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El populismo en la Europa contemporánea

CUADERNO: PUEBLO Y POPULISMOS. LOS DESAFÍOS POLÍTICOS CONTEMPORÁNEOS

 

1. Introducción

Las primeras experiencias populistas a las que apuntan algunos autores, como Álvaro Vargas Llosa en El Renacimiento del Populismo, o Margaret Canovan en Los Populismos, una de los referentes en estos temas, se remontarían al siglo XIX. A modo de ejemplo y en contextos totalmente diferentes, los narodniki rusos[1] y el Greenback Party[2] estadounidense nacieron de forma inconexa y distante pero simultánea. No obstante, toda discusión académica sobre el origen del populismo es estéril. Es imposible especificar el origen fenomenológico de una categoría política difícilmente acotable y definible.

Estos dos primeros ejemplos que nos propone Canovan, ya nos avisan de futuras contradicciones y diferencias entre los autores que han querido pontificar sobre el populismo. Por ejemplo, en Rusia, se trató de un movimiento dirigido por una élite urbana que se dirigía a masas campesinas populares. Sería el ejemplo de un tipo de populismo dirigido por las elites y con un señalado carácter intelectualista. Por otro lado, el ejemplo propuesto que emerge en la sociedad norteamericana, es una reacción de sectores populares y agrícolas contra una élite industrial y financiera que empezaba a despuntar y ponía en peligro sus intereses y subsistencia[3].

La arqueología para clasificar todos los posibles populismos decimonónicos y del primer tercio del siglo XX, sería interminable. Por otro lado, tenemos a los denominados neopopulismos. Estos son fenómenos políticos mucho más recientes, que se han ido forjando aproximadamente desde el último tercio del siglo XX hasta hoy. Para constatar la dificultad de una taxonomía, baste decir que la mayoría de movimientos o partidos que los politólogos consideran populistas, rechazarían este adjetivo. Igualmente muchos no aceptarían ser englobados junto a otros movimientos que, a los ojos de los politólogos, guardan concomitancias. Los modelos Le Pen, Haider o Pym Fortuyn; el pseudoseparatismo no nacionalista de la Liga del Norte; los neopopulismos de tendencias marxistas hispanoamericanos o corrientes etno-populistas post-comunistas de Europa del Este, entre otros son denominados frecuente populismos, pero muchos entre ellos se despreciarían.

Guy Hermet, uno de los pensadores de referencia en el campo del populismo, reflexiona sobre el carácter de los antiguos y nuevos populismos: «El dogma del clásico populismo de los antiguos descansa en un imaginario fusional y rebelde frente a la idea del pluralismo social e ideológico y en un moralismo dicotómico del combate entre el Bien y el Mal […]. Por el contrario, el resorte del populismo de los modernos es muy distinto. […] [E]s el producto de una impresión de vuelco absoluto del modo de intervención de una potencia pública que ha perdido para algunos su rostro protector para revestir el rostro de un factor de riesgo que cabe desacerbar con urgencia. Cabe solamente notar a modo de conclusión que la reacción en contra de esta deriva empezó hace tiempo, en el marco de políticas que se dedican a recuperar los argumentos y las recetas populistas, en beneficio de la gobernanza establecida»[4].

Esta primera aproximación al concepto, ya nos indica que el populismo tiende a ser un movimiento más reactivo que pro-activo. Y se aleja también de una visión, por lo demás vulgarizada, que lo propone una reproducción de los pasados totalitarismos del siglo XX. Parafraseando a Tocqueville y a lo que él llamara la tiranía de la mayoría, Robert Dahl propone el populismo más como un defecto de la democracia que como una propuesta de régimen totalitario. Así afirma que se podrían definir los populismos como una defensa de la sociedad frente a la tiranía de la mayoría y su pensamiento único controlado por las elites sociales. Por mucha retórica que se le añada, los populismos tienden a generar discursos más contra el poder y abogando por su limitación y control que no tanto una obsesión por el ejercicio del poder. Aunque quizá esta primera apreciación sea demasiado abstracta e indefinida.

El intento por parte de muchos intelectuales de izquierdas de querer mantener un hilo conductor entre el fascismo y el nazismo y los neopopulismos europeos sería erróneo. No obstante, son muchos los politólogos que así lo describen, intentando argumentar que los populismos europeos son adaptaciones estratégicas de los viejos fascismos para sobrevivir tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, detectamos demasiados saltos que imposibilitan afirmar una continuidad homogénea del fascismo o el nazismo oculta bajo «tácticas» de los movimientos populistas. Sospechosamente, estos autores no consideran que los populismos hispanoamericanos sean continuación del totalitarismo comunista, aunque mantengan vinculaciones simbólicas, de discurso y relacionales más intensas que los populismos europeos.

Hans-Georg Betz, por ejemplo, estudió este fenómeno en su obra Radical right-wing populism in Western Europe[5], donde exponía la aparición de un populismo de derechas, pero en un contexto de estabilidad política en Europa y sin ánimos de derrocar los regímenes democráticos para volver a recrear los totalitarismos de antes de la Guerra Mundial. Este fenómeno duró poco, pues el populismo (en abstracto o como fenómeno de movilización de masas) quedó dominado por una imparable hegemonía cultural de las izquierdas europeas a finales de los 60, semillas de futuros populismos pero de otro signo. La revolución del 68 fue sólo una manifestación más de esta hegemonía, que de cultural pasó a política en los 80, con la omnipresencia de los Partidos socialdemócratas en los gobiernos europeos; y desde finales del siglo XX es una hegemonía en la conciencia de los ciudadanos incluso en aquellos que se autodenominan de derechas.

Ciertamente, la caída del muro de Berlín iba a suponer un duro golpe para la hegemonía política de la izquierda, pero no su desaparición en los marcos mentales de los individuos. En cierta manera la estructura mental revolucionaria comunistas, era sustituida por la estructura mental revolucionaria liberal. Este hecho, dejó amplios espacios de incertidumbre en muchos sectores sociales; especialmente cuando las promesas de una nueva primavera liberal tampoco florecieron. Pero la caída de las ideologías y de la clase política que diseñó la arquitectónica europea o el atasco político económico del viejo continente, no ha dado lugar a «ideologías de reemplazo» ni a cosmovisiones identificativas. El populismo es «aquello prácticamente indefinible» que ocupa el vacío que ha producido la quiebra de las categorías políticas propias de la modernidad. Esta indefinición, en función de la sociedad receptora, sea hispanoamericana, sea europea, le dará unos tintes aparentemente opuestos, pero con elementos comunes.

 

2. El populismo, un concepto «difuso» para la ciencia política

El populismo, en tanto que movimiento político, ha sido ampliamente estudiado y ha generado una inmensa literatura política, especialmente en Hispanoamérica. Sin embargo, sorprendentemente, no existe un consenso sobre su naturaleza. Peor aún, es prácticamente imposible encontrar en los teóricos propuestas de denominadores comunes a fenómenos diversos que son acotados bajo la misma categoría de populismo. Si bien, desde el pensamiento marxista, hubo una época en que los movimientos populistas eran alabados, especialmente en Hispanoamérica; por el contrario la intelectualidad de izquierdas, al aplicarlos a movimientos sociales en Europa, lo suele hacer de forma peyorativa.

El populismo, pues, se trata de un término extenso (por la cantidad ingente de movimientos que se han denominado así) e incluso carente de significación para muchos. Casi podríamos decir que cada movimiento populista es como los ángeles: constituye cada uno una especie en sí mismo. Por ello, si queremos entender el fenómeno en la Europa contemporánea, deberemos recurrir a comparaciones constantes entre otros movimientos populistas alejados. Y más que procurar una taxonomía, alcanzaremos un gran logro si logramos descubrir las causas que posibilitan la existencia movimientos tan diversos. Por ello es más interesante enfocar este tipo de estudio como una búsqueda del sentido del populismo como sintomatología de lo que está ocurriendo en las estructuras sociales, y no tanto como hecho en sí.

Si la literatura marxista ha puesto su mirada en las «clases desfavorecidas» a la hora de justificar revoluciones «populares», lo que se ha denominado el «neopopulismo», en palabras de Guy Hermet: «Es la expresión de una población semiacomodada que se opone ya no a los Gordos, a los Ricos, o a los Poderosos, sino a los desfavorecidos con quienes no se sienten de ninguna manera solidarios»[6]. Este cambio de paradigma, más que imprescindible para comparar los populismos europeos con los hispanoamericanos no es suficiente. Nos asaltan preguntas de por qué unos populismos según se sitúen geográficamente son considerados de ultra-derecha (y curiosamente casi nunca de ultra-izquierda); en cambio, al otro lado del atlántico se consideran simplemente «populismos».

Así, Hermet apunta: «En Europa del este, se dice también extrema-derecha, pero sobre todo no extrema-izquierda, tratándose en particular de los anti-mundialistas que son por lo tanto populistas de un tipo totalmente inédito (es decir que presentan notoriamente algunas analogías con los Grangers americanos de los años 1890). Por el contrario, en América Latina, las expresiones de populismo de la extrema-derecha no son utilizadas como sinónimos por razones evidentes y antiguas. Pues, ¿qué habría que hacer con Hugo Chávez, Lula, Castro, Perón, incluso con el sub-comandante Marcos?»[7].

Sigamos con las dificultades de encasillar el término. Algunos autores han determinado que el populismo es meramente una palabra ruido (el ejemplo más claro es nuestro tan afamado «fascista» o «nazi») que se utiliza no con una finalidad comprensiva sino como reprobación. Con otras palabras, más que un concepto es una «locución» que no pretende comunicar un significado sino reafirmar la actitud del locutor y censurar el razonamiento posible del interlocutor. A ello contribuye que el propio populismo es un conversador difícil, ya que, per se, no es una ideología con la que se puedan consensuar ciertos parámetros de discusión[8]. Más bien, ha sido definido como no como un movimiento, sino como un estilo político[9] o un estilo de comunicación política[10] alejado de un sistema coherente de ideas articuladas sin contradicciones. La caracterización del populismo como un estilo político se debe a que se considera que en estas formaciones «se expresa más una protesta que una cualidad programática»[11].

Como todo movimiento social o político, el populismo necesita generar un discurso y un imaginario colectivo. En esto, se muestra un fenómeno especialmente dotado para jugar con los estereotipos –se ajusten o no a la realidad– y transmitirlos de forma prácticamente estandarizadas a diferentes sectores sociales muy diferenciados entre sí. Por ejemplo, en palabras de una de los mayores expertos en el estudio de movimientos de este tipo, Xavier Casals: «El populismo, simplificando, denuncia una distancia entre gobernantes y gobernados, los de “arriba” y los de “abajo”: la existencia de unas élites oligárquicas que se han apoderado de la soberanía popular y nacional y la emplean en la defensa de sus propios intereses, constituyendo una “casta” alejada de los verdaderos intereses de los ciudadanos. Para acabar con su poder, las opciones populistas exhortan al “pueblo sano” a movilizarse y recuperar sus derechos, siendo el anti-elitismo el rasgo definitorio de su mensaje»[12]. Esta síntesis –y la exposición de cómo se manejan los estereotipos– es bastante preclara y acertada, aunque aún faltan elementos definitorios que más adelante propondremos.

Sin embargo, seguimos ahora a Xavier Casals en otras anotaciones de interés sobre el tema. Está de acuerdo con la línea argumentativa que seguimos en este artículo de que: 1) no existe consenso en su definición desde la Ciencia Política; 2) tiene más de movilización social que no de estructura organizativa de Partido; 3) su mera existencia denota una pérdida de legitimidad de ciertos mecanismos que hasta entonces parecían funcionar; 4) el sujeto político al que se dirigen, contra lo que pueda parecer, no es a la «nación», sino a los restos que de ella quedan, reflejados en expresiones como el «hombre de la calle», la «buena gente» o «el pueblo» genérico; estos hombres buenos, sociedad sana o gente normal, son el último recurso contra unas elites que se han alejado de sus funciones; y 5) como clave muy importante que volveremos a retomar, y como advierte el politólogo Marco Tarchi, el populismo pretende «refundar la democracia, no destruirla, pretensión que a veces desemboca en un riesgo de hiperdemocratismo, es decir, en una idealización de la disponibilidad del hombre de la calle como ciudadano activo” y, como tal, dispuesto a soportar los costes de su afán de “reapropiarse del ejercicio del poder»[13]. Por ello, podemos afirmar que el populismo, al menos el denominado de derecha o ultraderecha, no es en sí mismo ni una revolución ni una contrarrevolución.

 

3. Acotando el concepto del populismo

El populismo es un fenómeno, por tanto, que sólo podrá definirse por acotación, e incluso por ensayo y error entre las definiciones teóricas y la observación empírica de sus manifestaciones. Autores como Hermet proponen empezar por una pre-definición que sea concebida como una «hipótesis corregible» en la medida que la confrontemos con casos reales. Para ello hay que ser consciente de que «1) de la carencia de significación intrínseca del término populismo, que constituye la regla en el plano del savoir-vivre político; 2) de la contingencia o del oportunismo declarado de su uso; 3) de su deficiencia teórica extrema como concepto, lamento tener que evaluarlo en este mismo plano teórico. No puede ser de otra forma»[14].

Margaret Canovan siempre advirtió que el populismo no es tanto una ideología sino que su esencia la constituye una forma de acción política especialmente polémica al romper con ciertos cánones políticos institucionalizados y de fronteras muy difusas. Esta acción política se fundamenta en una retórica en la que, de una manera u otra, el discurso siempre está centrado en el pueblo (con todas las dificultades que entrañará definir qué es el pueblo) y que busca fuertes reacciones emocionales en el sujeto al que se dirige[15].

Por el contrario, E. Shils considera a los populismos como una ideología. Para él, el populismo sería «una ideología que identifica la voluntad del pueblo con la justicia y la moral»[16]. El inconveniente de esta precisión es cómo –desde un pensamiento de izquierdas– se puede identificar una ideología con todo el colectivo, cuando en puridad marxista sólo puede serlo de la clase dominante y proyectada, por alienación, a la clase oprimida. Por eso, no han faltado autores marxistas que no han querido abandonar este dogma a la hora de interpretar el populismo. Este es el caso de Ernesto Laclau. Para él, siguiendo una interpretación gramsciana, los líderes populistas no son, en ningún caso, revolucionarios o anti-capitalistas, a pesar de que su discurso lo parezca. Sigue a Gramsci cuando éste afirma: «Si la clase dominante ha perdido el consenso, ya no es más clase dirigente, es únicamente dominante, detenta la pura fuerza coercitiva, lo que indica que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, no creyendo ya en lo que antes creían»[17]. En esta perspectiva, el populismo es un interregno en el que las elites consiguen el dominio precario sobre las masas, hasta que no se produzca un recambio de elites que sean capaces de dotar a las masas de ideología. Por lo tanto el populismo es una mera de «retórica de confrontación»[18], nunca la manifestación de una lucha de clases

En cierta medida la tesis de Laclau coincide con la del argentino Torcuato Di Tella, aunque éste último identifica el populismo con los movimientos específicamente hispanoamericanos del segundo tercio del siglo veinte; es decir la de un «movimiento político que goza del apoyo de la masa de la clase obrera urbana o del campesinado, pero que no es el resultado de la capacidad de organización autónoma de uno u otro de estos sectores». De ahí que –afirma– los movimientos populistas sean difícilmente eficaces a la hora de reconstruir o instaurar comunidades estables. Con términos más nuestros, diríamos que son mecanismo de retroalimentación o ajuste de los sistemas para que nada cambie realmente. Por eso los neopopulismos hispanoamericanos suelen arrastrar la condena de la inestabilidad política (el populismo de izquierdas español o griego se ajustaría más a esta categoría). Esto ocurre precisamente, como veremos más abajo, por su excesiva dependencia de un liderazgo carismático. Un liderazgo que en palabras de Taguieff es parte esencial del populismo y con altas dosis de atributo «providencial». No es de extrañar que los liderazgos carismáticos –quasi religiosos– emerjan con facilidad en Hispanoamérica y no en Europa.

La literatura política al respecto del «liderazgo» en los populismos, se ha puesto más o menos de acuerdo en establecer una «proporcionalidad». En la medida que los sistemas políticos están más institucionalizados (léase burocratizados) el liderazgo carismático queda mitigado. En las sociedades que están poco institucionalizadas u organizadas burocráticamente, este liderazgo carismático se convierte en uno de sus rasgos definitorios. Este tipo de liderazgo personal, a diferencia de Europa, busca la concentración de poderes del Estado para hacerlos suyos e intenta generar todo tipo de resortes para no ser discutido (Decretos, reformas constitucionales, etc.). Respecto al tema del liderazgo, las diferencias entre los populismos hispanoamericanos y los europeos son notorias las más de las veces[19].

Otros elementos que trastocan la labor de encontrar una definición consensuada es la tendencia a tomar como sinónimos los términos populismo y nacionalismo. Esta identificación suele crear más confusión aún pues depende de la polisemia del concepto nación, al igual que la de pueblo. En todo populismo es inevitable las constantes alusiones al pueblo, pero ¿con cuál versión de pueblo nos quedamos?: ¿el pueblo cívico de los republicanos, el pueblo-clase social del marxismo, el pueblo étnico o el etno-cultural? Igualmente, más abajo, intentaremos identificar mejor esta complejidad.

El populismo, especialmente el europeo, no es una negación en sí misma del Estado de Derecho, ni siquiera una enmienda a la totalidad a un sistema. El populista, lo que afirma, es que hay fallos en la estructura que imposibilita que se manifieste la «verdadera voluntad del pueblo». Este fallo –dicen– puede darse por unas incorrectas o manipulables normas de representatividad, por embotamiento del sistema atribuido a la corrupción, por el poder de una élite que impide que una parte del pueblo se organice y pueda participar en las elecciones, y así un largo etcétera de argumentos. Pero nunca se negará la mayor.

Por su parte, Pierre-André Taguieff, añade otro punto de reflexión como la relación del populismo con los partidos u organizaciones que lo soportan. Taguieff define este fenómeno como algo que puede expresarse en pequeños cenáculos de elites o en movimientos de masas. Aunque parezcan fuentes diferentes, fácilmente se retroalimentan las dos. Igualmente, nuestro autor se centra en los movimientos surgidos especialmente tras la caída del mundo soviético, y por ello concibe el populismo como una expresión desarticulada ideológicamente (en referencia a complejos sistemas ideológicos como el marxismo) que inevitablemente sólo puede expresarse en códigos políticos primarios: sentimiento de Patria, etnia, religión o mesianismo (alejados de complejidades ideológicas como llegó a ser el marxismo).

En este epígrafe nos quedan –para la acotación del concepto– algunas observaciones relativas a sus condiciones de emergencia o su relación con la temporalidad: «La condición de emergencia de una movilización populista es una crisis de legitimidad que afecta al conjunto del sistema de representación»[20]. Si tomamos esta «condición» previa, y la aplicamos a Europa, podríamos tener una primera aproximación: el populismo –señala Hermet– es un fenómeno antipolítico de naturaleza temporal. Al utilizar la expresión «antipolítico» nos referimos a que se produce una ruptura del concepto clásico de política, incluso del que usó la literatura revolucionaria. En ambos conceptos, como mínimo, se define la relación de la parte con el todo, esto es, del ciudadano con la Polis; e igualmente se establecen las reglas de legitimación del juego político (formas de gobierno, bien común, fundamento de las leyes). Hermet, aludiendo indirectamente a las características de la modernidad, señala que el resorte central del populismo –y que es otro de los atributos de su definición– consiste en «la explotación sistemática del sueño en tiempo real, en vivo».

Es indudable que el neopopulismo europeo –a diferencia del hispanoamericano– es un fenómeno más posmoderno que moderno. Se produce bajo unas condiciones sociales que autores como Lipovetsky han determinado como propias de la posmodernidad: hiperindividualismo que genera falsas sensaciones de sentimiento colectivo y solidaridad, pero que no es real; dominio de lo efímero y la moda sobre el sentido del tiempo histórico; dictadura del presente sobre el pasado, de los afectos sobre la racionalidad, sobre dimensión de lo carismático combinado con lo burocrático y racional, etc. Mientras que los cubanos llevan décadas esperando que se culmine el proceso revolucionario, el europeo quiere soluciones inmediatas, pues la vida se le escapa.

Donald McRae, por ejemplo, autor de Populismo como ideología[21], describe el discurso populista como: « […] un apocalipsis inmediato, inminente, mediado por el carisma de líderes y legisladores heroicos»[22]. El populismo europeo, a diferencia de los populismos que aún emergen de la ideología marxista, o de los movimientos agrarios como los definidos por MacRae, no aspiran a violentas y dolorosas revoluciones, pero tampoco a cubrir largas etapas de la historia (como las diseñadas por el marxismo) para conseguir sus sueños. El tempo es muy diferente al de las grandes ideologías que pretenden encuadrarse en una estructura temporal histórica con etapas racionalmente definidas. Esta exigencia de urgencia política atenta las más de las veces contra el arte de la política y la prudencia como su virtud propia. Su argumento es la simultaneidad entre las reclamaciones y las soluciones.

 

4. El populismo europeo contemporáneo

A partir de la década de los ochenta del siglo XX, en un importante número de países se ha vivido lo que Taguieff ha calificado como la «ola populista». Esto es, la aparición, con mayor o menos suerte electoral, de formaciones que se caracterizan por a) un discurso y posicionamiento hasta entonces inusitado frente a la inmigración (en terminología gramsciana se está produciendo una ruptura de la ideología dominante o, en un sentido vulgarizado, la corrección política); y b) un intento de distanciarse tanto en las propuestas, formas organizativas y dialéctica empleada, de los partidos tradicionales, o más propiamente institucionalizados.

Entre esta ola populista podríamos incluir una infinidad de partidos, de los cuales algunos han subsistido, otros se han transformado y otros han desaparecido: el Partido del Progreso, de Dinamarca, fundado en 1972; el Frente Nacional, en Francia, fundado en 1972; el Partido Anders Lange, de Noruega, fundado en 1973; el Bloque Flamenco, de Bélgica, fundado en 1978; el Partido Nacional Británico, fundado en 1980; el Partido Liberal Austriaco (FPÖ), fundado en 1986; la Nueva Democracia Sueca, fundada en 1991 (algunos politólogos incluyen la Liga Norte, de Italia, fundada también en 1991. Ello denota la dificultad de la clasificación antes aludida).

Los apelativos usados por los politólogos para intentar clasificaciones son de lo más variopintas: «populismo de derecha radical»[23]; «nueva extrema derecha»[24]; «derecha radical populista»[25]. Muchos, forzando el aparato conceptual, quieren relacionar directamente los partidos aparecidos con en los ochenta con el fascismo o el nazismo, llamándolos «extrema derecha tradicional»[26] o «de tradición fascista»[27]. Por el contrario populismo como el caso de Podemos en España o Syriza en griego que representa un acrónimo que la prensa europea no suele destacar: coalición de la Izquierda Radical.

Centrándonos en el epíteto «populismo» con connotaciones negativas (esto es, de extrema derecha), el politólogo Piero Ignazi reconoce que es necesario distinguir entre dos tipos de partidos en la extrema derecha europea: 1) los de «extrema derecha tradicional» y 2) una «extrema derecha post-industrial» o «nueva extrema derecha»[28]. Mudde va más allá y distingue como fenómenos totalmente distintos la «derecha radical populista» y simplemente la «extrema derecha». Con esta distinción Mudde establece, como ya vimos, la diferencia fundamental entre ambas familias de partidos: «derecha radical populista» es «[…] democrática, aunque se opongan a algunos valores fundamentales de las democracias liberales»[29]; situación que no se atribuiría a la mera «extrema derecha».

Una vez acotado, mínimamente, el concepto de populismo en el epígrafe anterior, y considerando las dificultades taxonómicas, ahora debemos realizar una aproximación por sus rasgos comunes:

1. Una de las características del populismo es su tacticismo extremo y su oportunismo, por lo que es prácticamente imposible clasificarlos desde una perspectiva ideológica tradicional[30] y ni siquiera por una estrategia coherente continuada en el tiempo. Es por ello que debemos rechazar la tesis de un grupo de autores, que hemos expuesto más arriba, que insisten en que el fundamento del populismo es el nacionalismo[31]. De hecho el nacionalismo como ideología exige una continuidad estratégica en el tiempo.

Taguieff, ratificando esa tesis, apunta que el populismo debe diferenciarse del nacionalismo[32]. El nacionalismo, como ideología, apela a enemigos externos, exaltación de la comunidad propia y necesidad de cohesión de clases sociales. Sin embargo, el populismo fácilmente puede confundir ciertas clases populares o con toda la comunidad política que apela a un enemigo externo (los inmigrantes o élites globalizadoras) y otro interno (los políticos propios que han traicionado a su comunidad). El populismo, partiendo de una definición difusa, variable y moldeable de «pueblo», puede reinterpretar los amigos y enemigos con suma rapidez y facilidad. Un ejemplo claro es la admiración de muchos populismos hacia la actual Rusia, la que era otrora el mayor enemigo de Occidente.

2. Otro de los elementos del populismo es la constante referencia al pueblo, proporcional a la dificultad de definirlo. La definición de lo que es la comunidad propia en el populismo no deja de ser una «intuición» y no una definición intelectual, en mayor o menor grado –según los populismos– se mezclan o confunden dos términos: el ethnos (la nación étnica, más o menos pura) y el demos (las clases populares «incorruptas», «sanas», o que conservan la esencia de la moralidad popular). Curiosamente, en Europa, se apela más al hombre ordinario que no a los salva patrias[33]. Actualmente los populismos, en sus constantes variantes conceptuales, parecen decantarse a identificarse con el concepto «identitario». El término «identitario» sigue siendo igualmente difícil de acotar y definir. Y puede abarcar un amplio abanico de gradaciones y combinaciones entre el ethnos y el demos. El concepto identitario conformaría una extraña mezcla de racialismo de baja intensidad, con el acento puesto en la identidad cultural y una referencia a un resto moral de la sociedad, especialmente de las gentes sencillas, en las que residiría la esencia de la nación o la Patria. Esta fascinante combinación posibilita que el término pueda ser usado en muchos sentidos y escaparse de muchas acusaciones, como la de «viejo totalitarismo». Así, se confirma en parte la tesis de Franco Savarino al afirma que: «El pueblo del populismo es, obviamente, una abstracción, una idealización, que pretende referirse a la totalidad de la población, o más bien a aquella parte de la población que posee las características más nobles, auténticas y puras»[34].

3. Esto nos lleva a otra consideración relacionada con el pueblo. La propuesta de Griffin, al respecto, es que el populismo europeo podría definirse como «liberalismo etnocrático», donde el concepto ethnos, se mezclaría con la cultura y lo «identitario»[35]. Al igual que la izquierda ha dominado un discurso de la multiculturalidad y la diferencia, el populismo ha adoptado el discurso de los derechos propios como una forma de reivindicar también la propia identidad dentro de la «tiranía de la diferencia». Es propio de los discursos populistas de izquierdas aceptar que existan puntos de vista discordantes a tener en cuenta como parte del «pueblo»: otras identidades, poblaciones inmigrantes de orígenes diversos, heterogeneidad étnica. Por otra parte, el populismo de derechas reclama también la diferencia, pero para exigir un trato preferencial a los que se consideran como miembros de pleno derecho del «pueblo». Esta tesis asume los postulados del sistema democrático liberal del que quieren que los beneficios sean repartidos bajo criterios no igualitarios de los que quiere imponer la izquierda. No es que se reniegue de la igualdad, sino que la igualdad debe establecerse entre aquellos que entran en el concepto de «pueblo». Quizá una de las expresiones más curiosas para definir esto, sea la de Perrineau: «chovinismo del bienestar».

 

5. Las contradicciones del populismo, en cuanto que esperanza política

En Hispanoamérica se produce a una apelación directa al «pueblo», cuya esencia muchas veces se redirige hacia el indigenismo (una forma de etnocentrismo que la izquierda nunca condena) y que muchas veces raya con el mesianismo político donde la identificación del líder populista y el pueblo es casi total. En Europa, los neopopulismos alejados de los viejos movimientos fascistas no identifican el líder con el pueblo y se carece de expresiones o concreciones de ese mesianismo. Bien al contrario, si en Hispanoamérica los líderes populistas se consideran absolutamente necesarios en la arquitectónica populista, hasta intentar inmortalizarlos, en Europa viene siendo lo contrario. Los populismos pueden sobrevivir a sus líderes y éstos ser relevados con «normalidad democrática». El mesianismo popular hispanoamericano lleva a que el pueblo espere alcanzar una plenitud en un futuro. En Europa, el sentimiento populista está invadido de un sentimiento de decadencia. No se busca una glorificación del pueblo, sino simplemente su supervivencia en unas condiciones de bienestar que ya se han experimentado y que se temen perder.

El populismo hispanoamericano no puede deslindarse de una retórica histriónica y muchas veces caricaturesca contemplada desde fuera. Aunque el populismo europeo, recurre a veces a una retórica enfática, ésta pocas veces tendrá concreciones prácticas. El populismo europeo, más bien, busca las claves o piedras angulares para remover el edificio sin la pretensión de que este caiga. Quiere ser como la conciencia vengadora del pueblo, pero deseando (en el fondo) que sea el propio sistema el que se regenere sin necesidad de sustituirlo por un ensayo social revolucionario. Franco Savarino afirma que «el populismo expresa un reclamo popular auténtico de renovación política, donde se percibe un anquilosamiento de los sistemas representativos, una deriva oligárquica de la clase política y un déficit democrático de las instituciones y de los centros de decisión»[36]. Renovación y regeneración sí, pero revolución no.

Populismo puede entenderse también como un anti-intelectualismo. Por este término debe entenderse una sintomatología posmoderna en cuanto agotamiento de la Razón (en sentido kantiano). El anti-intelectualismo es la prevención de las clases populares frente a una tecnocracia que ha elaborado un mensaje que apenas nadie entiende. Frente a las complejas ideologías y un lenguaje extremadamente ajeno como el burocratizado –propio del funcionariado– o el de la corrección política, el populismo se refugia en la afirmación de una soberanía popular auténtica. Esta tiene su expresión en el reclamo del sentido común, en expresiones como que «los políticos han de hablar con el lenguaje de la gente», del hombre de la calle. Tras el anti-intelectualismo también se muestra una desconfianza hacia el exceso de la racionalización, tecnocracia o sospecha de ser sujetos de ingeniería social; también está el rechazo de la hiperburocratización de la vida y de la natural desconfianza hacia un poder excesivamente concentrado; esto es, hacia oligarquías político-económicas[37]. En esta línea, Larry Gambone define al populismo como una filosofía política transversal que desafía las tradicionales dicotomías ideológicas entre burgués/obrero e izquierda/derecha... El capitalismo cosmopolita y las élites burocráticas son vistas como una amenaza para el «pueblo», es decir, como elementos alógenos que no comprenden sus verdaderas necesidades e intereses[38].

El populismo, por definición, no es un agente externo social a modo de ideología inculcada desde fuera de la sociedad para transformarla. De ahí que siempre demuestre una tremenda debilidad a la hora de generar cosmovisiones coherentes y holísticas. Desde la perspectiva de Ernesto Laclau, el populismo sólo surge desde el interior de una sociedad y debido especialmente a la necesidad patente de rearticular demandas sociales fragmentadas y variadas en torno a un eje vertebrador, tenga o no lógica interna: «[…] Por lo tanto, cierto grado de crisis de la antigua estructura es necesaria como precondición del populismo, ya que las identidades populares requieren cadenas equivalenciales de demandas insatisfechas»[39]. Igualmente, Fernando Mires opina que el populismo carece de lógica ideológica: el caudillo o representante populista está obligado al difícil inten to de homogeneizar la heterogeneidad de las demandas populistas. Así, se produce la paradoja de que al tener que responder a muchas lógicas –incluso contrarias– la lógica populista nunca es demasiado lógica[40].

 

6. Conclusiones

La ilógica y las contradicciones del populismo, no implican que no respondan a una «lógica sociológica». Ya señalamos más arriba la diferencia entre los liderazgos en los populismos hispanoamericanos y los europeos. La relación entre carisma y organización es inevitable e inversamente proporcional. Las sociedades o Estados con bajos niveles de institucionalización política o excesivamente corruptos, generan discursos populistas como único instrumento político de transformación. La «palabra» parece ser, y de hecho puede llegar a ser, un instrumento de movilización incluso revolucionaria que transforme un régimen. Por el contrario en sociedades muy institucionalizadas, como las europeas, la retórica es principalmente un instrumento de réditos electorales, pero no necesariamente de trasformación social[41]. Por eso pueden entenderse ciertas contradicciones con las que se encuentran los populismos europeos. Por ejemplo, es patente la dificultad de los partidos populistas por configurar un gran grupo parlamentario en el Parlamento de Estrasburgo muchas veces debido a posturas enconadas respecto a temas identitarios, que les impiden uniones estratégicas[42]; otra contradicción es que las diferentes leyes electorales dificultan grandes éxitos electorales en los propios países (su ámbito propio de actuación), pero por el contrario, la ley electoral para el Parlamento Europeo es la que más les favorece, siendo precisamente una de las instituciones que más en duda se ponen desde los populismos europeos. El populismo, hemos intentado demostrar, es un concepto confuso y difuso. Es difícilmente identificable con un partido tradicional, aunque pueden establecerse categorías bien diferenciadas como el populismo hispanoamericano y el europeo. Más allá, cada caso debe ser analizado aparte.

 

[1] Los narodniki de Rusia fueron unos revolucionarios de las décadas de 1860 y 1870. Aparecieron como respuesta a los conflictos crecientes entre el campesinado y los terratenientes. En la primavera de 1874, los conflictos se trasladaron a los centros urbanos de Rusia y sus inquietudes fueron recogidos por una intelligentzia que marchó a los pueblos para estar «entre la gente».

[2] En Estados Unidos, el Greenback Party, se estableció como partido en 1875. Su base eran los agricultores que estaban sufriendo una disminución de los precios agrícolas, el aumento de las tasas de ferrocarril y las políticas deflacionarias del gobierno de la divisa.

[3] A estas experiencias denominadas «clásicas» por la literatura política, añadiríamos otros ejemplos como el Social Credit en Alberta, o el Levantamiento Verde de Europa del Este.

[4] Guy HERMET, Populismo, democracia y nueva gobernanza, Barcelona, El Viejo Topo, 2008, pág. 31.

[5] Hans-Georg BETZ, Radical right-wing populism in Western Europe, Nueva York, St. Martin´s Press, 1994, pág 223.

[6] Guy HERMET, op. cit., pág. 26.

[7] Cfr. Guy HERMET, «El populismo como concepto», Revista de Ciencia Política (Santiago de Chile), vol. XXIII, núm. 1, 2003, págs. 5-18.

[8] El populismo de izquierdas quiere que se hable en público, y se imponga un lenguaje, que a nadie interesa y usa en privado (la corrección política vendría a ser ello). El populismo de derechas quiere llevar al ámbito público lo que la gente piensa y dice en privado.

[9] Pierre-Andre TAGUIEFF, «Interpretar la ola populista en la Europa contemporánea: entre resurgencia y emergencia», en Miguel Ángel SIMÓN (ed.), La extrema derecha en Europa desde 1945 a nuestros días, Madrid, Tecnos, 2007.

[10] Jan JAGERS y Stefaan WALGRAVE, «Populism as political communication style: An empirical study of political parties’ discourse in Belgium», European Journal of Political Research (Nottingham), vol. 46, núm. 3 (2007), págs. 319 y sigs.

[11] Michael MINKENBERG, «La derecha radical populista en Alemania», en Miguel Ángel SIMÓN (ed.), La extrema derecha en Europa desde 1945 a nuestros días, cit., pág. 334.

[12] Cfr. Francisco PANIZZA (comp.), «Introducción», en El populismo como espejo de la democracia, Buenos Aires, FCE, Buenos Aires, 2009, pág. 13.

[13] Marco TARCHI, L’Italia populista. Dal qualunquismo ai girotondi, Bolonia, Il Mulino, 2003, pág. 32.

[14] Guy HERMET, «El populismo como concepto», loc. cit., pág. 6.

[15] Margaret CANOVAN, Populism, Nueva York, Harcourt-Brace Jovanovich, 1981, pág. 123.

[16] Edward SHILLS, The torment of secrecy, Nueva York, The Free Press, 1956, p. 98.

[17] Antonio GRAMSCI, Quaderni del Carcere, Turín, Einaudi 1975, vol. 1, 3, § 34, pág. 311.

[18] Esta visión gramsciana de la relación entre elites dominantes y «pueblo», podría compararse con el análisis del colapso de una civilización que realiza Toynbee. El historiador inglés coincide con describir esta fenomenología de unas elites que mueven por fascinación y que se transforman en elites que se siguen por mera imitación mecánica, en la fase de colapso.

[19] Robert Dahl, por ejemplo, propone que el populismo contemporáneo se caracteriza, antes que nada, por la presencia de un líder político carismático, cfr. Robert DAHL, Un prefacio a la teoría democrática, Méjico, Gernika, 1987. Respecto al liderazgo americano, Franco Savarino recoge esta idea cuando habla de liderazgo como una característica del populismo: El líder asciende directamente del pueblo para expresar en forma directa, inmediata, sus reclamos, aspiraciones e ideales. Este tipo de liderazgo permite la identificación clara y unívoca con el pueblo, mediante las características peculiares del líder. Es un hombre surgido del pueblo, que expresa casi un estereotipo de sus vicios y virtudes en su estilo «descamisado», en su forma franca o vulgar de expresarse y en sus contactos directos con los humildes de la calle, cfr. Franco SAVARINO, Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas, Méjico, Espiral, 2006, pág. 87. Esta definición costaría de encajar en muchos líderes populistas europeos.

[20] Guy HERMET, «El populismo como concepto», loc. cit., pág. 10

[21] Donald MACRAE, «Populism as an ideology», en G. IONESCU y E. GELLNER (comps.), Populism: its Meaning and National Characteristics, Londres, Macmillan, 1969.

[22] Ibid., pág. 168. Para MacRae es preciso que, con todo, se dé un movimiento político a corto plazo y no un partido político serio y real para poder hablar de populismo en su forma más típica.

[23] Hans-Georg BETZ, La droite populiste en Europe. Extrême et démocrate?, París, Autrement, 2004.

[24] José Luis RODRÍGUEZ, «De la vieja a la nueva extrema derecha (pasando por la fascinación por el fascismo)», Historia Actual Online, núm. 9 (2006), http://www.historia-actual.com/hao/pbhaoabs.asp?idi=ESP&pgt= 2&pid=4&pbl=HAO&vol=1&iss=9&cont=9

[25] Cas MUDDE, Populist Radical Right Parties in Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2007.

[26] Piero IGNAZI, Extreme Right Parties in Western Europe, Oxford, Oxford University Press, 2003.

[27] Cas MUDDE, op. cit.

[28] Piero IGNAZI, op. cit.

[29] Cas MUDDE, op. cit., pág. 31.

[30] Yves MÉNY e Yves SUREL, Par le peuple, pour le peuple. Le populisme et la démocratie, París, Fayard, 2000.

[31] Hans-Georg BETZ, La droite populiste en Europe. Extrême et démocrate?, cit.; Jens RYDGREN, «The Sociology of the Radical Right», Annual Review of Sociology (Lafayette), vol. 33 (2007), págs. 241-262; Cas MUDDE, Populist Radical Right Parties in Europe, cit.

[32] Pierre-Andre TAGUIEFF, «Interpretar la ola populista en la Europa contemporánea: entre resurgencia y emergencia», loc. cit.

[33] Apud Pascal PERRINEAU, European Movements between the Inherited Past and the Need to Adapt to the Future, Barcelona, Institut de Ciències Polítiques i Socials, 2005, pág. 23.

[34] Franco SAVARINO, Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas, cit., pág. 83.

[35] Roger GRIFFIN, «Interregnum or Endgame? Radical Right Thought in the “Post-fascist” Era», The Journal of Political Ideologies (Oxford), vol. 5, núm. 2 (2000), págs. 163-78.

[36] Franco SAVARINO, Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas, cit., pág 84.

[37] Alessandro CAMPI, «Populismo, oltri gli sterotipi», Ideazione (Roma), núm. 2 (2000).

[38] Larry GAMBONE, El verdadero rostro del populismo, que puede consultarse en red en http:// www40.brinkster.com/celtiberia/populismo/com.

[39] Ernesto LACLAU, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, pág. 222.

[40] Fernando MIRES, Populismo en Europa y América Latina, conferencia dictada el 29 de mayo de 2007 en el Goethe Institut de Caracas y actualizada en abril del 2011. Disponible en http://polisfmires. blogspot. com.es/2011/04/fernando-mires-populismo-en-europa-y-en.html#!/ 2011/04/fernando-mires-populismo-en-europa-y-en.html.

[41] Ernesto LACLAU, op. cit., pág. 238.

[42] Sobre las dificultades de la extrema derecha para formar un grupo propio en Estrasburgo, cfr., Xavier CASALS, Ultrapatriotas. Extrema derecha y nacionalismo de la guerra fría a la era de la globalización, Barcelona, Crítica, 2003, págs. 139-156.