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  • Índice

Ideas políticas y fracaso de Juan Bravo Murillo

IDEAS POLITICAS Y FRACASO
DE JUAN BRAVO
MORILLO(*)
POR
FRANCISCO ELIAS DE TEJADA (t)
SUMARIO: l. Las tres etapas de su vida..-2. El pensamiento político de
Juan Bravo Murillo.-3. Sociedad y propiedad.-4. El poder políti­
co.-5. Las reformas de 1852.-6. Dónde radicó el fracaso de Juan
Bravo Murillo.
l. Las tres, etapa• de su vida
La vida terrenal de Juan Bravo Murillo puede pstcelarse en ttes
etapas: la formación ideológica,

la actividad política
y el desengaño
reposado. Corre la

primera desde su
nacimiento en

Fregenal de la
Sierra, el 9 de julio de 1803, en las posttimerías del régimen abso­
lutista, hasta

que se establece en
Madrid, en

1835, renunciando al
desempeño de

la
firotlía de

la Audiencia
de Oviedo, y en 1836 es
elegido diputado a Cortes por Sevilla;
tiempos a Jo largo de los cuales
estudia en

las universidades de Sevilla
y de Salamanca, cubre durante
nueve
años entte

1825
y 1834 la cátedra universitaria del primer
curso de las Instituciones filosóficas, levanta en la capital
hispalense
bufete

de abogado de
gaoado prestigio y actúa de fiscal en la Au­
diencia cacereña. Llena la segunda
etapa intensa

actividad política,
en
la cual representa en Cortes a Sevilla, a Avila y a la pattia Extre­
madura; está a punto de ser ministro en 1837, en el ministerio del
(*) Nuestro amigo Francisco Elías de Tejada (e. p. d.) ha dejado
inéditos algunos trabajos sobre temas que corresponden a la materia desde la
que VERBO se ocupa. A su viuda, Gabriella Percopo, debemos agradecerle
y de corazón se lo agradecemos, el honor que nos ha concedido al autorfa:ar­
nos su publicación.
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO EUAS DE TEJADA
conde de Ofalia, entra con la cartera de Justicia en el constituido en
1847 por
el Duque de Sotomayor, y con la de Comercio en el que
forma en octubre

del
mismo año

el Duque de Valencia;
sigue en los
consejos ministeriales
ocupando la

de Hacienda en 19 de agosto de
1849, y sube a la presidencia
entre el 14 de enero de 1851 y el 14
de diciembre de 1852, etapa de fragor de
luchas en

las que vueka
todo el
fervor dinámico de su tempetamento.

La tercera
época es
la del
desengaño de

las citcunstancias de la política de
la corte isa­
belina; voluntariamente alejado de los negocios públicos, en aparta­
miento apenas
si interrumpido al ocupat ,en 1858 la presidencia del
Congreso de los Diputados
y en aconsejar a la llamada Isabel II en
las difíciles coynnturas que
siguieron al destronamiento y a la abdi­
cación en su hijo Alfonso; tiempo pasado en el encierro en su bufete
de abogado
y en la redacción de sus curiosos Opúsculos, sus gestos
son los del nostálgico desilusionado de quien, por mucho que lo
procutara, no
babia logrado encajar 'en el

mateo de
la España liberal.
A
lo largo
de esas tres etapas de su vida desarrolló talaote austero,
recia
fibta de carácter, serenidad, claridad meridiaoa de propósitos,
dotes de hacendista benemériro y
firmeza en
los
términos. En
medio
de la charca de las
ambiciones políticas,

donde las ranas croan la
canción apasionada
del poder ·pot el poder, Juan Bravo Murillo es la
excepción del hombre que
Iucha pot una idea y que, al admitir la
imposibilidad de implantarla según sus decididas y rotundas inten­
ciones,
desdeñ, el

poder;
porque el poder político, que para los po­
líticos coetáneos daba
en fin en


mismo, igual que suele acontecer
para la
rooyoría de

los
políticos de

rodos los tiempos y lugares, fue
para es-te extren1eño radical en sus principios e inconmovible en sus
criterios, simple medio para dar efectividad a sus ideas.
No quiero con elle decir que estemos delante
de un idealista utó­
pico. Juan Bravo Murillo
tuvo siempre

firmemente asentados los
pies en la realidad de su pueblo
y de su tiempo. Por el contrario, las
ideas
pot él postuladas suponían -remedio para añejos males, de los
que,
además, por
desgracia no estamos cutados todavía. Si existe
algún
político

realista en
las Españas isabelinas

fue él,
y solamente éL Su
afán
estuvo en

tratar de poner ordenado concierto en la
marcha de
la

cosa pública, en lograr una
admJnistración eficaz no

sujeta a las
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IDEAS POU1'ICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURILLO
mudanzas de los cambios polítiros,. en frenar las demasías de los par­
tidos

en pugna, en apaciguar los
ánimos durante las querellas elec­
torales, en arrojar a la arrogancia militaresca de la máquina civil del
gobierno; en una palabra, en traer orden mesurado en los negocios
de las contiendas políticas contemporáneas, mediante el fortalecimien­
to

del poder de
mando como único medio pata extinguir la anarquía
de las pasiones desatadas.
Su norte fue
el orden, establecer orden en la vida pública na­
cional. «El orden es su dios», concluía trazando su semblanza el
dubano Teodoro Guerrero (1824-1904) al editar, bajo la sigla D. T.
G. P., el Ensayo sobre la vida pública del Excmo. señor D. Juan
Bravo Murillo (1) ; corroborado por sus propias palabras en el Con­
greso en el que apellidó su restrunento político en 30 de enero de
1858, al apuntar que su estrella polar constante fue sin
cesar la de
procurar «que
se consoHde entre

nosotros el
orden» (2).
Con
tal pasión legítima y sazonada por el orden social comulgan
las tres facetas de su talante intelectual: su
seria formación huma­
nista,

sus triunfos de hacendista
y su vocación jurídica. En las lec­
turas de los clásicos topó con aquella serena capacidad pata la con­
templa:ci6n de los avatares humanos que es el tesoro mayor de las
doctas latinidades; fue de los contados diputados en las Cortes libe­
rales en situación de citar en latín a
Marco Tulio,
al giro de una
discusión parlamentaria, cual en la réplica al progresista palentino Modesto Lafuente en la sesión del 14 de abril de 1858 (3). No de
otra guisa tampoco acude al propio Cicerón al explanar su
concep­
ción

de la
propíedad en
el estudio sobre
La desamortización (4); o
a la oración Pro Archia ciceroniana, cuando no a estrofas doradas
de Ovidio y de Propercio apela pata describir su tristeza desengañada
en

alguna
Introducción a la compilación de los Opúsculos (5). F.s
(1) Madrid, F. de Sierra y Madírolas, 1850, pág. 15.
(2) En
J. Bravo Murillo: Opúsculos, Madrid, Librería San Martín,
seis tomos. Cita
al I (1863), 89.
(3) J. Bravo Murillo: Opúsculos, I, 118.
(4) J. Bravo Murillo: Opú,cu/o,, 1, 210.
(5) J. Bravo Murillo: Opúwtt!os, I, págs. V, VI y IX.-IV (1865), pá­
ginas V y VI.
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FRANCISCO EL/AS DE TEJADA
que la tersura disciplinada del alma antigua reverdecía en este ex­
tremeño que, en contraste con el que suele ser temperamento arisco
de sus paisanos, floreció en el sosiego de loo clásicos antiguos y de
los
españoles de

las
Españas aúreas. Porque Juan Bravo Murillo fue,
en la vida igual que en las obras, clásico, afín a los varones de las
antigüedades romanas y a los españoles de fas Españas filipinas.
El
arreglo de
fa hacienda

pública, por
más que en aquellos días
discutido por el
ciego apasionamiento

hostil de los enemigos pro­
gresistas, cuanto de los rivales moderados, débese a su característico
sentido del orden, innato a la peculiaridad de su naruraleza. Fácil
fuera traer aoopio de citas laudatorias para esta actividad suya; el
arreglo dk, la denda pública, tal como !o razona en el entero tomo IV
de
,10s Opúsculo,, así como cuando arguye en especial en el verda­
dero y completo tratado que es
El pasado, el p-reMnte y el porveni,- de
la Haciend,,
pública (6), o la tanda de cumplidas monografías que
llenan el ,,o/11men III, cuales las de El t1rreglo, de la deuda (7) o
De las deudas amortizables y de los certificados de comercio (8), dan
testimonio de que el ordenamiento económico por sus manos cua­
jado era la pro!rección, en la administración pública, de su natural
dimensión del orden·, signo de su temple humano. Con lo que coin­
ciden las dos justificaciones de sus colaboradores: la de José Sánchez
Ocaña: Reseña histórica sobre el estado de la Hacienda y del Tesoro
público
en España durante lar adminirtraciones progresista y mo­
derada, y sobre el origen e importe de la actual deuda flotante del
mismo Tesoro
(9), y la de Cristóbal Bordíu: Noticia general y ra­
zonada
de los trabajos ejecutados en el Mmisterio de Comercio, Ins­
trucción
y Obras públicas, en el de Haoienda, y en la Presidenci,,
de
Consejos

de
Ministros durante el período que estuvieron a C"1"go
del
Excmo.

Sr.
don Ju,,n Br,n,o Murillo (10).
En idéntico alcance de pasión por el orden, manifiéstase su con -
dición de jurista, ya que el cultivo honesto del derecho lleva inexo-
810 (6)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, V (1865), 3-380.
(7) J. Bravo Morillo: Opúsculos, III (1865), 1-176.
(8) J. Bravo Murillo: Opúsculos, 111, 177-366.
(9) Madrid, Tejado, 1855.
(10)
Madrid, Matute y Compagny, 1858.
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE fUAN BRAVO MURJLLO
rablemente consigo la del sentir del equilibrio jerarquizado que busca lo
jusw en 1a ooturaleza de 1as cosas, según el propio Bravo Mu­
rillo había aprendido en
1as lectw:as de su auwr p,:edilecto, Marro
Tulio Cicerón. Su espíritu «-estaba perfectamente en consonancia con el
estudio de la jurisprudencia», advertía ya en 1841 Joaquín Francisco
Pacheco, al tomarle en
cuenta en

su
Ga/e,la de españole, célebres
contewporáneos (11); «hábil abogado», reronócele el Marqués de
Miraflores,
ministro suyo
que fue de
Estado, en las Memorias del
reinado de Isabel II (12); a sus condiciones de jurisconsulto insigne
hay que atribuir sus logros de hacendista, en
el elogio que con este
motivo le tributa José
López Prudencio en Ex/remadura y España (13 ).
Ganó mucho dinero en el bufete, de cuya importancia baste recordar
el esplendor de su clientela, cual consta en el volumen de Manuel
Fernández: Principales asuntos iudiciales del legado del Excmo. señor
don
Juan Bravo Murillo (14). De su bufete vivió hasta el cabo de
sus días
c011 la

holgura del ejemplo
típiro de 1a clase media intelec­
tual que con tanta exactitud encarnó. Nadie osará discutirle 1a ca­
lidad de
dar en uno entre loo mayores jutisconsultos del foro nues­
tro en el siglo XIX.
Cualidades a las que añadía su firmeza intelectual, reflejo de su
recia condición
humana_ A
diferencia de Jaime
Balmes o
de Juan
Donoso Cortés, estuvo tallado en un.a pieza, sin moverse jamás de
sus ideas fundamentales. Alguna contradicción hay en ellas, como
Juego

indicaré; pero, en
,el conjunto, 1as doctrinas que acuñó en su
etapa
sevillana proporcionátoule formación solidísima,
tan diaman­
tinamente labrada, que las mantuvo a lo largo de su existencia en~
tera, enhebrando, alrededor del sentimiento innato por el orden, un
sistema de nociones férrea.mente trabado, que resplandece tanto en
sus escritos
doctrinales como
en sus
actos de
político con una cohe­
rencia que es otra de las notas por 1as que ronstituye excepción
entre
los
mudadiza. españoles

de
loo últimos
doscientos años. Los tres
(11) Madrid, 1841, pág. 3.
(12) En la Biblioteta de autores españoles, de Rivadeneyra, Madrid,
Atlas, CLXXIII (1964), 467 b.
(13) Badajoz, Arqueros, 1929, pág. 265.
(14) Sevilla, 1901.
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FRANCISCO EUAS DE TEJADA
períodos de su vida que al principio discerní, refiérense a sus acti­
tudes vitales, pero no afectan en lo más mínimo a la invariable con­
tinuidad en la esfera del pensamiento.
De donde
su d~én por los políticos entre quienes se movía.
Hay

en
los escritos,

cuanto en
los gestos
de Juan Bravo Mu.rillo,
evidente altanería, en
la acepci6n

de
s,il,erse superior
a quienes lu­
chaban por medros, mientras que él peleaba por ideas. Su soledad
de célibe es
el espléndido aislamiento de quien a na.die ronfía sus
pensamientos
escondidos; su
tesitura del hombre superior que era
en
medio de

las mezquindades que le
rodeaban, practicadas, incluso,
por

gentes de indiscutibles
méritos militares
o
intelectuales, es otrn
de sus rasgos característiros. Entró en la escena política para imponer
sus ideas; y al no conseguir su intento, se apartó con gesto olímpico,
arañente al genio superior incomprendido, gesto mantenido hasta
la muerte, apelando a la posteridad pata juez de sus razones, visto
que los contemporáneos_ no las entendían o, lo que es peor, no
querían entenderlas. Altanería insigne e inevitable en varón de sus
condiciones, que sin duda molestó a quienes le conocieron, y que dio
lugar al juicio severo de muchos, cual, por ejemplo, al de Ildefooso
Antonio Bermejo
en La estafet" de p,,lt,cio, cuando le describe aunan­
do insconscientemente el respeto con la in.comprensión en el. siguiente
trecho típico pata calibrar la personalidad de este Juan Bravo Mu­
rillo, incomprensible
y estimable al mismo tiempo: «Ana!izaodo la
vida política de
Juan Bravo
Murillo, hombre venerable y digno de
todo respeto, pero
no exento

de graves culpas, encuentro que ha sido,
en política, un elemento perturbador, con más ingenio que Pacheco,
porque no
revelaba con
luz
-tan fuerte su ambición. Fue constante­
mente un elemento perturbador en el seno del partido moderado,
y si no hizo una oposición franca~ resuelta y leal a las anteriores ad­
ministraciones, hizo otra cosa más perniciosa: fue un embarazo, un
estorbo al desenvolvimiento de las doetrinas y a la fuerza y afian­
zamiento de todos los gobiernos, pudiendo decirse· de Bravo Murillo,
con más fundamento que de otros políticos, que, o había de estar
en el poder, o habfa de impedir que los demás gobernasen bien;
porque toda su táctica, todo su pensamiento, se concretó, como lo
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJLLO
demuestra su historia, a oponerse a todo como él no fuese ministro,
valiéndose para ello de medios muy ingeniosos» (15).
He
copiado
es es el mejor índice del cho­
que
psicológiro que enfremó a Juan Bravo

Murillo
con sus
contem·
poráneos. Varón superior y, por superior, nec,esatiaroente incompren­
dido; hombre probo cuando la política servía para amasar millones
y
el propio
jefe de los moderados,
el general
Narváez, cobraba de
regalo regio de la Hacienda Pública entrampada, 8.000.000 de reales, de
los reales

de entonces; tipo altivo, a fuer de la consciencia de su
superioridad, digno de
respeto al par que de

recelo.
Leyendo este
ttoz.o de Lá estafeta de palacio, es dable captor el por qué aunó en
contra suya a los militar;es y a los civiles1 a las guerreras y a las
levitas, a los progresistas adversos con los de su propio partido mo­
derado, a Jo que hoy diríamos siempre impropiamente las derechas
con

las izquierdas, a la llamada
reina madre
María Cristiua y a
los
milicianos

nacionales, a
Narváez con
Espartero.
Es que Juan Bravo
Murillo
era de
mada-a más noble que la de todos ellos juntos, porque
servía a una idea menospreciadora de las ambiciones de poder o de
riqueza, señuelo

de todos los demás. Por eso era habido por
pertur­
bador y, por eso, como vereruos luego, fracasó en la España isabelina,
sorbiéndose dignamente en la
soledad de
su
altivez inquebrantable
las lágrimas de una derrota que fue, más

que suya, testimonio de
la
sociedad española de su época. Cnando muera, el 10 de enero de
1873, todos le rendirán pleitesía de elogios,
admirando de
muerto
al hombre temido y
odiado mientras vivía. Cnando muera El Im­
parcial del 10 de enero reconocerá en la nota necrológica que había
acmado «subordinando a los verdaderos poderes del Estado los ele­
mentos perturbadores que por espacio de
muchos años

venían ejer­
ciendo
una bastarda influencia

en la
marclla de
los negocios públi­
cos»; juicio reiterado por Modesto Lafuenté y González, en La iltts~
traci6n española y americana, del 24 de los mismos mes y año (16).
El mismo Ildefonso Antonio Bermejo hará
constar en esta hora
de
su apartamiento soberbio
y honrado «los políticos de todas las es-
(15) Madrid, Imprenta de R. I.abajos, tres tomos. Cita al III (1872),
336-337.
(16) En La I!fl.flración española y americana, pág. 54.
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cuelas rinden fuera de pasión a Bravo Murillo el homenaje debido a
sus altas

calidades
económicas y a sus pensamientos inalterables de
orden» (17), remachando otta

vez cómo fue
el peso odiado de su
personalidad superior la

que le buscó hostilidades
dentro de
su
par­
tido

moderado, enemigos que
más tarde

harían
ron exceso y

sin
concierto, contradiciéndose de cuanto antes le hostigaban, lo que
en términos ordenados y medidos intentó Bravo Murillo: «¡Quién
hubiera creído que los moderados más o menos extremados de en­
tonces" no reconocieran -estas cosas, y que por medio de sus órganos
más autorizados escribieran hasta pomposos ditirambos al parlamen­
tarismo, y que los que andando el tiempo iban a ser
más tirantes y
restrictivos censuraran a Bravo Mu.tillo por sus tendencias resistentes
y ento.tlllran 1 la par de los progresistas epopeyas al liberalis­
mo!"

(18).
Loa tardía, pero justa; que los grandes hombres suscitan
la envidia inronfesada de los vivos, y el elogio solamente después
de que ya su grandeza es imposible; nostalgias a destiempo, en
suma.
Cual

suele acaecer con los hombres superiores, su ambición pa­
triótica prescindía de los menudos teSitimonios del orgullo. En oca­
sión en que cree que el Marqués de Miraflores no aceptará la cartera
de
Estado por

considerar consriruiría desdoro
para · su rondición de
ex presidente

del consejo de ministros,
ofrecele generosamente la
presidencia en una propuesta que el Marqués califica de "sublime
y desinteresada" (19). Enemigo severo suyo, como lo fue Juan Vale­
ra, ha de
reronocer que se negó a recibir el Toisón de Oro, pese a las
instancias reiteradas de la llamada Isabel II (20). En su excelente
monografía Bravo Murillo y ,u Jignificaci6n en la polltica e,pttííola,
Alfonso Bullón de Mendoza narra su heroísmo imperturbable ante
las turbas
revoluciona.rías el
26 de marzo de 1848, en que
las hordas
acribillaron a
tiros su carruaje oficial e hirieron de gravedad al co­
chero que

lo conducía, sin que él
perdiera ni
un momento
la cal-
(17) I. A. Bermejo: La estafeta de palac:io, III, 388.
(18) Ib/dem.
(19) Marqués de Míraflores: Memo1'ias. En CLXXIII, 472 a.
(20) Juan Valera: Historia de Espa.ia1 de Modesto Lafuente, continua~
ción. Barcelona, Montaner y Simón, seis tomos. Cita al VI (1885), 542 a,
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJLLO
ma (21). P al personaje y que permiten roncluir fue varón superior a sus con­
temporáneos, enamorado del orden frente a
la aoorquía militar y
sobre las ambiciones interesadas de los políticos, altivo hasta la al­
tanería, soberbio hasta el punto de permitirse el lujo de despreciar
los pequeños orgullos que
encandilan al común de los mortales,
cxliado
y admirado por el vulgo de morriones y sombreros de copa,
exnraño
tipo

en el centro de
la corte isabelina. Los tres períodos de
su existencia cobran
así perspectiva en

tomo a dos polos clarísimos:
la invariabilidad de su ideario y el menosprecio hacia quienes tor­
naran imposible la puesta en
ptáctica de
sus ideas inamovibles.
De donde se deduce que la consideración del pensamiento polí­
tico
de Juan Bravo Murillo requiere considerar ambos aspectos: el
contenido de sus ideas y su inadaptabilidad a la España liberal.
2.
El pensamiento político de Juan Bravo Murillo.
En
la Introducción que antepuso a la antología, Política y admi­
nistración en la España isabelina, José Luis Comellas ha caracteri­
zado
al pensamiento político de Juan Bravo Mu.tillo apuntado, ba­
sábase ·en el pensamiento tradicional tomista, filtrado a través de
los pensadores espruioles del Siglo de Oro, por lo cual separábase
sustancialmente

de
la concepción liberal acerca del origen del poder,
cimentada

en Juan Jacobo Rousseau (22). Juicio exacto, si se le
matiza con las Mvertencias que siguen.
Porque las fuentes de Juan Bravo Murillo son, sin duda, en pri­
mer término, los residuos de sus lecturas
primeras, empapadas
en
la doctrina de los
clásicos españoles; pero, al lado

de
ellas, han de
contarse las de su tiempo. Pues-que Bravo Murillo representa, de
acuerdo con su calidad de militante en el partido moderado, y puesto
que
servía a la dinastía usurpadora, lo que la dinastía usurpadora
significó: a
la nueva clase media aparecida en la primera mirad del
siglo
XIX, sea por compra de bienes públicos o eclesiásticoo, sea por
moda intelectual foránea, sea por méritos de la incipiente industriali-
(21) Madrid, Gráficas Valera, 1950. págs. 153-154.
(22) Madrid,
Narcea, 1972, pág. 54.
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FR.ANCISCO EUAS DE TEJADA
zación. Pruébalos su magnificación de la propiedad, que para él no
será la institución

subordinada al bien común según lo recababan
nuestros clásicos pisando rieles tamistas, sino v'ista en la intangibi­
lidad omnicomprensiva, otrora inscrita en el derecho romano y ahora
elevll.da a dogma. indiscutible por la revolución burguesa de 1789
y, por su escuela, el Code de Napoleón Bonaparte.
En el pensamiento político de Juan Bravo Mu.tillo ayúntanse,
por ende, dos corrientes: una, la doctrina de nuestros clásicos, a
quienes sigue ,en la teoría del poder político, bien que matizándola
con cierto oportunismo que la desvirtúa en lo esencial; otra, la men­
talidad burguesa de los partidatios del trono isabelino, bien que a
tenor de

la
rama más moderada que
era
el doctrinarismo a la fran­
cesa,
en quienes se inspira en su concepción de la pt0piedad. Es
el
ayuntamiento entre ambas tendencias lo que define al pensamiento
político de Juan Bravo
Mwfüo.
3.

Sociedad
y propiedad.
Mientras nuestros clásicos, siguiendo a Santo Tomás de Aquino,
definen a la sociedad en función del apetito de sociabilidad dimanado
de la condición de animal social, inscrita en famoso texto aristoté­
lico, para Juan Bravo Murillo la sociedad se identifica con la gatan­
tla de la propiedad, a tenor de fas conveniencias de la burguesía
triunfante en 1789. De acuerdo con
la mentalidad
burguesa
decimo­
nónica,

la propiedad es, a sus ojos, obra de Dios, igual que la sociedad
humana, en tanto grado que confunde
los términos

del legado
cul­
tural aristotélico, al extremo de escribir que la sociabilidad no es
apetito puesto
directamente por la mano divina en la criatura hu~
mana, sino en la medida en que Dios puso en ella el apetito de
apropiación, del cual
la sociedad es mera consecuencia. «La propie­
dad
es la base de la sociedad; sin la propiedad es imposible la so­
ciedad; no existirá. La propiedad, y por consiguiente la sociedad, es la
obra de Dios», como indican sus aseveraciones en el discurso del 30 de
enero de 1858 (23). De suerte que la propiedad es el cauce de la
(23) J. Bravo Murillo: Opúsculos, I, 84.
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IDEAS POLITICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURILLO
sociedad, que existe para garantizar las propiedades. «La propiedad
es

el fundamento
principal de la sociedad;

en
el hecho coexisten, y
coexistJen necesariamente; en nuestra imagiruución, la propiedad es
anterior", asienta
en L,i des,muwtizaci6n (24). Puesto que el apetito
de apropiación
procede al de sociabilidad según JWUl Bravo Murillo,
la propiedad
an=ede a

la
sociedad, «es un hecho preexistente

a
ella»
(25); «si la imaginación coloca al hombre fuera de la sociedad,
se concibe :la propiedad como necesaria aun en ese estado» (26);
«considérese, aunque lo creo puramoo.te imaginario, un estado en
que no hubiera sociedad, y se verá cómo, aun en este estado, la pro­
piedad es necesaria» (27).
La concepción que Bravo Murillo tuvo de la propiedad no es la
de
noo.sttos clásicos. Para él constituye un derecho natural anterior
a la sociedad
misma, tesis que

es cabalmente la que
expuso John
Loclre en su Two treatises of government, libro II, capitulo V, nú­
meros
26 a 34 (28). Bravo Murillo invierte los términos del plautea­
miento
romún a tomistas y
a
clásicos hispanos,
planteamiento atenido
fielmente a Aristóteles en
fundar a la sociedad sobre el apetito de
sociabilidad,

para ahora basarlo en la seguridad de unas propiedades
anteriores a la existrocia de las comunidades humanas. Calcando a
Locke, la define un derecho natural originario, anterior y superior
a las leyes, «derecho que nace de la naturaleza; derecho anterior a
toda
ley civil» (29). Es un derecho exactamente igual al de la legí­
tima defensa, por lo cual no puede ser anulado por ninguna ley po­
sitiva, ya que l:a ampara el más alto de los principios del derecho
n,Jtural: el de la defensa de la persona: anulada
por ninguna Constitución, por ninguna ley civil, como no
pueden
anularse por la ley civil el derecho de la propia defensa, ni
otro a!gono

de los
derechos naturales.

Anular la propiedad,
además,
(24) J. Bravo Murillo: Opúsculos, 1, 208-209.
(25) J. Bravo Mu.dilo: Opúsculos, !, 209_. También en la pág. 215.
(26) J. Bravo Murillo: Opúsculos, 1, 208.
(27)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, 1, 209.
(28) John Locke: Work.r, Loo.don, Thomas Tegg. W. Sharpe and son,
y otros editores, diez tomos. Cita al V (1823), 353·357.
(29) J. Bravo Murillo: Opú.rculo.r, I, 213.
817
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FRANCISCO ELIAS DE TEJADA
sería anular la sociedad; y la ley civil la supone, pues no se dictaría
siquiera
al no existir

sociedad.» (
30). Su noción de la propiedad es la
de
,Ja burguesía, ahora conserva.dom frente ail socialismo, antes revo­
lucionm:ia
frente a la nobleza; en último término remóntase a John
Locke y
ail jusnatu.ralismo protestante, sin nada de común ni con Santo
Tomás
ni con los clásicos de las Españas. Nociones probablemente
bebidas de manera inditecta en Adolphe Thiers (1797-1877), cuyo
libro
Du droit de p,opriété, v<:rtido al castellano en el año 1848,
califica de «excelente obra, superior a todo elogio», cuya lectura le
ha suscitado «:entusiasta juicio», y al que remite expresamente para
todo a «quien desee ver profunda y luminosamente tratada esta ma­
teria>> (31).
Tanto es así que, vista como der,echo natural originario en con­
sideración política más que en estima filosófica, la propiedad es,
sobre todo, el
bastión de
los intereses y de las
libertades de
las
clases
medias,

de los propietarios,
cara al Estado. Es lo que impele a Bravo
Murillo a
definirla carente

de limitaciones,
tal como a la burguesía
convenía, subiendo a combatir
incluso la expropiación forzosa. Punto
en el cual es terminante: «Produza,. mucho o poco la propiedad, es
igualmeote respetable; su disfrute, más o meaos pingüe, según sea
más o menos esmerada 1a administración, es un efecto de la misma
propiedad, tan sag1ado como ella. Si de ese modo se entendiera la
utilidad
póblica que se
exige para la expropiación, un déspota o una
asamblea revolucionaria
pudrfan arrebatar
su propiedad a los indi­
viduos que les pluguiera, so
pretexto de

estar mal administrada
y ser
poco productiva; se hollaría así eo sus cimientos el sag):ado derecho
de propiedad, y
la sociedad sería un <:a0s» (32). No cabe doctrina
más remota del pensamiento tomista ni de los clásicos hispanos; la
teoría de la propiedad de Juan Bravo Murillo es la de los burgueses
de su hora.
Corrob6ralo su actitud iespecto a la desamortización. Si combate
la desamortización de los bienes eclesiásticos es movido por el temor
818
(30) J. Bravo Murillo: Opúffulo.s, I, 214.
(31)
J. Bravo Murillo: Opúsc11los1 I, 216-217.
(32)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, I, 233.
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJLLO
de que el precedente de a:rrebatar los bienes a la Iglesia sirviera de
pretexto
para arrebatárselos más tarde a los porticulares. Dícelo pa­
ladinamente
en el discurso del
30 de
enero de
1858 (33).
En cambio,
fiel intérprete de la burguesía enriquecida con la desamortización,
admite la de los bienes del Estado y de las corporaciones públi­
cas
(34); con lo
cual mataba dos pájaros de u.o. tiro: defendía a la
propiedad privada, que es lo que le importaba,
y t1Ianquilizaba a los
burgueses
enriquecidos con

la desamortización de
los bienes del
común.
La doctrina de la propiedad de Juan Bravo Murillo es la de la
burguesía a la
cual pertenecía, la que poblaba las filas del partido
moderado, la
de los improvisados ricos

aupados
por la desamortiza­
ción; está en las antípodas de lo que sobre el caso habrían mantenido
Santo
Tomás y los clásicos hispo.nos.
4.

El poder político
La teoría del poder político es a,parentemente la de los clásicos
nuestros, aplicada a las
circu.o.stancias de la época.

Su fórmula
es la
tradicional,

o sea, la de que el poder viene de Dios
al pueblo y desde
el pueblo al rey.
Y a desde
el principio, echando mano de su talento luminoso, sin
conocerlos,
quizás repite
los
mismoo argumentos
con los
que Gaspar
de
Añastro Isunza,

al
editar catholicamente enmendado a J ean Bodin,
había

sustituido la
sozwerameté por la ¡«Suprema autoridad», a yendo que poder ilimitado, únicamente lo detenta Dios, y que, eo u.o.a
sociedad membrada, cada poder es omnímodo en el interior de la
esfera que

gobierna: el
padre en la familia, el rector en la univer­
sidad, el corregidor en el municipio, el rey en su esfera suprema;
mas sin que cada uno de trues poderes, supremo dentro de su zona
propia, pudiera invadir los
poderes de
los demás
sectores de
la co­
munidad, cada uno supremo en la correspondiente zona respecti-
(33) J. Bravo Murillo: OpúscNlos, r, 93.
(34)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, r, 97 y 203.
819
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FRANCISCO EUAS DE TEJADA
va (33). La doctrina bodinialla de la soberanía como poda: supremo
e
ilimitado, clave

del
pensamiento político europeo, "!ª rechazada
por nuestros clásicos. Juan Bravo Murillo estará del lado de ellos
cuaudo formule
las siguientes consideraciones acerca del origen del
poder político.
a) Ante todo, negando quepa soberanfa o poder absoluto, esto
es sin límites, entre los hombres, a fuer de criaturas naturalmente
limitadas.
Paira Bravo

Murillo, el único Ser que
ha de llamarse, ha­
blando con precisión, sobe!aJno, es Dios. En el tratadito De la so­
beranía, define a la soberanía a:bsoluta como «poder oronímodoo (36),
que
impera «sin estar sujeto a ninguna regla, a ninguna disposición
obligatoria
para él» (3 7). Poder omnímodo de una soberanía que,
a
sus ojos,
tend!rá por

sujeto
exclusivo a
Dios, que
«es propia exclu­
sivamente de Dios» (38), en cuanto único ser infinito en potestad y en sabidurías.
La distinción cristiana entre el Creador y la criatura, entre el
Infinito
y lo finito, sólidamente aprendida en sus estudios filosóficos
juveniles,
exige ver
en el hombre un ser limitado, por consecuencia
incapacitado para sustentar ese absoluto que es patrimonio del In­
finito divino.
Escuetamente católica
es su afirmación de que
«esta
clase

de
soberanía no
es propia de los hombres; la tiene
y la ejerce
Dios únicunente, cuyo poder es infinito, cuya sabidutía no tiene
límites»
(39). Sean cualesquiera sus sujetos, la soberanía o poder
polltico supremo de los

.hombres,
resulta necesatiamente limitada,
«según la limitada condición de las criaturas que son» (40). De
hecho, hasta en los gobiernos más despóticos hay limitaciones en el
ejercicio del poder, puesto que hay derecho; en términos jurídicos,
los poderes políticos, por robustos que sean, son, de hecho, limita­
dos

(41).
820
(35) Turín, por los herederos de Bavilacqua, 1;90.
(36) J. Bravo Morillo: Opúsculos, II (1864), 96.
(37) J. Bravo Murillo: Opúscnlos, 11, 97.
(38) J. Bravo Murillo: Opús~ulos, II, 105.
(39) J. Bravo Murillo: Opúsculos, II, 98.
( 40) J. Bravo Murillo: OpúsC1J/os1 n, 101.
(41) J. Bravo Murillo: Opúsculos, 11, 98.
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURILLO
b) Concebido así el poder supremo de mando, en perfecta con­
cordancia, salvo

en
la terminología con las tesis de los clásicos de
las
Españas, asimismo aproxímase a ellos en la fijación dd sojeto,
aunque
dejaodo eo
claroscuro un Jlllttiz importantísimo: la estima
del pueblo
por comunidad orgánica, por el corpus mysticum en el
decir
de los
clásicos hispanos.
Con precisión clarísima distingue dos clases de sociedades: la
eclesiástica y la secular, al planrearse la cuestión del origen del poder
de mando. En
la. Iglesia católica existe la soberanía de origen divino,
pues la potestad del Papa,
que la gobierna en nombre de Cristo que
la fundara, proviene directa y sacralmente del fundador, que es Dios;
de
donde los papas rijan a la Iglesia tomaodo directamente de Cristo
y sin intermediarios humaoos, tanto el primado de honor como el
de jurisdicción ( 42). En las sociedades seculares, no
cabe la soberanía
de derecho
di~ino, ni existen cari9IIlas personales; el pueblo es ne­
cesariamente

el
transmisor del poder; Dios
es el origen mediato del
poder de mando, pero el pueblo es
siempre el origen

inmediato. A
la
letra reitera

la doctrina de nuestros
clásicos en
este lado usaudo
los siguientes
términos, con alusión a los teólogos católicos: «Estos,
que forman la opinión común, sostienen que la sociedad, pueblo o
nación, recibe inmediatamente de Dios el poder supremo, y que ella
es la que por medios legítimos lo transmite a los reyes, cónsules o
supremos imperantes, según la

forma de gobierno
que estima más
convenientes.» ( 43). Lo cual, debida 'f dírectamente, confirma con tex­
tos
de Santo Tomás de Aquino, de Francisco de Vitoria, de Domingo
de Soto, del
obispo Diegode Covarrubias y de Francisco Suárez (44).
Con
especial
detnora en el jesuita granadino, a cuya Defensio
fidei cathülicae adversus Angli"""'M sectae errores (45) apela para
concluir que la doctrina del derecho divino . de los re,yes es noción
carncterísticamenre pronestante (46), inrompatible con

el catolicismo.
(42) J. Bravo Murillo: O¡,úsculvs, II, 199.
(43)
J. Bravo Murillo: O¡,úsculvs, 11, 202-203.
(44)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, II, 203-205.
(4,) Conimbricae, apud Didacum Gómez de Loureyro, 1613.
( 46)
J. Bravo Murillo: Opú1c11los, II, 224.
821
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FRANCISCO EUAS DE TEJADA
El origen mediato está en Dios y el inmediato en el pueblo, en la
doctrina católica y española, que hace suya JUIL!l Bravo Morillo.
O

que quiso
hacer suya, pues la exposición va entenebrecida d,;
un si.leocio que da pie a la posibili silencio que se
presmba a

encubrir
la justificación del régimen libe­
ral

al que sirvió
Bravo Murillo.

Silencio que
consisre en callar que
el pueblo,
otigen irunediato del poder de mando, ha de ser consi­
derado como
comunidad ocgánica y no como amasijo numérico, cual
cuerpo místico, no por masa de hombres sueltos entre si Entre
una y otra posnu,a media nada menos que la distaocia que separa
al

tradicionalismo de nuestros clásicos del
liberalismo decimonónico,
a Francisco Suárez
de

Juan
Jacobo Rousseau, a Santo Tomás de
Aquino

de los modernos democristianos, al pensamiento clásico
es­
pañol del pensamiento moderno europeo, oJ. jusnaturalismo católico
del
jusnaturalismo pro•estante, a

la Tradición de la revolución. Cuan­
do Juan Bravo Murillo, con
sitoc político, calla este extremo fundamental, desvirtúa la doctrina
de los clásicos hispanos y
les toma romo argumento
cómodo
para
su personoJ. postura en lugar de seguirles en la doctrina. Expediente
oportunista que aparta a Juan Bravo Murillo de los clásicos espa­
ñoles, en contra de

la opinión de
José Luis Cotnellas arriba referida.
Trátase de una fidelidad
formal, ayuna

de contenidos.
e) De acuerdo, asimismo, con los clásicos españoles, rechaza la
quimera del
pacto roussoniano, propugnando la
existencia de un
pacto tácito o histórico como único hontanar del poder político (47).
También de acuerdo con los clásicos repudia que en ningún caso la
fuerza pueda servir de justificación al poder de mando legítimo. La
doctrina del caudillaje, irnporrada entre noSOtrOS por Francisco Ja­
vier
Conde, en su Com,ibuci6n a la doctrina del caudilla¡e (48),
tiene evidente otigen protestante en cuanto implica la secularización
de
un carisma, secnlarización incotnpatible con el catolicismo; bien
lo prueba que llegó a nosotros
pot la vía de Max Weber, teotizando
sobre
posturas que se remontan a Friedriclt Julins von Stahl, a Ja-
822 (47)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, 11, 110, 131,
133, 141, 175, 177, 180.
(
48) Madrid,

Ediciones de
la Vicesecretaria de Educación popular, 1942.
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJLLO
cobo I de lll¡¡latemt, a MaJ:tln Lutero y, en último término, a John
Wycleff. También aquí Juan Bravo Morillo es terminanremente ca­
tólico
cuando escribe
en De la soberanú,: «El genio de la guem,
se ostenta en un, monat.ca, en un caudillo; 1a ambición se apodera
de él; para satisfacerla, acomete empresas gigantescas; las ideas de
justicia y de
derecho se han retirado
de su mente; invade naciones,
las subyuga e impera sobre ellas. Las ha conquistado; ¿es la conquista
título
legítimo pa:ra adquirir y ejercer en ellas el poder supremo?
¿Le confiere la soberanía de derecho? Para contestar afirmativa­
mente a estas preguntas sería necesario destruir de todo punto los
principios
eternos del derecho y de la justicia, de rectitud y de le­
gitimidad» (49).
No se puede ser más católicamente contundente ni más identifi­
cado con los clásicoo hispanos. Era exigencia de su mente noble de
jurista. Lo que acontece es que en este punrto tan notoriamente im­
portante, Juan Bravo Morillo se contradice. Sustenta en De k, so­
bertmía, la doetrina católica española, pero reniega de ella cuando se
trata de resolver la cuestión candente de la victoria de la dinastía
isabelina
en las batallas de su tiempo. Porque al referirse en el O,n­
greso de los diputados el 14 de abril de 1858 a los derechos que asis­
ten a la llamada Isabel II pMa titularse reina, asentará lo es q,or la
fuerza de

las armas, que es la
ultima ratio Regum» (50). Con lo
cual desmiente la clara doctrina católica de anteponer el derecho a
la
fuerza, sacrificando a las conveniencias de una justificación
pe<
las armas, en abierta contradicción con las. tesis de los clásicos his­
panos que hab!a en el De ta SO'beranía. Confesión implicita en jurista
tan insigne de que la usurpación dinástica carecía de argwnentos en
justicia
y en derecho. No cabe otra interpretación de contradicción
tamaña.
La secuela que cabe deducir es la de que Juan Bravo Murillo
quiso apoyar en el pensamiento
de l!os clásicos hispanos una postura
que nada tenía que
ver con

ellos:
la ideología
del partido moderado. De
ahí que

tome de ellos
lo que

le conviene, callando aquella
parte esen-
( 49) J. Bravo Murillo: Opúsculos, U, 178.
(SO) J. Bravo Murillo: Opúsculos, I, 141.
823
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FRANCISCO EUAS DE TEJADA
cialísima incompatible con lo que a los moderados convenía; de ahí
que se contradiga cuando Jas tesis nítidas clásicas espafíolas chocan
con
la
realidad. de la moruu,qu.ía issbelirut; de ahí la disparidad. entre
el sisooma hlecilógico y '1os heclios, entre lo que ,epite y lo que calla;
de ahí el equilibrio inestable de un pe:asaimiento poderoso, empe­
líado en conciliar dos cosas imposibles: la tradición con la revolu­
.
ción burguesa de 1789. Y que mente mn claira fracasara en el em­
peño, ,,. lección para motos orros equilibristas imposibles, dotados,
además, de muchísimos menores talentos de los que Dios concedió
a Juan Bravo Murillo.
5.
Las reformas d,, 185'2
A la luz de tales consideraciones ha,y que calificar el proyecto de
reformas de 1852, en cuyos detalles no cabe entrar aquí, bastando se­
ñalar que constituye el más eficaz y bienintencionado intento de acabar
con la anarquía de los partidos, desmontando la máquina corrompida
sobre cuyo funcionamieoto se
asentaba la monarquía liberal isabelina.
El mismo afirma haberla hecho desde su propia postura de mo­
nárquico constitucional, sea en el estudio
La teorla y la práctica (-51),
sea al negar en El proyecto de reforma de 1852, hubiera tenido jamás
por punto
,de mira la abolición de las instituciones liberales ( 5 2). Por
reaccionaria han tachado la refonna; sin embargo, algunos críticos,
cuales el Marqués de Lema, en De la revo/ud6n a la restauración (53),
o Pedro de
Répide, en Isabel 11, reina de España (54). Juan Valera,
sn declarado enemigo,
táchale de

absolutista (
5 5)
y de propugnador
de la
vuelta al

despotismo ilustrado (56) de los Borbones diecioches­
cos, acusándole
de procurar la destrucción del sistema parlaroenta­
rio

(57). Más mesurado,
y con la perspectiva que dan los años trans-
(51) J. Bravo Murillo: Opúsculos, 11, 290-291.
(52)
J. Bravo Murillo: Opúsculos, IV (1865), 74.
(53)

Madrid, Voluntad, 1927, dos tomos con
paginación seguida. Cita
al I, 66,
824 (54) Madrid,
EspasaCCalpe, 1932,

pág. 120.
(55) Juan Val.era: Historia de España, edición citada, VI; 538 b.
(56)
Juan Valera: Historia de España, VI, 539 a.
(57) Juan Valera: Hi.rtoria de España, VI, 547 b.
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IDEAS POLITICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJLLO
curtidos, Miguel Artola, en La burguesía revolucionaria, opina que
fue su
intención Ja de restringir al tema político liberaJ, pero a ex­
tremos tales

que
ni los moderados podían aceptarlos (58). Más mesu­
rada

aún Angeles Morán
Márquez, en No'mbres claros de Extremadura
(Notas biográficas},
dispútale mero antecesor de lo que luego, obrará
Antooio
Cáno"as del Castillo, extirpando
la violencia de las agitacio­
nes revolucionarias al par que frenando
coo cordura

a la reacción (59).
Testigo
presencial como

lo fue
el Marqués de Mirallores, juzga en
las Memorias del reinada de Isabel II, que apenas si se trataba de
fortalecer el

principio de autoridad (60), certificando no fue jamás
absolutista ( 61) ; juicio compartido recientemente por Alfonso Bullón
de
Mendoza, en Brtn10 Murülo y su sigmficaci6n en ki poUtica espc,.
ñola ( 62). El propio Bravo Murillo negó, en el discurso del 30 de
enero de 1858,
haber sido jamás absolutista, ni siquiera de modo
vergonzante ( 63).
Convencido del fracaso de las
instituciones liberales,

procuró
re­
formarlas con los que a sus ojos eran los remedios para los males que
aquejaban al país: las violencias de las
elecciones, el
desprestigio de
las Cortes,
el incumplimieoto de las leyes, la subordinación de la
administración a la política, la injerencia de los militares. Reformas
todas
sensat!lsimas, anheladas

por
el pueblo, según ha certificado
Ramón de Santillán en sus
Memorias ( 64) ; mas poco importaba el
pueblo
en aquel sistema caciquil, si
chocó con los dos factores que
en realidad mandaban
y cuyos intereses lesionaban las reformas: los
partidos políticos

y
los generales.
Concitáronse

contra Bravo Murillo los partidos, no solamente el
progresista, sino sus propios cofrades moderados. Pero, sobre todo, tuvo enfrente a los militares, con quienes
había chocado

ya cuando
(58) En la Historia de España1 de Alfaguara., Madrid, Alianza editorial.
V (1974), 222-223,
(59) Badajoz, Vicente Rodríguez, 1914, pág. 178.
J60) Marqués de Miraflores: Memorias, edición citada, CLXXIII, 476 a.
(61)_
Marqués de Miraflores:
Memori(,t..f, CLXXIII, 485 a..
(62) Alfonso Bullón: Bravo MuriJJo, 273-274.
(63) J. Bravo Murillo: Opúsculos, I, 75.
(64) Pamplona, Universidad, dos tomos. Cita al 11 (1960), 171 y 177.
825
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FRANCISCO EUAS DE TEJADA
dimitió la cartera de Hacienda del gabinente Narváez por haber tratado
de recortar el prespuesto del
Ministerio de

la Guerra. Fue su gravísimo
error, según hacen constar unánimes la
totalidad de

los historiadores,
empezando po,r
Ramón de Santillán (65); Juan Valera, para quien
se había propnesto «rebajar la preponderancia de los militares» ( 66) ;
Ildefonso Antouio Bermejo, repetidor de estas mismos palabras, cali­
ficando la gestión de Bravo Murillo de «hwdable propósito» (68);
Víctor
Gebhardt, quien

en su
Histo,ria general de Bspañ" y de sus
Indias anota: quiso «despojar de su omnipotencia en los asuntos de
gobierno»
a los militares ( 67) ; el Marqués de Lema, quien le tacha
de
haber procedido ~n poca cautela» en la empresa civilista (69);
el grandísimo historiador
Meld,.or Ferrer,

en la
Historia del tradicio­
nalismo español,
al definir el programa de las reformas de 1852 como
la procura
de «acabar con el caudillaje político de los generales» (70).
Frente
común de

militares con políticos,
al cual se unió la María
Cristina
madre de la llamada Isabel II, contra el cual se vieron estre­
llados los
anihelos del rectísimo ext:remciío. Desde su

caída,
el 14 de
diciembre de 1852,
apa.rtóse desdeñoso de

la política encastillándose
hoscamente en
el silencio de sus soledades.
Es la etapa de los desengaños, durante la cual permanecerá leal a
la
línea de

pensamiento sin pactos ni
cesiones, presto a

defender con
la palabra o con la pluma la vigencia de aquellas ideas imposibles de
llevar a la práctica, con la sola
esperanza de
encontrar justicia en las
generaciones venideras.
Pata ello

compuso sus,
Opúsculo,, que son una
apelación hacia
el futuro, su ya exclusiva esperanza de feroz desen­
gañado. «Impelidos por la convicción, sentimiento intuitivo al mismo
tiempo, de la inmortalidad,
deseamos también los que aún existimos
comunicar con los venideros, y como que aspiramos a vivir con ellos,
no teniendo otro medio de satisfacer este deseo que el de legarles una
(65) R. de Santillán: Memorias, 11, 189-190.
(66) Juan Valem: Historia de España, VI, 538 b.
(67)
l. A. Bermejo:
La Estafeta de palacio, III, 313.
(68) Madrid-Barcelona-Habana, Libsería española, Libresla del

Plus
Ultsa-Libsería de

la
Enciclopedia, siete tomos. Cita al

VII (1864),
1059.
( 69) Marqués de Lema: De la revolución a la restaura&ió111 I, 18.
(70) Sevilla, Editorial católica española, treinta tomos. Cita al XX, 24.
826
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJLLO
producción que nos recuerde», son las palabras con las que cierra en
1863 la introducción general a sus Opúsculos (71).
Con gesto olímpico desprecia a los contemporáneoo. «No escribo
para los

presentes, sino
para los
venideros»,
estampará soberbiamente
en
1865 al prologar el tomo IV de los Opúsculos (72). Era un fra­
casado, voluntariamente condenado a vivir para la posteridad, cadáver
potlltico en el retablo del régimen isabelino.
6, Dónde radicó el fracaso de Juan Bravo Murillo
Pero cabe preguntarse si fue fracaso suyo o fue fracaso del sistema
al que se empeñó en servir. ¿No serla su derrota
la quiebra de quien
se había propuesto
la realización de un imposible? ¿No sería que el
régimen isabelino

adolecía de
la incurable enfermedad de su propia
naturaleza cancerada? ¿Fue fracaso del
médico o tara del
cuerpo polí­
tico
irremisiblemente enfermo?
Este

que
Carolina Coronado calificó,

en carta del 3 de diciembre
de
1852, por «ministro de. bronce>> (73), fue victima del ambiente
cmrompido del liberalismo y

de
la ilusión de que era dable roroogir
los

males de
un sistema intrinsecamente pervertido, de que era posible
insertar tesis de la tradición
hispánicit tal 0)!DO fueran expuestas por
nuestros clásicoo en

situaciones de mimetismo europeizante.
Lo que
le venció fue el espiritu del siglo
XIX, en frase feliz de Jooé Luis Co­
mellas, en la Introducción mencionada (74). Sus reformas eran medi­
cinas
aplicaderas a un enfermo incapacitado pa¡ra sanar.
Su
puesto hubiera
estado en

otro sitio, en las huestes de los nega­
dores absolutos, en
las filas de quienes procuraban la restauración
íntegra de
las libres tradiciones políticas españolas, sin arreglos ni
transigencias. Era lo que convenia a este hombre de una pieza, negado
siempre para los
acomodos exigidos por el juego de la política de loo
(71) J. Bravo Murillo: Opúsculos, I, pág. IX.
(72) J. Bravo Murillo: Opúsculo,, IV, pág. VI.
(73) Publicada por Alfonso Bullón de Mendoza en las páginas 367-368
de su completo Bravo Muri/lo.
(74) J. L. Comellas: lutrodu,ción, ;5,
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FRANCISCO BLIAS DE TEJADA
partidos. Temperamento e ideologia lo demandaban, pero Juan Bravo
Murillo permaneció sordo a
esta llamada
de
la inclinación humana
y de la lógica
de las ideas. Contribuía tal vez a ello aquel su plan­
tea.miento tajante

de que el caos
era la

única
alternativa a la monarquía
isabelina,

de que «fuera del Trono y de la dinastía de Isabel 11,
lo
que puede preverse, lo que · puede vislumbrarse en España, es el
caos» (75).

El yerro de Juan Bravo Murillo estuvo en no haberse pre­
guntado nunca si la solución estaba en el retomo cabal al ser de las
Españas, en aquel que el
11 de junio de 1840 calificó de «partido
ominoso que tremoló la bandera de don
Carlos» (76),
y al cual
en el del 30 de junio de 1858
exigia la

sumisión sin condiciones, es­
timando imposible reconciliación dinástica ninguna (77). Ali! estaba el lugar digno de este
hombre berroqueño,

lejos de la charca de ape­
titos del régimen al que
sirvió. Temple y

razón lo requerian.
Está todavia, que yo sepa,
por hacer la historia de las relaciones
entre Juan

Bravo Murillo y el carlismo. En la granada monografia de
Alfonso Bullón de Mendoza apréndese que en las postrimerias de su
vida
colaboró en

la revista carlista
El pen1amiento e1pmír,I (78). No
teniéndola
a mano

no he podido calibrar el alcance de estas colabora­
ciones, aunque si
averiguar que

su nombre no
figura entre los más
asiduos que en ella escribieron, consultado el elenco compilado por
José Navarro Cabanes
en los Apunte, bibliogrltfico, de lt1 prenI~ car­
liita (79) . Creo que el análisis de semejantes conexiones tal vez acla­
rarla muchos
aspectos del
pensamiento
de este extremeño desengañado,
luchador

vencido que remite a
los venideros
la sentencia en
la causa
de los
afanes a

los que
consagró su vida ron entereza

digna de mejor
empeño; de este varón que se despega del ambiente isabelino en que
vivió;
de este indomable, soberbio e idealista que se llamó Juan Bravo
Murillo. Porque la historia
de su fracaso politico· no es el relato de un fra­
caso personal

ni el mero recuento de una
inadaptación humana;
es la
828
(75) J. Bravo Murillo: Opúsculo.1, I, 113.
(76) Apud Alfonso Bull6n: Bravo Murlllo, 7,.
(77) J. Bravo Murillo: Opúsculos, 1, 143.
(78) Alfonso Bullón de Mendoza: Bravo Muril/o, 298 y 418.
(79) Valencia, Sanchis, Torres y Sanchis, 1917, pág. 45.
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IDEAS POUTICAS Y FRACASO DE JUAN BRAVO MURJUO
narración de un fracaso ideológico, pero no suyo, y sí de la España
entera de aquel régimen que rigió entre.bondades personales y escán­
dalos
cooyugales, entre

ingenuidades
y torpezas, entre grandezas de
corazón
y debilidades de hembra, aquella que para él fue siempre, coa
lealtad inquebrantable,
muy suya, y que tanto le honra, «la magná­
nima, la piadosa
y compasiva Isabel», así dibujada en el Atentado
contra la vida de la Reina (80).
(80) J. Bravo Muríllo: OpúsculoJ, I, 29.
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