Índice de contenidos

Número 239-240

Serie XXIV

Volver
  • Índice

Eugenio Vegas y «La Cité Catholique». Carta a los amigos de la Ciudad Católica

VEGAS LATAPIE Y «LA CITE CATHOLIQUE»
CARTA A LOS AMIGOS DE LA CIUDAD CATÓLICA
POR
JEAN ÜUSSET
Queridos amigos de la «Ciudad Católica»:
Con gran pena
pero con

dulce y ferviente
emoción me
uno
a vosotros en
el dolor que os oflige por Ja muerte de Eugenio
Vegas Latapie. Cierto que no ignoro cuán vanos pueden
¡,arecer nuestros
pobres

consuelos humanos ante la muerte de un amigo como él.
Pero, ¿es conveniente int~tar ·co~solarse?
Hay heridas que no debemos tener miedo a conservarlas.
Heridas de las que es incluso muy santificante saber que están y
que deben quedamos
siempre vivas.

Inolvidables; nunca cu­
radas. Esto no tengo por qué recordároslo... a vosotros que ...
ha­
béis conocido a Eugenio mtjor que yo, a lo largo de tantos
años, durante tantos acontecimientos tan graves para vuestra
querida España.
¿ Y

qué puedo añadir yo que no
sepáis ya?
¿Qué

puedo añadir sino algo que tal vez sea
yo el
único en
conooerlo? ... Fue cuando comenzaban a notarse los primeros progresos
de nuestra
labor, recién

instalados en «Rue
Copernic», cuando
Eugenio

Vegas Latapie, sin ningún preámbulo, cierta tarde vino
a vemos. ¿Qué podía querer de nosotros ese visitante inéspera~
do de más allá de los Pirineos? Apenas éramos conocidos, pero
ya muy criticados; ¡es verdad! De hecho ese visitante no sabía de nosotros sino
lo que uno de sus amigos parisinos le había
1188
Fundaci\363n Speiro

VEGAS LATAPIE Y «LA CITE CATHOLIQUE»
dicho ... , que no se sabía bien quienes éramos, y lo que preten­
díamos
realizar; pero

que, a pesar de esta incertidumbre, ¡es­
tábamos ya mal vistos por los defensores
del modernismo, del
progresismo y por las demás personas de
la «misma calaña»
conocidos por
,su complacencia

hacia
la Revolución!
Muy

sorprendidos y prudentes, aunque halagados por esta
reputación, hicimos al
v.isitante partícipe

de nuestros informes
y de nuestros proyectos. Sin gran esperanza, pensábamos: ¡ qué
interés podría abrigar, en efecto, este hijo
de. la
católica España
acercársenos así en nuestros balbuceos!
El relámpago, sin embargo, no tardó en brillar.
De hecho,
este español

había adivinado todo lo que podíamos ser gracias
tan sólo a las citas de los únicos maestros discernibles en nues­
tro trabajo. Creo que, a lo •largo de todo nuestro tiempo de
combate esta fue la única vez en que
me he sentido

tan com­
pletamente comprendido, y he estado tan rápidamente de acuer­
do con algnien ... Aunque su entusiasmo por nuestro proyecto nos pareció ex­
cesivo, no nos era posible
sospec-har de· su

buen juicio
Iri dudar
de su prudencia y sabiduría. Del erudito, del jurista, del polí­
tico, del humanista, del cristiano sobretodo ... , de su celo y de
su impulso. ¡No sabíamos qué se podía admirar
más en

él!
¡Qué ejemplo ... , y qué estímulo para nosotros!
¡Qué gracias de Fe, de celo, de valor, nos proporcionaron
esas horas de conversación!
Pero una sorpresa todavía mayor nos estaba reservada. Este
español lleno
de. prudencia

y sabiduría no creyó demasiado
in­
tempestivo darnos a entender que un día, tal vez, en su patria
podría fundarse una Ciudad Católica hermana de la nuestra.
Muy extrañados le hicimos notar nuestros temores por
lo que
nos parecía demasiado prematuramente concebido.
--«¡Cómo sería

posible -decíamos- que una labor tan es­
pecíficamente dirigida contra el naturalismo, contra el laicismo
de
la Francia revolucionaria, pudiera convenir a la católica Es­
paña!». ¿No sería de temer una gran diferencia de tono, de im­
pacto y situación?
1189
Fundaci\363n Speiro

JEANOUSSET
«Desde luego que no -nos respondió--, pues el hecho
de que en Francia una
acción como

la vuestra
pueda seducir,
ser
sostenida y aplaudida por jóvenes ... es algo que, entre nosotros,
ha de
revaluar la, ¡ sobre todo viniendo del país de los grandes
antepasados
del 89! Nada, pues, podría ser más útil a España
que ver a franceses negarse a doblar la rodilla ante aquello por
lo que tantos pueblos les felicitan, de haber propagado de un
extremo al otro del mnndo para desgracia de nuestra época».
Y Eugenio Vegas Latapie se fue, pero dejándonos deslum­
brados.
El resto, queridos amigos, lo conocéis tanto mejor que yo,
puesto que tuvo lugar la continuación con todos vosotros, y conti­
núa, ¡gracias a Dios!
Quiero, no obstante, añadir alguna cosa ... Ocurrió un día,
no sé muy bien por qué motivo, que un desacuerdo surgió
entre nosotros. Por mi culpa. Culpa
aumentada por

el tono de
carta que le mandé.
Y esta tontería mía podría haber hecho
daño.

Pero,
he aquí

que, a vuelta de correo, me llegó la
carta
más

admirable
y más afectuosa que jamás recibí.
Carta en
la que ni siquiera intentaba justificarse de lo que
yo, tontamente, había creído que debía objetarle.
Este hombre
excepciopal y admirable en todos los conce¡>
tos

era, además, «manso
y humilde».
¿ ¡ Qué habrían hecho en mi lugar!?
Emocionadísimo, hasta tal punto que no
podría explicarlo,
tomé el primer avión para Madrid
y pedí a los dos admirables
e irreductibles Eugenio Vegas Latapie
y Juan Vallet de Goy­
tisolo que me perdonasen. As( es, queridos amigos de España, la
dimensión humana y
cristiana de quien lloró con vosotros. Nos queda que, por la
gracia
y la fuerza de la Fe, sabemos que no todo acaba en la
tumba y que quienes hasta ahora han cambatido y continúan lu­
chando tan
magníficamente como

vosotros, se sostienen junto
a Aquel
único que

ha vencido al mundo, a la muerte
y al in­
fierno.
1190
Fundaci\363n Speiro