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Número 241-242

Serie XXV

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Jean Dumont: La revolution française ou les prodiges du sacrilège

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
lean Dumont: LA REVOLUTION FRAN~AISE OU LES
PRODIGES DU SACRILEGE
(*)
Un acontecimiento mayúscttlo en el panorama reciente de 1as
letras católica•, y específkamente en el crunpo de la historiografía,
lo constituye, sin lugar a dudas, la aparición, súbita en cierto
modo, de
la obra de Jean Dumont. Apuntábamos el hedho cuando,
en
las páginas de esta
misma revista ( 1 ), tuvimos ocasión de pre­
sentar
su primer

libro importante:
L'Eg/,ise au risque de l'histoire,
publicado en 1981, reivindicación iuminosa de los episodios más
controvertidos de
la historia de la Iglesia y alegato definitivo contra
la
«Leyenqa Negra» antiespañola. Un

segundo volumen,
dotado
de

fuerza y densidad similares a
las del primero, ha venido, en
el
plazo corto de sólo cuatro años, a demootrar la capacidad de
trabajo portentosa

de su autor y a
confirmarnos en
nuestra pri­
mera impresión.
La Révolution Franraise ou les prodiges du sacrilege supone
un intento formidable, apoyado en una erudición que no admite
cabos sueltos y ·en el recuroo a fuentes documentales inéditas o
escasamente
,tprovoohadas hasta !a fecha, de desenmascarar !a cara
oculta de
la Revolución Francesa, aquella que la historiografía
clásica

y reciente se
ha empeñado, no sin éxito, en arropar pudo­
rosamente para así

ofrecer
al público, con la legitimación de sus
orígenes, una
imagen tolerable y buroMizada de la trayectoria po­
lítica y sociai del mundo contemporáneo. La extensión de esta
reseña se

compadece, y por ello
fa hemos redactado, con la
atención que merece.
Consta el libro de dos partes de desigual longitud. En la pri­
mera,
má• breve,

agrupa Dumont, bajo
el gráfico· .&Ubtítulo de
«Ecrasez /'infame!» ou le grand air de ca/.omnie, cuatro capítu­
los que sirven de introducción o ambientación al resto de la obra. En sus páginas encontrará
el lector un sugestivo estudio
de
la praeparatio revolucionaria, de la monumental campaña de
calumnias contra
la Iglesia y el cristianismo que organizaron los
filósofos ilustrados del siglo
XVIII. Campaña polivalente y en
apariencia dispersa cuya íntima coherencia y unidad de programa
-el desmantelamiento de los fundamentos religiosos del Antiguo
Régimen- denuncia Dumont con eficacia, hasta despojar de sus
(•) Editions Criterion, Limoges 1984, 511 págs;
(1) VERBO,. núm. 215,216, págs. 709-735.
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Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
asideros al tópico, hoy vigente, de una voluntad reformista y no
demoledora que nunca existió.
Se
abre esta parte preliminar con un capítulo dedicado a la
intensa campaña que, a partir de 1720, con un índice de acritud
inédito, desencadenaron los
secuaces de

la
«filosofía» contra
la
vida regular y, especi.aJmente, contra los conventos femeninos que,
por su propia
naturaleza, se prestaban mejor

que
los masculinos
a
la elaboración de un aiegato sensiblero y truculento.
Dumont
~ con detenimiento la personalidad de los fa­
bricanl Baculard
d'Amaud,
Diderot,
e!l más radical y efectista, etc.), y el
reducido abanico
de ideas que manejiiron; para a continuación de­
nunciar

su fondo
antihistóriro y ,su toocida intención. Nada, en
efecto, tiene que ver con
la reallidad de los tiempos, de la que se
consetva abundante
dorumentiiclón, la

imagen de unas monjas
introducidas a la fuerza en sus conventos, y sometidas en ellos a
un régimen
antinatural y al despotismo y desvaríos de sus supe­
rioras. La célebre novela de Didedot,
La religieuse, es un buen
ejemplo
de aquella voluntad de deformación a ultranza: se basa
en
un caso real, el proceso entablado por sor Delamarre, pero
adultera sus circunstancias hasta ofrecer de él una
versión ca­
ricaturesca y agresiv~.
A través de un meticuloso análisis de la sociedad familiar
franoesa y de las instituciones conventuales de aquel tiempo, re­
cupeta
Dumont los limites verdaderos del tema. Es

cierto, observa,
que
!la vigorosa institución familiar del Antiguo Régimen, fuente
de la solidez y prosperidad de aquellas sociedades, conllevaba con
frecuencia una
a,mplia libertad

de testar que, al favorecer a
los
primogénitos,
podía inclina:r a las hijit• solteras hacia la vida con­
ventual
de una forma no enteramente espontlÍllea. Pero si ello es
cierto, no
lo es menos que la Iglesia, consciente de aquel peligro,
multiplicó los mecanismos institucionales destinados

a
evit¡¡~ las
vocaciones

forzadas, tanto en
e!l momento de la profesión como en
el
de la ratificación, muchos años después de la entrada en el
convento, de [os votos
iniciales, dejando

abierta en todo momento
la puerta a la dispensa o a un eventual prooeso de nulidad.
De ihecho, la vida conventua!l en Francia, sana y vigorosa, de
que
hablan [os documentos y testimonios contem~eos, nada
tiene
que ver con
las fantasías de los sectarios antimonásticos.
Prueba
definitiva de su vitalidad
serla, tal como Dumont lo de­
muestra,
la masiva fidelid¡¡d a sus votos y a su fe, salpicada sólo
por

raras defecciones,
de que hicieron gala en Paríl! y toda Fran­
cia
las congregaciones femeninas, en las horas amargas de
la Re-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
volución, cuando fueron autorizadas primero, y forzadas después,
a disolverse por
las autoridades civiles. Y es que aquella litera­
tura, concluye Dumont al incorporar su análisis al argumento
genera!! del

libro, no fue mera
expresión de

un
gusto circunstan­
cial por el patetismo o la sensibler1a novelada, sino de algo mucho
más
grave y profundo:
la voluntad de una minoría de despresti­
giar, con el afán de desmantelarlo, uno de los puntales de la Igle­
sia militante, del inicio de un proceso que culminada, medio siglo
después, en
la persecución total de la Revolución de 1789.
Consiste el segundo capítulo en un estudio de la conjura in­
ternacional que
lúzo posible la eliminación de los jesuitas de las
más prestigiosas monarquías católicas de Europa. Un proceso que
caracterizan
la rapidez y eficm:ú, de su deoorrollo, puesto que en
menos de veinte
años (1755-1773)
se
cerró con el éxito rotundo
de sus promotores. Dumont
repa,¡a con detenimiento los lútos
de

aquella dolorosa historia, y
lais calumnias

y complicidades que
lúcieron
posible su desenlace. Un

trabajo de
cincuenta páginas
que

recoge en
apretada síntesis los datos más relevantes del tema,
algunos de ellos poco o nada conocidos, que se euriquece con
la
denuncia de la supervivencia hasta !hoy, incluso en la historiogra­
fía católica, de argumentos antijesuísticos, cuya falsía o inexacti­ tud
ha sido sobradamente demostrada.
El ataque desencadenado contra la Orden no pudo fundarse
esta vez en motivos de carácter
moral, puesto

que
la rectitud de
sus miembros era
reconocida universalmente

en
el siglo xvm,
incluso por detractores de la Iglesia tan caracterizados como el
abate Raynal, y sólo en alegatos, tendenciosos de índole política
e

ideológica elaborados por los
filósofos, con el apoyo y a¡,lauso
de

los sectores
galicanos y jansenistas de

Francia, ansiosos
de
minar

la autoridad
pontificia, para

enriquecer con sus despojos
la
sobera,nía de derecho divino de :los reyes y sus personales ambi­
ciones de autonomía. Ceguera funesta la de aquellos hombres, en su mayoría miembros de
la administración o de los parlamen­
tos, que benefició exclusivamente a quienes, como Voltaire, veían
en su supresión la conditio sine qua non de la destrucción del cris­
tianis.tim ( «une fois que nous aurons detruit les ;esuites, nous
aurons beau jeu contre l'infí!me») y se inscribe, en un puesto de
honor, en
la larga serie de torpezas que lúcieron posible la Re­
volución y la
ruina de la realeza de Francia.
Dumont
analiza con
detalle las
primeras ofensivas:
la que se
orquestó en

torno
al conocido descalabro financiero
del
padr,,
Lavalette

(1755),
y la denuncia de las enormes riquezas que se
creyó poseían

los jesuitas en
el Paraguay, tosca calumnia de la que
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INFOIWACION BIBLIOGRAFICA
se valió el déspota Pomba! para decretar tempranamente, en 17.59
la supresión de la Orden en Portugal y la incautación subsiguiente
de sus bienes. El primero de estos temas demuestra «pe,, reduc­
ción al absurdo»,
la vacuidad de una de las acusaciones que fue­
ron tomando cuerpo contra
b Compañía, la de atribuirle el ca­
rácter de organización
financiera potente
y de
alcance internacional.
La

ineptitud
de los jesuitas en el modo de solventar aquel affaire
financiero, y 'las considerables dificultades con que tropezaron hasta
reunir el dinero preciso para smdar, como fo hicieron, las deudas
adquiridas por el
padre Lavalette, son un buen testimonio del
pobre fundamento de una imagen semejante. Que el
segundo era
igualmente inconsistente
lo evidencia fa decepción, envuelta en
un
supino
riclícufo, de [as tropas portuguesas

y españolas que in­
tentaron
apoderarse en

Paraguay, entre el descontento y
la opo­
sición de los indígenas, de unas riquezas que se negaron a apa­
rocer por parte alguna, sencillamente porque no existían.
Los argumentos decisivos urdidos por la conjura antijesuita
fueron
-ya lo

hemos apuntado- de carácter filosófico-político,
calculados con esmero para presentar a la Orden, ante la opinión
pública y

a
fos ojos
de los reyes, como un peligroso enemigo del
poder constituido. El centro de la maniobra fue Francia y su ani­ mador el muy ilustrado duque de Choiseul, secundado por el
abate Chauvelin,

autor de un extenso
dossier donde se recopila­
ban

numerosas citas de tratadistas jesuitas (Mariana, Bellarmino y
Suárez)
favoraliles ,al regicidio y

al derecho
de rebelión. Dumont
demuestra, con su erudición habitual,
el carácter «ridículamente
tendencioso» de aquel aparatoso alegoto. Entre otras razones por­
que
la obra de Mariana, que se halla en el origen de las restantes,
fue compuesta nada menos que
a petición

de los preceptores del
futuro Felipe III de España y para servir a la educación de aquel
prlncipe; y porque las fuentes que le sirvieron de inspiración se
remontaban a
Santo Tomás
de Aquino
. y se apoyaban en

textos
de autores no jesuitas, rnJ,,s como los dominicos Francisco de
Vitoria y Domingo de Soto.
Ninguna heterodoxia, a,s,í pues, ni vocación revolucionaria en
pluma de jesuitas. Sí, en cambio, coherenci" con una tradición de
libertad
y pactismo opuesta al absolutismo y regalismo franceses.
Y no deja de ser significativo que los cuatro parlamentos de
Froo­
cia

que se
negaron, entre

1761 y 1764, a condenar a la Compañía
por aquel motivo, fueran los
de Flandes, Artois, Alsacm y el Fran­
co-Condado, es
decir, provincias

francesas vinculadas a una tradi­
ción no parisina: «provincias que estaban ligadas, por su historia
política, social y cultural, a la tradición lotaringia, borgoñona e
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
hispano-imperial, que había ignorado siempre, y la red!tazó cuando
su
concepto se precisó en
los siglos xv

y xvr,
l,¡ monarquía de
derecho divino a la francesa».
Completa el capítulo
el estudio de la expulsión de la Compañía
en
la corona española, de su abolición definitivsa en 177 3, y de las
inauditas sevicias

a que fueron sometidos sus miembros en España
y en la propia Roma. «Que se haya podido
tratar de aqud modo
---eoncluye Dumont-

a una colectividad de hombres que repre­
sentaba una de las
más altas élites espirituales, morales

e intelec­
tuales de Europa, era anuncio de lo que
esperaba a

otras
élites y
a

poblaciones
enteras. Porque ,aquellas supresiones
denunciaban de
lo
que eran capaces, en materia de persecución sostenida

hasta
el
crimen, la «filosofía», disfrazada hasta entonces de apóstol de la
tolerancia.».
En el capítulo siguiente, Dumont desplaza
la atención del lector
hacia la
América hispana y al ámbito de la «leyenda negra» anti­
española. Ruptura de la unidad temática
del libro que es sólo
aparente, puesto que va a introducirnos en lo que fue una nueva
campaña de la Ilustración europea contra la Iglesia y el cristianis­
mo:
fa pertinaz leyenda de los horrores clel Perú, la imagen todavia
operativa de

millares de indios aniquilados en las minas de plata
de Potosí o en
las de metcurio de Huancavélica, por obra y gracia
de la ambición de los españoles, y muy especialmente de los
ecle­
siásticos, que aurorizaron y apadrinaron, salvo honrosas excepcio­
nes, un espantoso genocidio.
Dumont estudia con detenimiento el origen de la imagen que
ha llegado
rosta nosotros
de aquellos
centros mineros. Génesis
compleja de una fábula humillante, fruto de la yustaposición de
aportaciones sucesivas que- respondieron, en cada caso, a intereses
diversos, acordes siempre, eso sí, en desprestigiar a las autoridades
españolas y a la Iglesia. Deformación de los hechos, cuyos primeros
responsables
fueron, paradójicamente, un

puñado de dominicos es­
pañoles acaudillados por
Domingo de Santo Tomás, un discípulo
de

Bartolomé de
las Casas, cuyos ensueños teocráticos compartia:
la instauración en Peró de un reino indio independiente, tutelado
por el Romano Pontífice. Ellos elaboraron, falseando una realidad que conocían bien, el primer pliego de cargos. Con el apoyo, por
cierto, de los caciques indios o
curacas, molestos por una legisla­
ción que les privaba del
contrd! despótico
que
tradiciona!lmente
ejercían

sobre el resto de los
indígenas peruanos.
A

este núcleo primitivo se sumarían otros aportes,
hasta com­
pletar
el

esquema de una calumnia de
fatga duración: . el de los
enciclopedistas franceses
(Raynail), d de un virrey ilustrado y mal
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
informado (Amat), el de algunos anticristianos ingleses del si­
glo XIX (Barry ), y las síntesis tendenciosas de historiadores actua­
les, católicos algunos de
ellos.
Dumont demuestra otra vez que la realidad no coincide con la
leyenda, y lo
harce con gran acopio de datos, recogidos en la obra
de
especialistas fidedignos (Lohman Villena,

entre otros) y en
sus
propios aportes documentales -Dumont es

un buen. cono­
cedor del Archivo de IruI;.as--. La preocu¡;,eción que

manifestaron
los virreyes y gobernadores
generoles de

los centros mineros por
el bienestar
y una

justa retribuci6n de los trabajadores indígenas
es
digna de

admiración y elogio, y se
sustahció en
una legislación
y unos reglamentos que no tienen que envidiar a los de cualquier
establecÍ11Jiento actual.
Considera con
detenimiento los

porqués del controvertido sis­
tema de
la mita y demuestra, de una parte, que fue indispensable,
dado
el pertinaz desinterés de los indios por el trabajo manual, y,
de
otra, que fos sometidos

a
él fueron generosamente compensa­
dos,

puesto que, hecho
poco conocido, los mitayos cobraban sueldos
muy superiores a los que percibían los obreros voluntarios o
mingados. La mita hizo posible que fos indígenas se aficionaran
con el tiempo
al trabajo minero y fuera sustituida por la sola con­
tratación
libre;
Por su

parte, la prosperidad
y nivel de vida de
las poblaciones mineras refleja, en su conjunto, una situación pri­
vilegiada, que nada tiene que ver con el
retabfo tenebroso
de
la
«leyenda negra», en cuya perduración se empeñan, hoy como ayer,
Jos enemigos

de Dios y de la Iglesia (piénsese en las
declaraciones
recientes
de Fidel Castro ... ).
Como contrapunto de semejantes infudios, Dumont demuestra
el profundo arraigo que tuvo el catolicismo entre los indígenas
pernanos en el siglo
XVIII, bien visible incluso durante la rebe­
lión de
Tupac Amaru.

Y analiza, por
fin, los esfuerzos sorpren­
dentes

que se detectan entre algunos ilustrados
por imputar
la
sola responsabilidad de aquel genocidio, que nunca existió, al
fanatismo, léase a la Iglesia católica, eximiendo de culpa a las
autoridades civiles españolas que,

casualmente, eran por entonces
ilustradas y «filosóficas». Así
planre6 el

tema, en 1777,
el no­
velista

Marmontel, imaginando a un
Pizarro, discípulo

de Las Ca­
sas, enfrentado a su compañero V alverde, fanático dominico. Nue­ vo indicio del
esprit característico de la praeparatio revolucionaria.
Cierra la primera
parte del libro un estudio de la situación
genenal de la Iglesia de Francia en vísperas de la Revolución. La
feroz campaña de los
ilustrados surtió efecto

y «toda
la década de
1760-1770 estuvo marcada por una crisis cristiana grave,
general,
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
una de las más fuertes que haya conocido la Iglesia». Afectó a la
jerarquía, sorprendida y
desanimada ante el sesgo
de
fos aconteci­
mientos,

a las congregaciones y a los fieles en
general. Se detecta
relajación en
la observancia, un frenazo en las vocaciones, y mala
vdluntad
hacia

la Iglesia por
patte de

las
autoridades civiles,
desde
los parlamentos
regiona:les al propio rey. Choiseul aprovechó la
ocasión para imponer unilateralmente, valiéndose del
pérfido arzo.
hispo

de Toulouse, Lomenie de Brienne, una desconsiderada refor­
ma de la Iglesia, que se tradujo en la supresión de cuatrocientos
centros monásticos y de congregaciones enteras, de rancia historia.
Un panoratn;t desconsolador al que seguiría, sin embargo, una
reacción
de sorprendente magnitud. En la década que precedió
al estallido revolucionario se nota un renacer considerable de las
vocaciones, una voluntad de reforma y santidad -bien visible,
por
ejemplo, en
la
vilipendiada jerarquía franoes.., de origen aris­
tocrático-, de los que hay pruebas
abundantes. Un
impulso
vital
que permitiría a la Igl,,sia de Francia resistir con éxito a la per­
secución que se avecinaba, y descarta fa hipótesis, sostenida por
la historiografía clásica, de una Iglesia decadente, arrastrada por el flujo revolucionario.
La ,segunda parte
del libro se sitóa bajo el epígrafe de «Aux
armes citoyens! ou l1assaut revolutionnaire contre l'Eglise». Cons­
ta de sdlo tres capítulos, siendo el primero -«L' essentiel de la
Revolution: l' antichristianisme»-el más extenso, con ciento cln·
cuenta páginas de denso contenido, y el q¡¡e encierra la tesis cen­
tral del libro, la más atrevida y novedosa de cuantas en él se desa­
rrollan. No
es factible ofrecer un

análisis
pormenorizado de
su
contenido, puesto que,
al filo de dicha tesis, des_grana Dumont un
amplio catálogo de datos y documentos,
muchos de ellos inéditos,
referentes a la

persecución contra
la Iglesia que desencadenaron
los

dirigentes de
la Revolución.

Catálogo
valioso por sí solo
que,
sin ser exhaustivo
ni pretenderlo, constituye una a modo de causa
genera/is de la Revolución, inacoesible a· la síntesis por la natura­
leza de su estilo y
1a amplitud de su contenido. V amos, eso sí, a
enunciar
la idea matriz del capítulo, en tomo a la cual se agrupan
las re.stantes. Es sugestiva en extremo y, si el libro de Dumont
adquiere la difusión que merece, suscitará
controversias. De
ella
puede
decirse, por fo menos,

que abre camino a la neceaaria
reno­
vación

de la historiografía
s®re la Revolución, sumida, ai menos
desde la
perspectivo, católica,

en un
impasse.
Dumont sostiene, en efecto, que la imagen clásica de la Re­
volución
Francesa, hija de la literatura liberal. y romántica del
siglo
xrx, renovada con

el aporte
de los historiadores contempo-
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Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
ráneos, y vigente en ki actualidad, se funda en una intenpretación
distorsionada

y, por ende,
errónea en
lo fundamental, de la
je_rar­
quía

de móvlles que animaron a sus promotores.
Según
dicha interpretación, :la Revolución fue, antes que nada,
un fruto de
ki voluntad de destruir, en aras de la libertad y de la
igwddad que

los nuevos tiempos
reclamabain, las
bases sociales y
políticas
del Antiguo

Régimen; el
desmantclamiento de la socie­
dad
Jieudal, resultado de un proceso de lucha de clases·, que se
resolvió

a favor del pueblo, en contra del rey y de
la nobleza.
La
Reov'lución fue,

según ese esquema, fundamentalmente anti­
monárquica y anti-aristocrática, y no, en cambio, al menos en su
fase inid;,.\, antkristiana, puesto que sus ditigentes carecían de
motivaciones o

de programa de
índole religiosa. Sólo con el paso
del tiempo, merced a la actitud reaccionaria de
k jerarquía ecle­
siástica,

de origen aristocrático, y la adhesión al rey y a las
tradi­
ciones políticas del

Antiguo Régimen de una parte del clero y de
los fieles, pudo
.,d,quirir un talante antieclesiástico que, en sus
orígenes fue· meramente marginal
e inoperante. La

persecución
desencadenada contra la Iglesia se justificaría, de ese modo, por
la necesidad de

defender a la
República, amenazada en

su interior
por
la traición de un sector de la población francesa. Interpre­
tación

que
avalan los historiadores demócrata-cristiruios (Jean Le­
flon, Daniel Rops, Latteille, etc.), que monopolizan hoy la inter­
pretación católica c;,ficial sobre

la Revolución, deseosos de desdi­
bujar su
fiaz anticristiana para as! dejar a salvo su ideal de un
maridaje posible y deseable entre catolicismo y revolución.
Contra este esquema arremete Dumont con
ingenio y

acopio
de pruebas, hasta darle
la vuelta por completo; con un estilo ágil,
no

exento de una nota de
pasión, que
cautiva y convence
al lector
desde
el principio.
Lo esencial de
la Revolución de 1789, desde la etapa inicial
anterior a Varenb.e6, fue sµ inspiración antic~tiana. Una vocación
que, bien miradas las cosas,, se mantuvo práttica:mente incólume
hasta el
final del proceso revolucionario. Sus protagonistas care­
cían de convicciones republicanas y no fueron adversarios por
sistema de
la aristocracia a la que, durante muchos meses, y den­
tro de ciertos lí111ites, se mostraron dispuestos a favorecer y a in­
tegrar en

el «nuevo
modelo de sociedad». Partidarios de la su­
pervivencia de
la realem, se limitaron a imponerle condiciones y
a encajarla en
el corsé constitucional. Luís XVI nunca corrió ver­
dadero peligro
hastla que

se inclinó a favor de
la Iglesia: esa fue
su perdición, y no
la condición de Capeto.
La
nobleza fue

privada de sn
status privilegiado y de sus tí-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tu!os hiot6ricos, peto se le respetaron sus rpropiedades y sus dere­
chos

reales, que
permanecieron inc6lumes, al menos hasta un
esliadio avanzado dd proceso revolucionario. De hecho, los dere­
chos
señoriafos de naturaleza patrimonial

y no
persona[ --que eran
los

más rentables- fueron respetados sucesivamente
por las Asam­
bleas

Constituyente y Legislativa, y por
la Convenci6n, hasta
julio dde 1793; «dicho de otro modo, la Revoluci6n no se
mos­
tr6
decididamente

antiseñotial sino cinco años después del
ca­
torce

de julio».
Apoyándose en los estudios de Norman Hampson,
Mid,cl Vo­
velle

y
F~is Furet,

demuestra Dumont que
un importante
sector de la aristocracia, incluso pudo mejorar su situación eco~
nómica porque, al set eliminadas por decreto las servidumbres
tradicionales

que gravaban sus dominios,
se hall6
en condiciones
de
saneaac su hacienda con

la
aplioaci6n de
métodos de explotación
capitalistas, y

los menos escrupulosos se
beneficiaron con
la
ad­
quisici6n a bajo precio

de los bienes
nacionalizados de la Iglesia.
Sin olvidar que muchos cabecillas revolucionarios eran ellos
mis­
mos

de
origen aristocrático y que en los mandos del ejército se
oper6 durante

aquella
etapa, parad6jicamente, un proceso de «aris­
tocratización». Eristi6,
en

contra de
la común creencia, un cierto
«bonbeur

de vivre en
Revoluti.on» para
los arist6cratas, que
con­
trasta "biertamente con

la situaci6n de los eclesiásticos. Y no es
poco significativo que
las medidas

policiales
aplicadas contra
los
nobles que
emig,;aban estuviesen

destinadas a
retenerles en Fran­
cia, al contrario exactamente de lo ocurrido con el clero, cuya
eliminaci6n o

exilio fue propiciada. Inclusive «en
el peor momento
del terror y de
la descristianizaci6n

total y violenta, que excluía
a todos los sacerdotes,
eil Comité de Salud Pública se neg6 siem­
pre
a excluir a

los nobles del ejército y de
las funciones·
públioas
media:nte una medida de carácter general»

..
Podría objetarse a la tesis de Dumont que fueron muchos los
arist6cratas ejecutados

en
la palaza pública. A fo que él replica,
apoyándose en las estadísticas elaboradas por Dooold Greer, que
sus padecimientos fueron proporcionalmente menores a los del
conjunto
de la poblaci6n: fueron las víctimas de una persecuci6n
generalizada,
pero no selectiva. Y, por otra parte, tampoco hubo
ningún movimiento popular antiseñ.ori:al, ni siqukra en los peores
momentos
de penuria y hambre; no hubo Jacquerie durante la
Revolución,
romo no » hubo a lo largo del siglo XVIII. Y abun­
dan los
testimonios de armonía entre los antiguos señores' y sus
campesinos, dispuestos, inclusive, a defenderles o ayudarles en los
momentos de
peligro. Las algaradas antinobiliarias, al igual que
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
la mitificada toma de la Bastilla -----<1 la que Dumont dedica pági­
nas interesantes-- fueton obta de elementos burgueses exaltados
o
de minorías sin un
significado de aloance nacional. Concluye
Dumont:

«la representación de una revolución-lucha de clases,
oponiendo en un combate encarnizado al campesinado y a sus
"opresores" señori.ailes, y a los poderes revolucionarios a la no­
bleza, es, así pues, muy abusiva».
Deferentes
hacia
el
rey y la nobleza, los hombres de la Re­
volución van a
desplegar, en

cambio, una ferocidad sin
tlími.tes
con k, Iglesia, que será víctima de una persecución inmisericorde,
animada por una voluntad de exterminio que sólo resulta inteli­
gible desde atrás,
desde la gran campaña preparatoria organizada
por
los «filósofos» del siglo
XVIII. Desde el primet momento, el
designio de aniquilar a la Iglesia católica, y con ella a cualquier
forma de cristianismo (Dumont
habla de «véritable racisme anti­
chrétien»
), se hizo patente con múitiples manifestaciones: cam­
paña sistemática de calumnias y descrédito, con despliegue llama­
tivo

de
panfletos y

publicaciones anticristianas; algaradas popu­
lares contra

iglesias
y conventos, objeto de toda suerte de atro­
pellos

y abusos; supresión
del diezmo (agosto 1789), seguida de
la expropiación de todos los bienes de la Iglesia (noviembre 1789);
disolución
de
las órdenes regu!lares; promulgación de la Constitu­
ción

civil del
cleto ( 1790) y· ruptura con Roma; imposición de
dicha
Constitución al clero, mediante juramento, reguida de la
implantación de un episcopado y un clero dóciles y funcionari­
zados, en
una iglesia nacionalizada y cismática; expulsión o ejecu­
ción,
-en muchos

casos de forma masiva, del clero refractario,
etc.
Dumont acumula datos y detalles de aquella historia tenebrosa
y
nos
:recuerda reiteradamente su idea principal: cuando la no­
bleza gooaba todavía de tole:rap.cia y relativa comodidad, la ma­
yoría del

episcopado
habfa tenido

que
expatriarse. «Está comple­
tamente c!laro ---concluye--: esta

revolución, en sus comienzos bien
afianzados, no

era verdaderamente revolucionaria sino contra
la
Iglesia. No cesaba de manifestar en todas direcciones esta eviden­
cia: su esencia era el antirromanismo, el antimonaquismo, la se­
cularización y el laicismo, en dos palabras, el anticatolicismo e in­
cluso
el ooticristianismo más caracterizados [ ... }, lo esencial de
la Revolución eta que Francia
dejase de ser la ,hija primogénita
de la Iglesia, para convettirse en la primogénita del filosofismo».
Naturnleza. íntima
de la Revolución que sus promotores pro­
curaron

en cierta medida disimular
~hedio este deil. que
Dumont
recoge datos signifícativos-, con el fin de privar
a sus víctimas
de la aureola del martirio. Y que la historiogrsfía actual ha pro-
244
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
curado también escamotear en lo pooible, por los motivos de pie­
dad democrática ya

aducidos. T
odó lo cual no fue óbice paxa que
algunos comenmristas lúcidos de la Revolución, contemporaneos
de lo.s !iechos, tomaran

conciencia
de lo que era una realidad lla­
mativa.
Así, entre otros, Edmund Burke, el abate
Barruel y el
aristócrata Dufort de Cheverny, de. cuyas interesantísimas memo­
rias,
muy
poco analizadas hasta

ahora,
hace Dumont uso abun­
dante. Dufort de Gheverny,
por ejemplo, al comentar la situación
en que se
hallaron los

distintos
grupos sociales de la diócesis de
Blois, observó que «les
pretres seuls craignaient tout». Y de
Burke es, entre otras citas que Dumont extrae de sus admirables
Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790), la siguiente: «En
una
sola pahthra, diríase

que
esta nueva

Constitución eclesiástica
(la Constitución civil del clero) es momentánea y sólo preparatoria
para operar una próxima y total destrucción dé la religión cris­
tiana, de cualquier cia.e que sea [ .. :]. Los que se negaren a ad­
mitir que los fanáticos filósofos . que dirigen estos asuntos tenían
este
objetivo preparado de

antemano,
conocerían bien poco su
carácter y modo de actuar». Burke, que tuvo una conciencia pe­
netrante del carácter mítico y cuasi religioso que revistió en los
hombres de la Revolución su voluntad anticristiana, hasta el punto
de
creer ellos sinceramente que en su prosecución se hallaba la
pana.cea de los problemas de Frimcia, inclusive los económicos,
llamados
a resolverse con la conJiiscación de los bienes eclesiás­
ticos: «Estos señores --escribi~ tal vez no crean demasiado en
los milagros de la piedad; pero no puede dudarse que tienen una
fe imperturbable en los prodigios del sacrilegio». . .
Completari el !furo dos capítulos dedicados, el peµúltjmo, al
estudio
de
la Iglesia GonstitucionaJ Francesa, · aquella · «contra­
iglesia surgida de la Iglesia» que un sector de¡.; historiogratfa ca­
tólica reciente ha pretendido reivindicar como un precedente cuasi
profético
de las innóvaciories póstconciliiires; y-'el último a de­
mostrar,
con ejemplos gráficos, la dlmensión antisocia!I de origen
burgués de la Revolución, que contrasta con hi! eficaz solidáridad
de cláses patenté en el Antiguo Régimen y destierra el mito de
su pretendida inspiración popular. En ambos se mantiene el
interés cómún a toda la óbra. · ·
El

deseo
solapado de ju&tilicar el tardío ralliement de la Iglesia
francesa a la República, penosartiente realizádo entre 1890 y 1945,
unido a la volunta.lde desdibujar el antagonismo existente entre
el catolicismo y el esprit revolucio~, expli,:a el deseo de. ciettos
histori:adores demócrata'Cristianos de imponer uná imagen iri<:iula
gente de la iglesia cismátioa nacida a raíz de la Constitución civil
245
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
del clero, que impuso, en 1790-1791, la Asamblea Constituyente.
Constitución a
la que siguió, inmediata ·e inevitable, la ruptura
con el Pontificado, que

la condenó desde
el primer momento.
Dumont
analiza lo que fue realmente aquella Iglesia Consti­
tucional, su origen, los
hombres que
la encamaron, su programa
y realizaciones, su
desenlace final.

Y, en
primer lugar, la contro­
vertida participación del

clero en los Estados
Genemles que
apro­
baron la citada Constitución civil del clero, su punto
de arranque.
Accedieron a dicha asamblea 208 sacerdotes, en su mayor parte
de talante «progresista», y solamente 47 obispos, reputados más
conservadores. Si se impuso, como en efecto ocurrió, un sector
minoritario del clero, de bajo nivel espiritual y cultural, inficio­
nado
por una mentalidad democrática de inspiración jansenista y
presbiteriana, no fue a causa de un supuesto divorcio entre la
jerarquía
y. el bajo clero, pobre y marginado, como pretenden los
historiadores demócrata-cristianos, sino al falseamiento, cuidado­ samente previsto de antemano, del mecanismo electoral para la
designación de los representantes eclesiásticos. Mecanismo elec­ toral que impusieron unilateralmente las autoridades civiles, con
el apoyo; otra vez, de Lomenie de· Brienne, el cismático obispo
de Toulouse, en quien Pío IV reconocería, explícitamente en
1791, cuando aceptó su insultante renuncia al capelo cardenalicio,
al inspirador de aquella maniobra y de
la propia Constitución
civil del clero, a cuya preparación se
había consagrado
con ante­
lación al ·estallido revolucionario.
La Iglesia Constitucional no
fue, en efecto,
el resultado de un movimiento espontáneo y «ca­
rismático», y sí fruto de la conspiración filosófica previa a la Re­
volución,. con la que Brieune, y un puñado de obispos, sintoni­
zaban desde
hacía años.
Sólo

cuatro obispos
de Francia se prestaron a jurar la Consti­
tución y permanecieron en
sus.diócesis. Lomeni.e de Brienne entre
ellos. Los
restantes prefirieron

el
camino del exillio y procuraron,
con

enormes
dificultades, mantener . desde

lejos
el contacto con
sus fieles. Dumont
esrndia detenidamente ila petsonalidad de los
más destacados obispos constitucionales, cuya elección anticanó­
nica
se operó

en un ambiente de inhibición generalizada y
de pre­
siones ejercidas
desde la capital. Dedica numerosas páginas, por
ejemplo, a Gregoire,
obispo de Blois, en quien algunos autores
han querido ver al
más selecto

de aquellos
prelados. Demuestra
lo

que
rea:lmente fue:

un
p0lítico revolucionario
y sin escrúpulos,
que
entregó su diócesis, con

el
títu:lo de
vicarios, a oomi,arios
del
régimen empeñados

en la
descristianización de
sus vicariatos.
Un balance
sobrecogedor de

la gestión de aquellos obispos, que
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Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
«ocultaban la pica debajo de la sotana» y lo sacrificaron todo en
aras de sus
intereses, de una concepción herética de L, Iglesia y
de un fanático antirromanismo de prooeclencia ga:licana.
El· desenlace
de

Ia Iglesia
Constitucional se compadece con
sus orígenes:

de
los 29 ·ººº sawrdotes oonstitucionrues, más de
24.000
abdicaxon finalmente de su condición eclesiástica. Hacia
1800 la Iglesia Constitucional de Franci1> se hallaba prácticamente
disuelta y sus
cabecillas no

consiguieron, aunque
fo solicitaron, el
apoyo de Napoleón.
El daño que causaron

a la Iglesia de
Francia
fue, &in embargo, definitivo --«desde una perspectiva humana»,
mailia Dwnont-, y

sus efectos han llegado hasta hoy. El pueblo
sencillo se negó en
bkx¡ue a

reconocer
en ellos
a sus ;pastores
y se mantuvo
fiel, cuando era posible, al clero tefiractario. Pero,
con
su escándalo,

causaron una
herid,, incurable en el alma popu­
lar de muohas diócesis. Las regiones dominadas por ellos se des­
cristianizaron profundamente y no recuperarían ya una fe que
hasta entonces fue masiva, pudiendo afirmarse, para di conjunto
de
Francia, que

el
mapa de 1,, descristianización del año II se
mantuvo en lo esencial a lo largo
del siglo XIX, y coincide con el
actu
las áreas de predominio no católioo e izquierdista.
El último capítulo se inicia con un
Cll/tá1ogo de cuantos estu­
dios
más o menos recientes, y hoy por
fortull:a abundantes (Alfred
Cobban,

Gaxotte,
George Rudé, los marxistas Sobou! y W a:lter,
etcétera),
han descalificado el viejo mito, todavía ampliamente di­
fundido,
de una Revolución
Francesa protagonizada por el

pueblo.
E ilustra su análisis con abundantes datos estadísticos que
hacen
patente la exigna participación de elementos populares en :los «he­
chos de masas» de la Revolución.
Y
es que,

sencillamente,
prescindiendo de

su faceta religiosa,
fuente por sí
sola de enorme

impopularidad,
la Revolución fue, en
lo
soci del campesinado
y de los obreros urbanos. El cairácter oligárquico
del
sistema electoral (en 1796 sólo
podían .votar 30,000 indivi­
duos,
menos que cabezas
de familia nobles había en 1789 ), la
libertad de cultivo y de cercamiento, que condujeron a
la liquida­
ción de los antiguos
derechos colectivos

de
la comunidad campe­
sina
y señorial, sumiendo en la pobreza a buena· pa~ del cam­
pesinado (que
era entonces

el 85% de
la población francesa), el
espíritu de rapiña y la brutalidad en sus métodos que mostraron
los
dirigentes políticos;

los alistamientos forzosos que llevaron a
la muerte a cientos de miles de campesinos en guerras que nada
les importaban,
la acumulación de leyes prohibiendo las asocia­
ciones profesionales
y obretas, el apoyo oficial prestado a regula-
247
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
clones salariales favorables a la burguesía empresarial, son algunos
de los motivos
que moverían II las clases populares a romper con
el nuevo régimen y a alzarse en rebeldía en La V andée, y en una
gran
parle del suello · francés. Rebeldía

que tuvo,
· en algunos mo­
mentos,
carácter generalizado, y que renaci6 oon.rantémente a pesar
de la
brutalidad de la represión a que fue sometida,
Explicaciones detalladas

que Dumont
ilustra con
un ejemplo
conmovedor e

inédito: el de
la rebelión de los canuts ( obreros
de
la seda) de Lyon, d más importante centro fabril de :la Francia
de entonces. Sumidos por sus patronos, con el apoyo de las auto­
ridades
parisinas, en
un régimen
salariru insoportable,
tuvieron
que
recurrir 'ª las armas, contra toda esperanza, porque no con­
taban
ya

con el
apoyo que

hasta
entonces les habían prestado,
sosteniéndales con eficacia probada en sus reivindicaciones, los
can6nigos-condes de :la catedral, todos ellos de origen aristocrático
y dotados
tradirional.mente de una sensibilidad social tan merito­
ria como operativa.
Espemmos que

esta
dilatada reseña haya 61.16CÍtado el interés
de los
lectores potenciales

del
libro de Dumont. S6lo nos queda
recordar que
•su· presentación tipográfica es impecable, con
un
cuantioso aparato de notas marginales y a pie de ,página que fa­
cilita su consulm. Y rarificar nuestra convicción de que su lectura
es imprescindible para
los católicos cultivados que deseen en­
frentarse, con un bagaje de argumentos y datos contundentes, a
las distorsiones y falsedades que pueblan la historia ofici,,l. De la
valía e importancia del libro no nos cabe duda. De su resonancia
en
el futuro tampoco, a no ser que. sea víctima de esa conspira­
ción de

silencio hoy imperante, de
ese motus vivendi que

denun­
cian sus
páginas.
ANDRÉs GAMBRA GuTIÉRREZ
Guillaume Maury: Í.'EGLISE ET LA SUBVERSION.
LE C. C. F. D. (*)
El C. C. F. D., o ~Comite Catholique contre la Faim et pour
le Developpement», agrupa, bajo el patrocinio de la Conferencia
Episcopal Francesa, a más de de veinticinco movimientos y
ser­
vicios

de
la Iglesia en Francia y r!'lllli:a 587 proyectos en 87 paí-
ses. A la. vez, está apoyada por los socialistas. .
El

autor recoge
los avisos
y denuncias de católicos
alarma-
(*) Editado por Union Nation.ille Interuniversítaire, 8 rue Musset,
7'016 París, 1985, 4.º, 165 págs., rústica.
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