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Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (XVI)

Deber y condiciones de eficacia
CUARTA PARTE
Las circunstancias
CAPITULO ll
CUATRO FORMAS MAS CARACTERISTICAS
DE CIRCUNSTANCIAS
por
]EAN OussET
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
CUARTA PARTE
CAPÍTULO II.
CUATRO FORMAS MAS CARACTERISTICAS
DE CIRCUNSTANCIAS
Infinitas son, si se las observa detalladamente, las wsibles formas del acontecLmiento. Ninguna es idéntica a la otra. Siem­
pre se descubre algún elemento que imp¡ide emplear a su res­
pecto la palabra identidad.
Los parecidos aibsolutos son ilusorios, y, por lo mismo, falaces. Y probaiblemente es éste el más im­
portante sentido de las circunstancias que interesa
poseer. Pero ante la imposibilidad de prever sus innumerables formas,
se
puede y se clebe limitar su estudio a algunos casos más
significativos.
En el estado actual del mundo, cinco son los casos prin­cipales que, parece, deben ser tenidos en cuenta.
1.° Caso de una sociedad hostil al derecho cristiano.
2. 0 Caso de una sociedad cuyas instituciones y espíritu
público están animados
pm la doctrina de la Igles,ia.
3,.° Caso de una sociedad que posee aún instituciones con­
formes al derecho natural y cristiano, pero cuyo espíritu pú­
blico ha sido ya ganadb
por la Revolución.
4.° Caso de una sociedad con estructuras institucionales
inspiradas en el espíritu revolucionario (liberal o marxista),
pero auybs miembros son en su mayor parte católicos fervientes y dinámicos.
5.° Caso de una ~ociedad con estructuras institucionales
contaminadas por la Revolución y profundamente dividida en
cuanto a creencias.
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JEAN OUSSET
Cinco casos, de los cuales los cuatro primeros serán el ob­
jeto de este ca¡pitulo, y el quinto será estudiado en el capítulo
siguiente. Cinco casos,
de los cuales sería inútil buscar su exacta copia
o reproducción dentro de uoa realidad en la que todo es más
complejo.
Una situación dada podrá ser la mezcla de varios de
estos cinco casos.
Así puede suceder que una sociedad todavía cristiana, sufra
graves daños causados· por sus gobernantes súbitamente con­
vertidos en perseguidores. Como ha sucedido en múlti;Ples reinos
cristianos minados por la Masonería en los siglos XVIII y xrx.
y en Austria en tiempos del J osefumo.
E igualmente uoa sociedad laicizada, div,dida en creencias,
puede continuar siendo rica
en mil bienes heredados de su cato­
licismo inicial. Catolicismo que bastaría con volverle más vivo
e ilustrado, para ·que las instituciones cambfosen, y la división
de las mentes -se volviese menos :Profunda. Tal es el caso de
Francia en la hora actual.
Primer caso de una sociedad hostil al catolicismo, al derecho
cristiano.
Es el peor de los casos. AJwrentemente.
Las pos,bilidades corren el riesgo de quedar reducidas a
sólo esa suprema forma de la acción que nada puede prohibir,
que nadie puede impedir: la oración. Al menos en privado.
Para que Su Reino venga; Cou paciencia (activa, ciertamente,
y
¡ sobrenatural!). Cou la ofrenda de las· pruebas soportadas y
hasta
de la saugre derramada. Con la ofrenda de las humillaciones
y de los sufrimientos de la Patria ante las miradas misericor­
diosas de los ángeles y de los sautos.
En lo demás -mientras sea posible, y por los medios más
discretos, y, si fuera preciso, clandestinos
(1 )-hacer todo Jo
(1) Cf. supra, parte III, capítulo 8. Sobre las orp.:anizacicnes secretas.
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posible para sostener y guardar en la verdad al gru¡po de los
fieles. Indudablemente,
se podrá responder: pero esto depende me­nos de la accón cívica que del apostolado en sentido estricto;
y, a este título, debe estar más
directamente sometido a la di­
rección de los clérigos.
¡Ciertamente! Interesa, sin embargo, saber, que en Setne­
jantes circunstancias los laicos pueden ser tanto más útiles,
cuanto más peligro. corran los clérigos (fieles) de estar vigilados
y perseguidos.
En consecuencia, tenemos el deber de tratar de estar bien
informados para no ser engañados y traicionados
por clérigos
felones.
Hay que desconfiar de las iniciativa:5 "apostólicas" del
tipo de "Pax" {2). Hay que afanarse en ilustrar mejor su propia
fe a fin de poder, por sí mismos, desenmascarar los desliza­
mientos
hacia la izquierda que la Revolución nunca dejará de
fomentar. Permanecer, lo más
posible, a la escucha de Roma en
lo más
esencial que tiene. No las operaciones· diplomáticas, sino la enseñanza doctrinal.
Pero, como suplemento a esta acción apostólica fundamental,
se inipone otra. Totalmente de formación. Y de sostén intelec­
tual,
espíritu, moral, de cuadros directivos tanto más segnros
cuanto más trágico sea el acontecimiento.
Cuadros capaces de afirmar la defensa ... cuando no la trans­
misión del depósito. Cuadros
capaces de asegurar la difusión de
la doctrina. Y ello, suceda lo que suceda.
Cualquiera que pueda
ser la duración de los días
mal?" (3).
(2) Sobre el asunto "Pa.x.'1 ••• d. Jean Madira.n. L'affaire Pax en Fra.nce. Colección ltinéraires. De venta en Srpeiro, ca.lle General &m­jurjo, 38. Madriru-3.
(3) "·La mayor desgracia para un _si:glo_ . o para un país; escribía Morts. Freppel, es.' el abandorio o el de,bilit~mÚ~1to de la verdad,. Dé todo lo den:iás se puede WlO ·reponer; pero no se !"establece Uno jamás del sacrificio de loo principios. Los ca.ractetes pueden f.laquear en ciertos -mo­mentos dados, y las cos.tumbres ifl'tlblicas recibir alguna herida del vicio
o de los malos ejemplos, pero nadai se ha perdido· si las verdaderas doe­trinas permanecen en pie en toda su integridad. Con ellas todo se rehace
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Acción eminentemente cualitativa. Totalm~nte intensiva. En
la que hay que esforzarse en utilizar lo mejor posible los raros
INS'I'RUMENTOS a nuestro alauu:e, que no deberán ser
llamativos,
ni ruidosos, ni localizables, ni vulnerables.
En caso extremo, siempre quedará la explotación de estos
elementos de fuerza que no
podrán dejar de existir mientras
los hombres vivan
en sociedad: las redes o relaciones sociales
de
amistad, más o menos espontáneas. Redes que se anudan
indefectiblemente en tomo a las relaciones familiares, profesio­
nales, locales, culturales, deportivas, etc.
Ya hemos visto (4), que las Redes constituyen una fórmula
de acción,
un INSTRUMENTO fundamental de una impor­
tancia
extrema siempre, cualquiera que sea el ACONTE­
CIMIENTO, pero que, en períodos heroicos, tienen la ventaja
de poder ser imperceptibles, sin dejar de ser irradiantes.
Fórmula de acción, que puede ser
el último y supremo medio
de acción, cuando un peligiro extremo
pueda reducir trágicac
mente las posibilidades. Pero desde el momento que agarra uno
a esa fórmula y se
comprenden sus recursos, puede constituir
una posición
inexpugnable, desde la cual podrían deducirse mil
otras fórmulas tan pronto se presenten mejores ocasiones.
Si hiciera falta demostraciones, la historia de la iglesia nos
las sum:inistraría con sobreabundancia, ya que sus persecuciones
han sido numerosas : desde la era de las catacumbas hasta la
de los telones de acero o bambú.
En el primer caso, pues (en las peores circunstancias), dos
pronto o tarde, 1o mismo los hombres (ltte las instituciones, porque siempre
se es
capaz_ de volver al bien mientras no se ha abandonarlo a la. verdad.
Lo que .quita.ria hasta la esperanza mi_sma de la salvaci.ón sería la de­
serción de los principios, fuera de los cuales no se: puede-~dificar nada
sólido. _y dumdero. Así, el 'mayor servicio que un hombre pÚede · prestar
a sus .semejantes, en époc;;l,S de. desfallecimiento o de obcurecimi-ento, es el
de afirmar la vero.ad sin temor, aunque no Ítllera escuchado: porque es
un surco de la luz que abre a través de las inteligencias, y si su voz no­
lleg;a a· ,do~nar los ruidos del momento, al menos será recogida en r-1
futuro romo la mensa.jera.de la _salvación.
(4) Cf. mpra: III Wlrte, c¡,pítulos 5 y 6.
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fórmulas fundamentales: la oración y la acción por medio de
enlaces.
Ejemplo de los primeros cristianos y de la primera expansión de la Iglesia.
Segundo caso de una sociedad cuyas instituciones y espíritu público están animados por la doctrina de la Iglesia.
No creo necesario advertir que este caso ya no es muy frecuente en la actualidad, y q Historia.
Sin embargo, su estudio no deja de ser rico en enseñanzas actuales.
Después del caso precedente, qne es
el peor, he aqtú el de las
condiciones más favorables.
En el que, en lo esencial (5), el orden
social puede ser llamado cristiano.
Sin embargo, no todo
¡peligro ha quedado suprimido. Se debe al hecho de que habiéndose, al parecer, alcauzado el
objetivo, Ias fuerzas de la acción tienden a desmovilizarse.
Hasta tal punto que si en el caso precedente se corre el peligro de que la inacción sea impuesta por la violencia de una hostilidad gene­
ral, en
el caso que ahora nos ocupa puede ser debida a un clima de excesiva facilidad.
O dicho de otra forma : en el .primer caso se estima no poder
(5) En lo esencial, decimos. La perfección, en efecto, no es de este
mundo, lagunas y taras habrá siempre que deplorar. Pero hay lagunas y lagunas. Las hay que solamente provienen de la impotencia, del vicio de
las personas. l.aigunas accidentales por graves que parezcan. Muy dife­
rentes, por el contrario, son los abusos que no provienen solamente de la miseria de los seres, sino de la perversión fundamental de los. prin­
cipios, de la proclamación solemne del error . .. Diferencia esencial, en efecto, entre el mal que se hace a pesar de Ja _prohibición de una ley
que ni se sueña poner en duda, y el mal que encuentra por el contrario su ley, en Jas doctrinas oficiales. Estánda.lo, cierto, e,I de la vida privada de un Luis XV, pero escándalo, sin embargo, menos grave que la ley
rlel divorcio.
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hacer nada por los peligros que se corren; en el segundo, se es­
tima que no hay nada que hacer puesto que todo marcha bien.
En realidad, como decía San Pío X (6): "la ciudad católica"
exige una defensa continua;
es necesario "instaurarla y restaurarla
sin cesar sobre sus fundamentos naturales.
y divinos contra los
ataques_ sien1¡pre J11Uevos de la utopía malsana, de la revolución y
de la impiedad".
Las instituciones cristianas no son un bastión inexpugnable.
¿No las tenían innumerables repúblicas, princi,pados y monar­
quías? Lo que prueba que la sola resistencia .~siva de las socie­
dades cristianas, no bastó, y bastará cada vez menos. El flujo
disgregador de la Revolución
ha llegado a ser demasiado pene­
trante, demasiado insidioso.
Desde el establecimiento de los poderes políticos protestantes,
constituidos en
rampas de lanzamiento de la,; ideas subversivas,
una acción permanente
de salvaguardia, o más hien de contrataque,
debería haberse organizado
en todas las nacione~ católicas. Ahora
bien, nada serio. fue opuesto a las· diversas corrientes de angloma­
nía, de prusofilia, de rusofilia, q:ue 1os predicantes ambulantes de
los siglos
XVII y .XVIII no cesaron de mantener en Occidente a
fuerza de folletos y libelos llegados de Amsterdam, de Ginebra,
Londres o Berlín.
Mientras que,
en los países ganados por la Reforma una in­
mensa fermentación de ideas nuevas- tenía a
1r,s sectarios en es­
tado de
trabajar, de nuestro lado la élite dormitaba tras el ·
baluarte de instituciones milenarias.
En tanto, un esfuerzo, al
menos comparable al del enemigoJ hubiera sido i!1dispensable, raros
fueron los
que comprendieron el peligro mientras las logias masó­
nicas se
mulfiplicaban.
Y sin embargo, no faltaron ni cultur9- humana ni prácticas
religiosas. Solamente
una acción de vigilancia esclarecida fue la que faltó.
Nada hay más engañador que el ejercicio del poder. Todo
(6) Carta sobre el "Sillon".
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DEBER Y •CONDICIONES DE EFICACIA
régimen establecido tiende a considerarse seguro del mañana, por
el sólo hecho de estar establecido.
En tanto que el estado de hostilidad general y de persecución (primer caso) no deja rupenas elección sobre el empleo de los
medios pos;bles, la excesiva facilidad que se ofrece en el segundo caso conduce a Ia inacción ppr euforia. Porque parecen producir efectos más espectaculares, los
medios cuantitativos tenderán a im,_po-nerse. Y esto tanto más cuanto que se disponga de los recursos indispensables para el empleo de estos pesados medios. Lo que a s.o vez incita .a des­preciar el humilde trabajo en células y redes que se considera irrisorio. Bueno tan sólo para las horas difíciles, Sin embargo, la formación de cuadros dirigentes, la acción
capilar, son ta:n necesarias en el caso de un3. sociedad cristiana como en el de un Estado perseguidor.
La movilización intelectual y moral, la irradiación ideológica
que este
trabajo implica, son indispensables. Y no les arrendamos la ganancia a esos regímenes más o menos cristianos, que lo
desdeñan so pretexto ... de que están en el "Poder", y que todo les 1)8.I'ece segúro por eJ momento:
Más que nunca, en estos. tiempos de "acción psicológica", se debe asegurar, con un_ trabajo serio de redes, la unidad de la nación, tejiendo la trama con lazos apretados entre el Estado y los principales centros de energía. Sólo las redes seguras, por estar bien instruidas y formadas, puedel1 explicar, hacer com­prender y aprobar a los más humildes grados las decisiones to­madas en las alturas. Porque, ni· la radio, ni la televisión, pueden
ser una garantía suficiente, si no están sostenid:as por una acción
más humana, lliás personal.
La desdicha está en que, actualmente, en los estados que se
persiste en flamar cristianos, todo descansa ~fectivamente sobre
esa mecánica. l
iecánica cuya potencia es gigantesca ... y, no obs­
tante, nula, si no está catalizada por 1a acción de una trama de
redes irradian.tes.
¿ Habrá quien piense que en los países, en los que la Revolu­ción ha triunfado, so pretexto de que el Estado es ya marxista,
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y marxista el e~ritu público, los comunistas se consideran
satisfechos?
¿ Habrá quien crea que dejarán de trabajar en
afirmar más sus dispositivos institucionales_ por medio de una
acción de sostenimiento ideológico de cuadro:, seguros?
Y lo malo está en que países como la Argentina, Bélgica, Es­
paña, Irlanda, Portugal, Quebec, etc., no se hstga nada semejante.
O
¡muy mal!
¡ Y los "mejores" se admiran de los progresos del espíritu re­
volucionario en esos Estados
!
Tercer caso de una sociedad que posee aún ins,tituciones con.
form.es al derecho natural y cristiano, pero cuyo espíritu
público ha sido ya ganado por la Revolución.
Caso de
Francia en vísperas del 89.
Caso de todos los países católicos amorf)s, desde que han
sido :penetrados por el espíritu revolucionario.
Más que en los otros casos, la salvación sólo puede venir en
éste, de un contrataque ideológico, intensamente dirigido, hábil­
mente sincronizado.
En el que cualquier torpeza [lOdría ser fat~l.
Lo que st.t_pone, aún y siempre, la acción de una élite formada
y ejercitada. Por desgracia, ocurre que esta élite no existe.
Se puede adivinar entonces, que la esencia consiste en ganar
tiempo.
De ahí mil formas de oportunidad. Fórmulas incodifica­
bles,
y cuya eficacia no depende más que del sFntido maniobrero,
del genio político, del que tiene las riendas
de! Estado. Pero que
vengan
un Luis XVI o un Michel de !'Hospital (*) ... y es la
catástrofe.
Al menos, su
experiencia ha probado que, en semejantes cir­
cunstancias,
las fórmulas paraconciliares, las fórmulas del tipo
(*) ~ciller de Francia (1560 a 1568), trató de contentar a los
calvinistas
!X)f medio de concesiones. y edictos de tolerancia. En momentos
de inminente peligr~ redujo la fuerza pública. Se le atribuye una gran
responsabilidad en las matanzas y en las guerras civiles que le siguieron.
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"estados generales" han de evitarse, tanto, si no más, como las corrientes de aire en Wt incendio.
La exhibición, 'por el contrario, de una fuerza tranquila, no
provocadora, puede ser decisiva. Nunca se dirá bastante qué lluvias de sangre ocasionó a Francia la reducción de "fuerza pública" ordenada por Michel de l'Hopital en vísiperas de las
guerras de religión, o el hecho de haber retirndo sus trQP seguras Luis XVI en vísperas de la Revolución.
Hay circunstancias, en efecto, en las: que desarmar al Estado supone armar a los partidos. De ahí el célebre a¡póstrofo de Mi­
chelet al canciller de Catalina de Médicis: "a las olas de la mar embravecida, a los elementos furiosos, a el caos, les dice: ¡ sed
reyes!"
No emq:,ece que, aun en estas circunstancias trágicas el verda­
dero remedio... (a saber:
el que pennitirá salir definitivamente
de ese tiempo de
compromisos ... ) no puede ser más que la for-
mación, la reanimación de una élite social. · Elite, que quizá existe, ,pero que ha perdido el sentido ile lo que es, de lo que debe ser. Una acción intensa es, ~. indis­pensable para im¡pedir que se d~blegiue más, para ·incitarla'. 'a re­cobrar el sentido de sus responsabilidades.
Si este objetivo
se alcanza, todo puede se• salvaclo por' esta sola acción, siempre que fas estructuras sociales no ha'.jtari S-ido ya "revolucionadas", y que sea posible hacerles recobrar' ;sitl 'j,ér'. dida de tiempo su acción bienhechora. · ' '
'1
Cuarto caso de una sociedad de estructuras 1 irisfituei'.onhles inspiradas en el espíritu revolucii>nárlo (liberal o, marxista), pero cuyos miembros son,· en · Su 'mayor parte,, · cittólicos fervientes ·y· dinámicos. ' 1.: , • 1
I,:jemp!o bastante aproximado, al del Im1perio' Romano al, ad' venimiento de Constantino.
Caso de los países eri los c¡u'e los católicos fueron w,seguidos, pero en los que llegaron a hacerse 'iidr:tiitit tras 'ti11a'herbica··¡,ac
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ciencia o largas luchas. Caso de Irlanda, del Canadá francés,
de Bélgica
... Caso de nuestros hermanos católicos en la mayoría
de los países protestantes ... ; en Inglaterra, en Holanda, en ciertos
cantones suizos.
Caso de los países nuevos, en sus orígenes paganos o protes­
tantes,
¡pero en los que el catolicismo adquiere cada día más i~.­
portancia: Estados Unidos, Filipinas ...
Caso de esas naciones que, como Polonia, Hungría, etc., que,
aunque sometidas a .un yugo comunista, imq:,uesto desde el ex­
terior, continúan siendo profundamente católicas.
Se adivina, con estos ejemplos, la variedad y, más aún, las
dificultades de la acción en semejantes ca.sos.
Formas de acción, que pueden llegar desde la insurrección
hasta la
sim¡ple iillfiltración capilar. Campo de actividades tan
vasto como peligroso.
Estilo de acción armada. Como ocurrió en Polonia ¡ hace años t
En Irlanda ¡no hace mucho! En España ¡en 1936! En Hungría
¡en 1956!
Estilo de acción caprilar. Por irradiación, apostólica o social.
Por la transformación lenta de las mentes. Como los progresos
del catolicismo en los Estados Unidos.
Dos estilos de acción bien diferentes.
En el uno: lncha abierta y brutal, eventualmente animada
de un
deseo de independencia nacional. Como aconteció en Ir­
landa Ó en Bélgica, cuando esta última sacudió el yugo protes­
tante de Holanda.
En el otro: progresión pacifica que ofrece la ventaja del alivio
en la' hostilidad primitiva.
De estos estilos ¿ ouál elegir? .
La fórmula pacifica de la acción capilar no puede por menos
de resultar preferible en
sí misma. La dificultad estriba en que
peligra de ser irrisoria en ciertas circunstancias, en las que una
acción armada,, bien organizada y prudentemente llevada, podría
ser decisiva.
Hubiera
sido Vano, ·por ejemplo,-el preconizar en España, en
1936, tan sólo-una acción capilar por redes y células. La situación,.
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el estado de las fuerzas católicas, -la naturaleza, el estilo de ac­
ción del enemigo eran tales, que no solamente hacía falta obrar
con celeridad, von violencia, sino que se podía. Muy diferente
hubiera sido el
consejo de la prudencia si esas condiciones hu­
bieran sido diferentes. Si España, :por ejemplo, hubiera sido
menos profundamente
católica, si los progreso::,_ de la Revolución
hubieran sido
tan sólo ligeros o tímidos, etc.
Y
es de subrayar que tales decisiones constituyen las más.
temibles opciones.,
que se corre el riesgo de tener que tomar en.
la acción. Pocas hay que exijan un sentido más agudo de las
posibilidades realmente ofrecidas por ·el acqntecimiento.
En querer salvar todo rápidamente y como de un golpe, se
corre
el peligro de que en ciertas circunstancias no solamente se·
pierde lo que se tiene, sino que se acelere el triunfo de los males
que se pensa,ban evitar (7).
Y en tomo a este punto pueden servir de ilustración determi­
nados y recientes ejemplos en Francia,
Nunca se dirá bastante que ,para ser :prudencialmente legítimo
-este estilo de acción, debe ser examinado con el mayor rigor, la
mayor calma; que siempre es necesario cont_.1,r con una reserva
de
poder; que es más sensato sobrestimar al adversario que sub­
estimarlo a pretexto de optimismo; que
una mayor preparación
es sien1jpre fructuosa ...
Más que cualquier otra, la solución de fuerza su¡,one el en­
cuadre eficaz de una élite, no de brillantes conversadores o lec­
tores, sino
de militantes particulamtente formados e informados,
prudentes y perspicaces. Nada de "rataplán". La influencia de
algunos '1agitados" gloriosos ¡puede ser desastrosa en tales mo­
mentos.
Al estar sometido el empleo de fórmulas de fuerza a las
exigencias de esas condiciones,, queda por contemplar
el caso de·
aquellas circunstancias en las que tales fórmulas, no sólo han
de recusarse
por prudencialmente µrohibidas, sino en las que todo·
recomienda
el empleo de una acción por redes.
(7) Sobre las soluciones de fuerza, cf. supra: III p-ar-te, cap. 8.
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Es el caso de esas sociedades en las que las instituciones, el
espíritu público están profundamente contaminados por el ·espíritu
revolucionario, pero en las que fa agresividad de este último está
neutralizada. No hay duda que la solución en este caso sería la
de recurrir a las fórmulas de progresión sin brillo, lentas pero
seguras. Fórmulas, capilares de intensa irradiación.
Fónnulas de conquista de los espíritus. Fórmulas de educa­
ción de aquellos que están
e,opuestos ora a dogmatizar indebi­
damente sobre
la situación (8), ora, al perder la p<1ciencia, a de­
nunciar a gritos la traición a ¡pretexto de que las cosas no van tan
iápidamente como querrían.
(8) Cf. supra: IV parte: las circunstancias; cap. 1,_ al final.
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