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Número 551-552

Serie LV

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Agustín Fernández Escudero, El marqués de Cerralbo. Una vida entre el carlismo y la arqueología

Agustín Fernández Escudero, El marqués de Cerralbo. Una vida entre el carlismo y la arqueología, Madrid, La ergástula, 2015, 504 págs.

El volumen es el resultado final de la tesis del historiador Agustín Fernández Escudero, leída en 2012 en la Universidad Complutense de Madrid. El autor se enfrenta, en 504 páginas, al estudio de una figura polifacética de la Restauración: Enrique de Aguilera y Gamboa (1845-1922), XVII marqués de Cerralbo, aquel noble que lideró el Carlismo a fines del siglo XIX y principios del XX, aunque, en la actualidad sea más conocido por su legado: el Museo Cerralbo de Madrid.

Se trata de una biografía más pública que privada, pues el marqués no dejó diario alguno. En cambio, la vida pública está perfectamente documentada y detallada gracias a las hemerotecas contemporáneas, bibliografía y archivos, tanto públicos como privados. Entre ellos, el archivo del Conde de Melgar, ya trabajado por Juan Ramón de Andrés en El cisma mellista (Madrid, Actas, 2000). Ahora bien, tanto Raquel Sánchez García, directora de la tesis, como el mismo Agustín Fernández afirman que la biografía de Cerralbo está lejos de cerrarse y todavía pueden hacerse aportaciones. Comprensible, si tenemos en cuenta por ejemplo la publicación parcial en 2013 de las Memorias políticas de M. Polo y Peyrolón: Memorias políticas (1870-1913). Crisis y reorganización del carlismo en la España de la Restauración, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, ed. de Javier Urcelay.

A lo largo de once capítulos, el autor desgrana los diferentes papeles que tuvo Cerralbo: el noble, el político, el académico y el gran propietario que, en muchas ocasiones, son difícil deslindar.

Enrique de Aguilera y Gamboa, Grande de España, receptor de los bienes de las casas Cerralbo y Monroy, recibió una herencia política tradicionalista a pesar del servicio de algunos de sus antepasados a Isabel II. Su condición de carlista nunca le cerró las puertas en la sociedad de la Restauración. Grande de España, gran propietario e intelectual, apareció totalmente integrado en ella, tal como se muestra en sus fiestas. Aunque Raquel Sánchez García define en el prólogo a Cerralbo como un político de perfil bajo, cuyo protagonismo se debió por su condición de noble, rico y vecino de la Corte, Fernández Escudero lo señala como personaje puntero en la historia del Carlismo debido a la modernización de los métodos políticos.

Su fortuna le permitió vivir sin dificultades. Aunque la investigación sobre la hacienda de Cerralbo está lastrada por el mal estado de la documentación, Fernández Escudero ha podido indagar someramente en el proyecto de la yeguada soriana. Sólo se oscurece la biografía del personaje, a pesar de su generosidad, por la venta del municipio Cerralbo con la oposición de sus pobladores.

Su patrimonio, a pesar de la actividad política, no sólo le permitió adquirir una espectacular colección artística sino que tomó un papel activo en el mundo cultural. El autor incorpora un anexo con los yacimientos excavados, que supera los 150. La actividad se concentró fuera del ejercicio de las jefaturas. Aunque algunos autores han criticado la praxis arqueológica de Cerralbo, el marqués fue todo un innovador para su tiempo y fue admirado por sus colegas europeos como demuestra el XXIV Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas celebrado en Ginebra en 1912, así como por su contribución a la defensa del patrimonio histórico-cultural, participación en organismos gubernamentales de la arqueología y otros institutos culturales españoles (la Real Academia de la Historia) y extranjeros. No deja de llamar la atención, asimismo, la filiación carlista de Juan Cabré Aguiló, colaborador de Cerralbo y próximo director del Museo Cerralbo.

En cuanto al Carlismo, los comienzos de Enrique de Aguilera son discretos, como todos los inicios. Guarda un papel secundario durante la guerra y, tras ella, adquiere poco a poco una autoridad moral que no utiliza, en medio de un desolador panorama. Tras la muerte de Cándido Nocedal en 1885, el cisma integrista protagonizado en 1888 por su hijo Ramón indica la debilidad del Carlismo español. Aquí el autor introduce una disyuntiva (superficial) que permite seguir más fácilmente las lides: Cándido Nocedal, representante de un catolicismo integrista, frente a un Cerralbo, renovador y apoyado por Don Carlos y Melgar. No deja de ser curiosa la oposición de Nocedal hacia la nobleza como ilustra su reacción, poco antes de morir, ante la toma de posesión del marqués de Cerralbo a su escaño en el Senado.

Finalmente, en 1889, Don Carlos nombra a Cerralbo como Delegado regio. El papel de Cerralbo fue el de modernizador del partido con «intransigencia en los principios y transigencias en las formas». Suavizar las formas y huir de la intransigencia integrista. Propaganda y prensa, en sustitución de las armas. Significó también el abandono del retraimiento que trajo el fin de la guerra. Durante su etapa como delegado regio, se inicia la transición del Carlismo a un movimiento moderno en cuanto los instrumentos políticos de la lucha electoral.

Primero, supo ver el capital papel de la prensa en la política. La pérdida de cabeceras por el cisma integrista y las luchas intestinas de la prensa carlista aumentó la necesidad de una nueva prensa que satisfizo mediante la creación del periódico El Correo Español, rector del Carlismo, a pesar de su carácter deficitario.

Segundo, el desarrollo de una estructura a través de juntas y círculos, la propaganda y los viajes electorales. La propaganda atendió la naturaleza de la sociedad española en cuanto la importancia otorgada a la imagen, teniendo en cuenta el número de analfabetos. Tras su designación como delegado de Don Carlos en 1889, inició viajes de propaganda para afianzar los apoyos y reorganización tras la escisión integrista. Con mayor o menor éxito. Tenemos, por ejemplo, los sucesos de Valencia, en donde hubo altercados provocados por Blasco Ibáñez.

Tercero, la institución de fiestas como los Mártires de la Tradición. Este tipo de fiestas, junto al recuerdo de héroes carlistas, formaría un nuevo imaginario. Se trata en definitiva de la renovación de una tradición histórica y la dotación de un relato.

No deja de ser interesante el relato sobre el fracasado monumento en el XIII Centenario de la Unidad Católica de España en Toledo. Las causas: las dificultades económicas, administrativas del gobierno y religiosas por el diferente parecer del Cardenal Payá, arzobispo de Toledo. En definitiva, el pretendido uso político de festividades religiosas por parte del Carlismo.

Otro de los enfoques de Fernández Escudero es la ambigúedad con que se enfrentó el Carlismo a la lucha electoral. La ley electoral de 1890, que lograba el sufragio universal, podía cambiar el panorama del Carlismo. Sin embargo, las elecciones nunca dieron un número arrollador de diputados, (en torno a los diez diputados), lo que mostró que la base política del Carlismo había disminuido.

A pesar de la entrada en la dinámica democrática, jugando en las Cortes y no en los campos de batalla, este juego se rompió con la conspiración de fin de siglo, paralelo al desastre de Cuba. El autor realiza un seguimiento de Cerralbo en aquellos días. Lo localiza dentro y fuera de España en busca de apoyo financiero. Sin embargo, el alzamiento no se llegó a realizar salvo por algunas partidas desorganizadas sin permiso superior en el octubre de 1900, la denominada Octubrada. Don Carlos y las principales figuras del partido se desentendieron ante el fracaso, ya que además no había sido ordenado por ellos a pesar de su composición carlista. Se hubiera realizado, si se hubieran tenido las seguridades necesarias para su éxito. Al mismo tiempo, el autor, siguiendo a Ferrer, propone que Don Carlos no hubiera dado real orden para no tener que desautorizarlo si fracasaba. Así se salvó el honor de Don Carlos, aunque perdió popularidad. Los rumores acusando a su mujer, madre y hermano del fracaso estaban a la orden del día.

El final de siglo causó el distanciamiento entre Don Carlos y Cerralbo, con Melgar en medio, En 1899 dimitió Cerralbo y al año siguiente Melgar fue sustituido. La represión gubernamental se cebaba con los círculos y periódicos. Sin embargo, se sigue desconociendo la verdadera razón de la destitución de Melgar aparte de alguna relación con Doña María Berta. De esta forma, el final de siglo había resultado terrible para el Carlismo, un verdadero Guadiana en su historia, que no se volvería a recuperar hasta la muerte de Carlos VII.

El protagonismo de Cerralbo no volvería hasta la muerte de Carlos VII y la dimisión de Bartolomé Feliú (1912), aunque el marqués no dejó de tener relación con el Carlismo durante este periodo. Sus servicios a la Causa, su renombre y su amistad con Don Jaime desde tiempos antiguos, motivó su llamada para presidir la Junta Superior Central. Fernández Escudero en estas páginas comete un error al confundir a Antero Samaniego con Artero. Cerralbo no fue nombrado delegado, pero si ejerció como tal. Su etapa tampoco se mostró parca en dificultades: la propiedad, financiación y mensaje de El Correo Español no dejaban de ser un problema continuo (resulta llamativo que el mismo año en que murió Cerralbo desapareció el periódico); el comportamiento faccioso de algunos carlistas y su pacificación; la necesidad de reforzar el pensamiento tradicionalista dentro de la Comunión; los viajes de propaganda, afrontados pero con menor intensidad. Aparte, el ejercicio de la política no estuvo exento de las enemistades: Don Jaime y Mella –aunque las relaciones de Carlos VII con Mella no fueron mejores– o el deterioro de la relación entre Melgar y Cerralbo. A todo ello debemos añadir la actitud hipocondríaca y el deterioro físico del marqués.

Y por fin la Primera Guerra Mundial, conflicto ajeno a España y que, sin embargo, fue el detonante en la ruptura del partido. Al inicio, la mayoría de los notables eran neutrales pero favorables a Alemania, incluidos Cerralbo y Mella. Don Jaime, por su parte, era anti-germano y fervoroso filo-ruso. El problema fue Melgar, profrancés, que en 1917 atacó a Cerralbo acusándole de ocultar el pensamiento de Don Jaime. Sin embargo, Cerralbo fue apoyado en España. ¿Desobedeció Cerralbo las opiniones de Don Jaime? La documentación manejada no permite confirmar nada. Al terminar la guerra, Cerralbo fue sustituido de la Junta Superior Central por enfermedad. El manifiesto de París de Don Jaime de 1919 ponía en evidencia a Cerralbo, Mella respondió y se escindió. Así, el Carlismo quedaba dividido en jaimistas, mellistas e integristas. Ahora bien, Cerralbo no siguió a Mella, pues se retiró de la vida pública. Ello no significó el corte de relaciones, sino que mantuvo una buena relación, pues Mella le acompañó en la administración de los últimos sacramentos. Finalmente, Cerralbo moría en 1922.

En definitiva, el trabajo de Fernández Escudero nos ilustra sobre una figura y una etapa del Carlismo cuyo conocimiento dista de ser completo, como indica la persistencia de preguntas sin respuesta como la responsabilidad de Doña Berta en los hechos de la Octubrada, la razón de los desencuentros de Melgar y Cerralbo con Carlos VII o la supuesta desobediencia de Cerralbo a Don Jaime.

Ignacio HERNÁNDEZ