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Número 283-284

Serie XXIX

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El Siglo de Oro español

EL SIGLO DE ORO ESPM.OL
POR
INÉS DE CAssAGNE
Profesora de la Universidad Católica Argentina (Buenos Aires).
l. Renacimiento y Reforma en la línea de la tradición.
Cervantes ha realizado en
Don Quiiote de la Mancha lo que
es caractetístico de una obra de arte: representar la realidad
transfigurándola. ¿Qué
realidad representa? ¿Qué tipo de figu­
ra literaria crea para ello? He aquí lo que me propongo indagar.
Cervantes tiene ante sí como modelo la historia reciente, lo
que
sucedió en el siglo XVI. Para retratarla no se sirve de la cró­
nica o de la descripción realista de.personajes y acontecimientos;
descarta la epopeya
y el romance heroico. Y, así como Dante
creara una forma nueva de carácter simbólico, a
la que llamó
«comedia», así el gran español inventa
--en .el sentido de «en­
contrar»
(in venire)-un molde singular, al que convendría lla­
mar novela mítica, metáfora novelada o parábola novelesca. Esto
acarrea una doble consecuencia. Primero, las apariencias, lo
in­
mediato de la realidad histórica,. quedan veladas. Segundo, se
pone de manifiesto lo esencial y entrañable de la. misma. Si hu­
biera elegido los cauces directos de la crónica o la epopeya, tras
describir lo visible
se· hubiera visto obligado a ei,plicar o a hacer
reflexiones para así desvelar lo
invisible. Bajo esta nueva manera
mítica, en
cambio, el significado brota de por sí, con tal que el
lector conozca el trasfQndo histórico. Sucede entonces como con
to oldiis para oír, que oiga ... ».
U, la historia se vuelve aquí clave, esa historia europea del
si¡¡Jo .xvr en la cual España cumplió un rol de primera impor-
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INES DE CASSAGNB
tancia. Es clave en su conjunto, no en el detalle. No se trata,
pues, de rastrear
sus distintos episodios tras los episodios de la
novela, ni de buscar personajes históricos detrás de
los noveles­
cos. Más bien da la impresión de que en la obra repercute un
drama hondo y general, y que su autor, habiéndolo vivido y
pa­
decido, transmite sus intuiciones y sentimientos: les da un cau­
ce y los encarna en la trama y en sus personajes, creando una at­
mósfera literaria que transmite la atmósfera real de su tiempo.
La historia es clave, y, nosotros, bastante alejados de lo que
sucedió en Europa desde el 1500 hasta el 1600, debemos recor­
darla. Este período constituye uno de los momentos
cruciales de
la historia de nuestra civilización. Europa fue entonces un
cam­
po de batalla donde se enfrentaron fuerzas opuestas y se libra­
ron combates decisivos cuyas consecuencias marcaron nuevos rum­
bos. Más que el combate de las armas resulta importante el com­
bate de fondo, de carácter espiritual, entre un modo de ser que
lleg6 entonces a culminar y florecer, y
otro modo de ser ( su con­
trapartida) que pujaba
por imponerse y desalojar al primero.
Por una parte, la
Cristiandad florecía entonces con el Rena­
cimiento y
la Reforma católica. Al Renacimiento, que nace en
Italia en el siglo
xv y se continúa en el XVI, dando en España el
Siglo de Oro, contribuyen
largos siglos de elaboración de la he­
rencia grecolatina revitalizada por el espíritu del Evangelio.
Lo
precedieron varios «renacimientos»: el «isidoriano» en la Espa­
fia visigótica; el que presidió en Inglaterra Becla el Venerable; el
que llevó a cabo Alcuino en Francia en la época carolingia.
Es­
tos renacimientos se habían id.o engarzando unos con otros y,
gracias a la acción de grandes monasterios ( como el de Gluny ),
desembocaron en los siglos espléndidos de la· Alta Edad Media
(siglos
XI, XII y xrn) con sus monumentos filosófico-teológicos:
el arte románico y gótico, la legislación canónica y de Alfonso X
el Sabio,
La Divina Comedia... Tras estas etapas, llegarla el
aporte renovador del mundo
cultural griego, traído a mediados
del siglo xv
potlos bizantinos perseguidos por los turcos. Con el
mecenazgo del Papado de Roma, este último Renacimiento flote­
cería en
el arte, en las letras y en la filosofía. En esa misma épo-
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EL SIGLO DE: ORO ESPAROL
ca despuntaba la Reforma católica, la cual, tras realizarse par­
cialmente en las viejas órdenes religiosas y producir nuevas ór­
denes e instituciones de renovado fervor, va a desembocar en el
magno Concilio de Trento que la
universaliza. Esta Reforma
también tiene, como el Renacimiento,
sus antecedentes: la Igle­
sia
se había «reformado» ya varias veces. Esto había sucedido
cada vez que hubo caído
y tuvo necesidad de revitalizarse en sus
fuentes (por lo que siempre se habló de reforma,
es decir, de
volver a la forma, de restaurarla tras
haberla deformado). La
«reforma» monástica de Cluny, por ejemplo, había desembocado
también en una reforma general, en la llamada Reforma
Gre­
goriana de fines del siglo xr.
Importa destacar, pues, que tanto el Renacimiento como la
Reforma católica continúan una ininterrumpida tradición religio­
so-cultural de Europa, la cual constituía una unidad a pesar de
sus múltiples reinos y regiones con sus diferencias y variedades;
a pesar de
fos aportes que fluían y refluían de aquí para allá,
Esa Europa era la Cristiandad, embebida de un mismo espíritu,
integradora de razas y animada por
la fe. El desarrollo de esta
civilización era orgánico, seguía una línea,
con recreaciones den­
tro de esa línea, que actuaban como revitalizadoras de ese orga­
nismo al cual pertenecian. España
habla conseguido incluso trans­
mitir su herencia tradicional al Islam invasor, puesto que
los
cristianos hispano-visigóticos que renegaron y se volvieron mu­
sulmanes prosiguieron a su modo esa misma línea ( en la arqui­
tectura, en las técnicas de campo, etc.), si bien adoptando el
ropaje de la nueva moral y de
la lengua universal del Corán. A
su vez,
al progresar la Reconquista .territorial de los españoles
católicos, éstos recogieron
de los españoles musulmanes, tradu­
ciéndolas, las obras aparentemente arabizadas de Aristóteles y
médicos griegos, previamente transmitidas a los mahometanos
en Persia por
los cristianos nestorianos allí exilados.
La España católica se agrandaba y recomponía durante los si­
glos XI, XII y XIII. Sus reyes de Castilla admitían a los «moros»
por súbditos
y, al mismo tiempo, valoraban esta tradición que a
través de ellos les llegaba y que en el fondo era europea. As!,
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INES DE CASSAGNE
con la creación de la famosa Escuela de Traductores de Toledo,
ésta
se latinizó y fue reintroducida en la Europa de origen, enri­
queciendo
y revitalizando a la antigua ya existente con la que
confluyó en las clases universitarias.
La obra de Santo Tomás de
Aquino (italiano formado en zona germana y maestro en París)
constituye la muestra
más perfecta (aunque no la única) de esta
nueva síntesis de la cultura tradicional. Y bien, tras un período
de olvido, Santo Tomás vuelve a surgir en
,Ja España del siglo
XVI produciendo la Segunda Escolástica, con maestros insignes
que atraviesan el siglo en línea ininterrumpida: Diego de Deza,
Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano, Domingo
Báñez ... El Siglo
de Oro español tiene por base este pensamien­
to que fluye de las Universidades de Salamanca
y Alcalá, im­
pregnando toda la cultura y manera de ser de fos españoles de
entonces.
Para comprender la clave de esta concepción que se encarna
en todos los ámbitos, basta mirar
el llamado «Cielo de Salaman­
ca» pintado en época de Isabel la Católica sobre el techo de su
antigua biblioteca: allí aparece la armonía de las esferas, esa gran
sinfonía creada por Dios, cobijando las ciencias humanas,
infln­
yendo sobre ellas para que puedan reflejarla en sus obras. Lo
mismo muestra el techo de la biblioteca de El Escorial, realizado
un siglo después. Es la reafirmación de
lo que venia pensándose
desde los griegos: que la cultura
es musiké, realización de hom­
bres que se dejan decir por mediadores (para los griegos, las mu­
sas iluminadas por Apolo; para los cristianos, el Espíritu dador
de
la fe que ilumina la inteligencia). La sapiencia de Dios ha crea­
do el mundo y lo ha hecho un cosmos, le ha dado su sentido y
sus leyes, por eso puede ser conocida e imitada por los hombres.
Dios
ha hl>blado también por intermedio de sus profetas y otros
sabios inspirados; y
más aún, su Palabra se ha encarnado en Cris­
to que afirma: «Quien me ve a mi ve al Padre». Esta paterni­
dad divina, esta cercanía de Dios, y sobre todo la Encarnación,
no sólo completan
la intuición de los . griegos sino que le da la
posibilidad
de cumplirse cabalmente. Porque la redención del gé­
nero humano también comporta la revigorización de su natural
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EL SIGLO DE ORO ESPAROL
inteligencia: fortalecida por la gracia, iluminada por la fe, ve
más, comprende más, y por lo tanto es más capaz de gobernar el
mundo y organizarlo a imagen y semejanza de su Creador.
El Siglo de Oro español fue lo que fue por haber recibido la
impronta de esta ooncepción, haberla manifestado y encarnado
en todos los dominios: ciencias, arte, letras, derecho, legislación,
gobierno, acción misional y vida mística.
¿ Hubiera descubierto
América Colón de no haber recibido el apoyo de Diego de Deza,
el s"bio que lo recibió en Salatn,anca y que, puesto que conocía
la redondez de la tierra y
algunas de las _leyes astronómicas, com­
prendió su proyecto y confió en que gracias a dichas leyes podría
adentrarse en el Océano y yendo hacia
el Oeste, encontrar el
Este?
La misma idea de «orden» campea en la música y en la
poesía salmantinas.
¿ Hubiera escrito fray Luis de Le6n su Oda
a Salinas de no haber pensado que la contemplación tiene sen­
tido, que orienta al hombre mirar. al Cielo y tratar de reflejar la
armonía en su alma
y en sus obras? Y, Salinas, ¿hubiera com­
puesto aquella música a la que el poeta se refiere? ¿ Hubiera
pintado El Greco tantos cuadros en que muestra el cielo
y la
tierra comunicándose, a Dios rigiéndolo todo y a la existencia
humana tendiendo hacia
El como a su fin? De no haber visto la
realidad llena
de sentido y organizada, ¿hubiera intentado Fran­
cisco de Vitoria el rastreo de sus leyes para proclamar final,
mente que hay un «derecho natural» que dimana de la natura[eza
de las cosas? Y a lo decían los antiguos griegos y lo repitieron
los Padres
y lo recalcaron San Isidoro y Alfonso X el Sabio. Pues
ahora Vitoria, sobre la base del tomismo, le daba
al derecho su
fundamento filosófico-teológico. Y más aún, como se enfrentó
a algo nuevo
-fa expansión de España en tierras americanas-­
aplicó
el derecho natural al tema de las relaciones entre pueblos,
creando así el Derecho
de Gentes o Derecho Internacional. Gra­
cias a éste, la Corona española -a diferencia c\e las demás que
intervinieron en
América-se guió por un criterio ecuánime en
el trato con los indígenas. Ningún pueblo
--Oice Hanke (1 }--
( 1) LBWIS HANKE, La lucha española por la justicia en la conquista
de Amhica, Rialp, Madrid, 1973.
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INES ·l)E CASSAGNE
tuvo tal «preocupación por la justicia» durante la conquista y la
colonización. Además, ninguno contaba por ese entonces con una
escuela de derecho
comb la de Salamanca, capaz de responder a
las cuestiones nuevas que se
iban planteando. Los reyes de Es­
paña se apoyaron en esta doctrina, y de las reuniones de especia­
listas que convocaban nadan las
Leyes de Indias, retocadas una
y otra
vez en base a la experiencia y no elaboradas según ideas
arbitratias.
Por desgracia, con demasiada frecuencia
se habla de una Es­
paña comprometida con la COfltrarreforma, sin tener en cuen­
ta que en
ella hubo antes una positiva Reforma, aliada a lo
mejor del espíritu del Renacimiento. Sigue llamándose «re­
forma» al movimiento que inició Lutero, sin ver que las verda­
deras reformas son aquellas que promueven la corrección de lo
que se ha deformado a
partir de una mejor comprensión de lo
que originalmente proporcionaba la «forma». Lutero no refor­
mó, pues lo que
él hizo estaba en la línea de la deformación.
Sus antecesores «religiosos» habían sido Wiclef y Huss, y su
base filosófica era nominalista. Wiclef y Huss no distinguieron
entre
lo espiritual y lo temporal y postularon la dependencia
Iglesia-Estado, desvinculando a aquélla de Roma. Como ellos,
Lutero cayó en la dependencia de los
príncipes alemanes, y su
influjo produjo una situación parecida en Inglaterra. El sustrato
nominalista de estos pretendidos «reformadores» los llevaba a
descuidar
el mistetio de la Iglesia, realidad mística y a la vez en­
carnada, Cuerpo invisible y a la
vez visible, pero que se distin­
gue de
la sociedad política. El nominalismo, fatalmente, impide
hacer las distinciones necesatias, pues desconfía
de la capacidad
de la inteligencia y la reduce a pura razón discursiva y organiza­
dora, no reconociendo su carácter de intus lectio o penetración
esencial, separándola así de la ilumioación de la fe, que se con­
vierte, por tanto, en «fe ciega». El drama de lá «doble verdad»
-la que produce la razón discursiva sin atender a lo real por
un lado,
y, la que es recibida por la revelación mas no compren­
dida por
la inteligencia por otro-ya venía influyendo en· las
universidades europeas desde el siglo XIV, y desde allí tironeaba
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EL SIGLO DE ORO ESPAGOL
los corazones cnsttanos. Unos optaban por el misticismo, otros
por la especulación racional,
y sólo unos pocos, los llamados «hu­
manistas» desde esa época, intentaban la continuación del desa­
rrollo humano a la manera tradicional,
es decir, al modo de los
antiguos Padres de la Iglesia que habían fundado la alianza entre
la
fe y la herencia intelectual clásica. Este humanismo cristia­
no está
en la base del realismo filosófico español. Dice al res­
pecto Chevalier:
«La eclosión del pensamiento ontológico fue prepara­
da aquí por un notable desenvolvimiento de la cultura clá­
sica y del humanismo, que se produjo a partir del siglo
xv en Salamanca, sobre todo a raíz de los intercambios con
Italia, floreciendo entonces los estudios
greco-latinos (aten­
ción, no los del antiguo paganismo, sino
los de la revela­
griegos y latinos que lo remozaron
a la luz de la revela­
ción), la filología
y la ciencia bíblica, con Antonio de Ne­
brija, Arias Barbosa el helenista y Hernán Núñez «el Pin­
ciano», a los que el Cardenal Cisneros invitó a establecer
el texto de · la Biblia de Alcalá, anterior a la de Eras­
mo» (2).
El mismo Erasmo, además, influyó luego en España, y así
surgió en tierras peninsulares
un Luis Vives y se desarrolló el
espíritu humanista, tanto en el ámbito filosófico (Vitoria y sus
seguidores) como en el artístico
y literario, animando las obras
posteriores de Cervantes
y Lope de Vega. Este «humanismo» im­
pregnó incluso a los grandes místicos, Santa Teresa y San Juan
de
la. Cruz, y, a través de las escuelas fundadas por los jesuitas,
el
humanismo se convirtió en el fundamento de la educación de
la Europa católica. A esto alude Toffanini cuando dice que «hu­
manismo es unidad del Logos»
(3 ); lo que significa que a través
de
la fe, lo que es cognoscible por la inteligencia transparenta al
único Logos, el misino que se encarnó y que continúa· encarnán­
dose en la Iglesia y en la Eucaristía. Y agrega el autor:
«El
Logos único es rechazado por Lutero en el mismo
(2) JACQUES CHEVALIER, Historia del pensamiento, Aguilar, Madrid,
1967, tomo II.
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'1NES DB CASSAGNE
momento en que León X· sugería a Rafael, para la · supre­
ma alegría de
la unidad del Logos, (pintar) en la Stanza
della
Signatura la idea de un concilio de sabios y santos
. unidos por la Eucaristía» (3 ).
Esto habrá de defender España con todos sus recursos mora­
les y espirituales ---,-- Santa Teresa-. Pero no antes de haberse renovado ella misma
en los dos aspectos complementarios de Renacimiento y Reforma
católica. Y viene bien aquí, como resumen de lo dicho, este pá­
rrafo de Chevalier:
« Una renovación del pensamiento
filosófico y místico,
· político y social, estaba incluida en la «Reforma católica»:
la vemos florecer en el país hispánico. Es un retomo a la
tradición: no una marcha retrógrada sino un movimiento
hacia adelante; es
la vuelta de los espíritus a la Verdad,
antigua
y siempre joven como fo que es eterno, es el pen­
samiento mismo que
recobra su ímpetu en busca de lo ver­
dadero. Fiel a Roma, preservada de las luchas religiosas
en que la herejía había hundido
al resto de Europa, uni­
ficada moralmente y pacificada militarmente por la recon­
quista del pafs sobre los moros, apta en adelante para en­
tregarse a los trabajos habituales de la paz, España·
se
convierte entonces, verdaderamente, en el corazón del mun­
do cristiano del que
Roma es la cabeza, y no sólo porque
Carlos V
y Felipe lI transfirieron a ella el centro de gra­
vedad político de la antigua Cristiandad, sino también por­
que
únicamente ella conservaba el espíritu de cruzada, el
sentido de la unidad cat61ica, la primada de lo espiritual.
De allí el Siglo de Oro, siglo de preponderancia española.
En
los países luteranos la vida espiritual se congela; en los
calvinistas, de Ginebra a
los Países Bajos, tan sólo pro­
sigue en
la anarquía de las doctrinas y la rivalidad de las
sectas; Inglaterra, después de la ruptura con Roma, tiende
a aislarse; Francia
se entrega a trabajos de diversión; en
la Italia indecisa el .Humanismo
se desvía o se extingue.
Unicamente en España
se mantiene, perpetúa y renueva la
gran tradición cristiana.
Allí, más que en ninguna otra
(3} GrusEPPE ToFFANINI, Historia del humanismo, Ed. Nova, Buenos
Aires.
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EL SIGLO DE ORO ESPA.ROL
parte, en el curso de lo que se ha llamado justamente el
Siglo de Oro
español, el Renacimiento toma su verdadero
aspecto, que no
es el de una ruptura sino el de una pro­
longación innovadora de la Edad Media» ( 4
).
2. El combate por la verdad y el combate moral. Dos cam­
peones ejemplares: San Ignacio de Loyola y Santa Tere­
sa de Jesús.
·No es de extrañar, por tanto, que España se convirtiera--ci::t la
gran campeona contra los pretendidos reformadores del siglo xvr.
Los ve como «deformadores» de la auténtica tradición que
ella
misma está renovando. Mucho antes de Trento ( que concluye en
1563) empezó allí el doble impulso de
revitalizar la Verdad y,
como consecuencia, convertirse profundamente. Los intelectuales
de Salamanca van
,al Concilio llevando la sabiduría que permite
'\7er claro en el gran embrollo mora! que había suscitado Lutero;
quien había llegado a proclamar «peca fortiter
et crede fortitus».
El monje agustino enseñaba que
la naturaleza humana está tan
corrompida · por el pecado que le es imposible al hombre orien­
tarse
.hacia el bien y que, por· tanto,· su libertad es sierva --sierva
del pecado--, pues la Redención de Cristo no ha alcanzado a
renovarla. Afirma, ciertamente,
que Cristo murió para salvar a
los hombres, pero pretende un modo de
salvación «nominal», no
real. Según Lutero, la gracia
de la redención consistiría solamen­
te en una imputación de carácter jurídico por la cual Dios con­
sideraría justos a
sus elegidos, pero tal justicia no sería más que
una apariencia de
la que éstos quedarían revestidos. Así, los hom­
bres
resultarían «sepulcros blanqueados», o más bien, pecadores
rotulados de «santos», mas nada

habría cambiado en su interior.
De· este modo, lo &:úco que les resta es confiar ciegamente en la
voluntad salvífica de Dios. Por eso, las zonas de Alemania gana­
das a tal doctrina perdieron en pocos años
tocia moralidad, al
punto que Lutero mismo se asustó ante tanta lujuria, borrachera,
(4) )ACQUES CHBVALIER, op. cit.
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INES DE CASSAGNB
codicia y desorden social que sólo pudo reordenar a través. de un
modo externo;
la mano fuerte de los príncipes alemanes que, por
supuesto, tampoco
habían cambiado.
Frente a este desquiciamiento, la Reforma católica había
ve­
nido trabajando, desde úempo atrás, para convertir los corazones
según la doctrina tradicional,. según la cual
la naturaleza humana
no había quedado
totahnente corrompida por el pecado sino tan
sólo herida, debilitada. Tras la caída original, no habría quedado
impedida de orientarse hacia la verdad y el bien,
tal cual lo
prueban tantas sanas doctrinas y sanos ejemplos que la Iglesia
había rescatado
de entre [os paganos anteriores a Cristo. No
obstante
lo cual, la Redención de Cristo fue necesaria para de­
volver al hombre su condición inicia,] completa, natural y sobre­
natural. El modo de rehabilitación elegido consistió en asumir
la naturaleza humana y reinjertarla en la doble dimensión per­
dida.
En Cristo muere el «hombre viejo» y su Resurrección es
el principio de la restauración de todos en El, que es el «primo­
génito de muchos hermanos». El bauúsmo -modo querido por
Dios para injertarse en
Cristo--no sólo comunica al hombre la
vida sobrenatural, sino que opera
la restauración de la naturaleza.
¿Cómo podría lo que es «.sobre» apoyarse en nada? De aquí en
más, lo sobrenatural. obraría en el cristiano
armonizadamente
con las capacidades naturales. La fe iluminaría la inteligencia y la
caridad movería ila voluntad. El esfuetzo moral habría adquirido
senúdo desde esta revitalización producida por el Espíritu Santo.
Y a tal punto esto
es real que el hombre es verdaderamente
«reanimado» y sus potencias se reorientan, .fortifican y sobreele­
van por. acción de la gracia.
Para Lutero,
la gracia que quiere serlo todo, en realidad eS
nada, nada más que una imputación forense. Para la Iglesia,da
gracia lo es todo, porque lo impregna realmente todo, alma y
cuerpo con todas sus facultades. Así, pues, mientras fa predica­
ción de Lutero dio pie a
la pasividad intelectual y a la relaja­
ción moral,
la doctrina de siempre consútuye el mayor impulso
para el mejoramiento moral, para la osadía intelectual, en suma,
para el perfeccionamiento humano y su cumbre, la sanúdad. La
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EL SIGLO ·DE ORO BSPA:filOL
doctrina de las relaciones entre gracia y naturaleza fue puesta a
punto por el Concilio· de Trento a raíz del error luterano, pero
es doctrina de siempre y la presuponían tanto
el humanismo
como la escuela neotomista de Salamanca. Estaba metida entra­
ñablemente en
el corazón de los cristianos, y los reformadores
de órdenes religiosas, que poco a poco abrieron el camino a la
reforma moral general impulsada por el Concilio, no hicieron
otra cosa sino enseñar lo de siempre: conversión, reconversión,
vuelta a la moral evangélica que restaura y sobreeleva al hombre.
Para lo cual era preciso injertarse o reintegrarse en Cristo, y los
medios para llevarlo a cabo eran los sacramentos y la Eucaristía
en primer lugar.
El comhate contra la herejía luterana encontró preparados a
los españoles. Ellos sabían bien que no
se trataba de luchar sólo
contra ellos como
si fuesen enemigos de fuera. Ellos y sus doc­
trinas socavaban el alma cristiana para la cual existió y existirá
siempre un combate primordial. Sabían por propia experiencia
-por sus caídas y recaídas personales--que los peores enemi­
gos son los que asaltan el corazón: las tentaciones de soberbia,
vanagloria, codicia, mentira, mezquindad y lujuria: en una pala­
bra, el egoísmo del que
se aprovecha el demonio .. Reconocer esta
realidad constituye el primer paso para arrepentirse y recomen­
za_r. Y esto es lo que hacen entonces las grandes figuras de esta
España del siglo xvr: examinarse, arrepentirse, expiar. Lo vemos,
por ejemplo, en un Carlos V o en un don Juan de Austria:
ca­
pacidad de admitir humildemente .sus pecados. En la España del
Siglo de Oro contaba el criterio del bien y del
.mal, así como
también
el de verdad y error (o mentira), entre cuyos polos se
trababa para el español de entonces el combate principal. Los
grandes reformadores religiosos de la península empezaron por
la reforma de
sí mismos. San Ignacio de Loyola, por ejemplo,
describe en sus Ejercicios Espirituales el
gran combate que se
había librado en su propia alma. Y es recién a posteriori, con­
vencido de la eficacia de la estrategia empleada, que la propone
a sus amigos, quienes la adoptan para sus propias luchas hasta
quedar ésta convertida en objeto primordial de
la Orden de ella
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INES DE· CASSAGNE .
surgida. Esto es lo decisivo; lo demás, la creación de escuelas,
las misiones, las predicaciones, vienen por añadidura.
La Com­
pañía de Jesús es una orden de características militares sólo en
este sentido: por empeñarse sus miembros, ante todo, en un com­
bate espiritual utilizando las armas de Cristo.
Lo mismo sucede con Santa Teresa de Jesús: lo que pro­
pone a sus religiosas
es lo que en primer lugar realizó ella mis,
ma. Se trata de ganarle la batalla "l demonio con fas armas que
su regla del Carmelo provee: el enfrentamiento cotidiano se
li­
bra as! en los casos de la ohediencia, renuncia, penitencia y ora­
ción incesante. Campo
de batalla que trasciende sus almas indi­
viduales y
se ensancha hacia otras almas que ellas intentan li­
brar del mal y ganar para el bien a través de los vínculos miste­
riosos. de >la comunión de los santos. Por eso, Santa Teresa pro­
pone a
sus monjas ser soldados de la retaguardia, en apoyo de
los jefes y capitanes que son los predicadores y teólogos. As(
exhorta, en su Camino de perfección, diciénlas:
«Hermanas mías, lo que hemos de pedir a Dios es que
en este castillito que hay
ya de buenos cristianos no se nos
vaya
ya ninguno con los contrarios, y que a los capitanes
de este castillo o ciudad los haga muy aventajados en
el
camino del Señor, que son los predicadores y teólogos.
¡Buenos quedarían los soldados sin capitanes
... ! No pen­
séis es menester poco favor de Dios para esta gran batalla
donde se meten ... y, para que, después de puestos en esta
pelea, los tenga el Señor de su mano para que puedan li­
brarse de tantos peligros como hay en el mundo.,. Y si
en esto podemos algo con Dios, estando encerradas pelea­
mos por El... ¡Oh, cómo pueden sufrir las entrañas sea
tenido en tan poco, como hoy en d!a tienen esos herejes,
el Santísimo Sacramento, que le quitan sus posadas desha­
ciendo las iglesias! ¿No bastaba que no tuvo dónde
re­
clinar la caheza mientras vivió (Luc. 9, 58), sino que
ahora las que tiene para convidar a
sus amigos. .. se fas
quiten ... ? Ya, hijas mías, habéis visto la gran empresa
que pretendemos ganar:
¿ cómo habremos de ser para que
. nos tengan por muy atrevidas? Está claro que hemos de
trabajar mucho ... y no os pido cosa nueva, hijas mías, sino
que guardemos nuestra Regla y nuestra profesión, pues es
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EL SIGLO [)E ·ORO ESPA¡;IQL
nuestro llamamiento y. a lo que estamos obligadas... Ore­
mos sin cesar
... » (5).
El planteamiento de Santa
Teresa es también militar. y se basa
en lo que hoy llamaríamos una «hipótesis de
conflicto interno»:
es Cristo que sufre en sus miembros,
es su cuerpo, la Iglesia a la
que Teresa pertenece, quien sufre pot faacomerida de la herejía
que quiere quitarle la presencia eucarística y
la fidelidad de los
creyentes. Es cierto que
los herejes, luteranos y calvinistas, lu­
chan también a sangre y fuego --ella aquí se refiere concreta­
mente a los despojos de templos
· católicos perpetrados en Flan­
des-, pero hay que tener en cuenta que este despojo no es más
que la consecuencia del llevado a cabo en las almas. Así, su plan­
teamiento
es militar, pero metafísicamente militar. Ella ve, por
debajo de las turbas que saquean y matan, las causas profundas:
el error,
el ataque a la Verdad que es Cristo mismo encamado
--encamado en el Sacramento del Altar y en la Iglesia que
os­
tenta su autoridad en la fe y el gobierno-. Ella padece por la
conquista de almas que realizan estos enemigos, no sólo con
vio­
lencia armada, sino con la falsedad de su práctica. Y porque su
planteamiento es metafísico, está convencida
de que la defensa a
realizar
es espiritual. La reforma del Carmelo se realizó a partir
de esta toma de conciencia suya del estado de la Cristiandad.
Así lo dice
ella misma en otro capítulo de la obra citada:
«En este tiempo vinieron a mí noticias de los daños
de Francia y el estrago que habían hecho esos luteranos (
! ),
y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta. Dio­
me gran fatiga, y como si yo pudiera a,Jgo o fuera algo, llo­
raba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal» (

6
).
Y bien, la oración fue escuchada: es Dios quien le inspira el
plan de guerra, basándose en el cual exhorta así a
sus hijas, di­
ciéndolas que
pata
«... atajar este fuego de estos herejes, como si pudie-
(5) SANTA TERESA DE JEsús, Camino de perfección, cap. 111.
(6) Ibid.
487
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSAGNE
ran a fuerza de armas remediar tan gran mal que va ade­
lante, me
determiné hacer este poquito que hay en mí,
que es seguir
fos consejos evangélicos con toda la perfec­
ción que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que es­
tán aquí hiciesen lo mismo ... , y que todas, ocupadas en
oración por los que son defensores de la Iglesia y predi­
cadores y letrados
que la defienden, ayudásemos en lo que
pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen
...
Y ver tantas almas como se pierden... ¡Oh hermanas mías
en Cristo!: ayudadme a suplicar esto al Señor, que para
esto os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento., éstos han
de ser vuestros negocios» (7).
Para aceptar
el planteamiento de Santa Teresa -su «hipóte·
sis de conflicto» y su «plan de
guerra»-hace falta compartir su
fe y su visión metafísica de la historia de su época. De otro modo,
diríamos que acomete «molinos de viento» pretendiendo que
son «gigantes». ¿No la llamaríamos fantasiosa y loca,
al modo
como es tildado el caballero manchego
por los cuerdos de la
novela? ¿Acaso ella, la «andariega de Dios», no se lanza a los
caminos como el caballero andante para hacer
esas fundaciones
que le inspira su Señor y
que son tan aventuradas como las aven­
turas de don Quijote? El caso de Santa Teresa nos ayuda a pe­
netrar en la gran parábola cervantina. Si Cervantes eligió a un
loco por héroe de su
_novela y si éste resulta a primera vista un
«anti-héroe», es
porque así comenzaban a ver muchos de sus
contemporáneos los combates librados por España durante el
si­
glo xvr. ¿ Acaso no tomaron la obra ( y siguen tomándola) me­
ramente como una burla de los libros de caballerías? Claro que
esos libros exageraban; pero cuando los leyó Santa Teresa de
niña, tomándolos muy en serio, se escapó de su casa con su her­
mano para irse a combatir a los musulmanes. Y más tarde no se
desdijo de este ideal caballeresco: tan sólo lo canalizó de otra
manera. Y algo semejante pasó con San Ignacio de Loyola:
cuando fue herido y quedó imposibilitado, comprendió que Dios
lo llamaba a trocar las armas de fuego
por las artnas del Evan-
(7) !bid.
488
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE ORO ESP AROI.
gelio. Sin dejar de lado el alma caballeresca, transfiguró la caba­
llería terrena en «caballería a lo divino» ( 8
).
Por eso Cervantes, que fue soldado y tenía por su may¡,r
gloria haber lucbado en la batalla de Lepanto, sufrió cuando
al .
volver a su patria encontró en muchos - jo--una suerte de aburguesamiento que les impedía comprender
y valorar los combates que
España acababa de librar. Esto es lo
que retrata Cervantes: un mundo que se va volviendo super­
ficial, y que por ello no ve la razón de ciertas empresas. El mito
cervantino nos muestra una realidad que
se ba agrandado: en
nuestro mundo escéptico -viene a decimos-hay empresas que
están destinadas a ser burladas, ridiculizadas y despreciadas en
nombre de un estrecho «sentido común».
Pero de este mundo aburguesado Cervantes rescata una
fi­
gura: la del bombre sencillo, humilde y crédulo. Pone a Sancho
junto a Don Quijote para que con el largo caminar llegue a
a¡ne­
ciar la nobleza del alma caballeresca. Y a nosotros, sus lectores,
nos hace seguirlos por
sí nos llegara a pasar lo mismo; más allá
de la_s aventuras y lances imaginarios, nos invita el autor a pe­
netrar en la realidad donde continuamente obran fuerzas ocultas
y donde por ello constantemente se empeñan los personajes en
un combate que no es visible a primera vista. A lo largo de los
caminos de
la novela surgen enseñanzas que nos alertan. :Por
ejemplo, ésta que vincula la vida del caballero con la del reli­
gioso. Arguye Don Quijote:
«Quiero decir que los
religiosos con toda paz y sosie­
go piden al Cielo el bien de la tierra; pero los soldados y
caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, de­
fendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nues­
tras espadas» (9).
Con lo que queda demostrado que la
vocacton de unos y
otros se encamina a un mismo fin. Y porque el caballero trata
(8) DANIEL RoPS, La Iglesia del Renacimiento y·la Reforma, Luis de
Caralt, Barcelona, 1957.
(9) El Quijote, II parte, cap.
489
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSA.GNE;
de servir a la causa de Dios en la tierra, Don Quijote le enseña
a Sancho a medir las
acciones humanas con la acción divina, ha­
ciendo concordar la «prudencia» humana con la sabiduría de
Dios y con su «Providencia» que todo lo rige. Por eso continúa
argumentando:
«Lo que te
.sé decir es que no hay fortuna en el mun­
do, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que
sean, vienen
al acaso, sino por particular Providencia de
los cielos, y de
aquí viene fo que suele decirse, que cada
uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía,
pero no con la
prudencia necesaria» ( 10).
Por eso estima el tiempo de retiro que se le impone tras
. la
derrota. No ha de ser tiempo perdido, sino época
de preparación
espiritual y fortalecimiento interior. De ahí la exhortación que
hace a
su compañero:
«Camina, pues, amigo Sancho, y vamos a tener en
nuestra tierra el año de noviciado, ron cuyo encerramiento
cobraremos virtud nueva para volver al nunca olvidado
ejercicio de las armas» (11 ).
Y Sancho, comprendiendo cabalmente lo que quiere decir el
caballero, pone
de manifiesto lo que es esencial para adquirir
aquella «prudencia» acorde con la sabiduría que
se convertirá
para
él en «virtud nueva», diciendo:
«Don Quijote, si viene vencido de
los braws ajenos,
viene
vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho,
es el mayor vencimiento que desearse puede» (12).
Así queda claro que
el combate exterior no tiene sentido si
no hay combate interior. Y esto es lo que nos enseñaba también
Santa Teresa:
si ella hace tanto hincapié en el cumplimiento de
(10) Ibid., cap. 46.
(11)
Ibid., cap. 46.
(12) Ibid., cap. 72.
490
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BL SIGLO DE ORO ESPAROL
la ley evangélica, es que no se considera exenta de caer en la
tentación. Sabe que no
es posible luchar contra la herejía ~ue
arraiga en la soberbia y desobediencia- sin vencer en uno la
misma soberbia
y desobediencia.
3. Carlos V: la doble Cruzada del último emperador de la
Cristiandad.
Carlos V también tenía esto presente. Por un lado, combatió
con las armas físicas a
los enemigos de la Cristiandad y, por otro
lado, combatió en su interior a los enemigos espirituales del cris­
tiano: en ambos combates obtuvo derrotas
y victorias; sus lu­
chas las llevaba a cabo, decía, «con la gracia de Dios». Se ca­
racterizó por un total desinterés personal y una voluntad de en­
trega completa
al cargo de Emperador que concebía, rectamente,
como un servicio. Al ser coronado en
Aquisgrán, a los veinte
años, pronunció la respuesta a las preguntas rituales acompañan­
do el consentimiento con un juramento: «¿Quieres mantener
y
fomentar la santa fe católica que nos ha sido transmitida? ¿Quie­
res ser
fiel protector de las iglesias y sus servidores? ¿Quieres
gobernar al Imperio con justicia? ¿ Quieres tributar
al Santísimo
Padre el Papa romano
y a su Iglesia la debida devoción?». A
partir de entonces, Carlos I de España
asumía ser también, y
sobre todo, Carlos V de Europa, y, ciertamente, cumpliría este
juramento que lo comprometía con la defensa de la Cristiandad.
Y pudo llevar adelante tal empresa porque, a diferencia de otros
monarcas europeos contemporáneos suyos, sabía _que gobernaba,
no para su propio beneficio, sino para el de los demás, y, que­
riendo hacerlo así, venció su egoísmo
y moderó sus pasiones. No
fue lujurioso
ni prepotente como Enrique VIII, ni frívolo y co­
dicioso como Francisco l. Gracias a Dios y a los Függer, la elec­
ción no cayó sobre ellos sino sobre él. Dedicó su vida a la paci­
ficación de
la Cristiandad, amenazada por la obstinación desde
adentro,
y sitiada por los turcos desde afuera. Mientras Lutero
se obstinaba en su postura, Carlos confiaba en ganar su volun-
491
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INES CE CASSAGNE
tad para la fe de Pedro. Con una paciencia Iongánime (signo de
la virtud de la fortaleza que estaba en él presente y actuante),
convocó dieta tras dieta con
ese propósito. Aquellos monarcas
no sólo no colaboraron con él, sino que además le pusieron cons­
tantemente trabas generando situaciones que eran el producto
de
sus pasiones egoístas. Por satisfacer ,sus caprichos, Enrique
VIII prefirió desdecirse del título de «campeón de la Cristian­
dad» que le había otorgado el Papa y quebrar tajantemente
el
lazo que le unía con Roma, imponiendo arbitrariamente la he­
rejía
a su pueblo, para lo cual hizo rodar cabezas y repartió los
despojos de la Iglesia entre
sus cortesanos. Por envidia y por ce­
los, Francisco I fue mucho más lejos de lo debido en sus recla­
maciones territoriales y él, que se decía «rey cristianísimo», se
alió con los príncipes luteranos y pactó con los turcos a cambio
de información que por
.vía diplomática les dio en disfavor de
Carlos.
Por
el contrario, Carlos el Emperador no alardeó de nada,
fue siempre «el gran silente», como afirma Lortz ( 13
). Lo en­
contramos siempre dispuesto a sacrificar s,u vida para salir a
pelear donde fuera necesario. Este hombre, enamorado de su
mujer
~la bella y sapient!sima Isabel de Portugal-, amante de
la música y del arte, sen&ible a las flores, los pájaros y los ani­
males, gozó a intervalos de estos amores, porque tuvo que aten­
der las constantes confab,vaciones de los irresponsables y trai­
dores. Su existencia
se convirtió en la de un «caballero andante»
que debió luchar
contra los que justamente merecerían llamarse
<~gigantes y ogros».
Durante su luna de miel en La Alhambra -1527-, Fran­
cisco
I, con quien había firmado el año anterior la paz, violó lo
pactado
y formó contra él la «Liga Santa». Mientras pretendía
estar defendiendo a la Iglesia, en secreto apoyaba la invasión
que a Hungría llevaría a cabo el Gran Turco, Solimán el
Mag­
nífico, quien tras derrotar a su rey -Luis, casado con la her­
hermana de Carlos-- mató a éste junto a siete de
los doce obis-
(13} }OSEPH LoRTZ, Hi~toria de 14 Reforma, Taurus, Madrid, 1963.
492
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EL SIGLO DE ORO ESPAGOL
pos húngaros. Los mahometanos salvajemente saquearon y aso­
laron estas tierras, quemando y inatando cuanto encontraban a
su paso, y cumpliendo de este modo el objetivo estratégico de
dejar sin defensas
la puerta oriental de la Cristiandad. Durante
el mismo año, el Emperador enfrentó la responsabilidad del «sa­
queo de Roma» ejecutado por mercenarios del Imperio que de­
cidieron cobrarse de tal manera la falta de paga, aprovechando
de paso
la oportunidad para desfogar su odio contra el Papa,
ya que eran moriscos y lansquenetes luteranos. En 1529, dejando
a su esposa Isabel como regente de España,
se dirigió a Italia
para liberar
al Papa Oemente VII y volver a tender la mano a
Francisco
I, a quien dio su hermana Leonor en matrimonio como
prenda de paz.
En 1530, tras recibir del Pontífice la Corona de
Hierro
de los Lombardos, marchó hacia la Dieta de Augsburgo
para
oír a Lutero y

a Melanchton. Pero éstos, no sólo rechaza­
ron su invitación de asistir a la procesión del Santísimo Sacra­
mento
-que se realizó en medio de las · injurias y blasfemias de
luteranos y
zwinglianos-,. sino que no prestaron oídos a sus pe­
ticiones de conciliación, entre las que figuraba la propuesta de
diálogo. Ellos decían preferir una «Alemania turca» antes que
católica. Estos príncipes empezaban
ya a ser llamados «protes­
tantes» por haber «protestado» contra
la «tolerancia» religiosa
de Carlos. Así, desde
1531 constituyeron la Liga de Esmalcalda
a
•la que atrajeron una y otra vez a Francisco I y a Enrique VIII,
comprometiéndose además en reiteradas alianzas con el turco.
Otra corta estadía en España al lado de su mujer y de sus
hijos
-durante la cual atendió, por cierto, los asuntos peninsu­
lares y
americanos-, fue interrumpida nuevamente por otra ofen­
siva musulmana.
Se trataba esta vez del renegado pirata Barba­
rroja quien, habiendo pillado ya las costas de Italia, y habién­
dose adueñado de Argelia, tomaba ahora Túnez. Corría el año
1535. Este suceso hacía esperar no sólo nuevos saqueos de la
península italiana sino también· un ataque probable a la misma
España al que contribuirían los moriscos que habitaban en el
sur
y ·en el Levante. En dicha ocasión, el Emperador se hizo a la
inar bajo el estandarte de Cristo Crucificado, confiando magná-
493
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSAGNE
nimamente en su cuñado Francisco I, a quien invitó a unirse a
su cruzada. Como respuesta, éste envió a Túnez a
su mensajero
La Forest para informar a Barbarroja sobre sus planes traidores:
le sugirió al pirata que tomara Córcega mientras él se apoderaba
de Génova aprovechando la ausencia de Andrea Doria quien
comandaba la escuadra
de la Cristiandad. En ella iba el Empera­
dor ignorante de la felonía. Lo acompañaban además
barcos por­
tugueses y otros que
habían sido equipados por el Papa y un
grupo de
valerosos Caballeros de Malta -cuyas bases de Malta
y
Trípoli había defendido Carlos tiempo atrás-. Aconsejado,
pues, por Francisco, Barbarroja había preparado un gran ejército,
superior al de Carlos, quien pasó la noche anterior al
combate
sereno, animando a sus tropas y, según la mejor tradición caba­
lleresca, libró la batalla después de participar de la Misa y Co­
munión junto a sus soldados. El coraje del Emperador y de sus
tercios españoles, más la ayuda inesperada de veinte mil escla­
vos cristianos que se sublevaron y abrieron las puertas de ,Ja ciu­
dad, decidieron la gran victoria de Túnez, tras la cual Carlos
fue saludado como salvador de la Cristiandad. Con todo, al año
siguiente
-1536---, aprovechando que Francisco I se había adue­
ñado del Piamonte, la escuadra de Barbarroja reapareció en aguas
italianas con el embajador francés a bordo. Tras desembarcar
cerca
de Otranto, devastaron las tierras y se llevaron mujeres y
niños como esclavos; luego atacaron Corfú mientras sus correli­
gionarios
turcos destrozaban en Hungría al ejército de Fetnan­
do, hermano de Carlos.
Durante todas sus «cruzadas» y andanzas caballerescas, el
Emperador
se mantuvo fiel a su «dama», la Emperatriz (¡caso
único entre los monarcas de entonces!). Mientras
él peleaba en
Túnez, eran martirizados en Londres los cartujos, el cardenal
Fisher y el humanista Tomás Moro. Dos años
más estaría junto
a su esposa,
ya que el 10 de mayo de 1538 Isabel moría en To­
ledo para indescriptible dolor de Carlos. Decidió buscar consue­
lo en Dios y
se retiró más de un mes a un monasterio de jeró­
nimos. De regreso en la corte, hubo
de enfrentarse a un nuevo
ataque de los herejes quienes esta
vez habían instrumentado el
494
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EL SIGLO DE· ORO ESP.A.NOL
descontento de los gremios de Gante. Y hacia allí fue, a sofocar
la sedición
... En tanto, a pesar de la Ttegna de Niza, celebrada
por mediación del Papa con su cuñado Francisco I, éste persis­
tía en sus intrigas con los príncipes luteranos de la Liga de
Es­
malcalda con el fin de evitar lo que Carlos más ansiaba: la recon­
ciliación de
.A1emania. En un esfuerzo supremo, convocó en 1541
una nueva dieta en Ratisbona, en
la que propuso un «compro­
miso» teológico
-evitar por su parte el uso de la palabra «tran­
substanciación»-. Tal era su afán conciliador que desoyó en
esta oportunidad al legado
papal --Contarini-quien se daba
cuenta que con ello los herejes esquivaban la presencia real en
la Eucaristía. El intento del Emperador
--que no era un teólo­
go-era tratar de unir a la Cristiandad contra el turco. El peli­
gro era gravísimo. Tan
sólo dos meses después de haberse bur­
lado los jefes protestantes ante el «peligro mahometano»
-re­
cordemos que afumaban tener más fe en los turcos que en _ los
cristianos-, Solimán el Magnífico aplastaba al ejército de Fer­
nando y aplastaba Budapest, ciudad que desde entonces y duran­
te 145 años
se habría de convertir en el punto de apoyo musul­
mán, transformándose su catedral en una mezquita. Mientras el
turco dominaba
ya desde el Danubio hasta el Tieza y el pánico
cundía en Europa, Lutero segnía atizando su desunión y los
re­
yes y príncipes cristianos seguían inconscientemente insistiendo
en
sus disputas ...
Ante esta situación, el Emperador de la Cristiandad tomó
una decisión: debilitar a los musulmanes por el lado africano.
Así, a pesar de las prevenciones del Papa y de Andrea Doria,
quienes le advirtieron que era
época de tormentas, se lanzó al
mar, ditigieodo
su flota hacia Argel a la que quería llegar .antes
que Barbartoja. Un furioso temporal le destruyó algnnas naves
y, además, fue atacado, pero, sin embargo, logró mantener sus
posiciones luchando él mismo como un león, y el enemigo se
retiró. Con todo, sufrió grandes pérdidas de las que inmediata­
mente
se aprovechó Francisco I. De regreso en España se ocu­
paba Carlos en la promulgación de las Leyes de Indias cuando
súbitamente Francisco le declaró nuevamente la gnerra: irrum-
495
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSAGNE
pió en los Países Bajos esperando el apoyo de los elementos an­
ticatólicos de Gante. Al mismo tiempo, Solimán preparaba una
doble embestida: por
un lado, atacó con su ejército a Viena
-corría el año 1543-mientras, por otro lado, Barbarroja --con
el embajador francés a bordo-devastaba las costas de Nápoles
y Toscana destruyendo casas e iglesias
y llevándose como siem­
pre a las mujeres y niños como esclavos. Esta nueva felonía de
Francisco I suscitó esta vez
el clamor de la Cristiandad ...
Finalmente -y mientras el papa Pablo III convocaba a un
Concilio en Tren to ( convocatoria que Francisco
se negó a pro­
mulgar en Francia}--,
el Emperador se jugó una última carta
contra la nefasta Liga de Esmalcalda, la cual, hacia 1545
-año
de la inauguración de las sesiones conciliares~, conraba con un
poderoso ejército que devastaba e incendiaba las regiones
ca­
tólicas de Alemania, con especiru saña contra las iglesias. Car­
los, que sufría de gota
y otras dolencias, les hizo frente con un
ejército mucho menor y rechazó al ejército hereje en una cam­
paña difícil, agravada por la insistente presencia de lluvias. Tras
enviar parre de su tropa a su hermano, entró en Sajonia y llegó
hasta
el Elba. A pesar de los obstáculos -sus enemigos habían
tninado el
puente--atravesó el rí; a caballo, luego de haber ex­
clamado ante un Cristo mutilado: «¡Yo te vengaré!». Después
de veintiún días de
cruenta lucha consiguió la victoria de Mül­
berg. « ¡Llegué, vi y Dios venció!», gritó
al fin corrigiendo cris­
tianamente a César. Y como era un caballero, perdonó magnáni­
mamente la vida al Elector de Sajonia.
No obstante, conservaba todavía la esperanza de recobrar a
los
protestantes para la Iglesia: por ello se irritó con el decreto
sobre «justificación» que promulgó
el Concilio de Trento de
1548 por parecerle
poco diplomático, es decir, porque ponía en
claro las diferencias. Por su cuenta promulgó
el Interim (Decla­
ración que versaba sobre cómo había de mantenerse la religión
en el Sacro Imperio hasta que
se resolviera el Concilio General),
en el cual pedía a los católicos la aceptación de ciertos cambios
que satisfarían a los protestantes,
y, a éstos les concedía ciertas
demandas sin exigirles la devolución de
los bienes robados a la
496
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EL SIGLO, DE ORO ESPA.GOL
Iglesia. De este modo esperaba ganar sus voluntades, pero el mis­
mo duque Mauricio de Sajonia, a quien había perdonado la vida,
fue quien perpetró
la vil traición. En efecto, a la par .de asegu­
rarle su apoyo,
buscó la alianza del nuevo rey francés Enrique. II
( tan codicioso y frívolo como su progenitor), quien recibió gran­
des sumas de dinero y varias ciudades (Cambrai, Toul, Verdún),
y fue nombrado «vicario del Imperio». Bajo este título,
Enrique
cayó sobre las ciudru:les al mismo tiempo que los turcos caye­
ron sobre Hungría y los príncipes de la Liga sobre el sur di'
Alemania. Tras la consumación de este pacto vergonzoso, y en
calidad de «mariscal imperial», Mauricio persiguió al Empera­
dor, quieu apeuas pudo salvar su vida huyeudo por el desfila­
dero
de Bhremberg (año 1552). Y todavía le esperaba otra trai­
ción: la de su hermano Fernando de Austria, quieu prefirió la
neutralidad eu pro de la futura elección
imperial que quería re­
cayese sobre su hijo Maximiliano. Finalmente, en 1553, Carlos
inteutó la toma de Metz pero fue derrotado.
Esto significó el fin de la
Cristianda,I y del Imperio. En ade­
lante sólo existiría un emperador de Alemania, ya no de la Cris­
triandad. Y a nunca
más sería consagrado por el Papa. Mientras
el catolicismo
se rehacia en el Concilio de Trento, Europa per­
día su unidad política. Los territorios alemanes
se gobernarían
desde entonces
sl'gÚU la fórmula que postulaba: «cuius rl'gio,
eius religio», lo cual significaba volver al principio pagano: en
cada reino, la religión estatal, la que impone el príncipe. Esto se
conoce como la Paz de Augsburgo, la que, paradójicamente, lle­
varía luego a deseucadenar la Guerra de los Treinta Años. Fue
de hecho
la consagración de la intolerancia y el desmembra­
miento. Y fue entonces cuando Carlos, que tanto había
luchado
por la paz, decidió retirarse del esceuario mundial para preparar
su ingreso al otro reino, al Reino Celestial.
Estas
luchas dolorosas,. estas infatigables recorridas por él
sufridas, iluminan de modo singular nuestra parábola cervantina.
¿Cómo no pensar en él, acechado por fuera y por dentro, cuan­
do Don Quijote ve venir dos ejércitos?
Sus jefes no existeu sino
en la fantasía del hidalgo, pero
las .que sí existen son las ovejas
497
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INES DI$ CASSAGNE
que en su· anemetida lo destrozan. ¿No vivió acaso Carlos V
entre dos bandos que
se comportaban como animales irraciona­
les? Y la esperanza ingenua del Emperador de ganarse a los
lu­
teranos, ¿acaso no está reflejada en la ingenuidad del caballero
manchego cuando sale a desfacer entuertos que no le agradece­
rán? Hay
algo descorazonador en esta historia del siglo xvr, en
la que los buenos son «vencidos» y la Verdad es rechazada. Y
Cervantes lo deja entrever en su obra. Don Quijote sabe que su
género caballeresco de vida, que los valores que encama y
de­
fiende son vituperados y ridiculizados; por eso, cuando en una
ocasión pregunta a su compañero:
«¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas y
qué de
mi cortesía? ¿Qué se platica del asunto que he to­
mado de resucitar y volver
al mundo la ya olvidada orden
caballeresca?»,
Sancho le responde que la gente
lo tiene por «loco, pero gracio­
so».., «valiente, pero desgraciado», «cortés, pero impertinente».
Ante lo cual Don Quijote reflexiona diciendo:
«Mira, Sancho, donde quiera que está
Ia virtud en emi­
nente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famo­
sos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la ma­
licia» (14 ).
Y más aún: Cervantes estaba presenciando ya la desfigura­
ción de la historia misma de su querida España, pues
ya había
comenzado a rodar
por el mundo la infamante «leyenda negra»
de los ingleses contra la conquista americana. Por eso, introduce
en su ficción un episodio
en el cual pone ante su caballero el
falso Quijote, el de Avellaneda, quien sólo representa lo aparen­
te del personaje, no
el espíritu· y virtud que lo animan: él tam­
bién
había tenido que padecer la calumnia y desfiguración ( II
parte, cap. 72).
Si tenemos en cuenta la apariencia de la obra, descubrimos
(14) El Quiiote, II parte, cap. 2.
498
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EL SIGLO DE ORO ESPANOL
que los enemigos de O.:,n Quijote son ficticios. Pero este mismo
hecho es luminosamente revelador,
ya que el mundo prefiere no
trasponer
lo aparente pata no ver la realidad de los enemigos
que
se ocultan y que son mucho peores. Carlos V luchó contra
esa clase
de enemigos: aquellos que atacaban la fe y la concien­
cia de la Cristiandad. Luchó como correspondía a un caballero,
no sólo con las armas sino también con nobleza
y dignidad pro­
pias de los grandes. Como Don Quijote luego del episodio con
el caballero de la Blanca Luna,
él también fue derrotado, aun­
que no en lo esencial. Ambos decidirían retirarse
para consumar
la victoria definitiva,
la que se libra con uno mismo. Por eso
Carlos V renunció a la vida pública y se recogló en Yuste. Allí
se preparó para morir: como don Alonso Quijano el Bueno, se
arrepintió de sus pecados e hizo peuitencia. Quizás lo que dis­
tinga a ambos caballeros es que Carlos V no se desdijo nunca
de
su dama, doña Isabel de Portugal, que no era bella sólo en
apariencia
-como Dulcinea-sino bella moral y espiritualmen­
te. Por eso pidió su retrato antes de morir, para que desde
el
Cielo lo ayudara a librar la última gran batalla.
4. Dos espíritus irreconciliables: ser y aparentar.
Más allá de lo anecdótico de las guerras que tuvo que soste­
ner Carlos V contra los bandos de adentro y de afuera que des­
truyeron la unidad enropea, hay que rescatar el enfrentamiento
de dos espíritus irreconciliables. Carlos V encama un espíritu
profundo, metafísico, religioso. Vivió con el convencimiento de
.
que mediante sus actos servía a valores eternos e intangibles,
sustentadores de la existencia de los hombres
y de la sociedad.
Y como no vivió para
si sino para este servicio, supo retirarse
cuando no
se sintió en condiciones para ejercerlo. Sus palabras
de abdicación son una rendición
de cuentas, un examen de con­
ciencia pública que rezuma espíritu de verdad y humildad. Así
dice el texto:
«He estado nueve
veces en Alemania, seis en España,
499
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INES DE CASSAGNE
siete en Italia y he venido diez v.,;,es aquí, a Flandes. He
viajado en guerra y en paz, cuatro veces por Francia, dos
por Inglaterra,
y he ido dos veces a Africa, habiendo he­
cho cuarenta expediciones, sin contar los viajes más cortos
para visitar
mis diferentes países. He hecho ocho veces
jornada por el Mediterráneo
y tres veces por el Océano y
ahora será la cuarta, cuando regrese a España a buscar
mi
sepulrura... He tenido que soportar los azares de muchas
guerras y puedo atestiguar que todo contra
mi voluntad.
Nunca las he emprendido
más que a la fuerza y con do­
lor. . . Os imaginaréis fácilmente que no he emprendido
todo eso sin sentir fatiga y cansancio. Fácil
es juzgarlo con
sólo verme como estoy.. .
He hecho lo que he podido y
siento no haberlo hecho mejor. Me he
pre de
mis limitaciones y de mi incapacidad; sintiendo
que
ésta aumenta, en mi estado presente me he creído obli­
gado a adoptar esta resolución que ahora os comunico.
Los obstáculos para esta resolución no existen ya: la rei­
na, mi madre, ha muerto; mi hijo es
ya un hombre. Con­
fío en que Dios le otorgará las luces y la fuerza para cum­
plir mejor que yo las obligaciones impuestas a un rey.
»Os pido que no interpretéis esta abdicación como
de­
seo de rehuir eventuales trastornos, peligros y trabajos'.
Creedme: no tengo otro motivo que la incapacidad inhe­
rente a mi debilidad e invalidez. Dejo en
mi lugar a mi
hijo y os lo encomiendo. Prestadle el cariño y la obedien,
da que me h"béis dado a mí. Consetvad celosamente esta
unión vuestra que nunca habéis abandonado; defended
y
mantened la justicia. Y sobre todo no permitáis que os
invadan las herejías que rondan es.tas tierras, y si alguno
lo
lograse, arrancadla de raíz.
»Ya sé que en mi vida he cometido muchas faltas:
faltas de juventud, o por ignorancia, por ligereza o por
otras causas. Pero puedo
decir,. en verdad, que nunca he
cometido violencias ni he causado males, ni he hecho in­
justicias a ninguno de mis súbditos.
Si lo he hecho alguna
vez, no fue a sabiendas sino por ignorancia. Ahora
digo
que lo siento, y por ello pido perdón» ( 15).
Y puesto que
él actuó y midió sus acciones según valores
(15) WILLIAM THOMAS WALSH, Felipe II, Espasa Calpe, Madrid,
1968, cap. 9.
500
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE ORO BSPANOL
profundos, ahincados en la verdad y la naturaleza de las cosas,
por ello perennes, estos mismos son
los que nombra, acto se­
guido, al traspasarle el cetro de España a Felipe, su hijo, re­
cordándole que a ellos debe servir él también. Así continúa di­
ciendo:
«Hijo mío, honra siempre a la religi6n, conserva
la Fe
Cat6lica en toda su
pureza, respeta las leyes del país como
sagradas e inviolables, y no intentes nunca herir los
dere­
chos y privilegios de tus súbditos» (16).
Aquí
el traspaso de poder signific6 un traspaso de responsa­
bilidades:
el nuevo rey debía responder --como lo habían hecho
sus antecesores y lo continuarían haciendo sus seguidores-por
aquello que no es nuevo ni sufre cambios, por aquello que hace
a
la esencia de la patria española. Fue un traspaso de espíritus:
espíritu de verdad, de humildad, de generosa
.ervicialidad. Por
eso,
si España quería seguir siendo España, su rey no debía ser
arbitrario ni debía gobernarla a su
capricho, sino más bien debía
comprometerse
él y comprometer a sus vasallos en la lucha por
la conservaci6n de los valores fundacionales. Este es
el. espíritu
que alienta la convocatoria con que el
ya nuevo rey Felipe lI
reúne a las Cortes en Toledo (noviembre de 1559). Así se ex­
pres6 en dicha oportunidad:
«Acudiendo a lo que a mí me toca, os he juntado pata
disponer cómo viváis como fieles_ cristianos y buenos vasa­
llos míos; porque cuanto fuereis mejores, tanto mayor será
mi excelencia y gloria. Para esto conviene, acordándose
con las costumbres de Castilla, hacer leyes que reformen
lo malo y encaminen a
lo mejor, con penas para que te­
man, no opriman, porque las rigurosas destruyen tanto
la República como los delitos para cuyo remedio se esta­
blecen. Pocas bastan y que
se guarden. No mudéis las le­
yes antiguas si no perjudican, porque las nuevas, en sien­
do anriguas, las quitarán, con vuestro ejemplo, los descen­
dientes vuestros.
Las que haréis sean conformes a la ley
(16) !bid.
501
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSAGNE
de Dios, convenientes para .el pueblo y utilidad del buen
vivir, por lo que han de corresponder con la
ley natural
y la conservaci6n, fin para el que se instituyen las buenas
leyes. Sean las leyes honestas, no tengan imposibilidad,
de
naturaleza proporcionada a la de los súbditos, como la
medicina a la enfermedad
y complexi6n del enfermo; que
no tengan oscuridad, para que no puedan dar malas in­
terpretaciones y frenen el arbitrio del ejecutor con autori­
dad que vele sobre los hombres, no contra ellos, pues
sería violencia el ser usadas
para utilidad y satisfacción
propias
... » (17).
Aquí hay espíritu de verdad y de veracidad. Atención a la
ley de Dios y a
la ley natural, dos modos a través de los cuales
se manifiesta
la verdad de las cosas: el teológico y el metafísi­
co. Veracidad, sumisi6n a la verdad para hacer de ella la regla
de las leyes y de su aplicación. Veracidad
en cuanto transparen­
cia, para hacerse claro y comprensible a todos.
Ambos monarcas
fueron silenciosos: poco era lo que
había de agregar una vez
asumidos tales compromisos. Ninguno de los dos se preocup6
de lo que los demás pudieran opinar,
ya que su compromiso ha­
bía quedado sellado con la verdad y no con la apariencia. Am­
bos fueron hombres íntegros en lo esencial, hombres de una sola
pieza, tal cual lo prescribía el espíritu de la verdadera caballería.
¡ Qué distinto resulta este espíritu a aquel que preconizaba
Maquiavelo y que fue
guía para aquellos otros príncipes del si­
glo XVI que, finalmente, se desgajaron de la Cristiandad aleján­
dose de
sus principios! Un abismo insalvable separa a uno de
otro, tal cual se desprende· de este párrafo,
al colocarlo junto a
aquellos otros dos que hemos citado. Dice Maquiavelo:
502
«Debéis entender que un príncipe, y más aún un prín­
cipe nuevo, no puede observar todas aquellas
reglas de
conducta de los hombres considerados como buenos,
es­
tando a menudo obligado, para proteger su principado, a
actuar en oposición a la buena
fe, a la caridad, a la humil­
dad y a
la religi6n. Debe, por tanto, mantener preparado
(17) Ibid., cap. 14.
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE :ORO ESPABOL
su espíritu y cambiar según vengan los vientos y mareas
de la Fortuna; y, como ya
he dicho, no deberá desistir del
buen camino,
si puede; pero deberá conocer cómo se anda
por
los caminos malos, por si acaso los debe seguir. Un
príncipe, por lo tanto, deberá velar con prudencia para
que nada que no esté lleno
de las cinco cualidades men­
cionadas se escape de sus labios, para que, al verle n oírle
nno, pueda considerarle como la
encarnación de la genero­
sidad, de la buena fe, de la integridad,
de la humanidad
y de la religión; y no existe virtud más necesaria para él
que
parecer que posee esta última, pues los hombres juz­
gan más por sus ojos que por lo que tocan, porque todos
pueden ver y
pocos tocar. Todo el mnndo ve lo que pa­
recéis, pero pocos conocerán lo que sois, y estos pocos no
se atreverán a oponerse . a. la opini6n de la calle, sobre
todo cuando está detrás la Majestad del Estado» (
18 ).
Este espíritu es irreconciliable con el primero. Es espíritu de
apariencia frente al espíritu de esencia; espíritu de parecer, fren­
te a espíritu de ser; espíritu de
engaño, frente a espíritu de ver­
dad. Es espíritu de doblez, frente a espíritu de integridad; es­
píritu de mezquina «prudencia mundanal», frente a espíritu de
verdadera prudencia, aquella de la que habla Don Quijote, que
se funda en
la sabiduría de Dios; espíritu de «azar», frente a es­
píritu de Providencia; espíritu de vanagloria que esquiva el jui­
cio de Dios
y de los hombres. ¿Qué hay detrás de todo esto? El
espíritu de poder que asoma enseñoreándose del umbral de los
tiempos modernos, que se opone diametralmente al concepto
tra­
dicional según el cual el poder es nn legado de Dios que impli­
ca nna autoridad entendida como «capacidad de producit aumen­
to»
en el bien de la patria y de todos los que la forman (lo que
presupone, por
· cierto, un real «aumento» de virtud personal en
el monarca y no nna fechada caricaturesca). ¿Qué busca, en cam­
bio, el príncipe que describe Maquiavelo propouiéndolo como
ideal? Un poder absoluto no medido por la regla del bien sino
por la voluntad de conservarlo a toda costa.
De allí su desdén
por el pueblo ante
el cual finge y al cual no llama a participar
(18) MAQUIAVELO, El Prlncipe, cap. 18.
503
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INE"S DE CASS.A.GNE
ni a contribuir al logro del bien común; y finge ya sea con sus
ideas,
ya con su virtud y mejoramiento moral «aparentes». Es
sintomático que Felipe
ll habla de «República» frente a los re­
presentantes de las regiones de España, mientras que Maquia­
velo
hace hincapié en la «Majestad del Estado». En el primer
caso hay conciencia de «asuntos públicos o del pueblo», algo
existente y concreto que toma y toca a todos. En el segundo
caso,
se trata de una entidad abstracta y solemnizada que es
presentada aisladamente, que se oculta y se impone frente a
«hombres de la calle».
En última instancia, se trata del surgi­
miento de
un espíritu mundanal, necesariamente superficial y
frívolo que no está fundado
in re frente al espíritu tradicional
de Occidente que se funda
in re y aúna su confianza en la in­
teligencia humana y en la Revelación de Cristo.
Conocieran o no la obra de Maquiavelo, los príncipes que se
opusieron a Carlos V y que se opondrían luego a Felipe
II ha­
bían puesto en práctica de un modo u otro las máximas maquia­
vélicas.
Los príncipes alemanes aprovecharon la rebelión de Lu­
tero y
su pedido de sofocar la «rebelión de los campesinos» para
aplastarlos a sangre y
fuego, para absoluth:ar su poder hasta en­
tonces relativo por haber estado controlado
por la autoridad del
Imperio y de la Iglesia, y para apoderarse, además, de
las rique­
zas que habían quitado a los obispados, parroqqias, conventos y
monasterios. El mismo Lutero, habiendo advertido el desborda­
miento, carecía
de elementos con los que ponerles medida: tal la
mala pasada que le
jugaba su fondo nominalista. Hay que leer
su «Llamado a los
príncipes de la nueva nación alemana» para
comprobar que su doctrina
de. la radical corrupción de la natu­
raleza humana confluye con su nominalismo en
el hecho de que
en ninguno de ambos casos proporciona «leyes naturales» que
controlen
su consecuente desenfreno. Por otra parte, los conse­
jeros
de Enrique VIII azuzaron su soberbia hasta inducirlo a
desobedecer la ley eclesial del matrimonio, y, una vez lanzado
a este camino, lo impulsaron al absolutismo. Al mismo tiempo,
la prédica de
los luteranos en Inglaterra ( que se había introdu­
cido a través del comercio y había sido denunciada en su
mo-
504
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE ORO ESPA:NóL
mento por Tomás Moro), les vino muy a propósito para iusti­
ficar
el despojo realizado sobre las posesiones de las institucio­
nes eclesiásticas, del que no se salvó la gente de campo que allí
bahía vivido y trabajado desde hacía siglos. Quebrados así los
vínculos con las enseñanzas morales tradicionales, sólo contó
para ellos el afianzamiento en los nuevos títulos que
se les aca­
baban de otorgar. Una nueva «nobleza» sin nobleza trabajó de
esta manera
por el poder y las riquezas, procurando desvincular
definitivamente a Iglaterra
de la Cristiandad o unidad fraternal
europea. Y como la codicia y la vanagloria ciegan, como las
ri­
quezas y el poder son bienes superficiales, la nueva clase di­
rigente inglesa - en buenos tratos con
los turcos antes que ver el grave peligro
que significaban para Europa; mientras tanto ellos permanecían
a salvo en
su isla.
En lo que respecta a Francisco I y Enrique 11, estos monar­
cas no hicieron más que proseguir la línea absolutista y de en­
cierro nacionalista que iniciara tiempo atrás Felipe el Hermoso
para la historia francesa.
Su catolicismo «galicanizado» les impe­
día compreuder los asuntos de la Cristiandad en cuanto tal, lo
mismo que advertir los peligros internos
y externos que compro­
metían su unidad. En su aislamiento sólo velaban por la hege­
monía de Francia. Eran «políticos», es decir, «superficiales»:
¿qué
les importaba Lutero, Calvino o las ofensivas turcas? Ha­
cía tiempo ya que Francia ( a diferencia de España) había perdi­
do
el «espíritu de cruzada». Desde el siglo xrv, las órdenes «ca­
ballerescas» francesas no eran más que tristes «caricaturas· de la
caballeria». Régine Pemoud señala la muerte de la reina Isabel
de Aragón como el símbolo
de lo que, perdido desde entonces
para Francia,
perduraría en España. Refiriéndose al momento en
que ella y
su esposo Felipe III regresaban de la cruzada en la
que había
muerto el padre de éste, el rey San Luis IX, dice la
autora:
«Alrededor de la nueva reina. se constituyó toda una
corte de jóvenes barones turbulentos que
le iban a dar a
la caballería un sesgo revoltoso y novelesco ( o sea,
no. «rea­
lista»), ávido de combates y de estocadas,
es decír, muy
505
Fundaci\363n Speiro

INE$ DE C.A.SSAGNB
diferente de aqud espíritu de caballería que ponía la es­
pada al servicio dd débil.
»Uno de
los. primeros que encarnaron este aspecto ba­
tallador y frívolo de la moribunda caballería parece haber
sido Roben d'Artois (hermano menor de San Luis), quien
en Tirra Santa se había lanzado contra las órdenes
recibi­
das y puesto al ejército en gran peligro. Esta caballería
«moribunda» b\lscaba la aventura por sí misma y para ha­
cerse de una fácil fama.
»En los siglos siguientes
se crearán órdenes de caba­
llería que codificarán las reglas
de comportamiento de esta
nueva casta:
ya no se rrata allí de consagrarse al servicio
dd débil ni de la clruru¡, sino de formar un grupo esco­
gido, designado por d rey o el maestre de. la . orden, cu­
yos miembros se reúnan periódi.camente, vestidos .de es­
pléndidos trajes, para tomar parte en banqutes, los que a
veces degeneraron en orgías; Por ejemplo, la orden de
l'Etoile, fundada
por Juan d Bueno (rey desde 1350) a
imitación de
la orden de la Jarretera, fundada poco antes
por Eduardo III d,, Inglaterra, mandaba reunirse una. vez
. por año para que, durante la fiesta, cada uno 'contase to-
das sus aventuras del año, tanto las vergonzosas como . las
honorables'. Se trataba de un verdadero frenesí de a ven,
turas.
»Así, de 1250 a 1350, crece una especie de caricatura
· de aquella primera y auténtica caballería, exaltando ahora
la proeza individual en lugar del esfuerzo común, fortifi­
cando la vanidad
de sus miembros en lugar de ponerlos
al servicio de
los demás. Se pasaba de la vida a la novela,
a una especie de teatro
en el que uno se otorgaba un pa­
pel. Y todo ello reforzado con estatutos, lo que contrasta
con
la anterior época feudal. . . . .
. .
»Hasta la época de Luis XI y aún más . tarde. se si-
guieron creando 'órdenes de caballería', en tanto que desa­
parecía el auténtico espíritu de la .caballería. Eso era lo
grave.
Lo era desde el punto de vista social, pues en la
primera caballería no se confundía caballería con nobleza,
armándose caballeros a burgueses
y siervos; y porque que­
daba descartada la influencia femenina que había presidi­
do
su creación y que se unía a los esfuerzos de la Iglesia
para educar al
guerrero» (19). .
(19) . RÉGINE PERNoun, Saint · Louis et le crépuscule de la féodalité~
Albip Michel, París, 1985.
506
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EL SIGLO DE ORO ESPANOL
Apariencia, fantasía, frivolidad, superficialidad. Estas carac­
terísticas de la caballería decadente en Francia son las que im­
presionan también en la personalidad de Francisco l. El casa­
miento de su hijo Enrique II con Catalina de Médicis -que
provenía de un medio imbuido de las enseñan2as maquiavéli­
cas-reforzó esta linea decadente en la corte de Francia. A sus
hijos
-<¡ue sucesivamente ocuparon el trono--y a la reina ma­
dre -<¡ue influyó sobre todos ellos-, ¿qué les importó la re­
ligión? ¿Qué entendían de catolicismo o calvinismo para compro­
meterse con uno u otro? Ellos iban de aquí para
allá, persiguien­
do únicamente
el poder. Estas fluctuaciones fueron favorables
a los planes de difusión de Calvino, pues permitieron
la entrada
de predicadores formados en Ginebra, y, lo que es peor, la
con­
fabulación internacional contra la Iglesia Católica que promo.
vía lord Cecil, el patrón de Inglaterra e instigador de Isabel, su
reina, aliado a calvinistas y turcos, con las miras puestas sólo en
el comercio y el poder. Por eso, las llamadas «guerras de reli­
gión» en Francia
no lo fueron sino de nombre: la religión fue
el pretexto de la politica. Ni Catalina ni sus hijos fueron religio.
so~ .,-ni de una ni de otra religión-porque eran superficiales y
se movían por razones de «apa"riencia». Catalina era supersticio.
sa, y consultaba a los astros y

a Nostradamus para saber de qué
lado soplaría
el viento más fuerte. Ni el partido de los Condé
ni
el de los Guisa fue el suyo, sino el de «l'Hópita! o de los po.
liticos»: es decir, el de los que transaccionban con tal de obtener
el
peder. Este fue el partido que triunfó finalmente en la perso.
na de Enrique IV de Navarra, quien exclamara que «París bien
vale una Misa», con lo cual demostraba que no le interesaba la
verdad del Sacrificio
Eucarístico sino el trono de Francia.
Así, en el mundo triunfaban los «politicos», los «diplomáti­
cos», los superficiales. No sólo en Francia prevalecía
la noblesse
de robe
sobre la nobleza de alma, sino que el mundo europeo
en general
se había vuelto más mundano, es decir, más acomo­
dado a las pasiones. Se había renunciado a ponerles medida, la
medida de
la religión, y, por cierto, ya no se estaba dispuesto a
luchar por los ideales específicamente cristianos. La misma Ig)e-
507
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INES DE CASSAGNE
sia hubo de admitir este cambio, y, recogida en su interioridad,
lo puso de manifiesto en
el Concilio de Trento al recalcar el as­
pecto dogmático e insistir sobre la necesidad de una reforma
moral.
Su triunfo interno acentuó aún más las diferencias, y su
actitud se contrapuso abiertamente a la del mundo, por lo cual
hubo de renunciar a
la influencia pública. Sólo España perseveró
hasta fin de siglo en
la conservación de los valores cristianos
como ideales propios. Recogiendo la exhortación paterna en
el
momento del traspaso del cetro, Felipe II, aunque ya no como
Emperador, asumió, no obstante,
la parte que le correspondía
como
rey de España en el combate contra las fuerzas mundana­
Ies. Y, a pesar de que al fin tuvo que darse por vencido, al me­
nos obtuvo para España la gloria de haber dado a luz aquel úl­
timo campeón
y aquella última hazaña que demostraría que la
Cristiandad, públicamente inexistente, perduraba aún como ideal
de
algonos corazones cristianos. Nos referimos a don Juan de
Austria y a la Batalla de Lepanto,
sin las cuales, muy probable­
mente, no se hubiera escrito
el Qui¡ote.
5. Don Juan de Austria: las andanzas del último de los ca­
balleros.
Hijo de Carlos V y Bárbara Blornberg, el que un día sería
Don Juan de Austria había nacido en Ratisbona el 24 de
f~bre­
ro de 1547, cuando el emperador, de 46 años, llevaba más de
siete
dé viudez. Su existencia se mantuvo oculta durante los pri­
meros tiempos durante los cuales vivió en un ámbito campa¡ino.
Según
la peculiar costumbre reservada para los hijos bastardos,
su padre pensó ofrecerlo a la Iglesia cuando alcanzara
la edad
conveniente. Mientras tanto le había encargado su crianza a Ana
de Medina, labradora de una villa castellana llamada Leganés,
a
raíz de lo cual recibió el nombre de Jerónimo de Leganés. Lue­
go, fo confió al cuidado de la esposa de Luis de Quijada, su ín­
timo amigo. Más tarde recibiría también la benéfica influencia
de la
paz monástica del monasterio de Espina, también en Cas­
tilla.
508
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EL SIGLO DE ORO ESPABOL
Impresiona comprobar que Cervantes eligiera el apellido
«Quijada o Quijano» para su hidalgo,
el mismo o casi el mismo
de aquel hombre que había hecho las
veces de padre sustituto
del futuro gran Don Juan. Impresiona también que en ambos
casos los personajes
-el real y el imaginario-- surgieran de la
tranquilidad de
la vida tura!, la cual abandonarían para dedicarse
a otra distinta de hazañas y heroísmos. En el caso de Don Juan,
si bien
el cambio no lo produjo la lectura de los libros de caba­
llería como sucedería con
el manchego cervantino, un hecho re­
lativamente similar lo suscitó: saber que era hijo de Carlos V.
El conocimiento de sus proezas, ¿no fue acaso
un estímulo para
emularlas como le aconteció a
Don Quijote? Y como el tiempo
de los caballeros reales había pasado, ambos hubieron de vencer
serias
dificultades para iniciarse en la vida aventntera. Cuando,
muerto Carlos
V, Felipe supo de labios de Quijada quién era
en verdad
el niño, lo acogió sin la menor dilación exclamando:
«¡Este es mi hermano, don Juan de Austria!
». Así fue como
cambio su nombre
-lo mismo sucedería en la novela-y se so­
metió a la tutela de Felipe, quien creyó conveniente que reci­
biera una educación adecuada. Si bien comportó ésta ciertos as­
pectos «caballerescos» -aprender esgrima y equitación, ejerci­
tarse
en el trato con las damas-debió someterse a estudios en
los que no se destacó. Sin embargo, de gran utilidad le sería el
conocimiento de los episodios de la
historia de sus antepasados
-sobre todo los de su padre--para alimentar sus sueños gue­
rreros que
se asentaban sobre cualidades reales: sangre noble,
juventud, fuerza física. A pesar de lo cual tuvo que huir de casa
-como Don Quijote--para iniciarse en la vida guerrera. Co.
rría el año 1564. Los. turcos -que habían continuado incursio­
nando en
el Mediterráneo-- decidieron la112arse a la conquista
de toda Europa. Mientras Catalina de Médicis mandaba su em­
bajador a Constantinopla para reafirmar su amistad con Solimán
el Magnífico . -por si acaso lo lograban-, Felipe Il consigníó
de !as Cortes venia y dineros para construir una escuadra defen­
siva. Don Juan le pidió entonces permiso para
ir en· ella. ¡Era
su oportunidad! Pero Felipe
se negó. Ante lo cual Don Juan de-
509
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INES DE CASSAGNE
cidió fugarse a Barcelona y zarpar desde allí junto a la escuadra.
Pero enfermó y tuvo que renunciar a su· empresa. No obstante,
este gesto
de arrojo le granjeó la admiración y simpatía de la
juventud española que compartía sus mismas ansias guerreras.
El 19 de agosto de 1565, tras haber sitiado primero un fuer­
te
---1ll que entraron degollando y arrancando los corazones de
los
heridos-, los turcos llegaron a la gran fortaleza de Malta
que fue defendida heroicamente por el anciano
La Valette, gran
maestre de
la Orden. Durante tres meses pelearon heroicamente
hasta las mujeres
y los niños contra los salvajes hasta que, final­
mente, la llegada de las
gal.eras españolas comandadas por Gar­
cía de Toledo los condujo a la victoria completa. Sin embargo,
Solimán no se daba por vencido y estaba planeando una nueva
invasión a Hungría. ¡Cómo habrían encendido la imaginación y
el ardor guerrero de Don Juan estas noticias! Seguramente por
su fantasía desfilarían
-como en las visiones de Don Quijote-­
los nombres turcos, las cimitarras, las mujeres violadas, los ni­
ños maltratados, la sangre derramada por esos auténticos ogros
de libros de caballería
... Felipe le concedió entonces al menos un
desfogue para
sus fantasías: en la primavera de 1568 le enco­
mendó un mando en
la escuadra, y Don Juan se embarcó en
una galera a bordo de la cual dirigió algunos enfrentamientos con
piratas más allá del peñón de Gibraltar. Al peco tiempo tuvo
la oportunidad de hacer realmente las primera.s armas, con mo,.
tivo de la revuelta de los moriscos de Granada. Como comple­
mento de los avances musulmanes del Este, los de Argelia
ha­
bían proyectado otra acometida a la España cercana. Se pusie­
ron de acuerdo ccn los llamados
«moriscos» (es decir, descen­
dientes de mahometanos que eligieron bautizarse para poder que­
darse en España ante la opción a
la que los habían enfrentado
en tiempos de los
Reyes Católicos). Muchos de ellos habían ele­
gido entonces el bautismo, pero su «conversión» había resultado
exterior,
porque en realidad su corazón se ccnservaba islántico.
En esta oportunidad
se hizo visible lo ocultado durante tantos
años y se
reveláron auténticamente musulmanes. Los moriscos
planearon, pues, una rebelión,
la prepararon cuidadosamente du-
510
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EL SIGLO DE ORO ESPAGOL
rante meses y la · concertaron con un sobrino del rey de Argel
a quien prometieron nombrar rey en consideración al apoyo que
éste le brindara con sus tropas. Los moriscos de Granada
pu­
sieron como pretexto ciertos malos tratos y abusos en los im­
puestos, pero la verdad es que aprovecliaron la ocasión para
lanzarse con saña, en plena Navidad, contra los cristianos. Mien­
tras éstos celebraban sus oficios en
las iglesias y en las plazas,
incendiaron templos, profanaron utensilios sagrados y el Santísi­
mo Sacramento mismo, degollaron mujeres y hombres, ensañán­
dose especialmente con los sacerdotes. El baño de sangre con
que tiñeron el suelo alpujarrés sólo encuentra parangón
por su
crueldad
con. el perpretado por los calvinistas en Flandes. Pre­
dicaban a
Mahoma y ofrecían la vida a cambio de la apostasía:
pero en vano, ese clero y esas gentes pobres prefiririeron
la
muerte, una muerte atroz que llegaba luego de cortes de lengua
y arrancones de ojos.
Claro, ¡cómo no se encendería en Don Juan el ansia de hacer
justicia y desfacer entuertos! Con precipitación y ardor patrio le
envió a su hermano
el rey una carta en la que le pedía permiso
para intervenir. Tales son algunos de sus párrafos más elo­
cuentes:
«He sabido el estado de rebelión de los moriscos de
Granada
... y le encarezco se sirva utilizarme para el casti­
go de aquella gente
... y puesto que es preciso enviar allí a
alguien, y
mi naturaleza me llama a esos fines ... » (20).
Ante lo cual Felipe accedió por fin, y lo envió con la adver­
tencia de no arriesgarse demasiado y cuidarse «para cosas
mayo­
res». Y alli fue Don Juan, quien no sólo no se cuidó sino que
se desbordó en los castigos aplicados: era lógico, tenía apenas
veintiún
.años y era valiente, fogoso y anhelaba la gloria. Contra
esta desmesura
lo habla alertado ya Felipe cuando lo enviara a
la escuadra tiempo atrás. En dicha
oportunidad le había insisti­
do el rey que tuviera en cuenta las normas que en España aún
(20) W ALSH, Felipe II, cap. 24.
,11
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INES DE CASSAGNE
se consideraban esenciales para un caballero: buscar ser más que
parecer, trabajar por adquirir las virtudes de alma de un caba­
llero más que buscar la alocada fanfarronería. Entre otras cosas,
le había dicho entonces:
«Primero, puesto que la base
y principio de todas las
cosas
y de todas las determinaciones es Dios, os encargo
toméis este principio
y base en todo cuanto emprendáis y
hagáis; y que dirijáis a Dios, como vuestro fin principal,
todos vuestros asuntos,
y no s6lo en la realidad y subs­
tancia, sino también
en lo exterior para dar buen ejemplo
a todos
...
»Ser veraz en el hablar y fiel a las. promesas es la base
para
el crédito y la ,:,;tima entre fos hombres; en ello se
basa su
buena relaci6n y su confianza mutua. Y ello es
más necesario todavía en los hombres de alto rango y los
que ocupan un
cargo público, pues de su buena fe y vera­
cidad dependen
la fe pública y la seguridad de todos ...
»Debéis vivir y conduciros con gran circunspecci6n,
· para guardar vuestra pureza, pues el violarla no s6lo sig­
nifica una ofensa a Dios, sino que acarrea y causa muchos
daños
y dificulta mucho el cumplimiento del deber, y de
ello nacen con
.frecuencia otras ocasiones de peligro ...
»Tened gran cuidado en no decir a nadie palabra al­
guna que le pueda injuriar u ofender; que vuestra len­
gua sea instrumento de honor y de favor, y no de des­
honor para nadie. Castigad con justicia y razonablemente
a aquellos que obren mal, pero ese castigo no lo ejecuta­
rá vuestra
boc:a con palabras insultantes, ni tampoco vues­
tra mano ... » (21).
Bien distintas a las de Maquiavelo son estas instrucciones,
basadas en la ley de Cristo de amor a Dios
y al pr6jimo, y muy
semejantes a tantos consejos que le da Don Quijote a
Sancho, ..
¡ Y bien que las necesitaba don Juan de Austria, ardiente y ge­
neroso, pero joven y aún lleno de sueños de vanagloria! Felipe
asume aquí
el papel de padre transmitiéndole lo que había a su
vez recibido de su padre común. N6tese que su referencia a la
conducta externa no tiene en vistas
el engaño, sino el buen ejem-
(21) Ibid.
512
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE ORO BSPAROL
plo, y que busca que el honor del caballero se proyecte en ho­
nor de todos.
Tras haber traspasado los límites
en esta su «primera sali­
da», recibió así las correcciones paternales de Felipe, quien, no
obstante habría de prepararlo para su «segunda salida», la de
Lepanto.
El complot contra la Cristiandad se extendía y afir­
maba. El papa San Pío V le había rogado al rey de España que
se cuidara, pues se rumoreaba la existencia de un intento pro­
testante de asesinarlo, además
de pedirle que reforzara las de­
fensas de Milán ante Ia posibilidad de una invasión hugonote a
Italia. Guillermo de Orange estaba maniobrando el ataque des­
de Flandes: había acudido a sus amigos, los
banqueros judíos de
origen hispánico que habían formado
el «trust» de las especias
contra
el .comercio de Esp.aña. El embajador de Francia en Cons­
tantinopla -que era hugonote al servicio de los Condé--tra­
taba de
concertar una alianza de las fuerzas protestantes con el
turco para entrar en Italia y arruinar a los países católicos.
La
propuesta que hacían era notable: tras la destrucción de la Cris­
tiandad, «se unirían todos y formarían una sola
fe con los tur­
cos» (22). Y esto no resulta tan extraño si se recuerda que la
herejía protestante tiene puntos
en común con la herejía islá­
mica, al menos dos fundamentales.
En primer lugar, la creencia
en un Dios trascendente que está tan alejado del mundo que no
interviene en
los asuntos humanos, un Dios que da la ley pero
que no
se encara. En segundo lugar y como consecuencia de lo
anterior, la negación de la Iglesia que es la continuación de su
encamación y por tanto
la negación de una autoridad eclesial
que represente a Cristo; en su lugar, existe una asociación hu~
mana necesariamente regida por el poder político. El espíritu
«nestoriano» que exagera
la separación entre lo que es divino y
lo que es humano actúa en ambos casos y les da una base de
entendimiento común.
Por otra parte, los judíos -que al recha­
zar la venida del Mesías habían sobrevalorado el papel de la
Ley ( o Torah)--lógicamente se entendían mejor con ellos que
(22) Ibid.
513
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSAGNE
con los católicos, a lo que sumaban intereses comerciales com­
partidos. Los judíos comerciaban en Turquía y en las zonas pro­
testantes: el trust
de las especias tenía sus centros en Londres,
en Amberes
y en Constantinopla, y también accionaba en Lis­
boa capitaenado por los Mendes, que habían huido de España.
La revuelta morisca de las Alpujarras había sido un episo­
dio de este complot internacional contra la Cristiandad.
Los es­
pañoles se habían sentido muy afectados en dicha oportunidad
por haberse tratado de conciudadanos a los que se había
acogi­
do tras ocho siglos de lucha por la Reconquista. Para defenderse
de futuras rebeliones formaron milicias al mando del marqués
de
Mondéjar y del marqués de Los Vélez, bajo los estandartes de
las antiguas cruzadas contra los
musulmanes invasores. El peli­
gro era serio; pues en las costas del sur de España seguían apare­
ciendo bandas procedentes de Argel acompañadas de algunos tur­
cos. El jefe argelino, además, había enviado un mensajero· a
Constantinopla para azuzar
al sucesor de Solimán, Selim II, «el
Tonto», con el fin de que lanzara un gran ataque contra Espa­
ña por tierra
y por mar, asegurándole el apoyo de los moriscos
y de los bereberes africanos.
Por su parte, Guillermo de Orange
-el fluctuante y acomodaticio Orange, que tras haber jurado
lealtad a Felipe en Flandes se movía políticamente con la mirada
puesta sólo en el
poder-instaba a Selim a concretar el ataque
y lo hacía a través de sus amigos judíos que residían en la capi­
tal turca. Salim se encontraba, pues, frente a una oportunidad
única: desde
su reciente ascensión al trono había jurado someter
nuevamente a la península ibérica bajo el yugo del Islam,
y las
condiciones para llevar a cabo su propósito
se le habían pre­
sentado.
Sin embargo, no
se dirigió directamente contra España. Si­
guiendo el consejo del judío José Nasi --de la familia de los
Mendes, llamado así
por ser «nasi» o jefe del estado judío que
gobernaba en la isla de Naxos, la cual le había sido concedida
por el mismo Selim durante una de sus borracheras, y que era
por entonces un importante centro de comercio en pleno mar
Egeo---, Selim atacó Chipre. A José Nasi le interesaba extender
514
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE ORO ESPANOL
su poderío político y comercial hasta la isla de Chipre que se
encontraba
en manos de los venecianos. Al saber que éstos se
hallaban debilirados a raíz de
1a reciente destrucción del arsenal
de Venecia en una explosión, insistió a Selim para que iniciara
la guerra tomando Chipre,
y así se hizo. La gigantesca flota que
partió de Constantinopla
se apoderó de esta isla matando, es­
clavizando y cometiendo innúmeras atrocidades según su cos­
tumbre ancestral de odio y violencia salvaje. Los ogros habían
vuelto a surgir como
acontecía en los libros de caballerías, y se
iban a necesitar personajes con espíritu de caballería para enfren­
tarlos. Y gracias a Dios los había. Mejor dicho, hubo un religio­
so y un caballero que hicieron realidad !o que luego afirmarla
Don Quijote, aquello de que «ellos ruegan ... y nosotros hace­
mos lo que ruegan ... ».
En medio. del terror general hubo alguien que no se desani­
mó: un pequeño hombrecito barbudo de cara afilada en cuyos
ojos brillaba
el fuego de! Espíritu Santo, e! Pontífice San Pío V.
Ante la consideración del número y la ferocidad del enemigo
que debían enfrentar, repitió el gesto común a los grandes hom­
bres de la Historia Sagrada y dijo a
sus hijos las palabras del
salmo: «Volved los ojos a Dios, el que otorga la victoria», y
convocó a los príncipes
cristiano~ para llevar adelante una cru­
zada.
Les recordó la ya larga historia de! asedio musulmán, mu­
cho más cruento desde la incorporación de los salvajes turcos oto­
manos. Les recordó
que. aunque parecían invencibles, la derrota
los había hecho retroceder muchas veces, tantas cuanras los cris­
tianos, confiando en Dios, les hícieron frente, bajo
la guía de va­
lerosos varones como Tamburlaine, Ladislao de Polonia o Juan
de Hungría.
Les recordó qu, esta disposición era lo único nece­
sario para obtener la victoria ...
Como era de esperar, el llamamiento de! Papa sólo halló
eco en España. Felipe II se comprometió a sufragar una buena
parte de los gastos
-acabó pagando el 60 %-, y envió sus
galeras al mando del
veterano Juao Andrea Doria: imitó así a
su padre asumiendo la responsabilidad. El otro hijo de! empera­
dor Carlos V, don Juan de
Austria, haría revivir otra de las pe-
515
Fundaci\363n Speiro

lNES DE CASSAGNB
culiaridades paternas: el entusiasmo heroico sin el cual esta em­
presa que parecía descabellada ante los ojos del mundo hubiera
sido un fracaso.
El ofreció sus servicios, pero, ¿cómo pudo este
joven de apenas veintidós años convertirse en almirante de la
escuadra? Don Juan venía de dar fin a
su intervención en la se­
dición de los moriscos, llevando a cabo una acción de increíble
audacia: haber tomado, tras un sitio
de tres semanas, la impor­
tante fortaleza de
La Galera considerada inexpugnable. Su valor
personal y
su capacidad de transmitir valor habían dado lugar a
la adhesión de oficiales y soldados.
Su fama corría y su ejemplo
enardecía a otros jóvenes combatientes. Ante problemas surgi­
dos entre Doria y Colonna (jefe del Papa) por cuestiones de
mando, Felipe consideró que
la sangre real de su hermano im­
pondría respeto a todos. La herencia de Carlos V lo predispo­
nía a renovar las hazañas de aquel «Rayo
de la Guerra» que ha­
bía sido su padre. Así, su nombramiento fue aclamado con jú­
bilo. San Pío V vio en este joven recién surgido de la oscuridad
un instrumento de
la Providencia. ¿Acaso Dios no triunfa siem­
pre en la pequeñez? Por eso consideró oportuno aplicarle la sen­
tencia evangélica -«Hubo un hombre enviado por Dios que se
llamaba Juan ... »----asociando su figura con la del Bautista.
Y como aquel santo
pontífice lo leía todo a la luz de la fe,
acogió y bendijo a este otro Juan, «precursor»
él también de la
victoria de Cristo. Cuando hubo llegado a Nápoles
para ponerse
al frente de la escuadra, Pío V le envió el bastón de mando y el
gran estandarte azul con el blasón de Cristo Crucificado a tra­
vés del cardenal Granvela, quien al entregárselo le dijo en nom­
bre del Papa:
«Toma, dichoso príncipe, la insignia del
verdadero
Verbo humano, toma el viviente signo de la Santa Fe, cuyo
defensor eres en esta
empresa. El te dará una victoria glo­
riosa contra el enemigo y por tu mano será abatida su so­
berbia» (23 ).
(23) CABRERA, II, cit. por WALSH, op. cit.
516
Fundaci\363n Speiro

EL SIGLO DE ORO ESPAfitOL
Fue como una acción litúrgica en la que se repetían las bí­
blicas «magnalia Dei». Y la multitud, tomando parte en ella, cla­
mando contestó: «Amén». San Pío V había tenido en cuenta
también otros hechos a los que consideró asimismo precursores
del triunfo. El tratado de la Liga contra
el turco se había firma­
do el día de
la festividad de Santo Domingo de Guzmán, ra­
zón por la cual encomendó la empresa a la intercesión de Nues­
tra Señora
del Rosario, devoción que había sido difundida por
la orden fundada por el santo español. Y a los rezos cristianos
la Virgen respondió con
la victoria sobre el turco: la batalla de­
cisiva
se libró precisamente el 7 de octubre de 1571, día de su
fiesta.
Don Juan de Austria satisfizo abundantemente
las expectati­
vas del Pontífice. El papel que desempeñó no fue precisamente
el de un táctico
-para esto estaba allí Andrea Doria-sino el
del caballero cristiano que
conffa en Dios y prepara y alienta a
sus hombres. Como humano que era, vaciló por un momento al
saber que el adversario contaba con doscientas ochenta y
seis ga­
leras mientras ellos poseían doscientas ocho. A esto se sumó el
temor ante las tempestades otoñales que no los favorecían ...
Pero venció en esta lucha interior: la gracia de Dios acudió en
su ayuda. El Santo Padre,
al s:>ber de las dificultades, envió su
nuncio a Messina para que repartiera a
cada embarcación un tro­
cito de la Vera Cruz. Y
más aún, a fin de desafiar su heroísmo
prometió ir él mismo con su pelo blanco para avergonzar a los
jóvenes indolentes. Incluso le recordó
la profecía de San Isidoro
de Sevilla en la que
se describía una batalla que ganaría un jo­
ven de características similares a las de Don Juan... Ante lo cual,
el caballero, haciendo honor a sus antepasados, decidió lanzarse
a la <~conquista». Y, como otrora hicieran éstos, dispuso a sus
hombres y se dispuso él mismo para el combate recibiendo los
Sacramentos. Capellanes, dominicos, jesuitas y frailes de otras
órdenes se aprestaron a confesar y repartir
la Santa Comunión a
los hombres embarcados. Tras una travesía de cielo gris y vien­
to contrario, el sol apareció
sobr<> el golfo de Lepanto cuando el
vigía daba la señal:
el enemigo estaba a la vista. Con gran valor
517
Fundaci\363n Speiro

INBS DE CASSAGNE
Don Juan exclamó: «Aquí venceremos o moriremos». El viento
seguía
en contra. Era el domingo 7 de octubre. Doria pidió
consejo de guerra, pero Don Juan
ya había tomado la decisión.
En silencio recorrió las galeras con un Crucifijo de hierro en la
mano que iba mostrando a los combatientes a los que exhorta­
ba diciendo:
«Ea, soldados valerosos, he
aquí el momento. Lo que
me toca lo cumplí. Humillad la soberbia del enemigo, al­
canzad gloria en tan religiosa pelea, viviendo y muriendo
vencedores, pues iréis
al cielo» (24).
La respuesta fue unánime.
Se oyó entonces un gtito de acla­
mación que se difundió sobre la marea mientras se alzaba la
imagen de Cristo Crucificado en la gálera real, a la que el sol
iluminó junto a la bandera
azul de la Virgen, Don Juan había
transmitido a sus hombres
la confianza en el Dios que otorga la
victoria. La transmitió a Cervantes, quien, según muchos testi­
gos dijeron:
«estaba malo y con calentura; (entonces) su capitán y
otros muchos le dijeron que, pues estaba enfermo, que se
estuviese quedo, abajo en
la cámara de la galera, (ante lo
cual) el dicho Miguel de Cervantes respondió que
'más
quería morir peleando por su Dios y por su rey que no
meterse
bajo, cubierta'» (25).
Esta confianza fue decisiva: gracias a ella
se animaron fren­
te a un enemigo superior en número, y cuyo salvajismo helaba
la
sangre. La impresión que estos soldados -entre ellos Cervan­
tes--sufrieron en ese momento, cobraba vida en muchas de las
imágenes de
la novela, en esas imágenes aterradoras de gigantes,
ogros y fantasmas. Pero
el ánimo caballeresco avivado por el es­
píritu de Dios que actuaba en corazones limpios y llenos de su
(24) !bid.
(25) Cit. de ANGEL VALBUENA. PRAT, Historia de la literatura españo·
la, tomo JI, G. Gili, Barcelona, 1953.
518
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EL SIGLO DE ORO ESPAtfOL
gracia, se atrevió a acometer a tal enemigo. Y el viento cambió
su rumbo y
los favoreció: Dios expresaba así su voluntad.
Mucho influiría en la novela este episodio inolvidable.
Cer­
vantes habría de elevar a mito ese ánimo en el espíritu de su ca­
ballero andante, osadísimo en el desafío de personajes monstruo­
sos, transfiguraciones poéticas de aquellos salvajes que entonces
enfrentaran el gran caballero Don Juan y
sus humildes y confia­
dos escuderos
--entre los cuales estaba Cervantes--. Salvajes rea­
les cuyas historias producían más pábulo que las de los mons­
truos fantásticos. Caundo la obra se escribía, Don Juan había
muerto, San Pío V también, y el espíritu burgués que tiene a
esas calidades por locura
se iban imponiendo. ¿Cómo no jugar
con la idea de trasponer la figura de Don Juan en
la de un loco
caballero? La parábola se aplicarla y proyectaría, de este modo,
como
un mito de valor permanente. El mundo siempre tuvo y
tendrá por locos a aquellos que superan la medida de su
mez­
quina y superficial «prudencia»: es decir, a los santos y a los
hétoes
... El mundo no puede conocer la verdadera «prudencia»,
aquella que los mueve,
la que se arraiga en la sabiduría y pro­
videncia divinas, aquella de la que hablaría Don Quijote. San
Pío V andaba por estos caminos: él consideró, como dice Walsh:
«Maravillosamente catacterístico de Dios el que un
egregio joven atolondrado ·hiciera
lo que los reyes y mili­
tares más experimentados no pudieron lograr juntos» (26).
6. El caballero y su escudero. Sus respectivos "noviciados".
Como Sancho junto a Don Quijote, Cervantes aprendió jun­
to a Don Juan
de Austria la profunda sabiduría que encubre lo
que a los ojos del mundo
es locura. El es quien habla por boca
del «cautivo»
de su obra, allí evoca su propio cautiverio en Ar­
gel y hace decir al personaje lo que logró en Lepanto esa locu­
ra, cuando confiesa:
(26) WAI~H, op. dt.
519
Fundaci\363n Speiro

INBS DE CASSAGNE
«Yo me hallé en aquella felicísima jornada... aquel día
que fue para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se
desegafió el mundo y todas las naciones del error en que
estaban, creyendo que los
tw:cos eran invencibles por la
mar» (27).
Una nostalgia y melancolía muy grandes recorren la novela.
Cervantes hace del héroe un loco pero manteniendo en él el
auténtico espítitu caballeresco.
Las gentes ven al loco y no lle­
gan a captar su espíritu. A este tipo de locos ya no les queda lu­
gar para combates
ni victorias en esta sociedad. De ahí el carác­
ter ficticio de las hazafias que vive Don Quijote. Cervantes era
consciente del desaprovechamiento que sobrevino luego de
Le­
panto: San Pío V había intentado entonces organizar una cruza­
da para recobrar Grecia y Constinopla, pero la muerte lo
sor­
prendió en 1572. Con él moría el «alma» de la Liga. No obs­
tante, Don Juan prosiguió un tiempo sus campafias en el Medi­
terráneo
hasta que tras el triunfo musulmán en Túnez y La Go­
leta en 1574 --que se produjo durante su ausencia-, se le con­
fió un servicio, ya no militar sino administrativo en Flandes. Ese
mismo
afio, el que había llegado a ser considerado como un
«soldado aventajado» fue licenciado: luego de haber participado
de esta última
campafia contra el turco, Cervantes regresaba a su
patria cuando su barco fue apresado por las galeras turcas y se
le hizo
prisionero. Así, simultáneamente, caballero y escudero
reales fueron «apeados», tal como luego sucedería con Don
Qui­
jote y Sancho en la novela tras los sucesos de Barcelona. Se ini­
ciarían entonces ambas parejas en un «noviciado» que .los prepa­
raría para otras luchas y otras victorias.
La aceptación que mues­
tran tanto los personajes reales como los ficticios en dicha cir­
cunstancia hace que de todos se pueda decir lo que Sancho
dice
de Don Quijote:
«si viene vencido
de los brazos ajenos, viene vencedor de
sí mismo, que según él me ha dicho, es el mayor venci,
miento que desearse puede» (28).
-----
(27) El Qui¡ote, I parte, cap. 39.
(28)
Ibid., II parte, cap. 72.
520
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EL SIGLO DE ORO ESPAROL
En verdad que hay mucho parecido entre el destino final de
Don Juan de Austria
y el de Cervantes en la última etapa de
ambas vidas. Marchan ambos hacia donde no querrían
y apren­
den ambos en la misma escuela del sufrimiento, emprendiendo
un camino de mayor grandeza.
Don Juan
de Austria había sido destinado por Felipe II a
una misión
para la que carecía de condiciones: la de gobernar
Flandes, Esta zona -que España había heredado a través de
Carlos
V-se había convertido en centro de disputas, situación
que fue aprovechada por los protestantes quienes atizaron
Ias re­
beliones «populares» contra las milicias españolas. Alba la ha­
bía gobernado manu militari y esto había resultado contrapro­
ducente, pues había dado pábulo al descontento. Por ello, Feli­
pe
II lo había sustituido en 1573 por Requesens, quien lo de­
sempeñó con equilibrio y diplomacia: pagó a las tropas, evitando
así futuros amotinamientos y concedió un perdón general a los
rebeldes, logrando un breve
período de paz. Pero luego de su
muerte -que se produjo en 1576-renació el conflicto: a un
nuevo
motín sucedió una nueva rebelión alentada por Guillermo
de
Orang,, quien, si bien había jurado lealtad a España y se de­
cía católico, estaba siempre dispuesto a volverse protestante cuán­
do esto le favorecía en sus planes de instauración de un estado
independiente del que sería
gobem11nte. Así, saludó la llegada
del sucesor de Requesens porque vio en él una presa fácil.
Le
hizo firtnar en 1577 un edicto a modo de transacción según el
cual retiraría las tropas españolas de Flandes
-lo que provoca­
ba una dramática situación para muchos militares que
se habían
casado e instalado con sus familias
allí-, a cambio de conceder
la continuidad de la religión católica. Pero como esto no era más
que otra maniobra de Orange, hasta el mismo inexperto Don
Juan se dio cuenta de que éste no quería
ni la paz ni la prospe­
ridad de aquellas provincias
-a las que había agobiado con ún­
puestos pesados--:-, y que tramaba constantemente complots con
sus amigos protestantes para asesinarlo. En uno de ellos utilizó
a Margarita de V alois ( sobrina
de Felipe II y esposa poco fiel
de Enrique de Navarra) para seducirlo, aunque en vano. Así se
521
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INES DE CASSAGNE
encontraba Don Juan en Flandes: solo y rodeado de traidores
que le interceptaban las
cartas que escribía a España para hacer­
las públicas y utilizarlas
en su contra. En medio de estas intrigas
y humillaciones le fue posible aún retornar al «nunca olvidado
oficio de las armas». Felipe
Il envió para ayudarlo a Alejandro
Farnesio, príncipe
de Parma, espíritu gemelo al suyo en cuanto
a
lo caballeresco, aunque mucho más realista y táctico. Juntos
se enfrentaron a los enemigos protestantes y los vencieron en la
batalla
de Gemblours, en 1578. La ctuz del blasón de Don Juan
llevaba este lema: «In hoc signo vinci turcos; in hoc signo
vin­
ceam haereticos».
Pero esta sola batalla ganada sería insuficiente: el ataque
proseguía desde muchos otros frentes y en forma solapada. Oran­
ge no cesaba de maniobrar en su contra, de acuerdo con el in­
glés Cecil y los hugonotes franceses. Así trató esta vuelta de en­
tretenerlo con un ilusorio casamiento con Isabel de Inglaterra
mientras traía a un hermano del emperador Rodolfo II que
contaba
s6lo dieciséis años, al que pensaba manejar y poner al
frente de un estado popular. Como esto no dio resultado, le
hizo el mismo ofrecimiento al menor de los Valois, quien con­
tribuyó enviando un ejército que no llegó porque fue diezmado
por la peste en el camino. De este modo, los nervios y salud
de Don Juan
se fueron resintiendo gravemente: había aprendido
en Flandes la lección del sufrimiento y comprendido el fin de ese
involuntario «noviciado» que no había sido otro
más que el de
prepararse para la llamada de Dios. Y
así lo hizo: se confesaba
dos
veces al mes y se ocupaba de los enfermos y de los moribun­
dos
-en especial prestó su ayuda durante una epidemia-, cu­
rando con sus propias manos y prodigando palabras de consue­
lo, repartiendo
limosnas al punto de arruinar su propia bolsa.
Sus soldados, que siempre lo admiraron y amaron, ahora lo ve­
neraban y lo imitaban recibiendo ellos también los sacramentos
con frecuencia; no
se produjo por entonces ningún motín aun­
que la paga seguía siendo mala. Cuando le acometió la fiebre
alta
y supo que le había llegado su hora de morir, le escribió
aún a
su hermano Felipe II acerca de los planes enemigos y rea-
522
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EL SIGLO DE' ORO ESPAGOL
lizó su último acto de gobierno: nombró en su lugar a Alejandro
Farnesio. Así desligado de sus responsabilidades mundanas,
co­
mulgó durante la Misa que junto a su cama dijo su confesor y
le dio a éste los encargos póstumos:
decirle a Felipe II que
pagara a
sus soldados, que se ocupara de su madre Bárbara y que
lo enterraran junto a
su padre en el recién terminado Escorial,
exclamando: «¿No es justo, entonces, Padre
mío, que desee las
tierras infinitas del cielo?». Esto había sucedido el 28 de
sep­
tiembre. Durante los días sucesivos sufrió mucho y tuvo delirios
en los que hablaba de Lepanto y Gemblours, invocando con
in­
sistencia los nombres de Jesús y de María. El 1 de octubre se
produjo el desenlace: tras pedir y recibir la Extremaunción quedó
muy tranquilo y recogido. Luego, ante la advertencia de uno de
sus soldados se incorporó durante la Misa y se quitó la gorta
para saludar a
la Hostia recién consagrada musitando nueva­
mente
los nombres santos. «Jesús, María ... » fueron sus últimas
palabras: así fue acogido por quienes había servido durante toda
su vida; tenía treinta y tres años.
Ahora bien, ¿cómo no ver en esta transformación de Don
Juan y en
la preparación a la muerte, el modelo real en el que
probablemente
se inspirara Cervantes? ¿No se ve aquí que Don
Juan de Austria renunció a los honores
de su rango y murió
como un siemple mortal, como el buen hijo adoptivo de Luis
de Quijada? Así también sucedería en la parábola novelesca: el
caballero Don Quijote, vencido por el farsante Caballero de
la Blanca Luna ( como lo había sido Don Juan por el no menos
farsante Guillermo de Orange
), agradeció al Cielo antes de mo­
rir pues había comprendido lo falaz de las luchas humanas, y
dijo:
«Yo fui loco, y
ya soy cuerdo; fui don Quixote de la
Mancha, y
soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el
Bueno» (29).
No
se contradijo el autor de la novela al transformar la he-
(29) Ibid., II parte, cap. 74.
523
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INES DE CASSAGNE
roica figura de Don Juan de Austria en la de un loco, pues, a
través de sus locuras haría brillar el valor espiritual
de la
auténtica caballería en
un mundo incapaz ya de comprenderla.
Luego lo haría morir arrepentido de tal locura
ya que ante el
umbral de la eternidad todo lo terreno, aun lo más grande, pier­
de sentido y gracia. Esta
lección la repetirán todos los escritores
del Siglo de Oro español. Entre los personajes reales, los
mayo­
res fueron quienes así murieron: Carlos V abdic6 del trono para
morir en Ynste como Carlos el Bueno; y Felipe
II llam6 a su
hijo a su lecho de muerte para mostrarle «en qué paran el mun­
do y las monarquías».
Esto
es muestra de un profundo realismo: realismo ante la
vida y ante la muerte, según el cual vale una vida heroica y
ser­
vicial, pero vale más aún la bondad intrínseca de la persona,
porque mientras aquélla cesa, ésta perdura.
El «noviciado» de Cervantes fue casi simultáneo al de Don
Juan. Cervantes estuvo cautivo en Argel desde 1575 hasta
.1580:
allí, según su propio testimonio, «aprendió a tener paciencia en
las
adversidades» (30). La paciencia es la otra cara del coraje;
en ambas
se cifra la virtud de la fortaleza. La paciencia es la más
difícil de las dos, ya que no consiste en actuar sino en aguan­
tar.
En la paciencia el alma se templa porque no se trata de un
dejarse estar pasivamente
.. No s6lo sirvieron esos años a Cer­
vantes de meditaci6n sino que además capitane6 varios inten­
tos de evasión de la prisi6n, asumiendo, luego del fracaso, toda
la
responsl>bilidad, con lo que puso en evidencia la nobleza de
su alma.
« Yo sólo he sido el autor -declaró entonces-. Nin­
guno de estos cristianos que están aquí tiene la culpa» (30).
La
misma preocupación por todos los cautivos le llevó a escribir la
Epístola a Mateo Vázquez, secretario de Felipe II, en la que ins­
ta al monarca a liberarlos, exhortándolo a que continuara en
esto
el ejemplo de su padre Carlos V:
«Haz, oh buen rey, que sea por ti acabado lo que con
(30) Cit. de ANGEL VALBUBNA PRAT, op. cit.
524
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EL SIGLO DE ORO ESPANOL
tanta audacia y valor tanto fue por tu amado padre co­
menzado ... » (31).
El acento heroico de esta epístola muestra, por otra parte,
que la paciencia en la adversidad, fortificándolo, lo disponía a
combatir con
más ardor, pues se comprometía a sumarse en la
lucha si los liberadores llegaban. Por eso vuelve a describir en
la carta la jornada de Lepanto, ejemplo e incentivo. Pero
Fe­
lipe II no consideró oportuno realizar la conquista de Argel, y,
finalmente, Cervantes fue rescatado por un fraile de la Orden
de los Trinitarios, dedicada a esta labor. Este fue el fin de las
aventuras de Cervantes ·aunque no
el de su espíritu caballeresco.
Este pasaría de las «armas» a las
«letras».
Con su pluma, Cervantes inmortalizaría la hazaña de Don
Juan en Lepanto
y su propia participación en ella. En su Via¡e al
Parnaso, así lo recuerda cuando canta:
«Del heroico don Juan la heroica hazaña
donde con alta de soldado gloria
y con propio valor y airado pecho
tuve, aunque humilde, parte en la victoria» (32).
Y
en el mismo poema marca el pasar de las armas a las le­
tras como la realización de un designio de la Providencia cuando
se hace decir por Mercurio, el mensajero divino:
«Bien
sé que en la naval, dura palestra
perdiste
el movimiento de la mano
izquierda, para gloria de la diestra» (33).
La «gloria de la diestra» habría de cantar lo que aquella
pérdida simbolizaba: el espíritu que
animó a los combatientes
de la gran batalla naval. La hazaña se agrandaba en su recuerdo,
pues se tornaba incomparable e imposible de ser repetida. Por
(31) CERVANTES3 Epístola a Mateo Núñet..
(32) CERVANTES, Viaie al Parnaso.
(33) Ibid.
525
Fundaci\363n Speiro

INE,S DE CASSAGNE
eso no pierde oportunidad de ensalzarla y de gloriarse de ser «el
manco de
Lepan to». En el autortetrato con que encabeza sus No­
ve las e¡emplares, dice de sí mismo:
«Perdió en la batalla de
Lepanto la mano izquierda de
un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea,
él la tiene
por hermosa, por haberla cobrado en la
más memorable
y alta ocasión que vieron los siglos pasados
ni esperan ver
los venideros, militando debajo de las vencedoras bande­
ras del hijo del Rayo de la guerra» (34
).
Ya no existía Carlos V, y, ¡cuánto le habrá dolido enterarse
de la muerte de Don Juan de Austria! Pero
el período de «novi­
ciado» argelino lo había
·preparado para otros combates de los
que saldría aparentemente vencido por el enemigo pero en rea­
lidad vencedor de sí mismo. Así combatió en la pobreza el
fra­
caso de su matrimonio, en la incomprensión de los medios lite­
rarios y en
el dolor de las increíbles confabulaciones internacio­
nales contra su patria.
7. Felipe II y sus combates contra ogros, elementos y fantas­
mas.
La historia de los veinte años que van desde la muerte de
Don Juan (1578) a la de Felipe
II (1598) debió haber influido
en la concepción de un personaje como Don Quijote, abocado a
combates fantásticos y fantasiosos. Durante estos últimos años
del siglo
XVI, los enemigos de España trataron de hundirla, no
ya en franca batalla sino solapadamente, mediante la propaganda
mentirosa y la piratería. Es decir, con ataques en las sombras,
ataques de fantasmas, como aquellos de los que tendría que
de-
fenderse Don Quijote. ·
Por de pronto, Guillermo de Orange -quien durante más
de veinte años había promovido la agitación contra Felipe
II
(34) CERVANTES, Prologo de Novelas eiemplares.
526
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EL SIGLO DE ORO ESPAROL
en Flandes, pretendiendo serle leal pero formando con Cecil
y los Condé una organización secreta-vio derrumbarse sus es­
peranzas de dominación ante la acción decidida de Alejandro
Famesio, pues en una década de magníficas campañas, el prínci­
pe
de. Parma se afianzó en ese país agotado por la guerra y de
alma católica. Entonces Orange, que sólo
había conseguido se­
parar de él a Holanda, al ser declarado por Felipe II como hom­
bre fuera de
la ley, escribió contra el rey español una «Apolo­
gía»
en la que le adjudicaba toda clase de crímenes fantásticos,
entre ellos lo acusó de incesto, adulterio y asesinato de su hijo
don Carlos y de su esposa Isabel... Pero Orange fue asesinado
por un fanático borgoñón en 1584 y al año siguiente Farnesio
conmpletaba su empresa tomando Amberes, centro del comercio
y de
la intriga anticatólica. Su proceder caballeresco de enton­
ces -otorgó un perdón general-contrastó con las tácticas som­
brías que habían utilizado el que acababa
de desaparecer y. sus
aliados.
Estas mismas artimañas las habían
empezado a poner en
práctica en Portugal, a
Ja que trataron de dominar luego de la
muerte de su rey Don Sebastián, ayudando a don Antonio
de
Prato en sus pretensiones al trono. En 1580, las Cortes de Por­
tugal habían elegido a Felipe
II como sucesor legítimo. Con todo,
como «los partidarios de don Antonio eran minoría, pero
más
vocingleros y activos que el rey español» --dice así· Merti·
man
(35}-, éste se vio obligado a imponerse también por las
armas, y lo consiguió. Don Antonio huyó entonces a Inglaterra
para pedir ayuda a Cecil, Orange y
la red de banqueros y espías
internacionales
... Durante los años que siguieron, mientras Es­
paña se afirmaba en Portugal y en Flandes, arreciaron los denues­
tos contra Felipe a quien llamaban
«el demonio negro del Sur».
En Inglaterra, mientras María Estuardo reivindicaba su derecho
al trono frente a Isabel, se inventaban complots imaginarios . de
los católicos a los que perseguían sistemáticamente.
En 1585,
Cecil -ya convertido en Lord Burleigb-dio un «decreto con-
(35) WALSH, op. cit.
527
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INES DE CASSAGNB
tra los jesuitas, sacerdotes, seminaristas y otros súbditos desobe­
dientes de la misma clase» (36), y ser católico vino a ser desde
entonces un delito de «alta traición». Bajo este rótulo fueron
ejecutados cientos de sacerdotes tras soportar terribles torturas.
No estaba permitido opinar en contra y los que
se atrevían a
hacerlo
--como lord Parry, por ejemplo-fueron envueltos en
«conjuras» fantásticas que los llevaban a la horca. Para salvar a
tantas víctimas y proteger a la heredera, el Papa decidió procla­
mar una «cruzada» que desgraciadamente
no se realizó y Ma­
ría Estuardo fue decapitada en 1587 ...
Felipe II no había querido nunca intervenir en Inglaterra
porque respetaba su soberanía y respetaba a Isabel, a quien
él
mismo había hecho sacar de la Torre de Londres, cuando él era
consorte de María Tudor. Felipe
II confiaba en que ella -a
quien creía católica en el fondo-terminaría por reaccionar fren­
te a los que la
manej.,ban. Mas no fue así, y aquella que le de­
bía la vida y
el trono le pagó el favor de mala manera. El mismo
año de
la muerte de María Estuardo -a quien Isabel había
atraído con falsas promesas con el fin de entregarla
a la muer­
te--, Isabel mandó una expedición al mando de su amante
Leicester
para combatir en Flandes a Farnesio, al tiempo que sa­
ludó las atrocidades que había perpetrado el pirata Drake en
España y las Indias, lo cual había sido
tan impensado como una
pesadilla que se hiciera realidad. Primero Drake rondó la costa de
Galicia y destruyó una ertnita de la Virgen. Rechazado por el
noble señor de Gondomar, pasó a la isla de Cabo Verde y tomó
Santiago: robó varios buques cargados que debían partir rumbo
a las Indias. Finalmente, cual furioso vendaval,
se aventuró has0
ta las costas mismas del Nuevo Mundo. Desembarcó en la tran­
quila isla de Santo Domingo, quemó
allí ochenta casas y los
conventos de San Francisco y Santa Clara matando a dos frailes
que
se le opusieron y pidió a la ciudad un rescate de un millón
de ducados, de los que apenas si llegaron reunir la cuarta parte.
En vano lo persiguieron entonces los barcos españoles: cebado
(36) Ibid.
528
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EL SIGLO DE ORO ESPAGOL
por las riquezas de Cartagena de Indias, a la que saqueó y des­
truyó, se dirigió hacia la La Habana con idéntico fin, más fue
rechazado, tras lo cual decidió regresar con su botín a Inglate­
rra, no sin haber saqueado a
Cádiz en el camino.
Esta «pesadilla» despertó a Felipe. Ahora sí, él mismo pro­
yectó un ataque a Inglaterra,
él quien pensó llevar adelante
como «cruzada», siguiendo el anterior pedido del Papa. Orga­
nizó una armada
para invadirla y colocar en el trono a Jacobo,
hijo
de María Estuardo, apoyándose, por supuesto, en la ayuda
de Farnesio. ¿Acaso el desafío
inglés no formaba parte de un
plan mucho
más vasto para acabar con la fe católica? De hecho,
el embajador inglés Barton, a través del banquero Méndes, le
escribía entonces
al sultán de Estambul para recordarle las pro­
mesas hechas por éste a la reina Isabel
-bajo juramento--, de
luchar contra los españoles,
«nuestros enemigos comunes, todos
ellos malditos idólatras», para que, seguía deciéndole, «el orgu­
lloso español y
el embustero papa» fuesen al fin derrotados, tras
lo cual «todos los que viven como herejes volverán a nuestra fe
y Dios nos bendecirá, puesto que luchamos por
su gloria con
victorias inenarrables» (37). ¡Documento imponderable que
mues­
tra la confluencia de miras de protestantes y musulmanes! Ha­
blan de una
fe común y tratan de herejes e idólatras a los cató­
licos. Para ellos la idolatría consistía en el culto al Cristo Euca­
rístico, a la presencia
real de Cristo en la Iglesia y a su mismí­
sima autoridad. Esto querían
eliminar para instaurar una reli­
gión «purificada» con un Dios lejano que les dejase
Ias manos
libres para manejar al mundo a su capricho. Pero esta actitud
que implicaba un abierto desdén de
la misma ley natural, ¿no
aparecía
ya como la proyección de monstruosas fantasías de po­
der y codicia? La mentira era el arma de estos nuevos amos
del mundo, y ellos, que llamaban «embustero» al Papa, tenían
espías que accionaban en Roma con engaño, difundiendo la
po­
sible conversión de Isabel al catolicismo. Además, intentaban so­
bornar a Parma pro;,,etiéndole la soberania de los Países Bájos
(37) !bid.
529
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INES DE CASSAGNE
si traicionaba a su rey. Esta era una verdadera confabulación de
la mentira,
verdadera fantasmagoría contra la que se lanzaba
ahora Felipe II como un verdadero Quijote.
El Príncipe de Parma, caballero insobornable, se plegó a su
rey no sin antes prevenirle:
«Las cosas no están como deseamos; ya no sólo los
ingli,5es
han tenido tiempo de armarse por tierra y por
mar y de formar alianzas con Dinamarca y con los protes­
tantes de Alemania y de otras partes, sino que los fran­
ceses han tomado también sus medidas para frustrar vues­
tros golpes» (38).
Pero el espíritu de su hermano Don Juan revivió entonces en
el ánimo
de este Quijote y a pesar de las condiciones desfavora­
bles decidió «ir adelanre y confiar en Dios». Sus marinos y sol­
dados dieron pruebas
de su capacidad heroica acompañándolo
hasta el
fin aunque debieron afrontar escaramuzas durante más
de un mes, en medio de vientos que les eran contrarios y les dis­
persaban los barcos. Cuando los ingleses, aprovechando esta
cir,
cunstancia dieron batalla. el 8 de agosto de 1588 con ciento trein­
ta barcos, el admirante
duque de Medina Sidonia los enfrentó con
los únicos cincuenta que tenía a mano con hombres agotados a
bordo. Así, bien puede decirse que la derrota .de las Gravelinas,
una
de las batallas más terribles de la historia, si, convirtió para
los españoles --que allí mostraron su valor invencible--, en una
de las páginas
más gloriosas de la historia. Por supuesto que los
vencedores la deformaron en sus relatos, hablando
de huidas ver•
gonzosas y de un desastre total de la Armada. La verdad fue que
la batalla terminó por obra
de los elementos naturales: el viento
y la lluvia que separaron las dos escuadras, y que, al día siguien­
te, cuando los españoles se aprestaban
para reiniciar la lucha
con ayuda de Parma, la corriente empezó a arratrarlos hacia los
bancos de arena
de Zelandia. Fue un verdadero milagro que en­
tonces apareciera
un viento que los desvió hacia. aguas más pro,
fundas, y todavía debieron enfrentar una nueva adversidad: mien-
(38) Ibid.
530
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EL SIGLO DE ORO ESPAROL
tras regresaban les sobrevino una furiosa tempestad que dispersó
y hundió
más navíos. De modo tal, que Felipe, al enterarse,
pudo decir con razón:
«Puedo luchar con los hombres, pero
no con los de­
mentos» (39).
¿No pensaría en esto Cervantes cuando escribió el episodio
en el que Don Quijote creyendo acometer gigantes
es acometido
por los molinos movidos por
el viento, cuando dice. «De pronto,
sopló viento
... »?
La actitud de Felipe II ante esta derrota también se aseme­
ja a la de Don Quijote ante la derrota que le inflige el Caballe­
ro de la Blanca Luna. Así como el personaje cervantino recuerda
a su escudero que no existen los azares ·sino la Providencia, la
cual se muestra a veces desfavorable al hombre para enseñarle la
verdadera «prudencia», así también Felipe
II mandó dar gracias
a Dios «puesto que así
El lo había dispuesto» ( 40) y asumió
por entero su responsabilidad ante las Cortes, no pronunciando
jamás una palabra de reproche para Medina Sidonia. ¿No
es esto
una muestra de que vencido sabía al menos salir «vencedor de si
mismo», tal como lo diría Sancho de su señor?
Tras exaltar a
héroes que habían muerto gloriosamente en deíensa de la santa
religión, prohibió que
se usara luto por ellos. Luego se preparó
d mismo para ejercer otra vez el «nunca olvidado oficio de las
armas»: ordenó la construcción de nuevos barcos para evitar
que,
aprovechándose de la victoria, los enemigos los sorpren­
diera inermes. Tal cual
lo sospechara el rey español, la furia in­
glesa no cejó en su empeño y s~ manifestó solapadamente de nue­
vo, a través de la piratería y propaganda embustera.
El objetivo
inglés era ahora Portugal, pues le interesaba in­
tervenir comercialmente en las Indias portuguesas, y convertir
a Portugal en base de operaciones, asentando a Don Antonio en
el poder. En 1589, la escuadra de Drake con Don Antonio a
(39) [bid.
(40) [bid.
531
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INES DE CASSAGNE
bordo, cayó sobre La Coruña con intención de llegar hasta San­
tiago de Compostela para quemar y saquear este santuario, sún­
bolo de catolicismo. Pero el pueblo lo rechazó, incluidos los ni,
ños y las mujeres que pelearon con piedras y agua hirviendo.
Luego desembacaron en Portugal esperando
un buen recibimiento
de Don Antonio, tras
la previa campaña propagandística que ha­
bían montado en su favor, la que incluía unas pretendidas «vi­
siones» de una «monja de Lisboa» que lo señalaba como elegido
de Dios. De
más está decir que esas visiones eran un fraude al
igual que los estigmas que ella misma se hacía. Pero el regente
de Portugal
-cardenal Alberto--y la mayoría del pueblo se
resistieron y los ingleses tuvieron que retirarse, no sin entrete­
nerse saqueando barcos
por el camino de regreso.
Felipe hubo
de convencerse entonces que aquella Isabel que
él había conocido de joven
se había convertido en un monstruo ..
Subyugada por Cecil, hada torturar y matar a todo aquel que se
dijera católico por delito de alta traición, y alentaba fuera de
su
país todas las rebeliones anticatólicas. No sólo apoyó la organi­
zada por
el hijo de Orange contra Felipe II en Holanda, sino
que también intervino directamente en
la destrucción de la Ir­
landa católica. En 1596 despojó
allí a los nobles de sus pose­
siones y
declaró rebeldes a los que se negaron a entregar sus
tierras. Durante siete. años duró
esta «caza de salvajes irlande­
ses», con tropas que
perseguían a los hombres por los bosques,
agotando de este modo a esta tierra antes próspera.
La última
atrocidad que le tocó soportar a Felipe
II fue el ataque y des­
trucción de Cádiz. En 1596 apareció allí Essex, el favorito de
Isabel, con diez mil soldados ingleses más cinco
mil holandeses
al mando de Luis de Nassau. Desembarcaron de improviso des­
de setenta barcos, robaron la rica ciudad mercantil, destrozaron
la catedral y las iglesias, hicieron pedazos las imágenes de la Vir­
gen, sacaron a las monjas de sus conventos,
y, al cabo de dos
semanas de felonías incendiaron la ciudad hasta dejarla reducida
a cenizas. A pesar de encontrarse muy enfermo, Felipe
II revivió
para enfrentarse a estos ogros fantasmagóricos que reaparecían.
Pero la escuadra que organizó y envió
hacia Inglaterra ni si-
5}2
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EL SIGLO DE ORO ESPA!JOL
quiera pudo llegar al Canal de la Mancha, pues una tormenta la
dispersó y naufragó antes de llegar al golfo de Vizcaya. Otra vez
los elementos lo habían derrotado. Murió en 1598 sin haber al­
canzado a los ogros ...
8. Conclusión: no parodia, sino parábola paradoja!.
Cervantes tenía ante sí estos episodios históricos cuando con­
cibió su obra. La realidad que se le presentaba era a la vez amar­
ga y heroica. El siglo más glorioso de España se cerraba con fra­
casos que no dejl!ban de ser gloriosos. España había sido grande
en el siglo XVI por su espíritu profundo de fe, claridad y con­
fianza. Y este espíritu que animara sus conquistas, su arte y li­
teratura, su filosofía y su mística, perduraba aún vivo a pesar de
las repetidas andanadas de la confabulación internacional que se
empeñaba en hacerlo desaparecer de la faz de la tierra. Cervan­
tes recogió esta situación paradójica. e inventó un personaje
pa­
radójico y un tipo de relato paradoja! para ponerla de manifiesto.
Don Quijote
es por eso, a la vez, ridículo y heroico, atolondrado
y sabio, ingenuo y profundo. En una primera instancia causan
gracia su ridiculez, atolondramiento e ingenuidad, pero, a
medi­
da que lo acompañamos en sus aventuras vamos apreciando en
él lo auténtico de su heroicidad, sabiduría y profundidad. No
pierde por esto aquellas otras características que habíamos
ad­
vertido en el primer contacto, pero esto es evidentemente in­
tencional.
Hay quienes no verán en él más que al gracioso; se
trata de aquellos que, ganados por el nuevo espíritu mundano
y superficial, no tienen ni «ojos para ver» ni «oídos para oír».
¿Cómo tendrían ojos y oídos los que desprecian la realidad, sus
valores
y leyes y no atienden más que a sus caprichos, a su vo­
luntad de poder y codicia? Se ha hablado mucho del conflicto
entre
el ideal y la realidad a propósito del Quijote, pero lo que
no suele verse con frecuencia
es que el ideal que persigue este
personaje es
el ideal grabado en la realidad misma. Esto lo ve
un espíritu metafísico
y religioso, pero no puede percibirlo el
533
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IJ:,{ES DE CASSAGNE
espíritu mundanal, chato y frívolo. Cervantes ha hecho loco a
un personaje para manifestar la presencia de este espíritu que
iba ganando
terreno. Lo que él no sabía era que se generali­
zaría
cada vez más, hasta que muchos llegarían a considerar su
obra como una parodia.
¿Parodia, de qué? Admitamos que parodia a los libros de
caballería,
pero es que éstos habían desnaturalizado ya al. ver­
dadero caballero. Por lo tanto, siendo parodia de una parodia,
la obra exalta el auténtico espíritu caballeresco. Aquellos libros
de caballería, plenos de fanfarronadas,
se habían escrito en el
período de decadencia de la caballería.
Don Quijote, que se
había nutrido en ellos hasta trastomársele el cerebro, quiere
mostrar· a través de sus aventuras, que aparecen grotescas,
una nobleza de alma que comunica a los que lo encuentran . en
el. camino. Y, si bien algunos se muestran impermeables -como
los frívolos duques, por ejemplo-, otrOS, la aprecian y reciben.
En general, los más dispuestos son l~ humildes de corazón, y
esto no deja de ser sugestivo. En el momento
en que los gran­
des de la tierra se apartan de los valores profundos, metafísicos,
religiosos,
Cervantes parece confiar en la capacidad del hombre
común para conservarlos
.. Al fin y al cabo su héroe no es más
que un hombre común: · había sido Alonso Quijano y termina
siendo Alonso Quijano el. Bueno. En el tiempo intermedio entre
ambos,
es el oerebro el que está trastornado pero no el corazón.
Este se había ido agrandando durante sus andanzas. El
choque
con la realidad produce en él un efecto purificador, ya que lo va
aligerando del
peso de la escoria de la soberbia, pues va ponien­
do medida a la desmesura. Y esto influirá en su mente, ya que
sólo un corazón
purificado permite ver bien. Por eso . sólo cuan-. ' do vencido se vence a sí mismo, es decir, vence su capricho,
fantasía y orgullo, desaparece
la locura y se muestra cuerdo.
Mientras tanto, lo que en
su. alma había ya . de nobleza había
ido ganando a su escudero. Y el patán se ennoblece.
Subyace
aquí una propuesta: la de despertar al hombre a su intrínseca
dignidad. En tiempos de apariencia se trata de mostrar que no
interesa la «nobleza de ropa» sino 1a nobleza de alma. ¿Acaso
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EL SIGLO DB ORO BSPARQL
no sugiere lo mismo Shakespeare? Frente a tantos monarcas de­
generados como
describe, impresiona la figura de Antonio, el
mercader de Venecia, el mercader noble, capaz de amistad y
lealtad, capaz incluso hasta
de «dar la vida por sus amigos».
Este es el ideal que pro,pone Don Quijote: ideal universal,
pues corresponde a la entraña
del hombre, hecho por Dios a su
imagen y semejanza, rescatado por Cristo, quien para esto se
hizo hombre y dio la vida. Don Juan de Austria murió como él,
a los treinta y tres años, no sin haber pasado su alma también
por el crisol del sufrimiento. Porque dejando atrás
la escoria de
la vanagloria juvenil llegó a ser uno
más entre tantos a los ojos
de los hombres, pero no a los ojos de Dios. Había sido heroico
su comportamiento en Lepanto y Gemblous, pero mucho
más
heroico fue en sus padecimientos póstumos y en su noble servi­
cialidad hacia los enfermos. Así,
libre de toda soberbia, puso de
manifiesto la esencia del caballero que era: esencia que todos
po­
dían compartir.
Tras su muerte
se alzarían los monstruos de la fantasmago­
ría: complots secretos, engaño, propaganda, leyenda negra.
Si
Don Juan hubiera vivido cuando Felipe II decidió responder a
los ataques, hubiera tenido cincuenta años:
precisamente la edad
que tiene el
hidalgo cervantino. En Don Quijote reúne el autor
muchas características que había admirado
en su almirante de
Le¡,anto: ingenio y atolondramiento acompañando a una básica
rectitud de alma, pero también ansia de fama y arrogancia de
las que lo
«apean» sus magníficos fracasos. El alma de Don
Juan revive en la de
Don Quijote, pero en circunstancias que
hubieran hecho fracasar la actividad caballeresca de aquél. ¿Cómo
combatir a quienes desprecian las leyes
de la caballería? Y a no
hay pelea franca sino ardides solapados;
ya no hay coraje, sino
astucia;
ya no hay pa1abra empefiada y lealtad, sino trampas y
traiciones. ¿No ha
de tenerse por loco al que pretenda salir a
combatirlas según las leyes caballerescas? Loco por la edad,
loco por atreverse a adversarios incompatibles con su espíritu y
sus armas, Don Quijote pone de manifiesto la nueva situaci6n
535
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INES DE CASSAGNE
que empezaba a impregnarlo todo y la locura que significa que­
rer enfrentarla con los medios tradicionales.
La obra, en fin, es una para'bola paradoja] que tiende a reve­
lar el revés de la trama de la historia del siglo XVI: los valores
que la animaron, aquellos que defendió España
y que perviven y
merecen perpetuarse aunque el mundo tome por locos a los que
lo intenten.
La única condición que se requiere es la de des­
pojarse de las vanas apariencias y rescatar el alma profunda, la
nobleza, la dignidad y heroicidad de la que es capaz el ser hu­
mano. Con esto, la parábola cervantina puede incluso trascender
la historia
y volverse un ejemplo perenne.
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