Índice de contenidos

Número 543-544

Serie LIV

Volver
  • Índice

Patricio H. Randle

El pasado 1 de febrero, víspera de la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora, falleció en Buenos Aires, cercano a los 89 años, nuestro querido amigo y colaborador Patricio Randle. La noticia me llegó a Santafé de Bogotá, cuyo barrio histórico toma su nombre (La Candelaria) del popular de la fiesta, en la que le encomendé al oír la Santa Misa según el rito romano tradicional en la Capilla de la Hermandad de San Pío X del barrio de Teusaquillo. No pude dejar de recordar las veces en que durante uno de sus años sabáticos en Madrid, a principios de los años ochenta del novecientos, nos encontrábamos los domingos en el Priorato de la Hermandad de San Pío X de la calle General Goded, todavía en la hermosa casa del Marqués de Albaicín, para después almorzar juntos. Como le recuerdo también por entonces en un almuerzo con el arzobispo Lefebvre, en compañía de Rafael Gambra, que pronunció unas palabras a los postres que a Patricio le hicieron gran impresión por la dureza, mayor –me dijo al oído– que la del arzobispo, y otros amigos. Así como su presencia constante en la reunión de los martes de Verbo, con Eugenio Vegas, Juan Vallet, Alberto Ruiz de Galarreta, o su compañero de profesión Germán Álvarez de Sotomayor, entre otros muchos. Volvió más adelante a pasar varios meses entre nosotros y, sobre todo, no dejó nunca de visitarnos con frecuencia.

De los amigos argentinos, pues, era para mí si no el más antiguo, pues un poco antes había conocido a un jovencísimo (aunque menos que yo) Luis Roldán, y Enrique Zuleta hijo vivía a la sazón en Madrid, sí la presencia más constante. Cuando en 1996 pisé por primera vez tierras rioplatenses, para dar un curso en la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza, de vuelta me quedé unos días en Buenos Aires, y los primeros (un fin de semana) en la casa de Patricio y Anne en Hurlingham. Anne, su mujer, inglesa e intérprete profesional, a quien Patricio conoció en Madrid en sus años de becario del Instituto de Cultura Hispánica, había formado parte de la delegación de la Santa Sede para la cumbre mundial de la mujer, celebrada en Pekín el año anterior, y todavía vibraba con lo ocurrido. Patricio me llevó a Luján y me habló con pasión de un libro que su hijo Sebastián había comenzado a escribir sobre Castellani. Fuimos también a Bella Vista, donde ya se había comenzado a instalar una bulliciosa población juvenil, entre ellos algún hijo de Patricio, y asistí a una tertulia en casa del hijo de Ricardo Curuchet, el fundador de la revista Cabildo, quien por cierto acababa de morir, en la que no recuerdo si también estaba Sebastián. Andando los años el propio Patricio vendería la casa de Hurlingham y se trasladaría a Bella Vista. Terminado el fin de semana me trasladé a un hotel en el centro de Buenos Aires y acompañé a nuestro amigo a la sede de OIKOS, el instituto al que había dedicado lo mejor de su actividad intelectual durante decenios y que se hallaba en un edificio situado al costado del Congreso. También con el tiempo tendría yo que pronunciar alguna conferencia en el auditorio que ocupaba la planta superior.

Como he dicho Patricio venía con frecuencia a Madrid y en esas ocasiones, sobre todo cuando lo hacía solo, nos encontrábamos repetidas veces durante su estancia. Los almuerzos en la Gran Peña eran eternos y la conversación fluvial. Muchas veces solos, a veces con otros amigos como Paco Pepe Fernández de la Cigoña y Estanislao Cantero. En particular, en una ocasión me trazó la historia de su venida a Madrid como becario de Cultura Hispánica en 1949, durante la época de oro de la dirección de Alfredo Sánchez Bella, en la que la figura de Juan Carlos Goyeneche, el «virrey» Goyeneche, hizo acto de presencia repetidas veces. Pero a partir de 1996 mis viajes anuales al cono sur hispanoamericano añadieron nuevos encuentros. A veces en el Jockey Club, su segunda casa, y también en parte mía por la correspondencia con la Gran Peña. Otras en Bella Vista, donde había –como he dicho– pasado a residir. Precisamente allí, gracias a Bocha Montejano, lo visité los últimos años, en que tras haber sufrido un ictus estaba disminuido. La última vez fue a finales de julio pasado. Al día siguiente se iba para Córdoba, a pasar las vacaciones de invierno, y Bocha tras recogerme en el aeropuerto me llevó directamente a cenar con Patricio. Que nos esperaba en compañía de otro viejo amigo: Yuyo Padilla. El año anterior habíamos ido a almorzar con él tras visitar a otra personalidad destacada del mundo católico inconformista que entre tanto también se nos ha ido: Aníbal d’Angelo Rodríguez.

En particular tengo presentes dos ocasiones. La primera con motivo del lanzamiento madrileño de su libro Soberanía global. Adonde lleva el mundialismo, en 1999, con ocasión del cual organicé en la Gran Peña un seminario con una treintena de personas destacadas que le halagó sobremanera. Con frecuencia me lo recordó años después. La segunda el viaje que hicimos a la abadía benedictina de Le Barroux en la Semana Santa de 2009. Anne había fallecido en julio de 2008 y cuando pasé por Buenos Aires un mes después le propuse que me acompañara en la primavera siguiente a la abadía fundada por Dom Gérard, con el que los dos habíamos tenido amistad. De hecho, yo sólo en contadas ocasiones he dejado de pasar la Semana Santa en Le Barroux desde 1990 en que la descubrí. Aunque estaba muy abatido y me dijo que no se sentía con fuerzas, por Navidad volvimos a hablar y me anunció que vendría. El viaje, con Juan Fernando Segovia y Pepe Díaz Nieva, fue inolvidable. Pasamos por Aix, recorrimos la Provenza y disfrutamos de la liturgia y del paisaje. A ratos también de la gastronomía. Creo que le hizo bien.

Ya hemos visto cómo en 1949, todavía estudiante, fue becario del Instituto de Cultura Hispánica en la Universidad de Madrid. Tras acabar los estudios de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires en 1950, disfrutó de una beca del Gobierno francés en ese mismo año para la Universidad de París y, más tarde, de otra del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) en la Universidad de Londres en el periodo 1961-1962. Volvería a Francia con frecuencia, en ocasiones para residir algunos meses. En concreto fue director de la Fundación argentina en la ciudad internacional universitaria de París y asesor técnico en la Delegación argentina ante la UNESCO en el período 1966-1969. De ahí que el mayo de 1968 le encontrara en París, donde frecuentaba a Madiran y a Ousset, pero sobre todo a André Giovanni. También trató a Thomas Molnar, con quien compartíamos amistad, y con Malacchi Martin, a quien entrevistó más de una vez en Nueva York. Y tampoco abandonaría nunca la capital inglesa, pues sería profesor visitante en la Universidad de Londres los años 1971-1972. Entre 1976 y 1985 dirigió la UNIUR (Unidad de Investigación para el Urbanismo y la Regionalización), instituto del CONICET, creado en 1973, e incorporado a OIKOS (Asociación para la Promoción de los Estudios Territoriales y Ambientales) en 1976. Una persecución desatada en 1984 con motivo del cambio de régimen político frustró muchas de las iniciativas emprendidas en ese orden, si bien Patricio Randle prosiguió su tarea con OIKOS al margen de las instituciones oficiales y en su cátedra de Evolución Urbanística en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, ganada en 1958, hasta su jubilación en 1993. Desde 1984 era también miembro de la Academia Nacional de Geografía y en 1994 había ocupado la presidencia de la Corporación de Científicos Católicos.

Su obra urbanística, geográfica y humanística es amplia y valiosa.

En lo que toca a las dos primeras podemos mencionar: «Introducción al planeamiento» (1962), «Geografía histórica y planeamiento» (1966), «La ciudad pampeana» (1969), «Evolución urbanística» (1972), «El Plan de Londres» (1978), «El método de la geografía» (1979), «Atlas del desarrollo territorial de la Argentina» (1981), «Teoría de la ciudad y del urbanismo» (1983-1984), «Geografía histórica de la Argentina» (1987), «La geografía en la educación» (1988), «Espacios y escalas urbanas» (1989), «Ciudades intermedias» (1992) e «Historia del urbanismo: La ciudad antigua» (1994).

Respecto de la última, lo que más llama la atención de esa parte de su ejecutoria es su capacidad para aunar los enfoques más variados y para hacer converger los esfuerzos de las distintas disciplinas científicas y humanísticas en la elucidación de los temas centrales del panorama contemporáneo. Por lo menos desde 1976, a través de OIKOS, nos deja abundantes muestras de este trabajo verdadera y profundamente interdisciplinar, en las que demostró además de potencia intelectual cabeza de manager, de algunas de las cuales se ocupó Verbo por la pluma de Julio Garrido o de que escribe. Repaso entre los estantes de mi biblioteca y encuentro títulos de libros colectivos (dirigidos por él de resultas de simposios también por él organizados) como «La conciencia territorial» (1978), «La contaminación ambiental» (1979), «La geografía y la historia en la identidad nacional» (1981), «La técnica puesta a prueba» (1982), «La conservación» (1982), «La enciclopedia y el enciclopedismo» (1983)… La persecución aludida, que se extendió por lo menos entre 1984 y 1987 (veo también en los plúteos el informe documental sobre la Destrucción de equipos de investigación y persecución de científicos, que me envió, y donde figura reseñado su caso) frenó la producción incansable. Años después, reconstruido el equipo, volvió al ruedo, aunque por poco tiempo, pues la asfixia económica y la jubilación administrativa dieron al traste con los ímpetus. De ahí salieron, cuando menos, «La deconstrucción» (1992), «El fin de la historia» (1992), «Ante el colapso de la educación» (1994), «La población. Respuestas a una doctrina de la seguridad demográfica» (1995) y el ya mencionado (de su exclusiva autoría) Soberanía global (1999). Todavía encuentro descolgado en el tiempo, como un hijo tardío, un muy interesante Antinomias y distinciones (2008). Alguno más se habrá quedado entre los estantes. Pero creo que lo reseñado es suficiente para hacerse una idea del interés de su obra.

Patricio tenía fama de estirado. Así me lo dijeron más de una vez unos u otros del variopinto y pugnaz ecosistema argentino, reduplicado en el singular hábitat conocido como el «nacionalismo», en el que –según me dijo un querido amigo que pertenece al mismo– sus integrantes se distinguen porque entre un chiste y un amigo eligen siempre…el chiste. A mí, en honor a la verdad, nunca me pareció distante o altivo. Todo lo contrario. Siempre lo encontré como uno de los amigos argentinos más fáciles de tratar y con menos aristas. La firmeza de sus convicciones no era incompatible con un cierto sereno distanciamiento. Y su gusto por la sociedad –demostrada en su afección al Jockey Club– le liberaba, me parece, del estilo montaraz y asilvestrado que no pocos practican en esos lares. Me pareció distinguir también en el fondo de su personalidad un lado eutrapélico muy humano. En todo caso, siendo mucho más joven que él, como para poder haber sido su hijo, nunca me trató con condescendencia. Así que cuando he escuchado esos juicios sobre su estiramiento inevitablemente he salido en defensa de lo que me parecen los fueros de la verdad.

Esta casa que es Verbo le tuvo como uno de los suyos. Su colaboración fue además de frecuente interesante, enriqueciendo nuestras páginas con temas y perspectivas que no eran los comunes del grueso de la muy ilustre nómina de colaboradores. En la que brillaba entre tantas otras luminarias. Le vamos a echar mucho de menos. Ya le estamos echando de menos. Tras encomendar su alma nos queda esperar en que la misericordia de Dios nos conceda también pronto su intercesión.

Miguel AYUSO