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Número 375-376

Serie XXXVIII

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Discurso de José Joaquín Jerez [San Fernando 1999]

CRÓNICAS
gigante hace ocho siglos. Podíamos no haber venido nunca a la
vida algunos, o ninguno, sin el impacto que marca Fernando en
numerosfstmas de las variables de nuestra secular historia; en lo
social y en lo político, en el saber y en el progreso, en su honesti­
dad ejemplar y en su piedad religiosa. Y, sobre todo, después de
haber recorrido en todos los sentidos este suelo patrio que por su
eficacia tenemos hoy, por su intercesión ante el Altfstmo desde el
momento en que se va de nuestra vida pidiendo perdón y exhor­
tándonos al bien.
Gloria sea para él que sus hijos y nietos '~eguimos su alianza"
gracias a él, como bien dice Ben Sirac. Alegría para nosotros afir­
mación
como la presente de que queremos lo que él quiso, y de ser
objeto de su complacencia. Y esperanza de conseguir al fin lo que
la Iglesia misma nos bacía formular hace minutos ante el Padre:
que el que se llamaba a sí mismo caballero de Cristo, siervo de
Santa María, y alférez de Santiago, siga siendo siempre para
nosotros esforzado valedor.
DISCURSO DE JOSÉ JOAQUÍN JEREZ
En primer lugar, y antes de nada, quiero daros las gracias por
estar aquí, un añ.o más, con motivo de la festividad de San
Fernando. Sin embargo, este no es una año cualquiera, pues den­
tro de unos méses entraremos en el año dos mil, el último antes
del tercer milenio. No es, pues, una exageración afirmar que nos
encontramos ante una encrucijada en la que nos compete, sin
duda, una misión
de extraordinaria importancia, cual es la ins­
tauración
de la ciudad de Dios. Una leve ojeada histórica pone de
manifiesto, sin necesidad de ninguna otra aclaración, la rele­
vancia de esta misión.
Durante buena parte de este milenio, el hombre, incluso el
más incrédulo, era temeroso de Dios. En aquellos tiempos, y con
independencia de que los hombres, individualmente considera­
dos, fa.eran más o menos recios en la Je, lo cierto es que lo reli­
gioso impregnaba próftt.ndamente la costumbre colectiva. Esta
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CRÓNICAS
actitud significaba el acatamiento a un principio superior a toda
discusión y
a toda contestación que hacfa sentirse al hombre,
por
orgulloso o prepotente que fuera, por debajo de una instancia
suprema, a la que estaba rese1vado el último juicio.
Los principios
morales eran una conjunción de la ley natural con la divina, que
venía a con.firmarla o explicitada.
Sin embargo, el Renacimiento, con su culto al individuo y su
admiración
ilimitada por la cu/tura pagana, y el protestantismo,
con
la doctrina de la libre interpretación, dejarán un campo bien
abonado para toda nueva doctrina
contraria a la verdad absolu­
ta, sea moral o

religiosa.
El humanismo, que tanto destacó por sus
aportaciones culturales, fue, sin embargo,
un instrumento eficaz
del protestantismo y de la .filosofía heterodoxa, para quebrantar
la ciudadela católica. A
paitir de este momento, los teóricos acu­
dirán
al camino de la razón en todos los campos del conoci­
miento humano;
en lo político, se considera que sólo tienen una
verdadera Constitución aquellas comunidades en las que impe­
ran
una serle de principios, concretamente, la división de pode­
res y la garantía de los derechos; en el ámbito administrativo, se
produce una faene tendencia a la centralización; en el mundo
jurídico, domina la Idea codificadora; en el campo científico, se
impone el concepto de ley física; en la .filosofía, la razón es consi­
derada la única vía del conocimiento; y en la realidad
histórica,
aparece el sistema moderno de Estados como un grandioso apa­
rato de relojeria.
Sin embargo, el hombre no asimiló su extraordinaria poten­
cia Intelectiva,
y, creyéndose omnipotente por lo que hasta ese
momento había alcanzado, quiso converlirse en la medida de
todas las
cosas. Asf pues, la Edad contemporánea contempla el
prevaleclmiento de un tipo de hombre, lo que Spengler llamó el
hombre faústico, capaz de alcanzar todas las esferas de trascen­
dencia posibles.
Comenzaba asf
una larga época de desorientación para la
humanidad, en la que tantos hombres se separan de Dios y se
debaten en afanosa e infructuosa bt1squeda de sombras y fantas­
mas.
La razón, que había satiefecho muchos anhelos y el progre­
so humano indefinido, comenzó a provocar también muchas
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CRÓNICAS
desigualdades, grandes tragedias y eme/es desengailos: la crisis
de
los dogmas constitucionales, la aparición de los nacionalis­
mos, la insuficiencia de la ley, la quiebra de leyes fisicas, como la
mecánica newtoniana, basta entonces inmutables, y el declive del
sistema de Estados-sustituido
por un balance of powers, que dio
lugar a dos guerras mundiales, la última de las cuales
fue segui­
da
por una brntal carrera armamentística que ba estado a punto
de hacer realidad el sueño de Calígula, que deseaba que la huma­
nidad tuviese un solo cuello para poder cortarlo con la misma
daga-. Ante este panorama, no puede extrañar que algunos
hombres
se vieran incapaces de comprender su propia esencia, y
así, es comprensible, aunque nunca justificable, que intelectuales
como Heidegger considerasen al hombre
un ser para la nada, o
que a Sartre la existencia
le produjese nauseas.
Y
es que la razón debe ser complementada, ahora más que
nunca, con la fe,
una fe que aquí hemos venido hoy a defender,
y que nos llena día a día de renovada esperanza, una fe que
nos permita
constrnir o, más bien reconstrnir, nuestra Ciudad
Católica.
DISCURSO DE
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
Conmemoración de San Fernando. En la España de 1999.
Comprendereis
que mis palabras sean de añoranza y de nostalgia.
De nostalgia
por la Iglesia de San Fernando. De aquel/a
Iglesia que
le recibió por hijo al derramar sobre él las aguas del
bautismo en 1198, que
le abrió las puertas del cielo, cincuenta y
cuatro años después, el
30 de mayo de 1252-y os comunico que
dentro de
tres años, apenas tres años, se cumplirá el setecientos
cincuenta aniversario
de su muertG--, y que en 1671 Gemente X
elevó a la gloria de
los altares.
De aquella Iglesia a la
que el rey amó como a su Santa Madre,
procuró en todo momento
su mayor gloria y extendió por España
conforme la iba reconquistando.
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