveniente no escucJ:tar demasiado a unos y otros si se es­
fuerzan en demostrar que
sólo-los escritores son eficaces, o que no hay
como
la oratoria para asegurar el éxito. La verdad es que cada cosa en
su momento es indispensable. Y una justa formación debe implicar, en
absoluto, el empleo inteligente de actividades múltiples y concertadas,
cualquiera que pueda ser la especialidad que
ejerza cada uno.
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unitaria, totalitaria, tiene por efecto un doble resultado... de
absorción y de desmovilización.
¿Absorción? Ya que aquélla tiende a anexionar lo que se le
acerca o ·rodea.
¿Desmovilización? Potque, ante su pretensión de hacerlo
todo, cada cual tiende a descargarse en ella y a creerse inútil,
superfluo. Se pone
la confianza tan sólo en el gran organismo
central. ..
y se queda uno en casa. De posible actor se convierte
uno
en espectador. El resultado es que, en muy breve plazo, un
pequeñísimo número continúa trabajando y que una multitud de
iniciativas, tan diversificádas como adaptadas, desaparece com­
pletamente.
j Pero eso no es todo! El temperamento receloso, la abulia, la
vulnerabilidad, propios a todo gigantismo, hacen pronto mella
en
estas organizaciones. Incapaces de una rectificación súbita, de una
reforma, de, una renovación, se agitan y se agotan en inciden­
cias
secundarias, en cuestiones de precedencia1 en querellas de
1'maffia''.
Lo que, dentro del estilo de una acción pluralista y comple­
mentaria, sería fuente de iniciativas. enriquecedoras, de reaccio­
nes dinámicas, se convierten
_para un espíritu totalitario en dis~
locaciones y en riesgos de hundimiento.
No se pueden perseguir dos liebres a la vez, dice el prover­
bio; ¿ Pero qué hacer cuando interesa perseguir quince· o veinte?
La ·solución es sencilla. Se necesitan quince o veinte cazadores
para las quince o veinte liebres.
En el tribunal de la razón pura, la fórmula de una sola or­
ganización, encargada de realizarlo todo, es, sin duda, muy se­
ductora.
¡ Sería tan cómodo !
No es normal que sólo por razón de facilidad, los miembros
de una organización tiendan a esperarlo todo de ella. ¿ Hay algo
más fastidioso (¡ y oneroso!) que tener que inscribirse, cotizar,
abonarse, etc.,
en varios lugares? j Qué práctico es concentrar las
compras
en un "gran almacén" !
Por seductora que sea la imagen, no deja de ser altamente
engañosa. Porque si bien es relativamente fácil vender en un
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mismo sitio sombreros, cacerolas, lámparas eléctricas o. tapices,
la
experiencia ha demostrado desde hace mucho tiempo que una
organización unitariamente concebida no puede llevar a cabo con
igual éxito.
las diversas formas de acción indispensables para el
completo triunfo· del combate político y social.
Es, por tanto, necesario no dar oídos a los discursos tan fre­
cuentemente
repetidos de los que no conciben acción eficaz más
que
por la fusión de todos los organismos existentes.
Que las exigencias del combate social
y político implican una
gran unidad, no es lo que se está discutiendo, sino esta confusión
de organismos
y de funciones que se considera como condicióri
misma de la eficacia y, por ello, del éxito.
Las coaliciones e~ctaculares no han faltado, sin embargo,
en nuestro lado.
¿ Qué ha salido de ellas? ¿ Ha sido por ellas
frenada la Revolución?
Todo lo contrario, Parece que ha sabido
aprovecharse de lo que esos obstáculos tenían de falaces
para
franquearlos con tanto mayor impulso, cuanto le había.n dado el
pretexto
para reunir contra ellos al mayor número posible de sus
secuaces.
¿No ha sido bastante concluyente._ la experiencia? Concentra­
ciones formadas apresuradamente en torno de algún personaje
de renombre, pero sin unidad doctrinal ni estratégica.
Sin pre­
paración seria. Sin cuadros seguros.
Ningún trabajo para dar
unión duradera a la inflación de efectivos producida desde los
comienzos.
El partido católico único.
l. Amalgamru (blocages) político-religiosos.
A la luz de lo que precede, es fácil imaginar los peligros que
puede ofrecer la fórmula del
"partido católico único".
Porque si es bueno que todos los partidos llamados católicos
profesen
la doctrina católica, sería mejor aún que los partidos,
los organismos neutros, estén también animados
por la doctrina
católica
y profesen, aunque sólo fuera inconscientemente, esa
misma doctrina.
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¿ Difícil ambición?
Ni más ni menos que el hecho, tan frecuente, de los católicos
que profesan el marxismo sin quiSiera darse cuenta de ello.
Es la conquista unificadora de los espíritus la que asegura
las grandes, victorias, no el unitarismo material de la organi­
zación.
Una causa está próxima al éxito total cuando llegan sus te­
sis a ser profesadas hasta por aquellos que no se consideran
adictos a la causa en cuestión.
E:-1 estilo de la acción que tiende a reServar el monopolio de
una ideología a la irradiación de un solo organismo es, en con­
secuencia, el más estéril imaginable. Abocado al fracaso metó­
dico. (Tal
es el caso de la afirmación de catolícismo combatida
con ardor como ilegítima, desde ,el momento que no cuenta con
una autorización o "mandato" oficial.)
Y
no se diga que se corre el riesgo, sin ello, de comprometer
al catolicismo. Como lo observa
J ean Madiran : "Es la marcha
·ordinaria de
la vida y la condición inevitable de la acción. Vi­
gilar este peligro es necesario. Querer suprimirlo radicalmente,
sistemáticamente, es
condenarse a la inconsistencia, a la inmo­
vílidad, a la nada ( ... ). Porque el error y el fracaso, el compro­
miso y lo que se ha dado en llamar "amalgama" político-religio­
sa, no es una especialidad de los laicos ( ... ). Es una especialidad
del hombre falible
y pecador. En tiempo de Napoleón III, un
obispo, en un acto público de su ministerio pastoral, había elo­
giado la belleza de la Emperatriz, lo cual suscitó la pregunta de
un seglar impertinente, que interrogó si la plenitud del sa..:
cerdocío confería aptitud particular para juzgar la belleza fe­
menina.
"Sería mejor no tomar por lo trágico ni aquella impertinen­
cia ni esta especie de enseñanza episcopal. (... Pero es que)
muchos de los que analizan, a veces con justo espíritu crítico,
otras veces con excesiva hipercrítica, las "amalgamas político.­
religiosas" del
pasado; ponen en tela de juicio principalmente,
no a los seglares, sino a hombres de Iglesía ( ... ). De tal forma
que, centralizando
y monopolizando ·bajo la autoridad directa
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de la jerarquía a las actividades abiertamente católicas de la
Iglesia, y colocando en una suerte de anonimato religioso las -ac­
tividades que pertenecen a la libre iniciativa de los seglares, no
se resuelva nada con ello. Q.uizá incluso se agrava la s_ituación.
Porque el peligro de la "amalgama político-religiosa" es per­
manente, pero las amalgamas más tenaces y, sin duda, también
los más frecuentes y, probablemente, las más perjudiciales, son
las amalgamas inconscientes, debidas a los ambientes del mo­
mento, a las modas intelectuales, a las corrientes de pensamiento
(y a las propagandas sociológicamente dominantes): es a veces
casi imposible, aun para los eclesiásticos, discernirlo inmediata­
mente. Confiriendo mayor solemnidad, y un carácter más ¿ficial
a las empresas que gocen del monopolio ( ... de la titularidad de
católicas), se agrava
la importancia psicológica e histórica de las
"amalgamas". En todo caso, se les da una gravedad mucho ma­
yor que si se dejaran correr bajo el nombre católico (cuidando
de rectificarlas si viniese el Úso) una multiplicidad, una plura­
lidad, una diversidad de "amalgamas" diferentes y simultáneas
en
el campo libre de las iniciativas seglares" (3).
* * *
Cuando se está hablando tanto de pluralismo, es curioso com­
probar cuán pocos son los que preconizan ese pluralismo a que
acabamos de referirnos.
2.
Comprometer a la Iglesia.
Lo que precede se aplica sin dificultad al partido católico,
en la medida de que es único, por 1:7-0 decir "mandatado" o "auto­
rizado".
Una vez hecha la elección de lo.s jefes y suponiendo que ha
sido acertada la realidad del partido único, no podrá dejar de ser
lo que es, unitaria por naturaleza en un terreno en que la com­
plejidad y la diversidad deben ser ley. De ahí el peligro de una
(3) Jean Madiran, L 221
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tiranía católica, tanto más odiosa cuanto más santurrona y ser-·
mdneante devenga.
Si la central católica es poderosa -ya que si existe es para
serlo-compadecemos a los católicos que no estén de acuerdo
cou ella.
El poderío de un semejante partido siempre será equívoco.
Un Carlomagno, un San Luis, un Luis XIV, fueron reyes cris­
tianos, pero no a ese solo título. O dicho de otro modo, si debían
ser respetados por sus súbditos, era sólo como jefes de Estado.
La consagración aureola,ba su soberanía política corno tal, en
tanto. que autoridad querida
por Dios. No hacía de ellos cris­
tianos más ejemplares que los otros,
y por ese título, juzgados
más dignos de mandar a todos.
,
Todo riesgo de equívoco se encontraba así descartado. Si se
equivocaba Carlomagno o San Luis XIV, no comprometían más
que a sí mismos.
Por cristianos que fuesen, no se puede negar
que
eran bien diferentes del organismo de que estamos hablando ;
organismo
tipo, cuya razón de ser es su propio catolicismo. Si
se equivoca,
el catolicismo será tachado de error. Si fuera derro­
cado, entonces
se .proclamará la derrota de la Iglesia.
Y ¿ quién se atreverá a garantizar que en un partido así no
pueda infiltrarse una quinta columna de elementos dudosos, ven­
tajistas o netamente subversivos?
La fórmula del partido católico único resulta, pues, muy di­
fícil de defender.
No parece tolerable (?) más que en países de infieles o pro­
testantes.
En todo país en el que una minoría católica pueda te­
ner interés en hacer frente común para evitar lo peor, en asegurar
la defensa
de los derechos elementales ...
* * *
Pero se sigue insistiendo: los radicales, los socialistas, los co­
munistas trabajan para el advenimiento de un Estado radica
socialista, comunista.
¿ Qué hacen mientras tanto los católicos?
Están dispersos en asociaciones políticas, de las que las mejores
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no garantizan ni la cuarta parte de lo que una conciencia cris­
tiana tiene derecho a desear. No se ve por ello por qué estará
prohibido a los católicos reunirse en partido para ser más efica­
ces en
el servicio de un ordeti social verdaderamente cristiano.
Pero obsérvese que no se trata estrictamente aquí de un par­
tido católico único. Lo que parece desearse (y es muy deseable,
en· efecto} es la unión de los católicos en lo esencial, por lo
menos de la doctrina social de
la Iglesia. Pero no negamos que
pueda ser deseable, en ciertos casos, realizar un frente común
coti todos los católicos de un
país (4).
Pero, además de que la forma unitaria podría no ser la más
eficaz,
aun en esos casos extremos, parece que se intenta reali­
zar aquí una unidad concreta antes que la
unidad doctrinal haya
ganado los espíritus. Cómo no ver, entonces, que si este partido
pretende reunir la totalidad de los católicos quedará destrozado
por querellas intestinas, o que, si no lo fuera, es porque sería
el ,partido de un "clan", el partido de una sola "tendencia".
La sola unidad posible de las fuerzas católicas en lo tem­
poral no puede
ser otra cosa que la unidad en el "'consensus ",
que únicamente su sumisión a la doctrina social de la Iglesia
puede hacer nacer
y mantener. Cualesquiera que sean el número
y la variedad de sus organizaciones particulares.
"Cuanto más rica .es la vida, escribe Dom Delatte, más se
manifiesta en una gran variedad de órganos y funciones.· Es en
los seres vivientes superiores
en donde aparece simultáneamente
la más rica expansión y la más rigurosa unidad. Un consenso
vital estrecho, un vínculo
de federación orgánica lleva a conspi­
rar hacia un mismo designio a la gran variedad de energías,
atribuye a todos los miembros
su parte de traba jo, coordina
su acción, los hace solidarios
y asegura, de esta forma, el bienes~
tar y el crecimiento de lo viviente ... " (5).
(4) Casos límites, en la hora de un peligro extremo, de una necesidad
acuciante. Ejemplo:
la fundación de la F. N. C. por el General Castelnau,
en la que colaboraron parlamentarios de diversos partidos.
(5) Dom Delatte, Epístolas de San Pablo reintegradas a su medio
histórico. Mame editora, t. I,
pág. 356,
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