Índice de contenidos
Número 241-242
Serie XXV
- Textos Pontificios
- Aniversarios
-
Estudios
-
La metafísica del ser y la noción de Creación en el pensamiento de Sciacca
-
El catolicismo americano
-
Las nuevas formas de reproducción humana ante el Derecho Natural
-
«La teología de la revolución» de Karl Marx (II)
-
Contenido ideológico del liberalismo
-
El «correcto canonista». (A propósito de los «Escritos reunidos» de Hans Barion)
-
- Actas
-
Información bibliográfica
-
Jean Dumont: La revolution française ou les prodiges du sacrilège
-
Guillaume Maury: L'Eglise et la subversion. Le C.C.F.D.
-
Santo Tomás de Aquino: Comentario al «Libro del alma»
-
Carlos Alvear Acevedo: Medio milenio de evangelización
-
Giovanni Gozzer: Estado, Educación y Sociedad: el mundo de la «escuela libre»
-
Fernando Mota Martínez: El fracaso del Estado mexicano
-
Autores
1986
Jean Dumont: La revolution française ou les prodiges du sacrilège
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
lean Dumont: LA REVOLUTION FRAN~AISE OU LES
PRODIGES DU SACRILEGE
(*)
Un acontecimiento mayúscttlo en el panorama reciente de 1as
letras católica•, y específkamente en el crunpo de la historiografía,
lo constituye, sin lugar a dudas, la aparición, súbita en cierto
modo, de
la obra de Jean Dumont. Apuntábamos el hedho cuando,
en
las páginas de esta
misma revista ( 1 ), tuvimos ocasión de pre
sentar
su primer
libro importante:
L'Eg/,ise au risque de l'histoire,
publicado en 1981, reivindicación iuminosa de los episodios más
controvertidos de
la historia de la Iglesia y alegato definitivo contra
la
«Leyenqa Negra» antiespañola. Un
segundo volumen,
dotado
de
fuerza y densidad similares a
las del primero, ha venido, en
el
plazo corto de sólo cuatro años, a demootrar la capacidad de
trabajo portentosa
de su autor y a
confirmarnos en
nuestra pri
mera impresión.
La Révolution Franraise ou les prodiges du sacrilege supone
un intento formidable, apoyado en una erudición que no admite
cabos sueltos y ·en el recuroo a fuentes documentales inéditas o
escasamente
,tprovoohadas hasta !a fecha, de desenmascarar !a cara
oculta de
la Revolución Francesa, aquella que la historiografía
clásica
y reciente se
ha empeñado, no sin éxito, en arropar pudo
rosamente para así
ofrecer
al público, con la legitimación de sus
orígenes, una
imagen tolerable y buroMizada de la trayectoria po
lítica y sociai del mundo contemporáneo. La extensión de esta
reseña se
compadece, y por ello
fa hemos redactado, con la
atención que merece.
Consta el libro de dos partes de desigual longitud. En la pri
mera,
má• breve,
agrupa Dumont, bajo
el gráfico· .&Ubtítulo de
«Ecrasez /'infame!» ou le grand air de ca/.omnie, cuatro capítu
los que sirven de introducción o ambientación al resto de la obra. En sus páginas encontrará
el lector un sugestivo estudio
de
la praeparatio revolucionaria, de la monumental campaña de
calumnias contra
la Iglesia y el cristianismo que organizaron los
filósofos ilustrados del siglo
XVIII. Campaña polivalente y en
apariencia dispersa cuya íntima coherencia y unidad de programa
-el desmantelamiento de los fundamentos religiosos del Antiguo
Régimen- denuncia Dumont con eficacia, hasta despojar de sus
(•) Editions Criterion, Limoges 1984, 511 págs;
(1) VERBO,. núm. 215,216, págs. 709-735.
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
asideros al tópico, hoy vigente, de una voluntad reformista y no
demoledora que nunca existió.
Se
abre esta parte preliminar con un capítulo dedicado a la
intensa campaña que, a partir de 1720, con un índice de acritud
inédito, desencadenaron los
secuaces de
la
«filosofía» contra
la
vida regular y, especi.aJmente, contra los conventos femeninos que,
por su propia
naturaleza, se prestaban mejor
que
los masculinos
a
la elaboración de un aiegato sensiblero y truculento.
Dumont
~ con detenimiento la personalidad de los fa
bricanl
Baculard
d'Amaud,
Diderot,
e!l más radical y efectista, etc.), y el
reducido abanico
de ideas que manejiiron; para a continuación de
nunciar
su fondo
antihistóriro y ,su toocida intención. Nada, en
efecto, tiene que ver con
la reallidad de los tiempos, de la que se
consetva abundante
dorumentiiclón, la
imagen de unas monjas
introducidas a la fuerza en sus conventos, y sometidas en ellos a
un régimen
antinatural y al despotismo y desvaríos de sus supe
rioras. La célebre novela de Didedot,
La religieuse, es un buen
ejemplo
de aquella voluntad de deformación a ultranza: se basa
en
un caso real, el proceso entablado por sor Delamarre, pero
adultera sus circunstancias hasta ofrecer de él una
versión ca
ricaturesca y agresiv~.
A través de un meticuloso análisis de la sociedad familiar
franoesa y de las instituciones conventuales de aquel tiempo, re
cupeta
Dumont los limites verdaderos del tema. Es
cierto, observa,
que
!la vigorosa institución familiar del Antiguo Régimen, fuente
de la solidez y prosperidad de aquellas sociedades, conllevaba con
frecuencia una
a,mplia libertad
de testar que, al favorecer a
los
primogénitos,
podía inclina:r a las hijit• solteras hacia la vida con
ventual
de una forma no enteramente espontlÍllea. Pero si ello es
cierto, no
lo es menos que la Iglesia, consciente de aquel peligro,
multiplicó los mecanismos institucionales destinados
a
evit¡¡~ las
vocaciones
forzadas, tanto en
e!l momento de la profesión como en
el
de la ratificación, muchos años después de la entrada en el
convento, de [os votos
iniciales, dejando
abierta en todo momento
la puerta a la dispensa o a un eventual prooeso de nulidad.
De ihecho, la vida conventua!l en Francia, sana y vigorosa, de
que
hablan [os documentos y testimonios contem~eos, nada
tiene
que ver con
las fantasías de los sectarios antimonásticos.
Prueba
definitiva de su vitalidad
serla, tal como Dumont lo de
muestra,
la masiva fidelid¡¡d a sus votos y a su fe, salpicada sólo
por
raras defecciones,
de que hicieron gala en Paríl! y toda Fran
cia
las congregaciones femeninas, en las horas amargas de
la Re-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
volución, cuando fueron autorizadas primero, y forzadas después,
a disolverse por
las autoridades civiles. Y es que aquella litera
tura, concluye Dumont al incorporar su análisis al argumento
genera!! del
libro, no fue mera
expresión de
un
gusto circunstan
cial por el patetismo o la sensibler1a novelada, sino de algo mucho
más
grave y profundo:
la voluntad de una minoría de despresti
giar, con el afán de desmantelarlo, uno de los puntales de la Igle
sia militante, del inicio de un proceso que culminada, medio siglo
después, en
la persecución total de la Revolución de 1789.
Consiste el segundo capítulo en un estudio de la conjura in
ternacional que
lúzo posible la eliminación de los jesuitas de las
más prestigiosas monarquías católicas de Europa. Un proceso que
caracterizan
la rapidez y eficm:ú, de su deoorrollo, puesto que en
menos de veinte
años (1755-1773)
se
cerró con el éxito rotundo
de sus promotores. Dumont
repa,¡a con detenimiento los lútos
de
aquella dolorosa historia, y
lais calumnias
y complicidades que
lúcieron
posible su desenlace. Un
trabajo de
cincuenta páginas
que
recoge en
apretada síntesis los datos más relevantes del tema,
algunos de ellos poco o nada conocidos, que se euriquece con
la
denuncia de la supervivencia hasta !hoy, incluso en la historiogra
fía católica, de argumentos antijesuísticos, cuya falsía o inexacti tud
ha sido sobradamente demostrada.
El ataque desencadenado contra la Orden no pudo fundarse
esta vez en motivos de carácter
moral, puesto
que
la rectitud de
sus miembros era
reconocida universalmente
en
el siglo xvm,
incluso por detractores de la Iglesia tan caracterizados como el
abate Raynal, y sólo en alegatos, tendenciosos de índole política
e
ideológica elaborados por los
filósofos, con el apoyo y a¡,lauso
de
los sectores
galicanos y jansenistas de
Francia, ansiosos
de
minar
la autoridad
pontificia, para
enriquecer con sus despojos
la
sobera,nía de derecho divino de :los reyes y sus personales ambi
ciones de autonomía. Ceguera funesta la de aquellos hombres, en su mayoría miembros de
la administración o de los parlamen
tos, que benefició exclusivamente a quienes, como Voltaire, veían
en su supresión la conditio sine qua non de la destrucción del cris
tianis.tim ( «une fois que nous aurons detruit les ;esuites, nous
aurons beau jeu contre l'infí!me») y se inscribe, en un puesto de
honor, en
la larga serie de torpezas que lúcieron posible la Re
volución y la
ruina de la realeza de Francia.
Dumont
analiza con
detalle las
primeras ofensivas:
la que se
orquestó en
torno
al conocido descalabro financiero
del
padr,,
Lavalette
(1755),
y la denuncia de las enormes riquezas que se
creyó poseían
los jesuitas en
el Paraguay, tosca calumnia de la que
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INFOIWACION BIBLIOGRAFICA
se valió el déspota Pomba! para decretar tempranamente, en 17.59
la supresión de la Orden en Portugal y la incautación subsiguiente
de sus bienes. El primero de estos temas demuestra «pe,, reduc
ción al absurdo»,
la vacuidad de una de las acusaciones que fue
ron tomando cuerpo contra
b Compañía, la de atribuirle el ca
rácter de organización
financiera potente
y de
alcance internacional.
La
ineptitud
de los jesuitas en el modo de solventar aquel affaire
financiero, y 'las considerables dificultades con que tropezaron hasta
reunir el dinero preciso para smdar, como fo hicieron, las deudas
adquiridas por el
padre Lavalette, son un buen testimonio del
pobre fundamento de una imagen semejante. Que el
segundo era
igualmente inconsistente
lo evidencia fa decepción, envuelta en
un
supino
riclícufo, de [as tropas portuguesas
y españolas que in
tentaron
apoderarse en
Paraguay, entre el descontento y
la opo
sición de los indígenas, de unas riquezas que se negaron a apa
rocer por parte alguna, sencillamente porque no existían.
Los argumentos decisivos urdidos por la conjura antijesuita
fueron
-ya lo
hemos apuntado- de carácter filosófico-político,
calculados con esmero para presentar a la Orden, ante la opinión
pública y
a
fos ojos
de los reyes, como un peligroso enemigo del
poder constituido. El centro de la maniobra fue Francia y su ani mador el muy ilustrado duque de Choiseul, secundado por el
abate Chauvelin,
autor de un extenso
dossier donde se recopila
ban
numerosas citas de tratadistas jesuitas (Mariana, Bellarmino y
Suárez)
favoraliles ,al regicidio y
al derecho
de rebelión. Dumont
demuestra, con su erudición habitual,
el carácter «ridículamente
tendencioso» de aquel aparatoso alegoto. Entre otras razones por
que
la obra de Mariana, que se halla en el origen de las restantes,
fue compuesta nada menos que
a petición
de los preceptores del
futuro Felipe III de España y para servir a la educación de aquel
prlncipe; y porque las fuentes que le sirvieron de inspiración se
remontaban a
Santo Tomás
de Aquino
. y se apoyaban en
textos
de autores no jesuitas, rnJ,,s como los dominicos Francisco de
Vitoria y Domingo de Soto.
Ninguna heterodoxia, a,s,í pues, ni vocación revolucionaria en
pluma de jesuitas. Sí, en cambio, coherenci" con una tradición de
libertad
y pactismo opuesta al absolutismo y regalismo franceses.
Y no deja de ser significativo que los cuatro parlamentos de
Froo
cia
que se
negaron, entre
1761 y 1764, a condenar a la Compañía
por aquel motivo, fueran los
de Flandes, Artois, Alsacm y el Fran
co-Condado, es
decir, provincias
francesas vinculadas a una tradi
ción no parisina: «provincias que estaban ligadas, por su historia
política, social y cultural, a la tradición lotaringia, borgoñona e
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
hispano-imperial, que había ignorado siempre, y la red!tazó cuando
su
concepto se precisó en
los siglos xv
y xvr,
l,¡ monarquía de
derecho divino a la francesa».
Completa el capítulo
el estudio de la expulsión de la Compañía
en
la corona española, de su abolición definitivsa en 177 3, y de las
inauditas sevicias
a que fueron sometidos sus miembros en España
y en la propia Roma. «Que se haya podido
tratar de aqud modo
---eoncluye Dumont-
a una colectividad de hombres que repre
sentaba una de las
más altas élites espirituales, morales
e intelec
tuales de Europa, era anuncio de lo que
esperaba a
otras
élites y
a
poblaciones
enteras. Porque ,aquellas supresiones
denunciaban de
lo
que eran capaces, en materia de persecución sostenida
hasta
el
crimen, la «filosofía», disfrazada hasta entonces de apóstol de la
tolerancia.».
En el capítulo siguiente, Dumont desplaza
la atención del lector
hacia la
América hispana y al ámbito de la «leyenda negra» anti
española. Ruptura de la unidad temática
del libro que es sólo
aparente, puesto que va a introducirnos en lo que fue una nueva
campaña de la Ilustración europea contra la Iglesia y el cristianis
mo:
fa pertinaz leyenda de los horrores clel Perú, la imagen todavia
operativa de
millares de indios aniquilados en las minas de plata
de Potosí o en
las de metcurio de Huancavélica, por obra y gracia
de la ambición de los españoles, y muy especialmente de los
ecle
siásticos, que aurorizaron y apadrinaron, salvo honrosas excepcio
nes, un espantoso genocidio.
Dumont estudia con detenimiento el origen de la imagen que
ha llegado
rosta nosotros
de aquellos
centros mineros. Génesis
compleja de una fábula humillante, fruto de la yustaposición de
aportaciones sucesivas que- respondieron, en cada caso, a intereses
diversos, acordes siempre, eso sí, en desprestigiar a las autoridades
españolas y a la Iglesia. Deformación de los hechos, cuyos primeros
responsables
fueron, paradójicamente, un
puñado de dominicos es
pañoles acaudillados por
Domingo de Santo Tomás, un discípulo
de
Bartolomé de
las Casas, cuyos ensueños teocráticos compartia:
la instauración en Peró de un reino indio independiente, tutelado
por el Romano Pontífice. Ellos elaboraron, falseando una realidad que conocían bien, el primer pliego de cargos. Con el apoyo, por
cierto, de los caciques indios o
curacas, molestos por una legisla
ción que les privaba del
contrd! despótico
que
tradiciona!lmente
ejercían
sobre el resto de los
indígenas peruanos.
A
este núcleo primitivo se sumarían otros aportes,
hasta com
pletar
el
esquema de una calumnia de
fatga duración: . el de los
enciclopedistas franceses
(Raynail), d de un virrey ilustrado y mal
239
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
informado (Amat), el de algunos anticristianos ingleses del si
glo XIX (Barry ), y las síntesis tendenciosas de historiadores actua
les, católicos algunos de
ellos.
Dumont demuestra otra vez que la realidad no coincide con la
leyenda, y lo
harce con gran acopio de datos, recogidos en la obra
de
especialistas fidedignos (Lohman Villena,
entre otros) y en
sus
propios aportes documentales -Dumont es
un buen. cono
cedor del Archivo de IruI;.as--. La preocu¡;,eción que
manifestaron
los virreyes y gobernadores
generoles de
los centros mineros por
el bienestar
y una
justa retribuci6n de los trabajadores indígenas
es
digna de
admiración y elogio, y se
sustahció en
una legislación
y unos reglamentos que no tienen que envidiar a los de cualquier
establecÍ11Jiento actual.
Considera con
detenimiento los
porqués del controvertido sis
tema de
la mita y demuestra, de una parte, que fue indispensable,
dado
el pertinaz desinterés de los indios por el trabajo manual, y,
de
otra, que fos sometidos
a
él fueron generosamente compensa
dos,
puesto que, hecho
poco conocido, los mitayos cobraban sueldos
muy superiores a los que percibían los obreros voluntarios o
mingados. La mita hizo posible que fos indígenas se aficionaran
con el tiempo
al trabajo minero y fuera sustituida por la sola con
tratación
libre;
Por su
parte, la prosperidad
y nivel de vida de
las poblaciones mineras refleja, en su conjunto, una situación pri
vilegiada, que nada tiene que ver con el
retabfo tenebroso
de
la
«leyenda negra», en cuya perduración se empeñan, hoy como ayer,
Jos enemigos
de Dios y de la Iglesia (piénsese en las
declaraciones
recientes
de Fidel Castro ... ).
Como contrapunto de semejantes infudios, Dumont demuestra
el profundo arraigo que tuvo el catolicismo entre los indígenas
pernanos en el siglo
XVIII, bien visible incluso durante la rebe
lión de
Tupac Amaru.
Y analiza, por
fin, los esfuerzos sorpren
dentes
que se detectan entre algunos ilustrados
por imputar
la
sola responsabilidad de aquel genocidio, que nunca existió, al
fanatismo, léase a la Iglesia católica, eximiendo de culpa a las
autoridades civiles españolas que,
casualmente, eran por entonces
ilustradas y «filosóficas». Así
planre6 el
tema, en 1777,
el no
velista
Marmontel, imaginando a un
Pizarro, discípulo
de Las Ca
sas, enfrentado a su compañero V alverde, fanático dominico. Nue vo indicio del
esprit característico de la praeparatio revolucionaria.
Cierra la primera
parte del libro un estudio de la situación
genenal de la Iglesia de Francia en vísperas de la Revolución. La
feroz campaña de los
ilustrados surtió efecto
y «toda
la década de
1760-1770 estuvo marcada por una crisis cristiana grave,
general,
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
una de las más fuertes que haya conocido la Iglesia». Afectó a la
jerarquía, sorprendida y
desanimada ante el sesgo
de
fos aconteci
mientos,
a las congregaciones y a los fieles en
general. Se detecta
relajación en
la observancia, un frenazo en las vocaciones, y mala
vdluntad
hacia
la Iglesia por
patte de
las
autoridades civiles,
desde
los parlamentos
regiona:les al propio rey. Choiseul aprovechó la
ocasión para imponer unilateralmente, valiéndose del
pérfido arzo.
hispo
de Toulouse, Lomenie de Brienne, una desconsiderada refor
ma de la Iglesia, que se tradujo en la supresión de cuatrocientos
centros monásticos y de congregaciones enteras, de rancia historia.
Un panoratn;t desconsolador al que seguiría, sin embargo, una
reacción
de sorprendente magnitud. En la década que precedió
al estallido revolucionario se nota un renacer considerable de las
vocaciones, una voluntad de reforma y santidad -bien visible,
por
ejemplo, en
la
vilipendiada jerarquía franoes.., de origen aris
tocrático-, de los que hay pruebas
abundantes. Un
impulso
vital
que permitiría a la Igl,,sia de Francia resistir con éxito a la per
secución que se avecinaba, y descarta fa hipótesis, sostenida por
la historiografía clásica, de una Iglesia decadente, arrastrada por el flujo revolucionario.
La ,segunda parte
del libro se sitóa bajo el epígrafe de «Aux
armes citoyens! ou l1assaut revolutionnaire contre l'Eglise». Cons
ta de sdlo tres capítulos, siendo el primero -«L' essentiel de la
Revolution: l' antichristianisme»-el más extenso, con ciento cln·
cuenta páginas de denso contenido, y el q¡¡e encierra la tesis cen
tral del libro, la más atrevida y novedosa de cuantas en él se desa
rrollan. No
es factible ofrecer un
análisis
pormenorizado de
su
contenido, puesto que,
al filo de dicha tesis, des_grana Dumont un
amplio catálogo de datos y documentos,
muchos de ellos inéditos,
referentes a la
persecución contra
la Iglesia que desencadenaron
los
dirigentes de
la Revolución.
Catálogo
valioso por sí solo
que,
sin ser exhaustivo
ni pretenderlo, constituye una a modo de causa
genera/is de la Revolución, inacoesible a· la síntesis por la natura
leza de su estilo y
1a amplitud de su contenido. V amos, eso sí, a
enunciar
la idea matriz del capítulo, en tomo a la cual se agrupan
las re.stantes. Es sugestiva en extremo y, si el libro de Dumont
adquiere la difusión que merece, suscitará
controversias. De
ella
puede
decirse, por fo menos,
que abre camino a la neceaaria
reno
vación
de la historiografía
s®re la Revolución, sumida, ai menos
desde la
perspectivo, católica,
en un
impasse.
Dumont sostiene, en efecto, que la imagen clásica de la Re
volución
Francesa, hija de la literatura liberal. y romántica del
siglo
xrx, renovada con
el aporte
de los historiadores contempo-
241
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
ráneos, y vigente en ki actualidad, se funda en una intenpretación
distorsionada
y, por ende,
errónea en
lo fundamental, de la
je_rar
quía
de móvlles que animaron a sus promotores.
Según
dicha interpretación, :la Revolución fue, antes que nada,
un fruto de
ki voluntad de destruir, en aras de la libertad y de la
igwddad que
los nuevos tiempos
reclamabain, las
bases sociales y
políticas
del Antiguo
Régimen; el
desmantclamiento de la socie
dad
Jieudal, resultado de un proceso de lucha de clases·, que se
resolvió
a favor del pueblo, en contra del rey y de
la nobleza.
La
Reov'lución fue,
según ese esquema, fundamentalmente anti
monárquica y anti-aristocrática, y no, en cambio, al menos en su
fase inid;,.\, antkristiana, puesto que sus ditigentes carecían de
motivaciones o
de programa de
índole religiosa. Sólo con el paso
del tiempo, merced a la actitud reaccionaria de
k jerarquía ecle
siástica,
de origen aristocrático, y la adhesión al rey y a las
tradi
ciones políticas del
Antiguo Régimen de una parte del clero y de
los fieles, pudo
.,d,quirir un talante antieclesiástico que, en sus
orígenes fue· meramente marginal
e inoperante. La
persecución
desencadenada contra la Iglesia se justificaría, de ese modo, por
la necesidad de
defender a la
República, amenazada en
su interior
por
la traición de un sector de la población francesa. Interpre
tación
que
avalan los historiadores demócrata-cristiruios (Jean Le
flon, Daniel Rops, Latteille, etc.), que monopolizan hoy la inter
pretación católica c;,ficial sobre
la Revolución, deseosos de desdi
bujar su
fiaz anticristiana para as! dejar a salvo su ideal de un
maridaje posible y deseable entre catolicismo y revolución.
Contra este esquema arremete Dumont con
ingenio y
acopio
de pruebas, hasta darle
la vuelta por completo; con un estilo ágil,
no
exento de una nota de
pasión, que
cautiva y convence
al lector
desde
el principio.
Lo esencial de
la Revolución de 1789, desde la etapa inicial
anterior a Varenb.e6, fue sµ inspiración antic~tiana. Una vocación
que, bien miradas las cosas,, se mantuvo práttica:mente incólume
hasta el
final del proceso revolucionario. Sus protagonistas care
cían de convicciones republicanas y no fueron adversarios por
sistema de
la aristocracia a la que, durante muchos meses, y den
tro de ciertos lí111ites, se mostraron dispuestos a favorecer y a in
tegrar en
el «nuevo
modelo de sociedad». Partidarios de la su
pervivencia de
la realem, se limitaron a imponerle condiciones y
a encajarla en
el corsé constitucional. Luís XVI nunca corrió ver
dadero peligro
hastla que
se inclinó a favor de
la Iglesia: esa fue
su perdición, y no
la condición de Capeto.
La
nobleza fue
privada de sn
status privilegiado y de sus tí-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tu!os hiot6ricos, peto se le respetaron sus rpropiedades y sus dere
chos
reales, que
permanecieron inc6lumes, al menos hasta un
esliadio avanzado dd proceso revolucionario. De hecho, los dere
chos
señoriafos de naturaleza patrimonial
y no
persona[ --que eran
los
más rentables- fueron respetados sucesivamente
por las Asam
bleas
Constituyente y Legislativa, y por
la Convenci6n, hasta
julio dde 1793; «dicho de otro modo, la Revoluci6n no se
mos
tr6
decididamente
antiseñotial sino cinco años después del
ca
torce
de julio».
Apoyándose en los estudios de Norman Hampson,
Mid,cl Vo
velle
y
F~is Furet,
demuestra Dumont que
un importante
sector de la aristocracia, incluso pudo mejorar su situación eco~
nómica porque, al set eliminadas por decreto las servidumbres
tradicionales
que gravaban sus dominios,
se hall6
en condiciones
de
saneaac su hacienda con
la
aplioaci6n de
métodos de explotación
capitalistas, y
los menos escrupulosos se
beneficiaron con
la
ad
quisici6n a bajo precio
de los bienes
nacionalizados de la Iglesia.
Sin olvidar que muchos cabecillas revolucionarios eran ellos
mis
mos
de
origen aristocrático y que en los mandos del ejército se
oper6 durante
aquella
etapa, parad6jicamente, un proceso de «aris
tocratización». Eristi6,
en
contra de
la común creencia, un cierto
«bonbeur
de vivre en
Revoluti.on» para
los arist6cratas, que
con
trasta "biertamente con
la situaci6n de los eclesiásticos. Y no es
poco significativo que
las medidas
policiales
aplicadas contra
los
nobles que
emig,;aban estuviesen
destinadas a
retenerles en Fran
cia, al contrario exactamente de lo ocurrido con el clero, cuya
eliminaci6n o
exilio fue propiciada. Inclusive «en
el peor momento
del terror y de
la descristianizaci6n
total y violenta, que excluía
a todos los sacerdotes,
eil Comité de Salud Pública se neg6 siem
pre
a excluir a
los nobles del ejército y de
las funciones·
públioas
media:nte una medida de carácter general»
..
Podría objetarse a la tesis de Dumont que fueron muchos los
arist6cratas ejecutados
en
la palaza pública. A fo que él replica,
apoyándose en las estadísticas elaboradas por Dooold Greer, que
sus padecimientos fueron proporcionalmente menores a los del
conjunto
de la poblaci6n: fueron las víctimas de una persecuci6n
generalizada,
pero no selectiva. Y, por otra parte, tampoco hubo
ningún movimiento popular antiseñ.ori:al, ni siqukra en los peores
momentos
de penuria y hambre; no hubo Jacquerie durante la
Revolución,
romo no » hubo a lo largo del siglo XVIII. Y abun
dan los
testimonios de armonía entre los antiguos señores' y sus
campesinos, dispuestos, inclusive, a defenderles o ayudarles en los
momentos de
peligro. Las algaradas antinobiliarias, al igual que
243
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
la mitificada toma de la Bastilla -----<1 la que Dumont dedica pági
nas interesantes-- fueton obta de elementos burgueses exaltados
o
de minorías sin un
significado de aloance nacional. Concluye
Dumont:
«la representación de una revolución-lucha de clases,
oponiendo en un combate encarnizado al campesinado y a sus
"opresores" señori.ailes, y a los poderes revolucionarios a la no
bleza, es, así pues, muy abusiva».
Deferentes
hacia
el
rey y la nobleza, los hombres de la Re
volución van a
desplegar, en
cambio, una ferocidad sin
tlími.tes
con k, Iglesia, que será víctima de una persecución inmisericorde,
animada por una voluntad de exterminio que sólo resulta inteli
gible desde atrás,
desde la gran campaña preparatoria organizada
por
los «filósofos» del siglo
XVIII. Desde el primet momento, el
designio de aniquilar a la Iglesia católica, y con ella a cualquier
forma de cristianismo (Dumont
habla de «véritable racisme anti
chrétien»
), se hizo patente con múitiples manifestaciones: cam
paña sistemática de calumnias y descrédito, con despliegue llama
tivo
de
panfletos y
publicaciones anticristianas; algaradas popu
lares contra
iglesias
y conventos, objeto de toda suerte de atro
pellos
y abusos; supresión
del diezmo (agosto 1789), seguida de
la expropiación de todos los bienes de la Iglesia (noviembre 1789);
disolución
de
las órdenes regu!lares; promulgación de la Constitu
ción
civil del
cleto ( 1790) y· ruptura con Roma; imposición de
dicha
Constitución al clero, mediante juramento, reguida de la
implantación de un episcopado y un clero dóciles y funcionari
zados, en
una iglesia nacionalizada y cismática; expulsión o ejecu
ción,
-en muchos
casos de forma masiva, del clero refractario,
etc.
Dumont acumula datos y detalles de aquella historia tenebrosa
y
nos
:recuerda reiteradamente su idea principal: cuando la no
bleza gooaba todavía de tole:rap.cia y relativa comodidad, la ma
yoría del
episcopado
habfa tenido
que
expatriarse. «Está comple
tamente c!laro ---concluye--: esta
revolución, en sus comienzos bien
afianzados, no
era verdaderamente revolucionaria sino contra
la
Iglesia. No cesaba de manifestar en todas direcciones esta eviden
cia: su esencia era el antirromanismo, el antimonaquismo, la se
cularización y el laicismo, en dos palabras, el anticatolicismo e in
cluso
el ooticristianismo más caracterizados [ ... }, lo esencial de
la Revolución eta que Francia
dejase de ser la ,hija primogénita
de la Iglesia, para convettirse en la primogénita del filosofismo».
Naturnleza. íntima
de la Revolución que sus promotores pro
curaron
en cierta medida disimular
~hedio este deil. que
Dumont
recoge datos signifícativos-, con el fin de privar
a sus víctimas
de la aureola del martirio. Y que la historiogrsfía actual ha pro-
244
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
curado también escamotear en lo pooible, por los motivos de pie
dad democrática ya
aducidos. T
odó lo cual no fue óbice paxa que
algunos comenmristas lúcidos de la Revolución, contemporaneos
de lo.s !iechos, tomaran
conciencia
de lo que era una realidad lla
mativa.
Así, entre otros, Edmund Burke, el abate
Barruel y el
aristócrata Dufort de Cheverny, de. cuyas interesantísimas memo
rias,
muy
poco analizadas hasta
ahora,
hace Dumont uso abun
dante. Dufort de Gheverny,
por ejemplo, al comentar la situación
en que se
hallaron los
distintos
grupos sociales de la diócesis de
Blois, observó que «les
pretres seuls craignaient tout». Y de
Burke es, entre otras citas que Dumont extrae de sus admirables
Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790), la siguiente: «En
una
sola pahthra, diríase
que
esta nueva
Constitución eclesiástica
(la Constitución civil del clero) es momentánea y sólo preparatoria
para operar una próxima y total destrucción dé la religión cris
tiana, de cualquier cia.e que sea [ .. :]. Los que se negaren a ad
mitir que los fanáticos filósofos . que dirigen estos asuntos tenían
este
objetivo preparado de
antemano,
conocerían bien poco su
carácter y modo de actuar». Burke, que tuvo una conciencia pe
netrante del carácter mítico y cuasi religioso que revistió en los
hombres de la Revolución su voluntad anticristiana, hasta el punto
de
creer ellos sinceramente que en su prosecución se hallaba la
pana.cea de los problemas de Frimcia, inclusive los económicos,
llamados
a resolverse con la conJiiscación de los bienes eclesiás
ticos: «Estos señores --escribi~ tal vez no crean demasiado en
los milagros de la piedad; pero no puede dudarse que tienen una
fe imperturbable en los prodigios del sacrilegio». . .
Completari el !furo dos capítulos dedicados, el peµúltjmo, al
estudio
de
la Iglesia GonstitucionaJ Francesa, · aquella · «contra
iglesia surgida de la Iglesia» que un sector de¡.; historiogratfa ca
tólica reciente ha pretendido reivindicar como un precedente cuasi
profético
de las innóvaciories póstconciliiires; y-'el último a de
mostrar,
con ejemplos gráficos, la dlmensión antisocia!I de origen
burgués de la Revolución, que contrasta con hi! eficaz solidáridad
de cláses patenté en el Antiguo Régimen y destierra el mito de
su pretendida inspiración popular. En ambos se mantiene el
interés cómún a toda la óbra. · ·
El
deseo
solapado de ju&tilicar el tardío ralliement de la Iglesia
francesa a la República, penosartiente realizádo entre 1890 y 1945,
unido a la volunta.lde desdibujar el antagonismo existente entre
el catolicismo y el esprit revolucio~, expli,:a el deseo de. ciettos
histori:adores demócrata'Cristianos de imponer uná imagen iri<:iula
gente de la iglesia cismátioa nacida a raíz de la Constitución civil
245
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
del clero, que impuso, en 1790-1791, la Asamblea Constituyente.
Constitución a
la que siguió, inmediata ·e inevitable, la ruptura
con el Pontificado, que
la condenó desde
el primer momento.
Dumont
analiza lo que fue realmente aquella Iglesia Consti
tucional, su origen, los
hombres que
la encamaron, su programa
y realizaciones, su
desenlace final.
Y, en
primer lugar, la contro
vertida participación del
clero en los Estados
Genemles que
apro
baron la citada Constitución civil del clero, su punto
de arranque.
Accedieron a dicha asamblea 208 sacerdotes, en su mayor parte
de talante «progresista», y solamente 47 obispos, reputados más
conservadores. Si se impuso, como en efecto ocurrió, un sector
minoritario del clero, de bajo nivel espiritual y cultural, inficio
nado
por una mentalidad democrática de inspiración jansenista y
presbiteriana, no fue a causa de un supuesto divorcio entre la
jerarquía
y. el bajo clero, pobre y marginado, como pretenden los
historiadores demócrata-cristianos, sino al falseamiento, cuidado samente previsto de antemano, del mecanismo electoral para la
designación de los representantes eclesiásticos. Mecanismo elec toral que impusieron unilateralmente las autoridades civiles, con
el apoyo; otra vez, de Lomenie de· Brienne, el cismático obispo
de Toulouse, en quien Pío IV reconocería, explícitamente en
1791, cuando aceptó su insultante renuncia al capelo cardenalicio,
al inspirador de aquella maniobra y de
la propia Constitución
civil del clero, a cuya preparación se
había consagrado
con ante
lación al ·estallido revolucionario.
La Iglesia Constitucional no
fue, en efecto,
el resultado de un movimiento espontáneo y «ca
rismático», y sí fruto de la conspiración filosófica previa a la Re
volución,. con la que Brieune, y un puñado de obispos, sintoni
zaban desde
hacía años.
Sólo
cuatro obispos
de Francia se prestaron a jurar la Consti
tución y permanecieron en
sus.diócesis. Lomeni.e de Brienne entre
ellos. Los
restantes prefirieron
el
camino del exillio y procuraron,
con
enormes
dificultades, mantener . desde
lejos
el contacto con
sus fieles. Dumont
esrndia detenidamente ila petsonalidad de los
más destacados obispos constitucionales, cuya elección anticanó
nica
se operó
en un ambiente de inhibición generalizada y
de pre
siones ejercidas
desde la capital. Dedica numerosas páginas, por
ejemplo, a Gregoire,
obispo de Blois, en quien algunos autores
han querido ver al
más selecto
de aquellos
prelados. Demuestra
lo
que
rea:lmente fue:
un
p0lítico revolucionario
y sin escrúpulos,
que
entregó su diócesis, con
el
títu:lo de
vicarios, a oomi,arios
del
régimen empeñados
en la
descristianización de
sus vicariatos.
Un balance
sobrecogedor de
la gestión de aquellos obispos, que
246
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
«ocultaban la pica debajo de la sotana» y lo sacrificaron todo en
aras de sus
intereses, de una concepción herética de L, Iglesia y
de un fanático antirromanismo de prooeclencia ga:licana.
El· desenlace
de
Ia Iglesia
Constitucional se compadece con
sus orígenes:
de
los 29 ·ººº sawrdotes oonstitucionrues, más de
24.000
abdicaxon finalmente de su condición eclesiástica. Hacia
1800 la Iglesia Constitucional de Franci1> se hallaba prácticamente
disuelta y sus
cabecillas no
consiguieron, aunque
fo solicitaron, el
apoyo de Napoleón.
El daño que causaron
a la Iglesia de
Francia
fue, &in embargo, definitivo --«desde una perspectiva humana»,
mailia Dwnont-, y
sus efectos han llegado hasta hoy. El pueblo
sencillo se negó en
bkx¡ue a
reconocer
en ellos
a sus ;pastores
y se mantuvo
fiel, cuando era posible, al clero tefiractario. Pero,
con
su escándalo,
causaron una
herid,, incurable en el alma popu
lar de muohas diócesis. Las regiones dominadas por ellos se des
cristianizaron profundamente y no recuperarían ya una fe que
hasta entonces fue masiva, pudiendo afirmarse, para di conjunto
de
Francia, que
el
mapa de 1,, descristianización del año II se
mantuvo en lo esencial a lo largo
del siglo XIX, y coincide con el
actu
las áreas de predominio no católioo e izquierdista.
El último capítulo se inicia con un
Cll/tá1ogo de cuantos estu
dios
más o menos recientes, y hoy por
fortull:a abundantes (Alfred
Cobban,
Gaxotte,
George Rudé, los marxistas Sobou! y W a:lter,
etcétera),
han descalificado el viejo mito, todavía ampliamente di
fundido,
de una Revolución
Francesa protagonizada por el
pueblo.
E ilustra su análisis con abundantes datos estadísticos que
hacen
patente la exigna participación de elementos populares en :los «he
chos de masas» de la Revolución.
Y
es que,
sencillamente,
prescindiendo de
su faceta religiosa,
fuente por sí
sola de enorme
impopularidad,
la Revolución fue, en
lo
soci
del campesinado
y de los obreros urbanos. El cairácter oligárquico
del
sistema electoral (en 1796 sólo
podían .votar 30,000 indivi
duos,
menos que cabezas
de familia nobles había en 1789 ), la
libertad de cultivo y de cercamiento, que condujeron a
la liquida
ción de los antiguos
derechos colectivos
de
la comunidad campe
sina
y señorial, sumiendo en la pobreza a buena· pa~ del cam
pesinado (que
era entonces
el 85% de
la población francesa), el
espíritu de rapiña y la brutalidad en sus métodos que mostraron
los
dirigentes políticos;
los alistamientos forzosos que llevaron a
la muerte a cientos de miles de campesinos en guerras que nada
les importaban,
la acumulación de leyes prohibiendo las asocia
ciones profesionales
y obretas, el apoyo oficial prestado a regula-
247
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
clones salariales favorables a la burguesía empresarial, son algunos
de los motivos
que moverían II las clases populares a romper con
el nuevo régimen y a alzarse en rebeldía en La V andée, y en una
gran
parle del suello · francés. Rebeldía
que tuvo,
· en algunos mo
mentos,
carácter generalizado, y que renaci6 oon.rantémente a pesar
de la
brutalidad de la represión a que fue sometida,
Explicaciones detalladas
que Dumont
ilustra con
un ejemplo
conmovedor e
inédito: el de
la rebelión de los canuts ( obreros
de
la seda) de Lyon, d más importante centro fabril de :la Francia
de entonces. Sumidos por sus patronos, con el apoyo de las auto
ridades
parisinas, en
un régimen
salariru insoportable,
tuvieron
que
recurrir 'ª las armas, contra toda esperanza, porque no con
taban
ya
con el
apoyo que
hasta
entonces les habían prestado,
sosteniéndales con eficacia probada en sus reivindicaciones, los
can6nigos-condes de :la catedral, todos ellos de origen aristocrático
y dotados
tradirional.mente de una sensibilidad social tan merito
ria como operativa.
Espemmos que
esta
dilatada reseña haya 61.16CÍtado el interés
de los
lectores potenciales
del
libro de Dumont. S6lo nos queda
recordar que
•su· presentación tipográfica es impecable, con
un
cuantioso aparato de notas marginales y a pie de ,página que fa
cilita su consulm. Y rarificar nuestra convicción de que su lectura
es imprescindible para
los católicos cultivados que deseen en
frentarse, con un bagaje de argumentos y datos contundentes, a
las distorsiones y falsedades que pueblan la historia ofici,,l. De la
valía e importancia del libro no nos cabe duda. De su resonancia
en
el futuro tampoco, a no ser que. sea víctima de esa conspira
ción de
silencio hoy imperante, de
ese motus vivendi que
denun
cian sus
páginas.
ANDRÉs GAMBRA GuTIÉRREZ
Guillaume Maury: Í.'EGLISE ET LA SUBVERSION.
LE C. C. F. D. (*)
El C. C. F. D., o ~Comite Catholique contre la Faim et pour
le Developpement», agrupa, bajo el patrocinio de la Conferencia
Episcopal Francesa, a más de de veinticinco movimientos y
ser
vicios
de
la Iglesia en Francia y r!'lllli:a 587 proyectos en 87 paí-
ses. A la. vez, está apoyada por los socialistas. .
El
autor recoge
los avisos
y denuncias de católicos
alarma-
(*) Editado por Union Nation.ille Interuniversítaire, 8 rue Musset,
7'016 París, 1985, 4.º, 165 págs., rústica.
248
Fundaci\363n Speiro
lean Dumont: LA REVOLUTION FRAN~AISE OU LES
PRODIGES DU SACRILEGE
(*)
Un acontecimiento mayúscttlo en el panorama reciente de 1as
letras católica•, y específkamente en el crunpo de la historiografía,
lo constituye, sin lugar a dudas, la aparición, súbita en cierto
modo, de
la obra de Jean Dumont. Apuntábamos el hedho cuando,
en
las páginas de esta
misma revista ( 1 ), tuvimos ocasión de pre
sentar
su primer
libro importante:
L'Eg/,ise au risque de l'histoire,
publicado en 1981, reivindicación iuminosa de los episodios más
controvertidos de
la historia de la Iglesia y alegato definitivo contra
la
«Leyenqa Negra» antiespañola. Un
segundo volumen,
dotado
de
fuerza y densidad similares a
las del primero, ha venido, en
el
plazo corto de sólo cuatro años, a demootrar la capacidad de
trabajo portentosa
de su autor y a
confirmarnos en
nuestra pri
mera impresión.
La Révolution Franraise ou les prodiges du sacrilege supone
un intento formidable, apoyado en una erudición que no admite
cabos sueltos y ·en el recuroo a fuentes documentales inéditas o
escasamente
,tprovoohadas hasta !a fecha, de desenmascarar !a cara
oculta de
la Revolución Francesa, aquella que la historiografía
clásica
y reciente se
ha empeñado, no sin éxito, en arropar pudo
rosamente para así
ofrecer
al público, con la legitimación de sus
orígenes, una
imagen tolerable y buroMizada de la trayectoria po
lítica y sociai del mundo contemporáneo. La extensión de esta
reseña se
compadece, y por ello
fa hemos redactado, con la
atención que merece.
Consta el libro de dos partes de desigual longitud. En la pri
mera,
má• breve,
agrupa Dumont, bajo
el gráfico· .&Ubtítulo de
«Ecrasez /'infame!» ou le grand air de ca/.omnie, cuatro capítu
los que sirven de introducción o ambientación al resto de la obra. En sus páginas encontrará
el lector un sugestivo estudio
de
la praeparatio revolucionaria, de la monumental campaña de
calumnias contra
la Iglesia y el cristianismo que organizaron los
filósofos ilustrados del siglo
XVIII. Campaña polivalente y en
apariencia dispersa cuya íntima coherencia y unidad de programa
-el desmantelamiento de los fundamentos religiosos del Antiguo
Régimen- denuncia Dumont con eficacia, hasta despojar de sus
(•) Editions Criterion, Limoges 1984, 511 págs;
(1) VERBO,. núm. 215,216, págs. 709-735.
235
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
asideros al tópico, hoy vigente, de una voluntad reformista y no
demoledora que nunca existió.
Se
abre esta parte preliminar con un capítulo dedicado a la
intensa campaña que, a partir de 1720, con un índice de acritud
inédito, desencadenaron los
secuaces de
la
«filosofía» contra
la
vida regular y, especi.aJmente, contra los conventos femeninos que,
por su propia
naturaleza, se prestaban mejor
que
los masculinos
a
la elaboración de un aiegato sensiblero y truculento.
Dumont
~ con detenimiento la personalidad de los fa
bricanl
d'Amaud,
Diderot,
e!l más radical y efectista, etc.), y el
reducido abanico
de ideas que manejiiron; para a continuación de
nunciar
su fondo
antihistóriro y ,su toocida intención. Nada, en
efecto, tiene que ver con
la reallidad de los tiempos, de la que se
consetva abundante
dorumentiiclón, la
imagen de unas monjas
introducidas a la fuerza en sus conventos, y sometidas en ellos a
un régimen
antinatural y al despotismo y desvaríos de sus supe
rioras. La célebre novela de Didedot,
La religieuse, es un buen
ejemplo
de aquella voluntad de deformación a ultranza: se basa
en
un caso real, el proceso entablado por sor Delamarre, pero
adultera sus circunstancias hasta ofrecer de él una
versión ca
ricaturesca y agresiv~.
A través de un meticuloso análisis de la sociedad familiar
franoesa y de las instituciones conventuales de aquel tiempo, re
cupeta
Dumont los limites verdaderos del tema. Es
cierto, observa,
que
!la vigorosa institución familiar del Antiguo Régimen, fuente
de la solidez y prosperidad de aquellas sociedades, conllevaba con
frecuencia una
a,mplia libertad
de testar que, al favorecer a
los
primogénitos,
podía inclina:r a las hijit• solteras hacia la vida con
ventual
de una forma no enteramente espontlÍllea. Pero si ello es
cierto, no
lo es menos que la Iglesia, consciente de aquel peligro,
multiplicó los mecanismos institucionales destinados
a
evit¡¡~ las
vocaciones
forzadas, tanto en
e!l momento de la profesión como en
el
de la ratificación, muchos años después de la entrada en el
convento, de [os votos
iniciales, dejando
abierta en todo momento
la puerta a la dispensa o a un eventual prooeso de nulidad.
De ihecho, la vida conventua!l en Francia, sana y vigorosa, de
que
hablan [os documentos y testimonios contem~eos, nada
tiene
que ver con
las fantasías de los sectarios antimonásticos.
Prueba
definitiva de su vitalidad
serla, tal como Dumont lo de
muestra,
la masiva fidelid¡¡d a sus votos y a su fe, salpicada sólo
por
raras defecciones,
de que hicieron gala en Paríl! y toda Fran
cia
las congregaciones femeninas, en las horas amargas de
la Re-
236
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
volución, cuando fueron autorizadas primero, y forzadas después,
a disolverse por
las autoridades civiles. Y es que aquella litera
tura, concluye Dumont al incorporar su análisis al argumento
genera!! del
libro, no fue mera
expresión de
un
gusto circunstan
cial por el patetismo o la sensibler1a novelada, sino de algo mucho
más
grave y profundo:
la voluntad de una minoría de despresti
giar, con el afán de desmantelarlo, uno de los puntales de la Igle
sia militante, del inicio de un proceso que culminada, medio siglo
después, en
la persecución total de la Revolución de 1789.
Consiste el segundo capítulo en un estudio de la conjura in
ternacional que
lúzo posible la eliminación de los jesuitas de las
más prestigiosas monarquías católicas de Europa. Un proceso que
caracterizan
la rapidez y eficm:ú, de su deoorrollo, puesto que en
menos de veinte
años (1755-1773)
se
cerró con el éxito rotundo
de sus promotores. Dumont
repa,¡a con detenimiento los lútos
de
aquella dolorosa historia, y
lais calumnias
y complicidades que
lúcieron
posible su desenlace. Un
trabajo de
cincuenta páginas
que
recoge en
apretada síntesis los datos más relevantes del tema,
algunos de ellos poco o nada conocidos, que se euriquece con
la
denuncia de la supervivencia hasta !hoy, incluso en la historiogra
fía católica, de argumentos antijesuísticos, cuya falsía o inexacti tud
ha sido sobradamente demostrada.
El ataque desencadenado contra la Orden no pudo fundarse
esta vez en motivos de carácter
moral, puesto
que
la rectitud de
sus miembros era
reconocida universalmente
en
el siglo xvm,
incluso por detractores de la Iglesia tan caracterizados como el
abate Raynal, y sólo en alegatos, tendenciosos de índole política
e
ideológica elaborados por los
filósofos, con el apoyo y a¡,lauso
de
los sectores
galicanos y jansenistas de
Francia, ansiosos
de
minar
la autoridad
pontificia, para
enriquecer con sus despojos
la
sobera,nía de derecho divino de :los reyes y sus personales ambi
ciones de autonomía. Ceguera funesta la de aquellos hombres, en su mayoría miembros de
la administración o de los parlamen
tos, que benefició exclusivamente a quienes, como Voltaire, veían
en su supresión la conditio sine qua non de la destrucción del cris
tianis.tim ( «une fois que nous aurons detruit les ;esuites, nous
aurons beau jeu contre l'infí!me») y se inscribe, en un puesto de
honor, en
la larga serie de torpezas que lúcieron posible la Re
volución y la
ruina de la realeza de Francia.
Dumont
analiza con
detalle las
primeras ofensivas:
la que se
orquestó en
torno
al conocido descalabro financiero
del
padr,,
Lavalette
(1755),
y la denuncia de las enormes riquezas que se
creyó poseían
los jesuitas en
el Paraguay, tosca calumnia de la que
237
Fundaci\363n Speiro
INFOIWACION BIBLIOGRAFICA
se valió el déspota Pomba! para decretar tempranamente, en 17.59
la supresión de la Orden en Portugal y la incautación subsiguiente
de sus bienes. El primero de estos temas demuestra «pe,, reduc
ción al absurdo»,
la vacuidad de una de las acusaciones que fue
ron tomando cuerpo contra
b Compañía, la de atribuirle el ca
rácter de organización
financiera potente
y de
alcance internacional.
La
ineptitud
de los jesuitas en el modo de solventar aquel affaire
financiero, y 'las considerables dificultades con que tropezaron hasta
reunir el dinero preciso para smdar, como fo hicieron, las deudas
adquiridas por el
padre Lavalette, son un buen testimonio del
pobre fundamento de una imagen semejante. Que el
segundo era
igualmente inconsistente
lo evidencia fa decepción, envuelta en
un
supino
riclícufo, de [as tropas portuguesas
y españolas que in
tentaron
apoderarse en
Paraguay, entre el descontento y
la opo
sición de los indígenas, de unas riquezas que se negaron a apa
rocer por parte alguna, sencillamente porque no existían.
Los argumentos decisivos urdidos por la conjura antijesuita
fueron
-ya lo
hemos apuntado- de carácter filosófico-político,
calculados con esmero para presentar a la Orden, ante la opinión
pública y
a
fos ojos
de los reyes, como un peligroso enemigo del
poder constituido. El centro de la maniobra fue Francia y su ani mador el muy ilustrado duque de Choiseul, secundado por el
abate Chauvelin,
autor de un extenso
dossier donde se recopila
ban
numerosas citas de tratadistas jesuitas (Mariana, Bellarmino y
Suárez)
favoraliles ,al regicidio y
al derecho
de rebelión. Dumont
demuestra, con su erudición habitual,
el carácter «ridículamente
tendencioso» de aquel aparatoso alegoto. Entre otras razones por
que
la obra de Mariana, que se halla en el origen de las restantes,
fue compuesta nada menos que
a petición
de los preceptores del
futuro Felipe III de España y para servir a la educación de aquel
prlncipe; y porque las fuentes que le sirvieron de inspiración se
remontaban a
Santo Tomás
de Aquino
. y se apoyaban en
textos
de autores no jesuitas, rnJ,,s como los dominicos Francisco de
Vitoria y Domingo de Soto.
Ninguna heterodoxia, a,s,í pues, ni vocación revolucionaria en
pluma de jesuitas. Sí, en cambio, coherenci" con una tradición de
libertad
y pactismo opuesta al absolutismo y regalismo franceses.
Y no deja de ser significativo que los cuatro parlamentos de
Froo
cia
que se
negaron, entre
1761 y 1764, a condenar a la Compañía
por aquel motivo, fueran los
de Flandes, Artois, Alsacm y el Fran
co-Condado, es
decir, provincias
francesas vinculadas a una tradi
ción no parisina: «provincias que estaban ligadas, por su historia
política, social y cultural, a la tradición lotaringia, borgoñona e
238
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFICA
hispano-imperial, que había ignorado siempre, y la red!tazó cuando
su
concepto se precisó en
los siglos xv
y xvr,
l,¡ monarquía de
derecho divino a la francesa».
Completa el capítulo
el estudio de la expulsión de la Compañía
en
la corona española, de su abolición definitivsa en 177 3, y de las
inauditas sevicias
a que fueron sometidos sus miembros en España
y en la propia Roma. «Que se haya podido
tratar de aqud modo
---eoncluye Dumont-
a una colectividad de hombres que repre
sentaba una de las
más altas élites espirituales, morales
e intelec
tuales de Europa, era anuncio de lo que
esperaba a
otras
élites y
a
poblaciones
enteras. Porque ,aquellas supresiones
denunciaban de
lo
que eran capaces, en materia de persecución sostenida
hasta
el
crimen, la «filosofía», disfrazada hasta entonces de apóstol de la
tolerancia.».
En el capítulo siguiente, Dumont desplaza
la atención del lector
hacia la
América hispana y al ámbito de la «leyenda negra» anti
española. Ruptura de la unidad temática
del libro que es sólo
aparente, puesto que va a introducirnos en lo que fue una nueva
campaña de la Ilustración europea contra la Iglesia y el cristianis
mo:
fa pertinaz leyenda de los horrores clel Perú, la imagen todavia
operativa de
millares de indios aniquilados en las minas de plata
de Potosí o en
las de metcurio de Huancavélica, por obra y gracia
de la ambición de los españoles, y muy especialmente de los
ecle
siásticos, que aurorizaron y apadrinaron, salvo honrosas excepcio
nes, un espantoso genocidio.
Dumont estudia con detenimiento el origen de la imagen que
ha llegado
rosta nosotros
de aquellos
centros mineros. Génesis
compleja de una fábula humillante, fruto de la yustaposición de
aportaciones sucesivas que- respondieron, en cada caso, a intereses
diversos, acordes siempre, eso sí, en desprestigiar a las autoridades
españolas y a la Iglesia. Deformación de los hechos, cuyos primeros
responsables
fueron, paradójicamente, un
puñado de dominicos es
pañoles acaudillados por
Domingo de Santo Tomás, un discípulo
de
Bartolomé de
las Casas, cuyos ensueños teocráticos compartia:
la instauración en Peró de un reino indio independiente, tutelado
por el Romano Pontífice. Ellos elaboraron, falseando una realidad que conocían bien, el primer pliego de cargos. Con el apoyo, por
cierto, de los caciques indios o
curacas, molestos por una legisla
ción que les privaba del
contrd! despótico
que
tradiciona!lmente
ejercían
sobre el resto de los
indígenas peruanos.
A
este núcleo primitivo se sumarían otros aportes,
hasta com
pletar
el
esquema de una calumnia de
fatga duración: . el de los
enciclopedistas franceses
(Raynail), d de un virrey ilustrado y mal
239
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
informado (Amat), el de algunos anticristianos ingleses del si
glo XIX (Barry ), y las síntesis tendenciosas de historiadores actua
les, católicos algunos de
ellos.
Dumont demuestra otra vez que la realidad no coincide con la
leyenda, y lo
harce con gran acopio de datos, recogidos en la obra
de
especialistas fidedignos (Lohman Villena,
entre otros) y en
sus
propios aportes documentales -Dumont es
un buen. cono
cedor del Archivo de IruI;.as--. La preocu¡;,eción que
manifestaron
los virreyes y gobernadores
generoles de
los centros mineros por
el bienestar
y una
justa retribuci6n de los trabajadores indígenas
es
digna de
admiración y elogio, y se
sustahció en
una legislación
y unos reglamentos que no tienen que envidiar a los de cualquier
establecÍ11Jiento actual.
Considera con
detenimiento los
porqués del controvertido sis
tema de
la mita y demuestra, de una parte, que fue indispensable,
dado
el pertinaz desinterés de los indios por el trabajo manual, y,
de
otra, que fos sometidos
a
él fueron generosamente compensa
dos,
puesto que, hecho
poco conocido, los mitayos cobraban sueldos
muy superiores a los que percibían los obreros voluntarios o
mingados. La mita hizo posible que fos indígenas se aficionaran
con el tiempo
al trabajo minero y fuera sustituida por la sola con
tratación
libre;
Por su
parte, la prosperidad
y nivel de vida de
las poblaciones mineras refleja, en su conjunto, una situación pri
vilegiada, que nada tiene que ver con el
retabfo tenebroso
de
la
«leyenda negra», en cuya perduración se empeñan, hoy como ayer,
Jos enemigos
de Dios y de la Iglesia (piénsese en las
declaraciones
recientes
de Fidel Castro ... ).
Como contrapunto de semejantes infudios, Dumont demuestra
el profundo arraigo que tuvo el catolicismo entre los indígenas
pernanos en el siglo
XVIII, bien visible incluso durante la rebe
lión de
Tupac Amaru.
Y analiza, por
fin, los esfuerzos sorpren
dentes
que se detectan entre algunos ilustrados
por imputar
la
sola responsabilidad de aquel genocidio, que nunca existió, al
fanatismo, léase a la Iglesia católica, eximiendo de culpa a las
autoridades civiles españolas que,
casualmente, eran por entonces
ilustradas y «filosóficas». Así
planre6 el
tema, en 1777,
el no
velista
Marmontel, imaginando a un
Pizarro, discípulo
de Las Ca
sas, enfrentado a su compañero V alverde, fanático dominico. Nue vo indicio del
esprit característico de la praeparatio revolucionaria.
Cierra la primera
parte del libro un estudio de la situación
genenal de la Iglesia de Francia en vísperas de la Revolución. La
feroz campaña de los
ilustrados surtió efecto
y «toda
la década de
1760-1770 estuvo marcada por una crisis cristiana grave,
general,
240
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
una de las más fuertes que haya conocido la Iglesia». Afectó a la
jerarquía, sorprendida y
desanimada ante el sesgo
de
fos aconteci
mientos,
a las congregaciones y a los fieles en
general. Se detecta
relajación en
la observancia, un frenazo en las vocaciones, y mala
vdluntad
hacia
la Iglesia por
patte de
las
autoridades civiles,
desde
los parlamentos
regiona:les al propio rey. Choiseul aprovechó la
ocasión para imponer unilateralmente, valiéndose del
pérfido arzo.
hispo
de Toulouse, Lomenie de Brienne, una desconsiderada refor
ma de la Iglesia, que se tradujo en la supresión de cuatrocientos
centros monásticos y de congregaciones enteras, de rancia historia.
Un panoratn;t desconsolador al que seguiría, sin embargo, una
reacción
de sorprendente magnitud. En la década que precedió
al estallido revolucionario se nota un renacer considerable de las
vocaciones, una voluntad de reforma y santidad -bien visible,
por
ejemplo, en
la
vilipendiada jerarquía franoes.., de origen aris
tocrático-, de los que hay pruebas
abundantes. Un
impulso
vital
que permitiría a la Igl,,sia de Francia resistir con éxito a la per
secución que se avecinaba, y descarta fa hipótesis, sostenida por
la historiografía clásica, de una Iglesia decadente, arrastrada por el flujo revolucionario.
La ,segunda parte
del libro se sitóa bajo el epígrafe de «Aux
armes citoyens! ou l1assaut revolutionnaire contre l'Eglise». Cons
ta de sdlo tres capítulos, siendo el primero -«L' essentiel de la
Revolution: l' antichristianisme»-el más extenso, con ciento cln·
cuenta páginas de denso contenido, y el q¡¡e encierra la tesis cen
tral del libro, la más atrevida y novedosa de cuantas en él se desa
rrollan. No
es factible ofrecer un
análisis
pormenorizado de
su
contenido, puesto que,
al filo de dicha tesis, des_grana Dumont un
amplio catálogo de datos y documentos,
muchos de ellos inéditos,
referentes a la
persecución contra
la Iglesia que desencadenaron
los
dirigentes de
la Revolución.
Catálogo
valioso por sí solo
que,
sin ser exhaustivo
ni pretenderlo, constituye una a modo de causa
genera/is de la Revolución, inacoesible a· la síntesis por la natura
leza de su estilo y
1a amplitud de su contenido. V amos, eso sí, a
enunciar
la idea matriz del capítulo, en tomo a la cual se agrupan
las re.stantes. Es sugestiva en extremo y, si el libro de Dumont
adquiere la difusión que merece, suscitará
controversias. De
ella
puede
decirse, por fo menos,
que abre camino a la neceaaria
reno
vación
de la historiografía
s®re la Revolución, sumida, ai menos
desde la
perspectivo, católica,
en un
impasse.
Dumont sostiene, en efecto, que la imagen clásica de la Re
volución
Francesa, hija de la literatura liberal. y romántica del
siglo
xrx, renovada con
el aporte
de los historiadores contempo-
241
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
ráneos, y vigente en ki actualidad, se funda en una intenpretación
distorsionada
y, por ende,
errónea en
lo fundamental, de la
je_rar
quía
de móvlles que animaron a sus promotores.
Según
dicha interpretación, :la Revolución fue, antes que nada,
un fruto de
ki voluntad de destruir, en aras de la libertad y de la
igwddad que
los nuevos tiempos
reclamabain, las
bases sociales y
políticas
del Antiguo
Régimen; el
desmantclamiento de la socie
dad
Jieudal, resultado de un proceso de lucha de clases·, que se
resolvió
a favor del pueblo, en contra del rey y de
la nobleza.
La
Reov'lución fue,
según ese esquema, fundamentalmente anti
monárquica y anti-aristocrática, y no, en cambio, al menos en su
fase inid;,.\, antkristiana, puesto que sus ditigentes carecían de
motivaciones o
de programa de
índole religiosa. Sólo con el paso
del tiempo, merced a la actitud reaccionaria de
k jerarquía ecle
siástica,
de origen aristocrático, y la adhesión al rey y a las
tradi
ciones políticas del
Antiguo Régimen de una parte del clero y de
los fieles, pudo
.,d,quirir un talante antieclesiástico que, en sus
orígenes fue· meramente marginal
e inoperante. La
persecución
desencadenada contra la Iglesia se justificaría, de ese modo, por
la necesidad de
defender a la
República, amenazada en
su interior
por
la traición de un sector de la población francesa. Interpre
tación
que
avalan los historiadores demócrata-cristiruios (Jean Le
flon, Daniel Rops, Latteille, etc.), que monopolizan hoy la inter
pretación católica c;,ficial sobre
la Revolución, deseosos de desdi
bujar su
fiaz anticristiana para as! dejar a salvo su ideal de un
maridaje posible y deseable entre catolicismo y revolución.
Contra este esquema arremete Dumont con
ingenio y
acopio
de pruebas, hasta darle
la vuelta por completo; con un estilo ágil,
no
exento de una nota de
pasión, que
cautiva y convence
al lector
desde
el principio.
Lo esencial de
la Revolución de 1789, desde la etapa inicial
anterior a Varenb.e6, fue sµ inspiración antic~tiana. Una vocación
que, bien miradas las cosas,, se mantuvo práttica:mente incólume
hasta el
final del proceso revolucionario. Sus protagonistas care
cían de convicciones republicanas y no fueron adversarios por
sistema de
la aristocracia a la que, durante muchos meses, y den
tro de ciertos lí111ites, se mostraron dispuestos a favorecer y a in
tegrar en
el «nuevo
modelo de sociedad». Partidarios de la su
pervivencia de
la realem, se limitaron a imponerle condiciones y
a encajarla en
el corsé constitucional. Luís XVI nunca corrió ver
dadero peligro
hastla que
se inclinó a favor de
la Iglesia: esa fue
su perdición, y no
la condición de Capeto.
La
nobleza fue
privada de sn
status privilegiado y de sus tí-
242
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tu!os hiot6ricos, peto se le respetaron sus rpropiedades y sus dere
chos
reales, que
permanecieron inc6lumes, al menos hasta un
esliadio avanzado dd proceso revolucionario. De hecho, los dere
chos
señoriafos de naturaleza patrimonial
y no
persona[ --que eran
los
más rentables- fueron respetados sucesivamente
por las Asam
bleas
Constituyente y Legislativa, y por
la Convenci6n, hasta
julio dde 1793; «dicho de otro modo, la Revoluci6n no se
mos
tr6
decididamente
antiseñotial sino cinco años después del
ca
torce
de julio».
Apoyándose en los estudios de Norman Hampson,
Mid,cl Vo
velle
y
F~is Furet,
demuestra Dumont que
un importante
sector de la aristocracia, incluso pudo mejorar su situación eco~
nómica porque, al set eliminadas por decreto las servidumbres
tradicionales
que gravaban sus dominios,
se hall6
en condiciones
de
saneaac su hacienda con
la
aplioaci6n de
métodos de explotación
capitalistas, y
los menos escrupulosos se
beneficiaron con
la
ad
quisici6n a bajo precio
de los bienes
nacionalizados de la Iglesia.
Sin olvidar que muchos cabecillas revolucionarios eran ellos
mis
mos
de
origen aristocrático y que en los mandos del ejército se
oper6 durante
aquella
etapa, parad6jicamente, un proceso de «aris
tocratización». Eristi6,
en
contra de
la común creencia, un cierto
«bonbeur
de vivre en
Revoluti.on» para
los arist6cratas, que
con
trasta "biertamente con
la situaci6n de los eclesiásticos. Y no es
poco significativo que
las medidas
policiales
aplicadas contra
los
nobles que
emig,;aban estuviesen
destinadas a
retenerles en Fran
cia, al contrario exactamente de lo ocurrido con el clero, cuya
eliminaci6n o
exilio fue propiciada. Inclusive «en
el peor momento
del terror y de
la descristianizaci6n
total y violenta, que excluía
a todos los sacerdotes,
eil Comité de Salud Pública se neg6 siem
pre
a excluir a
los nobles del ejército y de
las funciones·
públioas
media:nte una medida de carácter general»
..
Podría objetarse a la tesis de Dumont que fueron muchos los
arist6cratas ejecutados
en
la palaza pública. A fo que él replica,
apoyándose en las estadísticas elaboradas por Dooold Greer, que
sus padecimientos fueron proporcionalmente menores a los del
conjunto
de la poblaci6n: fueron las víctimas de una persecuci6n
generalizada,
pero no selectiva. Y, por otra parte, tampoco hubo
ningún movimiento popular antiseñ.ori:al, ni siqukra en los peores
momentos
de penuria y hambre; no hubo Jacquerie durante la
Revolución,
romo no » hubo a lo largo del siglo XVIII. Y abun
dan los
testimonios de armonía entre los antiguos señores' y sus
campesinos, dispuestos, inclusive, a defenderles o ayudarles en los
momentos de
peligro. Las algaradas antinobiliarias, al igual que
243
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
la mitificada toma de la Bastilla -----<1 la que Dumont dedica pági
nas interesantes-- fueton obta de elementos burgueses exaltados
o
de minorías sin un
significado de aloance nacional. Concluye
Dumont:
«la representación de una revolución-lucha de clases,
oponiendo en un combate encarnizado al campesinado y a sus
"opresores" señori.ailes, y a los poderes revolucionarios a la no
bleza, es, así pues, muy abusiva».
Deferentes
hacia
el
rey y la nobleza, los hombres de la Re
volución van a
desplegar, en
cambio, una ferocidad sin
tlími.tes
con k, Iglesia, que será víctima de una persecución inmisericorde,
animada por una voluntad de exterminio que sólo resulta inteli
gible desde atrás,
desde la gran campaña preparatoria organizada
por
los «filósofos» del siglo
XVIII. Desde el primet momento, el
designio de aniquilar a la Iglesia católica, y con ella a cualquier
forma de cristianismo (Dumont
habla de «véritable racisme anti
chrétien»
), se hizo patente con múitiples manifestaciones: cam
paña sistemática de calumnias y descrédito, con despliegue llama
tivo
de
panfletos y
publicaciones anticristianas; algaradas popu
lares contra
iglesias
y conventos, objeto de toda suerte de atro
pellos
y abusos; supresión
del diezmo (agosto 1789), seguida de
la expropiación de todos los bienes de la Iglesia (noviembre 1789);
disolución
de
las órdenes regu!lares; promulgación de la Constitu
ción
civil del
cleto ( 1790) y· ruptura con Roma; imposición de
dicha
Constitución al clero, mediante juramento, reguida de la
implantación de un episcopado y un clero dóciles y funcionari
zados, en
una iglesia nacionalizada y cismática; expulsión o ejecu
ción,
-en muchos
casos de forma masiva, del clero refractario,
etc.
Dumont acumula datos y detalles de aquella historia tenebrosa
y
nos
:recuerda reiteradamente su idea principal: cuando la no
bleza gooaba todavía de tole:rap.cia y relativa comodidad, la ma
yoría del
episcopado
habfa tenido
que
expatriarse. «Está comple
tamente c!laro ---concluye--: esta
revolución, en sus comienzos bien
afianzados, no
era verdaderamente revolucionaria sino contra
la
Iglesia. No cesaba de manifestar en todas direcciones esta eviden
cia: su esencia era el antirromanismo, el antimonaquismo, la se
cularización y el laicismo, en dos palabras, el anticatolicismo e in
cluso
el ooticristianismo más caracterizados [ ... }, lo esencial de
la Revolución eta que Francia
dejase de ser la ,hija primogénita
de la Iglesia, para convettirse en la primogénita del filosofismo».
Naturnleza. íntima
de la Revolución que sus promotores pro
curaron
en cierta medida disimular
~hedio este deil. que
Dumont
recoge datos signifícativos-, con el fin de privar
a sus víctimas
de la aureola del martirio. Y que la historiogrsfía actual ha pro-
244
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
curado también escamotear en lo pooible, por los motivos de pie
dad democrática ya
aducidos. T
odó lo cual no fue óbice paxa que
algunos comenmristas lúcidos de la Revolución, contemporaneos
de lo.s !iechos, tomaran
conciencia
de lo que era una realidad lla
mativa.
Así, entre otros, Edmund Burke, el abate
Barruel y el
aristócrata Dufort de Cheverny, de. cuyas interesantísimas memo
rias,
muy
poco analizadas hasta
ahora,
hace Dumont uso abun
dante. Dufort de Gheverny,
por ejemplo, al comentar la situación
en que se
hallaron los
distintos
grupos sociales de la diócesis de
Blois, observó que «les
pretres seuls craignaient tout». Y de
Burke es, entre otras citas que Dumont extrae de sus admirables
Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790), la siguiente: «En
una
sola pahthra, diríase
que
esta nueva
Constitución eclesiástica
(la Constitución civil del clero) es momentánea y sólo preparatoria
para operar una próxima y total destrucción dé la religión cris
tiana, de cualquier cia.e que sea [ .. :]. Los que se negaren a ad
mitir que los fanáticos filósofos . que dirigen estos asuntos tenían
este
objetivo preparado de
antemano,
conocerían bien poco su
carácter y modo de actuar». Burke, que tuvo una conciencia pe
netrante del carácter mítico y cuasi religioso que revistió en los
hombres de la Revolución su voluntad anticristiana, hasta el punto
de
creer ellos sinceramente que en su prosecución se hallaba la
pana.cea de los problemas de Frimcia, inclusive los económicos,
llamados
a resolverse con la conJiiscación de los bienes eclesiás
ticos: «Estos señores --escribi~ tal vez no crean demasiado en
los milagros de la piedad; pero no puede dudarse que tienen una
fe imperturbable en los prodigios del sacrilegio». . .
Completari el !furo dos capítulos dedicados, el peµúltjmo, al
estudio
de
la Iglesia GonstitucionaJ Francesa, · aquella · «contra
iglesia surgida de la Iglesia» que un sector de¡.; historiogratfa ca
tólica reciente ha pretendido reivindicar como un precedente cuasi
profético
de las innóvaciories póstconciliiires; y-'el último a de
mostrar,
con ejemplos gráficos, la dlmensión antisocia!I de origen
burgués de la Revolución, que contrasta con hi! eficaz solidáridad
de cláses patenté en el Antiguo Régimen y destierra el mito de
su pretendida inspiración popular. En ambos se mantiene el
interés cómún a toda la óbra. · ·
El
deseo
solapado de ju&tilicar el tardío ralliement de la Iglesia
francesa a la República, penosartiente realizádo entre 1890 y 1945,
unido a la volunta.lde desdibujar el antagonismo existente entre
el catolicismo y el esprit revolucio~, expli,:a el deseo de. ciettos
histori:adores demócrata'Cristianos de imponer uná imagen iri<:iula
gente de la iglesia cismátioa nacida a raíz de la Constitución civil
245
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
del clero, que impuso, en 1790-1791, la Asamblea Constituyente.
Constitución a
la que siguió, inmediata ·e inevitable, la ruptura
con el Pontificado, que
la condenó desde
el primer momento.
Dumont
analiza lo que fue realmente aquella Iglesia Consti
tucional, su origen, los
hombres que
la encamaron, su programa
y realizaciones, su
desenlace final.
Y, en
primer lugar, la contro
vertida participación del
clero en los Estados
Genemles que
apro
baron la citada Constitución civil del clero, su punto
de arranque.
Accedieron a dicha asamblea 208 sacerdotes, en su mayor parte
de talante «progresista», y solamente 47 obispos, reputados más
conservadores. Si se impuso, como en efecto ocurrió, un sector
minoritario del clero, de bajo nivel espiritual y cultural, inficio
nado
por una mentalidad democrática de inspiración jansenista y
presbiteriana, no fue a causa de un supuesto divorcio entre la
jerarquía
y. el bajo clero, pobre y marginado, como pretenden los
historiadores demócrata-cristianos, sino al falseamiento, cuidado samente previsto de antemano, del mecanismo electoral para la
designación de los representantes eclesiásticos. Mecanismo elec toral que impusieron unilateralmente las autoridades civiles, con
el apoyo; otra vez, de Lomenie de· Brienne, el cismático obispo
de Toulouse, en quien Pío IV reconocería, explícitamente en
1791, cuando aceptó su insultante renuncia al capelo cardenalicio,
al inspirador de aquella maniobra y de
la propia Constitución
civil del clero, a cuya preparación se
había consagrado
con ante
lación al ·estallido revolucionario.
La Iglesia Constitucional no
fue, en efecto,
el resultado de un movimiento espontáneo y «ca
rismático», y sí fruto de la conspiración filosófica previa a la Re
volución,. con la que Brieune, y un puñado de obispos, sintoni
zaban desde
hacía años.
Sólo
cuatro obispos
de Francia se prestaron a jurar la Consti
tución y permanecieron en
sus.diócesis. Lomeni.e de Brienne entre
ellos. Los
restantes prefirieron
el
camino del exillio y procuraron,
con
enormes
dificultades, mantener . desde
lejos
el contacto con
sus fieles. Dumont
esrndia detenidamente ila petsonalidad de los
más destacados obispos constitucionales, cuya elección anticanó
nica
se operó
en un ambiente de inhibición generalizada y
de pre
siones ejercidas
desde la capital. Dedica numerosas páginas, por
ejemplo, a Gregoire,
obispo de Blois, en quien algunos autores
han querido ver al
más selecto
de aquellos
prelados. Demuestra
lo
que
rea:lmente fue:
un
p0lítico revolucionario
y sin escrúpulos,
que
entregó su diócesis, con
el
títu:lo de
vicarios, a oomi,arios
del
régimen empeñados
en la
descristianización de
sus vicariatos.
Un balance
sobrecogedor de
la gestión de aquellos obispos, que
246
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
«ocultaban la pica debajo de la sotana» y lo sacrificaron todo en
aras de sus
intereses, de una concepción herética de L, Iglesia y
de un fanático antirromanismo de prooeclencia ga:licana.
El· desenlace
de
Ia Iglesia
Constitucional se compadece con
sus orígenes:
de
los 29 ·ººº sawrdotes oonstitucionrues, más de
24.000
abdicaxon finalmente de su condición eclesiástica. Hacia
1800 la Iglesia Constitucional de Franci1> se hallaba prácticamente
disuelta y sus
cabecillas no
consiguieron, aunque
fo solicitaron, el
apoyo de Napoleón.
El daño que causaron
a la Iglesia de
Francia
fue, &in embargo, definitivo --«desde una perspectiva humana»,
mailia Dwnont-, y
sus efectos han llegado hasta hoy. El pueblo
sencillo se negó en
bkx¡ue a
reconocer
en ellos
a sus ;pastores
y se mantuvo
fiel, cuando era posible, al clero tefiractario. Pero,
con
su escándalo,
causaron una
herid,, incurable en el alma popu
lar de muohas diócesis. Las regiones dominadas por ellos se des
cristianizaron profundamente y no recuperarían ya una fe que
hasta entonces fue masiva, pudiendo afirmarse, para di conjunto
de
Francia, que
el
mapa de 1,, descristianización del año II se
mantuvo en lo esencial a lo largo
del siglo XIX, y coincide con el
actu
las áreas de predominio no católioo e izquierdista.
El último capítulo se inicia con un
Cll/tá1ogo de cuantos estu
dios
más o menos recientes, y hoy por
fortull:a abundantes (Alfred
Cobban,
Gaxotte,
George Rudé, los marxistas Sobou! y W a:lter,
etcétera),
han descalificado el viejo mito, todavía ampliamente di
fundido,
de una Revolución
Francesa protagonizada por el
pueblo.
E ilustra su análisis con abundantes datos estadísticos que
hacen
patente la exigna participación de elementos populares en :los «he
chos de masas» de la Revolución.
Y
es que,
sencillamente,
prescindiendo de
su faceta religiosa,
fuente por sí
sola de enorme
impopularidad,
la Revolución fue, en
lo
soci
y de los obreros urbanos. El cairácter oligárquico
del
sistema electoral (en 1796 sólo
podían .votar 30,000 indivi
duos,
menos que cabezas
de familia nobles había en 1789 ), la
libertad de cultivo y de cercamiento, que condujeron a
la liquida
ción de los antiguos
derechos colectivos
de
la comunidad campe
sina
y señorial, sumiendo en la pobreza a buena· pa~ del cam
pesinado (que
era entonces
el 85% de
la población francesa), el
espíritu de rapiña y la brutalidad en sus métodos que mostraron
los
dirigentes políticos;
los alistamientos forzosos que llevaron a
la muerte a cientos de miles de campesinos en guerras que nada
les importaban,
la acumulación de leyes prohibiendo las asocia
ciones profesionales
y obretas, el apoyo oficial prestado a regula-
247
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
clones salariales favorables a la burguesía empresarial, son algunos
de los motivos
que moverían II las clases populares a romper con
el nuevo régimen y a alzarse en rebeldía en La V andée, y en una
gran
parle del suello · francés. Rebeldía
que tuvo,
· en algunos mo
mentos,
carácter generalizado, y que renaci6 oon.rantémente a pesar
de la
brutalidad de la represión a que fue sometida,
Explicaciones detalladas
que Dumont
ilustra con
un ejemplo
conmovedor e
inédito: el de
la rebelión de los canuts ( obreros
de
la seda) de Lyon, d más importante centro fabril de :la Francia
de entonces. Sumidos por sus patronos, con el apoyo de las auto
ridades
parisinas, en
un régimen
salariru insoportable,
tuvieron
que
recurrir 'ª las armas, contra toda esperanza, porque no con
taban
ya
con el
apoyo que
hasta
entonces les habían prestado,
sosteniéndales con eficacia probada en sus reivindicaciones, los
can6nigos-condes de :la catedral, todos ellos de origen aristocrático
y dotados
tradirional.mente de una sensibilidad social tan merito
ria como operativa.
Espemmos que
esta
dilatada reseña haya 61.16CÍtado el interés
de los
lectores potenciales
del
libro de Dumont. S6lo nos queda
recordar que
•su· presentación tipográfica es impecable, con
un
cuantioso aparato de notas marginales y a pie de ,página que fa
cilita su consulm. Y rarificar nuestra convicción de que su lectura
es imprescindible para
los católicos cultivados que deseen en
frentarse, con un bagaje de argumentos y datos contundentes, a
las distorsiones y falsedades que pueblan la historia ofici,,l. De la
valía e importancia del libro no nos cabe duda. De su resonancia
en
el futuro tampoco, a no ser que. sea víctima de esa conspira
ción de
silencio hoy imperante, de
ese motus vivendi que
denun
cian sus
páginas.
ANDRÉs GAMBRA GuTIÉRREZ
Guillaume Maury: Í.'EGLISE ET LA SUBVERSION.
LE C. C. F. D. (*)
El C. C. F. D., o ~Comite Catholique contre la Faim et pour
le Developpement», agrupa, bajo el patrocinio de la Conferencia
Episcopal Francesa, a más de de veinticinco movimientos y
ser
vicios
de
la Iglesia en Francia y r!'lllli:a 587 proyectos en 87 paí-
ses. A la. vez, está apoyada por los socialistas. .
El
autor recoge
los avisos
y denuncias de católicos
alarma-
(*) Editado por Union Nation.ille Interuniversítaire, 8 rue Musset,
7'016 París, 1985, 4.º, 165 págs., rústica.
248
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