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Número 479-480

Serie XLVII

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La bancarrota del liberalismo, una visión profética del Padre Ramière

LA BANCARROTA DEL LIBERALISMO, UNA VISIÓN
PROFÉTICA DEL P ADRE RAMIÈRE
POR
JAVIERBARRAYCOA(*)
En 1870 veía la luz la traducción española de esta obra del
p a d r e Ramière. Por desgracia el libro no ha tenido reediciones y no
es una de las más conocidas del jesuita francés. Sin embargo, ello
no le resta actualidad y vigencia por varios motivos. El primero es
su capacidad de clarificar algo que conceptualmente era y es difu-
so: el liberalismo. En segundo lugar por descubrir al mundo cató-
lico que tras una aparente tesis política se esconde una de las más
sutiles herejías cristianas. En tercer lugar por su caracterización, a
veces psicológica, a veces política, del liberalismo que asombra por
su sorprendente aplicación en nuestros días. Y en cuarto lugar, por
saber desvelar los er ro res del liberalismo católico que si bien en su
época era un sector del catolicismo, hoy parece haber contagiado
incluso a los bienintencionados. De hecho, esta obra co mpre n d í a
en su traducción castellana dos escritos: La bancarrota del libera l i s-
m o y, a continuación, El liberalismo católico. El padre Ramière, fiel
a su estilo, combina tanto argumentaciones teológicas, como fre-
cuentes discusiones con los interlocutores liberales coetáneos como
M o n t a l e m b e r t, pasando incluso por argumentaciones sociológicas
a p o r tando datos de la época. Si el lector sabe trascender aquellos
puntos más contingentes de la exposición, encontrará un ve rd a d e-
ro tratado de teología política. A fin de ser fieles al hilo argumen-
Verbo, núm. 479-480 (2009), 839-848. 839
––––––––––––
(*) Nuestro querido amigo y colaborador J avier Barraycoa ha publicado estas pági-
nas, que amablemente nos ha autorizado a r eproducir, en el número de octubre de este
año de la revista bar celonesa Cristiandad, dedicado monográficamente a la figura del
padre H enri Ramière, S. J. (N. de la R.).
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tal del padre Ramière expondremos sintéticamente esta obra, re c o-
pilando algunas reflexiones de sumo interés. Nu e s t r o autor parte de la tesis de que «el liberalismo y la
R e v olución son una misma cosa. El liberalismo es la doctrina de
la Re volución, y la R e volución es la aplicación práctica del libera-
l i s m o». Este principio, por desgracia, apenas es percibido por
muchos católicos, ya que el liberalismo, desde su pre s e n t a c i ó n
política, siempre ha confundido. Aún hoy ocurre lo que denun-
ciaba el padre Ramière, son muchos los políticos en toda E u r o p a
que se atribuyen la denominación de « l i b e r a l» y, por tanto, podría
ser aplicado tanto al conservadurismo como a posturas pr o g re s i s-
tas. Desde Bi s m a rk a Castelar, muchos fueron los políticos euro-
peos que quisieron distinguirse con el mérito de «l i b e r a l e s», pero
R a m i è r e, ante esta posible confusión, ensaya una definición
inapelable: «El liberalismo es aquel sistema que afirma la comple-
ta independencia de la libertad humana, y niega por consiguiente
toda autoridad superior al hombre, sea en el orden intelectual, sea
en el religioso, sea en el político». Esta definición se contendría
especialmente en la famosa Declaración de los De rechos del
H o m b r e, que –a su entender– se había co nve rtido en el símbolo
fundamental del liberalismo. P e ro el problema no es sólo definir
el liberalismo, sino detectar sus múltiples formas de presentarse en
la historia. He aquí la primera genialidad de Ramière, p ro p o n e r
las diferentes caras del liberalismo que a tanta confusión ha lleva-
do en el mundo católico.
Tres formas de liberalismo
En primer lugar tendríamos el l i b e ralismo r a d i c a l, también
conocido por el «l i b re p e n s a m i e n t o ». Esta cara del liberalismo se
muestra con toda su lógica y proclama, sin esconderse, sus princi-
pios. Sostiene que el hombre es absolutamente autónomo y que
no es responsable ante ningún ser superior. Defiende, en cuestio-
nes teológicas, el individualismo absoluto, y en cuestiones políti-
cas que la muchedumbre tiene derecho a todo lo que desee. Las
grandes ideologías re volucionarias corresponderían a esta catego-
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ría de liberalismo que se caracterizan por la coherencia entre sus
principios (aunque erróneos) y su aplicación.En segundo lugar encontramos una forma de liberalismo más
perniciosa si cabe: el l i b e ralismo moder a d o. Muchas veces el libera-
lismo adquiere una forma conservadora y como enfrentada a la
R e v olución, aunque mantiene sus mismos principios: «a d m i t i e n-
do los principios y rechazando las consecuencias, los liberales pro-
piamente dichos conservan a su doctrina toda su fascinación». No
obstante, sigue proponiendo Ramière, el liberalismo moderado, a
pesar de mantener los principios del liberalismo radical, «no es
aquél que con mayor precisión y claridad r e vela su doctrina, sino al
c o n t r ario aquel que con mayor astucia la encubre». El liberalismo
moderado siempre querrá situarse en «el justo medio» ( h oy diría-
mos centro) queriéndose alejar de las consecuencias radicales de la
R e v olución pero también de la constitución católica de la socie-
dad, pues en el fondo nunca renegará de sus principios. He aquí
p rec isamente el peligro del liberalismo moderado: su defensa, a
veces, de principios cristianos, pero sólo nominalmente y nunca
de con ve n c i m i e n t o . Este tipo de liberales no tiene inco nve n i e n t e ,
incluso, en reconocer que existe un Dios, «pero con la condición
de que este Dios, regulador de la razón individual, renuncie al
e j e r cicio de su soberanía».
En el orden político, el liberalismo moderado reconoce que la
m u c h e d u m b re debe quedar sometida a una autoridad, pero esta
autoridad no debe trascender al P a r l a m e n t o. La defensa del parla-
mentarismo no es ni más ni menos, encubierta de democratismo,
que la aspiración de los ilustrados a liderar las masas. Ya que sólo
las clases cultas pueden –bajo su creencia– acceder a los altos car-
g o s de la r epresentación política. Según Ramière: «P ara este partido
[el liberal] el parlamentarismo no es una forma política destinada
a regular el ejercicio de la autoridad, sino que es un principio
superior al principio de autoridad». En el orden religioso, el libe-
ralismo moderado defiende que los hombres tengan un culto,
s i e m p r e y cuando puedan elegir el culto que quieran. I n c l u s o
muchas veces: «estos hombres moderados se abstendrán de la per-
secución [religiosa] violenta; llevarán, si se quiere, su condescen-
dencia hasta rodear la religión de una protección generosa; pero
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en cambio exigirán que la sociedad espiritual re c o n o zca la supre-
macía absoluta de la autoridad temporal, aun en las cuestiones en
que se comprometan directamente los intereses religiosos». En
cuestiones religiosas, en el fondo siempre querrán p re s e n t a r s e
como una postura neutra. El padre Ramière descarga su pluma:
«Es evidente que la sabiduría de estos hombres consiste en perma-
n e c e r neutrales entre las dos potestades que se disputan el imperio
del mundo, en conciliar las exigencias de Belial con los der e c h o s
de Cr i s t o. Como médicos de los pueblos, creen poder curar mejor
los males propinándoles en igual dosis el error y la ve rd a d » .
En tercer lugar, tendríamos el l i b e ralismo católico. Es el que
explícitamente se aleja más del liberalismo radical y, más que pre-
sentarse como una doctrina, puede traducirse como actitudes o
disposiciones de ánimos respecto a la doctrina católica. M u c h a s
veces los liberales católicos aceptan todos los principios católicos
(al menos en la época de Ramière) e incluso no quieren ser re c o-
nocidos como liberales. P e ro, sin embargo, les molesta pr o c l a m a r-
se públicamente. En caso de que se les atacara desde el dogma
católico admitirían que las tesis católicas son ve rdaderas, pero las
considerarían como mera abstracción o ideología. Hoy, buena
p a rte del p ro g resismo imperante ha generado esta actitud entre
muchos católicos que se acomplejan de proclamar l as ve rdades del
Magisterio o se asustan ante la mención de una «Iglesia triunfan-
te». Especialmente se descubre el liberalismo católico en el r e c h a-
zo de estos cristianos de la «Soberanía de Cristo». Sin renegar de
determinadas ve rdades, pre f i e ren que éstas no se defiendan públi-
c a m e n t e . En este punto, Ramiére nuevamente es capaz de caracterizar
psicológicamente al católico liberal: «Se muestran vivamente ofen-
didos cuando ven condenada su táctica por el lenguaje y la con-
ducta de los católicos más resueltos, produciéndoles esto una
irritación harto natural, que les hace s eve ros hasta la injusticia con
los fieles más adictos a la Iglesia, mientras obsequian y acarician a
sus más encarnizados enemigos [...] si la Iglesia interpone su auto-
ridad a fin de conservar la integridad de los principios, los libera-
les católicos no se rebelan abiertamente contra sus decisiones,
pues quieren permanecer católicos; pero para continuar sostenien-
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do los erro res que condena, pretenden atenuar el valor de sus cen-
suras, desvirtuar el sentido de sus expresiones». Así, en el católico
liberal hay dos hombres y dos conciencias, una la exterior y otra
la interior. Aunque exteriormente se mantenga obediente a la
Iglesia, en su interior se gesta la rebeldía; y además, pr o s i g u e
R a m i è re: «En la Iglesia y en la familia se muestra católico, mas en
el foro y en el pretorio deja sólo aparecer al liberal». O, como
decía Laco rd a i re al final de sus días: «Yo soy cristiano penitente,
p e r o liberal impenitente».
Tres er ro res del liberalismo y sus consecuencias
En síntesis, todo liberalismo recogería tres categorías de erro-
res: 1) Er ro res contra la fe cristiana, al negar la soberanía real de
Cristo sobre la sociedad, aunque no se niegue su divinidad. 2)
Er r o res sobre el hombre, al creer que éste ha sido creado sólo para
la vida en la tierra y que nada trasciende a la vida eterna. 3) N e g a r
que el «fin de la sociedad es p re s e rvar al hombre de las per ve r s a s
inclinaciones que provienen de su c aída y favo recer el desarrollo de
sus facultades». Por el contrario, siguiendo las tesis de Ro u s s e a u ,
c reen que el hombre «ha nacido bueno y ha sido depravado por las
instituciones sociales». Por tanto hay que arrancar del hombre todo
lo que le ha aportado la civilización para devo l verle a ese estado
natural. La aplicación de estos e rro res tendría las siguientes conse-
cuencias, que Ramière supo sintetizar con preclara visión:
a) El embrutecimiento de la razón y el envilecimiento de la ciencia
El liberalismo, que siempre se ha presentado como defensor
de la razón, en el fondo ha llevado a la anulación de la misma.
R a m i è re intuyó algo que hemos vivido ya en el siglo XX, que es
la negación de la racionalidad y la eclosión del nihilismo. P e ro
estas tesis ya estaban contenidas en el racionalismo. La razón sin
la fe ha quedado «embrutecida» y prácticamente anulada. Por eso:
« Apenas la razón fue emancipada de la tutela de la fe por la cons-
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piración de un puñado de hombres que se hacían llamar filósofos,
la filosofía, ciencia racional por excelencia, cesó de ser considera-
da como tal, re s e rvándose sólo este título para el conocimiento de
las relaciones de los números y de las leyes de la materia. El con-
junto de este conocimiento se llama hoy la ciencia, que a juicio
del liberalismo tiene la suprema autoridad. Para él la ciencia ha
sustituido no solamente a la filosofía, sino también a la Iglesia y a
la r e velación». Nos viene a la mente una afirmación que solía
repetir el doctor José M.ª Petit cuando decía que en el fondo el
mundo ha avanzado mucho en la técnica, pero no en la ciencia.
Estos avances técnicos nos confunden, pero en el fondo la ve rd a-
dera ciencia ha quedado prácticamente detenida.
b) El decaimiento de la liter atura y de las bellas artes y la degr adación
de la educación
S o b re la crisis de la literatura y del arte no hay que decir
mucho, pues nuevamente Ramière profetiza la debacle que su-
pondrá para la cultura la modernidad. Respecto a su análisis de los
efectos del liberalismo en la educación, el padre Ramière será con-
tundente: « Pr i m e ro destru yendo en las almas el amor a la ve rd a d » .
Por eso, distingue, no hay que confundir la educación con la ins-
t rucción, cosa que sí hace el liberalismo, ya que: «Ed u c a r, pues, es
engendrar por segunda vez al hombre; es ve rdaderamente un
p a rto moral, no menos laborioso que el que tiene por término la
p rod ucción de la vida física. No de otra manera que ésta, la edu-
cación ha menester de dos fuerzas, de dos amores, a los que quiso
Dios confiar la protección y el crecimiento de todo ser que nace,
esto es, del amor paterno y materno, de la autoridad y de la ter-
nura». La instrucción es una mera transmisión de habilidades que
queda condicionada por: «El examen para el bachillerato, [que]
tal como hoy se practica, no solamente no facilita al alumno
conocimientos que sean capaces de formar su espíritu, sino que
aun casi le imposibilita su adquisición; puesto que el pobre can-
didato, obligado a responder sobre tan diversas asignaturas, no
puede tener otro pensamiento, durante el año que precede al exa-
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men, que el de aprender lo que rigurosamente se le exige para
obtener el diploma». La filosofía, la teología y la moral, por tanto,
quedarán fuera de los intereses de los alumnos.
El liberalismo políticoUn capítulo del libro estará dedicado al liberalismo político.
R a m i è re distingue claramente que una cosa es la libertad de opi-
nión sobre las formas de gobierno, y en esto no reside el liberalis-
mo, y otra proclamar la libertad a costa de negar la autoridad. El
liberalismo será un impugnador de cualquier autoridad ve rd a d e-
ra, socavando así los fundamentos de cualquier sociedad. En el
ámbito político el liberalismo: 1) De s t ru y e la libertad política: la forma de anular la liber t a d
es aniquilando la noción de deber, ya que: «Sería ilusoria mi liber-
tad si no se prohibiera a los otros que me impidiesen su ejer c i c i o.
Pues bien, el liberalismo, emancipando al hombre de la sujeción
a toda autoridad superior, destr u ye esta garantía esencial de la
l i b e r tad». Ramière realiza una bella reivindicación del sentido del
deber que se va perdiendo en la sociedad. El deber no sólo es una
norma de acción, sino que establece vínculos de cor re s p o n d e n c i a .
Por eso en una sociedad donde nos atan los deberes de unos para
con otros no puede aparecer el individualismo. 2) Lleva a la anarquía y a la tiranía: el argumento del padre
R a m i è re es suficientemente contundente: «Separados los miem-
b ros del cuerpo social, encendida la lucha entre las pasiones libr e s
de todo freno, y las libertades individuales privadas de toda d ire c-
ción, viene la anarquía, que es el más violento de todos los esta-
dos de la sociedad. Mas este no puede ser duradero, porque los
d e rec hos hollados por la violencia, los intereses despojados de
toda garantía, y hasta las mismas pasiones r e p o rtando de su lucha
más heridas que ventajas, pedirán un yugo que les salve de sus
p ropios excesos y les proteja contra quien les asalte; pero como
está ya destrozado el yugo de la fuerza moral, no les quedará otro
que el de la fuerza bruta. Y he aquí que por encontrar quien ocu-
pase el lugar de la autoridad, las naciones liberales que no la qui-
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s i e ron se ven ahora obligadas a echarse en brazos del despotismo.
A n a rquía y despotismo son dos ve rdugos en quienes el liberalismo
resigna sucesivamente la libertad, y que, aunque parezcan muy
d i f e r entes del liberalismo, son en sustancia sus legítimos hijos y
h e r e d e r os; la anarquía primero y después el despotismo son los
f rutos que necesariamente produce en virtud de su principio, la
negación de la autoridad de Di o s » .
El liberalismo católico La segunda parte del libro estará centrada en una p ro f u n d i z a-
ción en el liberalismo católico desde una perspectiva teológica e
histórica. Se rastreará el origen del liberalismo en el primer ene-
migo del cristianismo: el paganismo. Ramière en un magistral
párrafo sintetiza la historia del liberalismo: «El cristianismo, o sea
la divinización de la humanidad hecha por el Ho m b re - Di o s ,
desde su aparición en el mundo, ha tenido que medirse con un
enemigo, a quien ha vencido sin poder destr u i r, o sea el paganis-
mo, adoración que la humanidad se daba a sí misma con conciencia
más o menos clara de su delito. Esta idolatría que se personifica-
ba en los césares romanos, lejos de deponer las armas cuando
Constantino la arrojó del trono, trató desde luego de preparar su
re van cha. En cada siglo se ha esforzado, con más o menos éxito,
en hacer pr e valecer por medio de las herejías y del sensualismo el
orgullo de la razón y el desenfreno de las concupiscencias sobre la
fe y la moral cristianas. P e ro de un modo especial, en el o rd e n
político, el paganismo ha querido reconquistar un poder que le
permite extender su imperio sobre los demás órdenes. Y lo ha
l o g r a d o . Bizancio primero, y Alemania después, han sido los tea-
t ros de sus primeras victorias; pero estaba re s e rvado a la F r a n c i a ,
en la persona del sobrino de san Luis, Felipe el Hermoso, decre-
tar al cesarismo pagano su primer triunfo y dar principio a la
grande apostasía de los pueblos cristianos. Cuatro siglos ha emplea-
do el movimiento para desarrollarse, y se ha terminado al final del
siglo pasado con la solemne proclamación del destronamiento de
Jesucristo y de la emancipación de la sociedad moderna. P e ro
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entonces el paganismo triunfante cambió de forma; de monárq u i-
co que había sido se hizo demagógico; el liberalismo ocupó el
lugar del cesarismo. Mas, como hemos visto, en sustancia es siem-
p re el mismo error: la sustitución del orgullo humano a la autori-
dad divina. Mientras duró la infancia de los pueblos se sometie ro n
al yugo de un monarca y a la adoración de la humanidad en su
persona; mas llegados a la edad adulta no han querido sufrir más
este yugo, y cada hombre ha pretendido adorarse a sí p ro p i o. Con
esto el anticristianismo ha recibido su último desarr o l l o » .
Una de las características de las herejías es manifestar siempre
una forma de error mitigada. Al arrianismo le acompañó el semia-
rrianismo; al eutiquianismo, el monotelismo; al luteranismo, el jan-
s e n i s m o . El cesarismo monárquico engendró el galicanismo y,
afirma Ramière: «Ahora el liberalismo católico por su parte no es
otra cosa que la forma templada del liberalismo anticristiano». A las
h e rej ías que más se parece es al semiarrianismo y al jansenismo.
Como éstas, el liberalismo católico parece no profesar un símbolo
c l a r o y se hace harto difícil denunciarlo, pues «haciendo profesión de
mantenerse en un terreno intermedio entre el error condenado y la
v e rda d definida, no conservan ninguna posición fija y cambian con-
tinuamente de forma. Así es que la mayor parte de los escritores que
combaten el liberalismo católico han renunciado a definirlo». En t re los err o res y equívocos del liberalismo católico se
encuentran los siguientes: 1.- Creer que el liberalismo es una opinión libre y que nunca
ha sido condenado por la Iglesia. Los católico liberales, como
mucho atienden (en época de Ramière) a si un anatema condena
explícitamente un er ro r, pero no reconocen la doctrina del magis-
terio de la Iglesia en la que papas como Pío IX o Gregorio XVI,
han condenado los principios liberales. 2.- No sólo niegan que sus tesis han sido condenadas, sino que
p r etenden que su sistema enraíza con la tradición de la Iglesia. La
« l i b e r tad de conciencia» tal y como en su momento fue condena-
da por el Magisterio, la reclaman como una ve rdad e va n g é l i c a .
3 . - Aco stumbran a acusar a los católicos no liberales de atentar
contra la unidad de la Iglesia, mientras que ellos no paran de
conspirar para desunir y perturbar la vida eclesial.
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4 . - Cuando se les acusa de atentar contra el dogma católico, la
cuestión de principios suelen llevarla a las cuestiones personales.
Si se les acusa de er ro res doctrinales, presuponen que sólo se les
amonesta por su comportamiento personal.
5.- El liberalismo católico, en sí mismo es imposible de lle va r
a la práctica por una razón muy sencilla ya que, como expone
R a m i è r e, pretende «la conciliación del dogma cristiano de la sobe-
ranía social de Jesucristo con el error liberal de la negación de esta
soberanía, lo cual es una contradicción manifiesta».
Conclusiones en torno al liberalismo católico
Bajo excusa de buscar la libertad de la Iglesia, separándola del
mundo y de los poderes temporales, la acaban abocando al some-
timiento del poder político. Misteriosamente, al catolicismo libe-
ral, «no le basta [...] abandonar la Iglesia a los asaltos de sus
enemigos y unírseles para dirigirle los golpes más dolorosos. Él la
p r i va aún de su principal fuerza, sembrando la división en sus
filas, destr u yendo el prestigio de sus jefes y debilitando el ner v i o
de su disciplina». Ramière insiste que la «secta liberal» es en el
fondo un partido religioso y político y no una escuela filosófica.
Este partido pretende, en nombre de la libertad, que la Ig l e s i a
quede separada de los poderes temporales, pero ello sólo puede
traer desgracias para la Iglesia y la sociedad. Sin embargo, «no-
s o t ros esperamos que Dios, que sabe sacar bien del mal, se ser v i-
rá de los desastres causados por esta funesta libertad, como se
s i r vió de las violencias de la persecución para reconducir a
Jesucristo, su único S a l v a d o r, a las naciones cuyo imperio le ha
p rom etido». Una sentencia de Ramière puede concluir toda su
obra: « Dando una mirada a todo el mundo civilizado, vemos b ro t a r
de los acontecimientos que van realizándos e dos ve rdades, en aparien -
cia contradictorias, y en realidad unidas entre sí por necesario enla -
ce, y son: el liberalismo obtiene por todas partes un triunfo completo,
e s p a n t o s o , y esto no obstante por dondequiera se ve obligado a des -
t r uirse a sí mismo» . Sus propios erro res acabarán con él.
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