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Número 477-478

Serie XLVII

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Celso Pérez Carnero: Moral y política en Quevedo

Celso Pérez Carnero: MORAL Y POLÍTICA EN QUEVEDO, Ediciones Monte Casino, Zamora 2007; 49080, Apdo. 299.

El autor, fallecido recientemente, era canónigo de la diócesis de Orense, y fue profesor de Literatura, Filosofía y Teología en su Seminario. La obra es fruto de la tesis doctoral presentada en la Facultad de Teología de la Universidad de Salamanca.

El tema es de por sí interesante en cualquier época, pero en esta el interés se ve aumentado por un desprecio explícito a los frenos morales en el ejercicio de la política, escudándose en un supuesto realismo. La visión de Quevedo no es la de un simple teórico más o menos brillante que se formó en el colegio Imperial de la Compañía de Jesús y que estudió Teología y Filosofía en la Universidad de Alcalá, es la de alguien que participó en la política española muy activamente en una época, primera mitad del siglo XVII, en la que España era la primera potencia del globo, pero en la que un observador atento percibía ya los síntomas de la decadencia y el peligro de un desplome.

El tema central del estudio se refiere a la obra Política de Dios. Govierno de Christo – Madrid, 1626, pero visto e interpretado a través de toda la obra de Quevedo y de su vida.

Nacido Quevedo en 1580, su juventud de estudiante transcurre durante el reinado de Felipe II, que muere en 1598 y que configura su aspiración a un reinado ideal, como queda reflejado en sus admirativos elogios en “Grandes Anales”.

Quevedo muestra su preocupación por la política exterior y de manera particular en la relación con Francia, en numerosos escritos con los que trata de alertar al Rey y a sus ministros, y al final de su vida se duele el escritor de la rebelión en Portugal y Cataluña, a la que califica de alevosa.

Con una lucidez admirable señala que el peligro para España radica en la corrupción moral. España, fortalecida en su moral, será invencible para sus enemigos exteriores (pag. XXVI). Por eso su obra sigue siendo de tremenda actualidad, y no sólo para España. Esto me sugiera la reflexión de que no hay diseño y fabricación más laboriosa que la de un hombre, se necesitan varias generaciones de experiencia y esfuerzos continuados.

La obra

Todo este pensamiento y vivencias quedan reflejados en la obra de Quevedo muy particularmente en Política de Dios. Govierno de Christo, y de la que el propio Quevedo dice que estaba acabada en 1616. Y esto es lo que analiza y desentraña nuestro autor Celso Pérez Carnero.

El interés e importancia del trabajo de don Celso se basa en que, siendo el tema central la “Política”, se recrea y estudia toda la obra de Quevedo y la atmósfera que envuelve la España de entonces y, sobre todo, hasta qué punto el concepto moral de la política está empapado de teología católica e influido también por toda una tradición hispana que se remonta a Séneca.

La España de entonces guarda paralelismo con el de otras sociedades en decadencia, como si hubiera un patrón del vigor, madurez y decadencia de las sociedades. Ya en el Imperio Romano, otro escritor hispano, Séneca, en los años 60 del siglo I, percibía esos mismos síntomas cuando escribía (cito de memoria): cuando los hombres se ríen de los dioses y las mujeres empiezan a llevar vestidos trasparentes, entonces, es el principio del fin.

El análisis de la obra de Quevedo nos muestra el tufo que desprende la decadencia, y mucho más que eso, la percepción de la importancia de la integridad moral entendida desde la perspectiva católica. Por eso el autor no deja de subrayar (pag. 149 y sigs.) la concepción de Quevedo de la realeza de Cristo coincidente con la encíclica de Pío XI “Quas primas” y cómo recorre la vida de Jesús a lo largo de su obra insiste en manifestar las dos naturalezas de Jesús, divina y humana (pag. 214).

La postura de Quevedo ante la guerra, en línea con Victoria y Suárez y en oposición a Maquiavelo, puesta de manifiesto por el autor, es aparentemente ambivalente, ya que considera la paz como bien sumo y la guerra como un hecho peligroso, originado por la humana sinrazón, que necesita de grave justificación (pag. 445).

Nuestro autor, citando a Aranguren, considera la Política como la obra más original y de mayor entidad intelectual del autor (pag. 496).

Comentario personal

En nuestra actualidad, la sociedad que sólo bajo algún aspecto más se asemeja en el mundo a la de la España de entonces es la de EEUU. En cierto modo eso queda plasmado en la manifestación artística más americana, el cine. Los tres géneros característicos del cine americano reflejan esa situación crepuscular que v i ve su sociedad y la propia realidad política y económica de EEUU. La comedia ha caído en una trampa que explicita lo sexual como recurso que bordea la pornografía; el cine negro ha caído en cinismo en el que desaparece la frontera entre el bien y el mal y en el que la política ha perdido su inocencia y se convierte en ejercicio de corrupción y despojo de los ciudadanos, bordeando frecuentemente el sadismo; y el oeste ha perdido su hálito de idealismo para caer en un reflejo más real, pero de violencia fatalista y gratuita. Creo que eso podría extenderse a otras manifestaciones como la arquitectura o el “comic” en la que las manifestaciones más importantes de originalidad corresponden a los años 30 y que la época actual se alimenta de manifestaciones rebuscadas de ellas.

España se mantiene en la cumbre durante casi siglo y medio, desde 1492-1504 hasta 1643 en que es sustituida por Francia hasta 1763-1804. El punto de inflexión de España en el siglo XVI es la separación de Portugal y Rocroi, y su preámbulo comienza con la derrota de la Invencible. A mi juicio el preámbulo de la decadencia americana comienza en la retirada de Vietnam y el punto de inflexión está a punto de llegar, después de recorrido que comienza en 1848-1898 con la victoria sobre México que le permite, después del tratado de Guadalupe Hidalgo, casi duplicar su territorio, alcanzando los límites actuales y la irrupción en el panorama internacional con la guerra de Cuba y conquista de Filipinas.

Parece que los imperios viven su madurez aproximadamente durante siglo y medio, manteniéndose en la cumbre, y a partir de entonces comienza su declive más o menos rápido. No parece que ningún imperio desde el romano haya superado ese lapso de tiempo en plenitud.

ANTONIO DE MENDOZA CASAS