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Número 413-414

Serie XLII

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Las Narraciones históricas de Castelví

LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
POR
FRANosco CANAL5 VIDAL (')
Las Narraciones históricas de Francisco de Castellvi consti­
ruyen
una de las fuentes de conocimiento histórico de la gue­
rra
de Sucesión de 1705-1714 más frecuentemente citadas. El
historiador Sanpere i Miguel se tomó el trabajo de copiarlas
personalmente
en Viena, en unos cuadernos que legó a la que
es hoy Biblioteca de Catalunya, y las utilizó como la fuente
nuclear
de su esrudio sobre ·El fin de la nación catalana•.
Desde entonces,
ningún historiador ha podido ignorar la obra
de Castellví. La hallamos citada en Ferran Soldevila, y también
la encontramos
en la base del esrudio de Albertí L 'Onze de
Setembre.
Resulta sorprendente que esta fuente histórica, por todos
reconocida como capital e insustituible para el conocimiento
de aquel período tan decisivo para la historia de Cataluña,
nunca haya sido editada, ni siquiera en forma parcial o selec­
tiva. De hecho, hasta hoy, las Narraciones históricas de
Castellví no existen sino manuscritas, en el texto vienés --que
legó su autor a la dinastía a la que había servido en la per­
sona del
que fue ·Carlos III, el Rey de los catalanes,., que sería
después
el emperador Carlos VI-, y en la citada copia barce-
(•) La Fundación Francisco Ellas de Tejada ha completado la edición de las
Narraciones históricas de Francisco de CastellV'i, oficial catalán austriacista duran­
te la
guerra de Sucesión, capitales para comprender la historia moderna catalana
y aun española toda. Son cuatro gruesos volúmenes, cuidados por Josep Maria
Mundet y José María Alsina. Publicamos el prólogo puesto por el profesor Canals
al primero de ellos (n. de la r.).
Verbo, núm. 413-414 (2003), 209-250. 209
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO CANALS VIDAL
lonesa. No es de extrañar que se haya comentado, siquiera sea
como de paso y accidentalmente,
que •ya sería hora que
alguien las editase• (1). Muy oportunamente, la fundación que
lleva el nombre del eminente estudioso del pensamiento y de
la historia política de Cataluña, Francisco Elías de Tejada, ha
tomado la iniciativa
de la edición completa de la obra de
Castellví.
Su publicación constituirá, desde luego, un aporte
inapreciable para la investigación histórica. Podrá también con­
tribuir eficazmente, para quienes sinceramente quieran realizar­
la, a la tarea urgente de revisión de las falsas perspectivas des­
de las que se ha contemplado tantas veces la historia de
Cataluña, y concretamente el papel de los catalanes
en aque­
lla guerra que enfrentó a los Habsburgos y los Barbones
en la
disputa
por la sucesión de España, y que fue, en realidad, una
auténtica guerra europea.
A fin de situar la lectura de las Narraciones queremos invi­
tar
al lector a considerar los acontecimientos que va a revivir
en el marco de unas relaciones internacionales, marcadas por
la diplomacia más sutil. En este período se ventilaban --ade­
más de la sucesión española, el reparto de nuestro imperio y
el fuero de Cataluña-la supremacía europea, la sucesión
protestante en Inglaterra y el triunfo definitivo del Estado sobre
la sociedad civil. Estas relaciones internacionales tendrán al
principio su referente más manifiesto en la rivalidad entre
Francia y el Imperio austríaco y
en ella se verá involucrada
siempre España, tanto por razones familiares como por cues­
tiones de equilibrio. El tener a la vista la actuación de los gran­
des personajes
de la pol[tica europea del momento nos ayu­
dará a entender después su comportamiento respecto a
Cataluña en los años en que ésta se hallaban en el •ojo del
huracán·.
La hostilidad de la monarquía francesa a los Habsburgos
constituye un factor determinante
en la historia de la Europa
moderna a partir de la elección
de Carlos de Gante, el que fue
emperador
con el nombre de Carlos V, para ocupar el trono
(1) Nuria SALES: Bis botiflers 1705-1714, Barcelona, Rafael Dalmau, 1981, p. 20.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVJ
imperial, en rivalidad con el monarca francés Francisco l. Se
trata de una rivalidad que, de algún modo, se remonta hacia
atrás a través de los siglos, y que viene a expresar un resen­
timiento secular de los ,francos occidentales• hacia los germa­
nos o
,francos orientales,, al haber pasado la here1;1cia imperial
romana occidental,
restaurad! por Carlomagno, al ,Sacro
Imperio romano
de la nación germánica,, regido por los empe­
radores de la casa
de Sajonia. Los Valois y los Borbones per­
severarian durante siglo y medio, al impulso de sus celos
antiimperiales, en una polltica de alianza -exterior· con los esta­
dos protestantes, que se mantuvo incluso mientras combatían
contra el poder político de los protestantes franceses en el
interior del reino
de Francia.
Por eso, una
de las paradojas del reinado de Luis XIV lo
constituye la ambigüedad
por la que los impulsos y motiva­
ciones políticas
de su ambición hegemónica no sólo le lleva­
ron a asumir consignas y actitudes por las que fue alabado
como nuevo Constantino y nuevo Teodosio por hombres de
Iglesia franceses, sino a presentarse también como nuevo aban­
derado de la causa católica en Europa. Hablo de ambigüedad
porque tales ,nuevas• actitudes
son contemporáneas de la per­
sistente alian7..a con los turcos contra la Austria· de los
Habsburgos, mientras que en el interior del reino la revocación
del Edicto de Nantes
en 1686 -por el que un siglo antes los
hugonotes
hablan conseguido la tolerancia de su culto y algu­
nas plazas fuertes--- es obra prácticamente
de los mismos polí­
ticos
que hicieron enfrentar a la monarquía y a la Iglesia fran­
cesa con la Sede Romana
en la Asamblea del Clero de 1682 (2).
Luis XIlI se habla casado con Ana de Austria, hija de Felipe ID;
por su parte, Luis XIV se había casado, por imposición del
cardenal Mazarino, con María Teresa, hija de Felipe
N. En los
tratados
en que se habían pactado estos matrimonios las dos
(2) Véase Hilaire BEILOC: Luis XIV; Barcelona y Buenos Aires, 1946, pp.
247-291, capítulos 25, 26 y 27, titulados, respectivamente, ·El primer esfuerzo
de unidad nacional: el ataque al jansenismo-, ·Segundo esfuerzo de unidad
interna:
el galicanism0> y •El tercer y el más grande de los esfuerzos por la
unidad: la Revocación•.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
infantas españolas habían renunciado a todo derecho a la suce­
sión al trono español. Pero en ambos tratados se había
estipulado el
pago de unas dotes, que la corona española no
pudo satisfacer. Desde el punto de vista de la política france­
sa, el incumplimiento del
pago de la dote anulaba el efecto
jurídico
de la renuncia al trono.
Ya desde el inicio del gobierno personal de Luis XIV, des­
pués de la muerte de Mazarino, está presente el propósito de
heredar el trono español, ante la que se esperaba sería la
pronta muerte del
niño enfermizo, Carlos 11, que sucedía a
Felipe
IV bajo la regencia de su madre Mariana de Austria. Este
propósito inspira también
la llamada guerra por el ·derecho de
devolución•, en 1667, por el que Luis XIV, invocando una ley
de carácter privado, reclamaba los derechos sobre Brabante,
Hainaut y el Franco
Condado en nombre de su mujer. Aquella
ley prefería,
para la sucesión, a las hijas de un primer matri­
monio sobre los hijos de un segundo enlace, y la reina de
Francia era hija del primer matrimonio de Felipe IV, mientras
Carlos
II había nacido de su segundo matrimonio; en
nombre de aquel derecho, Luis XIV disputaba la legitimidad
del dominio español. En aquella guerra contra España, Francia
contaba todavía
con la ayuda de Holanda, la tradicional alian­
za franco-protestante, anticatólica y antiespañola.
El emperador
se sentía inquieto ante la invasión francesa de los Países Bajos
españoles, mientras temía el poder de la Liga del Rin, instru­
mento de la influencia francesa en el Imperio frente a los
Habsburgos, y
que agrupó como aliados de Francia a los·
electores eclesiásticos, los arzobispos de Maguncia, Tréveris
y Colonia, el elector de Baviera y los príncipes de Hesse y
Brunswick. Luis
XIV había conseguido la firma, el 19 de enero de
1668, de un tratado secreto por el que el Imperio se compro­
metía al reparto
de los dominios españoles, de acuerdo con la
monarquía francesa, al morir
el rey niño, Carlos II el
Hechizado. Aquel primer •tratado de reparto• no tuvo efecto
porque, contra
lo previsto, el Habsburgo español habría de
vivir todavía más de treinta años. En aquel tratado secreto, Luis
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XIV logró que el Gabinete austríaco se aviniese a que pasasen
a Francia Navarra, Nápoles y Sicilia, el Franco Condado, los
Países Bajos y las Islas Filipinas, además
de las plazas de la·
costa africana, a cambio de lo cual los Habsburgos heredarían
España y las posesiones
de América, Milán y Cerdeña. El desig­
nio francés sobre la herencia española seria ya siempre
un
móvil determinante de las guerras y de las paces del largo rei­
nado
de Luis XIV.
Mientras que la guerra por el derecho de devolución se
había realizado todavía
en el contexto de las alianzas secula­
res de Francia, y concretamente de acuerdo con las Provincias
Unidas de Holanda, el temor suscitado por la rapidez de las
conquistas francesas llevó a los gobernantes
de las citadas
Provincias a formar la primera alianza europea contra la ambi­
ción
de Luis XIV: la ,Triple Alianza, entre Holanda, Inglaterra
y Suecia. Pero la diplotnacia francesa consiguió romperla y
convertir a Suecia e Inglaterra
en aliados de Francia.
Con Inglaterra se pactó
en 1670 el Tratado secreto de
Dover. El compromiso secreto del rey Carlos lI a una futura
conversión pública del reino al catolicismo, vinculada a la
alianza con Francia, situaba la causa católica
en Inglaterra en
un terreno gravemente peligroso y aun escandaloso. Inglaterra
era ya arraigadamente antipapista y la causa del catolicismo fue
vista como instrumento
de la hegemonía francesa y del abso­
lutismo monárquico
porque Carlos lI se apoyaba en los subsi­
dios secretos procedentes del erario francés para sentirse inde­
pendiente frente a la Cátnara
de los Comunes.
Al atacar Francia a Holanda en 1672, el pretexto anti­
protestante y
de apoyo a la causa católica fue ya visto por
muchos como carente de sinceridad, incluso por el papa
Clemente X, adicto por lo general a la política francesa (3).
(3) «Así se comprende que numerosos predicadores de Roma presentaran
como obra de Dios el triunfo de Francia
en tierra de Holanda. El mismo ancia­
no Clemente X creyó seriamente por largo tiempo que la ofensiva contra
Holanda redundaba en bien de
la religión católica ...
-O.as] noticias, que en lo sucesivo fueron empeorando cada vez más, pro­
dujeron en el ánimo del Pontífice
el convencimiento de haber sido engañado
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FRANCISCO CANALS VIDAL
Pero, desde entonces comenzó una nueva era en la política
europea: pronto se aliarían contra Francia y a favor de
Holanda los príncipes protestantes -sus antiguos aliados con­
tra el Imperio--- y los Habsburgos,
de Viena y de Madrid, de
manera que se vino a producir un cambio completo de situa­
ción. Ahora
eran enemigos de Francia los que habían sido sus
aliados contra Austria; mientras las dos ramas, la imperial y la
española, luchaban por defender contra Francia aquellas
Provincias Unidas
por las que tanto había combatido Francia
para arrancarlas del dominio
de los Habsburgos, los príncipes
protestantes
de Alemania se aliaban con el emperador para
combatir contra los
que habían sido sus aliados extranjeros
durante tantas décadas: los reyes
de Francia y de Suecia ( 4).
El cambio político que sobrevino en Holanda con motivo
de la invasión francesa de 1672 llevó al poder a Guillermo de
Orange, y con él al partido que encamaba el calvinismo.
Guillermo fue desde entonces el protagonista
de la guerra con­
tra la monarquía francesa. En 1673, impulsó una vasta coali­
ción entre el emperador, el rey
de España, el elector de
Brandenburgo y los príncipes alemanes; aunque el fin de aque­
lla guerra, terminada
en 1678 con la Paz de Nimega, fue el
momento culminante
de la hegemonía francesa. De la Paz de
Nimega resultó la humillación y el perjuicio para España, que
perdió el Franco Condado y muchas plazas
de Flandes. La
orientación y el impulso dado por Guillermo de Orange a la
política europea persistirían y llevarían a la situación que cul­
minaría
en la guerra de Sucesión española.
cuando le aseguraron que la guerra de Francia contra Holanda sólo tendía al
bien de la religión católica• (Ludovico PASTOR: Historia de los Papas, Barcelona,
1950, vol. XXXI, pp. 410 y 417).
( 4) La nueva situación pone de manifiesto que mientras se invocaban toda­
vía pretextos religiosos
-el calvinismo por parte de Holanda y el catolicismo
por parte de Francia~, se trataba en la intención profunda de los poderes
políticos de luchas por el equilibrio europeo de poder. En aquellos años en
que la monarquía francesa jugaba el papel de adalid de la causa católica con­
tinuaba su
apoyo a los turcos contra Austria y el Imperio. Contra Francia
luchaban unidos los pfmcipes católicos y los protestantes alemanes.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
Si Luis XIV había adoptado la actitud de portaestandarte
del catolicismo, el dirigente holandés, ferviente calvinista, daría
a
su lucha contra Francia, en especial en lo relativo a las cues­
tiones religiosas
en Inglaterra, el carácter de una guerra reli­
giosa protestante. Entiéndase siempre esto
en el contexto de
una Europa en que se luchaba por el poder continental y por
el poder planetario, cuando ya todas las guerras europeas te­
nían
una vertiente de disputa de la hegemonía del comercio
mañtimo
en todas las latitudes y continentes.
En aquel contexto
en que la monarquía francesa, después
de haber sido aliada internacionalmente de los protestantes
durante siglo y medio, se presentaba
como el adalid del cato­
licismo
en Europa, mientras acentuaba la independencia de la
monarquía frente al Pontificado y la supremacía del
poder polí­
tico sobre la Iglesia francesa, ocurriña el destronamiento
de los
Estuardos
por la revolución de 1688. Quedañan ya para siem­
pre excluidos los católicos del trono de Inglaterra, al instau­
rarse el propio Guillermo
de Orange, asociado en el trono a
su esposa Maña, hija,
educada en el anglicanismo, del pñmer
matñmonio de Jacobo 11 (5). La Revolución inglesa, al unir
definitivamente Inglaterra a la alianza antifrancesa, uniéndose a
la coalición
de Augsburgo que había formado en 1686
(5) Jacobo II, que ascendió al trono de Inglaterra en 1685, a la muerte de
su hermano Carlos Il, a pesar de haber declarado públicamente su conversión
a la fe católica
desde 1672, había educado a sus dos hijas, Maña y Ana, naci­
das
de su primer matrimonio con Ana Hyde, en el seno de ·la Iglesia de
Inglaterra•. El matrimonio de María con Guillermo de Orange, estatúder de
Holanda, el 4 de noviembre de 1677, era una de las ambiguas maniobras por
las que Carlos 11, comprometido secretamente a restablecer el catolicismo en
Inglaterra, y ,subjetivamente,, católico, aunque hombre de costumbres corrom­
pidas y escandalosas, había
intentado asegurar un equilibrio que hiciese posi­
ble el sostenimiento de la dinastía de los Estuardos y el poder de la monar­
quía a pesar del catolicismo de su hermano Jacobo, y del enfrentamiento de
los protestantes, especialmente del partido de los wbigs, en el que predomi­
naban las tendencias «reformadas», a un monarca católico y absoluto apoyado
por la Francia de Luis XIV.
Los equilibrios e hipocresías quebraron ante la Revolución de 1688, en la
que Jacobo II fue destronado por su hija Maria y su yerno Guillermo, con la
conformidad
de Ana, ferviente anglicana, y que reinaría después de aquéllos,
en los años de la guerra de Sucesión española.
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Guillermo de Orange -Holanda, el emperador, los príncipes
alemanes,. católicos y protestantes, España, Suecia, Dinamarca
y el duque de Saboya-llevaría a la larga guerra europea que
terminaría en 1697 con la victoria francesa y la Paz de
Ryswick. Si después de aquella larga guerra victoriosa se con­
formó
Luis XIV con. obtener la ciudad de Estrasburgo, fue por­
que se preveía la muerte del rey de España, que en su largo
reinado y
en su doble matrimonio no había tenido descen­
dencia, y que dejaría abierta la cuestión sucesoria.
Al año siguiente de la Paz de Ryswick, la propia Francia
pactaba
con el reino de Inglaterra y con Holanda -es decir,
Luis
XIV con su tenaz adversario Guillermo de Orange----un
tratado secreto de reparto de los dominios españoles, firmado
el 24
de septiembre de 1698. Por aquel tratado el Delfín obten­
dría Nápoles, Sicilia y Guipúzcoa; el archiduque austríaco,
Milán; y el príncipe elector
de Baviera heredaría España,
Flandes y las Indias Occidentales. Reaccionando contra aque­
llos proyectos
de división de los dominios españoles, que el
rey
de Francia y Guillermo III de Inglaterra querían imponer
al Imperio y a España, Carlos II designó sucesor al príncipe
José Femando de Baviera, en noviembre de 1698; pero el prín­
cipe bávaro murió a las
pocas semanas, en febrero de 1699.
Hubo entonces un segundo tratado de reparto, que se firmó
en Londres y en La Haya en marzo del año 1700. El archidu­
que Carlos de Austria obtendría España, las Indias y los Países
Bajos; el Delfín, Nápoles y Sicilia, mientras el
duque de Lorena
recibiría el ducado
de Milán.
Fue la tenacidad
de las potencias europeas que, después
de haber luchado entre sí por tan largo tiempo, se reconcilia­
ban a costa del reparto de los dominios españoles, lo que
decidió finalmente a Carlos 11 -,!tendiendo a los consejos de
quienes pensaban que sólo Francia estaría interesada y que
sólo Francia tendría poder para garantizar la unidad de los
dominios españoles-a designar como sucesor a Felipe de
Anjou. En testamento de primero de octubre de 1700 le llamó
a la herencia
,de toda . nuestra monarquía ninguna parte excep­
tuada,.
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Que aquella Europa se regía por criterios de razón de
Estado y equilibrio de poder, tan alejados de las motivaciones
que habían sido predominantes en el tiempo de las guerras
réligiosas, lo prueba la trágica realidad de los intentos de
reparto y el hecho mismo de que las •potencias maritimas•
protestantes reconociesen inicialmente
el testamento de Carlos
II y la aceptación
por Luis XIV de la sucesión española para
su nieto el duque de Anjou. Pero, es innegable que en la
conciencia del enfermizo vástago
de los Habsburgos españoles
fue
predominante el propósito de preservación de la ,unidad
católica, de los dominios heredados de sus antepasados en la
designación, dolorida y resignada, del
heredero Borbón para
los reinos
de España. No han faltado historiadores que han
atribuido la aceptación popular española de aquel testamento,
después de dos siglos de hostilidad antifrancesa, a una
reacción contra el apoyo inglés •protestante• al pretendiente
austríaco.
Dada la evolución compleja de los hechos, sería difícil
saber hasta qué punto la misma preocupación de unidad cató­
lica española,
que había movido a Carlos II en la redacción de
su testamento, puede explicar el hecho innegable de la acep­
tación de la sucesión «francesa~ también por todos los reinos
de la antigua confederación catalano-aragonesa. El sentimiento
de los catalanes después del escarmiento de 1640 era de uná­
_nime antipatía y profunda hostilidad contra los franceses. Como
se refleja en las Narraciones, tardaria unos años en evolucio­
nar en Cataluña la actitud que llevaría, desde la inicial acepta­
ción del nuevo rey y la nueva dinastía, hasta el resurgir de una
nueva lealtad monárquica austriacista.
Iniciada
en mayo de 1701 la guerra, por la pretensión aus­
tríaca y con el emperador Leopoldo todavía sin aliados, cam­
bió en poco tiempo la situación por el interés de la oligarquía
protestante
wbig en asegurar la exclusión de los Estuardos
católicos del
trono inglés (6). La gran alianza de 7 septiembre
(6) Después de que el emperador Leopoldo formulase su protesta, en 29
de diciembre de 1700, contra la aceptación por Luis XIV de la sucesión a la
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de 1701 entre Inglaterra, Holanda, Austria y el Imperio y los
príncipes alemanes convertiría la guerra
en la larga lucha euro­
pea,
de la que resultaría un sistema de equilibrio de poder que
determinarla la política a lo largo del siglo XVIII. En el momen­
to
de la declaración de guerra de Holanda e Inglaterra contra
Francia y España,
en mayo de 1702, contaba todavía Luis XIV
a favor suyo con los electores de Colonia y Baviera, y con el
reino
de Portugal y el ducado de Saboya. Estos dos últimos
cambiarían pronto
de partido, para unirse a los aliados contra
Francia y la causa borbónica. De hecho, Francia
no contaba
sino con España para defender la sucesión borbónica
en este
reino.
Conviene caer en la cuenta de que, en aquellos siglos, no
se había realizado todavía la organización jerarquizada y pro­
fesional de los ejércitos. Ésta sería obra de los reyes de Prusia,
Federico Guillermo I y Federico 11, el Grande; y posteriormente
sobrevendría la estatalización y nacionalización de las activida­
des militares, como efecto de la Revolución francesa, la levée
en masse jacobina y bonapartista. Durante los primeros siglos
del estado monárquico absoluto, los soldados eran mercenarios
y los dirigentes militares pertenecían a la nobleza, que había
transformado su antigua fidelidad feudal
en una actitud de ser­
vicio a la realeza
en que se concretaban la patria y el Estado.
Con esta actitud de servicio se fundía íntimamente la ambición
por la gloria y el prestigio.
Así como en el siglo XVII se vio a un príncipe de sangre
como el Gran Condé combatir al lado de España contra el rey
de Francia, encontramos ahora, en la guerra de Sucesión espa­
ñola, a nobles emparentados entre sí dirigir ejércitos que entre
sí luchan por la hegemonía. El jefe de los ejércitos imperiales
Corona española para su nieto Felipe de Anjou, que había tenido lugar el 12
de noviembre de 1700, Holanda e Inglaterra reconocer'ian como rey de España
a Felipe V.
Es de notar que la declaración de guerra de Holanda e Inglaterra contra
Francia y España no tendría lugar hasta mayo de 1702. El hecho determinan­
te fue que
al morir, el 16 de septiembre de 1701, el rey destronado de
Inglaterra Jacobo 11, Luis XIV había reconocido a su hijo con el nombre de
Jacobo
111 como sucesor en el reino de Inglaterra.
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LAS NARRACIONES Ii!STÓRICAS DE CASTELLVÍ
sería el príncipe Eugenio de Saboya, hijo de Olimpia Manzini,
sobrina del cardenal Mazarino, y que había sido probablemen­
te la primera mujer
de quien el joven Luis XIV se había ena­
morado. Algunos historiadores atribuyen
al resentimiento con­
tra el rey de Francia, heredado de su madre, su heroica
tenacidad al servicio del Imperio. Uno de los generales de Luis
XIV en la guerra de Sucesión, que combatió precisamente en
España, el duque de Vendóme, era hijo de Laura Manzini, la
mayor de las sobrinas de Mazarino. Eran, pues, primos her­
manos dos de los grandes generales en los respectivos ejérci­
tos francés e imperial (7).
Otros dos protagonistas capitales
de aquella guerra hemos
de mencionar, precisamente por la relación que uno de ellos
había
de tener con Cataluña. Un sobrino de John Churchill
-el duque de Marlborough y principal dirigente militar de los
ejércitos ingleses--- , fue James, hijo bastardo del rey Jacobo
II
de Inglaterra y de Arabella Churchill, hermana del duque.
Nombrado
por su padre con el título inglés de duque de
Berwick, sirvió al rey de Francia y tuvo una influencia decisi­
va en la victoria borbónica en España. El duque de Berwick
seria el general que,
al frente del ejército franco-castellano,
conquistarla tras el largo
bloqueo y sitio terminado el 11 de
septiembre de 1714 la heroica ciudad de Barcelona. Será opor­
tuno no dejar de mencionar, para ambientarnos en el modo de
ser y el espíritu de aquella época, que John Churchill y su
sobrino el duque de Berwick mantuvieron una respetuosa y
cordial correspondencia
de tipo familiar a lo largo de la gue­
rra,
de la que nadie tenía por qué sospechar que pudiese con­
tener informaciones perjudiciales para la causa a
que respecti­
vamente servía cada uno de ellos. Más adelante veremos al
duque de Berwick setvir a Francia en una guerra contra
España, mientras su hijo
«español», el duque de Liria, servía a
Felipe
V, y encontraremos al padre aconsejando en su corres­
pondencia a su hijo la fidelidad y lealtad a su rey Barbón
«español» en cuyo servicio estaba comprometido.
(7) Cf. Sir Charles PETRIE: The Marshall Duke o/ Benvtck, Londres, 1953.
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En aquella guerra, movida por el impulso hacia la hege­
monía continental y planetaria, las alternativas militares y, espe­
cialmente en Francia, el cansancio y empobrecimiento de los
pueblos, llevarían a situaciones como la que se produjo en
1709 -ultimátum aliado a Luis XIV de 28 de mayo y derrota
del ejército francés
en Malplaquet por el duque de
Marlborough-en la que los aliados exigirian al propio Luis
XIV que fuese el ejército francés el que tomase la tarea de
expulsar del trono español a su nieto Felipe V (8). Aquella
proposición
no fue aceptada, pero en realidad si la causa bor­
bónica acabó
por triunfar en España fue, por una parte por la
lealtad castellana hacia Felipe
V, y el propósito de éste de
mantenerse unido como rey al pueblo español, y como efecto
de algunas victorias militares de la causa borbónica. Una de
éstas, verdadera obra maestra del duque de Berwick, fue la
batalla
de Almansa, el 25 de abril de 1707, cuya consecuencia
sería la entrada del ejército borbónico
en Valencia y en
Zaragoza. De esta victoria se seguirían, el 22 de junio de 1707,
los decretos
de Nueva Planta, que suprimirían la constitución
histórica de los reinos de Aragón y de Valencia.
la guerra de Sucesión española se movía, por encima e
incluso a pesar de algunas motivaciones o pretextos religiosos,
en el ánimo de sus principales protagonistas, la Inglaterra oran­
gista y
whig, la Francia borbónica, el Austria de los
Habsburgos y la Holanda protestante, aliada
con Inglaterra por
la obra política de Guillemo III de Orange, por un impulso de
lucha
por el poder, regulado por el sistema de equilibrio. En
aquel horizonte continental,
la causa catalana iba a quedar
postergada y traicionada
por quienes se habían comprometido
en su defensa, como Inglaterra, y la misma Austria habsbur­
guesa, que, después del tratado
de paz con Francia -Tratado
de Rastadt de 1714-terminaría por aceptar, en el Tratado de
(8) Era aquel el momento militarmente más comprometido para Francia y
Luis XIV habia pedido la paz. La dureza de las condiciones exigidas por los
aliados, que hubieran obligado a
Luis XIV a contribuir militarmente al destro­
namiento de su nieto Felipe V, llevaron, sin duda, a la negativa por parte del
rey de Francia.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
Viena de 23 de abril de 1725, a Felipe V como rey de Es­
paña.
Diríase que en aquella guerra, cuya consecuencia real fue
la génesis casi definitiva de la hegemonía británica en un ámbi­
to planetario, y la plasmación del orden europeo que, a pesar
de las grandes guerras del siglo
XVIII, iba a estar vigente hasta
el tiempo de la Revolución y del Imperio napoleónico, para
ser después sucedido
por el engendrado en los tratados de
Viena de 1815, un designio misterioso dominase los aconteci­
mientos y los marcase con
un ritmo fatal por la muerte de
algunas personas reales. Guillermo de Orange, el hombre de
la Revolución inglesa de 1688, el adversario tenaz de Luis XIV,
no murió hasta después de haber puesto en marcha la políti­
ca
que condujo a la guerra, y que había de ser ejecutada ini­
cialmente durante algunos años por adversarios políticos tories,
los ministros de la reina Ana Esruardo (9). Por otra parte, si
no hubiese muerto el 6 de febrero de 1699 el príncipe elector
de Baviera, a favor del cual había redactado su testamento el
rey de España Carlos
II el 14 de noviembre de 1698, no se
hubiera planteado la cuestión sucesoria española en la forma
que obligó a Carlos II el Hechizado a firmar con lágrimas en
los ojos su testamento a favor de Felipe de Anjou, nieto de
Luis XIV, como única defensa de España contra los tratados de
reparto de los dominios de la Corona católica. Después, la
muerte, el
17 de abril de 1711, del emperador José I, el suce­
sor del emperador Leopoldo,
que había iniciado la guerra a
favor
de la pretensión austriaca a la sucesión española en la
persona del archiduque Carlos, su hijo segundo, llevaba a éste
(9) La inclinación personal de la reina Ana Estuardo, devota anglicana, y
que habia encontrado en su lealtad a
la «Iglesia de Inglaterra» la motivación
para apoyar el destronamiento de su padre Jacobo II por su hermana María y
el esposo de ésta, Guillermo de Orange, la orientaba a la simpatía con los
tories, a la vez que la alejaba en lo religioso de las tendencias de un protes­
tantismo
.reformista•, es decir, calvinista, que predominaba entre los whigs. La
profesión católica de su hermano, el pretendiente -}acabo 111~, la obligaba, no
obstante, a una guerra cuya auténtica inspiración e iniciativa correspondía a
los
wbigs, lo que explica la influencia hegemónica del duque de Marlborough
durante
la guerra de Sucesión española.
221
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO CANALS VIDAL
al trono de Viena para ser el emperador Carlos VI. Esto cam­
biaba decisivamente la situación europea: quienes luchaban,
como Inglaterra -- en virtud del Acta de Unión de Inglaterra y Escocia-contra
la presencia de una misma dinastía. en París y en Madrid, no
iban a defender la presencia de los Habsburgos en Madrid y
en Viena. La reina Ana Estuardo, hija del Jacobo 11 -el rey
destronado
por haberse convertido desde hacía ya muchos
años a la fe católica-sentía intimamente una inclinación por
su familia
y deseaba la sucesión a favor de su hermano, que
hubiera sido Jacobo III si se hubiese avenido a profesar la fe
de la ·Iglesia de Inglaterra,, y para ello se inclinó a la paz con
Francia,
lo que implicó el abandono del compromiso con la
Cataluña austriacista. La reina Ana murió en agosto de 1714,
muchos meses después de que el Reino Unido reconociese en
Utrecht, en abril de 1713, a Felipe V como rey de España, pero
lo bastante tarde para
que la noticia de su muerte no pudiese
llegar a los barceloneses, que iban a sucumbir pocas semanas
después, el 11 de septiembre de 1714, ante los ejércitos fran­
co-castellanos dirigidos
por el duque de Berwick.
En definitiva, nada cambiaría ya para Cataluña.
Si en los
primeros años
de la reina Ana, los tories habían tenido que
poner en marcha una guerra de inspiración wbig, el reinado
de Jorge I de Hannover, iniciado en agosto de 1714, empeza­
ba obteniendo los whigs, · partidarios de la sucesión protestan­
te, los beneficios
de la paz que habían hecho los tories con la
esperanza
de posibilitar la sucesión estuardita. Continuaba sien­
do verdad en aquella situación lo que el tory Bolingbroke
había afirmado durante la negociación del tratado
con Francia:
•No es del interés de Inglaterra la preservación de las liberta­
des catalanas, (10). En cuanto a Austria y a la casa
de
Habsburgo, los tratados de 1714 les aseguraban la obten­
ción
de aquello por lo que al parecer luchaban en el fondo
desde 1701. Obtuvieron el Milanesado, Nápoles, Cerdeña y
Flandes.
(10) Cf. Sir Charles PmmE: Tbe Marsbal Duke o/ Berwfck, Imcires, 1953, p. 249.
222
Fundaci\363n Speiro

LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
La tragedia del pueblo catalán, lo que después llamaron
algunos historiadores
·el fin de la nación catalana•, no conmo­
vió ni comprometió a nadie en Europa, aunque fue universal
la admiración sentida por el heroísmo de Barcelona, derrotada
el
11 de septiembre de 1714.
No podríamos
comprender adecuadamente ni valorar en
su sentido profundo la ulterior resistencia catalana contra los
Borbones
en su carácter de guerra «ciudadana» y «corporati­
va•, si no notáramos aquí que en la batalla de Almansa - la que es tópico recordar: -tot es va perdre a Almansa­
luchaban dos ejércitos de los cuales el defensor de la causa
borbónica se componía de soldados franceses, castellanos e
irlandeses jacobitas -es decir, defensores de los Estuardos
católicos contra los orangistas---
al mando del inglés de naci­
miento al servicio
de Francia duque de Berwick. El ejército
derrotado, el
de los aliados, que combatían contra los
Borbones, estaba integrado
por soldados portugueses, ingle­
ses y holandeses, al
mando de un hugonote, es decir, un
protestante calvinista francés, que servía a Inglaterra, en don­
de recibió el título nobiliario de Lord Galway. Algunos ingle­
ses
tories brindaron en Inglaterra •por el ilustre general inglés,
(Berwick),
que ha derrotado a ,los franceses, (Lord Galway).
De la batalla
de Almansa dijo nada menos que el rey
de Prusia Federico II que se trataba de •la batalla más cien­
tífica del siglo,. En realidad,
el duque de Berwick fue el
verdadero artífice
que hizo posible que reinase Felipe V en
España.
La nostalgia inglesa por los Estuardos destronados llevó
en 1710 al triunfo tory en la Cámara de los Comunes. Mientras
que, ya
en abril de aquel año, había perdido la duquesa
de Marlborough, hasta entonces decisivamente influyente en la
corte de la reina Ana, su cargo de camarera mayor. Esto con­
duciría finalmente, el 31 de diciembre de 1711, a la destitu­
ción,
por el gobierno tory, del duque de Marlborough del man­
do del ejército británico.
Entre tanto, el Archiduque,
que había llegado a entrar en
Madrid en septiembre de 1710, sólo pudo permanecer por
223
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FRANCISCO CANALS VIDAL
muy breve tiempo en la capital del Reino; y al mes siguien­
te se retiraba hacia Cataluña.
Las victorias castellano-francesas
de Brihuega y Villaviciosa --diciembre de 1710--y la con­
quista
de Gerona por los ejércitos franceses en enero de
1711, fueron el preludio inmediato de una nueva situación,
en la que la causa austríaca entraba ya en su ocaso en
España y Cataluña se acercaba hacia la heroica tragedia. La
muerte del emperador José I el 17 de abril de 1711 llevó al
trono
de Viena y al Imperio al que había sido considerado
por los españoles como el rey de España Carlos III. Éste salió
de Barcelona el día 8 de septiembre de 1711, y dejó el
gobierno confiado,
en representación suya, a su esposa la
emperatriz Elisabeth de Brunswick, con la que había contraído
matrimonio, siendo Rey
de España, en abril de 1708, es
decir, en fecha ya posterior al fin de todas las cosas en
Almansa. Pero ya en 19 de marzo de 1713 la misma empera­
triz Elisabeth salía
de Barcelona hacia Viena, mientras la repre­
sentación del Reino quedaba confiada
al mariscal austriaco
Starhemberg.
El cambio político en el Reino Unido, orientado a posibilitar
la herencia estuardita
de la Corona al aproximarse la muerte de
la reina Ana Estuardo, y la llegada al trono imperial en Viena del
que había sido para los catalanes el rey de España, eran, en ver­
dad, el fin de todas las cosas. En enero de 1712 se habían inicia­
do las conversaciones de paz entre Holanda y la Gran Bretaña de
una parte y Francia y España
de otra. Nadie defendió allí las liber­
tades catalanas; los tories ingleses no se consideraron compro­
metidos por lo que habían pactado en Genova con los catalanes,
el
20 de julio de 1705, los dirigentes wbigs. En aquella ocasión,
para obtener el apoyo
de los vigatans contra la causa borbónica,
hablan prometido que, en cualquier caso, incluso en el supuesto
de que Inglaterra reconociese a Felipe V como rey de España,
sostendrían
la causa de la constitución histórica de Cataluña, de
las ·libertades catalanas•.
En el Tratado de Utrecht,
en abril de 1713, Inglaterra y
Holanda reconocían ya a Felipe V como rey de España, mien­
tras España cedía
al Reino Unido el peñón de Gibraltar y la
224
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LAS NARRACIONES HISTóRICAS DE CASTELLVÍ
isla de Menorca; con lo cual se infringía en el fondo el com­
promiso moral
que derivaba del testamento de Carlos II, que
supeditaba la herencia del nieto de Luis XIV a la monarquia
española al mantenimiento estricto
de la unidad del Reino (11).
En aquella guerra
de equilibrio, no sólo europeo sino planeta­
rio, hay
que recordar también que Francia cedía al Reino
Unido territorios
en América: Accadia y Terranova. Francia, por
su parte, reconocía a la reina Ana y se comprometía a retirar
su apoyo al pretendiente Jacobo Estuardo, que fue expulsado
del territorio francés.
Con esto Francia reconocía la sucesión protestante en el
Reino Unido,
y aunque entonces los gobernantes tories
firmaban la paz para hacer posible la restauración jacobita, al
no realizarse la expectativa de la conversión del preten­
diente a la ·Iglesia de Inglaterra•, el resultado de la paz
sería,
con la sucesión protestante producida en 1714, más de
medio siglo
de dominio wbig, y con él el establecimiento
definitivo del régimen parlamentario
en Inglaterra, es decir,
del gobierno
de una oligarquía representada en forma monár­
quica.
Pocos meses después del Tratado de Utrecht, y siguien­
do todavía ·de derecho• la guerra entre el Imperio y Francia,
el
22 de junio de 1713, los austríacos pactaron con el ejérci­
to borbónico la evacuación de Cataluña, que quedaba dispo­
nible para ser conquistada y entregada a la soberanía de
Felipe
V. Incluso pocos días después, quien representaba en
Barcelona a la familia real de los Habsburgos como sobera­
nos de España, salía también de Barcelona. Fue entonces,
al día siguiente de la partida del mariscal Starhemberg, cuan­
do la Generalitat de Cataluña tomó el acuerdo de proseguir
(11) Recordemos que el único motivo que llevó a Carlos 11, con profunda_ tris­
teza, a establecer en su testamento la sucesión borbónica, fue su convicción de que
era el único camino para
evitar la división de sus reinos, varias veces intenta.da en
los tratados de reparto. Pero no sólo era una motivación subjetiva, sino la condición
que
tenían que aceptar los herederos Borbones de los Austrias españoles. &ta con­
dición fue incumplida
en el contexto de la guerra por el equilibrio europeo que
determinaba en el fondo todas las guerras europeas a partir del Tratado de Westfalia.
225
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FRANCISCO CANALS VIDAL
la guerra y ratificó su fidelidad a ·Carlos III· como rey
de España. La Generalitat nombró entonces a Antonio de
Villarroel, que no era catálán, pero que era ferviente parti­
dario de la Casa de Austria, como general en jefe de los
ejércitos del Principado. Pero la causa militar
en Cataluña
había evolucionado
de tal manera que ya a partir del 25 de
julio de 1713 el ejército franco-castellano estableció el
bloqueo de la ciudad de Barcelona. A los pocos meses, el
7
de marzo de 1714, y aunque Austria no reconocía todavía
a Felipe V como rey de España, se firmó la paz entre
Austria y Francia, mientras el ejército francés continuaba
luchando en defensa del trono de Felipe V contra Cataluña
y Mallorca (12).
De hecho, en el momento de tomar el duque de Berwick
el mando del ejército franco-castellano e iniciarse el sitio en
forma de la ciudad de Barcelona, el 7 de julio de 1714, no
había ya esperanza alguna, en el plano europeo, de apoyo
para la causa catalana. Ésta habla sido abandonada en Utrecht
explícitamente
por los ingleses, y dejada indefensa por parte
de Austria, al fmnar la paz con Francia, sin exigir ninguna sal­
vaguardia para los territorios todavía leales al pretendiente aus­
tríaco.
El sitio de Barcelona había de durar hasta la fecha, que
sería para siempre evocada, del 11 de septiembre de 1714. La
singularidad militar, y todavía más la singularidad sociológica,
de la resistencia barcelonesa de 1714 quedó reflejada en
muchos testimonios contemporáneos. Se notó con sorpresa que
fue una resistencia ejercida por simples .. ciudadanos» --es decir,
no militares, que, como ya hemos notado, hubieran sido
nobles o mercenarios-y .. burgueses~, es decir, no comprome­
tidos con un deber de lealtad a la Corona ni acostumbrados a
vivir
en el ambiente de la ambición y de la gloria militar. Tal
(12) Después del tratado entre Francia y Austria, y aunque ésta no hubiese
reconocido a Felipe V como rey
de España, evidentemente la lucha del ejército
francés
en Cataluña y después en Mallorca no era ya la continuación de una gue­
rra internacional sino la ayuda francesa al establecimiento
de la dinastía de Borbón
en el Principado de Cataluña y en el Reino de Mallorca, contra los naturales de
estos pueblos
que mantenían idealmente la legitimidad de los Habsburgos.
226
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
vez el máximo testimonio del heroísmo barcelonés se halle en
las memorias del duque de Berwick. Felipe V, el rey a quien
servía, le había dado instrucciones en el sentido de no admi­
tir sino una rendición incondicional de la ciudad, sin que se
firmase compromiso alguno por parte de los ejércitos vence­
dores. Comentando este mandato, que en sus memorias califi­
ca de ,tan poco cristiano,., lo atribuye a la hostilidad que rei­
naba
en la corte borbónica de Madrid contra Cataluña. Leemos
en sus memorias:
«No me sorprendieron estos sentimientos de la Corte de
Madrid, porque desde la subida al trono de Felipe V, su nor­
ma
de conducta había sido siempre el proceder con altivez;
por este medio se había visto llevado varias veces al borde de
su destrucción por el descontento que su conducta ocasiona­
ba: los ministros nunca hablaban sino de la grandeza de su
monarca,
de la justicia de su causa y de lo poco que valían
los
que se habían atrevido a oponérseles; así todos los que se
habían rebelado tenían
que ser sometidos por la espada, to­
dos los
que no habían luchado contra su competidor en el
trono tenían que ser tenidos como enemigos, y todos los que
le habían apoyado había que suponer que simplemente
habían cumplido
con su deber, y que Su Majestad católi­
ca
no tenía que sentirse obligado en lo más mínimo por
ello.
·Si los ministros y generales del Rey de España hubiesen
sido más moderados en su lenguaje, como parece que habría
exigido la prudencia, Barcelona hubiese capitulado después de
la partida de los defensores del Imperio. Pero como Madrid y
el Duque
de Popoli [se refiere al que había dirigido hasta
entonces el bloqueo
de Barcelona] no hablaban de otra cosa,
incluso en público, sino de saqueos y ejecuciones, el pueblo
llegó a sentirse furioso y desesperado,. 03).
Al ser intimada la ciudad a su rendición y contestar con
una respuesta negativa, comenta intencionadamente Berwick:
(13) Memoirs, vol. II, pp. 156-158; citado por Sir Charles PF.TRrn: Tbe
Marshall Duke of Berwick, p. 252.
227
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FRANCISCO CANALS VIDAL
,La obstinación de este pueblo era tanto más sorprendente
cuanto habla
ya siete brechas abiertas, y no habla ninguna
posibilidad de
que recibiese socorro; tampoco ten!an provisión
alguna
en la ciudad, (14).
A través
de las Narraciones históricas podemos revivir el
ambiente barcelonés
en aquellos largos meses del bloqueo y
del sitio.
El 23 de julio de 1713 vemos a los consellers asistir
a la iglesia de la Merced y
poner en manos de la Virgen un
memorial en el que recordaban su visible patrocinio y se po­
nían bajo su protección.
Las autoridades encabezaron aquel d!a
una procesión que trasladó la imagen de la Virgen de la
Merced hasta la Catedral.
Los historiadores que han querido insinuar que las cons­
tantes referencias a la fe católica
por parte de los catalanes de
1714
en su lucha antiborbónica era algo así como un pretex­
to, por otra parte erróneo en su perspectiva, y han advertido
que, en definitiva, luchaban en el mismo lado en el que esta­
ban los protestantes ingleses, muestran bien que sus observa­
ciones se mueven en el vacío y en la inconcreción, con total
distancia de la vivencia real de los catalanes
de entonces.
Conviene recordar que al experimentar el abandono de su cau­
sa
por los ingleses, ya tardíamente, el 3 de agosto de 1714, es
decir, dos años y medio después del comienzo de las nego­
ciaciones de Utrecht, aquellos hombres,
que sin duda hablan
carecido de visión política del horizonte europeo
-fue Vicens
i Vives el
que notó que Cataluña durante la Edad Moderna
nada sabía de lo
que ocurria al norte de Salses--- expresaron
su público arrepentimiento
por el error que habían cometido
al confiar
en las palabras de ,herejes,.
Casi
un año después de iniciado el bloqueo de la ciudad,
y firmada ya la paz entre Francia y Austria, constando
que el
ejército sitiador no ofrecía otra alternativa que una capitulación
sin condiciones, deliberó el Consejo de Ciento y ,los comunes,.
sobre cuál era su deber en aquella situación. Rogaron al vica­
rio general
que encargase a todas las parroquias y conventos
(14) Memoírs, vol. 11, p. 171; ibídem, p. 256.
228
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
que expresasen su parecer y que se aplicasen a investigar el
de los ciudadanos barceloneses a través
de conversaciones
entre los confesores y los que se acercasen a su confesionario.
Nos encontramos con un hecho sin duda singular: el de un
•referéndum• realizado no ciertamente a través del secreto de
confesión, pero sí con
la libertad y confidencialidad que po­
dían surgir de aquella situación.
Por otra parte,
que los comunes de Cataluña y el Consell
de Barcelona pudiesen con fundamento pensar que conoce­
rían así el verdadero sentir ciudadano, sólo es explicable en
una sociedad que hoy llamaríamos sociológicamente confesio­
nal, y en un régimen cultural y político estrictamente sacra!. El
7 de septiembre de 1714 el general Antonio de Villarroel, con­
vencido, como Rafael Casanova,
de la imposibilidad de la resis­
tencia, presentaba su renuncia al mando militar. La reacción de
los comunes fue acordar suplicar a la Soberana Virgen de la
Merced su especial protección, se dignase aceptar el bastón de
General Comando, colocando su milagrosa imagen en el salón
del Consistorio
de los Consellers con toda solemrúdad... que el
Conseller primero tomase las células del santo y del nombre
de las manos de la Virgen y Emperatriz de las Mercedes para
distribuirlas, y
que diese todas las órdenes en su nombre.
Todavía el
10 de agosto el gobierno daba orden de que se
practicasen 500 misas y particulares deprecaciones. Por la
mañana del día 10 estuvo expuesto el Santísimo
en todas las
· Iglesias no expuestas a las bombas y los tres predicadores
dominicos misionistas predicaron con fervor, animando a los
naturales y habitantes a sufrir el hambre y la fatiga. Aquellos
acuerdos de los comunes, es decir, los tres brazos, eclesiásti­
co, militar y ciudadano de las Cortes del Principado, fueron
asumidos
por la Ciudad de Barcelona en una penúltima reu­
nión del
Consell de Cent, que acordó nombrar generalísima a
la Virgen de la Merced; que se revalidasen los votos hechos el
2 de agosto último sobre promesa
de mejora de costumbres,
de rezo público del rosario en las plazas de la Ciudad a fin
de alcanzar mejor la misericordia de Dios, de su Santísima
Madre y Santos Patronos, y por su intercesión experimentar el
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FRANCISCO CANALS VIDAL
alivio y consuelo en el trance tan angustioso por el cual pasa­
ba la Ciudad (15).
El sentido español de los ideales por los que luchaban
aquellos hombres queda reflejada
en la exhortación dirigida a
todo el pueblo barcelonés que, el día anterior a la capitula­
ción, se promulgó, en lengua catalana, como una última pro­
clama, convocando en las plazas de Junqueras, Borne y Palacio
a todos los ciudadanos. Aquel bando o manifiesto dice:
·Haciendo el último esfuerzo,
y dando testimonio a los que
habrán de venir, de que se han ejecutado las últimas exhorta­
ciones
y esfuerzos, protestando de los males, ruinas y desola­
ciones
que sobrevengan a nuestra común y afligida patria, y
del exterminio de todos los honores y privilegios, quedando
esclavos con todos los demás españoles engañados, y todos en
esclavitud del dominio francés; pero confía, con todo, que
como verdaderos hijos
de la patria y avances de la libertad
acudirán todos a los lugares señalados, a
fin de derramar glo­
riosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la
patria y por la libertad de toda España• (16).
Iniciado el último asalto
en la madrugada del día 11 de
septiembre,
y estando ya decidida la situación a favor de los
sitiadores, los barceloneses enviaron a tres diputados para
negociar la rendición. El duque de Berwick, que cumplió, aun­
que a su manera, la orden de Felipe V, exigió la rendición
incondicional. Habiéndose retirado los delegados, Berwick inti­
mó de nuevo a la ciudad a que se rindiese, pues en otro caso
corria el riesgo de ser saqueada. Entonces pudo él dictar sus
condiciones,
y no pudiendo garantizar la capitulación en for­
ma, debido a las instrucciones del
rey Felipe V, dictó no obs­
tante a su secretario un escrito en el que prometía respetar la
vida de todos los ciudadanos y asegurar a la ciudad contra el
saqueo.
Los delegados barceloneses no tuvieron más remedio
(15) arado por Mateu BRuGUERA: Htstorta del memorable sttto y bloqueo de
Barcelona, Barcelona, 1871, Il, pp. 226-227.
(16) Texto íntegro en la nota 1
de la página 689 de la obra de José CoROIEU
y José PEUA y FORGAS: Los jueras de Cataluña; citado por Juan BERCHMANS VAllET
DE GoYllSOLO: Rejlexiones sobre Cataluña, Barcelona, 1989, p. 210.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
que fiarse, en aquellas últimas horas del 11 de septiembre, de
la palabra del duque de Berwick. Éste ordenó que el ejército
no entrase en la ciudad al día siguiente, el día 12, sino que se
aplazase un día la entrada. Buscaba, evidentemente, que se
enfriasen los ánimos, que los ciudadanos, ya conocida la ren­
dición, desistiesen de toda resistencia, y que los soldados cas­
tellanos y franceses, al no verse provocados, cumpliesen disci­
plinadamente las órdenes que dio. Con ellas conseguirla el
hecho sorprendente de una entrada pacífica
en una ciudad que
desde 1705 luchaba contra Felipe V, y que había resistido un
año de bloqueo y cuatro meses de sitio.
En sus memorias, el
duque de Berwick, después de expre­
sar con absoluta claridad la motivación
de la orden dada al
ejército de retrasar durante
un día entero la entrada en una
ciudad vencida,
con brechas en las murallas, y que había ya
aceptado la capitulación, expresa también
con espléndida sin­
ceridad su admiración sin límites
por los acontecimientos de
que sería testigo presencial el día 13 de septiembre de 1714:
•No hubiera sufrido que nuestras tropas tornasen posesión
del resto
de la ciudad aquel día, pues si hubiese anochecido
antes de
que hubiese podido dejar las cosas ordenadas, la con­
fusión y el saqueo hubieran podido seguirse;
en consecuencia
juzgué propio comunicar a todos lo
que yo había concluido
con los diputados, y procuré disponer las cosas para el ataque
general al día siguiente. Me
dirigi a los que se defendían en
las barricadas y atrincheramientos; por la tarde, sin embargo,
pude tomar posesión de Montjuk.
·En
la mañana del

día 13 los rebeldes se habían retirado
ya de todos sus puestos;
se dio señal a nuestras tropas, que
marcharon a través de las calles con tal orden hacia los cuar­
teles que se les había asignado que ni un solo soldado salió
de las filas.
Los habitantes permanecían en sus casas, en sus
tiendas y
en las calles, mirando pasar a nuestras tropas como
si fuese en tiempo de paz; una circunstancia quizá increfble es
ésta: que tan profunda tranquilidad hubiese sucedido en un
instante a tanta confusión; lo que es todavía más admirable,
que una ciudad tornada por asalto no fuese saqueada; esto
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FRANCISCO CANALS VIDAL
sólo puede atribuirse a Dios, ya que todo el poder de los
hombres
no hubiese podido contener a los soldados, (17).
Este pasaje
de las memorias de Berwick es el testimonio
de un hombre muy clarividente que afirma con -convicción, y
por cierto con capacidad de transmitirla a quienes leemos aho­
ra sus palabras, haber experimentado unos hechos
que inter­
preta como un misterio que supera la explicación humana, y
que ha de ser atribuido a la intervención de la divina provi­
dencia
en la vida de · los pueblos. Diríase que aquel pueblo
que perseveraba en oración, y al que se predicaba la confian­
za en que Dios les daría la victoria contra la tiranía francesa,
hubiese oído como de labios de ángeles la consigna evangéli­
ca: ,Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los
que hieren
por la espada a espada morirán,. Hubiera bastado alguna pro­
vocación, bien explicable e incluso previsible, para que se
desatase la exasperada venganza de los soldados castellanos y
franceses.
El eminente caudillo militar no atribuye a su talento
de mando la disciplinada actitud de sus soldados. Tenía plena
conciencia
de que no les hubiese podido contener todo el
poder de los hombres.
Aquellas familias artesanas
de 1714 tejían a la vista del
público,
en portales abiertos a la calle, al igual que trabajaban
los carpinteros, zapateros, etc. Los soldados les verían «en sus
tiendas», es decir, en su lugar cotidiano de trabajo, sosegados
y como si hubiesen olvidado los nueve años de guerra, y no
tuviesen nada que les impulsase a enfrentarse a los ejércitos
franco-castellanos.
La fecha del 11 de septiembre de 1714 vino
a ser el
fin heroico de una tragedia histórica en la que
Cataluña resultó ser más víctima que protagonista, a partir del
momento
en que en 1705 tomó partido contra Felipe V y a
favor del pretendiente austríaco, el archiduque Carlos, «el Rey
de los catalanes,.
La obra de Castellví es una exhaustiva crónica de veinti­
cinco años
de vida catalana, contemplada en sí misma y en su
relación con los grandes acontecimientes que tienen lugar en
(17) Memoirs, vol. 11, pp. 175-177; citado por Sir Charles PETRIE: Tbe
Marshall Duke oj Berwick, p. 257.
232
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
la Corte de Madrid y en los grandes centros de decisión de la
política europea. Pero limitaría el valor de la obra quien sólo
viera
en ella una cronología y no advirtiera el valor de las acti­
tudes personales del autor. Algunas de ellas
son recurrentes y
merecen toda la atención porque reflejan corrientes de pensa-
. miento arraigadas en la sociedad catalana que explican muchos
de los hechos narrados. De modo general, se siente la obliga­
ción, que alcanza a todos, autoridades y súbditos, del cumpli­
miento de la ley y de la observancia de los pactos. En el
Principado todas las leyes
son paccionadas, y son hechas posi­
bles
por el mutuo contrato y juramento de reyes y vasallos. La
doctrina que exigía a los poderes públicos el deber moral de
fidelidad a lo jurado
se concretaba, además, en Cataluña en la
inexistencia y nulidad radical de un precepto emanado del
Príncipe
que estuviese al margen de las leyes establecidas a
través del cauce del sistema paccionado.
La fidelidad a los jura­
mentos implica el deber
de los gobernantes de cumplir las
leyes.
Es el mismo origen de la autoridad el que la subordina
a la Iglesia,
que puede juzgar de la conducta de los católicos
en este orden de cosas, en radical contraposición a las doctri­
nas que, a favor del absolutismo monárquico, negaban la auto­
ridad pontificia sobre los reyes y que había combatido el car­
denal Rocabertí.
En los
Anales de Cataluña, Narciso Feliu de la Peña escribió:
• ... Decían deber obedecer las órdenes del Rey aunque
sean contra las Leyes y Privilegios ... Esta proposición tan con­
traria a la ley de Dios, justo es explicarla e impugnarla, para
que no sea ocasión de condenación eterna a los que, no advir­
tiendo la obligación del juramento y la fuerza de las censuras
Eclesiásticas promulgadas contra los
que rompen el juramento
de defender las leyes, tal vez movidos de temor no se atreven
a defenderlas· (18).
El arraigo de estos principios en la sociedad catalana y en
sus dirigentes llamados a defenderlos explica la firmeza y la
constancia --que pueden parecer a nuestros ojos, acostumbra-
(18) Narciso F'ELru DE LA PEÑA: Anales de Cataluña, Barcelona, 1709, v. 111,
p. 479.
233
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FRANCISCO CANALS VIDAL
dos a la prepotencia de los Estados modernos, banales y pun­
tillosas--- con
que era reivindicado el más minimo ápice de
derecho, libertad o
·fuero-vulnerados. las páginas de estas Narra­
ciones guardan el recuerdo de aquellos adalides que ofrecie­
ron toda
la resistencia humana posible frente a quienes pen­
saban
que la ley la hacia la voluntad de quien tenía el poder.
Y esto ocurría a todos los niveles, porque en todos había ya
entrado el virus del absolutismo despótico: reyes, virreyes, ma­
gistrados, funcionarios, etc.
El ejercicio continuado de esta resis­
tencia,
con episodios de extremada violencia dialéctica y política,
va marcando, paso a paso, el cambio de actitud de los catala­
nes respecto a las dinastías que litigan por el trono de España.
A pesar
de la actitud antifrancesa de los catalanes, que ya
hemos citado y
que el mismo Castellví testifica, Felipe V no
fue mal acogido por los españoles, y por lo que a nosotros
interesa ahora,
por los catalanes. Así se aceptaba el testamen­
to
de Carlos II. No parecía haber motivos de queja substan­
ciales, mucho más si
al poco tiempo Felipe vino a Cataluña,
convocó cortes y juró las constituciones, cosa que nunca había
hecho su antecesor. Fue precisamente la paulatina intromisión
del rey, de los virreyes y de las autoridades de delegación
regia
en ámbitos de gobierno y de decisión que no les perte­
necían
por derecho (deberíamos decir, •por pacto-) lo que fue
decantando poco a
poco la fidelidad de los catalanes de los
Barbones a los Austrias. No hay
que pasar por alto el fracaso
del primer intento de desembarco de los imperiales
en
Barcelona, en 1704; o la postura del mismo Castellví, con un
.. antiaustriacismo» que tiene su reflejo en la soterrada antipatía
hacia Jorge de Dannstadt o en las críticas constantes a la cor­
te de Viena; o el desdén, que tiene visos de orgullo de clase,
con que trata a los que primero se decantaron por el
Archiduque, porque eran socialmente inferiores.
También hay que resaltar la influencia que las arraigadas
convicciones religiosas tuvieron
en el comportamiento de los
españoles
-y no sólo de los catalanes---en esta guerra. Ya
hemos citado los escrúpulos que sintieron los barceloneses al
final del asedio por haber confiado en los ·herejes•. Añádase
234
Fundaci\363n Speiro

LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTEUVÍ
la reacción ante el asalto aliado a Cádiz y la consiguiente pro­
fanación
de los templos por obra de los soldados ingleses, que
hizo que para los castellanos la guerra de Sucesión se trans­
formara
en una guerra de religión, en una cruzada.
Una gran importancia tuvieron las novedades introducidas
por Felipe V al traer un confesor jesuita y, en particular, el dar,
a través
de éste -el padre Guillermo Daubenton--apoyo
regio a la provisión
de cátedras de filosofía suarista. Por lo que
después se vio, habría que reconocer que se incubaba un fue­
go oculto bajo las cenizas, o
por decirlo con las palabras de
Castellví, se daba una -dispuesta materia•, en la que iba a pren­
der una ,leve centella,; y que este fuego iria reviviendo hasta
su expansión en 1705.
Podemos percibir el ritmo
de los acontecimientos, vividos
casi día a día en Barcelona en el tiempo que va de abril de
1701 a junio de 1705, cuando se produce el alzamiento, ini­
ciado en la Plana de Vic, y sumergirnos en su ambiente, a tra­
vés de los textos contemporáneos, los de Narciso Feliu de la
Peña y
de estas Narraciones históricas. Los textos de estos his­
toriadores, junto con los contenidos del
Llibre de representa­
cions. 1700-1704
de los consel/ers de Barcelona, nos acercan
a los hechos: •Aproximadamente a las dos
de la tarde [del 14
de abril de 1701] algunos jóvenes echaron piedras a las puer­
tas y al patio del Colegio
de Cordelles,; en las relaciones se
niega
que sean los propios estudiantes del Estudi General. El
hecho es que, como en otras ocasiones semejantes, se suman,
a las que son ciertamente algaradas expresivas de la hostilidad
de los alumnos del Estudi General contra los del Colegio de
Nobles de la Compañía de Jesús de Cordelles, ,oficiales mecá­
nicos y otros plebeyos
de la ciudad,.
El propio Francisco de Castellví, austriacista de talante y
mentalidad aristocráticos, como se revela por su modo de
hablar, relaciona aquella presencia •plebeya, en la hostilidad
contra los alumnos
de Cordelles con una motivación que hoy
llamaríamos ideológica o de partidismo cultural. Aludiendo a
los choques entre los estudiantes del Estudi General y los del
colegio
de la Compañía de Jesús escribe:
235
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO CANALS VIDAL
,El día 23 de junio [de 1701] pasó el fervor de las dispu­
tas a tropelía entre los estudiantes de los dos partidos. La opi­
nión suarista
no era la más seguida; la mayor parte de los cata­
lanes seguían la tomística. Encendióse una civil guerra entre la
juventud y empezando a tomar parte el pueblo podía terminar
en escándalo y ruina, (19).
El modo de hablar del que fue capitán del Regimiento de
Ciudadanos de Barcelona, conocido como la Coronela, mues­
tra, por una parte, su sensibilidad, que no le lleva a sintonizar
con la presencia del •pueblo,
en los movimientos que se pro­
ducían, y
por otra su imparcialidad en el análisis de los ante­
cedentes de los movimientos estudiantiles y
de las consecuen­
cias
que iban a tener al cabo de algunos años. Teniendo
también a la vista las numerosas referencias a los aconteci­
mientos acerca del conflicto entre el Estudi General, predomi­
nantemente tomista, y el Colegio de Nobles
de la Compañía
de Jesús, núcleo público de la presencia en Barcelona de la
escuela suarista, que hallamos_ en otras fuentes, en especial en
los Anales de Feliu de la Peña, nuestro acercamiento a los
hechos lo podemos realizar por una lectura detenida de las
Narraciones de Castellví. En ellas hallaremos constatado el
arraigo y como continuidad entre las actitudes de los estu­
diantes del Estudi General y los sentimientos y modo
de ser
de los ,menestrales, y ,plebeyos, barceloneses. Este autor,
en
efecto, expone los hechos con una sutil capacidad para mos­
trar las conexiones entre ellos y bucear en los sentimientos
subyacentes a lo que se muestra en lo superficie como un petit
Jait vrai. Nos hallamos, en realidad, ante un narrador histórico
que sondea la intrahistoria, y en algunos casos sugiere algo así
como una penetración
en el subconsciente de sus contempo­
ráneos.
El testimonio de Castellví puede ayudar a remover de nues­
tra perspectiva proyecciones basadas en momentos posteriores
a los siglos de la dinastía austríaca en España. Se ha visto a
veces la presencia
en las universidades españolas de las cáte-
(19) Véase más adelante, pp. 255 ss.
236
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LAS NARRACIONES HISTóRJCAS DE CASTEUVÍ
dras de Suárez -en Valladolid en 1717, en Salamanca en 1721
y en Alcalá en 1734--, como un hecho profundamente hispá­
nico,
que sería después destruido violentamente, por influencia
afrancesada y europeizadora,
por la expulsión de los jesuitas
en 1767 (20). Pero los sentimientos y juicios de valor implica­
dos
en la intencionada alusión de Castellvi a la ruptura de la
tradición de
la monarquia española por el doble hecho de la
interrupción de
la presencia de un dominico en el confesiona­
rio regio y
por la lengua y la nacionalidad francesa del con­
fesor y del propio
tey tienen entronques históricos a veces
olvidados y
que conviene recordar.
Establecido como antecedente el hecho de
la novedad del
confesor
no dominicano y jesuita francés al lado de Felipe V,
prosigue Castellvi:
·Siguió al Rey Felipe al pasar a España su confesor, que
era jesuita ... ; en el rey, era necesidad fuese extranjero porque
en España no babia eclesiástico de conocida lectura que pose­
yese la lengua francesa; y al rey le faltaba la cabal inteligen­
cia
de la española. La religión de santo Domingo estaba de
siglos atrás como en posesión de ocupar el confesionario regio
y esta que pareció novedad causó a muchos aprehensión; por
no conformarse el rey con las costumbres [. .. ] y discurrían que
siendo extranjero podrían moverse disturbios. El colegio de la
Compañía de Jesús en Barcelona era muy cercano al edificio
que era universidad literaria. En este colegio se enseñaba
públicamente la filosofü, suarística.
La vecindad de edificios y
la oposición de opiniones hacía enemigos a los profesores. En
la Universidad se enseñaba sólo tomística• (21).
El conflicto, por lo tanto, era originariamente entre profe­
sores en razón de la oposición de escuelas. Pero tenía una
conexión, sin duda a través
de los estudiantes respectivos, con
el entorno social. Ya hemos visto que los plebeyos y oficiales
mecánicos, el ,pueblo,, figuraban
en los tumultos al lado de
(20) Véase Adro XAVIER: Francisco Suárez en la España de su epoca,
Madrid, 1950, p. 293; y Ricardo GARCÍA VIU.OSLADA, SJ.: Manual de historia de
la Compañía de Jesús, Madrid, 1941, p. 437.
(21) Véase más adelante, p. 255.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
los estudiantes de la Universidad frente a los colegiales de
Cordelles.
El Estudi General, situado en la parte alta de la rambla que
hoy llamamos de los Estudios, se titulaba desde 1559 •Estudi
General de totes les Facultats•; es decir, de gramática, retórica,
artes liberales, filosofía, teología, medicina y derecho civil y
canónico. Dependía de la Ciudad, es decir, del Consell de Cent
barcelones. Casi contiguo al Estudi, hacia donde la calle de
Tallers termina
en la Rambla, estaba el Colegio de Nobles de
la Compañía
de Jesús llamado de Cordelles por su fundador.
En él se enseñaba, además
de las enseñanzas universitarias
habituales, francés, heráldica, esgrima y
danza. Sus alumnos
vestían un uniforme de gala que las fuentes contemporáneas
describen así: ·Calzón corto, levita, banda y una pequeña
espada• (22).
Los colegiales de Cordelles alardeaban de sus
posiciones filosóficas suaristas mientras que, en contraposición,
los estudiantes del Estudi General, de acuerdo con el conven­
to dominicano
de Santa Catalina en el lugar que ocupa hoy en
Barcelona el mercado de Santa Catalina, en el solar del con­
vento incendiado
en 1835, crearon la Academia de Santo
Tomás, caracterizada como baluarte del tomismo (23). De los
alumnos del Colegio
de Cordelles, en donde se educó duran­
te dos siglos prácticamente toda la nobleza catalana, dice el
historiador Ferran Soldevila
que iban a ser el núcleo social de
los
botiflers, es decir, los partidarios de los Barbones; los estu­
diantes del Esrudi General y
de la Academia de Santo Tomás
inspirada
por los dominicos serían, en la evolución que se pro­
dujo entre
1701 y 1705, el núcleo barcelonés de los vigatans
austriacistas.
Es de advertir que en el informe presentado por la
Universidad el 2 de septiemble
de 1701, dirigido al Consell de
Cent, se alega en contra del Decreto: ·El gran perjuicio que se
podría originar a los Doctores
que no hubieran oído la opi-
(22) Ignasi CASANOVAS, SJ.: josep Finestres. Estudis biogrdfics, Barcelona,
1931, p. 17.
(23) Ignasi CAsANOVAS, S.I.: Josep Finestres, p. 17.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTEUVÍ
nión tomista o suarista cursando las opiniones de Durando,
Escoto, o Ramón
Llul!.. La invocación por los tomistas hege­
mónicos
de la libertad que había que dejar para las otras
escuelas, y especialmente
la referencia a Escoto y Ramón Llull,
muestran que los dominicos buscaban el apoyo de las otras
órdenes mendicantes
en contra de la •novedad· de la presen­
cia a
que aspiraban los jesuitas en el Estudi General (24). En
las memorias de Saint-Simon
se afirma que durante el tiempo
del sitio de Barcelona
en 1714 ·los capuchinos sobre todo y
todos los demás
de San Francisco, mostraron su ardor por las
fatigas y los peligros a
que se expusieron y por sus exhorta­
ciones apoyadas
con su ejemplo• (25). También Voltaire, en Le
siécle de Louis XIV, afirma que ·los sacerdotes y religiosos inter­
vinieron a aquella guerra cual
si se tratase de una guerra de
religión y murieron más
de quinientos eclesiásticos en el sitio,
por lo que se puede conjeturar cuánto habían animado al pue­
blo
con sus discursos y ejemplos• (26).
Los conflictos estudiantiles iniciados en 1701, y que repro­
ducían otros anteriores suscitados también
por la rivalidad
entre tomistas y suaristas sólo podrían ser considerados como
una mera anécdota si quisiéramos desconocer las descripciones
contemporáneas y los comentarios y juicios de valor que halla­
mos
en los testimonios de la época. Inequívocamente,
Francisco de Castellvl afirma
que la difusión de las ideas
•imprimidas,
por el príncipe de Darmstadt en algunos para
pasar a generalizarse a
-todos, se debió a la reacción suscita­
da
por las novedades ocurridas. El historiador Ferran Soldevila,
en su estudio Barcelona sense Universitat i la restauració de la
Universitat de Barcelona (1714-183 7) (publicado en Barcelona
en el año 1938, es decir, en plena guerra civil, por iniciativa
de la Facultad de Filosof'ta y Letras y de Pedagogía de la
Universidad Autónoma), comenta así los choques entre los
estudiantes universitarios y los del Colegio
de Cordelles:
(24) Citado por Manuel RUBIO r BORRAS: Historia de la Real y Pontificia
Universidad de Ceroera, Barcelona, 1915-1916, vol. 1, p. 92.
(25)
Mémoires du duc de Satnt-Simon, París, s.a., t. X, p. 316.
(26)
VOLTAIRE: Le stécle de Louts XlY, París, s.a., p. 227.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
.. ,La rivalidad existente y muchas veces manifestada entre
los estudiantes
de la Universidad o Estudi y los del Colegio de
Cordelles fue la causa inicial de acontecimientos que pueden
ser considerados como las primeras insinuaciones del enarde­
cimiento
que se va fraguando. No olvidemos que en Cordelles
estudiaban nobles
-Seminario de Nobles era su título-y que,
de todos los estamentos catalanes, el nobiliario fue el que más
elementos aportó a las filas
de los botiflers. No olvidemos tam­
poco
que el Colegio de Cordelles estaba en manos de la
Compañia de Jesús y que la Compañia de Jesús iba a ser uno
de los puntales de Felipe V en su lucha dinástica, (27).
El historiador nacionalista documenta su afinnación sobre
la influencia
en Cataluña de los jesuitas en pro de la causa
borbónica aludiendo precisamente las
Narraciones históricas de
Francisco de Castellví, que en el pasaje antes citado escribe:
•Los padres de la Compañia en Cataluña desde luego fue­
ron considerados
por afectos a la dominación francesa. El celo
que manifestaba esta religión (de quien el autor es muy afec­
to) tenía profundas consideraciones que dictaba la prudencia y
aconsejaba
la política y no podían sondearse por los poco
advertidos,
de que se compone la mayor parte de los pueblos.
El padre Luqui, sujeto grave en la religión, conocido por su
doctrina y ejemplar vida, refirió
al autor que el general de la
Compañia escribió a todos los provinciales de España con
serias reflexiones que se aplicasen en exhortar a todos gene­
ralmente de manifestar afecto al rey Felipe; que debían creer
que el emperador Leopoldo no emprenderla con eficacia la
pretensión a la corona de España; que estaba sin aliados; que
sus ministros no deseaban la España; que sólo se procuraba
conseguir algún equivalente para satisfacer los derechos
que
pretendía la corona; que los alemanes quelian sólo el pie en
Italia; que el estado de Milán era su principal objeto; y si po­
dían conseguirlo, dominar Nápoles y Sicilia;
que el provincial
de Aragón, hombre sabio y recto, exhortó a todos con la
(27) Ferran SornEVILA: Barcelona sense universitat i la restauració de la
Untversitat de Barcelona, Barcelona, 1938, p. 4.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
mayor viveza a aplicarse a tan saludable fin, suponiendo que
esto evitaría disturbios en los reinos y sería saludable a todos
los naturales y
de crédito a la religión. En los reinos de
Aragón, Valencia, Mallorca y Cataluña fue muy favorable esta
prevención,
que indujo muchas familias nobles al partido del
rey Felipe• (28).
Por esto Ferran Soldevila comenta el apoyo
de los jesuitas
a
la causa de los Barbones en España notando que •Se trata
de
un hecho de carácter general. En Inglaterra los Jesuitas sos­
tenían las pretensiones de los Estuardo, católicos.
Así su polí­
tica se ligaba
con la de Luis XIV· (29).
Esta misma alianza y
el apoyo de los Barbones a los
Estuardo, pudieron tener
un efecto negativo a juicio de
muchos historiadores católicos, para los
que la vinculación de
los Estuardo con la política de Luis XIV fue gravemente com­
prometedora para la causa católica
en Inglaterra. Parece, pues,
que el carácter predominantemente botifler de la nobleza cata­
lana educada
en el Colegio de Cordelles, y la hostilidad con­
tra ellos por parte de los estudiantes universitarios, en cone­
xión con el •pueblo•, los ·oficiales mecánicos y otros plebeyos
de la ciudad·, sugieren el contraste de dos ambientes y, de
alguna manera,
de dos mundos culturales diversos y opuestos.
Los profesores tomistas y los estudiantes adictos a ellos rei­
vindican la libertad
en la aspiración a las cátedras, frente ·a la
·alternativa•
que hubiera introducido en el Estudi aquella ,doc­
trina suarística, que no era la más seguida·, y para reivindicar
aquella libertad invocan la posibilidad de la presencia
de los
seguidores de Escoto o de Ramón
Llull. Esto sugiere el enfren­
tamiento entre una ciudad
de estructura gremial y mentalidad
que calificariamos como propiamente medieval, caracterizada
por el predominio de las antiguas órdenes mendicantes, y una
cultura y unas actitudes sociales «nuevas», que en definitiva
veremos después hegemónicas en la Universidad de Cervera.
Actitudes que tenían ya
una larga y arraigada presencia en
(28) Véase más adelante, pp. 256-257.
(29) Ferran SoLDEVILA: Barcelona sense universitat .. , p. 4.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
Europa y en aquellos elementos sociales que en España, y en
la propia Cataluña, habían recibido el nuevo estilo que era
propio
de la educación ·clasicista• que se daba en los colegios
de los jesuitas.
Nos interesa ahora atender concretamente al contraste entre
aquellos gestos y actitudes, expresados incluso en el modo de
vestir y en contenidos didácticos tales como la heráldica, la
esgrima y la danza, y el que debemos con fundamento pensar
que serla el modo de ser de los menestrales barceloneses o de
las otras universidades catalanas en las que predominaba la tra­
dición tomista. Su ambiente se enraizaba en un estilo de vida
en profundo contraste con los gestos de aquellos hijos de la
nobleza catalana,
que en realidad habían sido ya literalmente
-afrancesados•, y ditiamos hoy europeizados, por la educación
recibida y
por el ambiente vivido en aquella ·Eximia y Suarista•
Congregación Mariana
· que Ignasi Casanovas describe, no sin
cierta ironía, como "extraordinariamente gloriosa•.
Uno de estos rasgos, del que
dan testimonio inequívoco las
fuentes contemporáneas,
es el que era representado a Felipe V
por un consejero de Castilla para argumentar la supresión de
las antiguas universidades:
·De haber muchas universidades, se
ha seguido el abuso
de haberse aplicado muchos plebeyos al estudio de la juris­
prudencia, y obtenido los empleos de
ministros: de lo que ha
resultado
que la gente de calidad ha abandonado esta ciencia
y
no ha querido aspirar a empleos tan dignos de su sangre
por no adocenarse con gente que no era su igual, con grave
perjuicio del Rey nuestro señor y del bien público: lo que no
sucede en los demás reinos de España, por no tener semejan­
te gente medios para mantenerse
en las universidades de
Alcalá y de Salamanca· (30).
Con este rasgo social
se relacionaba en la vida concreta de
aquellos tiempos un mayor apego a las tradiciones antiguas y
a lo
que ya entonces algunos consideraban reminiscencias
medievales. Hemos visto en Barcelona simpatizar con el tomis-
(30) Manuel RUBIO I BORRAS, ob. cit., vol. I, p. 111.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
mo y con los dominicos de la Academia de Santo Tomás a los
menestrales y plebeyos de la ciudad.
Qi.Je así debía de ser en
la totalidad de las universidades catalanas se puede ver expre­
sado
en el nerviosismo de una primera redacción del preám­
bulo para el decreto de supresión de todas las universidades
catalanas, poco después de la derrota
de Barcelona:
·La tenaz resistencia de los catalanes contra la debida suje­
ción a mi legítimo dominio...
en la que se introdujeron muchos
sujetos notables
de las universidades literarias de aquel País,
provocó mi justicia
y obligó a mi providencia a mandar que
se cerrasen las universidades, que eran fomento de maldades
cuando debían serlo de virtudes• (31).
Aunque esta redacción pareció
que debía moderarse •y
explicar con otros términos más templados•, es indudable que
la decisión de suprimir todas las universidades de Cataluña, y
el carácter
que tomaría la universidad de Cervera, han de ver­
se
en continuidad con el enfrentamiento entre la política uni­
versitaria
que en nombre de la Corona había realizado el virrey
de Cataluña y el ambiente universitario tradicional
que nos
describen Narciso Feliu de
la Peña y Francisco de Castellví de
modo tan inconfundible e inequívoco. A fines del siglo XVII, las
universidades catalanas, de las que nadie deja de reconocer su
inserción social
y la conservación de la lengua, mientras se
comenta su espíritu ortodoxo
y tradicional en lo religioso, eran,
pues, socialmente populares y estaban ideológicamente inmer­
sas en el escolasticismo tradicional, preferentemente tomista. La
totalidad de los acontecimientos que precedieron al alzamien­
to catalán y cambiaron el ambiente ciudadano ocurrió bajo el
primer período,
en que el padre Daubenton ocupaba el regio
confesionario.
La definitiva creación de la Universidad de
(31) Ibídem, p. 113. Nota Rubio i Borras que a est.a primera redacción se
añadió al margen: •Parece que este principio se debe moderar y explicar con
otros
términos más templados•. De aquí que el texto fuese substituido por el
que expresa
la gratitud del Rey a la lealtad de la Fidelís.ima Ciudad de Cervera
•que entre los incendios de tan sangrienta y universal rebelión ha conservado
siempre indemne el verdor de
su fidelidad·, pero también a éste se puso una
anotación que decía
•parece que esto se debe templar-.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
Cervera y aun la supresión de las universidades catalanas pue­
de haber sido también realizada a su vuelta en 1716. Por otra
parte, los rasgos de regalismo y de menosprecio a la teología
escolástica
que advierten algunos en Robinet, confesor de
Felipe V
en los años de ausencia de Daubenton (1706-1716)
no carecen de precedentes y los veremos intensificarse al
entrar en el siglo XVIII.
Para Cataluña aquella guerra constituyó el esfuerzo heroico
por defender la vigencia de su constitución política tradicional.
Formado durante la Edad Media, se mantuvo,
en su estructura y
en sus principios, un régimen •pactista, que había conseguido
sobrevivir a la trágica experiencia
de la guerra de 1640-1652. La
misma reacción catalana frente a «la acción de Francia en
Cataluña, (32) explica el hecho admirable de que, en pleno triun­
fo
-moderno,, de las concepciones de un absolutismo político ins­
pirado en.el humanismo renacentista y el racionalismo filosófico,
viviese el pueblo catalán rigiendo su vida colectiva por institu­
ciones y criterios en los que pervivían las concepciones y los ide­
ales de la Cristiandad medieval. La fuerza y el arraigo profundo
de las convicciones y tradiciones del pactismo catalán se revela­
rían ante una Europa sorprendida
por la tenacidad de los barce­
loneses
en los largos meses del bloqueo y del sitio de la ciudad
en 1713 y 1714. Se trata de algo que resultó inexplicable en aquel
mundo
de la modernidad absolutista, y que trataría de ser olvi­
dado
en los años de la modernidad ilustrada.
El filósofo y pensador carlista Rafael Gambra analizó con
precisión la razón profunda del olvido que el sentimiento
,nacionalista, produce
en la memoria histórica de los pueblos.
En
un iluminador trabajo escribió:
•Esa organización -revolucionaria-de la sociedad sobre
bases racionales, a partir
de la ruptura con el pasado, deberla
realizarse, para ser lógica, sobre la sociedad universal, o al
menos, sobre un ideal universalista, antinacional.
,Sin embargo, contra la lógica interna del sistema, el cons­
titucionalismo decimonónico se aplicó a las nacionalidades
(32) Véase José SANABRE, pbro.: La acción de Francia en Cataluña en la
pugna por la hegemonía. de Europa (1640-1659), Barcelona, 1956.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
existentes, estableciéndose para cada nación una Constitución
racional y definitiva
que tomaba como objeto y calificativo,
precisamente el nombre
de la nacionalidad.
·Entonces surge un nuevo y extraño sentimiento que,
como el antiguo patriotismo, representa una adhesión afectiva
a la propia nación, pero que no puede llamarse ya patriotis­
mo porque reniega de la obra de los padres o antepasados y
se funda
en una ruptura con su mundo y sus valores. Este
sentimiento es el nacionalismo .
• AJ paso que el patriotismo puede ser un sentimiento con­
dicionado y jerarquizado,
en el nacionalismo la razón de
Estado
es causa suprema e inapelable, y la Nación o Estado,
hipostasiados como unidad abstracta, constituyen una instancia
superior sin ulterior recurso, (33).
No sólo
en escritores que se han puesto al servicio de
posiciones políticamente intencionadas sino también
en quie­
nes han estudiado monográficamente
la guerra de Sucesión de
1705-1714, los juicios sobre los acontecimientos han sido con
frecuencia deformadores de su significado, y aun encubridores
de sus causas profundas y de sus consecuencias sociales y cul­
turales. Tales deformaciones de la conciencia histórica de los
pueblos
no son infrecuentes. Podría afirmarse que se han dado
siempre
que las ideologías han buscado su base en sistemati­
zaciones filosóficas idealistas y
en valoraciones históricas inspi­
radas
en aquéllas. Encubrimientos y desorientadoras perspecti­
vas, condicionadas por un historicismo romántico, llevaron a
un Lamennais a ser el fundador del catolicismo liberal, mien­
tras se presentaba como el líder más representativo del
•Ultramontanismo, en Francia y en Europa (34) Condicio­
namientos ambientales análogos fueron también causa, por alu­
dir a otro ejemplo muy significativo, de que el nacionalismo
revolucionario polaco olvidase prácticamente el significado
(33) «Patriotismo y nacionalismo», Cristiandad, VII (15 de noviembre de
1950), pp. 507-508.
(34) Cf. Eugenio VEGAS LATAPIB: Romanticismo y democracia, Santander,
1938. Véase también
mi estudio Cristianismo y revolución. Los orígenes román­
ticos del cristianismo de izquierda, 2! ed., Madrid, Speiro, 1986.
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•macabaico• del alzamiento popular de la Confederación de
Bar, que de 1768 a 1772, bajo la bandera de Nuestra Señora
del Carmen, levantó a Polonia frente a la política ilustra­
da del último rey, Estanislao Poniatowski. Siguiendo la ins­
piración
de Catalina de Rusia, el último rey de Polonia lleva­
ba de hecho a su patria al abandono de su tradición cató­
lica.
Evoluciones culturales y falsificaciones de la memoria his­
tórica de Cataluña análogas a las aludidas podrían explicar la
desconcertante vigencia, entre intelectuales y dirigentes políti­
cos catalanes, del sistema
de falsos tópicos que nos han lle­
vado a la desorientación y al encubrimiento
de nuestra tradi­
ción y cultura. En la historiografía y
en la ideología política,
a partir
de la génesis del movimiento catalanista, podríamos
advertir dos líneas o actitudes divergentes y
aun opuestas.
Algunos
han querido apoyar el catalanismo y nacionalismo en
una sedicente reafirmación de la autenticidad tradicional de
nuestro pueblo; otros1 desde ideologías ya explícitamente
revolucionarias,
no han dudado en descalificar, como medie­
valizantes, desde la perspectiva de la modernidad del catala­
nismo, los grandes movimientos sociales y políticos de los
momentos más significativos de la historia de Cataluña. Esta
segunda orientación, abiertamente descalificadora de los mis­
mos movimientos
que el catalanismo «conservador» y preten­
didamente tradicional tendía a reconocer -aunque fuese des­
de una cierta mitificación románticamente •revolucionaria­
como vigorosas defensas del ser auténtico de Cataluña, la
podemos hallar explicitada en aquellos autores en los que ha
culminado la tesis del carácter •centrípeto», o por mejor decir
,extrinsecista•, del catalanismo cultural y político (35). Así,
Rovira i Virgili, abandonando incluso la mitificación naciona­
lista del alzamiento
de 1640-1652, llegó a afirmar la descone­
xión del moderno nacionalismo catalán con aquella guerra y
con el alzamiento antiborbónico de 1705 a 1714: ,Los herede-
(35) Cf. Alexandre PLANA, Les tdees polítíques d'en Valentí Almiratl,
Barcelona, 1911.
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ros de 1640 y 1714 son en realidad los carlistas de la monta­
ña catalana, (36).
Profundizando
en esta actitud antitradicional y moderni­
zante escribió Vicens i Vives, explicando la ausencia de
Cataluña en el mundo posterior al Renacimiento:
·El sentimiento corporativo era tan profundo que nada
pudieron los artistas más o menos injertados del Renacimiento
para vencer las cristalizaciones estéticas de nuestros gremios,
cofradías
y de asociaciones diversas. El corporativismo venció
al humanismo ... Entre 1450 y 1550 para no hablar de las cen­
turias del Barroco, Cataluña
no dio ninguna gran figura al
Renacimiento,
que era la expresión sociológica de la ruptura
del mundo corporativo
por el individualismo capitalista de la
nueva
burguesía mercantil• (37)
El mismo historiador juzga así las consecuencias del ·pac­
tismo» catalán:
,Una falta casi absoluta de imaginación preside las relacio­
nes políticas de los catalanes durante la época pactista... En el
transcurso de los sigios XVI y XVII la Cataluña virreinal fue per­
diendo el contacto
con la realidad del Poder. El éxito de su
alzamiento contra Felipe N, la adopción por el último de los
Austrias
de la fórmula del inmovilismo administrativo, fueron
elementos
que se añadieron a la fatalidad del juego histórico.
Porque la historia
no perdona ni un instante de retraso, y
cuando uno se olvida de la historia, ésta retorna con fuerza.
En Cataluña este retomo
se hizo bajo la forma del Estado de
Felipe V y la Nueva Planta• (38).
(36) Antoni RoVTRA I VIRGIU: Historia deis moviments nactonaltstes,
Barcelona, Societat Catalana d'Edicions, 1914, Serie 3." p. 191. Josep Pla, en su
escrito "Prosperitat
i rauxa de Catalunya", en Obra completa, vol. XXXII, p.
106, afirma haber oído decir a Rovira
i Virgili que ·las guerras civiles carlistas
que tuvieron
lugar en el siglo pasado en Cataluña fueron una vergüenza
nacional, que había que
borrar de la memoria de la gente, y que hay que dar
por no existentes, como si nunca hubiesen sido,,.
G7) Jaume VICENS I VIVES: Notícia de Catalunya, 2.· ed., Barcelona, 1960,
pp. 62 y 53.
(38) Ibídem, p. 176.
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En la perspectiva en que se sitúa Vicens i Vives, el retomo de
la historia no abrió la posibilidad de la entrada en la modernidad
europea a las generaciones que siguieron a la derrota de 1714.
Porque él mismo define asi el catalanismo
noucentista:
·El hecho fue que el catalanismo incorporaba Cataluña a
Europa
de una manera total e irrenunciable... El reencuentro
con Europa después
de cuatro siglos de ausencia, he aqui el
significado profundo del movimiento catalanista, (39).
Más desconcertante todavía
que esta no disimulada hostilidad
y desprecio de los dirigentes intelectuales del catalanismo extrin­
secista, progresista
y revolucionario, hacia la Cataluña tradicional,
es el hecho
de que, incluso entre historiadores y pensadores de
aquel catalanismo que consiguió movilizar a los herederos fami­
liares del carlismo catalán, podamos hallar confusas matizaciones
y calificaciones sutiles que también intentan apartar de la memo­
ria histórica
de los catalanes el dinamismo profundo de nuestra
vida colectiva
en los siglos modernos. Asi, Prat de la Riba, que
para sus seguidores y para sus adversarios es uno de los máxi­
mos dirigentes intelectuales del catalanismo conservador e •intrin­
secista•,
no dudaba en aludir a los dirigentes de la guerra anti­
borbónica concluida el
11 de septiembre de 1714 como ,aquellos
hombres
que presidieron la decadencia de Cataluña,, para reco­
mendar honrarles
y admirarles pero no imitarles ( 40). Al mismo
tiempo que también eminentes historiadores de su misma orien­
tación calificaban el siglo XVII como ,siglo de muerte, para
Cataluña, mientras buscaban en el siglo XVIII, en la apertura a la
modernidad europea del eclecticismo preilustrado de la escolás­
tica antiquo-nova de la Universidad de Cervera, los precedentes
de la Reinaixen¡;a del siglo XIX (41).
A los historiadores parece haberles faltado la valoración
justa respecto
de toda una serie de grandes figuras de profun-
G9) Jaume VICENS 1 VIVES: Jndustrials i po!ítics del segle XIX, Barcelona,
1958,
p 295.
( 40)
Enrie PRAT DE LA RIBA, en un artículo publicado en La Veu de
Catalunya, en el año primero de su publicación, en 1901.
(41) Véase lgnasi CASANOVAS, 5.1., Balmes. La seva vida, el seu temps, les
seves obres, Barcelona, 1933, vol. 11, p. 18.
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LAS NARRACIONES HISTÓRICAS DE CASTELLVÍ
do arraigo en Cataluña y de amplia influencia en Europa,
representativos
de la perseverancia de una tradición de
Cristiandad en los siglos XVII y xvm. Quedaron en el olvido
hombres como Rocabertí,
el adversario del galicanismo de
Bossuet, los escolapios catalanes de aquellos siglos, o el car­
denal Boixadors,
el dominico restaurador de la tradición tomis­
ta
en la Orden de Predicadores. En definitiva, dejó de aten­
derse a
la continuidad de la tradición catalana enfrentada al
absolutismo y la Ilustración ( 42). Una excepción grandiosa en
la actitud ante la historia de Cataluña es la del doctor Torras i
Bages, a quien elogió
el papa san Pío X como ,obispo ejem­
plar,. conforme al arquetipo apostólico que había definido san
Pablo. La compenetración de la gracia y del carisma sacerdo­
tal y episcopal
con la autenticidad catalana de su carácter y
personalidad se revela
en sus admirables y desgraciadamente
excepcionales juicios y valoraciones sobre la historia de
Cataluña:
«El oriente y el ocaso de nuestra nación ... coinciden exacta­
mente con el oriente y el ocaso de la gran filosofía escolástica ...
No es, pues, extraño que en aquella interesantísima época que se
desenvolvió bajo los rayos fecundantes de la síntesis cientifica
que personifica santo Tomás de Aquino, Cataluña tuviese excep­
cional importancia
en el cuadro de la civilización general.
,De aquí que en la época del Renacimiento nuestros pen­
sadores más ilustres, san Vicente Ferrer y fray Francisco
Eximenis, fueran venementes defensores del antiguo orden de
cosas,
de apariencias más humildes, pero de mayor solidaridad
y bondad que el nuevo modo de ser social, que bajo formas
brillantes y grandiosas había
de ahogar la libertad pública, la
espontaneidad del pensamiento, y sustituir
la jerarquía social .
fundada en la naturaleza y surgida de la tierra, por otra que
provenía de la legislación humana, ( 43).
(42) Véase mi estudio La tradición catalana en el siglo XVJII ante.el abso~
lutismo y la Ilustración, Madrid, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo
Pércopo, 1995.
(43) Josep TORRAS I BAGEs: la tradició catalana, vol. 11., pp. 10 y 36, en
Obres completes, Barcelona, Biblioteca Balmes, 1935, vol. VII.
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La compleja diversidad paradójica y misteriosa de las pers­
pectivas opuestas desde las que se ha intentado formar la
conciencia histórica de Cataluña, debería estimulamos a una
perseverante renovación
de nuestra mentalidad colectiva. Por
ello se presta un servicio insustituible al poder acercamos por
primera vez a la realidad de la vida colectiva catalana en aque­
llos años, trágicos y densos
de significado, en que Cataluña fue
protagonista principal
de la guerra de Sucesión española entre
los Austrias y los Barbones. Sólo el conocimiento
de la vida
catalana
en su autenticidad social hará posible descubrir
el arraigo de las «conexiones de sentido» de las corrientes espi­
rituales y de las tradiciones doctrinales y culturales en las
«conexiones de vivencia» transmitidas a través de muchos
siglos, a lo largo de generaciones.
Si los catalanes no quere­
mos continuar distanciándonos respecto del sentido de nuestra
propia vida histórica, necesitamos acercarnos de nuevo, o
en
algunos casos, como ocurre con el contenido de esta edición
de las Narraciones históricas de Castellvi, podríamos decir por
primera vez, a la vida colectiva de las generaciones que nos
precedieron en sus momentos más determinantes de
la evolu­
ción histórica posterior.
Este redescubrimiento o primer descubrimiento
de nuestra
historia secular que nos posibilite la comprensión de la corrien­
te profunda
de nuestro subconsciente colectivo, es hoy una
tarea urgente para la orientación política y cultural. Por esto
mismo tengo la convicción
de que la publicación íntegra de
las Narraciones históricas de Francisco de Castellvi emprendi­
da por la Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo
Pércopo, y cuidadosamente preparada
por Josep Maria Mundet
y José M. Alsina, señalará una inflexión decisiva en la histo­
riografía catalana. Se trata de un instrumento insustituible para
quienes se propongan
que las actuales y futuras generaciones
se hagan capaces
de reconquistar para Cataluña una concien­
cia histórica auténtica.
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