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Número 343-344

Serie XXXV

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La disolución actual de la comunidad política. Reflexiones sobre la experiencia española

LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNIDAD
POLITICA
REFLEXIONES SOBRE LA EXPERIENCIA ESPAAOLA
POR
ANDRÉS GAMBRA (*)
Corrupción y crisis en la España actual
Espafia atraviesa un momento político sombrío, de cuya en­
vergadura tiene idea cualquier lector asiduo de las crónicas inter­
nacionales. Una situación crítica que, al
prolongarse sin término
aparente, ha provocado un
ambi\,nte de desaliento generalizado
que los comentaristas contraponen al optimismo
. que -se dice-­
alentó en la sociedad española cuando, tras la muerte del general
Franco, se cerró con éxito, es decir, sin seria·s conmociones de
orden civil, la transición hacia el actual régimen democrático,
proceso del que la promulgación de la constitución de 1978 fue
el acontecimiento emblemático.
Leía yo a ese respecto, recientemente, un
artículo de un co­
nocido político centrista (Luis González Seara) (1), redactado en
términos de cróuica negra, en el que se
aludía al «mal ejemplo
y

a la impostura de los gobernantes», a la «corrupción de
los
partidos», a la «emergencia de nacionalismos radical.es volcados
(*) Publicamos con mucho gusto .la ponencia presentada por nUCstro
colaborador, el profesor AtidréS Gambra, al XXXIV «Convégno lnterna­
zionale» del Institut International d'Etudes ·Européennes Antonio Ros~
mini, celebrada en Bolzano en octubre de 1995, sobre el tetria «Europa
e·bene commune·oltte moderno e.postmodemo». Cfr.; en Verbo, núm. 337-
338 (1995) la crónica de Miguel Ayuso.
(1) «El ciudadano jurista»,
ABC de ll-IX-95.
Verbo, núm. 343-344 (1996), 239-256 239
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ANDRES GAMBRA
sobre sí núsmos», la «crisis de solidaridad», «acumulación de
abusos de poder», «enriquecimientos delictivos»,
los «problemas
internos derivados de las políticas de bienestar», la «dificultad
de gestionar los gigantescos déficits acumulados
y de adoptar de­
cisiones políticas'impopulares que ataquen los problemas de fon­
do». La argumentación de González Seara situaba el problema
español en el contexto de una crisis política general
en Europa,
pero
insistía eri que el caso español, más que el resto, «ha su­
perado ampliamente la tolerancia que permite la sociedad demo­
crática». Entre otras circunstancias, según él, porque los políticos
se han atrincherado en la verborrea y la huida hacia adelante ante
la «indignación o la apatía de los ciudadanos», inclinados decidi­
damente a
«refugiarse en el culto de la esfera privada y la indi­
ferencia hacia la cosa pública».
Ese escrito trajo a mi memoria otro publicado también
re­
cientemente por Otto de Habsburgo (2), personalidad de talante
político sensiblemente distinto, alusivo, con motivo de recientes
proyectos de implantación de la eutanasia, al deterioro que
se
está produciendo en la conciencia jutidica occidental, basada hasta
tiempos aún no lejanos
-afirmaba don Otto--en principios he­
redados de la civilización cristiana, según los cuales el Derecho
a la vida pertenecía a Dios (
«Él ha creado y sólo a Él correspon­
día ponerle fin.
La vida era sagrada y debía ser protegida por la
comunidad»). Observaciones críticas aplicables a España, de toda
evidencia en la intención de su autor, con
más razón ta1 vez
-añadimos de nuestra parte--que a cualquier otro país europeo.
España, en efecto, ha pasado, en un período de poco más de
quince años, de tener una legislación fundamental de carácter
confesional y de inspiración expresamente católica a otra de
ín­
dole ultraliberal, tan permisiva o más que cualquiera otra europea
en cuestiones tales como
el divorcio, el aborto, la disolución de
la autoridad paterna y la desarticulación de la institución familiar,
el
reconocinúento de amplios derechos a las llamadas estructuras
seudofamiliares de parejas del mismo sexo, etc.
Me he valido de
esas referencias periodisticas para introducir
(2) «Derecho a la vida», ABC, 14-VI-95.
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el tema de la crisis española y me van a servir también para aden­
tranne en el núcleo argumental de mi exposición. Porque se da
la circunstancia de que dos autores de talante ideológico tan dis­
par, además de proporcionarnos un retablo de la situación presen­
te igualmente tenebrista, utilizan un mismo punto de referencia
a
la hora de identificar el fons et origo de los desvaríos que de­
nuncian. González Seara insiste en «la traición a los ideales de­
mocráticos» y Otto de Habsburgo, sobre aludir al ocaso de los
principios de la civilización cristiana, se remite al «entierro de
nuestro ordenamiento jurídico
liberal». Liberalismo. y demacrada:
he ahí el horizonte imprescindible en el
standard de denuncia­
lamento sobre
el declinar nacional, género que se prodiga actual­
mente en
los mass media españoles.
El hecho de que nadie en España
se .muestre dispuesto a
superar
-o al menos a intentarlo aunque sólo . fuere por vía de
mera
sugerencia-, el estereotipo liberal y democráticd en la con­
sideración del ocaso de las virtudes públicas imprescindibles, re­
sulta particulatmente choca.nte si tenemos en cuenta que la situa­
ción sobre cuya gravedad todos concuerdan ha sucedido
en un
lapso de tiempo muy corto
al advenimiento triunfal, ya citadd,
de
un régimen liberal-parlamentario y democrárico homologable
con el del resto de Europa.
Se repitió entonces, con mil matices
distintos y
machaconería goebbelsiana, el vaticinio de que el nuevo
régimen señalaría el final de los achaques patrios
tradicionales. Y
sin que quepa objetar que tan temprano crepúsculo
se deba a
especiales dificultades de orden social o económico, que en lo
fundamental no
se han producido, siendo por el contrario evi­
dente que el caos moral y politico actuales son los que repercuten
con intensidad negativa, y no a la inversa, sobre los índices
eco­
nómicos y las espectativas de futuro.
Génesis de la nueva España (1978-1995) y fundamentos
dei proceso crítico
Fijémdnos, pues, con un poco más de detalle en la situación
española y hagámoslo atendiendo no a los síntomas o evidencias
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ANDRES GAMBRA
de la crisis presente, ampliamente divulgados, sino en los .factores
de orden
estructural, entendiendo por tal los que se vinculan
directamente al
procesd institucional y al quehacer político de
media duraci6n que han jalonado desde 1975 la instauraci6n y
despliegue del régimen hoy en crisis.
En nuestra intenci6n, y
según una conocida expresi6n española,
se trataría de denunciar
«los polvos que han traído estos Iodos», para desde
ahí emitir
algunas apreciaciones, redactadas a título de mera hip6tesis de
trabajo, sobre la dimensión profunda, no meramente coyuntural
o anecd6tica, de los porqués de la
patologia española.
· Y en primer término fijémonos en el texto constitucional de
1978. Fue aplaudido como la f6rmula salvífica,
el gran instru­
mento regenerador, fuera del cual, afirm6 uno de sus artífices,
«s6lo existe barbarie».
Citaremos sólo tres de sus componentes más perniciosas.
En primer término se trata de un texto que ha omitido sis­
temáticamente cualquier alusi6n a Dios, dando así la espalda a
la tradici6n católica española para conectar con las constituciones
de· 1869 y 1931, ambas de cortísima vigencia y triste memoria,
puesto que inauguraron los dos períodos
más convulsos y estériles
de nuestra historia contemporánea. Explícitamente
la omnipoten­
cia queda desgajada en
la Constituci6n del plano trascendental y
sobrenatural para ser transferida
al parlamento y a los 6rganos del
Esta\lo que se apoyan en la elecci6n de una mayoría que adquiere
así un carácter divinal ;

y
se vislumbra, agresiva, la voluntad de
reducir la vida religiosa al interior de las conciencias, abandonan­
do toda pretensi6n comunitario-hist6rica de que
la fe informe
jurídica o políticamente
la vida de los pueblos. La prepotencia
partitocrática y
el desmantelaniie11to moral a que luego aludire­
mos hallan
ahí su justificaci6n.
Debe recordarse en segundo lugar que fue un texto consen­
suado entre un cúmulo
de partidos de naturaleza heterogénea y
sin experiencia, escorados a
la izquierda en un momento de efer­
vescencia política y animados por el designio de liquidar, sin
matices· ni
contemplaciones; los valores del régimen precedente.
se· redact6
atendiendo a esa clase de intereses y a la, satisfacci6n
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LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNIDAD POLJTICA
de los dirigentes de partido y de sus clientelas: el resultado fue
una constitución de
la que se halla ausente intencionadamente
cualquier mira elevada de la Patria, del Bien Común, del signifi­
cado sagrado de la comunidad política.
Señalaremos en tercer lugar que la configuración por
la Cons­
titución del Estado de las autonomías, pieu clave del texto y su
aspecto más novedoso, se hizo para complacer a nacionalismos
periféricos que si, hasta cierto punto,
aludían en sus reivindica­
ciones a derechos otrora conculcados por
el liberalismo decimo­
nónico, lo
hacían desde perspectivas radicales, cuando no decidi­
damente separatistas, inconciliables
a largo plazo con la supervi­
vencia de
la unidad nacional. El sistema, además, se hizo exten­
sivo a todo el territorio nacional, de un modo rigurosamente
ar­
tificial, por un prurito igualitario que en nada se compadecía
con las reivindicaciones históricas que hubieran podido ser legí­
timas en el
caso de determinadas regiones (3 ). Y de ese modo se
abrió la caja de pandora de antagonismos internos que pueden
acabar en
un callejón sin salida: hoy se sabe bien en Europa a
donde conducen las confrontaciones civiles de signo nacionalista.
Fijémonos a continuación en los instrumentos de que
se han
valido
los artifices del nuevo régimen para instaurar el orden
liberal y democrático previsto en la Constitución y en la inten­
ción de
sus autores. Son indicativos del estilo bien caracterizado
y su huella resulta patente en la
fisonomía de la nueva España.
l.º) El recurso sistemático a la ley, palanca todopoderosa de
transformación de las estructuras sociales
más firmes
y permanentes. Identificadas entre sí ley y voluntad po­
pular, y reducidas a ellos el Derecho, la ley ha sido
blandida con inédita eficacia como medio de manipula­
ción de una sociedad que
se ha acosrumbrado a la per­
manente mudanza de
sus estructuras.
(3) Sobre la capacidad desintegradora del autonomismo, dr. A. n'ORs,
«Tres aporías capitales», Rat6n Española, núm. 2 (1984), pág. 213. Tam·
bién, sobre autoll'Omias y postmodernidad, cfr. M. Awso, «Romanticismo
y democracia-desde la crisis política contemporánea», Verbo, núm. 329-330
(1994), págs. 1048-1049.
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ANDRES GAMB.R:A
2.º) El control o la disolución de cuantas entidades de natu­
raleza colectiva, sociales o profesionales, públicas o pri­
vadas, suponían la existencia de corrientes ·de opinión,
influencias o parcelas de poder dotadas de independen­
cia,
nd estrictamente sujetas al imperio de los titulares
inmediatos de
la voluntad popular. Su número era im­
portante en España y, sobre encarnar formas de inte­
gración
de carácter orgánico, suporuan un modo alter­
nativo de participación social
y un vehículo complemen­
tario
de expresión de intereses colectivos. Maniobra que
ha sido también aplicada dentro de la máquina misma
del Estado a sus grandes instituciones (por ejemplo el
ejército o la judicatura), cuya autonomía dentro
de la
esfera de responsabilidad de cada una de ellas, ha sido
conculcada en aras de su control, con ribetes totalitarios,
por los órganos puramente políticos ( 4
). La imputación
de «déficit de representación»,
de «corporativismo», o
el repudio de los denominados «poderes fácticos», han
sido las fórmulas esgrimidas por los gobiernos y
el par­
lamento para mediatizar o desvertebrar cualquier insti­
tución que, dotada de peso
especifico propio, escapase
de· un modo u otro a su control.
3.") La promoción de una nueva mentalidad entre los espa­
ñoles a través de la difusión metódica de mensajes que
oscilan entre dos polos complementarios:
a. La apología complaciente del sistema en orden a
crear actitudes de acatamiento servil y acrítico de
sus principios y un reflejd social de hostilidad hacia
cualquier insinuación en su contra.
b. Un hipercriticismo, de signo progresista e iconoclas­
ta, favorable al individualismo y
al relativismo glo-
(4) Cfr. A. MARCHANTE G1L, «La praxis democrática en las grandes
instituciones del Estado», Verbo, núm. 291-292 (1991), págs. 140-145.
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LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNIDAD POLITICA
bales, orientado específicamente contra los valores y
actitudes reacias al cambio social, las de significado
trascendente sobre todo o
. las relacionadas con el
respeto
y aprecio de nuestra historia.
De esa actividad propagandística, sin tregua desde la transi·
ción, se han ocupado medios
de comunicación poderosos, contro­
lados por el gobierno o por lobbies afectos a partidos
y grupos
directamente comprometidos en el proceso de cambio. La manio­
bra
se ha operado a base de la utilización de un lenguaje cuida­
dosamente calculado: manipulación de la palabra que evoca de
un modo inmediato
-según señala el profesor Zuleta-«el viejo
problema de la relación que guardan desde siempre entre
sí el
abuso de lenguaje y el abuso de poder» (5).
Desde
· su advenimiento al poder, en el que se perpetúa desde
hace casi catorce años,
el Partido Socialista ha ahondado en las
direcciones apuntadas a través de una política tesonera que, bien
miradas las cosas, ha sido más coherente con· 1as pautas del siste·
roa de lo que a veces quieren creer sus detractores.
En ese sentido ha destacado.el acoso sistemático a los princi­
pios
específicamente religiosos de la sociedad, el desarrollo en
esa dirección de una política secularizadora sin precedentes,.
or­
questada hacia el logro de un orden social materialista .. Una po­
l!tica que se ha convertido en su principal baza izquierdista­
progresista desde el momento en que, en la estela de los restantes
partidos socialdemócratas europeos, la política económica
y social
del PSOE
se ha abierto ampliamente hacia el liberalismo y el
capitalismo.
No hay sector de la vida española que no se haya resentido
de la voluntad desacralizadora y anticristiana del gobierno. Pocos
deben ser
los subsectores de los principales ministerios que no se
hayan ocupado del tema e incluso
el de Asuntos sociales ha hecho
de
él su objetivo prioritatio.
(5) E. ZuLETA PucEIRO, «El principio de subsidiariedad en relación
con el
principio de totalidad. La pauta del bien común», Verbo,· núm. 199·
200 (1981), pág. 1171.
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A.NDRES GA.MBRA
Aspectos de ese programa son .la difusi6n subvencionada de
una concepción hedonista de la vida, de una cosmovisi6n secula­
rizada e impía, el menosprecio met6dico de todos los valores
y
principios de índole o raíz espiritual o trascendente, el ataque a
la instituci6n familiar acosada en todos los 6rdenes, empezando
por el econ6mico (no
existe política fiscal en Europa que sea
más lesiva para los intereses de la comunidad familiar que la
española, circunstancia que
ha redundado poderosamente· en la
crisis de nupcialidad
y de natalidad en la que se ha hundido
España en un tiempo record).
La vida de
la Iglesia ha sido intensamente mediatizada por
la vía del manejo sectario, ,chantajista, de los presupuestos
del
Estado, que han
forzado al episcopado a adoptar en momentos
cruciales
y cuestiones clave posturas d6ciles o «discretas». Bien
es verdad, a ese respecto, que en el debilitamiento colectivo del
catolicismo español ha jugado un papel importante, desde antes
de la extinción del anterior régimen,
la progresistización espec­
tacular de un amplio sector del clero que, habiendo propiciado
con entusiasmo inesperado
la instauración del nuevo régimen, no
ha podido después adoptar una posici6n razonable en el escenario
político
y social español.
A través de
esos recursos y otros complementarios se ha ope­
rado en España, a un ritmo vertiginoso,
el advenimiento de «l'hé­
gémonie libérale» que el profesor Molnar
ha caracterizado en un
libro reciente ( 6
): el triunfo de la que él denomina «sociedad
civil» ( en la acepción postrevolucionaria del término), que
se ha
impuesto con tácticas de «toma de poder» que han incluido el
debilitamiento sistemático de las instituciones del Estado clásico
c....el Estado entendido como la instituci6n política encargada de
promover
el Bien comón de una sociedad de personas morales y
éticamente perfectibles-y la reducción de la Iglesia y del credo
(6) T. MoLNAR, L'Hégémonie libérate, Lausanne, 1992. Sobre el con~
cepto de sociedad civil en contexto pos.moderno, cfr. también M. AYUSO,
«L'Etat et la société "civile: pouvoir et Iibertés», en el ·volumen colectivo
La verité vous rendra' libres, Actes du colloque de l'ACCE A Prágue (sep­
tembre 1993), París, 1994, págs. 301 y sigs.
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religioso al círculo estanco de lo privado. Un proceso cµya pers­
pectiva ideológica
y moral ha sintetizado Molnar en expresión
brillante: «le liberalisme justifie le appétits
humains liés aux
intérfas materiels contre la discipline des vertus, fondement social
de
l'Eglise et de l'Etat».
La nueva soci<;dad .civil española se ha convertido rápidamen­
te en
un ámbito inorgáoico, sumiso al imperio de la utopía racio­
nalista
y a su configuración desde cero a partir de un contrato
social voluntarista y salvífico, dócil al imperio de los mecanismos
y reglas del mercado, que son el criterio
último reconocido por
los promotores del modelo social liberal, es decir, por los amos
del sistema: las élites empresariales
y plutocráticas, la intelligent­
zia vanidosa, dueña de los resortes de la nueva cultura, y la clase
política surgida de
la trastienda de lo que Cobban denominó
aludiendo a la revolución francesa, en expresión aplicable a
mu­
chos de los artífices de la transición española, los «zánganos del
Antiguo
Régimen». Cualquier proyecto o voluntad doctrinal u
organizativa externa al propio sistema, aparece condenada a priori
a la marginación o al fracaso, con un rigor excluyente impensable
en épocas anteriores de nuestra historia, .incluidas cuantas oficial­
mente tuvieron una apariencia
de radicalismo mayor que el actual.
Naturalmente la gestión del «consenso» .necesario para
go­
bernar la nueva sociedad atomizada no ha sido relegada a su suer­
te sino controlada por medios diversos: entre otros, además de
la propaganda, la multiplicación de grupos de presión
S]Jbven­
cionados, incluidos los sindicatos (retribuidos por el Estado y
con escasa militancia en España), que sondean, orientan y contro­
lan los estados de opinión que sirven de
punto de referencia al
quehacer de gobierno.
Se trata de organismos estables o cambian­
tes, erigidos en expresión visible de
la sociedad invertebrada. La
beligerancia concedida a ese cúmulo de organismos seudoinde­
pendientes
y la ideologización social han promovido en España
un ambiente de debate permanente (que es lo opuesto
al verda­
dero
dMlogo y a la participación armónica, aunque pueda dar
una imagen de falsa autenticidad) y han favorecido el protago­
nismo en la escena pública de elementos sociales. sin otro mérito
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que el de sintonizar con el sistema y prestarle aquiescencia sin
fisuras.
Si se tiene en cuenta lo dicho -el debilitamiento del Esta­
do ( 7
), la instrumentalizaci6n abusiva de sus recursos en bene­
ficio del gobierno
y de los partidos, el desmantelamiento moral
de
la sociedad-, y se añade a ello la vaciedad de la vida parla­
mentaria, ostensible desde
la implantaci6n del sistema (8), podrá
calibrarse el alcance que la prepotencia partitocrática ha logrado
en España: el monopolio del poder político ejercido por los
grandes partidos sin que exista por encima de ellos árbitro nin­
guno y sólo entidades o grupos asociados a sus intereses, no por
numerosos menos dóciles.
Poder enorme pero inorgánico que, ejercido sin verdadero
arraigo social y carente de legitimidad, ha degenerado fácilmente
en hábitos de corrupción que han llegado a hacerse flagrantes.
Y ello sin que quepa reconocer en
la denuncia espectacular de
esas corrupciones ( al contrario de lo que pudo creerse al inicio
del proceso)
nn indicio de la tan mentada capacidad de autocon­
trol del sistema. Porque, tal
y como hoy se presenta, no parece la
situación indicio de vitalidad sino desbordamiento de putrefac­
ción. Así, el escándalo del GAL, que ha parecido ser el único
capaz de afectar
a la hegemonía socialista, se vincula precisamente
al único intento efectuado
por un gobierno de la España demo­
crática de superar la incapacidad congénita del sistema para de­
fenderse de la agresión de un enemigo cohesionado y verdadera­
mente operativo. En el
caso de los restantes abusos, el poder
judicial
se ha mostrado sútniso o poco operativo. El dato es sin­
tomático: González, cuando España se hallaba gravemente ame­
nazada por la acción terrorista de ET A y él disponía de una sólida
(7) Sobre el desmantelamiento del Estado y sus riesgos en el contexto
postmoderno, dr. M. Aroso, «L'Etat et la société civile: pouvoir et liw
bertéS», en el volumen colectivo La verité vous rendra libres, París, 1994,
págs. 302-304.
(8) Cfr. J. M. SERRANO Rmz-CALDERÓN, «Parlamentarismo y realidad
extraparlamentaria», Verbo, m1m. 291-292 (1991), págs. 195 y sigs.
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LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNIDAD POLITICA
mayoría parlamentaria, prefiri6 recurrir al terrorismo de Estado
por la vía de la guerra sucia que a los
mecanismos legales dispo­
nibles para ampliar la capacidad represiva del Estado; y ello
porque
el empleo de éstos suponía potenciar la acci6n del Estado
en contra de las
exigencias del statu qua liberal. Debiendo ad­
vertirse, además, que ese escándalo ha estallado sólo en virtud
de un conflicto de ambiciones en el seno del propio PSOE, cuan­
do un juez vinculado al partido, despechado en sus ambiciones
políticas que González había manipulado, decidi6 desquitarse «ti­
rando de la manta». En síntesis: nos hallamos ante un ajuste de
cuentas en
el seno de la élite dominante, capaz de comprometer
la seguridad del Estado y ante
el cual ni las instancias judiciales
ni
el Parlamento han sabido o podido reaccioná:r de un modo
operativo. Se está viendo en España cuáles son
los límites a que
puede llegar un Estado dominado por
partidos prepotentes y re­
gido por mecanismos de orden constitucional y penal que lo
condenan a la inoperancia.
Crisis del sistema que en el caso español se ofrece más
inquie­
tante que en cualquier otro Estado occidental porque la unidad
de
la. Patria y del Estado se halla aquí más comprometida, y de
forma
más radical y violenta. De ser coyuntural o «de crecimien­
to», como algunos pretenden, fácilmente puede convértitse en
definitiva. Retomamos por última vez las derivaciones del texto
constitucional de 1978: la
ya citada articulación del territorio
estatal en autonomías dotadas
de amplias competencias e instan­
cias de autogobiemo que remedan a las del Estado.
Es cierto que la historia de España, desde el punto de vista
de su configuración político-territorial, ha sido muy singular.
Ocupada en el siglo
VIII por los musulmanes y dividida su zona
norte en pequeños principados cristianos, fue recuperando su
unidad a lo largo de un proceso sin
par de reconquista que se
prolong6 durante ocho siglos, hasta culminar en tiempos de los
Reyes
Católicos, cuando, en torno a 1492, a la vez que era liqui­
dado
.el último bastión islámico (Granada), se reunían en la per­
sona de Isabel y Femando
los reinos o Coronas de Castilla, Ara-
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ANDRES GAMBRA
gón y Navarra (9). Cada una de esas entidades, fragmentos de la
primitiva España, conservó su Derecho privativo
-los llamados
fueros de Aragón y Navarra-e importantes instituciones de
carácter público (por ej., Navarra y los tres reinos que compo­
nían la Corona de Aragón -Aragón, el Principado de Cataluña
y Valencia-mantuvieron parlamentos o Cortes propios, distin­
tos del de Castilla). Pluralidad jurídica característica
de la Es­
paña moderna que no impidió el desarrollo, al calor de empresas
comunes, de una conciencia creciente de la unidad nacional,
de
un importante proceso de ósmosis cultural e institucional, y la
memoria siempre viva de
un pasado común (10).
Aquella estructura plural,
y en particular las instituciones de
los territorios periféricos, fueron acosados en los siglos
XVIII y
xrx por la política centralizadora de los gobiernos ilustrados y li­
berales, y padecieron recortes tan severos en algunos casos como
históricamente injustificables.
Desde esa perspectiva pudo esperarse que
el Estado de las
autonomías, partiendo
de la restitución de derechos concretos
lesionados, abocase en la restauración de una pluralidad coheren­
te con
las raíces y la unidad nacionales de España. Esperanza
.fallida, sin emba.,:go, por razones que son fáciles de imaginar:
el nuevo edificio se alzó de intento sobre los principios de la
democracia individualista e inorgánica, extraña a la estructura
tradicional de España,
y sobre las· hoscas reivindicaciones de los
partidos nacionalistas que habían surgido como en otras partes
de Europa en las postrimerías del siglo
XIX, con un ideario hecho
de intenciones fundamentalmente disgregadoras.
Es cierto que las autonomías han favorecido
el desarrollo o la
mejora, a veces notoria, de determinadas comarcas, pero en lo
esencial elld se ha conseguido a base de una descontrolada ex­
pansión del gasto público y un déficit enorme, factores que en la
(9) He caracterizado el proceso con mayor amplitud ep. «L'Islam, l'Es­
pagne
et sa "reconquistan», en el volumen colectivo L'ítglise face a l'Islam,
IV Congres du Centre Montauriol, Lourdes, 1992, págs. 46 y sigs.
(10) Cfr. J. MARíAs, España inteligible. Raz6n hist6rica de las Bspañas,
Madrid, 1985, págs. 121-156.
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LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNIDAD POLITICA
actualidad estrangulan el futuro de la economía española. Y sin
que tampoco
se haya encauzado, por la vía descentralizadora, la
flexibilización de las administraciones públicas, integradas hoy en
proporción desmesurada por empleo redundante debido a
razones
de orden político, técnico o sindical.
Eso sí:
la cohesión interna de España ha sufrido una mengua
espectacular debido a que los nacionallsmos
han creído llegada
su hora y han considerado la nueva estructura como un campo
de batalla arrebatado al enemigo y susceprible de indefinidas
am­
pliaciones. Hoy, tras diecisiete años de autonomismo, los 'naciona­
listas vascos en el poder reclaman más que nunca su autodeter­
minación; los nacionallstas catalanes, también en
el poder, chan­
tajean al gobierno de Gouzález y obtienen transferencias sin
límite
aparente ; y en otras autonomías, los gobiernos locales se han
lanzado a una alocada competición de autoafirmación cultural y
nacionallsta, de la que las llamadas «inmersiones lingüísticas»
constituyen
el aspecto más grotesco, reproducción en España de
la historia de Babel. Todo ello a la vez que la idea de España,
una de las naciones
más antiguas de Europa y la que primero ad­
quirió la forma de un Estado unitario, nación y cuna de tradi­
ciones venerables, protagonista de una historia llamativa y, en
muchos de sus episodios, ejemplar, parece desvanecerse, sin
sus­
citar simpatías, olvidada, víctima de la dialéctica estrepitosa de
los seudonacionalismos en
liza, anejo su nombre sólo al aparato
burocrático estatal
y nunca citada junto a lo entrañable.
Reflexiones desde la inquietud
A la luz de lo dicho, y sin sallmos. del espacio restringido de
una
hipótesis de trabajo sobre los modos posibles de enfocar . el
proceso de disolución de
la comunidad política en España, cree­
mos que su
caso. postula la necesidad de un plauteamiento revi­
sionista que afecte al · núcleo teorético del sistema y no se can­
tone en propuestas puntuales de reforma, institucional o etéreas
solicitudes de reactivación de la moralidad pública.
Se trata, a
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ANDRES GAMBR'A
nuestro entender; de una situación que .refleja algo más que un
deterioro coyuntural y requiere, para su justa ponderación, la
reconsideración de su proceso genético, es decir,-la sumisión de
esa sociedad a un programa de manipulación acelerada orientado
al logro de su adecuación a un modelo de carácter teórico, en su
caso, el modelo liberal-democrático
..
Propuestas como las que voy a formular pueden rondar los
ámbitos de
la heterodoxia en la medida en que sigue operativo
el dogma de
la superioridad intangible del sistema heredado de
la revolución francesa. Cabe esperar, sin embargo, que, con el
advenimiento de la posmodernidad (
11 ), el mito haya comenzado
a cuartearse_
En efecto, hasta tiempos aún no lejanos, sobrevi­
vían en España de forma evidente, usos y reflejos colectivos
heredados de
la tradición moral y social de la antigua Cristian­
dad que atenuaban los procesos de desintegración comunitaria.
Pero en la actualidad, a partir sobre todo de 1968, se esfuman
en Europa, evidenciándose ya
sin paliativos la capacidad de diso­
lución que el sistema encerraba en
su seno. Situación de pérdida
de identidad
y de principios que se aprecia de forma particular­
mente nítida en amplios sectores de
la población juvenil, debido
tal vez a su natural espontaneidad. El recurso
al tópico de las
virtudes o
valores democráticos perdidos, que citábamos al prin­
cipio, implica en
el momento actual la negativa no justificable a
ignorar el filum rector del proceso que ha desembocado en la
crisis actual.
Creemos, en primer término, que se impone reconsiderar el
tema de la dignidad del hombre y de su responsabilidad personal
frente
al vacío enunciado de derechos heredado de la revolución
liberal, sin otra dimensión que
un individualismo soberbio y
estanco. Y, desde ahi, aproximarse al hecho social en su conjunto
desde una perspectiva distinta,
nd cantonada en el ámbito de un
utilitarismo sin horizonte.
(11) Sobre el concepto de postmodernidad desde la .perspectiva espa­
ñola, cfr. el estudio ~lectivo De la modernidad romántica a la posmoder­
nidad
anticrlstiána, Madrid, 1994 (Ed. Spei:io ). Se trata. del número mono­
gráfico de Verbo, núm. 329-330 (1994).
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LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNIDAD POLITICA
En el contexto actual puede afirmarse que la noción de Bien
público, entendido como mera difusión de bienestar
social, ha
suplantado a
la de Bien común, destinada a eclipsarse. En el
Estado de bienestar la noción de Bien Común se ha reducido a
la satisfacción de las apetencias de la mayoría,
es decir, al Bien
público democrático.
Con él se identifica la nueva razón de Es­
tado, clave en el ejercicio del poder y, en consecuencia, el político
ha sido sustituido por
el demagogo y el tecnócrata. Resulta lla­
mativa en esa
dirección la afirmación reciente por José María
Azoar, líder de la oposición conservadora en España, de que la
ampliación de los supuestos del aborto ( que los socialistas pre·
ten den llevar hasta la permisividad cuasi ilimitada) no se justifica
«porque
es una cuestión que está al margen de las necesidades
de los españoles»
y sólo por eso.
Si entendemos que la sociedad no puede cantonarse en el
ámbitd de la sola satisfacción de apetitos individuales o colecti­
vos es porque en su naturaleza reposan razones más profundas
y comprometidas.
Se impone recordar, siguiendo a Santo Tomás de Aquino,
que
la dignidad del hombre radica en su ser personal y que su
gran tarea consiste en actualizar las posibilidades de su persona·
lidad ( 12). Y también que
la naturaleza de la persona humana
es participativa y no se identifica con la pura individualidad del
sujeto:
el hombre necesita de la sociedad no sólo porque precisa
de los demás para subsistir
y encan2ar su perfección personal,
sino porque su naturaleza le mueve a difundir la perfección que
posee. Vocación expansiva en vittud
de la cual, los hombres,
además de recibir de la sociedad lo que por sí solos no podrían
procurarse, «se dan a sí mismos en
el amor, y dan de la abun­
dancia del
corazón» ( 1.3 ). Como observa Widow, «es a través de
{12) Cfr. E. FoRMENT, La persona, conferencia pronunciada en el Cen­
tro Universitario «Francisco de Vitoria» (Madrid), en prensa.
(13) A. LOBATO, «Antropología y metantropologla. Los caminos actua­
les de acceso al hombre», en A. LOBATO (Ed.), Antropologia e Cristologia
ieri e oggi, «Atti del Convegno di Studio della SITA», Roma, 1987,
pilg. 50.
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ANDRES GAMBRA
ese intercambio de recibir y dar que puede la persona humana,
mezcla de indigencia y de abundancia, desarrollar sus posibili­
dades y alcanzar su
madurez», debiendo afirmarse desde esa pers­
pectiva que
«la sociedad prima sobre la persona, subordinándose
ésta de modo natural a aquélla por estar
ahí su perfección» ( 14 ).
Sólo desde esas perspectivas, cuya consideración se remonta
a
la antigüedad grecorromana y su correcta afirmación se pro­
dujo en el seno de la filosofía cristiana, adquiere sentido el con­
cepto clásico de Bien común entendido -siguiendo la fórmula
de
la Gaudium et spes-como el «conjunto de aquellas condi­
ciones de vida social con
las cuales los hombres, las familias y
las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad
su propia perfección». Y sólo desde
ella puede sostenerse -fren­
te al reduccionismo liberal, empeñado en no reconocer otro fin
en la sociedad política que la protección y sastifacción de los
in­
tereses individuales-una concepción del orden político fundada
en la dignidad del Bien Común y en su
primocía. Si, como viene
haciéndose,
se veda la posibilidad de un nexo entre la sociedad
-y la noción de Bien Común que debe orientar al quehacer de
su
gobiern<>-y la dimensión trascendente del hombre, nunca se
logrará superar el bloqueo moral a que parecen abocadas las
so­
ciedades occidentales. Un enfoque que, a fin de cuentas, nos
decanta a favor de la pretensión comunitario-histórica de que la
fe debe informar jurídica o políticamente la vida de los pueblos.
Es posible que sea vano reivindicar en una sociedad como la
española de hoy la existencia de una nostalgia colectiva y cons­
ciente de nuestra preterida cultura católica, pero, desde luego,
no puede dudarse que
la labor anticristiana de la política oficial
ha desempeñado un papel decisivo en el actual eclipse de valores
comunitarios. Es mucho
lo que está en juego, porque del acoso
a la tradición religiosa colectiva se ha derivado, de forma que hoy
resulta evidente, el debilitamiento de
los principios morales que
servían ele soporte a la comunidad, sin que haya cuajado un re­
cambio operativo. Objetivo alcanzado -podemos pensar-por-
(14) ·J. A. W1now, El hombre, animal politico, Santiago de Chile,
1984, págs. 2-3.
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LA DISOLUCION ACTUAL DE LA COMUNID!AD. POLITICA
que intencionadamente perseguido, se trataba precisamente -en
la línea de los vaticinios de T ocqueville--de propiciar la ato­
mizaci6n moral de la sociedad para lograr la d6cil sumisi6n dd
ciudadano a los dictados de ese conglomerado de intereses que
hemos denominado «sociedad civil».
Aludiremos, por fin, frente a
la idea dd «modelo de socie­
dad»· artificial, que tantas veces se cita en la· España como justi­
ficaci6n voluntarista de
la arquitectura política dd Estack> de 'las
autonomías,
al hecho de que las sociedades naturales no se cqns­
truyen
sino que nacen del concurso de las condiciones :requeridas
para su generaci6n. Se ha dicho en ese sentido. que · la programa­
ción de sociedades es una enfermedad moderna que apunta
hacia
d
totalitarismo. Se impone recordar, de modo especial en nuestro
caso, que
la sociabilidad humana conlleva el despliegue espontá­
neo
de cuerpos intermedios móltiples, el desarrollo --'"-ell .frase
del profesor Zuleta-de «tantas formas estables de comunica­
ción como puedan derivarse del desenvolvimiento natural de la
vida
dd hombre entre sus semejantes» ( 15}-, dotados de per­
sonalidad y fines
específicos cuya dignidad y responsabilidad deben
ser reconsiderados frente a los planteamientos del liberalismo
dominante, centrados en la dicotomia individuo-Estado. Una plu­
ralidad genuinamente social y esencialmente diversa
dd pluralis­
mo ideológico y artificial hoy en vigor, que postula la afirmación
del clásico principio de subsidiariedad, preterido en
el contexto
moderno, donde las formas de soclabilidad intermedia están
abo­
cadas a ser desplazadas de una escena social reservada al Estado
y a los individuos
«iguales y aislados en la defensa frente a aquél
de
sus intereses inmediatos y particulares».
El modelo de autogobierno regional articulado en España
no
ha escapado en modo a esa mecánica reduccionista, con las conR
secuencias que ya hemos denunciado. La radical incapacidad de
sus artífices para identificar la personalidad hist6rica y la genui­
na
naturaleza política de las entidades prenacionales que confi­
guraron Espafia, y para entender
la complejidad de su jerarquia
(15) E. ZuLETA, loe. cit., pág. 1174.
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ANDRES GAMBRA
y modos de autogobiemo, les ha movido a instaurar, con despre­
cio
del pasado y de las peculiaridades jurídicas de cada región,
un modelo
unificado que reproduce el organigrama estatal de un
modo y
manera que ha transformado a aquéllas en modelos para­
estatales subordinados. Con el gravísimo riesgo que ello comporta
cuando la gestión
de esas entidades, como viene ocurriendo en
casos
tan importantes como conflictivos, queda en manos de par­
tidos nacionalistas radicalmente insolidarios con la historia de
España.
Uno de
los más acreditados intdectuales españoles del siglo
pasado, Marcelino Menéndez y Pelayo,
advirtió que el día que
España renunciase a
su unidad católica estarla llamada a «volver
al cantonalismo de los vettones y arévacos». Hoy, desdichadamen­
te,
su predicción adquiere a nuestros ojos una verosimilitud in­
quietante.
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