Índice de contenidos

Número 495-496

Serie XLIX

Volver
  • Índice

Mi «testamento espiritual»

 

Al cumplirse, en este 1 de abril de 2004, el LX aniversario de la fundación de Cristiandad, escribí a modo de «testamento espiritual» una carta abierta a un amigo, redactor actual de esta revista. La concesión por la Santa Sede del patrocinio de santa Teresa del Niño Jesús sobre el Apostolado de la Oración me estimula a transformar aquel escrito con leves retoques en una carta dirigida a todos aquellos a quienes interese conocer los ideales y programa espiritual y doctrinal de esta revista, y compartir nuestro propósito de la universalización de Schola Cordis Iesu al servicio de la Iglesia. Cristiandad fue fruto de la maduración en sus fundadores de unos propósitos e ideales dados por la formación recibida del padre Ramón Orlandis desde hacía muchos años en las etapas previas —Iuventus y Schola— que habían precedido a Schola Cordis Iesu y a las que Creus aludía como «la prehistoria de Cristiandad».

El estudio de la revista y el de los escritos del padre Orlandis que se reunieron en el homenaje del año 2000 en el volumen titulado Pensamientos y ocurrencias, y en primer lugar del así titulado —que, escrito en 1934 y publicado por primera vez en 1955, contiene la más profunda expresión del mensaje espiritual del padre Orlandis— nos permite, ahora, contemplar la admirable fuerza y el aliento unitario y unificador que penetran a lo largo de muchos años toda la tarea oral y escrita de aquel gran maestro de doctrina y de espíritu. Este estudio permite también una comprensión fundamentada de la admirable fidelidad al magisterio pontificio que fue característica personalísima del padre Orlandis.

La conclusión a que se llega si se realiza con seriedad dicho estudio es ésta: lo que el padre Orlandis hizo en Schola Cordis Iesu no responde a lo anecdótico de personales aficiones que algunos juzgaron incluso subjetivas y caprichosas. El padre Orlandis trabajó en algo que pertenece muy nuclearmente al apostolado del Reino del Sagrado Corazón de Jesús según que se expone y enseña en los textos del Magisterio, en la liturgia, y en la espiritualidad y programa apostólico del Apostolado de la Oración. Él era un hombre de Iglesia que hizo una obra de la Iglesia y para la Iglesia.

En 1955, a los treinta años de la fundación de Schola Cordis Iesu, escribió el padre J. B. Janssens, general de la Compañía de Jesús, a Domingo Sanmartí Font, entonces presidente de Schola: «De todo corazón les felicito en este feliz aniversario, por el magnífico y sólido trabajo realizado por Uds. en estos seis lustros. Al propagar las grandes enseñanzas que se encierran en la sólida devoción al Corazón de Jesús en los documentos pontificios para promover el Reinado de Cristo en el mundo, estáis realizando un apostolado muy en consonancia con las necesidades de nuestra época» (16 de mayo de 1955).

El actual general de la Compañía, Peter Hans Kolvenbach, ratificó explícitamente aquel juicio en carta dirigida a Gerardo Manresa, también entonces presidente de Schola Cordis Iesu, en la que añadía una alusión a los aspectos culturales o intelectuales de nuestra tarea: «El apostolado intelectual que caracteriza también a Schola Cordis Iesu, por ejemplo en la escuela tomista, impregnado de espíritu evangélico, seguirá, sin duda, inspirando a los miembros de la misma» (19 de abril de 2000).

Una serie de enseñanzas y decisiones pontificias providencialmente enlazadas entre sí hacen luminosamente patente la orientación de servicio a la Iglesia de la tarea que emprendían en 1944 los fundadores de la revista Cristiandad, la que se formularía posteriormente con el lema «Al Reino de Cristo por la devoción a los corazones de Jesús y de María».

Pío XII había comenzado su pontificado evocando el acto de León XIII que, en 1899, había consagrado el universo al Sagrado Corazón de Jesús, y había también afirmado que: «la difusión y el arraigo del culto al divino Corazón del Redentor encontraron su espléndida corona no sólo en aquella consagración del género humano, sino todavía más en la instauración de la fiesta de la Realeza de Cristo por nuestro inmediato predecesor», es decir, por Pío XI en 1925.

Son las propias palabras que inician el pontificado de Pío XII, las que nos señalan el camino para descubrir la intención central y unitaria que inspiraba la actividad pontificia de Pío XI, cuando, partiendo de la consigna de san Pío X de «instaurar todas las cosas en Cristo», señalaba como el lema orientador de su pastoral pontificia la proclamación de «la Paz de Cristo en el Reino de Cristo». «La verdadera paz, que merezca tal nombre, no puede obtenerse si no se observan por todos las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo»... esto es lo que decimos, en pocas palabras, formulando que «sólo en el Reino de Cristo es posible la Paz de Cristo».

El padre Orlandis, al orientar sus tareas formativas en estas afirmaciones claras e iluminadoras de Pío XI, las comprendía en la intención profunda que tenían en el magisterio pontificio: no eran palabras de reprensión, mucho menos de advertencia pesimista. Eran palabras de aliento. Precisamente, en la primera encíclica de Pío XI, de 1922, al expresar la esperanza de que pudiésemos ver realizada la unión de todo el rebaño bajo un solo Pastor, expresa así su anhelo: «¡Quiera Dios que podamos ver pronto realizada esta cierta y consoladora profecía del divino Corazón!». Tres años después, en 1925, instituía la fiesta de Cristo Rey, con la encíclica Quas primas.

El sentido misterioso y esperanzador de la pastoral pontificia de Pío XI, lo expresó él mismo en un pasaje que contiene la que podríamos llamar su teología de la historia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Creo conveniente citarlo con alguna extensión, porque en él encontramos, precisamente, una clave decisiva para comprender la vocación a que se sentía llamado el padre Orlandis al servicio de la Iglesia:

«Porque en la época precedente y en la nuestra se llegó, por las maquinaciones de hombres impíos, a rechazar la soberanía de Cristo nuestro Señor y a declarar pública guerra a la Iglesia, con leyes y movimientos populares opuestos al derecho divino y la ley natural. Y hasta hubo asambleas que gritaron: «No queremos que Éste reine sobre nosotros», la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús clamaba unánime, oponiéndose acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine. Venga a nosotros tu Reino». Feliz consecuencia de esto fue que todo el linaje humano, que por derecho nativo posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran, fuese consagrado por nuestro predecesor León XIII, al comienzo de este siglo, al Sacratísimo Corazón de Jesús, con aplauso del orbe cristiano.»

«Que estos comienzos tan gratos y tan faustos, Nos mismo, como afirmamos ya en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las reiteradas súplicas de numerosos obispos y fieles, los completamos y perfeccionamos con el favor de Dios al instituir, al término del reciente año jubilar, la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano.»

«Cuando hicimos esto, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y sobre la familia, sobre cada uno de los hombres, sino que también anticipábamos el júbilo de aquel día felicísimo en que el mundo entero, espontáneamente y con buena voluntad, aceptará el dominio suavísimo de Jesucristo Rey».

Una gozosa y esperanzadora reiteración de estas esperanzas de la Iglesia la hallamos en la consagración, en 1942, del género humano al Inmaculado Corazón de María por Pío XII: «que clamor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios y que todos los pueblos, pacificados entre sí y con Dios, te aclamen bienaventurada y contigo entonen, de un extremo a otro de la tierra, el eterno Magnificat de gloria, amor y reconocimiento al Corazón de Jesús, sólo en el cual pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».

El padre Orlandis, que reconocía que los numerosos textos en este mismo sentido no contienen definiciones dogmáticas solemnes, los consideraba, ciertamente, como expresiones en el magisterio ordinario de las esperanzas de la Iglesia. El Padre Enrique Ramière trabajó porque alentasen, en el Apostolado de la Oración, a los devotos del Corazón de Jesús a rogar fervientemente «Adveniat Regnum tuum». San Luis María Grignion de Montfort hablaba de Cristo, que vendrá a reinar en todas partes «como toda la Iglesia lo espera». El Concilio Vaticano II, en el documento sobre las religiones no cristianas, al afirmar la futura conversión de los judíos lo hace con estas palabras:

«La Iglesia espera, junto con los Profetas y con el Apóstol, el día, sólo de Dios conocido, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz, y le servirán como un solo hombre» (Sof 3,9; cf. Is 66,23; Sal 65,4; Rom 11,11-32).

La tarea del padre Orlandis en la formación de Schola Cordis Iesu —contemplada en la perspectiva de su fructificación y atendidos los testimonios que, a lo largo de los años, se han dado acerca de ella desde la Iglesia jerárquica o desde los dirigentes del Apostolado de la Oración— no puede menos que ser reconocida como un servicio a la Iglesia. Así me exhortaba a comprenderla quien la conocía en profundidad, el eminente teólogo Francisco de Paula Solá S.I. (es conveniente leer su artículo «El padre Ramón Orlandis Despuig, 1873-1958», que publicó en Cristiandad n° 708-709, abril-junio 1990, y que fue incluido en Pensamientos y ocurrencias, pp. 57-65).

El lugar originario en la Iglesia de este servicio es, precisamente, el Apostolado de la Oración, fruto universal y eminente del apostolado del Corazón de Jesús, cuya congruencia providencial con el espíritu de los Ejercicios de san Ignacio de Loyola, que tan en el centro estaban de la tarea del fundador de Schola Cordis Iesu, ha sido tantas veces y tan significativamente recordada.

El padre Roberto Cayuela, escribiendo sobre «¿Santa Teresita del Niño Jesús Doctor de la Iglesia y patrona del Apostolado de la Oración?» (Cristiandad n° 479, enero 1971), expresa un importante testimonio personal sobre la íntima comunicación mística que recibió el padre Orlandis de parte de la santa del amor misericordioso y de la infancia espiritual.

Al canonizar —en 31 de mayo de 1992— a Claudio la Colombière, hablaba así Juan Pablo II al Apostolado de la Oración: «Naturalmente, la canonización de Claudio la Colombière me lleva a subrayar el «encargo suavísimo» que él mismo recibió de parte del Señor: la difusión y predicación del misterio del Corazón Sacratísimo. Es toda la Compañía la que queda encargada de esto, como tuve el gozo de confirmaros en Paray-le-Monial junto a la tumba de san Claudio. Pues existe una verdadera connaturalidad entre la espiritualidad ignaciana y la del Sagrado Corazón».

La presencia de los Ejercicios de san Ignacio en la espiritualidad de Schola Cordis Iesu, y la dedicación del padre Orlandis al estudio de los Ejercicios mismos, tenemos que verla como otra razón decisiva del carácter no anecdótico ni coyuntural de nuestras tareas, sino de su vocación de servicio a la Iglesia.

El estudio de santo Tomás suscitado por el padre Orlandis en Schola, que no es, ciertamente, la vocación esencial de Schola, ha sido un fruto de la misma que ha contribuido también a difundir su presencia y a darla a conocer en el ambiente que busca la presencia de la fe en la cultura contemporánea.

El carácter más esencial y nuclear de la espiritualidad y tarea apostólica de Schola Cordis Iesu, es el sentirnos llamados a formar parte integrante de «aquella legión de almas pequeñas, instrumentos y víctimas del amor misericordioso de Dios, objeto de los deseos y de las esperanzas de santa Teresita del Niño Jesús». La declaración de la santa carmelita como Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II, en 19 de octubre de 1997, y la reciente «visita» de sus reliquias a la Casa apostólica que fundaron en Barcelona sus fervorosos apóstoles Eudald Serra Buixó e Ignasi Casanovas S.I. (y que pudimos sentir como un gesto solícito de quien quiso pasar su cielo haciendo el bien en la tierra) son estímulo esperanzador de la fructificación querida por Dios, que habrá de venir de nuestra perseverancia confiada en el servicio a la Iglesia, y que se ha iniciado con la semilla sembrada en el Apostolado de la Oración de Barcelona por aquel gran apóstol y maestro de espíritu que fue el padre Orlandis.

Entendemos que nuestras tareas están destinadas a difundirse más y más en todos los ámbitos de la Iglesia. Hemos de servir, en nuestro mundo, al advenimiento del reinado de Cristo a través de todas las tareas apostólicas o culturales que —en el campo mismo de la doctrina teológica y espiritual, o en la filosofía cristiana, o al servicio de la vigencia de una concepción cristiana de la vida y de la historia— sirvan, con humilde fervor, a la instauración de todas las cosas en Cristo y a la ordenación a Cristo Rey del universo de las tareas humanas que vayan respondiendo a los estímulos ocasionales o permanentes que nos llamen a hacerlo presente entre nuestros contemporáneos y a mantener vigente, para las generaciones futuras, el imperativo y la esperanza del reinado de Cristo en el mundo.

Estamos convencidos de que no podemos ni descuidar ni disponer de Schola Cordis Iesu a nuestro arbitrio, y también de la responsabilidad que nos incumbe a todos para hacer presente en la Iglesia la mayor universalidad y fecundidad posible de las tareas apostólicas de Schola Cordis Iesu.

Ya en 1957, el director general delegado del Apostolado de la Oración Friedrich Schwendimann, al aprobar los estatutos de Schola Cordis Iesu en Barcelona, lamentaba que no hubiésemos planteado nuestra solicitud con un alcance universal. La aprobación de unos estatutos para toda España por el padre Mendizábal, en 31 de mayo de 1981, y el nombramiento, en 31 de julio del año 2003, del padre Suñer como delegado para Schola Cordis Iesu en toda España han de ser también un estímulo concreto para perseverar en este propósito de universalización.

El padre Orlandis, al prepararse la aparición de Cristiandad, había advertido que en la comunión de Schola Cordis Iesu con el Apostolado de la Oración estaba la garantía de su continuidad, y en diciembre de 1957 aludía a Cristiandad como nacida «del seno maternal del Apostolado de la Oración». El patrocinio de santa Teresa del Niño Jesús recientemente declarado nos invita a ver en nuestro servicio a la Iglesia en el Apostolado de la Oración el camino de una expansión fecunda, que estoy convencido de que superará nuestras esperanzas, si actuamos con deseo sincero y fervoroso del bien de la Iglesia. Pongamos esta tarea bajo la protección de san José, patrono del Concilio Vaticano II.

 

(N. de la R.) Se trata de la carta dirigida por el profesor Canals a su amigo (y nuestro) y discípulo, José María Petit, convertida luego en carta abierta en el número 873 de Cristiandad, de abril de 2004. Fallecido prematuramente Petit en 2007, antes que su maestro, que lo hizo en 2009, en este año de 2011 este texto ha sido encartado en el número de Cristiandad de abril último, con motivo del Encuentro Nacional de Schola Cordis Iesu. Al reproducirlo en Verbo lo hacemos como renovado homenaje a quienes fueron dos ilustres colaboradores.