Índice de contenidos

Número 387-388

Serie XXXIX

Volver
  • Índice

La nueva cultura de la Ilustración: sus consecuencias en Hispanoamérica

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN:
SUS CONSECUENCIAS
EN HISPANOAMÉRICA
POR
INÉS DE CASSAGNE
En su libro El movimiento de la revoludón mundial (Huemul,
Buenos Aires,
1963), Cristopher Dawson hace un diagnóstico y
un resumen que resultan una útil introducción en el tema que
nos toca exponer. Dice allí:
·La extinción de la dinastía de los Habsburgo en España y la
guerra de la sucesión española pusieron de pronto a España y la
América española bajo la égida de los Borbones (en 1701), lo que
rompió la conexión entre España y Austria que había tenido tan
importante papel en la historia de la Contrarreforma y la apari­
ción de la cultura barroca.
·Así fue como el siglo XVIII en España se caracteriZó por el
predominio de influencias extranjeras. La corte española volvió­
se un satélite de Versalles, como tantas otras cortes del período,
y quedaba abierto el camino para la penetración de nuevos hom­
bres, nuevos modales y nuevas ideas, en el centro mismo de la
vida nacional. El resultado fue una ruptura en la continuidad de
la cultura española, que llevó al divorcio de España con sus anti­
guas relaciones con Austria y la Europa barroca, y la incorporó
artificial y externamente en la nueva sociedad internacional de
cultura francesa, con la -cual no tenía ninguna relación histórica
orgánica.
El pueblo español siguió fiel a sus antiguos principios
espirituales y tradiciones culturales, pero éstos ya no podían
influir en el curso de la historia, puesto que habían perdido la
jefatura intelectual y política. Así surgió ese dualismo entre la cul­
tura galleada de las clases gobernantes y la cultura tradicional del
pueblo, que iba a durar dos siglos y produjo resultados tan catas-
Verbo, núm. 387-388 (2000), 565-592. 565
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
tróficos en épocas posteriores. La cultura clásica francesa del
"Grand Siecle", y aún más, la del Iluminismo dieciochesco, no
tenían ni simpatía ni comprensión para los ideales de la cultura
barroca;
antipatía que llevó a una depreciación general de las
realizaciones y las tradiciones españolas y había de infectar por
grados el espíritu de las clases cultas en España misma, produ­
ciendo ese complejo de inferioridad que llegó a ser tan caracte­
rístico de los afrancesados y liberales de fines del siglo XVIII y
principios del XIX.
»No es esto sorprendente: en el mundo de la cultura barro­
ca, España
había ocupado siempre una posición preeminente, no
sólo en razón de su poder político, sino también, debido al pres­
tigio espiritual
de sus santos, místicos y teólogos. Pero en la
nueva cultura de la Ilustración, estas realizaciones espirituales no
contaban para nada o aún menos que nada. La cultura española
debía comenzar de nuevo, como un iliscípulo atrasado de los
filósofos
y economistas, cuya escala de valores contradecla aque­
lla en que se babia fundado la anterior grande7.a de España.
»Cuán lejos llegó esta desaprobación del pasado, se ha de ver
en la parte que le tocó a España en la destrucción de la Sociedad
de Jesús (1767), el acontecimiento que señala el fin del gran pe­
ríodo de la cultura católica moderna, empezando en el Concilio
de Trento. Aun en Francia, la destrucción de la Sociedad (1764)
fue
un acto de irresponsabilidad política, contrario a los verda­
deros intereses de la monarquía francesa. Pero en España era
mucho más que eso: era un acto suicida, que contrariaba toda la
tradición nacional
y destruía la llave de la cultura espiritual
común que antes había unido a España con la Europa barroca y
que aún unía a España con su imperio colonial•.
Me propongo recordar cómo los "filósofos" de la Ilustración
incitaron a los déspotas ilustrados de las cortes borbónicas a des­
truir
la Compañía de Jesús, que despojó a Hispanoamérica de
esta enorme fuerza civilizadora,
pero sobre todo quiero mostrar
que el descrédito
que echaron sobre ella contribuyó y sigue con­
tribuyendo
al cuestionamiento de toda aquella tradición hispano­
católica que constituye
la rafz original y el principal aporte de
nuestra idiosincrasia. Si bien la pérdida de los misioneros y edu­
cadores jesuitas nos dañó
en el siglo xvm, mucho más nos dañó
566
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
en los siglos siguientes, y hasta hoy, la desvalorización de esa tra­
dición
por obra de los escritos de los enciclopedistas en la que
cierta línea histórica se abreva aún. En efecto, Hispanoamérica,
que ya en el siglo xvm habla acrisolado su identidad propia como
hija mestiza y original de la España católica, pudo resistir mejor
que la madre patria a esa desnaturalización que se imponía desde
arriba, e incluso buscar
un nuevo modo de hacer retoñar aquí las
libertades que allá se conculcaban. Pudo encontrar
en aquella tra­
dición de siglos la manera de distanciarse de aquellos Borbones
absolutistas e iniciar
por sí misma una nuevo camino en aquella
línea a principios del siglo
XIX. Lo que no pudo es evitar que las
ideas de la Ilustración entorpeciesen ese nuevo camino, provo­
cando luchas desgarradoras,
que manifestaron y aún manifiestan
el titubeo entre nuestra auténtica raigambre y esta otra manera de
ser que pretendió y
aún pretende injertársenos.
Cultura de la ilustración y despotismo ilustrado
La nueva cultura de la Ilustración es una cultura reductora.
Proviene de una serie de abandonos: abandono de la
metafisica,
rechazo de la verdad revelada y de la tradición de la Iglesia
como su depositaria e intérprete, renuncia a los ideales religio­
sos, místicos, caballerescos y trascendentes en general. El escep­
ticismo de Montaigne, el racionalismo de Descartes y, sobre todo,
el de sus seguidores, el criticismo de Bayle y el psicologismo de
Locke habían trabajado
en esa dirección: circunscribir la mirada
a lo inmediato, prohibirse las preguntas esenciales y trascenden­
tes, achicar los anhelos humanos a la estrecha medida de lo terre­
nalmente placentero y práctico. Todo se "relativiza"
y, por ende,
son reducidas a meras "opiniones" todas las teoñas y todas las
creencias que hasta entonces habían sido tenidas
por verdades.
Todo
es objeto de critica: los dogmas, la Escritura Sagrada, los
milagros, la santidad
son tildados de supercheña y fanatismo. La
inteligencia, que renuncia a la intuición y a la imaginación,
encuentra un campo inmenso en demoler todas las tradiciones, y
en desmitificarlo todo para "iluminarlo" desde lo que entonces
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
llaman la "luz de la razón", que no es más que un foco reduci­
do, al lado de la profunda capacidad intelectiva y de la luz
de
la fe que la vuelve más penetrante. Los que a si mismos se lla­
man "filósofos" en el siglo XVIII no lo son, pues han abandonado
el "amor a la sabidutia",
que implica el misterio religioso, lo
sagrado, que incluye la actitud de humildad, docilidad, temor
y
veneración. "El filósofo francés del siglo XVIII -observa Paul
Hazard
en La crisis de la conciencia europea-no es hombre de
oficio, especialista o profesor .. ; no es metafísico; "es un hombre
de ciencia
en un sentido nuevo: explica, no el «por qué», sino el
•cómo· de los fenómenos": justo para poder dominarlos por la
técnica, que hará la vida más agradable
y placentera; "el placer
forma parte
de su programa, pero un placer razonado", pues
esto es lo que cuadra a quien se pretende un "sabio"; es liberti­
no de espiritu -prosigue Hazard--: esto es lo esencial: juzga de
todas las cosas con entera desenvoltura,
y querrá reformar las
obligaciones
y deberes de la vida civil; es hostil a las religiones
reveladas; su moral
y su erudición no son religiosas, y si os ente­
ráis
que alguien ha vivido y muerto como filósofo, comprende­
réis
que ese hombre ha vivido y muerto en la incredulidad". Es
deista, eso si: pues el dios lejano e innominado del deismo no
molesta: no se revela, no interviene, no se encarna, no se dice
presente a través de la Iglesia ni de los sacramentos; no reclama
la
fe, y, sin embargo, estos apóstoles piensan que la fe sirve, eso
si, para mantener en orden a los sencillos del pueblo, asi más
fácilmente manejables.
En efecto,
en la postura de estos filósofos ilustrados se des­
cubre
en seguida la tendencia manipuladora. Han aprendido de
Bacon, a quien Voltaire llama, en sus Cartas filosóficas, "padre de
la filosofia experimental", y para Bacon, "saber es poder". Dicen
Horkheimer
y Adorno al respecto: "Dicho saber no tiende a los
conceptos y a las imágenes, a la felicidad del conocimiento, sino
al método, a la explotación del trabajo,
al capital privado o esta­
tal. Todos los descubrimientos
no son más que instrumentos. Lq
que quieren aprender de la naturaleza es la forma de. utilizarla
para lograr el dominio integral de la naturaleza y de
los. hombres"
(Dialéctica del iluminismo).
568
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
He aquí por qué la mayoría de estos filósofos admiran la típi­
ca figura inglesa del comerciante y del banquero, y ellos mismos
tratan de imitarlos. En bien sabido que para Voltaire, "el cuidado
de su fortuna era su primera ocupación", y
que además de explo­
tar sus propiedades de Ferney y de Cirey,
en las que vivía opu­
lentamente, desde su primera juventud se ocupó de elevar sus
rentas heredadas mediante el "agio y la especulación". "Cultivar
su propio jardín", la propuesta de su
Cándida, se entiende den­
tro de este contexto egoísta y utilitario, que
es el mismo de
muchos estrechos moralistas ingleses
que lo precedieron, como
el conde de Shaftesbury, y como Fontenelle, quien proponía el
mismo egoísmo
en los goces y placeres de la vida: "Busquemos
la tranquilidad
-decía Fontenelle en Du banheur-... Celosa­
mente, con precauciones de avaros, con temor de malgastar
nuestra parcela, vigilemos nuestro pobre tesoro. Ciertamente, un
golpe de fortuna puede siempre arrebatárnoslo, a pesar de nues­
tras minuciosas precauciones. Pero con mucho cuidado y vigi­
lancia hay más probabilidades de conservarlo: pues somos, en la
medida
en que sabemos ser prudentes, los artífices de nuestra
propia vida ... Sólo es cuestión de calcular, y la prudencia
debe
tener siempre las fichas en la mano ... ".
¿Cómo tendrían corazón estos burgueses, lúcidos y fríos, pre­
dicadores de una estrecha moral de "hábiles jugadores" en la vida
(como dice Hazard), cómo tendrían corazón para comprender a
los que se jugaron y se jugaban
en su tiempo por ideales que los
trascendían y
en los que aniesgaban su seguridad, su comodidad,
y hasta la vida? ¿Cómo podrían haber resonado
en estas almas
mezquinas las hazañas intelectuales de
un Sócrates o de un San
Agustín o de
un Santo Tomás? ¿Cómo las hazañas de los santos,
de los mártires, de los cruzados, de los conquistadores, de los
misioneros? No tenían magnanimidad para entenderlas
y, por
eso, tratarán de interpretarlas a su manera: ya sea como locuras,
ya sea bajo manto de inconfesas codicias, o ansias de poder. El
poder, en última instancia, es la explicación que dan a todo ello.
Pues
poder y dominación en todos los ámbitos es lo único que
estos filósofos pretenden: no una inteligencia sometida a la ver­
dad de las cosas,
no un corazón susceptible a las bondades y
569
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
bellezas de las mismas, no la docilidad de la fe, no la fidelidad a
lo que vale más que uno mismo. Esta estrechez de mente y de
corazón no podía sino reprobar a los grandes ideales y a las gran­
des figuras generosas de la epopeya evangelizadora americana y
al eterno quijotismo del alma hispana. Y es solamente
por estre­
chez
de alma que inventan y proclaman la "virtud" de tolerancia:
tolerar todas las opiniones significa
no darle importancia a nin­
guna
y, en consecuencia, no jugarse por nada. Es por ello que
este nuevo dogma de
la tolerancia excluía de la misma a la reli­
gión católica,
pues ella y solamente ella, entre los numerosos gru­
pos religiosos que seguirian diciéndose cristianos, no admitía el
"libre examen" y por el contrario adheria a un credo inamovible
y a la autoridad de la Iglesia.
"El Iluminismo -apuntan Horkheimer y Adorno-se rela­
ciona con las cosas como el dictador con los hombres, buscando
la manera de manipularlas". Pero, además, lo que se observa en
el siglo XVIII es que los "filósofos" se relacionaron con los hom­
bres a la manera
que lo hacían con las cosas, como dictadores,
para manipularlos. ¿Qué otra cosa son todas las obras
de Voltaire,
en que desfigura la historia, confunde en sus descripciones, alte­
ra la realidad, y elige verdaderos "slogans" propagandísticos para
cambiar la opinión, para engañar y tener consigo a la gente, y
para aniquilar creencias, verdades y
aun personas? Y todavía esta­
mos manipulados
por él: todas las distorsiones históricas, la de
las Cruzadas, la de la Inquisición y tantas otras proceden de él,
asf como la funesta separación que hizo entre "historia sagrada"
e "historia profana", que
no es sino una manera de relegar la pri­
mera a
un ámbito de fe particular, sin relación con el mundo, y
que significa
una reducción de la historia, en la que Dios actuó
y sigue actuando ... reducción, como todas las de la Ilustración,
mentirosa por eso mismo.
Los amigos de los "filósofos" llevarán a los hechos esta mani­
pulación de los hombres desde sus puestos. de gobierno, y la
Ilustración se convertirá
en Despotismo ilustrado. No sólo el rey
de Prusia o el emperador
de Austria fueron déspotas ilustrados,
sino también los ministros y consejeros
de los Barbones, quienes
serán sus instrumentos para el manejo
de la Iglesia con el inten-
570
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
to de convertirla en dócil sierva de sus Estados absolutistas, para
separarla de Roma, y aun para imponer papas a su agrado; los
Pamba!, los Aranda, los Tanucci, los Choiseul, los Floridablanca ...
Todas las monarquías borbónicas
-resume M. Braure, en La
Iglesia en los siglos XVII y XVIII-manifiestan la tendencia general
en el siglo XVIII, de inmiscuirse en materia religiosa, hasta dar
lugar al temor de que se constituyesen iglesias cismáticas. Como
en el siglo anterior, esta política cuenta con sus teorizantes: en
1707, aparece el Traité de la puissance temporelle et ecdésiasti­
que, de Ellies du Pin;
en 1714, Du témoignage de la verité dans
l'Eglise,
de Vivien de la Borde; en 1754, el Jus ecdesiasticum uni­
versum -a los que hay que agregar la Tentativa teológica, del
portugués Antonio Pereira de Figueredo,
en 1760; y la famosa De
statu Ecdesiae et legitima potestate Romani Pontificis, del alemán
Justinus Febronius,
en 176'}-. Se ensalza en todas estas obras el
derecho divino de los reyes en detrimento de la autoridad del
papa, a la que se considera como si fuera una creación entera­
mente
humana". ¡Típico reduccionismo de la época, este consi­
derar todo "sub specie temporalis", al mismo tiempo que, para­
dojalmente, se recurre a la "novedad"
-pues tenía poco más de
un siglo y era muy discutida-de considerar de "derecho divino"
a la monarquía que, ella
si, era de institución humana! Se tras­
truecan los planos: a lo que
es de derecho divino se lo pretende
humano, y a lo que
es humano, de derecho divino. Por cierto
que estas teotias no prevenían de los "philosophes", sino de los
galicanos y jansenistas del siglo anterior.
Los jansenistas y galica­
nos repuntan
y se reactivan en el siglo XVIII contra la bula
Unigenitus promulgada
por Clemente xr en 1713, muy resistida
en Francia, pero también en España, donde el nuncio es expul­
sado de Madrid y se
prohibe la correspondencia entre los obis­
pos
y Roma. Más tarde, los Barbones hacen uso de la "exclusiva"
para presionar los cónclaves que sucesivamente nombraron a
Inocencia
XIII (1721-24), Benedicto XIII (1724-30), Clemente XII
(1730-40), Benedicto XIV (17 40-58), Clemente XIII (1758-69) y
Clemente
XIV (1769-75). Arrogarse autonomía en las materias
eclesiales contra Roma
y, en cambio, someterlas a la jurisdicción
del Estado fue propio de los galicanos franceses
y de los indisci-
571
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSA GNE
plinados jansenistas, pero esto "colabora con la indisciplina" que,
a su vez, propagaban los "filósofos". "España bajo los Borbones
sufre la influencia galicana jansenizante.
Los concordatos de 1737
y 17 43 interfieren en la jurisdicción eclesiástica. Se maneja a la
Inquisición
-¡tan mal parada por los filósofos como cosa de
Iglesia!-- como un organismo de Estado. En Portugal, el gobier­
no se incauta de los bienes de la Iglesia; así también las cortes
borbónicas de Italia (Nápoles y Parma). Y estos gobiernos que se
inmiscuyen más y más en los asuntos eclesiásticos, promueven el
descrédito de la Compañía de Jesús, hasta decretar su expulsión
-con tan nefastas consecuencias para Hispanoamérica-, y final­
mente imponen al
papa su supresión (1773)" (Braure).
La destrucción de la Compañía de Jesús.
1. • Campaña: Cándido de Voltaire
En un capítulo en que propone esta pregunta "¿el jansenismo
aposentador de la incredulidad?", Gabriel Rops
(La Iglesia de los
tiempos clásicos,
Barcelona, 1959) no sólo señala lo "inquietante"
de su orientación religiosa
-condenada por la Unigenitus­
pues tendía, con sus exigencias moralísticas, a "disminuir la prác­
tica religiosa", sino también
por su indisciplina frente a Roma, y
aún más: "Apenas hay que añadir
-dice-que los violentos ata­
ques contra la Compañía
de Jesús, desde Pascal en adelante, por
cuantas plumas aceradas tenía el jansenismo, llegaron a desacre­
ditar temporariamente a
una formación que, si bien podía tener
defectos,
no dejaba de constituir una de las fuerzas más sólidas
de la Iglesia: así derribaron a
una de sus columnas". "Además, a
fuerza de sacar de sus escuelas las materias teológicas ... , prepa­
raron el camino a Voltaire".
Para Voltaire y sus secuaces, la destrucción de la Compañía
de Jesús
constituía el primer paso de lo que ellos -ilusos, por
ser restrictivos-- creían inminente a corto plazo: la destrucción
de la Iglesia Católica, a quien llamaban
"la Infame". Tanto es así
que, tan pronto la Compañía fue desterrada de los vastos domi­
nios españoles
-tras haberlo sido en Portugal y Francia-, Fede-
572
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
rico II de Prusia, le escribe a su amigo Voltaire, felicitándolo: "El
hacha se ha situado en la raíz del árbol.. . y las naciones escribi­
rán
en sus anales que Voltaire fue el promotor de aquella revo­
lución de la mente humana
que tuvo lugar en el siglo XVII!". Y
refiriéndose a los Evangelios y a Nuestro Señor, le decía:
"Ya el
libro de los conjuros del Mago
es tomado a broma; el autor de la
secta es difamado; se predica la tolerancia; todo está perdido.
Tendría que producirse
un milagro para restaurar a la Iglesia ... El
inglés Woolstone calculó que the infamous duratia doscientos
años;
pero no pudo adivinar lo que tan recientemente ha suce­
dido
-es decir, el reciente decreto de expulsión de los jesuitas--;
la cuestión es destruir el prejuicio
que sirve de cimiento a ese edi­
ficio
-al que Vd. llamaba también ,el antiguo palacio de la im­
postura-. Por sí mismo se desmorona, y así su decadencia será
más rápida" (Cartas de Federico a Voltaire, de mayo y febrero de
1767).
Ese era el plan de Voltaire, al que dedicó toda su larga vida,
del que dan testimonio sus cartas: "aplastar a la Infame", aplas­
tarla
por medio de las armas de la sátira y de la mentira. En efec­
to, "Voltaire
-señala F. Sheen-no criticó la Biblia, ni la revela­
ción, ni lo sobrenatural. No discutía sobre esos puntos; dispara­
ba sobre ellos dardos de ridículo. No razonaba: se limitaba abur­
larse" (Filoso/fa de la religión). Así hizo con los jesuitas. Y alen­
taba a D'Alembert y los demás: "Sólo pido cinco o seis buenas
palabras
por día (para aplastar a la -infame,,), Eso basta. Nunca
volverá a levantarse. Ríe, Demócrito, ríe; haz que los demás rian,
y los sabios triunfan ... Mentid, mentid como el demonio, ni tími­
damente,
no sólo por un tiempo, sino valientemente y siempre ...
Mentid, amigos míos, mentid" (Carta de Voltaire a D'Alembert,
15-IX-61).
Con estas armas infamantes, la risa y la mentira, Voltaire coo­
peró eficazmente al descrédito de nuestros jesuitas de las reduc­
ciones del Paraguay y de su
magnífica obra entre los indígenas.
Lo hizo primero en Cándido, obra que salió en 1759, el mismo
año
en que la Compañía fue expulsada de Portugal, para refren­
dar los infundios que allí se dijeron. Cándido, el héroe del cuen­
to, quiere representar la candidez con que se aceptan las verda-
573
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSA GNE
des y creencias, por lo cual el largo y fantástico periplo que el
autor le hace recorrer no tiene otro objeto que "desingenuizarlo",
y desingenuizar a los lectores. Cándido llega, en un momento
dado, al
Río de la Plata, nada menos que para engancharse como
soldado para "hacer la guerra a los jesuitas", de quienes se dice
que han sublevado a los indígenas de las reducciones,
pues
habiendo allí formado un vasto y rico "imperio", se han negado
a cumplir. el tratado por
el que el rey de España las entrega a
Portugal, a cambio de la devolución de la Colonia del Sacramen­
to. Ahora bien, resulta
que el gobernador de Buenos Aires -al
que Voltaire ridiculiza por su vanidad y su lujuria-le roba su
novia y
por ello corre peligro. Entonces (en el cap. 14) su acom­
pañante, el mestizo Cacambo, le aconseja que,
en lugar de hacer
la guerra a los jesuitas, huya
al Paraguay para "hacer la guerra
con ellos".
Las palabras que Voltaire pone en boca de este mes­
tizo están llenas de insidia, pues según su costumbre envuelve
la
mentira
en expresiones admirativas que contribuyen a confundir
a los lectores. Dice:
-"Yo conozco ese gobierno de los Padres ... Es algo admi­
rable. El reino tiene ya trescientas leguas de diámetro; está divi­
dido en treinta provincias. Los Padres lo tienen todo, y los pue­
blos nada. Es la obra maestra de la razón y de la justicia. No
encuentro nada más divino que los Padres, que hacen aquí la
guerra al rey de España y al rey de Portugal, y que en Europa
confiesan a esos mismos reyes; que matan aquí a los españoles,
y que en Madrid los mandan al cielo; esto me encanta, vamos ...
¡qué placer tendrán los Padres cuando sepan que les cae del cielo
un capitán que sabe hacer el ejercicio búlgaro!"
De un plumazo, y como al pasar del falso elogio, los Padres
jesuitas
han quedado como codiciosos terratenientes, aprovecha­
dores amos, hipócritas, traidores a su rey y jefes guerreros, fieros
además, ya que se insinúa que apreciarán ese "ejercicio búlgaro"
que sabe hacer Cándido, y que consiste en pasar a cuchillo y des­
tripar a las victimas ...
La descripción de la llegada contribuye a esta falacia, pues los
muestra
en pie de guerra: hay un "guardia", que los lleva al "co-
574
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
mandante", les toman las armas y los caballos, los rodean veinti­
cuatro soldados; pero finalmente, cuando Cacambo les dice
que
Cándido es alemán y guerrero, lo introducen ante el Padre Pro­
vincial, que acaba de decir la Misa
y va a desayunar, y que resul­
ta ser "el comandante
en jefe" de esos rebeldes. Sigue esta des­
cripción:
"En seguida condujeron a Cándido a una glorieta, adornada
con una linda columnata de mármol verde y de oro, y enrejados
llenos de loros, colibríes y toda clase de pájaros exóticos. Un
excelente desayuno estaba preparado en los jarros de oro; y
mientras que los paraguayos comieron maiZ en escudillas de
madera, el reverendo padre comandante entró en la glorieta ... "
Tras pintar semejante lujo, y la diferencia que hacen con los
indios, Voltaire se deleita
en señalar el "aire orgulloso" del sacer­
dote, pero que, curiosamente, no se trataba de "un orgullo ni
español ni jesuita", porque era un noble alemán: ¡nada menos
que el hermano de su amada Cunegunda! Entonces, para hablar
a solas,
el comandante hizo que se retiraran los esclavos negros,
y los paraguayos que servían de beber en vasos de cristal de
roca ... "
Siempre, como sin querer, nuevos infundios, pues no existie­
ron en las reducciones esclavos negros, ni, por supuesto, tales
lujos ... Entonces el jesuita le cuenta cómo llegó hasta allí: salva­
do
por milagro cuando el pillaje y matanza de su palacio alemán,
fue a parar a una capilla de los jesuitas, lo que da lugar a nuevas
sugerencias equívocas
y mentiras en relación al propósito de
"poder" de los jesuitas
que esconden bajo la excusa de labor
misionera:
"Tú sabes, querido Cándido, que yo era buen mozo ... ; de
modo que el reverendo padre Croust, superior de la casa, conci­
bió por
mí la más tierna amistad; me dio el hábito de novicio;
algún tiempo después fui enviado a Roma.
El padre general
575
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
necesitaba un pelotón de jesuitas jóvenes, alemanes. Los sobera­
nos del Paraguay reciben la menor cantidad posible de jesuitas
españoles; prefieren
los extranjeros, más fáciles de mandar. Yo
fui juzgado apropiado por el reverendo padre general para tra­
bajar en esta viña .. , Al llegar, fui honrado con el subdiaconado
y
me hicieron además teniente; ahora soy sacerdote, y coronel.
Afrontamos con vigor a las tropas del rey de España; te digo que
serán excomulgadas y vencidas. La Providencia te enVta aquí
para secundarnos ... "
Se ve el método de "confundir" que usa Voltaire: juntando
varias veces los conceptos de "militar" y de "jesuitas": "reverendo
padre-general", "subdiácono-teniente", "sacerdote-coronel", ade­
más, "pelotón" tiende a asimilar la orden religiosa con un ejérci­
to. No desaprovecha el tiempo: en un solo párrafo está esto, más
el llamarlos "monarcas", y burlarse de la "providencia" (concep­
to
que Voltaire destruyó, reemplazándolo por el dogma del "pro­
greso") ...
Pero la burla sigue: tras haber abrazado a Cándido su antiguo
camarada de infancia, y llamándolo "su hermano" y "su salvador",
al enterarse que, antes de venir a Sudamérica, salvó a su hermana
de
la prostitución en que la tenían juntamente "un judío y un inqui­
sidor",
en seguida, cuando el mismo Cándido le comunica "cándi­
damente" su intención de casarse con ella, le salta
al jesuita todo
el orgullo -de paso: la religión no sirve contra ello-, lo llama
"insolente" por semejante ocurrencia, y, sacando el arma, le da un
sablazo en la cara. Cándido, obligado a defenderse, lo mata, luego
se arrepiente; pero Cacarnbo acude para decirle que
no hay tiem­
po que perder: le quita el hábito al jesuita y se lo pone a Cándido:
"¡Al galope!, todos lo tomarán a usted por un jesuita que va
a dar órdenes ... ". Y así lo hizo Ca cambo, gritando en español:
"¡Paso, paso al reverendo padre coronel ... !"
Tampoco termina aqu! la burla antisacerdotal y antijesuítica,
sino que Voltaire agrega otro episodio:
en la fuga, Cándido y su
ayudante caen
en manos de unos indios antropófagos, quienes,
justamente por el hábito
que lleva, empiezan a gritos:
576
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
"¡Es un jesuita, es un jesuita! Nos vengaremos y nos daremos
un festín. ¡Comamos jesuita, comamos jesuita!"
Con este "cuento" -que es realmente un "cuento", sin rela­
ción alguna con la verdad-Voltaire consiguió confundir la opi­
nión europea y echar leña a la confabulación internacional con­
tra los jesuitas, que
ya acababa de conseguir erradicarlos de
Portugal.
Era una incitación a a~bar con ellos. La última excla­
mación: "¡Comamos jesuita, comamos jesuita!", era repetida entre
risas
en París, donde tres años después, en 1762, el Parlamento
dio aquel decreto de expulsión,
que Menéndez y Pelayo llama
"pedantesco y vergonzoso", y
en el que son condenados por
"fautores de arrianismo, socinianismo, sabelianismo, nestorianis­
mo, de los luteranos y calvinistas, de los errores de Wiclef y de
Pelagio, de los semipelagianos y de los maniqueos, y propaga­
dores de una doctrina injuriosa para los Santos Padres, ¡los após­
toles y Abraham!". Confusión tanto más ridícula cuanto que era
el Parlamento el que los acusaba de herejía, y que la campaña
previa,
en Francia, había consistido en acusarlos de apologistas
del regicidio
-sacando a relucir las obras del Padre Mariana del
siglo
XVI para atemorizar a Luis XV, ¡no fuera que le pasara como
a Enrique
III!-y promover una innoble propaganda contra los
"traficantes jesuitas", figurando entre ellas hasta una ilustración
del General de la Compañia
-¡el muy ascético padre Ricci!-­
sentado sobre
una montaña de oro, rubíes y diamantes, gritando:
"¡Hijos de Ignacio, vamos a predicar este Evangelio!", y abajo la
leyenda: "preboste de los comerciantes del universo".
¡Realmente tuvo
eco Voltaire! Y lo peor es que él se lavaba
las manos y se escondía: no sólo no firmó el "Cándido",. sino
hasta se defendía: "¡A quién se le ocurre imputarme este chiste
de estudiante! Realmente tengo otras cosas más importantes que
hacer ... ¡Dios me libre de tener la menor parte
en esa obra!" (car­
tas a Forrney y Thiérot, marzo
59) ...
Más no se podía mentir. Pero, para desenmascarar la mentira
-largamente difundida hasta hoy gracias principalmente a este
cuento porque hace reir y busca la complicidad del lector que,
lógicamente,
no quiere pasar por un "cándido"-, hemos de
577
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSA GNE
recordar la verdad, ampliamente documentada. Que los jesuitas
hicieron
en el Paraguay obra civilizadora -que les enseñaron la
moral, la religión, la agricultura, los oficios, y hasta el arte y músi­
ca a los
guaraníes-no es necesario repetirlo, pero quizás sf que
hadan lo que otras tantas órdenes: trabajar duro, y vender una
parte de los productos para sostener sus obras civilizadoras:
¿de
dónde habrían de salir esos complejos que eran las reducciones,
en cada una de las cuales habla un iglesia, un hospital, una casa
para cada familia, molinos, acequias, talleres de tejidos, de car­
pintería, de ladrillos, a más de imprenta y escuela, adonde se
daba, por supuesto, una enseñanza gratuita?
La verdad, respecto a la destrucción de las reducciones del
Paraguay, es que algunos portugueses eran codiciosos y que,
habiendo usado ya la Colonia del Sacramento para hacer contra­
bando, la entregaron a España a trueque de la zona de las reduc­
ciones, porque
corña la voz de que alli habla oro. "Durante doce
años
-apunta Jean Dumont, en La révolution franr;:aise ou les
prodigues du sacrilege-, el portugués Gomes Freire de Andrade
habla proyectado tal cosa, y fue el encargado del asunto, al que
se refería como al «gran negocio», repitiendo constantemente que
los jesuitas tenfan minas de oro". ¡Qué ilusión, y qué desilusión!
"Cuando, tras el tratado de 1750
-prosigue Dumont-, Gomes
de Andrade avanzó para apoderarse de los tesoros, se vió recha­
zado
por los guaranfes, que le hadan emboscadas, debiendo
refugiarse y pedir refuerzos: 1.200 soldados portugueses más
l. 700 españoles que acudieron en su ayuda, comandados por el
general Andonaegui, y luego
por don Pedro de Ceballos: •La
patraña del oro fue crefda por los españoles, quienes contribu­
yeron, con su búsqueda, a destruir las iglesias y los edificios
por
las excavaciones que realizaron.. ... ". La verdad, expuesta en
Missionaiia Hispanica (1947, núm. 10) es: "No encontraron ni
minas, ni millones, ni tesoros, ni intereses financieros, sino sola­
mente que los indios tenían lo justo para sustentarse, y esto gra­
cias a la caridad,
la habilidad y el trabajo de los padres". En efec­
to,
"su actividad en las reducciones fue una verdadera epopeya
cotidiana. Por ejemplo, el
padre Artigues era a la vez constructor,
albañil
y arquitecto de las 107 casas y de la iglesia de su reduc-
578
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
ción de los indios lules; y les enseñó a sembrar trigo, construyó
un molino, canales de agua y puesto que eran bastante perezo­
sos, él trabajaba
en su horno de ladrillos ... ". Hay infinita docu-,
mentación al respecto
en todas las reducciones. Por ejemplo, el
padre Andreu, superior de la del Chaco (y luego Provincial del
Paraguay), cuenta sus trabajos, y
que hasta se había convertido
en sastre para cortar los trajes, que enseñaba a coser a los
indios ...
(Missionalia Hispanica).
En cuanto a la supuesta "guerra" que promovieron los jesui­
tas, Andrade y algunos españoles, pagados
por el marqués de
Pombal, redactaron falsos testimonios
de indios para poder decir
-como luego lo dijo Pombal en su Relación Abreviada, que
envió al papa y se difundió en toda Europa-que en su tentati­
va de establecer
un "reino jesuítico en América", los jesuitas les
enseñaban a los indios el
"arte militar" y que los capitaneaban (y
que fueron los indios mismos los que quemaron las iglesias).
Este infundio
seguirla repitiéndose a pesar de la verdad que
salió a la luz a raíz de la orden que dio don Pedro de Ceballos
al mayor de su ejército Diego de Salas: "Establecer con todas las
justificaciones y pruebas deseables quiénes fueron los autores de
la rebelión
de los indios de las misiones y, en particular, si lo
hicieron individual o colectivamente los padres de la Compañía
de Jesús".
El resultado de las encuestas e investigaciones fue que
"los jesuitas
no tuvieron ninguna responsabilidad y que, al con­
trario, hicieron todo lo posible para mantener a los indios
en
la obediencia de Su Majestad" (Missionalia Hispanica, 1954,
núm. 33).
Quedó claro también que, no habiendo sido escuchados por
aquéllos, a quienes lógicamente les repugnaba dejarse arrancar
sus casas y sus tierras, la mayoría de los padres se quedaron
en
sus presbiterios, salvo dos o tres, que "siguieron a los indios en
la guerra, pero de lejos, a título de asistencia espiritual, para decir
la Misa y confesar a los moribundos'', y
que por ello muchos
indios, tras ser derrotados, tuvieron a los padres
por traidores, en
complot con los españoles, y fueron insultados y maltratados"
(ibídem). En cuanto a esta derrota, en Caibaté, fue una verdade­
ra masacre
-tanto es así que algunos la llaman la "Numancia
579
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
americana"; habiéndose acercado muy imprudentemente, pero
con indudable coraje, ya que casi no tenían armas, 1.500 indios
fueron masacrados, mostrando también los sentimientos cristia­
nos
que habían aprendido de los padres: iban con sus santos en
pergamino, y pidiendo a Dios misericordia... Pero no fueron
ellos los celebrados, sino sus rnasacradores, cuya "hazaña"
-co­
menta M. Menéndez y Pelayo-, aunque no tenía nada de épica,
fue cantada
en el poema Uruguay, por un poeta brasileño de
grandes alientos, José Basilio de Gama, novicio de los jesuitas,
renegado
y, por ende, favorito de Pamba!, que le dio carta de
nobleza e hidalguía y le hizo secretario suyo y oficial del minis­
terio de Negocios Extranjeros"
(Historia de los heterodoxos espa­
ñoles,
libro VI): ¡por mentir!
Mentir fue la táctica de Voltaire, de la ilustración "reductora"
y de los déspotas ilustrados, y esto es el
peor daño que han cau­
sado
en Hispanoamérica: ¡ha costado tanto y sigue costando
tanto salirse de entre la maraña
de sus mentiras! Esto, creo, es el
mayor problema para recobrar nuestra identidad hispanoame­
ricana.
La mentira siguió adelante. Pamba! redactó la Relación Abre­
viada
quejándose a Benedicto XIV de los sucesos, y pidiendo un
visitador en las misiones, ahora brasileñas ... Pero como esto iba
para largo, y lo que él quería a toda costa era echar a los jesuitas,
imaginó otra patraña, a
la que dio pie una aventura del rey] osé I
("monarca imbécil", dice Menéndez y Pelayo, entregado de pies y
manos a su ministro):
una visita nocturna a su amante terminó con
la aparición de tres hombres a caballo que, de tres disparos, le
dieron
uno en el brazo. Pamba! clamó al cielo: ¡los instigadores
eran sin duda jesuitas, regicidas, gracias al famoso tratado del
padre Mariana! "Saltando por encima de todas las formas legales",
apartando
al fiscal por no hallarlo dócil, formó un "tribunal espe­
cial" que él manejó declarando entonces
que los jesuitas, a quie­
nes ni siquiera interrogaron, "esos hombres apestados y enemigos
del feliz gobierno de su Majestad", eran los
in$tigadores, ¡"porque
sola su ambición de adquirir

dominios
en el reino podía ser pro­
porcional y comparable con el infausto atentado"! (enero 1759).
Los sucesos inventados del Paraguay evidentemente no eran sufi-
580
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA C/JLT/JRA DE LA IL/JSTRACIÓN
cientes, y el proceso terminó incluso sin nombrar a los jesuitas
-¡tanto era que no habla causa!-, pero si con torturas y con la
muerte
en la hoguera de los nobles que hablan sido acusados y
de la pobre amante. En cuanto a la expulsión de los jesuitas, que
era su obsesión, Pombal "entregó al padre Malagrida
-uno de los
inculpados---- a la Inquisición, compuesta ya de hechuras suyas, y
le hizo condenar a muerte
en la hoguera por •visionario, ilunúna­
do y pseudoprofeta•" (Menéndez y Pelayo), lo que muestra una
vez más cómo los activistas de la Ilustración, que se decían "tole­
rantes" y
se rasgaban las vestiduras sólo de pensar en la Inqui­
sición,
no dudaron en manejarla a su gusto -fuera de toda regla
canónica-para justificar, con pretextos "teológicos", lo que no
era más que despotismo de Estado. ¡Eran las confusiones típicas
que enseñaba su maestro Voltaire! Del núsmo modo, Pamba! se
impuso
al recientemente exaltado papa Clemente XIII: simple­
mente le participó
-¡como si el papa no tuviera nada que decir
en el asunto!-, le participó, en carta del rey por él dictada, "su
soberana voluntad de expulsar a los jesuitas como incompatibles
con
la tranquilidad del Estado". Finalmente, exigió del dócil
Cardenal Saldanha, primado de Lisboa, que los declarara
por edic­
to "exterminados, desnaturalizados, proscritos y expelidos", como
"rebeldes públicos, traidores, enenúgos y agresores actuales y pre­
téritos contra la real persona y sus Estados". A
los obispos portu­
gueses
que protestaron los desposeyó de sus sedes y temporali­
dades; luego expulsó
al Nuncio, rompió con la Santa Sede, prohi­
biendo sus bulas (1760)
y, finalmente, en su inquina antijesuitica,
hizo prohibir todas las obras de los autores jesuitas
-dejando
entonces circular las de los enciclopedistas----, e hizo dar la ridi­
cula orden
"¡de mandar borrar en los calendarios los nombres de
San Ignacio, San Francisco Javier y San Francisco de
Borja!"
(MENllNDEZ y PELAYO, op. cit.).
La segunda campaña. El Ensayo sobre las costumbres
Los capitostes de la Ilustración estaban encantados. Los dés­
potas ilustrados, instalados
en los núnisterios, so pretexto de "re-
581
Fundaci\363n Speiro

IN2S DE CASSAGNE
galismo", lo que implicaba "galicanismo" o manejo de la Iglesia,
cumplían a maravilla sus propios.
planes ... Es lo que dice
D'Alembert a Helvetius
en una carta de 1761: "Dejemos que las
fuerzas irregulares destruyan a las fuerzas regulares. Cuando a la
razón
no le quede sino combatir a las primeras le saldrá barato".
(Los irregulares eran estos regalistas galicanos; los regulares eran
los miembros de las órdenes religiosas). Y Voltaire repetía: "Una
vez
que hayamos destruido a los jesuitas, será fácil hacerlo con
la Infame". "Oh filósofos, oh filósofos -le escribía a Helvetius
ese mismo año
1761-aplastad a la Infame bien suavemente", y
a D'Alembert,
al año siguiente: "Aplastad a la Infame, os lo con­
juro". En París, contaron
con la acción del ministro, duque de
Choiseul. Este convenció a Luis
XV que sometiera nada menos
que las Constituciones de
la Compañía -redactadas por San
Ignacio
en el siglo XVI-, al examen de los Parlamentos de todo
el reino: ¡otra vez un ordo religioso expuesto a decisión de orga­
nismos de Estado!
Y a los Parlamentos los asesoró un abate,
Chauvelin, que era consejero del Parlamento de París, jansenista
y galicano, quien publicó
en 1762 un enorme informe con el títu­
lo Extractos de las aserciones peligrosas
y perniciosas de los que
se dicen Jesuitas, para demostrar la perversidad de la compañía,
desde fines del siglo
XVI, en base a las obras de Juan de Mariana,
de San Roberto Belarrnino y de Francisco Suárez, todos los cua­
les
habían presentado teorías políticas que eran totalmente
opuestas a ese absolutismo y despotismo
que había sido practi­
cado
en Francia primero, y ahora en el siglo XVIII, en los Estados
borbónicos. Claro, esas teorías les molestaban, esa tradición de
siglos,
que reunió y expresó Santo Tomás, y que fue nuevamen­
te expuesta
por los grandes teólogos y especialistas en derecho
español del siglo
XVI, Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Domin­
go de Soto (que eran dominicos), seguidos
de los antecitados
jesuitas.
Era la tradición de España, contrariada por los Borbones,
y
que puede resumirse asl: "El poder político procede de Dios,
pero a través del pueblo.
El pueblo está en el origen del poder,
poder
que delega al rey ... Entre el pueblo, por lo tanto, y el rey,
hay
un contrato tácito: el pueblo se compromete a obedecer al
rey en tanto y en cuanto ejerza el poder por el bien de la comu-
582
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
nielad (lo cual implicaba también respetar su lealtad religiosa a
Roma).
El rey que no tuviese en cuenta sus obligaciones, que no
respetase las leyes existentes, convertirla su poder legítimo en
tirarúa. Existe, pues, un derecho natural del pueblo a su propia
defensa, a rebelarse contra los abusos del poder, contra
el rey
que cesare de ser un rey para convertirse en tirano" (resumen
tomado de Joseph Pérez,
Los movimientos precursores de la
emancipación de América,
Madrid, 1977).
Claro, esto contrariaba
el pretendido "derecho divino de los
reyes", que exaltaban los ministros borbónicos para provecho de
su idea estatista
-la idea de "poder" del Iluminismo-- y contra
la Iglesia y la autoridad espiritual del Papa. Por su parte, la oli­
garquía judicial de los parlamentarios franceses
-comprometida
con esta postura, pues había comprado sus cargos de una forma
hereditaria desde la ley
La Paulette, desde la época del "buen rey
Enrique
IV" -decidió que tal tradición proclamaba "el derecho
a la rebelión y hacia la apología del regicidio", e inculpaba a los
jesuitas ¡como si fueran ellos sus inventores! Pero claro, esto coin­
cidía con los infundios renovados sobre los jesuitas de las misio­
nes, de los que se
seguía diciendo que habían querido alzarse
contra el rey de España estableciendo
un "imperio jesuítico" bajo
la égida de
uno de ellos, llamado Nicolás l.. .
Es notable que los únicos parlamentos de Francia que recha­
zaron condenar a la Compañía, fueron los de Artois, Flandes,
Alsacia y Franco-Condado,
de tradición secular, lotaringia, borgo­
ñona y franco-imperial, que habían sido recientemente anexados
por Luis XIV, a quien habían exigido justamente mantener ésas,
sus tradicionales "libertades, franquicias y privilegios" del
pue­
blo ... Pero esto no contó frente a la opinión galicana y absolu­
tista de
la mayoría. El Parlamento de París dio en 1762 aquel
decreto
-que, hay que decirlo, rechazó el episcopado--, ya
leído,
que Menéndez y Pelayo llama "pedantesco y vergonzoso"
y Choiseul se encargó de convencer
al vacilante Luis XV, por
supuesto intimidándolo nuevamente con el peligro de "regicidio".
Cuando
Luis XV confirmó la supresión, el Papa Clemente XIII
rechazó las acusaciones y elogió a la Compañía en su bula Apos­
tolicum Pacendi
(1764).
583
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSA GNE
Pero la acción de los galicanos y jansenistas, alentados por
los "filósofos", prosiguió en España. Allí contaban con el Conde
de Aranda, amigo
de todos ellos y en especial de Voltaire, quien
lo llamaba "nuevo Hércules", capaz de limpiar a España del
"fanatismo español"
(1). Aranda, ayudado por Roda y Campoma­
nes, azuzó
al bonachón Carlos III, demostrándole que un motín
insignificante, llamado de los "chambergos y las capas" o "motín
de Esquilacbe",
por haber sido éste el de la idea de imponer a
los madrileños las modas
de Versalles, era efecto de una gravísi­
ma conspiración jesuitica
que se proponía derribar el poder real.
¡Otra
vez! ¡En verdad que esta gente de la ilustración no tenía más
imaginación que para "el poder"! Era lo único
que tenían en
mente, lo único que deseaban, lo cual confirma muy bien los
análisis de Horkheimer y Adorno, ya citados, sobre la esencia del
iluminismo. Finalmente, estos manipuladores de reyes y de pue­
blos obtuvieron
-no sin otros engaños--que Carlos III firmase
el decreto de expulsión, el
27 de febrero de 1769, de todos los
jesuitas de España y sus posesiones, sin
la más mínima exposi­
ción de motivos, y Aranda
se encargó de ejecutarla, con el mayor
sigilo, para que la expulsión tuviese lugar al mismo tiempo
en
todas partes el l.º de abril. Aran da llegaba a extremos ridículos
en las recomendaciones: "Esta instrucción cerrada y secreta será
abierta el día de la víspera;
el ejecutor ... disimuladamente echa­
rá mano de
la tropa presente ... procediendo con presencia de
ánimo, frescura y precaución".
"No eran necesarias tantas -comenta al respecto don Mar­
celino Menéndez y Pelayo-para la épica hazaña de sorprender
en sus casas a pobres clérigos indefensos y amontonarlos como
bestias
en pocos y malos barcos de transporte -esto, sin hablar
de los de Hispanoamérica que,
por tener que llegar a puerto,
sufrieron lo indecible
en lentas carretas, del sol, del frío, de falta
de alimentos ...
-. "Ni siquiera -prosigue don Marcelino-se les
permitió llevar libros, fuera de los
de rezo... En la travesía ...
sufrieron increíbles penalidades, hambre, calor sofocante, miseria
y desamparo, y muchos enfermos y ancianos
expiraron ... ".
(1) Poema de Voltaire.
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA Cl/LTl!RA DE LA /Ll/STRACJÓN
"Aquella iniquidad, que aún clama al cielo, fue al mismo tiempo
que odiosa conculcación de todo derecho, un golpe mortífero
para la cultura española
-y nosotros agregamos: para la cultura
y evangelización
en América-, sobre todo en ciertos estudios,
que desde entonces no han vuelto a levantarse; un atentado bru­
tal y oscurantista contra el saber y las letras humanas". Y sigue
una interminable lista de intelectuales españoles, a la
que habría
que agregar los residentes
en Hispanoamérica, sin hablar de su
más sencilla pero
no menos importante labor evangelizadora y
civilizadora ... (2).
Sigue Menéndez y Pelayo:
"El horror que produce en el
ánimo aquel acto feroz de embravecido despotismo
en nombre
de la cultura y de la luces, todavía se acrecienta al leer
en la
correspondencia de Roda a Azara la cínicas y volterianas burlas
con
que festejaron aquel salvajismo: ,Por fin se ha terminado la
operación cesárea ... Allá os mandamos esa buena mercancía ...
Haremos a Roma un presente de medio millón de jesuitas•"; y
peor, lo escrito
por Roda al ministro francés Choiseul: "La opera­
ción nada ha dejado que desear; hemos muerto
al hijo; ya no nos
queda más que hacer otro tanto con la madre, nuestra santa
Iglesia romana"
(op. cit.).
Así, pasando del dicho al hecho, los ministros del despotis­
mo ilustrado se lanzan a intimidar al Papa Clemente XIII. Éste
había dirigido al monarca español
un breve conmovedor, Inter
acerbissima, que empezaba as!: "¡Tú también hijo núo, tú Rey
Católico,
tú debías ser el que colmase el cáliz de nuestras amar­
guras y quien empujase
al sepulcro nuestra vejez infortunada
bajo el duelo y las lágrimas!" ... Palabras proféticas, como se verá.
En noviembre de
1767, Pombal propone a las cortes de Francia
y España unirse a la de Portugal, intimidando
al pontífice con
expulsión de monjas, cierre
de tribunales eclesiásticos (que ya ~e
había hecho en Portugal), amenazas de reunión de un Concilio
general
y, finalmente, una declaración de guerra si el papa no
(2) Segun un catálogo de 1749, esta poderosa fuerza de apostolado conta­
ba con 11.239 sacerdotes y 11.350 religiosos, y en 1755 tenía 669 colegios, 61
noviciados
y 273 estaciones misionales.
585
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
cediera (Menéndez y Pelayo). El ministerio filosófico-regalista de
Madrid,
en tomo a Aranda, aprobó este programa el 30 de
noviembre de 1767, pero, pensando que el Papa era viejo y mori­
ria pronto, suspendieron las medidas violentas en espera del
futuro cónclave,
que pensaban manipular. Pero Clemente XIII
tardó en morir, y entre tanto se agrandó, dando un monitorio
contra el Principe
de Parma, quien, incitado por su ministro Du
Tillot, amigo de Voltaire y de Condillac, se había negado a reci­
bir sus bulas y breves, estableciendo tribunales laicos para sojuz­
gar a la Iglesia. Tras esto, las cortes de Portugal, Francia y España
Je enviaron al Papa sendos memoranda pidiendo oficialmente la
total
extinción de la Compañía de Jesús; pero el resuelto Papa
murió
en 1769.
Al nuevo pontífice, Clemente XIV, anciano y enfermo, pen­
saban manejarlo las cortes
que habían influido en su elección y
que se jactaban de haber "pactado" con él la supresión de
la
Compañía; pero esto no está demostrado, y más bien es des­
mentido
por haber tomado el nombre de su antecesor y porque
en julio de 1789 les renovó sus "privilegios" a los misioneros
jesuitas, alabándolos.
Lo único que hizo con las cortes fue pro­
ceder diplomáticamente, anulando el monitorio de Parma, contra
la devolución de Avignon y Benevento, que hablan ocupado (y
que
no cumplieron). Pero la de España se lanzó decididamente
al ataque: Carlos
III envió a Roma al durisimo procurador del
consejo de Castilla,
don José Moñino, quien por su "trabajo",
seria promovido al grado nobiliario de Conde de Floridablanca.
Este personaje, "ferozmente absolutista y servidor de las ideas
francesas" (Menéndez y Pelayo), audiencia tras audiencia, literal­
mente aterrorizó al Papa, amenazándolo
un día con la supresión
general de
órdenes religiosas, otro con la independencia total de
los obispos españoles respecto de
la Santa Sede, otro con un
cisma nacional; pero, asi y todo el Papa resistia. Esta acción
intimidatoria está descaradamente documentada
por el mismo
Moñino, quien le escribe al rey
que "procuraba infundir al Papa
el terror que absolutamente correspondía, bien que acompañado
de palabras dulces y respetuosas"; y también por la correspon­
dencia de su colaborador Azara a Roda: "Moñino dio al Papa cua-
586
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
tro toques fuertes sobre el asunto" (16-VII-1772); "Mollino lo
atacó de recio hasta el último atrincheramiento
y;' no hallando
salida el Papa, prorrumpió
que dentro de poco tomaña una pro­
videncia que
no podña menos de gustar al rey de España" (3-
IX-72); "Moñino me ha dicho
que ya estamos en el caso de usar
el garrote" (5-XI-72);
"¡Es cosa de hacer un desatino con el tal
fraile!" (3-XII-72).
¡Actitudes
de guerra que contradicen las "declamaciones" de
Voltaire contra el "horror" de las guerras! Y de hecho, la última
estocada
de Moñino fue amenazar a Clemente XIV, con la inme­
diata ocupación militar de Roma
por las tropas españolas de
Nápoles.
As! cedió el anciano Papa y firmó llorando el breve de
extinción
-Dominus ac redentor-que Moñino mismo habfa
redactado (21-VIl-1773), y que habfa sido impreso en la impren­
ta clandestina de la embajada de España, de donde
habfan sali­
do y se-gufan saliendo los libelos contra los jesuitas y las hojas
sediciosas.
Al Papa todo esto lo llevó al sepulcro en pocos meses;
y
no sin que los libelos esparciesen el rumor de que aquellos
jesuitas
-¡ya encarcelados en la prisión de Sant' Angelo!-ha­
bfan sido quienes lo envenenaron.
As! esta guerra contra la Iglesia, ejecutada por los déspotas
ilustrados
pero alentada por los "filósofos" de la ilustración,
alcanzó su primer triunfo, y ellos se jactaban de ello, convenci­
dos de que
continuarla con el triunfo total. "Las causas no son
las que han publicado los manifiestos de los reyes ----escribfa
D'Alembert-... El jansenismo y los magistrados no han sido más
que los procuradores de la filosoña,
por quien verdaderamente
han sido sentenciados los jesuitas. Abatida esta falange macedó­
nica, poco tendrá que hacer la razón para destruir y disipar a los
cosacos y jenízaros de las demás órdenes. Cafdos los jesuitas, irán
cayendo los demás regulares,
no con violencia, sino lentamente
y
por insensible consunción". Todavfa tenía la desvergüenza de
escandalizarse hipócritamente
de los "crueles y sanguinarios pro­
cedimientos" con
que sus discípulos habían conseguido aquello
a quienes sus maestros incitaban ...
Y, en efecto, su arma, su poderosa arma seguiría siendo la
mentira histórica, de la que seguimos padeciendo hasta hoy. Jus-
587
Fundaci\363n Speiro

INES DE CASSA GNE
tamente por entonces Voltaire escribía su Ensayo sobre las cos­
tumbres y
el espíritu de los pueblos, en cuyo capítulo 154 falsea
toda la historia de las misiones del Paraguay.
Ya no burlándose,
como
en Candide, sino con una aparente objetividad, que ape­
nas cubre su ambigüedad maliciosa, mezcla elogios
con criticas,
confundiendo como siempre.
Ya desde el título engaña: "Del
Paraguay. De la dominación de los jesuitas; de sus querellas
con
los españoles y portugueses" ... Y en seguida parte con esta ambi­
gua e insidiosa sentencia:
"Las conquistas de México y del Perú,
con las crueldades que allí se realizaron, la completa extermina­
ción de los habitantes de Santo Domingo y de algunas islas,
son
excesos de horror; pero el establecimiento en el Paraguay, hecho
solamente
por los jesuitas españoles, parece el triunfo de la
humanidad; parece expiar las crueldades de los primeros con­
quistadores". Mentirosa contraposición,
que hace esperar más
elogios de los jesuitas. Pero los elogios, se resumen
en ponderar
su capacidad empresarial y comercial, y están todos viciados
por
su visión de "poder", mostrándolos como simples "dominadores".
"Los jesuitas, en verdad -prosigue-se sirvieron de la reli­
gión para quitar la libertad a las poblaciones del Paraguay
... ";
" ... los civilizaron y volvieron industriosos", pero "han hecho una
virtud de someter a los salvajes por la instrucción y la persua­
sión".
La ambivalencia entre elogio y condena prosigue: habla de
las semillas que les trajeron para sembrar, y de los ganados y úti­
les de cultivo, pero agrandando que así "domesticaron a los
indios tal como a los animales se hace con
un cebo", por lo cual
"se convirtieron en súbditos de sus bienhechores". Insiste en lo
de "súbditos", maravillándose de que lo fueran por la "persua­
sión", mas de inmediato los "súbditos" pasan a ser llamados
"esclavos de los jesuitas". Habla de su "colonia" (sin mencionar
nunca las palabras "misión", ni "reducción") y dice
que en ella
ejercen
un "gobierno absoluto" a pesar de que el país depende
del rey de España; y entonces empieza la acusación:
588
"Los jesuitas, que han conservado siempre las apariencias,
hicieron servir
la piedad para justificar esta conducta, que puede
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
calificarse de desobediencia y de insulto. ellos declararon al con­
sejo de Indias de Madrid que no podían recibir españoles en sus
provincias por temor a que corrompiesen las costumbres de los
paraguayos; y esta razón, tan ultrajante para su propia nación, fue
admitida por los reyes de España, quienes no pudieron sacar nin­
gún servicio de los paraguayos sino a costa de esta singular con­
dición, deshonrosa para una nación tan orgullosa como la espa­
ñola ... ".
Así, tras describir cómo administraban el trabajo y la produc­
ción en "ese gobierno único sobre la tierra", va derechamente a
exponer el infundio del adiestramiento militar y de la rebelión
armada:
"En cada cantón tenían un arsenal, y en los días señalados
se les daban las armas a los habitantes. Un jesuita se encarga­
ba
del ejercicio; .. .los mismos principios que hicieron de esos
pueblos los vasallos más sumisos, los convirtieron en muy bue­
nos soldados ...
CUando en 1652 los españoles hicieron el sitio de la ciudad
del Santo Sacramento, de la cual se habían apoderado los portu­
gueses ... , un jesuita llevó cuatro mil paraguayos que se dieron al
asalto y que reconquistaron la plaza. No omitiré ningún detalle,
de los que muestran que esos religiosos, habituados al mando,
sabían más de aquello que el gobernador de Buenos Aires, que
estaba a la cabeza del ejército ...
Es muy cierto que los jesuitas se habían formado en el Para­
guay un imperio ... Sometidos en todo lo que es apariencia al rey
de España, ellos eran los reyes en verdad, y quizás los reyes
mejor
obedecidos de la tierra. Fueron a la vez fundadores, legis­
ladores,
pontifices y soberanos ...
Finalmente abusaron de su poder, y lo perdieron: cuando
España cedió a Portugal la ciudad del Sacramento y sus vastas
dependencias,
los jesuitas osaron oponerse a este acuerdo; los
pueblos que ellos gobernaban no quisieron someterse a la domi­
nación portuguesa, y se resistieron por igual a sus antiguos y a
sus nuevos dueños. Si hemos de creer a la Relación abrevJada,
el general portugués de Andrade escribía al general español
Valdelirios: ... Los jesuitas son los únicos rebeldes. Sus indios ataca­
ron dos veces la fortaleza portuguesa del Pardo con una artillería
589
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSAGNE
muy bien provista•. La misma relación agrega que esos indios les
cortaron la cabeza a sus prisioneros y se las llevaron a sus
comandantes jesuitas. Si esta acusación -es verdadera, parece
inverosímil. Lo que si es seguro es que la provincia de San Ni­
colás se sublevó en 1757, poniendo en campaña a 13.000 com­
batientes bajo las órdenes de dos jesuitas ... ".
Hasta aquí la acusación, llena de confusiones y lagunas. Pero
ahora viene su castigo y la moraleja:
"Mientras estos religiosos hacían la guerra en América a los
reyes de España y de Portugal, en Europa eran los confesores de
esos príncipes. Pero fmalrnente fueron acusados de rebelión y de
parricidlo en Lisboa, fueron echados de Portugal en 1758, y el
gobierno purgó de todos ellos a todas sus colonias de América;
fueron echados de todos los Estados del rey de España en el viejo
y el nuevo mundo; los Parlamentos de Francia los destruyeron
por un decreto; el Papa extinguió la orden por una bula; y la t1e­
rra aprendió por fin que se pueden abolir todos los monjes sin
temor a/gund'.
¡Acabáramos! ¡Aquí se saca la careta al fin el buen Voltaire!
Para llegar a esto ha estado él bregando
durante años. Por ejem­
plo,
en 1764 comenzaba su Diccionario filosófico, con la palabra
"Abadía, abad", describiendo a los "pobres padres espirituales
que tienen de doscientas a cuatrocientas
mil libras de renta" ...
¡Cómo
no regocijarse en 1773, cuando la extinción de los jesui­
tas le parecfa el primer
paso para aniquilar a todos los demás reli­
giosos! Su satisfacción era tan grande que escribía, en esa misma
fecha: "En veinte años no habrá más Iglesia". Él tuvo la suerte de
morirse antes, para tener confesor a último momento, pero la
mala suerte la hemos tenido nosotros, pues, a pesar de haber
sido rehabilitados los jesuitas
en Portugal, en 1781; en España, en
1808, y en Francia y Roma, en 1814, hemos sido abrevados de
sus mentiras y de las de sus discípulos.
Yo pido perdón por haber relatado el asunto del Paraguay,
dos veces deformado
por Voltaire, pero lo he hecho deliberada­
mente para mostrar de dónde nos vienen los engaños: de esa
repetición incansable, de ese "mentid, mentid que algo queda ...
".
590
Fundaci\363n Speiro

LA NUEVA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN
Yo creo que, si bien la expulsión de los jesuitas fue una catás­
trofe para la evangelización de nuestra América,
por suerte la
semilla que ellos sembraron arraigó tan fuerte
que su obra no se
perdió del todo, y fue retomada
por otros. Los jesuitas tuvieron
continuadores, y
la Iglesia siguió adelante, con nuevos hombres
y nuevos métodos.
Lo que es más grave es la deformación de la historia, que ha
persistido: los "horrores de la conquista", la "hidra de la Inquisi­
ción", el "impero jesuítico" son tópicos voltearianos que siguen
repitiéndose,
así como las invenciones de su anúgo, el apóstata
cura Raynal, sobre "el genocidio de las minas del Perú", etc .... Es
en este sentido que la Ilustración nos ha hecho mucho daño.
Machacando mentiras, incluso convenció a generaciones enteras
del daño de predicar y evangelizar puesto que -dicen-"la his­
toria nos instruye que
la manía de extender los principios cristia­
nos
ha inundado los dos hemisferios de torrentes de sangre"
(Dauthier de Saint-Sauver, citado
por Dumont, pág. 146).
La deformación histórica nos ha distanciado de nuestros orí­
genes hispano-católicos, pues ¿cómo adherir a ellos, si es
que
fueron tan "horrorosos"? El complejo de inferioridad frente a las
"luces" de Francia llegó a infestar nuestra gesta emancipadora
pues, dentro de ella, una linea
de pretendidos ideólogos "ilustra­
dos" insistió
en repetir aquí lo que los Barbones, déspotas y
absolutistas, habían hecho
en España para su desgracia. ¿No es
acaso lo mismo lo que hizo Rivadavia? Ese dualismo del
que
habla Dawson "entre la cultura galicada de las clases gobernan­
tes y
la cultura tradicional del pueblo" por el que España "se sui­
cidaba", y
que contribuyó en gran medida a la pérdida de sus
territorios ultramarinos, fue reiterado entre nosotros y fue la
causa de años
de luchas y ''desgarramientos. El sentimiento de
filiación hispano-católica persistió
en el pueblo, tanto aquí como
allá,
pero fue constantemente despreciado y ahogado por nues­
tros "aprendices
de brujos" del Enciclopedismo.
Hoy
en día, no se dintingue aún claramente entre la España
de Isabel la Católica y
de los "Habsburgos", y la España de los
"Barbones", entre la verdadera madre patria y aquella madrastra
de la
que finalmente nos libramos para recaer en ella sólo bajo
591
Fundaci\363n Speiro

INÉS DE CASSA GNE
otra forma, ya que en un caso y en el otro nos vimos sometidos
al mismo absolutismo de cuño francés e ilustrado que deforma­
ba nuestra idiosincrasia.
La mentira histórica nos ha descristianizado y desarraigado, y
nos hace
difícil recuperar nuestra identidad auténtica. Hemos
perdido mucho tiempo tratando de buscar explicaciones forá­
neas a nuestros movimientos emancipadores, sin ver que lo
mejor que hubo en ellos provenía de aquella tradición hispano­
católica acerca del contrato entre el rey y el pueblo, contrato
res­
cindible cuando el primero se convierte
en tirano o cesa en sus
funciones. Nos cuesta reconocerlo, sin necesidad de atribuirlo
todo a Rousseau. A pesar
de tantos estudios que reivindican la
verdad histórica y que nos muestran las "libertades" y el espiritu
de justicia y de derecho que nos legó España, junto con la fe cris­
tiana, los manuales
en que estudian nuestros hijos siguen repi­
tiendo las mismas falsedades, desnaturalizándonos.
Esa mentirosa, restrictiva y represiva cultura de la Ilustración
sigue proyectándose entre nosotros y nuestro pasado, y hemos
de librarnos de ella para recuperarlo y recuperar nuestra identi­
dad
al mismo tiempo que nos lanzamos a la Segunda Evangeliza­
ción, ya
que evangelizar incluye el deber de la verdad.
592
Fundaci\363n Speiro