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Número 333-334

Serie XXXIV

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Los límites del poder

WS LIMITES DEL PODER
POR
FEDERICO J. CANTERO (*)
Los escándalos de corrupción que recientemente han salpicado
a
la organización -por no decir trama-del poder en los Esta·
dos democráticos entre los que el español, en unión de otros de
nuestro entorno geográfico o cultural como los de Italia, Francia,
Venezuela o
Méxicd, se sitúa a la vanguardia, aconsejarían la aper·
tura de un debate en nuestra sociedad acerca de la eficacia de los
mecanismos de control propios de las modernas Democracias.
Las Constituciones de los llamados Estados de Derecho
articu­
lan minuciosamente las relaciones entre los distintos poderes del
Estado
y, en particular, el control de las Administraciones públi­
cas, titulares del Poder Ejecutivo, por los Parlamentos en cuanto
que detentadores de
la soberanía popular y por los jueces en cuanto
institución encaminada a restablecer
la legalidad en los casos con­
cretos en que resulta vulnerada.
Sobre
la letra, el sistema es, desde los parámetros de la lógica
democrática, coherente y formalmente cuasi
perfecto. Sobre la
realidad, siu embargo, se manifiesta a todas luces precario para
asegurar los límites del Poder por cuanto que los medios de que
éste dispone en nuestra época son de tal magnitud comparados
con los que puede reunir una oposición parlamentaria -a menos
que esta se constituyese como otro Poder-Estado dentro del Es­
tado----o con un Juez, que dificultan enormemente el funciona·
miento del sistema de control. La fuerza que proporciona
el dine­
ro, la información privilegiada, el contacto con las multinacionales,
la informática o la telemática difícilmente pueden ser contrarresta·
dos por los mecanismos constitucionales de control introducidos de
manera generalizada
por los constirucionalistas europeos y ameri-
(*) Reproducimos con mucho gusto el artículo que Federico Cantero ha
publicado en El Correo Gallego, el lunes 13 de marzo de 1995.
Verbo, núm. 333-334 (1995), 339-341 339
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FEDERICO l. CANTERO
canos del siglo XIX} y que, válidos entonces, se muestran hoy to­
talmente insuficientes.
Aun cuando no recogidci en las Constituciones como Poder,
ha sido y está siendo el Periodismo el medio utilizado por
la so­
ciedad para defenderse de los abusos del poder, al ampato de la
Libertad de Expresión gatantizada por aquellas y del buen hacer
de tantos profesionales.
De hecho, de todos los casos conocidos
de corrupción en nuestro país ¿cuántos han sido descubiertos di­
rectamente por
las instituciones del Estado?
La prensa, en su más amplia acepcióri, es, en nuestros días
la mayor garantía frente a los abusos del poder -y entiendo aquí
esta expresión como sinónimo de corrupción o dicho de otra ma­
nera como ejercicio de la potestad en beneficio del que la detenta
y no en beneficio de
la Comunidad-y deviene como tal garantía
sencillamente por el miedo o temor que infunden en las personas
la idea de llegat
a. ser descubiertas y aireadas, lo que me permite
afirmar que el
Poder. o más exactamente las pctsonas que de al­
guna forma lo ostentan se ven limitadas, con frecuencia, por su
propio miedo o temor.
El temor forma patte de la personalidad humana, sólo el loco
podría no temer nada. Siendo esto así creo que convendría apro­
vechatlo, no pata articular una sociedad fundada en
él sino más
bien para empleatlo
al servicio de una sociedad más libre, menos
temerosa del poder que
la domina, en la medida en que se consiga
que no sólo los débiles
-que aquí equivalen a honrados-sino
también los poderosos
-que aquí pueden leerse como corrup­
tos-sientan temor y miedo.
Para lograr esa igualdad en el temor es necesatio poder temer
a ló mismo. Es necesario encontrar un punto de encuentro que
trascienda a todo hombre y en cuyo punto, poderosos y débi­
les sean esencialmente iguales .. En la Civilización que alumbró
el moderno Estado de Derecho este punto de encuentro, sin cuya
existencia, al decir de
Dovstayesky, todo estaría permitido, se
llama Dios y se llama también ética u honradez, solidaridad y com­
promiso, amor y libertad porque todos estos, y muchos más, en
cuanto valores morales son propios de quien por definición los
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reúne todos. Por eso, este punto de encuentro puede servir in­
cluso para los no creyentes, que aun negando a Dios no llegan a
negar el valor de las virtudes que se le atribuyen.
Donoso Cortés en un conocido discurso pronunciado en el
parlamento en
el año 1849 puso de manifiesto mediante un pa­
ralelismo
histórico c6mo, «cuando el termómetro de la represión
interior» -la religión o el temor de Dios-«estaba en su apogeo,
la libertad era absoluta» y c6mo, por el contrario, «cuando ese
termómetro bajaba, el de la represión política» -el poder. repre­
sor propio
· de los Estados-subía, hasta · amenazar · la libertad,
momento en el cual «todos
los despotismos serían pocos». Hoy,
casi ciento cincuenta años después, nadie pondría en duda que
si los corruptos temiesen a Dios o, al merios si hubiesen asimi­
lado algunos principios éticos, las cosas habrían discurrido de
muy distinta manera, pues nadie puede vivir en contra del dictado
de su conciencia, al menos de forma permanente.
Creo que
es bueno para la sociedad restaurar de alguna nueva
manera
la presencia de Dios en ella y educar seriamente a la ju­
ventud ofreciéndole asideros morales firmes que le sirvan
de re­
ferencia a su madurez. Los Reyes y Gobernantes de otros siglds
no tuvieron ciertamente los mecanismos

formales de
limitación
del poder que hoy existen, pero en su gran mayoría temían a
Dios y ese temor
fue una garanúa para fas comunidades en que
reinaron
o gobernaron. Los mecanismos constitucionales de limi­
tación del Poder son buenos, pero resultarán, muchas veces inúti­
les en una sociedad del 'pelotazo' o del 'todo vale' donde la moral
o Dios hayan dejado de existir.
A ese temor que puede
hacernos a todos más iguales creo que
es al que ·se refiere Juan Pablo II en su reciente libro al respon­
der paradójicamente que: «para liberar al hombre contemporáneo
del miedo de sí mismo, del mundo, de
los otros hombres, de los
poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para liberarlo de
todo síntoma de miedo servil ante esa 'fuerza predominante' que
el creyente llama Dios, es necesario desearle que lleve y cultive en
su propio
corazón el verdadero temor de Dios, que es el principio
de la sabiduría ... temor creador, nunca destructivo».
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