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Número 199-200

Serie XX

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¿Utopía o doctrina social de la Iglesia?

¿UTOPIA O DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA?
POR
JKAN OtJ>SBT
Es un hecho que media docena de personalidades han podido
dialoga,:
durante
cuatro
horas ac=a. de las relaciones de la «fo> y
de la polltica sin que se lograra saber si la fe por ellos evocada era
la de un verdadero, asentimientr, de la inteligmci-, a la verdad, de
la
auténtica
enseñanza de
la Iglesia Católica Romana, y no
éstá fe,
puro
smtimiento rel;gioso ciego q11e s11rge de ltlS profwrdidades te­
nebrt>StlS de 1111 subconsciente mordlmmte informado ba¡o, la presión
del ,r,ra,,án y el impulso de A, volllntdd (1) ... , Cierto que, durante
estas cuatro horas, ninguna de esas personalidades, reputadas cató­
licas,

ha creído necesario evocar la «doctrina social de la Iglesia», de
la que Pío XII no vacilaba en decir que
es clara ... , que es obligatoria,
y que mklie puede apartarse de ella sin daño partJ la fe y el orden
moral
..• (2). Proclamémoslo, es el estilo de hazaña, al cual desde
hace

tiempo
La Croix (3), ¡ay!, nos ha preparado y habituado.
Hasta tal punto, que ya no le damos ninguna importancia.
Se
deja engañar el que quiere.
Es verdad que hay un grado de menor relieve, pero más exten,
dido, eu que un eficaz descrédito permanece sobreentendido contra
esta doctrina social de la Iglesia, pretextando que ésta no apa­
reció sino, al modo de
un tardío incidente de trayecto, solamente
hacia la

mitad del siglo
XIX, como simple reacción epidérmica, total­
mente temporal y transitoria, fruto de nn tradicionalismo clerical
(1) San Pío X: en su motu proprio, dél 2-09-1910.
(2) Pío XII: Discurso del 25-04-1945.
(3)1 La Croix: l'événemenl, 17-02-1981.
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ahuyentado y sobrepasado por la invencible irrupción del espíritu
revolucionario. Argumento popularizado por una ignorancia a la
cual,
advirtámoslo, hemos

llegado a habituarnos a
expensas, eo
gran
parte, de la formación _ religiosa de los católicos franceses.
Pero, al meoos, nos parecía imposible desceoder más bajo. ¡No
nos engañemos !
Porque he ahí que una de las mayores autoridades del clero
francés, poco amiga, al
pare!Cet, del silencio mantenido entre no­
sotroo, desde hace por lo menos un siglo en torno a la doctrina
social de la Iglesia,
ha creído, poco antes de la campaña electoral
redente, que era
·su deber
hacer, por medio de la televisión, un lla­
mamiento a·

los «utopistas» geoerosos para que nos hagan salir, al
fin, del fango moral, cultural, social, político.
Fue esto así hasta el punto de que el poco
s05pechoso de
celo
católico, Emmanuel Leroy-Ladurie, en un artículo publicado en el
Fígaro (4),

no tuvo reparos eo recordar, en tema de utopías, que
«los genocidios del siglo' xx, las de Camboya, de la RJlsia de Stalin,
de /,a Alemania hitleriana, han sido ¡usfrfkddtH por tal o cual utopía
.:.
y,
acaso
-¡,.rosigue Leroy-Laduri~, .¿no sería preferible evoc"'
la solidariddd tradicional
entre l" Iglesia de Franci" y ¡,. Iglesia
p(Jka?».
¡ Es lo menos que puede decirse!
He ahi donde estamos; al menos, he ahí la dirección en la
que se invita a mirar: la de utopías generosas concebibles o pr0<
puestas. ¡Como si la Iglesia Católica, desde más de un siglo, no hu­
biera multiplicado directrices, consejos, llamadas,
para que los ca­
_tólicos

comprendan mejor
fo que deben proponerse, lo que con­
viene promover para la instauraci:ón, para la defensa, de un or­
den social lo ,más digno posible del hombre y de su destino!
¿Acaso no basta una
mirada hacia

el entrepaño de las bibliote­
cas donde
han sido recogidos todos los documentos, discursos pon°
tificios, consagrados a esos temas desde hace más de un siglo y
medio, para que el cristiano, incluso advertido, no quede estupe­
facto ante la arnplitnd de la enseñanza?
_Sin embargo,
mientras que
(4) Le Fígaro, 12-<0;.1981.
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¿UTOPIA O DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA?
las má& mínimas looubraciones de un clérigo, . de un r~ligioso o
de un prelado dudosos, catapultados por los «mass-media», son or­
questadas de un extremo al otro del mundo; la doctrina auténtica
de
los auténticos vicarios de

Jesucristo,
desde· Gregorio
XVI
a. nues,
tro

Juan Pablo II, gloriosamente reinante, es prácticamente
asfixia­
da, pasada en

silencio, edulcorada, cuando no comentada de tal
manera que se declara sobrepasado su sentido más obvio, incluso
antes que estos documentos hayan podido llegar al conocimiento
de
los segla.res cristianos

a quienes se
propon!a esclarecer.
Cada vez mÁs, arraiga la tesis según la cual, bajo pretexto de
trasqendencia, se

acepta prácticamente que el cristianismo debería
ser
aislado de

lo temporal, como
puramente espiritual, como esen­
cialmente

desencarnado, única
y solamente como luz y fuerza de las
conciencias
individuales. Luteranismo
y jansenismo,
ignorados tal
vez; pero, no obstante, muy reales.
Sin embargo, la enseñanza de Pío XII es de otra especie y de
otro rigor argumental. Así, escribía (5):
«De la forma que se dé a
la sociedad, conforme
o no a láS leyes divinas, depende. y se insinúa
a
s11 vez el bien o

el
m,d de lar al=; es dec_~,. el q11e los hombres,
l/"1nddos todos a ser vlvifkados por l" grad" de Cristo, en las te­
""na.r contingencias del curso de .r11 vida re~piren el stmo y-m;.
ficante hálito, de la verdad y de la virtud moral o el b"Cilo mor­
boso y a veces mortífero· del error y de lá deprd>Vación».
En consecuencia, cooperar al restablecimiento del orden moral,
decía Pío XII:
«¿No es er/o 11n deber sagrado F"'" todo cristiano'?
No r>S acob sdnime el obstáculo de la creciente P"K""izárión de kl vid" públi­
ca. No os conduzcan a engdíio-los suscitadores de -errores y de teo~
rías malstlnas ( ... ¡y utópicas!), perversar corrientes, no de creci­
miento,
sino más bien de destrucción y de corrupción de la vida
religiosa,· corrienter que pretenden q11e1 al pertenecer a la redención,
al orden de la graci" sobrenatural y al Jer, por /o, ltlnlu, obra ex­
clusiva de DioI, no necesita nuestra coO'p·eradón. ,ri. este mundo.
( 5) Conmemoración del cinaienta aniversario de Rerum novarum
(1-06-1941).
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IBAN OUSSEI
¡Oh miserable ig,t01'dn sabios,
se most>raron nerios" como si k, primeri, efic«ia de k, gracia
no fuera el corroborar nuestras sinceros esf11t!rws para cumplir dia­
riamente los manddtos de Dios, como individuos y como miembt-01
de
la sociedad,- co-mo si, htKe dos milenios, no viviera y persevera­
ra tm e/¡ alma de la Iglesia el sentido de la responsabilidad y:olec­
tiv" de
todos

por
todos, r¡ue h" m,wído y mueve a los espíritus
hasta
el heroísmo carildlivo, de los mm,;es dgricultores, de los li­
bertadores de esdavos, de los s derados de la
fe, de la dvilizd,:ión y de Id dendá en todas las épo­
y en todos los pueblos para crear las tlnicar cond;dones socir,les
r¡ut! a todos pueden hacer posible
'Y pk,centera una vida digna del
hombre y del cristiano».
Por eso decía unos párrafos antes : «Ante tal considerttción y
previsión, ¿cómo pudría la Iglesia, Madre tan amurosa y solicita
del bien de sus hijas, permanecer cual indrjermte espectadur" de
sus peligrus, cdlli,r u fingir r¡ue no ve ni ,sprecia las condiciones
sociales r¡11e, r¡ueridas
o

no,
hacen difícil y práeticamente ímpo,J,.
bl,
una conducta de vida cristiana, ajustada a lus preceptus del S11-
mu Legislador?».
¡Cita de Pío XII!. .. ¡que no resulta difícil afirmar que es una
invitación a algo completamente distinto de
la utopía.
Nada. de lucubraciones estrictamente meníngeas en este análi­
sis y en este diagnóst'co de un realismo implacable.
Perfecto ejemplo de

esta indisoluble fusión de lo natural
y de
lo sobrenatural, característica específica de la única y auténtica re­
ligión cristiana. Ya que es religión de una divina y esencial encar­
nttción, y
de ahí el realismo, de ahí la fecundidad práctica, tanto
como el misterio, que
manifiesta la aliarua definitiva
del Cielo
y de la tierra. Y,
por lo tanto, ¿cuándo nos decidiremos a comprender que el
desprecio de esta
«alianza nueva y eterna» hace imposible la verda­
dera
fe en Jesucristo verdaderu Di"s y verdadero hombre, y, por lo
mismo, la verdadera
fe en lo que es y en lo que debe ser su verda­
dera
Iglesia?· Trae

una
fe desarraigada y (muy especialmente) re-
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mitida a este puro sentimiento, condenado por San Pío X. Im·
pulso

híbrido, más que de una conciencia, de un subconsciente psi­
cológicamente complejo.
¡ Un sub-budismo l ¡ Un sub-confucionismo l
Desencarnación
(¡ay!)

en la que una multitud de clérigos
y de cris­
trianos osan creer
y la presentan como una prueba de· santidad trans­
cenden.te, ¡cuando no es sino un auténtico despedazamiento del ver­
dadero orden humano, rescatado y divinizado por la Cruz de Je­
sucristo !
Extraña cosa, en verdad, este frenesí de desencamación desan­
tificante.
Frenesí muy

significativo, sin
embargo; pues, a este grado y
sobre este punto, se juega fa salvación del mundo.
De
ahí

la
observación de este contemplativo, fogosamente apa­
sionado de
la más humilde encarnación del Señor de la Gloria, en
el misterio eucarístico: San Pedro-Julián Eymart: «Lo, fdlto! profe­
tar, k,, fundddorM de fdl!dS religirmet ton e~ dJm,, de la, /eye, d­
vile, de !ti! puebl,n. Ad Crmf11do p,,ra lo, chino,, Mdhoma para
lo, mtttulmanet, Lutero pma lo, prole!lanlet. Sólo ¡e,11r:ri,to, el fun­
dddor
de tudar !,,, todedddet r:ritlidnar, el toberano legitlador, el
Sdlfkklor deJ gém!l-o h11m,,no, el Dio; hecho hombre, no tiene una
tula palabra en
el código, en la mayor pmte de /a, nar:ionet, indum
las cristidflas. En cierloJ palse1, incluso Su Nombre es una sentencia
de vida o de muerte» (6).
No gusta, pero, a las personalidades escogidas por el diario La
Croix, que la verdadera fe de la Iglesia, la verdadera fe en la Igle­
sia implique esta proyección de la doctrina católica romana, no so­
lamente en la vida privada, sino
también en la vida social y política.
Hay ahí una caraterística
inseparable de

la misión de la Iglesia
aquí en la tierra. Que
el naturalismo que se respira en el ambiente
haya
llegado a hacerlo olvidar, y haya acallado el deber, incluso
en
las esferas eclesiásticas y en los servicios de una persona cruciforme,
no cambia nada el quehacer: «Omnia instaurare in Cristo».
Tanto más falso es pretender que esta proyección de la doctri-
( 6) San Pierre Julein Eyroart: La. Saint e EucbaNsJie: lct Prése,;c~·"_R-lé~ ·
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JEAN OUSSET
na social católica romana sea una in=ción tardla del siglo XIX. La
verdad es que esta proyección de la doctrina temporal es tan vieja
como la
misma Iglesia, porque sus primeros elementos son muy
claramente
perceptibles en, las Eplstolas, por no decir que también
en el Evangelio. Ninguna
novedad, pues, en el principio de esta
enseiianza. Lo que ha podido parecer nuevo es la' manera cómo a
partir del siglo
XIX ha sido difundida esta enseñanza; es decir, des,
de

la evidente
apostasía de
las naciones
reputaJas hasta entonces
cristianas.

Hasta entonces, la Iglesia, siempre respetuosa
con las
jerarquías
legítimas, ponía, escrupulosamente, uu puuto de honor
en hacer llegar sus
enseñanzas según los pasos dados por las po­
tencias soberanas. No es, pues, sino a partir del momento en que
estas potencias soberanas, reyes, principes, dietas, o parlamentos,
obstaculizaron la difusión de esta sabiduría cristiana que los sobe­
ranos Pontífices

tuvieron que recurrir a
la fórmula
de
las Cartas
Enc!dicas,
para intentar así educar más directamente y con mayor
seguridad a los «pueblos» convertidos en
«soberanos».
Lejos
de · no

haber existido hasta entonces la enseñanza social
y política de la Iglesia, había discurrido hasta entonces
por los cau­
ces del Derecho canónico
en, breves, rescriptos, decretales y bulas.
Textos que, frecuentemente, tomaban un lugar
en la legislación de
los pueblos a quienes ·se refería. Lo cual, debemos convenir en que,
por lo menos, era más eficaz que una enseñanza difundida, como
entre bastidores, por simples Enc!clicas,
Y pues, se comprueba, que lo nµevo, si no reciente, no es la
enseñanza social de la Iglesia sino la apostasía de las naciones cris­
tianas.
Es el respeto humano de los católicos y de los clérigos ante
la _presión del naturalismo
y del laicismo revolucionario. Lo que es
nuevo es la desidia de los cristianos.
Lo que es nuevo no es el Tratado De regimine prindpis, de Santo
Tomás; no Jo
es el Derecho de gentes de Francisco de Vitoria, no
lp es la Polítk" deducida de la Sagrada Escritura de Bossuet ... Lo
miévo es que un prelado no se haya dado cuenta de lo que dec!a
con

sus palabras al hacer· una llamada a los
«utopistas generoson>
para asegurar la salvación de la sociedad .
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