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José Orlandis: Desafíos cristianos de nuestro tiempo

José Orlandis: DESAFÍOS CRISTIANOSDE NUESTRO TIEMPO
(*)
Nuestro amigo y colaborador el profesor J osé Orlandis nos
obsequia con otro librito Desafios cristianos de nuestr o tiempo, con
el propósito que transcribo de su introducción: «El término desafío se emplea aquí en dos sentidos div ersos,
tanto por su procedencia como por su contenido . La Iglesia ha de
afrontar uno prov eniente del entorno social del P rimer Mundo, y
que se manifiesta en una ofensiva hecha de laicismo, de indifer en-
cia, de r elativismo y de ev olucionismo materialista. P ero a su vez,
los católicos han de ser conscientes del gran desafío que les plantea
actualmente Dios, y del que depende en buena medida la futura
historia de la Iglesia: su conversión en auténticos discípulos de
J esús, en cristianos con todas las consecuencias. Los primer os cris-
tianos constituyen un admirable ejemplo de una fidelidad heroica
que condujo a la renov ación del entorno y al nacimiento de la
sociedad cristiana. P ues si los católicos del momento pr esente pue-
den sentirse pusillus gr ex–pequeño rebaño–, las perspectivas que se
abr en a su acción apostólica son inmensas: les incumbe la misión
de anunciar el E vangelio, la verdad de salvación, hasta los últimos
confines de la tierra, antes del fin de los tiempos». A estos y otros temas de perenne actualidad responde el con-
tenido del índice, donde se recogen las grandes líneas del
M agisterio del papa B enedicto XVI y las importantes orientaciones
para los fieles, expuestas en noviembr e del año 2006 por la
Conferencia E piscopal Española.
E l tema lo desarrolla con gran agudeza de visión, luminosa
perspectiva y claridad expositiva. Está dividido en siete capítulos y
cada uno de éstos en varios epígrafes, que a continuación pongo, y
de alguno transcribo su contenido .
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(*) Editorial Rialp , Madrid, 2007.
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I. PANORAMA RELIGIOSO EN LA SEGUNDA MIT AD
DEL SIGL O XX
1. U na rev olución de los espíritus
2. U n país confesionalmente católico
3. Más datos sobr e la vida religiosa.
4. La cr isis postconciliar del V aticano II.
«E l postconcilio –los años que siguier on a su terminación–
constituy e una época de confusión, que sumió en la perplejidad a
la I glesia y a muchos fieles cristianos, y que r ecordaba en cierto
modo al postconcilio de N icea, en el siglo IV. En nombre de un
denominado ”espíritu conciliar ” se pusieron en tela de juicio
importantes cuestiones en materia litúrgica, disciplinar e incluso
doctrinal, y se propagó un peculiar estado de ánimo que par ecía
arrumbar como caduco todo el pasado y hasta el cercano pr esente
de la vida eclesiástica. F ue un fenómeno denunciado con estas pala -
bras por P ablo VI el 30 de junio de 1972: “Se cr eyó –dijo el
P apa–que después del concilio vendría una jornada de sol para la
historia de la I glesia. Ha llegado en cambio una jornada de nubes,
de tempestad, de oscuridad ”. La crisis de valores experimentada
por las sociedades accidentales contemporáneas, las circunstancias
políticas del momento, cuando se adivinaba el cercano final de un
Régimen autoritario existente desde hacía v arias décadas, fueron
clima pr opicio para que la crisis r eligiosa se sintiera con par ticular
virulencia. Y a en 1970, el fenómeno r evestía tales características
que lo hube de r egistrar en una conferencia. U n aspecto digno de
particular atención fue en ella la cifra de secularizaciones de sacer-
dotes en el mundo, que pasó de 209 en 1964 a 1530 en 1970. E n
España las ordenaciones sacer dotales descendieron de 800 en 1964
a 320 en 1972. P or lo que hace el apostolado seglar , estimaciones
aproximadas calculan que el 95 por 100 de sus miembros abando-
nó la A cción Católica Española en poco más de una década».
5. I nquietud y contestación.
«E l espíritu de contestación frente a la autoridad del P apa, que
impregnó las actitudes de amplios sectores de la Iglesia, alcanzó su
cenit a raíz de la promulgación el 25 de julio de 1965 de la encí-
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clica Humanae vitae, que tenía por fin exponer la doctrina católica
acerca del matrimonio y el ejercicio de la paternidad r esponsable.
En H olanda, la situación religiosa llegó a extremos particularmen -
te inquietantes con la publicación en octubre de 1966 del famoso
“Catecismo holandés ” y la celebración de un “Concilio pastoral ”
entre ese año y 1970. »Esta difícil situación la recogí en una conferencia que pro-
nuncié en el año 1970, bajo el título de Una hor a de crisis en la vida
de la Iglesia . La oleada de secularizaciones sacerdotales y la falta de
vocaciones fue motiv o de otra conferencia dada en aquel mismo
año sobr eEl sacerdote de mañana. En 1971, el mundo eclesiástico
español estuvo mar cado por la llamada Asamblea conjunta de
Obispos y Sacer dotes. La ponencia sobre el ministerio sacer dotal
llegó a inclinarse mayoritariamente por la Or denación presbiteral
de hombr es casados. Un nuev o intento de reforma de la I glesiafue
una conferencia en torno a estas cuestiones pronunciada en 1972.
En otra, titulada Qué ha pasado con el sacr amento de la Penitencia,
registraba en 1974 el abandono de la práctica de la Confesión,
debido en buena par te a la propagación de las “ confesiones comu-
nitarias ” y las “ absoluciones colectivas ”. Todavía ho y, el Compendio
del Catecismo de la Iglesia Católica recuer da, fijando así los lími-
tes, que “ en casos de grav edad (como un inminente peligr o de
muerte) se puede recurrir a la celebración comunitaria de la
R econciliación, con la confesión general y la absolución colectiv a”.
Éstos son los límites precisos que establece la doctrina de la I glesia.
»El 3 de may o de 1974 se produjo un acontecimiento de
indudable impor tancia: el triunfo de la pr opuesta divorcista en el
r eferéndum celebrado en I talia. En el verano siguiente viajé a M ilán
y pude comprobar la habilísima presentación que habían hecho lo\
s
divorcistas de su pr opuesta. Se había hablado de piccolo divorzio,
pequeño divorcio, destinado sobre todo a resolver casi pietosi, casos
extremos dignos de lástima, que suscitaban la compasión general.
A largo plazo, las consecuencias del referéndumhabían de ser muy
graves. R ecuerdo haber oído entonces al jurista Álvar o d’Ors este
sorpr endente juicio: socialmente, el divor cio es más pernicioso que
el abor to; porque éste es un crimen, que r epugna a cualquier per-
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sona honrada; pero el divorcio es socialmente más nociv o, porque
deshace la familia, la institución clave de la sociedad. I talia, un país
may oritariamente católico, abrió el paso a un fenómeno que el
papa J uan Pablo II calificó de cáncerde la sociedad actual.
La legalización del div orcio en Italia tuvo amplia r epercusión
en la opinión pública, incluída la española. Comenzó a generali-
zarse la denominación de sociedad “ permisiva” e incluso sociedad
“secularizada ”. La progresiva desaparición de las estr ucturas tradi-
cionales pr opias de las sociedades cristianas fue tema de otra con -
fer encia dada en P alma, planteando un interrogante que comenza -
ba a ser muy actual: ¿ Qué es ser católico? Esta cuestión dio lugar más
t a r de a la publicación de un pequeño libro con ese mismo título.
6. T ransición política y r eligiosa.
»Comenzada la transición política, la vida pública en España
empezaba a cambiar de signo . El 6 de noviembre de 1976,
T elevisión Española emitió un programa claramente fav orable a la
legalización del divorcio, una r eforma que no tardaría en introdu-
cirse, sin necesidad de referéndumni apenas resistencia por parte de
la opinión pública. Una segunda fase de la transición comenzó con la victoria elec -
toral socialista en 1982. E l nuevo gobierno no tardó en anunciar
una despenalización del aborto, que fue aprobada por el Congr eso
de D iputados el 6 de octubre de 1983. Ésta y otras innovaciones
de signo anticatólico dieron tema por cierto número de confer e n-
cias, entre las que cabe re c o rdar las dadas en el Ateneo de T e o l o g í a
de Madrid sobre La conciencia civil cristiana y en la Asociación de
M u j e r es U n i versitarias sobre Las raíces de la descristianización de
E s p a ñ a , ambas en 1983. En mayo de 1985, en la IESE de B a rc e l o n a
hablé otra vez sobre La crisis religiosa de la sociedad española. No vamos a seguir enumerando otras confer encias sobre pro-
blemas religiosos y morales que fue suscitando la acción de los
Gobiernos socialistas. C uando esta fuerza política retornó al poder
en marzo del año 2004, la sociedad española, y en especial los cató -
licos, habrían de afrontar nuevos desafíos. Así ocurr e en lo relativo
al derecho a la vida, amenazado por los pr oyectos de ampliación del
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aborto y la toma en consideración de la eutanasia; o bien, el favor
dispensado a la homosexualidad, incluída la equiparación de las
uniones homosexuales, hasta en el nombre, con el matrimonio.
M as esto ya no es historia si no presente, en unos tiempos de pér-
dida de valores y penosa degradación de la condición humana, abo -
targada en muchas par tes por el espíritu de riqueza, el afán de bie-
nestar o la manipulación patológica del sexo.
7. El pontificado de J uan Pablo II
» P e r o avanzamos hacia otro futuro de la historia. El
P ontificado de J uan Pablo II ha transcurrido bajo el signo de la
nueva evangelización, comenzando por la del necesitado Primer
M undo. La infatigable acción apostólica del último P apa y su muer-
te, rodeado por la compañía y el afecto filial de unas muchedum -
bres que le aclamaban como santo –santo súbito!– ha constituído
una página nunca conocida en la historia de la Iglesia. Los cristia -
nos podemos tener segura confianza de que el P ontificado de
Benedicto XVI aportará luces de doctrina para los católicos –tam-
bién de los españoles– y toda una humanidad necesitada de reco -
nocer a J esucristo como su Salv ador. Ser virá de guía para unos
hombres ansiosos, aún sin saberlo, de encontrarse con quien es el
Camino, la V erdad y la Vida; y que necesitan escuchar de Cristo las
únicas palabras portadoras de vida eterna.
II. L A OBRA DE L A CREACIÓN Y LAS TEORÍAS E VO-
LUCIONISTAS.
1. La obra de D ios Creador.
2. El M agisterio de J uan Pablo II.
3. D octrina teológica de Benedicto XVI.
»J oseph Ratzinger trató ya la cuestión de las r elaciones entre
cr eación y evolución en las Homilías sobr e el Génesis, pronuncia-
das en 1981, siendo todavía Cardenal arzobispo de M unich. “La
fórmula exacta –declaró– es creación y evolución, porque las dos
cosas responden a dos cuestiones diversas. E l relato del polvo de
tierra y del aliento de Dios no nos narra cómo se originó el hom-
bre. N os dice qué es el hombr e... Viceversa, la teoría de la ev olu-
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ción trata de definir y describir algunos aspectos biológicos; no
logra en cambio explicar el origen del «proyecto hombre», su pro-
v eniencia interior y su esencia. Estamos por tanto ante dos cues -
tiones que se complementan, no se ex cluyen”.
»B enedicto XVI volvió sobre el tema en la homilía inaugural
del P ontificado (24-IV -2005). “No somos –afirmó– el producto
casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es
amado, cada uno es necesario ”. Unos meses más tar de aducía una
cita de San B asilio Magno, que escribió: “ Algunos engañados por el
ateísmo que llev aban dentro de sí, imaginaron el universo sin guía
ni or den, a merced de la casualidad ”. Y el Papa se preguntó:
“¿C uántos son esos ‘ algunos’ hoy? Engañados por el ateísmo, con-
sideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo esto
car ece de una guía y un orden. E l Señor , en la Sagrada Escritura,
despierta la Razón adormecida y nos dice: Al principio está la
P alabra creadora. Esta P alabra que lo ha creado todo, que ha crea-
do un pr oyecto inteligente que es el cosmos, es también Amor ”
(A udiencia general, 9-XI-2005).
Todavía, en un discurso en Ratisbona, en septiembr e de 2006
(12-IX) B enedicto XVI afirmaba: “En r esumidas cuentas, quedan
dos alternativas: ¿Q ué hay en el origen?: ¿la razón creadora, el
Espíritu creador , que obra todo y suscita el desarrollo, o la irracio-
nalidad que, carente de toda razón, pr oduce extrañamente un cos-
mos ordenado de modo matemático, así como el hombr e dotado
de razón?”. Y el Papa terminaba reafirmando las v e rdades de la fe que
p r ofesamos los cristianos: “Creo en Dios P a d re, Creador del Cielo y
de la tierra. Creo en el Espíritu Cr e a d o r. No s o t r os creemos que en el
origen está el Verbo eterno, la razón y no la irracionalidad ” .
»E n suma, cabría concluir que la razón de muchos malenten -
didos ha podido pr oceder de presentar como contrapuestas dos r ea-
lidades que, lejos de contradecirse, se complementan. P or lo que
hace a la C reación, el proyecto de Dios se realiza a través de las lla-
madas “ causas segundas ”, según el curso natural de los aconteci -
mientos: la ev olución marcaría, pues, el ritmo y el modo de ope -
rarse la creación a través de esas causas. Otro caso claramente dis-
tinto es el del hombr e, que forma parte del universo creado, pero
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no constituye un producto necesario y natural de la ev olución. El
elemento espiritual que lo caracteriza no puede brotar de las poten-
cialidades de la materia: supone una v oluntad positiva de Dios.
Esta distinción, que puede disipar muchas ambigüedades, arr oja
una luz clarificadora capaz de superar las mayores dificultades que
suscita un deficiente e incompleto planteamiento de la cuestión».
III. AMOR DE DIOS Y DIVINA PR OVIDENCIA.
1. «Dios es amor».
2. El concurso de las causas segundas.
«La pro videncia de Dios cuenta con el concurso de las causas
segundas. D ios no solamente da a sus criaturas la existencia, sino
también la capacidad de actuar por sí mismas y cooperar en el cum-
plimiento de sus designios: esas causas segundas son ante todo los
h o m b r es, causas inteligentes y libres para completar la obra de la cre-
ación. Dios Cr e a d o r, causa primera, actúa en las obras de sus criatu-
ras. Esta v e rdad nos sitúa ante uno de los más arduos problemas que
se le plantean al hombre: la existencia del mal ( Ca t . 300-309).
»S i Dios, P adre y Cr eador de un mundo ordenado y bueno,
vela y se pr eocupa en su providencia por el bien de todas sus cria-
turas, ¿por qué, entonces, existe el mal? Los hombres, cuando se
plantean este interrogante, entienden por mal el dolor , la muerte,
el sufrimiento, la injusticia y cualquier otra suer te de lo que consi-
deran infor tunio. Muchas veces todos estos males se han interpre-
tado por algunos como un castigo divino impuesto por razón de
sus pecados. Ésta era la interpretación vulgar de desgracias que
impresionar on mucho a gentes contemporáneas de Cristo y hubie -
ron de ser corr egidas por él. Esas gentes le refirieron el dramático
suceso de ciertos galileos, cuya sangre mezcló Pilatos con la de sus
sacrificios, y el Señor le r espondió: “¿Pensáis que estos galileos eran
más pecadores que todos los demás porque padecieron tales co-
sas?”. Y , aludiendo a otro suceso que sin duda había impresionado
hondamente a la población de J erusalén, siguió diciendo: “¿o aque -
llos diez y ocho sobre los que cayó la torre de S iloé y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que vivían
en J erusalén?”. La r espuesta del Señor a los dos casos es categórica:
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“No, os lo asegur o” (cfr. Lc XIII, 1-5). De los dos episodios, C risto
saca una misma conclusión: una exhortación a la conversión per-
sonal».
3. El viejo problema del mal«P ero el pr oblema permanece abier to: el mal existe en el
mundo . “¿Y por qué D ios no creó un mundo tan per fecto que en
él no tuviera cabida el mal?”. “ A esta pregunta tan apremiante
como inevitable, tan dolor osa como misteriosa, no se puede dar
una r espuesta simple ”(Cat., 309).
»Es evidente que los hombres que actúan como causas segun -
das no pierden su plena personalidad ni el libr e arbitrio. En virtud
de ello, pueden contradecir y hasta frustrar los designios amorosos
del S eñor. Es aquella r espuesta que –según cuentan– dio J esús a la
M adre T eresa: “T eresa, yo quise... P ero los hombres no han queri-
do ”. Basta r ecordar las infidelidades del pueblo de Israel, basta
conocer la historia de la Iglesia, para comprobar cómo los hombres
en muchos de sus avatares se han apartado de los designios de Dios,
aunque Dios sea siempr e el Señor de la Historia. La providencia
divina no ex cluye la presencia del mal, secuela del pecado y de la
acción de los hijos de las tinieblas. ¿A caso han sido voluntad de
D ios las grandes aberraciones cometidas por los hombres del siglo
XX, como las purgas so viéticas o el Holocausto, piedra de escán-
dalo para algunos, que culpan a D ios por no haberlas impedido?
¿N o han sido más bien consecuencia del pecado de los hombres,
que han vuelto las espaldas a D ios?
»E l misterio se hace todavía más oscuro, cuando se conside-
ran las grandes catástrofes originadas por causas segundas ciegas e
inanimadas, que obran al margen de la voluntad humana. F ue el
terr emoto que arrasó Lisboa en el siglo XVIII, un cataclismo que
dio pie a V oltaire para denunciar a un Dios que no se preocupaba
de la suerte de la humanidad, y lo mismo cabría decir de los tsuna-
mis que han sembrado desolación y muer te en vastas regiones de la
tierra. I mbuído todavía por una visión de la muer te como castigo
de D ios, Alber t Camus en La Pesteponía en labios del médico doc -
tor Rieux esta pregunta llena de incomprensión, dirigida al religio-
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so, P. Panelov , ante la muer te del niño inocente: “¿Y cuáles habrán
sido sus pecados?”. La acción de la providencia y el misterio del mal
siguen constituyendo un enigma; y , para algunos, un motivo de
desconcierto».
4. La pro videncia or dinaria.
«Frente a semejantes objeciones cabe adver tir que providen-
cia habitual es la providencia or dinaria que no puede consistir en
una incesante sucesión de milagros. La pro videncia ordinaria no
impide que los acontecimientos ocurran en el mundo de acuer do
con las causas segundas, obedientes a la libertad de las personas o a
las leyes derivadas de la naturaleza misma de las cosas. Dios no
detiene el curso de la bala homicida, ni hace las veces de co-piloto
del conductor impr udente, ni paraliza la lengua o las manos de los
operarios de la iniquidad. La providencia extraor dinaria opera en
contadas ocasiones. ¡Cuántos hombres murier on en Israel en tiem-
po de Cristo y apenas media docena fuer on resucitados! Mas la
providencia or dinaria es tan admirable y divina como la extraor di-
naria, y el Amor paternal de D ios opera igualmente a través de ella.
P ero el mal sigue siendo un misterio, al que, según se ha dicho, no
se puede dar una respuestas simple pues –como dice el Catecismo
(309)– “ no hay un rasgo del mensaje cristiano, que no sea una r es-
puesta a la cuestión del mal”. »Ante semejante misterio, la fe y el mismo sentido común
ofr ecen algunas luces que nos permiten entr ever lo que sigue sien-
do a nuestros ojos ar duo y misterioso. Para formar un recto crite-
rio, parece preciso aclarar ante todo qué debe entenderse por bien
y por mal. El corazón humano tiene una fuerte tendencia a consi-
derar el dolor y la muerte como los mayores males que pueden
darse en esta vida terr ena. Y no sólo los propios sino, más aún los
que afectan a las personas queridas. Las cosas pueden no aparecer
exactamente así ante los ojos de D ios, que contempla con más
amplia perspectiva el verdadero bien del hombre y llama “ preciosa”
la muerte de los bienaventurados: “P reciosa es a los ojos del Señor
la muer te de sus santos ”(P s 115, 15). El may or mal para el hom-
bre no es por tanto el dolor y la muer te sino el pecado, que ame-
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naza con la que el Apocalipsisllama “muerte segunda ”. La mayor luz
podemos sin duda obtenerla en la contemplación de C risto en su
Pasión. “Tanto amó Dios al mundo –había dicho Jesús a
N icodemo– que le entr egó a su Hijo Unigénito, para que todo el
que cree en él no per ezca sino que tenga vida eterna ” (IoIII, 16).
E l amor del P adre a su Hijo J esús no le llevaría a liberarle de la
pr ueba del dolor, sino a la entrega a la Pasión y Muerte en la Cruz.
Éste fue el Sacrificio r edentor, sufrido en beneficio de toda la
humanidad. El significado del dolor y la muerte en el hombr e, su
v alor corr edentor, se adivina y puede entenderse en mayor medida
a la luz de la P asión y Muerte del S eñor.
5. S entido del dolor y de la muerte.
IV . UN ECLIPSE DEL MANDAMIENT O NUEVO.
1. La cr isis del mandamiento del amor .
2. El amor deter iorado.
3. La r estauración del amor cr istiano.
V . L A OLEADA DEL LAICISMO.
1. El fenómeno laicista contemporáneo.
«Es un hecho evidente, al alcance de cualquier obser vador,
que desde los últimos años del siglo XX y comienzos del XXI, las
sociedades cristianas del “P rimer Mundo” –entendiendo por tal el
Occidente europeo, la América septentrional e incluso A ustralia–
están sufriendo una profunda crisis r eligiosa. No es que antes de ese
período histórico no fueran ya perceptibles síntomas precursore\
s de
este fenómeno . Pero ha sido en las últimas décadas cuando la crisis
ha alcanzado su máxima extensión e intensidad. De “ era pagana” y
de cómo ser cristiano en ella, habló reiteradamente el entonces ca\
r -
denal Ratzinger . Y no deja de llamar la atención el hecho de que
estos años r ecientes hayan v enido acabadas ya las grandes guerras,
tras la caída del “ telón de acero” y la difusión de un r enovado clima
de paz y entendimiento entre las grandes potencias. E l nuevo lai-
cismo es, por tanto, fenómeno surgido en un mundo relativ amen-
te tranquilo y bajo el signo de la democracia.
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»La palabra desafío resulta adecuada para definir el ataque que
plantea el laicismo actual a la sociedad cristiana. No se trata de rei-
vindicar la justa autonomía del or den temporal. No significa des-
conocer los der echos del César sobre el espacio que es de su incum -
bencia, aunque de la recta administración de ese espacio el César
tendrá que dar cuentas a Dios: “ rinde cuentas de tu administra-
ción” (Lc XVI, 2). Es algo de mucha más entidad: la deliberada
decisión de prescindir de Dios en la cosmo visión de una sociedad
terr ena: en la imagen del hombre y en la razón y sentido de su exis -
tencia. Se trata de imponer por todos los medios una mentalidad
en la cual la refer encia a Dios se considere una falta de madurez
intelectual. Se intenta difundir una concepción atea de la propia
existencia: un vivir como si Dios no existiera. Es la vieja pretensió\
n
recogida ya en el Antiguo T estamento: Dijo el necio en su cor azón:
no existe Dios (P s XIII, I)».
2. U na nueva «ilustración» antidivina.
«La raíz de esta nueva –y viejísima– mentalidad se encuentra
en el deseo del hombre de hacerse dueño absoluto de sí mismo, for -
jador de su propio destino y capaz de dirigir nuestra vida y la de la
sociedad, sin contar con Dios: se incita a pr estar oídos a la más
antigua tentación diabólica: “Seréis como dioses, conocedor es del
bien y del mal” (Gen III, 5). Esta exaltación sin medida de la pro-
pia autonomía conduce a una primacía absoluta de la existencia
terr ena y de los bienes del mundo. U n examen sereno de la situa -
ción realizado por el papa Benedicto XVI aporta más elementos
para realizar un diagnóstico lúcido del momento presente. »El mundo occidental se hallaría sumergido bajo una oleada
de laicismo, impregnada por el espíritu de una nueva Ilustración
anticristiana. S e impone una mentalidad que pretende hacer de la
liber tad el único auténtico v alor, y hace pensar que sólo sería váli-
do y v erdadero lo que se puede contar , medir y pesar. De ahí la
rever ente credulidad con que el hombre moderno acoge, como si
se tratase de un nuevo oráculo de Delfos, los r esultados de las
encuestas y sondeos de opinión, tantas veces discutibles y poco de
fiar . En este clima, la fe en Dios resulta más difícil, porque vivimos
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encerrados en un mundo que parece ser pura obra humana y no
deja ver ni sentir la presencia y la bondad de Dios Creador y Padre
nuestro. E l hombre, lejos de ser engrandecido, queda así reducido
a conv ertirse en el fruto de azar impersonal y efímero, y sujeto a los
v aivenes del relativismo.
»El relativismo desconoce y niega la existencia de la verdad:
no habría otra v erdad que aquello que en cada momento decidan
democráticamente las may orías. El espíritu del hombre queda fr us-
trado en su anhelo íntimo de la v erdad plena, sin otro sucedáneo
que una ética mudable y caprichosa. Echa en falta la verdad plena,
absoluta, la de Cristo, que es “el camino, la verdad y la vida...”; el
“venido al mundo para dar testimonio de la v erdad” y cuya voz
escucha “ todo el que es de la verdad ”(cfr . Io XIV , 6 y XVIII, 37).
Los cristianos –y todos los hombres de hoy– se encuentran ante la
pretensión de forjar una sociedad, cuyos miembr os son educados
desde la infancia sin verdad, sin r eferencias religiosas, sin culto a
D ios ni aspiración a la vida eterna.
»La situación actual de descristianización y deterioro moral
invita a pensar cuáles son las raz ones de haber llegado a semejante
estado de cosas. Sin ánimo de agotar el tema, vale la pena conside-
rar algunas de las posibles causas. U na de ellas tal vez sea el rápido
enriquecimiento sobr evenido en las sociedades del Primer M undo.
M ientras tanto, las poblaciones de otros continentes padecen nece -
sidad y miseria, causa principal de su emigración a E uropa. P ero
aquel desmedido enriquecimiento de las sociedades opulentas les
hace a su v ez víctimas de un afán inmoderado de bienestar . Se
encuentran ahogadas por las cosas, el anzuelo del diablo, al que M.
Schamaus califió de “ señor de las cosas”; “todas estas cosas te
daré...” es la tercera de las tentaciones de J esús en el desierto (Mt
IV , 9). La pobr eza –no la miseria, per o sí la austeridad y el des-
prendimiento– sigue siendo un elemento esencial de la vida de los
cristianos. E l Señor exhortó a sus discípulos a guar darse de “toda
avaricia” (Lc XII, 15) , un peligro que acrecienta hoy la multitud de
ofertas que reciben para el ocio y el bienestar . La conciencia puede
también obnubilarse ante el v ertiginoso ensanchamiento de los
horizontes de la ciencia y de la técnica. E l desbordamiento de la
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sensualidad y el hedonismo es otro de los componentes de un esti-
lo de vida en la tierra, cuya principal finalidad sería el procurar
“pasárselo bien ”».
3. La marea laicista. «T odos los elementos r eseñados van configurando un laicis-
mo nuevo, más radical que el anticlericalismo de otros tiempos. E l
laicismo actual conforma una sociedad que reniega de unos v alores
medulares, como el matrimonio y la familia, aquellos que fuer on el
fundamento de todas las sociedades del pasado . Este laicismo
impone una sociedad que corroe las bases de la vida moral y rodea
a los cristianos de un ambiente cultural extraño y hostil. En ese
ambiente resulta incluso difícil tener el valor de declararse pública-
mente como cristiano . Buena prueba son las entr evistas de prensa
hechas a personas que por alguna razón gozan de cier ta notoriedad.
Confesarse cr eyente –y en especial buen católico– es actitud que no
parece ni cultural ni políticamente corr ecta. La moda es presumir
de agnóstico y tener una “ razonable” postura despectiva hacia lo
religioso . El nuev o santoral laicista está lleno de “ídolos de actuali-
dad” –cantantes, deportistas, equipos y conjuntos musicales–, con
un lugar de honor reser vado a “científicos ”, “técnicos ” y “especia-
listas ”, los clérigos o brujos de la “ religión laicista”. Éste es el “lai-
cismo totalitario ” que quisieran imponer en España los ideólogos,
empeñados en ahormar desde la escuela las inteligencias de los
niños según la única mentalidad compatible para ellos con la
democracia moderna.
»Para poner fin a estas consideraciones, procede r ecordar cuá -
les son algunos de los atentados más notorios que se dirigen hoy
contra el bien moral de un pueblo, en particular el pueblo español.
Destacan las normas que pr oducen un deterioro directo de la fami -
lia, como el “ reconocimiento ” del valor jurídico del “ matrimonio”
entre personas del mismo sexo, o el llamado “ divorcio rápido ”, que
incrementa notablemente el número de rupturas conyugales, al
privar a los esposos de un conveniente plaz o de reflexión; la cre-
ciente tolerancia con el abor to, estimado como un avance y signo
de “ modernidad ”, o la abusiva inter vención del Estado en la for-
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mación moral de los niños. La consecuencia de todo ello es el dete\
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rioro de las conciencias y un “habituamiento ” al mal moral, consi-
derado como cosa normal e indifer ente. La persona carente de refe-
rencias a una ley natural objetiva se torna incapaz de discernir entr e
el bien y el mal».
4. Aspectos positivos de la cr isis.
«¿H ay aspectos positivos en el panorama que rodea hoy la vida
de los cristianos? Los hay; sería equiv ocado negarlo. Se advier te un
sentimiento de mayor solidaridad con los necesitados –personas y
pueblos–, aunque ese sentimiento no siempre se traduz ca en obras
y r emedios; existe una mayor preocupación por los ser es más des-
fav orecidos –niños, enfermos, ancianos, minusválidos–. El ecolo-
gismo sin exageraciones demagógicas implica una mayor sensibili -
dad en la defensa de la naturaleza y del clima. En fin, los católicos
–e incluso puede decirse que todos los cristianos– muestran una
cr eciente v eneración hacia el Vicario de Cristo y están ansiosos por
v erle y conocer las enseñanzas de su Magisterio . Es posible decir
que, pese a todas las dificultades que aún per duran, nunca había
sido tan fuerte como es ho y el anhelo de unidad entre todos los
cristianos. S iendo objetivos, todos estos hechos no pueden pasar
inadver tidos al hacer balance del estado del Cristianismo en el
mundo contemporáneo».
VI. LA LECCIÓN DE LOS CRISTIANOS DE A YER
1. T ras la «era de los Mártir es».
«S e trata aquí del r enacer de una sociedad cristiana, tras el
ocaso de la del P rimer Mundo, que constituyó hasta hace poco la
secuela histórica de la Cristiandad. H ay otras sociedades en que el
C ristianismo, lejos de decaer , se robustece de día en día. Las pobla -
ciones de E uropa occidental y algunas otras más son las afectadas
directamente por la crisis actual. »Un período importante de la historia universal, y en particu-
lar de la historia de la Iglesia, fuer on los siglos del llamado Imperio
romano-cristiano . Este período se inició a comienz os del siglo IV,
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cuando el emperador Constantino concedió la libertad religiosa, y
culminó con la legislación de Justiniano, mediada ya la sexta centu-
ria. Durante este tiempo se pro d u j e ron cambios importantes en los
o rden amientos jurídicos vigentes en los pueblos de cultura gr e c o -
latina de la cuenca del M e d i t e r r á n e o. Estos cambios que pro p i c i a-
ban una profunda transformación de la sociedad y de sus estru c t u-
ras, fueron los primeros pasos en el camino de unas sociedades cris-
tianas que, enriquecidas con otros elementos, como el germánico y
el eslavo, estaban destinadas a perdurar en el Primer Mundo a lo
largo de quince siglos y constituir las raíces cristianas de E u ro p a .
»En los tr es primeros siglos de su historia, el Cristianismo
había vivido en un ambiente hostil. N o es el momento de tratar las
causas de este clima durante los tiempos que han sido llamados con
razón la “ era de los Már tires”. Baste sólo con recor dar que esa deno-
minación refleja una r ealidad. Aunque la situación experimentara
diversos altibajos con el corr er del tiempo, y, de hecho no fuera
siempre la misma, hubo aspectos y rasgos que permanecieron de
modo ininterr umpido. El Cristianismo sufrió desde los orígenes la
incomprensión de la población gentil. Las masas paganas dieron
acogida a la versión deformada e insultante derivada de la mendaz
atribución a los cristianos del incendio de Roma por N erón y, más
aún de los juicios ver tidos por personajes romanos célebr es como
Tácito, para quien la religión de C risto sería una “superstición
detestable ” y sus seguidores, unos “ enemigos del género humano ”.
Esto explica que se convirtieran en el chivo expiatorio sobre el que
se arrojaba la culpa de todas las desventuras y la acusación de malos\
ciudadanos, que r ehusaban dar culto al emperador. Los cristianos
se esfor zaban por aducir el testimonio de la honestidad de su exis-
tencia y de su lealtad al Imperio . Éste fue el argumento principal
de las Apologías , que ponían de relieve la honradez, que constituía
todo un “ estilo de vida admirable y , según la opinión común, in-
creíble ” (Ep. a Diogneto V, 4)».
2. El der echo «Romano Cristiano».
3. U n acicate para la acción apostólica.
4. El pr ecedente ejemplar de los primer os cristianos.
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«La epístola a Diogneto –ya citada–, pone de reliev e la rectitud
de la conducta moral de la minoría constituída por los cristianos
del siglo II. «Como todos los demás –se dice en aquel texto–\
toman
mujeres; pr ocrean hijos, per o no abortan los fetos. T ienen la mesa
en común, pero no el lecho (V , 6-7). Los cristianos de hoy, los de
la moderna sociedad de bienestar , necesitan recordar –como los de
los primeros siglos– el mandato del Señor de no dejarse subyugar
por el amor a la riqueza, por la tiranía de las cosas: “Estad aler ta
–les había adv ertido– y guar daos de toda avaricia por que aunque
alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de lo que
posee” (Lc XII, 15) : lo más importante es lo que se es, no lo que se
tiene. Y J esús expuso a continuación la parábola del hombre rico,
cuy os campos dieron una gran cosecha y discurría cómo podría
almacenarla; una parábola que concluía con la advertencia divina:
“I nsensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has
preparado, ¿para quién será?” (Lc XII, 20).
»Los primer os cristianos tenían algunas prácticas de piedad,
que no se estimarían, al parecer , consecuencias obligatorias de su
condición. Así, el r ezo del Padrenuestro tr es veces al día. U n lugar
privilegiado ocupaba la E ucaristía, que se celebraba el domingo;
per o los antiguos escritores cristianos permiten v er a fieles que fre-
cuentaban la S agrada Comunión entre semana. La caridad cristia-
na estuv o en el origen del orden de los diáconos y las Iglesias con-
taban con diaconías para atender a las necesidades de los pobr es y
desheredados; per o estas instituciones no dispensaban de la prácti-
ca de la caridad personal: “ de la comida que iban a tomar –dice un
texto de los P adres Apostólicos– calcularás la cantidad de gasto que
corr espondía a aquel día –los días de ayuno– y lo entregarás a una
viuda, a un huérfano o a un necesitado ” (Pastor de H ermas
Mandatum V, 4). La vida de piedad iba, pues, acompañada por la
acción individual, por el “ contagio” personal, origen de numerosas
conversiones. Y todavía hay que añadir el deber de dar testimonio:
un testimonio que tenía su máxima expr esión en el martirio.
D urante siglos “ mártir” y “testigo ” fueron términos sinónimos. Dar
testimonio de la fe, no av ergonzarse del Evangelio –como escribía
san P ablo– (cfr. Rom 1, 16 ) es actitud que ha recobrado una r eno-
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vada actualidad cuando la moda imperante en la sociedad contem-
poránea es proclamarse indiferente, ateo o agnóstico.
»Esta ev ocación de la memoria de nuestros mayores en la fe,
que hiz o posible el nacimiento de una sociedad cristiana, r esulta
particularmente opor tuna cuando se ha producido el ocaso de esta
sociedad en el P rimer Mundo».
VII. UN PR OGRAMA A CTUAL DE VIDA CRISTIANA
1. La amenaza del r elativismo.
«La situación r eligiosa de España en el momento actual mer e-
ció la atención de la LXXXVIII Asamblea Plenaria de la
Conferencia E piscopal Española. La Conferencia publicó, con
fecha 30 de no viembre de 2006, una I nstrucción P astoral titulada
“Orientaciones morales sobr e la situación actual de España”. Este
documento constituye una ex celente guía para el análisis de un
fenómeno que afecta a todo el llamado “P rimer Mundo”, aunque
en España quizá r evista hoy particular virulencia. Teniendo tam -
bién a la vista el M agisterio oral y escrito de B enedicto XVI, es
posible obtener una visión de conjunto, válida para todo el
Occidente, de viejas raíces cristianas, pero sometido hoy a la pr e-
sión del relativismo y la indifer encia.
E l relativismo es la máxima sombra que oscurece la vida r eli-
giosa del hombre contemporáneo . Ya en 1996, cuando se le pr e-
guntó al Cardenal Ratzinger qué era lo que más le preocupaba
actualmente en la Iglesia, el entonces P refecto de la Congregación
para la D octrina de la F e respondió: “D iría que es el cansancio de
la fe, que se siente hoy en tantas partes del mundo, sobre todo en
Europa ”. La amenaza se ha hecho más tangible en los últimos die z
años, y J oseph Ratzinger , ya papa Benedicto XVI, decía en un dis-
curso a la Curia R omana en diciembre de 2005: “S i la libertad de
religión es considerada como la incapacidad del hombr e de encon-
trar la verdad y por tanto se convier te en canonización del relati-
vismo, entonces se eleva impropiamente tal libertad desde el plano
de la necesidad social e histórica hasta el nivel metafísico y se la
priva de su auténtico sentido. La consecuencia es que no puede ser
aceptada por quien cree que el hombre es capaz de conocer la v er-
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dad de Dios y está vinculado por ese conocimiento en vir tud de la
dignidad interior de la libertad”».
2. Tres objetivos para los católicos de España.
3. La E ucaristía dominical.
4. C ristianismo y vida pública.
5. B ajo el signo de la democracia.
«E n la situación política actual, la democracia es el régimen
político imperante en el P rimer Mundo y considerado como el pr o-
pio de los países culturalmente desarrollados. Se trata sin duda de
un avance en el desarrollo cultural y en la técnica de acción políti-
ca, pero que, con sus ventajas, tiene también sus exigencias. La
democracia auténtica es imposible sin una seria educación cívica y
moral del pueblo . La democracia resulta falsa en el seno de una
convivencia social sin valores. Así lo atestigua el debilitamiento de
las convicciones de los jóvenes, que se pone de manifiesto hasta en
las encuestas y sondeos de opinión. En las familias, la crisis de val\
o-
res incr ementa las tensiones y ha llegado a pr ovocar la llamada “ vio-
lencia de género ”. Especialmente sensibles han de mostrarse los
cristianos en el campo de la educación, cuando se producen acti-
tudes sectarias en materia moral y r eligiosa. Una clara muestra de
intolerancia la constituy e la reducción o práctica de separación de
la enseñanza de la R eligión en las escuelas y la imposición de mate -
rias como la Educación par a la ciudadanía, que pr etende formar
una juv entud a imagen y semejanza de gobernantes imbuídos de
un afán proselitista, totalitario y anticristiano .
»La I nstrucción E piscopal de noviembr e de 2006 declara que
la raíz que anima la pr esencia de los católicos en el seno de la ciu-
dad terr ena ha de ser el amor a Dios, que inspira tanto a las insti -
tuciones como a cada fiel en particular . Los fieles en medio del
mundo han de dar testimonio de que el amor es posible ahora en
el matrimonio, en la familia y en las r elaciones sociales y políticas.
Ese amor ha de inspirar su actitud hacia los más necesitados en la
sociedad contemporánea: los inmigrantes, los sin trabajo, las muje -
res amenazadas por la violencia doméstica. Éstas son algunas de las
demandas más urgentes de la sociedad de nuestr o tiempo, y que
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constituyen caminos abiertos a la práctica eficaz del mandamiento
por el que han de ser reconocidos los discípulos de Jesucristo».
Cr eo que el librito que reseño, merece ser leído y rumiado
atentamente.
J.B. V
ALLET DEGOYTISOLO.
Consuelo Martínez-Sicluna: LEGALITÀ
E LEGITIMITÀ: LA TEORIA DEL POTERE
(*)
La profesora Consuelo M artínez-Sicluna, de la U niversidad
Complutense de M adrid, tiene una bien ganada fama de docente
cercana a sus alumnos y de investigadora laboriosa y rigur osa. Fama
que no se contrae sólo al interior de la ciencia hispana sino que ha
desbor dado al ámbito internacional, singularmente italiano, que
frecuenta desde hace años y donde es igualmente bien conocida y
apreciada. F ruto de ese comercio amistoso y estudioso es el libro
del que hoy damos sucinta nota, v ersión italiana del quizá más
conocido de sus libros, Legalidad y legitimidad: la teoría del poder,
ya reseñado en su día en estas páginas. Merece la pena, sin embar -
go, volver sobre el mismo, no sólo como reconocimiento a nuestra
ilustr e colaboradora, sino también por la permanente vigencia del
tema. La presente edición, que viene enriquecida con un prólogo
del profesor Gian Piero Calabrò, de la U niversidad de Calabria, ve
la luz en la colección De Re Pu b l i c a, dirigida por Da n i l o
Castellano, de la U niversidad de Udine, y que –según reza la cuar-
ta de cubierta– “ recoge ensayos de filosofía de la política, del der e-
cho, de la economía y del trabajo, así como de ética social, r elati-
vos a cuestiones de actualidad y a figuras r elevantes de nuestro
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––––––––––––
(*) Edizioni Scientifiche Italiane, Nápoles, 2006, 312 págs.
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