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Conclusión

CUADERNO: LA RES PUBLICA CHRISTIANA COMO PROBLEMA POLÍTICO

 

1. Introducción

Hay periodos en la historia de los pueblos, como en la vida de las naciones, en los que es necesario esperar contra toda esperanza. En muestro tiempo, en lo que respecta al régimen de Cristiandad, esta esperanza (que no es utopía, sino fuerza de la razón) es más necesaria que nunca. Las ponencias desarrolladas en el curso de los trabajos de la LI Reunión de amigos de la Ciudad Católica, que aquí se publican, lo prueban. Han demostrado, en efecto, que sobre todo en la historia moderna y contemporánea se da un progresivo alejamiento de la res publica christiana. También que en nuestro tiempo, en particular en Occidente, se registra una cierta aversión a la misma.

La primera pregunta que –por tanto– debe plantearse es si hoy tiene sentido un compromiso tradicionalista o, si se quiere, si es oportuna la intransigencia frente a las doctrinas y praxis que han tenido éxito total en el plano de la efectividad. En otras palabras, ¿resulta racional un empeño contra la efectividad política?

Los que consciente o inconscientemente siguen a Hegel dirán que es absurdo, irracional, porque la efectividad para ellos sería –más aún, es– la realidad. Incluso quien no se declara seguidor del filósofo alemán, lo sigue a veces, como se apuntará en relación con el problema del clericalismo, que ha inspirado e inspira hasta el día de hoy la praxis de la mayoría de los católicos, orientados a este respecto con gran frecuencia por la jerarquía.

 

2. La nación y sus problemas

Las ponencias han puesto sobre la mesa algunas cuestiones que merecían consideración atenta y que han tenido (y siguen teniendo) un peso decisivo en lo que respecta al fundamento y las finalidades de la comunidad política.

Piénsese, por ejemplo, en el tema de la nación, que –aunque se haya interpretado de manera diversa– ha tenido un papel político decisivo sobre todo después de la Revolución Francesa. Se ha considerado principalmente en lo que toca a la legitimación del Estado, por lo general justificado por la nación, por su identidad, por su querer, por su capacidad de imponerse en el concierto internacional. Contra la nación, así entendida, ha habido una reacción tras la Segunda Guerra Mundial, de modo que ha sido considerada, en efecto, y a veces fundadamente, causa de muchos males.

Sin embargo, no debe demonizarse la nación, ya que puede representar un elemento útil para facilitar la consecución de los fines de la res publica christiana: el sentimiento de pertenencia y la conciencia de la identidad pueden, en efecto, ser de ayuda –aunque en sí y por sí resulten insuficientes– en el camino para alcanzar los fines propios de la comunidad política. Se comprende fácilmente si se considera la situación actual: el fracaso del multiculturalismo, entendido como «derecho al relativismo», evidencia que la comunidad política se halla desorientada, incierta y aun paralizada frente a realidades que debieran combatirse decididamente, como –por ejemplo– el terrorismo o la reivindicación del ejercicio como derechos («matrimonio» entre homosexuales, aborto procurado) de pretensiones que son antijurídicas en sí. La nación, como quiera que sea, entendida como la identidad que ha ejercitado una opción, la manifiesta y –sobre la base de la cual– orienta a su vez, es instrumento de la comunidad política. Pero no es ni su fundamento ni su fin. En otras palabras, la nación no puede considerarse ni según la doctrina de Sieyès (para el que la nación es el tercer estado), ni a la luz de la ideología decimonónica según la cual la nación (rectius, su voluntad) es legitimante de la comunidad política aunque sea erróneamente entendida como Estado y más precisamente como Estado moderno.

Sobre esta cuestión son particularmente estimulantes las sugerencias y los análisis hechos y desarrollados (a veces sobre bases y con finalidades parcialmente diversas) por Ullate, Turco y Dumont. No es, sin embargo, el caso de insistir sobre ellos, puesto que el tema de la res publica christiana ha sido tratado justamente tanto desde el ángulo histórico como desde el teorético con consideraciones que tocan su raíz.

 

3. ¿Tiene sentido un empeño tradicionalista?

La documentada reconstrucción histórica del declive y del abandono efectivo de la res publica christiana con y tras la Revolución Francesa, incluso por parte de los católicos (aunque fuera, a veces, entre dudas, incertidumbres y replanteamientos), impone –como se ha dicho– una pregunta preliminar: ¿tiene sentido hoy un empeño tradicionalista? ¿Tiene sentido una posición intransigente frente a las doctrinas y las praxis consiguientes convertidas en hegemónicas en nuestro tiempo?

La respuesta no puede darse en términos de oportunidad/utilidad, aunque la oportunidad tenga relevancia en lo que concierne a la consideración prudencial. La primera respuesta, por así decirlo, debe depender de otros criterios: el bien y el mal en sí, el deber moral de un quehacer, las exigencias del bien común. Cuando se considera la cuestión bajo este prisma, el empeño y la insistencia deben mantenerse opportune et importune, puesto que el orden de las cosas obliga a buscar e imponer (eventualmente) su respeto no sobre la base de opciones individuales o colectivas, sino porque –como dice la Escritura– veritas Domini manet in aeternum, y solamente ella permite edificar y hacer durar la ciudad: nisi Dominus aedificaverit domum in vanum laboraverunt qui aedificant eam.

La derrota en diversas batallas no lleva necesariamente a la pérdida de la guerra. Ésta, también en lo que respecta a la res publica christiana, se decidirá finalmente al fin de la historia. La historia, en efecto, es el tiempo de la prueba. Por tanto, en la historia cada individuo y todos los pueblos están llamados a un empeño de fidelidad a la verdad que es benéfica y contra la que nada se puede. Hay, pues, una certeza racional que induce a esperar: al final el orden impreso por Dios a la creación será reconocido y respetado incluso por los que de manera luciferina se hacen la ilusión de poder sustituirlo con un orden racionalista (como hacen, por ejemplo, el liberalismo y la democracia moderna).

Las dificultades políticas frente a las que se encuentran hoy los católicos dignos de este nombre deben, por tanto, inducir a un empeño mayor, no a tirar la toalla. Ayudan a ello los fracasos que se han sucedido y se suceden en la historia. El católico no debe cultivar las utopías. La suya es una vocación realista, siempre que no se entienda el realismo como mera efectividad: Maquiavelo, por ejemplo, no es realista en sentido metafísico; es, al contrario, un racionalista y un convencionalista como tantos otros (sobre todo después de él).

 

4. La res publica, bien indisponible

La consideración según la cual el católico (más en general, sin embargo, todo ser humano) es realista, permite advertir que la res publica christiana es, en primer término, como indica el nombre, una res, un bien, un bien indisponible e indispensable al hombre. No es una construcción humana, el producto de un contrato, el artificio excogitado para hacer posible la convivencia. La res publica (incluso la que no es formal y explícitamente christiana) es realidad natural, querida por Dios para el bien del hombre. No es, por tanto, la consecuencia del pecado. Ni remedio al mal, como –si bien de modos diversos– sostuvieron (y sostienen) todas las doctrinas políticas de inspiración protestante. No es un mal, aunque necesario, como afirma por ejemplo la Arendt. La res publica es un bien en sí, aunque ordenado al bien del hombre. Como el sol es un bien e indispensable para la vida, así la res publica es un bien para el bien. Esto no es un juego de palabras. En efecto, sin la comunidad política el hombre no puede, sino excepcionalmente, conseguir el propio bien, su fin natural histórico, premisa y condición a su vez para su fin sobrenatural. Aun en la distinción, los dos órdenes no están separados. Ambos, además, postulan la exclusión de toda forma de voluntarismo: el bien humano histórico y el sobrenatural están inscritos en la naturaleza del hombre. Por eso vinculan y regulan también a la comunidad política. Son su criterio intrínseco. Por eso el rechazo del fin natural propio de la res publica es signo de una auténtica locura y sus consecuencias inevitables portan frutos de ceniza y veneno, como dice en una de sus odas (Per la morte di Napoleone Eugenio) el poeta Giosuè Carducci y como puede constatarse hoy.

La res publica es un bien indisponible, «usado» por todos. Un bien del que se advierte el valor sobre todo cuando se debilita su presencia y sus beneficios. En otras palabras, cuando aquélla decae se verifica una situación análoga al eclipse de sol: continúa existiendo pero no ejercita su plena función: funciona de manera reducida, a veces apenas perceptible.

 

5. El rechazo de estrategias erradas

El hecho de que la comunidad política sea natural y, por tanto, tenga un fin objetivo y un criterio intrínseco, debiera impedir el surgimiento de todo propósito contrario a éste. Incluso los sugeridos para la obtención de objetivos aparentemente buenos. La naturaleza y el fin de la res publica impiden, en otras palabras, estrategias como las resumidas en los eslóganes como «tesis e hipótesis», ralliement, «mal menor» (que debe perseguirse para evitar un mal mayor). Los capítulos anteriores han mostrado el fracaso sustancial de tales estrategias.

La ligada a la tesis y la hipótesis ha sido (y es) signo de subordinación al enemigo, al maligno. Pues, en último término, conduce a sostener el sistema errado con la esperanza de obtener alguna pequeña ventaja. Es el problema nacido durante y frente al Risorgimento italiano, que gradualmente condujo a aceptar la ideología lacisita, a sostener el Estado liberal y sucesivamente (bajo el pontificado de Pío XII) el Estado politológico y su ordenamiento (de palabra) neutral.

El ralliement propuesto por León XIII y para el que trabajó intensa y secretamente su Secretaría de Estado (sobre todo con el cardenal Rampolla del Tindaro) a fin de abrir camino, primero a la conciliación y luego a la adhesión con la laicidad francesa, favoreció de hecho, pero irremediablemente, el debilitamiento de la intransigencia racional y católica frente al laicismo. Entendámonos: León XIII, sobre cuyo magisterio ético-político antimoderno no caben dudas, actuó con finalidades pastorales. Esto no quita para que los resultados de su estrategia (el ralliement) hayan sido dañosos para la res publica christiana, que en un primer momento creyó poder sostener utilizando la democracia contra el liberalismo (Secretaría de Estado de San Pío X), para luego abandonar de hecho proponiendo la democracia política moderna como el régimen ideal útil a la Cristiandad (Pío XII) en el intento de usar la laicidad del Estado al servicio de la mayoría que lo sostenía.

Más allá de la fórmula usada con el correr de los años, la cuestión sustancial viene representada por el clericalismo, entendiendo por tal el método con el que se busca «bautizar» la efectividad, cualquier efectividad, intentando así no perder el (presunto) tren de la historia. La consecuencia inevitable de esta aproximación a la efectividad es la evicción de la res publica christiana. Que no puede proponerse siquiera como objetivo que alcanzar. Y esto porque, de una parte, su mera propuesta comportaría un «choque» con el mundo, ya que los católicos serían portadores de un ideal (y de una exigencia); así como, de otra, porque el mismo clericalismo perdería significado como método y valor operativo: si los católicos en particular están llamados a valorarlo todo y a retener sólo lo que es bueno, debieran juzgar el mundo más que adecuarse a él. Los católicos de la época moderna y contemporánea, en cambio, se han adecuado al mismo creyendo así resultar vencedores. A fin de ser claros en este propósito conviene poner dos ejemplos.

El primero nos lo ofrece la cesión de la cultura política (y no sólo política) católica frente a la modernidad. A tal propósito resulta paradigmático el «caso Maritain». El pensador francés ha desempeñado un papel importante en la orientación del pensamiento y de las opciones políticas prácticas de los católicos, sobre todo en lo que respecta a la Cristiandad. Cambió sin embargo de posición más de una vez: de antimoderno pasó a la aceptación incondicionada de la modernidad, sobre todo de la libertad y de la democracia modernas. Acabó así por sostener la doctrina política protestante y el americanismo, tras haber combatido a Lutero y la Weltanschuung de las sectas que impusieron a muchos europeos el abandono de Europa tras la paz Augsburgo (1555). El itinerario cultural y político de Maritain hace evidente la estrategia clerical de los católicos en el campo cultural político: estrategia desastrosa bajo muchos puntos de vista y cuyo fracaso está a la vista de todos.

El segundo ejemplo nos lo ofrece el «caso italiano», muy significativo, tanto porque en Italia (formalmente en el Estado de la Ciudad del Vaticano) tiene su sede el Papado, como porque nació y se desarrolló bajo Pío XII. El «caso italiano» es un ejemplo clásico de clericalismo, ejercitado ciertamente de buena fe, pero de efectos destructivos, puesto que arrojó a los católicos italianos en brazos del relativismo liberal y porque concurrió –la cosa es igualmente grave– a la instauración en Italia de la doctrina politológica del Estado y del ordenamiento jurídico. La res publica christiana, pues, sería coherentemente inaceptable, porque la institución llamada Estado no puede ni reconocer el fin propio de la comunidad política, ni inspirar el ordenamiento por una ratio estable, ni individuar los valores que deben tutelarse y promoverse. En resumen, le falta la idea del bien, en particular la del bien común.

 

6. El fin de la res publica (christiana)

Tras la Revolución Francesa los católicos se encontraron en una situación radicalmente nueva. El fin de la res publica, no sólo de la christiana, por tanto, no puede individuarse ya que los fines se le asignan a aquélla arbitrariamente (es decir, convencionalmente), sujetos a continuo cambio.

Tras la Revolución Francesa no se puede hablar de Tradición, puesto que –se dice– no hay nada de estable y valioso que entregar (a las generaciones futuras). La gran división se da entre la conservación y el cambio. La misma res publica asume un significado nuevo: el de simple forma de gobierno, perdiendo el de bien real indisponible e indispensable para el hombre. La forma de gobierno puede (a veces debe) cambiar. Está sujeta al devenir. La res publica, en cambio, como bien e institución (conforme al significado del término institución) no cambia. Solamente está, puesto que se impone como comunidad natural. La dialéctica entre conservación y (presunto) progreso sella el paso a lo provisional, a lo precario, a lo opinable. Marca, así, una inflexión sustancial que no permite considerar la res publica como un problema auténticamente político, planteando sólo la cuestión del poder.

 

7. Una «lectura» teorética de la cristiandad contemporánea

Es oportuno, finalmente, destacar que las páginas anteriores ofrecen una «lectura» teorética de la historia de la cristiandad contemporánea. La interpretación, por esto, se distingue de las «lecturas» que se proponen (sin lograrlo) ser puramente descriptivas, en realidad con frecuencia «internas» a una particular ideología y, por ello, hipotecadas por la misma. Incluso algunos estudiosos católicos han caído (y caen) en este error. Bastaría pensar, por ejemplo, en algunas tesis sobre la historia y aun antes sobre las motivaciones y finalidades de la independencia de los países hispanoamericanos, «colonizados» sucesivamente con otros medios y por otras vías. Desde este ángulo el capítulo de Ayuso ofrece estímulos de reflexión particularmente interesantes.

El análisis conducido tomando como referencia la historia de la cristiandad por naciones (entendiendo nación en el sentido medieval) ha permitido, después, evidenciar las razones y los itinerarios del abandono del ideal de la res publica christiana, sustituido de cuándo en cuándo por subrogados basados en utopías y, por tanto, destinados a traducirse en ilusiones. Las contribuciones de Barraycoa, Dumont y Turco permiten, sobre todo si se consideran de manera comparada, individuar el proceso común recorrido por la impiedad y el racionalismo político, que hacen dramáticamente actual el problema de la res publica christiana, que es problema interno también a la cultura católica contemporánea, como demuestra Rao. Estas páginas, como todas las anteriores, constituyen una invitación a volver a pensar la cuestión con métodos y finalidades no clericales, a fin de ofrecer un verdadero servicio a la verdad y a la humanidad, por tanto, a los hombres de cultura y religión católica.