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Número 525-526

Serie LII

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La tradición como deber de vivirla y transmitirla

 

1. Introducción

Si somos plenamente conscientes de que la tradición implica una responsabilidad, es porque la preservación y la fiel transmisión de la herencia que hemos recibido de Dios y de nuestros antepasados es un deber vital, que debe alcanzar la totalidad de nuestro ser. El llevar adelante la tradición no es sólo un deber sino igualmente un privilegio por el cual debemos expresar nuestra gratitud al Señor y a nuestros antepasados. Y la expresamos no sólo con palabras sino con nuestro compromiso activo en la transmisión de esta herencia. Los enemigos de las cosas permanentes nos acusan de tener nostalgias del pasado, en cambio nosotros somos plenamente conscientes de que sólo en la preservación de la herencia religiosa y cultural que nos han legado nuestros antepasados podemos construir el futuro.

 

2. Derechos y deberes

En estos tiempos de decadencia, en los que el espíritu liberal, hedonista y materialista corrompe nuestra sociedad, es poco habitual hablar de deberes. Desde el siglo XVIII el ateísmo ha ido creciendo dramáticamente en nuestra sociedad occidental, y como consecuencia se pierde la referencia objetiva a la verdad que debe guiar toda nuestra existencia. Forma parte del proceso revolucionario la insistencia que desde más de dos siglos se pone en la idea de los derechos, cuando en cambio una visión tradicional del mundo y de sus circunstancias se ve motivada por el sentido del deber. Se habla exageradamente y hasta el hartazgo de los derechos. Vemos cómo se dan nuevas interpretaciones de la igualdad, una de las consignas de la Revolución Francesa, no sólo para inventar derechos sino como instrumento de opresión. Se crean nuevos derechos que nunca han existido ni existirán jamás, falsas aspiraciones contrarias a la naturaleza humana, tales como el matrimonio legal de dos personas del mismo sexo. Con base en una visión instrumental de la igualdad se destruye el derecho de los padres de transmitir la fe a sus hijos. Y, así, en el Reino Unido se prohíbe a los padres que retiren a sus hijos de las lecciones de educación sexual, y en Alemania se persigue a aquellos padres que quieren organizar la escuela en su casa.

Pero el hombre encuentra su grandeza cumpliendo con sus deberes. Incluso hay que insistir en que el principal derecho del hombre es el derecho de cumplir con sus deberes. El primer deber del hombre es la salvaguardia y la transmisión de la tradición, porque en este don encuentra el sentido y el destino de su existencia. La única forma posible de hacerlo es viviendo plenamente la tradición, haciendo que las enseñanzas de la tradición se conviertan en una segunda naturaleza o, usando una expresión tantas veces utilizada por Santo Tomás de Aquino, que se vuelvan connaturales para nosotros. No podemos ver en esa experiencia plena y vital de la tradición el cumplimiento frío y estoico de un deber. Para nosotros, el hecho de vivir la herencia, que confiere un sentido a nuestra vida, nace de la profunda alegría que sentimos al ser atraídos por la tradición, nace de la tranquilidad y estabilidad que experimentamos viviendo nuestra profesión de la verdad, y de la felicidad que sentimos cuando la vivimos en nuestra familia y con nuestros amigos. Cuando participamos juntos en la Santa Liturgia tradicional y cuando relatamos a nuestros hijos y amigos las gestas de la historia de la tradición.

 

3. La preservación de la tradición

La preservación de esta herencia es un deber vital que no tiene nada de abstracto ni de meramente intelectual, sino que es un deber encarnado en una realidad histórica específica. Trasmitir la tradición es un honor, pero al mismo tiempo es una responsabilidad que se lleva adelante con alegría porque sus raíces están en nuestro ser. La tradición no consiste sólo en una filosofía y una teología, sino que es una sabiduría y una forma de vivir. Es necesario que tenga raíces profundas en la realidad de las cosas. No es una nostalgia, sino que por el contrario es una esperanza. Esto es así porque el hombre recibe de Dios no sólo la existencia, sino el significado de la vida, y éste es recibido en el marco de una sociedad históricamente concreta, así como Dios se encarnó en una sociedad histórica concreta. El hombre se incorpora a la sociedad a través de los diversos cuerpos sociales intermedios de los cuales es miembro, y la herencia recibida por el hombre debe guiar la construcción de estos cuerpos. El hombre no puede ser visto como un ser anónimo que forma parte de una macro-sociedad, sino como miembro concreto de los diversos cuerpos sociales naturales, tales como la familia, la parroquia, las diferentes cofradías, el municipio, las sociedades que representan las diferentes actividades laborales y las asociaciones a las que puede pertenecer. La relación entre estos diferentes cuerpos y la sociedad política debe estar marcada por el principio de la subsidiaridad.

 

4. La tradición y su encarnación histórica

La tradición contiene dos elementos que deben ser estudiados con precisión, la tradición en la Iglesia y su incorporación en una determinada sociedad histórica. Debemos ver en la tradición de la Iglesia la acumulación progresiva y gradual de la acción del Espíritu Santo en la misma. La tradición se aprende y se transmite viviéndola plenamente en el seno de la Iglesia. Debemos recibir esta herencia en forma integral. Como decía recientemente nos explicaba el cardenal Burke, «la noción de “catolicismo parcial” es una contradicción en los términos, y la misma refleja la tendencia cultural actual hacia el individualismo y el relativismo»[1]. El catolicismo a la carta de algunos de nuestros contemporáneos escoge lo que le place en la doctrina de la Fe sin tener en cuenta que la Fe tiene una unidad objetiva y, en consecuencia, la Fe se derrumba cuando se rechaza uno de sus componentes.

La fe se incorpora y echa sus raíces en una sociedad determinada cuando la misma une a sus miembros en el culto público del Señor y confiesa públicamente la realeza social de Jesucristo. Una confesión que no puede limitarse a una mera declaración teórica sino que debe regir e implicar a los diversos cuerpos sociales. Esta fe que debe dar forma a la estructura social de una sociedad históricamente concreta, en un determinado territorio, se vuelve cultura. La fe puede marcar la sociedad con formas externas de expresión que pueden variar, pero se trata siempre de la misma fe. La palabra cultura proviene del cultivo de la tierra: así como cultivamos la tierra, cultivamos una determinada sociedad cuando plantamos la verdad eterna y ésta echa raíces. Siguiendo con la misma metáfora, así como el labrador debe trabajar sin descanso para hacer crecer y proteger las diferentes plantas que ha sembrado, quienes desean transmitir la tradición deben permanecer vigilantes para que ésta configure una sociedad que sea totalmente fiel a aquello que han recibido. Si bien en sí la verdad eterna es invariable donde sea que se manifieste, puede al mismo tiempo adquirir características externas particulares en diferentes sociedades. Esta fe se manifiesta con diferentes apariencias y costumbres provenientes de diferentes sociedades históricas. Cuando permanecen fieles a la doctrina de la Iglesia, estas manifestaciones no son contradictorias sino complementarias. Cuando se comparan, puede hablarse de un enriquecimiento mutuo. Se debe luchar para que sobrevivan frente a la unificación igualitaria provocada por la sociedad globalizada. Esta es una sociedad sin raíces y por lo tanto alienante, guiada por una ideología liberal que se impone a través del control que este tipo de ideologías tiene sobre los medios de comunicación de masa y a través de la creciente imposición totalitaria de las mismas.

 

5. El culto público de la verdadera religión

El culto público de la verdadera religión congrega a los miembros de una sociedad en la adoración pública de Dios y se vuelve la principal fuerza sobre la cual se basa la unidad de una sociedad determinada. Sólo después que los miembros de una sociedad han compartido esta adoración común de Dios es posible establecer una verdadera cooperación en todos los demás aspectos de la vida social. Se podrá lograr una cooperación parcial si los diferentes miembros de la sociedad aceptan la vigencia objetiva del derecho natural, pero la cooperación total sólo será posible cuando los miembros de la sociedad acepten la realeza social de Jesucristo. Un elemento fundamental en la preservación de las enseñanzas permanentes de la Iglesia respecto a la debida adoración a Dios y a la naturaleza de sacrificio de la misa como representación del sacrificio del Calvario, consiste en la salvaguardia de la liturgia tradicional. Si entendemos realmente la centralidad de la liturgia en la vida de la sociedad, «no debería sorprendernos el hecho de que el período de experimentación postconciliar respecto a la Liturgia Sagrada, un período marcado por numerosos abusos litúrgicos, se haya visto acompañado por la pérdida de la fe y la decadencia moral»[2].

 

6. La tradición como responsabilidad

En la preservación de la tradición tenemos en primer lugar una responsabilidad moral, principalmente ante Dios que es el creador de la tradición. En segundo lugar tenemos una responsabilidad ante los hombres. Ante todo ante nuestros buenos y fieles antepasados, de quienes hemos recibido este don, y luego, consecuentemente, ante las personas de nuestra generación. Somos responsables porque hemos sido creados por Dios con una libertad ontológica fundamental, como subraya Santo Tomás de Aquino. En el uso de esta libertad hacemos nuestra la tradición y ésta se encarna en nosotros, como la verdad sobre la cual basamos nuestra existencia. Debemos recordar que todo acto libre lleva consigo una responsabilidad moral y en consecuencia una responsabilidad ante Dios y la sociedad. El término responsabilidad comprende el concepto de evaluación de los bienes sometidos a nuestra elección libre, y también la exigencia de deber responder ante la conciencia y ante el juicio de Dios.

La preservación de la tradición implica un recibir y un transmitir. En el mismo proceso gradual en el que recibimos la tradición nos comprometemos a transmitirla. La tradición debe encarnarse nuevamente en cada generación manteniendo su identidad, pero al mismo tiempo permaneciendo viva en el mundo en el cual ha sido llamada a habitar, y más que a habitar, a fecundar. Esto nos lleva a la difícil cuestión de discernir hasta qué punto debemos adaptarnos a la sociedad contemporánea. Un ejemplo son las modernas tecnologías de comunicación electrónica, que pueden ser utilizadas para promover la verdad, pero ante las cuales debemos al mismo tiempo estar atentos debido a los problemas que suscitan. La tradición debe ser lo suficientemente sabia como para poder comprender y juzgar el presente evitando compromisos que puedan implicar una traición respecto a nuestros deberes. En nuestros esfuerzos destinados a sembrar la tradición en la sociedad de nuestros tiempos, debemos tener presente que ésta es la sociedad en la cual el Señor ha querido que vivamos, y no debemos jamás lamentarnos por no haber nacido en otros siglos mejores. Con toda seguridad el Señor nos otorgará la gracia necesaria para poder sobrevivir y tener éxito en estos tiempos adversos. Vivimos en una sociedad dominada por el multiculturalismo y el relativismo. Debemos ver esta realidad como hechos con los que nos debemos confrontar. El multiculturalismo sostiene que todas las culturas y religiones tienen el mismo valor, lo cual al mismo tiempo es una forma de indiferentismo y relativismo. La consecuencia de semejante ideología que niega la existencia de principios objetivos, y que como consecuencia la sociedad debería ser solamente un marco neutro de coexistencia social. Debemos permanecer atentos ante tales posiciones que nos llevan a aceptar, en aras de un mal entendido realismo, el «bien posible» o posiciones minimalistas que nos dejan entre la espada y la pared como aquella de los «valores no negociables».

 

7. Tradición y familia

La tradición va preservada y transmitida dentro de la familia, a través de la generación y la educación de los hijos. Es emocionante ver familias con numerosos hijos asistir a las celebraciones de la misa tradicional en Francia y los Estados Unidos. El primer paso de la transmisión de la antorcha de la tradición se da escogiendo un cónyuge que comparta plenamente los valores permanentes de la tradición, y aceptando de Dios el don de una nueva vida humana, reconociendo en el acto de la procreación una cooperación al misterio de Su amor. Rechazando al mismo tiempo la mentalidad contraceptiva, que distorsiona radicalmente la belleza del matrimonio y de la familia. La Iglesia ha siempre enseñado que los padres son los primeros educadores de sus hijos. En muchos países de Europa se trata de socavar y destruir este derecho de los padres, por lo cual debemos luchar con fuerza para proteger su derecho de transmitir la totalidad de las riquezas de la tradición a sus hijos. Frente a una catequesis parcial, al punto que deja a jóvenes y adultos mal equipados respecto a la fe y la moral, los padres deben tratar de transmitir la fe en su totalidad. Esta debe ser presentada libre de toda preocupación respecto a lo que es «políticamente correcto». Y al mismo tiempo con sentido común y simplicidad, para que los hijos puedan insertarse sin dificultad en el grupo social al cual pertenecen. Debe evitarse todo tipo de rigorismo o, peor aún, de jansenismo, como se ve en ciertos grupos. Al mismo tiempo debemos tener conciencia de que el problema moral de nuestros tiempos reside en el laxismo. Como decía alguien a quien respeto mucho, «ser católico es ya difícil de por sí, no lo hagamos más difícil de lo que es». Los padres deben en particular estar atentos a la instrucción impartida a sus hijos en materia de sexualidad humana, y deben tratar de protegerlos de los falsos mensajes recibidos en la escuela o a través de los medios de comunicación. Los padres no transmiten sólo una doctrina sino también un estilo de vida. Este estilo está compuesto por una pluralidad de grandes y pequeñas cosas. Es una sobria elegancia que hace que la vida sea más agradable. Una forma de cortesía que es la manifestación externa de la caridad. En cierta forma se puede considerar el estilo como una forma no fonética de la expresión. Forma parte de este estilo el decir siempre la verdad, pero en ciertos casos ha de presentarse con cortesía para evitar de herir innecesariamente a las personas que deben escuchar esa verdad. En cambio en otros casos se debe decir la verdad con total franqueza, por el bien de aquellos que escuchan. Y frente a ciertas personas que hoy en día ven en la ambigüedad una forma de misericordia, se debe insistir en que un verdadero amor hacia las personas que el Señor ha colocado a nuestro lado nos debe llevar a decir la verdad sobre todas las cosas fundamentales, de manera clara y precisa.

 

8. Conclusión

Tenemos el deber de transmitir la tradición a todos aquellos que el Señor coloca a nuestro lado. No sólo con nuestro ejemplo, sino también invitando con discreción a amigos y conocidos a que participen de nuestras actividades. Si tenemos la posibilidad de asistir a una hermosa liturgia tradicional, debemos sugerir a otros que nos acompañen. Debemos mostrar nuestra fe –siguiendo las enseñanzas del Apóstol Santiago– a través de obras de caridad. Por esto sugiero que se utilice nuevamente el modelo de las conferencias de San Vicente de Paúl como forma eficaz de organizar la caridad, tratando de buscar y conocer bien a las personas que pueden necesitar nuestra ayuda. Esta ayuda debe llegar no sólo a aquellos que tienen dificultades económicas, sino a las personas que se encuentran aisladas o que se han alejado de la Iglesia. Debemos instaurar asociaciones que difundan la enseñanza de la verdad con el objetivo de tener una influencia creciente en la sociedad en la cual vivimos. Tenemos el deber de afirmar públicamente nuestras convicciones, y por lo tanto de participar activamente en la defensa integral de una legislación que sea conforme a la ley natural.

La Iglesia no falla nunca en su misión de transmitir la tradición. La Iglesia es indefectible como institución divina, pero los hombres de la Iglesia pueden fallar en una determinada circunstancia temporal, como lo demuestra la experiencia histórica y la experiencia de nuestros días. Asimismo una o varias generaciones de nuestros antepasados pueden haber caído en la irresponsabilidad o haber sido seducidos por el espíritu liberal de nuestros tiempos. Como bien sabemos, el espíritu del liberalismo ha entrado en la manera de pensar de tantos hombres de Iglesia, como ya afirmaba en 1879 el cardenal Newman: «El liberalismo en el campo religioso es la doctrina según la cual no existe ninguna verdad positiva en la religión, sino que una opinión tiene tanto valor cuanto cualquier otra, y esta es una convicción que está adquiriendo cada día mayor crédito y fuerza. Se opone contra cualquier reconocimiento de una religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas, porque para todas se trata de una cuestión de opiniones»[3]. Pero el fracaso de los hombres de Iglesia o la irresponsabilidad de algunos de nuestros antepasados no son un impedimento para que podamos conocer la tradición a través de las personas que la viven con fidelidad. Como hemos visto, la mejor forma de recibir la tradición es a través de la familia o viviendo en el seno de la Iglesia, pero si nuestros familiares o los hombres de Iglesia no cumplen esta tarea, la providencia del Señor encontrará otros caminos. El Señor nunca es vencido por la infidelidad de los hombres.

 

[1] Raymond Leo Cardenal BURKE, «Entrevista al Cardenal Raymond Leo Burke: “Es necesario reaccionar”», a cargo de Isabella Parowicz, Radici Christiane (Roma), núm. 92 (2014), pág. 30.

[2] Ibid., pág. 37.

[3] John Henry NEWMAN, Ensayos conmemorativos en ocasión del centenario de su Cardenalato (1879-1979), M. K. Strolz (ed.), Roma, Centro de Amigos de Newman, pág. 101.