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Número 533-534

Serie LIII

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Medios realistas de supervivencia en una sociedad secularizada

 

1. Introducción

Todos compartimos la misma angustiosa preocupación por la situación de la Iglesia y la sociedad. Enfrentados a estas realidades debemos reaccionar con la oración, el estudio, la reflexión y la acción. Hemos de comprender con seriedad las causas de esta crisis e inspirados por el Espíritu Santo buscar las soluciones conformes a la voluntad del Señor. En particular tenemos que rezar, para que la Iglesia recupere su espíritu misionero y sea efectivamente la luz salvadora de las naciones y para que nosotros de alguna manera podamos contribuir a la misión de la Iglesia. Debemos elaborar medios realistas de supervivencia en una sociedad que está amenazando nuestra supervivencia espiritual y quizás aun física. El objetivo de este artículo es tratar de contribuir a una reflexión equilibrada sobre este tema fundamental.

2. Situación de la Iglesia

La situación de la Iglesia sigue siendo un motivo de seria preocupación. Podría mencionar aquí algunas estadísticas negativas recientes, pero el principal problema consiste en la entrada del espíritu relativista en la Iglesia, como advirtió el Cardenal Ratzinger en su homilía de la Misa «Pro Eligendo Romano Pontifice» del 18 de abril de 2005[1]. En su discurso del viernes 22 de marzo de 2013 el Papa Francisco mencionó esta importante posición de Benedicto XVI. Luego de denunciar los sufrimientos de los materialmente pobres, agregó: «¡Pero existe otra forma de pobreza! Es la pobreza espiritual de nuestros tiempos, de la que padecen gravemente los llamados países ricos. Es lo que mi muy estimado predecesor, Benedicto XVI, llamó “la tiranía del relativismo, que hace de cada uno su propio juez y pone en peligro la existencia de los pueblos”. Y agregó entonces el Santo Padre con un fuerte énfasis:“¡Pero no puede haber verdadera paz sin la verdad!”»[2]. Debemos presentar de nuevo al mundo la verdad salvadora que se encarnó en Jesucristo, ahora que los principios éticos heredados del Cristianismo sobre los que se apoyan nuestras sociedades, son dejados de lado a propósito por la sociedad secularizada. Debemos comprender que no es posible establecer el bien común si no nos basamos en los principios permanentes que nos enseña la doctrina católica. El liberalismo es por esencia relativista, un «relativismo que lo justifica todo y trata todas las cosas como si tuvieran el mismo valor, ataca el carácter absoluto de los principios católicos»[3]. Vemos cómo este espíritu relativista ha penetrado en la catequesis en numerosos países donde las verdades de la fe no son enseñadas con claridad, debido también a una mentalidad anti-dogmática. Condenar este malvado espíritu relativista que domina en el mundo contemporáneo requiere una gran dosis de coraje porque es la piedra angular de la sociedad secular en la cual vivimos. Caemos en el relativismo cuando no tenemos el valor de condenar a políticos o jueces que se dicen a sí mismos católicos y votan en contra de las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida y la familia.

Siendo la Iglesia una sociedad que vive y actúa en el mundo, sin ser del mundo, corre el peligro sin embargo de que algunos de sus miembros, incluso los clérigos, puedan ser influenciados por ese mundo, como vemos constantemente en la historia de la Iglesia. Esto ha ocurrido desgraciadamente muchas veces, por lo que no debe sorprendernos que ocurra de nuevo. Refiriéndose a la irresponsabilidad de muchos miembros de la Iglesia a lo largo de la historia, Benedicto XVI señala: «A lo largo de los siglos, es la somnolencia de los discípulos la que abre las posibilidades para el poder del Mal. Esta somnolencia debilita el alma, por lo que ésta permanece impasible ante el poder del Mal que obra en el mundo, y ante todas las injusticias y sufrimientos que hacen estragos en la tierra. En ese estado de modorra, el alma prefiere no ver todo esto; se convence fácilmente que las cosas no son tan malas, y por lo tanto prosigue con la autosatisfacción de su confortable existencia. Pero es este adormecimiento del alma, la falta de vigilancia respecto tanto a la proximidad de Dios como a las fuerzas emboscadas en las sombras, que permiten que el Mal ejerza su poder en el mundo»[4].

3. Situación de la sociedad

Podemos ver señales de decadencia de la sociedad en el mundo entero. Una sociedad que está dominada por un creciente odio a Dios. Esto lo habíamos visto en el Comunismo, pero tenemos que comprender que este mismo odio es uno de los motores que mueven a la ideología liberal. Esto lo advertimos particularmente en los países que han legalizado el aborto y el así llamado «matrimonio» entre personas del mismo sexo, así como la adopción de niños por esas mismas parejas. La promoción del homosexualismo es uno de los resultados de la ideología de género, la cual es profundamente antinatural. Esta ideología es consecuencia directa de la visión de la libertad negativa que es una parte esencial del liberalismo. Está basada en la concepción errónea de que los seres humanos son absolutamente libres de hacer lo que se les ocurra con sus vidas. Es parte también de un enfoque prometeico de la vida que ha entrado en nuestra cultura con el humanismo del Renacimiento. Podemos hablar también en nuestros días de un nuevo prometeísmo tecnológico[5]. La ideología de género es usada en ciertos países para perseguir penalmente a sus opositores. Podemos mencionar varios casos en Europa donde han sido perseguidos quienes defienden las enseñanzas de Jesucristo sobre la homosexualidad. Esta decadencia abismal es también el resultado de la desaparición del remanente de los principios cristianos que influyeron en la sociedad, tras el proceso de secularización iniciado en los siglos anteriores. Debemos también estar prontos a denunciar el aumento de tendencias totalitarias de los gobiernos contemporáneos, como se ha visto con la declaración del jefe de la Administración americana, que legitima la invasión de la privacidad de las comunicaciones so pretexto de que ello es necesario para combatir el terrorismo. Como los intentos de ese mismo gobierno de negar la libertad religiosa en la aplicación de la nueva ley de ese país sobre seguros médicos. Esto forma parte de las conocidas tendencias totalitarias del liberalismo. La verdadera libertad del hombre está anclada en la libertad soberana de Dios: cuando el hombre corta sus relaciones con Dios, su libertad está en riesgo, y esto es lo que está ocurriendo en las sociedades seculares contemporáneas. Una sociedad que rompe sus lazos con Dios se transforma en una institución anti-humana. De modo que ha de cuidarse que nuestras liturgias no se vean influenciadas por el ambiente secular y humanista de las sociedades en las cuales nos toca vivir.

4. La relación entre ambas

Existe una interacción entre los declives que vemos tanto en la Iglesia como en la Sociedad. La Iglesia debe guiar a la sociedad a través de la predicación, la adoración pública, la formación de los jóvenes en escuelas y universidades, y la palabra y ejemplo de una multitud de laicos católicos activos en la sociedad. Hablando de predicación, la del Reino Social de Cristo ha desaparecido prácticamente de las homilías en las misas celebradas por la llamada forma ordinaria de la liturgia católica. En lo que se refiere a la crisis litúrgica, es tan ampliamente evidente que no se necesita agregar casi nada[6]. La crisis del sistema educativo de la Iglesia nos ha privado de miles de jóvenes que podrían haber tenido una influencia decisiva en la evangelización de la Sociedad.

Existen innumerables pruebas históricas que muestran cómo la sociedad ha influenciado de diferentes maneras la Iglesia, como demuestra el profesor John Rao en reciente obra[7]. Juan Pablo II había ya denunciado cómo esta cultura secular mortal ha infiltrado las filas de la Iglesia: «Con demasiada frecuencia sucede que algunos creyentes, aun aquellos que participan activamente en la vida de la Iglesia, terminan separando su fe cristiana de las exigencias éticas referentes a la vida, y esto les hace caer en un subjetivismo moral y en ciertas objetables maneras de actuar»[8].

Al mismo tiempo debemos contemplar ambas realidades con una esperanza sobrenatural. La esperanza no significa solamente estar firmemente convencidos de la verdad de las promesas de Cristo respecto a la salvación en el Cielo, sino también creer que Él nos dará los medios de alcanzar esa salvación mientras luchamos en este mundo. Cristo nos dará los medios de luchar contra el desaliento, y nos reconfortará en los momentos de abandono. Esto es particularmente importante porque viviendo en la sociedad contemporánea y observándola, es fácil caer en el desaliento y ser dominados por una sensación de abandono, incluso por parte de la Iglesia. Así, el Señor, al darnos los medios de salvación, no sólo nos proporciona los medios espirituales sino también los medios naturales necesarios. Uno de estos medios es una sociedad que nos ayude a practicar la virtud, y no una sociedad que nos pone en peligro de caer en la inmoralidad, como sucede en la sociedad contemporánea de todo el mundo. El hombre es un ser social, y para su desarrollo armonioso necesita la asistencia de sus hermanos. Por lo tanto, que la sociedad viva bajo la ley del Evangelio forma parte del plan de Dios para la salvación del hombre. La sociedad lo debe adorar públicamente, porque Él es el Rey de la sociedad. En la sociedad globalizada de hoy en día, la instauración del Reino social de Cristo está lejos de ser una posibilidad que podamos esperar basándonos en nuestros limitados medios naturales, pero no debemos olvidar que nada es imposible para Dios, como le dijo el Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María en el día de la Anunciación. Estamos en la misma situación de Abraham cuando llegó a una edad avanzada sin tener descendencia. Ahí fue «abundantemente bendecido con las promesas de Dios cumplidas en Isaac, y fue purificado por la prueba del sacrificio. Esperando contra la esperanza, creyó, y se volvió de esta manera el padre de numerosas naciones»[9]. Nosotros también debemos mantener nuestra esperanza, a pesar de que naturalmente es poco o nada lo que podemos esperar de la sociedad contemporánea, porque estamos seguros de que un día las acciones de Dios se manifestarán en medio de nosotros.

Nuestra impaciencia nos hace dudar de lo que es cierto, pero no debemos dudar de que la ayuda de Dios llegará. Nuestra impaciencia puede estar motivada por un sentimiento personal de haber alcanzado el límite de nuestra capacidad de soportar los malos tiempos en los que vivimos, inclinación que se puede comprender en ciertas circunstancias, pero que debemos combatir con la oración, con la frecuente recepción de los sacramentos y con el consejo y aliento de amigos. Debemos cultivar un sensus fidei (un sentido de la fe) y un sentido de la proximidad de la providencia de Dios que pueda elevar nuestro espíritu por encima de la sofocante red de estructuras de pecado social que prevalece en nuestra sociedad. Nuestra impaciencia puede tener buenos motivos, tales como la preocupación por la salvación de muchos, cuya salud espiritual se ve amenazada por la corrupción de la sociedad, y las limitaciones que encontramos en la Iglesia contemporánea. Pero nunca debemos desesperarnos, porque el Señor está mucho más preocupado que nosotros por la salvación de todos Sus hijos. Siempre encontrará la manera de ofrecer la salvación a todos aquellos que estén dispuestos a aceptarla. Podemos tener la seguridad de que en un futuro no muy distante el Señor enviará santos que con fuerza profética predicarán la fe. Hombres como San Bernabé, el apóstol que la Escritura define como «un buen hombre, lleno del Espíritu Santo y de fe»[10]. Grandes predicadores como los santos Domingo de Guzmán, Antonio de Padua, Vicente Ferrer y Francisco Javier. No sabemos cuándo vendrán, y no poseo el don profético que me permita hablar del momento de su venida. Pero estoy seguro de que vendrán.

Debemos también ver señales positivas en la sociedad contemporánea. Esto no significa obviamente caer en un frívolo optimismo alejado de la realidad, como vemos en el Cándido. Debemos ser capaces de discernir las pequeñas o grandes gracias que el Señor nos envía en medio de la tierra desolada por la que caminamos. Sería muy peligroso y, más aún, pondría en peligro nuestra salvación, el ser dominados por un espíritu totalmente negativo que se niegue a ver las pequeñas señales de esperanza que nos envía el Señor. Semejante espíritu negativo podría llevarnos a la desesperación. Podría llevarnos a un celo amargo que haría más mal que bien. Esto sería también nocivo para la formación de nuestros hijos, y podría incluso llevarlos a perder la fe, porque se preguntarían, sabiendo que existe un Señor providente y bueno, por qué Él no viene a ayudarnos. Una crítica excesiva o imprudente de la sociedad cuando son demasiado jóvenes para comprender todas sus implicaciones podría suscitar en ellos una falta de habilidad para integrarse en la Iglesia o en la sociedad. Debemos ayudar a nuestros hijos a discernir las pequeñas o grandes gracias que nos da el Señor mientras caminamos en este valle de lágrimas. Señales que demuestran que no nos ha abandonado. Sería bueno para todos nosotros, cuando estamos tentados de caer en la desesperación, hacer una lista de los dones particulares que el Señor nos ha otorgado a lo largo de nuestra vida. Basta mirar cómo en Francia hace no tanto miles y miles de manifestantes han mantenido una oposición constante e incansable contra esa monstruosidad que es la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo: esto es ciertamente una señal de esperanza.

Hemos decrecido en número, pero no tenemos la vocación de ser un pequeño rebaño, ni de volver a las catacumbas como parecen desear algunos de nuestros contemporáneos. Tenemos en cambio la misión en respuesta a la llamada de Cristo de evangelizar a todos los pueblos y a todas las naciones, y de convertirnos en una inmensa multitud que alabe a Dios, primero en la Tierra y luego en el Cielo. Cristo ha profetizado que «este Evangelio del reino será predicado en el mundo entero como testimonio para todas las naciones, y entonces llegará el final»[11]. Es evidente que el Evangelio no ha llegado aún a todas las naciones de la tierra, y que es necesaria cierta dosis de paz universal para poder predicarlo libremente, por lo tanto podemos razonablemente esperar que, en un futuro no muy distante el Señor concederá a la Iglesia ese tiempo de paz, así como una fe fuerte necesaria para predicar el Evangelio de manera integral. No debemos jamás olvidar que Cristo es el Señor de la historia y que Él puede decidir que los tiempos de revolución y de decadencia que han golpeado a la Iglesia y la sociedad desde el otoño de la Edad Media deben terminar, y que vendrá para ellas una nueva y verdadera primavera que continuará hasta la última persecución que será lanzada por el Anticristo. Este nuevo período histórico permitirá que el Evangelio sea predicado en todas las naciones, cumpliéndose así la predicción evangélica y salvando numerosas almas en dicho proceso. Pero obviamente este nuevo período histórico debe ser contemplado sin perspectivas o connotaciones milenaristas porque incluso una mejor sociedad y con una Iglesia más fuerte y más misionera será siempre afectada negativamente por nuestra naturaleza herida por el pecado original y por la realidad del pecado actual.

5. Permanecer dentro de la Iglesia

Debemos aprender a sobrevivir dentro de una Iglesia que a menudo no parece entender nuestras inquietudes, que son justas y objetivas. Sin jamás olvidar que Cristo fundó una sola Iglesia fuera de la cual no existe salvación[12], y que ésta es el único «pilar y escudo de la verdad»[13] aunque algunos de sus miembros no parecen estar de acuerdo con esta unicidad de la verdad y de su papel en la salvación de las almas. La Iglesia es pura e inmaculada aunque muchos de sus miembros sean pecadores. Por lo tanto debemos rechazar la tentación de escapar de la comunión jerárquica con la Iglesia. Debemos permanecer dentro de la Iglesia aunque algunos de sus miembros no comprendan nuestro empeño de preservar una liturgia que expresa plenamente la gloria del Señor, nuestra defensa de la vida y la familia sin ningún tipo de compromisos con la sociedad contemporánea y nuestro firme propósito de instaurar el Reino social de Cristo. Debemos preservar la liturgia de cualquier forma contemporánea que banalice el acto más sagrado al cual puede participar el hombre en esta tierra, o sea el Santo Sacrificio de la Misa. Como señala el Cardenal Ranjith, haciendo que la Misa se vuelva banal hemos perdido de vista la eminente dignidad del sacramento de la Eucaristía[14]. Asimismo debemos de ser conscientes de que para glorificar al Señor la liturgia no necesita adoptar un estilo barroco, pero al mismo tiempo este estilo no debería ser criticado si como tal suscita liturgias gloriosas que nos dan un sabor anticipado del Cielo.

Muchas veces la pobreza de nuestras comunidades o los medios limitados de que disponemos, tales como la falta de talento musical, nos obligan a celebrar liturgias extremadamente simples. Yo mismo, en el transcurso de mi experiencia pastoral en los Estados Unidos y en Italia, he encontrado muchos fieles que desde el punto de vista espiritual prefieren la Misa rezada, ya sea bajo su forma totalmente silenciosa o su forma dialogada. En el pasado la práctica pastoral de la Iglesia ha tratado siempre de satisfacer las legítimas preferencias espirituales de los fieles, celebrando en muchas parroquias tanto una Misa rezada como una Misa solemne en la misma mañana del domingo. Sin embargo cabe señalar que la forma ideal de la liturgia es la Misa solemne, por lo que deberíamos educar los fieles en esta materia.

A menudo debemos confrontarnos con miembros de la Iglesia que no parecen advertir la importancia de interpretar el magisterio contemporáneo en total continuidad con el magisterio anterior de la Iglesia. No parecen entender que el Espíritu Santo no puede contradecirse a Sí mismo. O bien vemos que no comparten nuestro compromiso integral empeñado en la protección la vida desde su concepción hasta su fin natural, y hacer respetar de manera precisa las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. Entonces se plantea el problema de cómo convivir con esos católicos, que no comparten nuestras inquietudes. Debemos hacerlo sobre todo con medios espirituales. Debemos rezar para poder convivir dentro de la Iglesia con aquellos que no nos entienden, hasta que se abran a la gracia del Señor y tengan plena conciencia de la importancia de las cosas por las que estamos luchando. Debemos ser absolutamente firmes en la defensa de la doctrina de la fe, pero no debemos sentirnos superiores a aquellos que han sido influenciados por formas contemporáneas de pensamiento, porque nosotros somos también pecadores y como ellos estamos buscando nuestra salvación con toda clase de dificultades, combatiendo contra nuestra naturaleza herida e imperfecta, el mundo y el Demonio. Asimismo debemos ser tolerantes en temas que no son dogmáticos, por supuesto que con el apropiado discernimiento porque no podemos tolerar posiciones que terminen por socavar los muros externos del dogma o aquello que por ser indecoroso podría contravenir la Gloria del Señor.

Debemos ser capaces de explicar que la coexistencia de dos formas del rito latino, no puede ser una fuente de divisiones. Obviamente esta explicación sólo será posible si nuestros interlocutores están igualmente comprometidos en preservar la naturaleza sagrada de la liturgia. Podemos asimismo referirnos a la existencia de numerosos ritos dentro del Iglesia, sin que esto sea motivo de división. Al mismo tiempo, siempre que sea posible, trataremos de evitar discusiones superfluas.

6. Persecuciones

En la mayoría de los países en que vivimos los cristianos sufrimos todo tipo de persecuciones o somos tratados con una escalofriante indiferencia. Previendo estas persecuciones, Cristo había advertido los primeros misioneros: «Escuchad, os envío como ovejas en medio de los lobos. Debéis ser astutos como serpientes e inocentes como palomas»[15]. San Juan Crisóstomo nos da una alentadora interpretación de este texto diciendo que las ovejas podrán vencer a los lobos aunque se encuentren rodeados por ellos; y aunque reciban múltiples mordiscos, no serán destruidas sino que más bien los convertirán»[16]. En medio del mundo hostil el Señor nos dará la sabiduría necesaria para no caer en las trampas, y la inocencia que nos permitirá no hacer daño a los demás o a nosotros mismos mientras combatimos por la buena causa. No debemos nunca dejarnos dominar por sentimientos de cólera u odio hacia quienes nos persiguen, sino que debemos rezar por su conversión. Pero al mismo tiempo es perfectamente justo que cuando rezamos por aquellos que hacen daño a la sociedad, recemos también para que el Señor detenga sus manos.

Dado el creciente poder del Estado, fortalecido por las tecnologías modernas, tratar de escondernos en un valle perdido, como sugiere Michael O’Brien en su excelente novela Eclipse de Sol, es una utopía[17]. Aunque estuviéramos escondidos en un valle perdido, la tecnología moderna haría llegar a nuestros hijos, por vías ocultas, los venenosos mensajes de la sociedad contemporánea. No debemos jamás perder de vista que estamos llamados a vivir en el mundo y a evangelizarlo. Durante los primeros siglos de nuestra era, los cristianos acosados por las diferentes oleadas de persecuciones romanas continuaron viviendo en la sociedad y no buscaron esconderse dentro de comunidades aisladas, ni abandonaron ciudades marcadas por la inmoralidad como Corinto en el siglo primero.

Vivimos en una sociedad totalmente secularizada y resulta difícil impedir que el espíritu del mundo penetre en nuestras propias comunidades. Por lo que debemos evitar a cualquier precio que la ideología social dominante tenga influencia sobre nosotros o que caigamos en compromisos que nos lleven a una verdadera apostasía silenciosa. La única forma en la que podremos sobrevivir es vivir nuestras vidas en total fidelidad con las enseñanzas del Evangelio, de acuerdo con el constante magisterio de la Iglesia. La fidelidad hacia nuestra fe es la única vía para sobrevivir y llevar adelante nuestro deber de evangelización.

Para lograr algunos de nuestros objetivos, o aun simplemente para sobrevivir, necesitamos cooperar con el poder político, como los primeros cristianos cooperaron con las autoridades romanas, pero debe ser totalmente claro que en esta cooperación no podemos aceptar compromisos respecto a la doctrina católica. Uso la palabra doctrina, porque si nos limitamos a defender los principios no negociables sería como replegarnos en la última línea defensa.

Cuando vemos los crecientes ataques contra los derechos de la conciencia en la sociedad contemporánea, como es el caso del nuevo sistema de aseguración médica en los Estados Unidos, o cuando en ciertos países estamos frente a situaciones en las que se impide a la Iglesia denunciar la problemática moral de la homosexualidad, debemos insistir que estamos defendiendo los derechos de Dios y no sólo los derechos de la conciencia. Los derechos de Dios en cuanto creador de la sociedad humana. Debemos insistir que hemos recibido de Dios el deber de vivir y el derecho a hacerlo de acuerdo a sus enseñanzas y también el deber y el derecho de proclamar sus enseñanzas en toda su plenitud. Este enfoque fortalece la defensa objetiva de los derechos de la conciencia. Esta proclamación de la verdad que salva, es una de las mejores formas de expresar nuestra caridad.

7. Relación con Dios

Tanto la razón como la Revelación nos enseñan que nuestra vida en la tierra es totalmente incompleta sin la presencia de Dios en nuestras vidas. Santo Tomás de Aquino afirma que tanto al entero universo como a todos los seres vivientes, no podemos entenderlos ni comprender su sentido, si dejamos de lado la relación con Dios[18]. La vida del hombre separado de Dios es vacía y sin sentido. El mundo será para el hombre un lugar donde sentirá más dolor que alegría, si alguna vez siente alegría, porque la única fuente de alegría es Dios. Podrá ciertamente a veces sentir placer, pero en definitiva éste será de corta duración y decepcionante. Descubrirá que el mundo está dominado por fuerzas oscuras y opresivas. El vacío que produce la ausencia de Dios puede llevar a la angustia que puede originar una búsqueda de sentido y terminar con una exploración sobre la existencia de Dios. Pero este Dios no es un ser que crea nuestra mente para colonizar nuestro vacío interior, sino que es un Ser Magnifico que se ha revelado objetivamente en la historia de los hombres y cuyas enseñanzas son preservadas por la Iglesia bajo la protección e inspiración del Espíritu Santo. Este Dios es un ser personal que viene a nuestro encuentro, pero su forma de ser y sus acciones salvadoras son enseñadas por la Iglesia. Por lo tanto debemos prestar particular atención a nuestro conocimiento de la doctrina católica y a la oración. Menciono en primer lugar la doctrina católica porque la oración es una forma de expresar nuestro amor y no podemos amar lo que desconocemos. Debemos confiar en que si somos fieles al Señor, experimentaremos el cumplimiento de la profecía del Libro de la Sabiduría: «Muéstrale el reino de Dios y otórgale el conocimiento de las cosas sagradas: Él lo acompañará en su labor y hará que sean abundantes los frutos de su trabajo»[19].

8. Formación doctrinal

Los católicos han sido siempre llamados a conocer su fe y una de las tareas básicas de un párroco consiste en la formación catequística de su rebaño. En estos tiempos insidiosos en que estamos viviendo, esta formación es más necesaria que nunca, debido en particular al fracaso de muchos programas catequéticos contemporáneos en ofrecer una información objetiva básica sobre la doctrina católica. Los programas de formación se deben basarse en la Escritura tal y como es interpretada por la Iglesia, en el constante magisterio de la misma y en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. Es la razón por la que recomiendo libros como el de Ludwig Ott, Principios esenciales del dogma católico[20]. Las revelaciones privadas, en caso de haber sido reconocidas por la Iglesia, solamente deben tener un papel de apoyo que puede ser fuente de aliento y de confirmación de nuestra Fe, pero el centro de la Fe se encuentra siempre en las verdades definidas formalmente por el magisterio permanente de la Iglesia. La formación, en la medida de lo posible, no debería se autodidáctica, sino preferentemente llevada a cabo bajo la dirección de un sacerdote de confianza o la de laicos sólidamente formados. Esta formación debería evitar caer en los extremos del laxismo tan común en nuestros días, o en el rigorismo que encontramos a veces en ciertos ambientes religiosos que han recibido alguna influencia jansenista. Los párrocos deberían tener conciencia de que además de instruir a los niños, una de sus responsabilidades más importantes consiste en ofrecer un serio programa de formación para adultos porque muchos adultos jóvenes han recibido de niños una muy limitada formación en el catecismo.

Para ser fieles al magisterio constante de la Iglesia debemos concentrarnos sobre los temas fundamentales, tales como: Dios, Uno y Trino, el Creador, el pecado original y el pecado actual, Jesucristo Nuestro Salvador y Redentor, la Gracia y los sacramentos, las enseñanzas morales de la Iglesia y el papel de la Virgen María en nuestra salvación. Deberíamos abordar con precisión los temas escatológicos porque hoy en día debemos luchar contra una grave herejía universalista que hace creer que cualquier persona puede ser salvada, independientemente de la Fe que profese o de su conducta.

9. Oración

Durante su juventud, cuando trabajaba sobre los Comentarios a las Sentencias, Santo Tomás de Aquino comprendió que «todos aquellos que piensan correctamente reconocen que la finalidad de la vida humana se encuentra en la contemplación de Dios»[21]. Esta contemplación no es un estado místico, reservado para aquellos pocos que han recibido de Dios ese don especial. Es la vía normal de quienes elevan su espíritu y su corazón hacia al Señor.

Nuestra vida de oración debería ser parte de un plan de vida, y deberíamos ajustarnos a ella en forma disciplinada, siguiendo el ejemplo de tantos santos. Debería siempre comprender el Rosario de la Virgen María, para poder gozar de su materna protección, en medio del triste mundo en que vivimos, así como la meditación sobre el Evangelio basado en el modelo ignaciano, para conocer, amar y servir mejor a Jesucristo, aunque sean hechas en forma breve. Al hacer esta meditación diaria tenemos que tener presente lo que nos dice San Ignacio: «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma»[22]. El examen de conciencia diario, es fundamental para mantener nuestras vidas encaminadas en la buena dirección y debería ser hecho cada día antes de terminar la jornada.

Nuestra oración podrá ser comunitaria o individual. La oración comunitaria podrá ser litúrgica o constituir en diversos ejercicios de devoción. Existe una cierta tendencia en el rito latino a otorgar preferencia a la oración individual, pero debemos ser prudentes ante esta tendencia, porque en la oración necesitamos siempre el apoyo de nuestros hermanos cristianos, así como Cristo, orando en el Huerto de los Olivos, necesitó el apoyo de los apóstoles en Su oración.

10. Caridad

Debemos captar la dimensión profética que la fe destila en la caridad, como señala Benedicto XVI: «La adhesión creyente al Evangelio imprime a la caridad su forma típicamente cristiana, y constituye su principio de discernimiento»[23]. Si nuestra caridad no es guiada por el Evangelio, no es más que una forma de filantropía secular. Y agrega: «Esta nueva mirada sobre el mundo y sobre el hombre ofrecida por la fe, proporciona también el criterio correcto de valoración, en el contexto actual, de las expresiones de caridad»[24]. Debemos poner en marcha diferentes formas de caridad activa dentro de nuestras comunidades. Ante y sobre todo, asistiendo a aquellos miembros que puedan estar sufriendo de soledad, o necesiten ayuda espiritual o material. Debemos actuar como hacían las cofradías medievales que prestaban asistencia a sus miembros, así como a las viudas e hijos huérfanos de los mismos. Existe un orden en la caridad, y tenemos el deber de asistir en primer lugar a las personas que el Señor ha colocado a nuestro lado, como indica Santo Tomás de Aquino con sentido común. En segundo lugar debemos apoyar las iniciativas católicas que preservan la fe y la cultura, y mantienen los lazos de solidaridad entre católicos de la misma orientación espiritual, como parte de nuestro apoyo a las necesidades de la Iglesia Universal. En tercer lugar, debemos asistir a toda las personas que se encuentran en dificultades que el Señor nos pida que les ayudemos.

11. Amigos

El peor enemigo de la supervivencia es el aislamiento. Muy pocos hombres reciben la elevada vocación de vivir como cartujos o eremitas. Un hombre necesita amigos con quienes compartir abiertamente sus mayores preocupaciones, amigos que puedan servirle de guía y apoyo en una sociedad hostil, en la que con toda razón se siente enajenado, amigos con los cuales pueda orar y alimentar la esperanza de que llegará la ayuda de Dios y florecerá una nueva era. Por lo tanto es también muy importante ser miembro de una buena comunidad parroquial o al menos de una comunidad de católicos que compartan el mismo espíritu y la misma vocación dentro de la Iglesia.

12. Matrimonio

La elección de la persona con quien se va a contraer matrimonio ha sido siempre de fundamental importancia. Pero en estos tiempos particularmente difíciles, este discernimiento debe merecer una atención aún mayor. Antes que nada debemos tener la certeza de que la persona elegida tiene una auténtica fe cristiana, que trata de vivir en forma coherente. Una persona alejada de Dios no estará motivada para apoyar a su esposo y generar la vida, o a un hombre que no vive la fe le será difícil ser un auténtico padre de familia. En segundo lugar, debemos tener la certeza de que la persona con la que consideramos contraer matrimonio es equilibrada desde un punto vista psicológico, ya que una de las mayores tragedias de nuestros tiempos es el aumento de los problemas mentales. Finalmente hemos de tener en cuenta que si el Señor no nos permite encontrar la persona adecuada, es mejor no contraer matrimonio, porque esto puede ser una indicación de que el Señor no nos está llamando al estado matrimonial.

13. La preservación de la cultura

cultura católica, pero lamentablemente en ciertos casos es necesario restablecerla, sobre la base de los modelos ideados en las generaciones pasadas, con las adaptaciones prudenciales necesarias a las circunstancias de nuestros tiempos. Necesitamos programas de educación para adultos en los cuales sean explicadas las enseñanzas teológicas de la Iglesia, programas que presenten la historia del mundo y de la Iglesia, proporcionando una sustancial cantidad de hechos y explicando paralelamente las diferentes causas de esos hechos constatados. Por ejemplo, después de explicar que la victoria en la batalla de Lepanto se debió a la intercesión de Nuestra Señora, podemos ilustrar de qué manera, a causa de las diferencias políticas existentes entre los aliados católicos, no se pudo sacar debidamente partido del resultado de dicha batalla. Otro ejemplo para ser utilizado ante las críticas liberales, es mostrar cómo durante el pontificado del Beato Papa Pío IX (1846-1876), la vida interna de la Iglesia, tanto en el campo misionero y de obras de caridad, piedad religiosa y atención a las almas, como en las iniciativas religiosas de carácter social, experimentó un sorprendente renacer y de hecho floreció maravillosamente. En nuestras exposiciones debemos demostrar cómo la Iglesia tuvo influencia en la sociedad, y como puede continuar haciéndolo en el futuro.

El teatro, la poesía y la novela tienen gran importancia en la renovación de la cultura católica. Una imaginación bien ordenada que sea capaz de narrar las posibles alternativas de la vida del hombre puede estar al servicio de la Iglesia y de la sociedad. También una narración que relate experiencias personales o presente un vasto cuadro histórico a la manera de los relatos de Tolkien, así como un estilo literario que pueda ser revisado en las novelas históricas. Al mismo tiempo, como todas las creaciones de valor, la narración deber ser mantenida bajo control. La literatura no puede ser una forma de escapismo, ni podemos otorgar concesiones a los llamados elementos «adultos» en la novela, como vemos en ciertos escritores católicos americanos, tales como Walker Percy.

14. El uso correcto del lenguaje

En una sociedad secularizada debemos estar muy atentos al lenguaje y la terminología que utilizamos, evitando de esta forma conceder un apoyo indirecto o cierta legitimidad a nuestros opositores. Podemos mencionar varios ejemplos: es preferible hablar de un niño en la matriz materna que de un feto o de embrión, porque estas dos palabras no reflejan la plena realidad, ya que nos estamos refiriendo a un ser humano aún no nacido. Asimismo no debemos nunca hablar de matrimonio gay, sino referirnos en cambio a la unión entre personas del mismo sexo. Si no ponemos atención en las palabras utilizadas, corremos el riesgo de estar ayudando a los enemigos de la verdad.

15. Escuelas Católicas

Hoy en día, experimentamos la triste realidad de que muchas escuelas católicas no son fieles a su misión. Una escuela católica debe enseñar la doctrina católica en forma integral, pero también todas las demás materias con espíritu católico. Esto es obvio en lo que se refiere a las ciencias sociales pero igualmente a las ciencias físicas.

Estado tenga el monopolio de los programas de enseñanza y de los textos utilizados para enseñar. Es como aceptar que el mismo tenga el derecho de determinar la forma de pensar de los miembros de la sociedad, lo que equivaldría en parte a establecer un régimen totalitario. Las escuelas católicas no pueden aceptar ser financiadas por los Estados, porque ello llevaría a que los mismos interfieran en la educación prestada por dichas escuelas. Al mismo tiempo esto constituye una tremenda injusticia, porque el contribuyente que no recurre a la escuela pública por no estar de acuerdo con sus métodos de enseñanza se ve igualmente obligado a financiarla. Y podemos decir que se encuentra ante una doble carga fiscal: por una parte ayuda a la escuela pública pagando sus impuestos y por otra tiene que encontrar cómo financiar la escolaridad privada que elige para sus hijos. Por otra parte, si las escuelas católicas no reciben ayuda gubernamental se corre el riesgo de que las mismas sean accesibles sólo a los ricos. Y es aquí donde debería intervenir la caridad católica, debiendo nuestras comunidades esforzarse al máximo para poder financiar auténticas escuelas católicas.

Las matrículas y demás costes que deban asumir los padres deberían ser lo menos elevadas posibles. Se debe también buscar el otorgamiento de becas para permitir la escolaridad de aquellos hijos de familias practicantes que no disponen de medios para pagar la matrícula.

Aunque la escuela a domicilio es válida en sí misma, debemos ser realistas y reconocer que gran número de padres no disponen ni de la energía ni de las capacidades necesarias para ser maestros en su casa. No debemos tampoco olvidar que en la mayoría de los casos el peso de la escolaridad a domicilio recae sobre las madres, porque los padres tienen que salir a trabajar para sostener a su familia, muchas veces teniendo que estar ocupados en su labor más de ocho horas por día, sin contar a menudo largos trayectos de viaje entre su domicilio y el lugar de trabajo. A lo que debe agregarse el hecho de que en muchos países de Europa, siendo los salarios demasiado bajos, tanto el marido como la esposa se ven obligados a trabajar para sobrevivir y pagar el presupuesto básico del hogar.

16. Conclusión

No tenemos la vocación ser un pequeño rebaño, ni de retornar a las catacumbas. Por el contrario, estamos llamados a llevar nuestro mensaje de salvación al mundo entero, con la gracia de Cristo y la intercesión de Nuestra Señora. Ser una minoría reducida compromete los planes de Cristo, que desea la salvación de todos los hombres. Debemos preguntarnos cuántas personas corren hoy en día el riesgo de condenarse porque no han escuchado el mensaje salvador de Cristo, o porque han escuchado una triste caricatura del mismo, el cual hace más mal que bien. Porque tengo la firme esperanza de que la situación en la que nos encontramos hoy no va a durar a largo plazo. Mientras tanto, sobreviviendo en esta sociedad secularizada, estamos levantando los cimientos del renacimiento de la misión de la Iglesia en un futuro no muy distante.

 

[1] El Cardenal Ratzinger declaró: «¡Cuántos vientos de doctrinas hemos conocido en estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensamiento! La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos se ha visto a menudo zarandeada por estas olas, llevada de un extremo a otro: del marxismo al liberalismo, e incluso hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas, y se vuelve verdad lo que dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, y la astucia que tiende a inducir al error (E f. , 4,14). A quien tiene una fe clara, basada en el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta del fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, “dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina”, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos modernos. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida el propio yo y sus antojos». Joseph RATZINGER, Homilía de la Misa « Pro Eligendo Romano Pontifice», 18 de abril de 2005.

[2] FRANCISCO, Audiencia del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 22 de marzo de 2013.

[3] PABLO VI, Encíclica Ecclesiam Suam, núm. 49.

[4] BENEDICTO XVI , Jesus of Nazare t h, 2.ª parte, San Francisco, Ignatius Press, 2011, pág. 153

[5] BENEDICTO XVI, Discurso en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo «Cor Unum», sábado 19 de enero, 2013. «Me refiero sobre todo a una trágica reducción antropológica que vuelve a proponer el antiguo materialismo hedonista, al cual se añade un “prometeísmo tecnológico”. De la unión entre una visión materialista del hombre y el gran desarrollo de la tecnología emerge una antropología en su fondo atea. Presupone que el hombre se reduce a funciones autónomas, la mente al cerebro, la historia humana a un destino de autorrealización. Todo esto prescindiendo de Dios, de la dimensión propiamente espiritual y del horizonte ultraterreno. En la perspectiva de un hombre privado de su alma y por tanto de una relación personal con el Creador, lo que es técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, todo experimento resulta aceptable, toda política demográfica consentida, toda manipulación legitimada».

[6] «Estoy convencido de que la crisis eclesiástica en la que nos encontramos se debe en gran parte al colapso de la liturgia». Joseph RATZINGER, La mia vita, Cinisello Balsamo, San Pablo, págs. 112-113.

[7] John RAO, Black legends and the light of the world, Forest Lake, Remnant Press, 2011.

[8] JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, 95

[9] Gen. 17, 4-8; 22, 1-18; Rom. 4:18; CCC, 1819.

[10] Hechos, 11, 24.

[11] Mt., 24, 14.

[12] «Basándose sobre la Sagrada Escritura y la Tradición, enseña que la Iglesia, que vive hoy en la tierra como en exilio, es necesaria para la salvación. Cristo, presente para nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, es el único Mediador y la única vía de salvación. El Mismo, en términos explícitos, afirmó la necesidad de la fe y del bautismo, afirmando de esta manera la necesidad de la Iglesia, dado que a través del bautismo los hombres entran en la Iglesia como a través de una puerta. Por lo tanto todo aquél que, sabiendo que la Iglesia Católica fué creada como necesaria por Cristo, rehusara entrar o permanecer en ella, no podría ser salvado». LG 14, CCC 846.

[13] 1 Tim., 3, 15.

[14] Claude BARTHE (ed.), Un entretien avec le cardinal Albert Malcolm Rajith. L'exemple de la diocèse de Colombo, Propositions pastorales, París, Muller éditions, Colección Hora Decima, 2012, pág. 71.

[15] Mt., 10-16

[16] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, vol. I, San Mateo, introducción por Aidan Nichols, O.P., Southampton, The Saint Austin Press, 1997, pág. 380.

[17] Michel O'BRIEN, Eclipse of the sun, San Francisco, Ignatius Press, 1998.

[18] Jean-Pierre TORRELL, O.P., Christ and spirituality in Saint Thomas Aquinas, Washington, The Catholic University of America Press, 2011, pág. 7.

[19] Sabiduría, 10, 10.

[20] Ludwig OTT, Fundamentals of catholic dogma, Rockford, Ton, 1974.

[21] I Sent., Prólog, a.1.

[22] SAN IGNACIO DE LOYOLA, «Ejercicios Espirituales», en Obras de San Ignacio de Loyola, 5ª ed., Madrid, BAC, 1991, pág. 228.

[23] BENEDICTO XVI, Discurso en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo «Cor Unum», sábado 19 de enero de 2013.

[24] Ibid.